Heidegger y la reconstrucción aleteiológica
del discurso no apofántico
Alejandro G. Vigo[2]
Introducción
El presente trabajo tiene un carácter meramente programático y provisional o tentativo. Se trata, en rigor, de un conjunto de observaciones y reflexiones que surgen de la conjunción de dos vectores motivacionales diferentes, a saber: por un lado, el interés que me ha llevado, desde hace ya muchos años, a volver una y otra vez sobre el modo en el cual Heidegger, en la época de gestación de Sein und Zeit (SuZ) y en SuZ mismo, se confronta con la temática del lógos, más precisamente, del lógos apophantikós, el “enunciado” predicativo o declarativo, y con el problema de su verdad, en el contexto más amplio de una concepción de orientación radicalmente aleteiológica; por otro, el interés por el problema de la afectividad, más precisamente, por el problema del modo en el que la afectividad, con su peculiar función de apertura de significación, queda integrada en el entramado de la temática general del lógos, tal como se la enfoca en el marco y desde las premisas de una concepción radicalmente aleteiológica.
Al menos en la forma en que acabo de presentarlo, el segundo vector motivacional surge, en buena medida, también a partir del estímulo que me proporcionó la temática general fijada para el congreso en el cual he presentado la primera versión del trabajo. Pero debo decir que, como suele ser frecuentemente el caso en estos asuntos, el problema de la afectividad se me venía planteando con creciente insistencia en los últimos tiempos, también por otras vías, algunas bastante poco habituales, como son las que abre el tratamiento de la muerte en SuZ, por ejemplo, pero también las vinculadas con los problemas que abordan las concepciones antiguas del obrar humano, en particular, la aristotélica y la estoica, y sus cada vez más numerosas reapropiaciones contemporáneas.
Lo que haré en este trabajo es, para decirlo de modo sencillo, intentar volver una vez más sobre el conjunto de problemas vinculados con la función del lógos, pero esta vez desde la perspectiva particular que abre la pregunta por el aporte que realiza la afectividad, en general, a la constitución del sentido experimentado y a la articulación del significado y, con ello, también a la verdad, en el sentido esencialmente manifestativo que le otorga la concepción aleteiológica elaborada por Heidegger. Se trata, por cierto, de una temática amplísima, que posee múltiples ramificaciones. Por lo mismo, voy a presentar tan solo una visión panorámica bastante aproximativa, pero suficiente, espero, para poder internarme siquiera unos pocos pasos por algunos de los caminos que aquí se ofrecen.
Muy especialmente, en conexión con la función de apertura de los temples anímicos y las disposiciones afectivas, me interesa llamar la atención sobre el potencial aleteiológico que Heidegger asigna a las diversas formas del discurso no apofántico. Como he argumentado en otros lugares, hay poderosas razones de fondo para sostener que, a juicio de Heidegger, el lógos apophantikós en estado puro, tal como lo considera, por caso, la lógica, no es más que un mero constructo teórico obtenido por vía de reducción abstractiva. Partiendo de él, piensa Heidegger, es poco menos que imposible hacer justicia a la peculiarísima función de articulación de la significatividad que, incluso antes de su exteriorización a través del “lenguaje” (Sprache), cumple el “habla” o “discurso” (Rede), que, como modo originario de articulación significativa, hunde sus raíces en el “estado de abierto” (Erschlossenheit) del Dasein, como un todo. Visto desde su fundamento en el estado de abierto, el tipo de articulación significativa al que da lugar el discurso, en sus diversas posibles formas, se revela muchísimo más complejo que todo lo que de él pueda quedar conservado todavía en lo que serían enunciados puramente constatativos que pretendieran dar expresión a algunos de los elementos comprendidos en dicha articulación.
Pues bien, para hacer justicia a dicha complejidad en el plano del análisis fenomenológico, hay que contar con toda una gama de posibilidades que ponen radicalmente en crisis los modos más habituales de abordar las diferencias entre los diversos tipos o modos del discurso. En efecto, no sólo ocurre que formas de articulación que, a primera vista, parecen corresponder al ámbito del discurso meramente apofántico se revelan en su ocurrencia efectivas, tal como ésta queda documentada en la expresión lingüística, impregnadas de momentos de significación que remiten a la función de apertura de una comprensión que, además de proyectiva, es siempre también, y con igual originalidad, una comprensión afectivamente dispuesta. Esto supone que el momento de disposicionalidad afectiva, presente de una u otra manera en todo modo del comprender, realiza también un aporte a la significación total articulada, que, en ocasiones, puede resultar incluso decisivo. Tal es el caso, al menos, en el marco de aquellos modos de acceso al ente intramundano y el mundo mismo que, a diferencia del mero “conocer” (Erkennen), no poseen un carácter fundado y reductivo o, para decirlo con la terminología que el joven Heidegger deriva de Emil Lask, no comportan el rasgo de la “depotenciación vital” (entleben, Entlebung, Entlebnis).[3] Pero a ello hay que agregar, además, la función específica de articulación de la significación que desempeñan aquellas otras formas del discurso que, como tales, ya no poseen un carácter meramente apofántico, aun cuando puedan contener en sí determinados momentos de apofanticidad. En efecto, también ellas poseen, a juicio de Heidegger, un importante potencial aleteiológico, que una aproximación fenomenológica al fenómeno de la significación debe tomar adecuadamente en cuenta. De hecho, contra lo que establece un prejuicio fuertemente arraigado, originado en la lógica y la ontología tradicionales, orientadas primariamente a partir del fenómeno de la apofanticidad, las formas no apofánticas del discurso deben verse, para Heidegger, incluso como más básicas que las formas propiamente apofánticas, al menos en determinado sentido, justamente en la medida en que documentan de modo más originario la articulación total de la significación, tal como ésta hunde sus raíces en la estructura misma del estado de abierto. En tal sentido, la propia terminología que engloba dichas formas de discurso bajo la caracterización negativa de formas “no apofánticas” da ya ella misma testimonio de la incuestionada vigencia del mencionado prejuicio. Como es obvio, una adecuada interpretación fenomenológica no podría contentarse simplemente con conceder dicha vigencia, asumiéndola de modo acrítico. Por el contrario, debe someterla debidamente a prueba, también en atención a su origen.
Como se echa de ver, esta sola formulación del asunto a abordar, aunque no contempla, ni remotamente, todos los aspectos relevantes, basta para darse una idea de la amplitud y la complejidad de la problemática que aquí se presenta. Y no hace falta señalar que los textos de Heidegger ofrecen una cantidad considerable de material para tomar en cuenta si se pretende llevar a cabo una reconstrucción integral. Pero, como es natural, tendré que limitarme aquí a unas pocas consideraciones más bien generales que apuntan sobre todo a trazar algunas de las líneas directrices más importantes.
Encuadramiento sistemático del problema
Para evitar que, en razón de la mencionada amplitud y complejidad, el asunto se me escape completamente de las manos, con el consiguiente peligro de caída en una oscuridad incontrolable, comienzo formulando brevemente el encuadramiento sistemático más general del problema, con arreglo a unas pocas asunciones básicas de las que parte mi modo de abordarlo.
Las premisas fundamentales de la “aleteiología expandida”
En reiteradas, tal vez demasiadas, ocasiones me he valido en el pasado de la expresión “ateleiología”, tomada originariamente de Emil Lask, como caracterización del tipo de concepción que elabora no sólo Heidegger en SuZ, sino también, aunque de un modo diferente, Gadamer en Wahrheit und Methode (WM). Bajo una “aleteiología” entiendo, en general, un tipo de concepción que se caracteriza por (re)ubicar la temática referida a la “verdad” (alétheia), entendida en el sentido de lo que tradicionalmente se llamó la “verdad trascendental”, es decir, como la apertura originaria del ente a la comprensión, en el centro mismo de la problemática filosófica. Cuando, siguiendo una indicación expresa de Gadamer, hablo de una “aleteiología expandida”,[4] la referencia a una “expansión” del enfoque aleteilógico tiene que ver con el hecho de que lo que aquí se busca alcanzar es cierta restitución de la amplitud universal que la temática aleteiológica poseería originariamente. Para ello, se debe lograr liberar la noción de verdad del estrechamiento producido por lo que sería una artificial sujeción al entorno de la actividad teórica, vale decir, al ámbito del “conocimiento” (Erkenntnis) y el “juicio” (Urteil). Según el diagnóstico que da origen a este modo de afrontar el problema, el estrechamiento de la temática aleteiológica debe verse como el resultado de una larga y compleja historia de interpretaciones y reinterpretaciones, que condujo finalmente a la posición propia de la así llamada “teoría del conocimiento” (Erkenntnistheorie), tal como se la elabora en el desarrollo que va desde el criticismo postkantiano de la primera mitad del siglo XIX (por ejemplo, Ch. E. Reinhold y W. T. Krug) hasta la eclosión del neokantismo, que será la corriente dominante en la filosofía académica alemana de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Frente a esto, la tesis central del enfoque propio de una “aleteiología expandida” consiste en sostener que la verdad, tomada en su sentido propiamente trascendental, es coextensiva con la experiencia del sentido y la apertura del significado, en todas sus posibles formas, vale decir: mucho más allá de los límites propios del acceso puramente teórico-constatativo al ente, tal como éste se da puramente “ante los ojos” (vorhanden), es decir, como correlato del mero “dirigir la mirada” (Hinsehen, Hinsicht), para decirlo con la terminología de Heidegger en SuZ.
Como nadie ignora, pertenece al mismo núcleo especulativo de la concepción que Heidegger presenta en SuZ el intento de liberar la noción de verdad de su indebida sujeción al tipo de acceso al ente que hace posible el comportamiento puramente teórico-constatativo, cuyo correlato no es otro que lo que se da como meramente ante los ojos. La apertura del ente a la comprensión y, con ello, también la experiencia del sentido y la articulación del significado acontecen también, e incluso con mayor originalidad, en el trato práctico-operativo con lo que es “a la mano” (zuhanden) y, desde luego, también en el trato con los otros, tal como se da en el marco de la ocupación compartida con el ente, dentro del mundo. Y a ello se añade, además, el hecho estructural, de fundamental importancia dentro de la concepción de conjunto elaborada por Heidegger, de que todo posible modo de comportamiento por referencia al ente intramundano y el mundo mismo queda necesariamente enmarcado, en razón de la propia estructura de la trascendencia del Dasein, en el espacio autorreferencial de autocomparecencia que abre originariamente el “por mor de” (Worumwillen), a través del cual el Dasein queda remitido en último término a sí mismo. A la espalda de toda posible venida a la presencia (apertura a la comprensión) del ente intramundano y de todo posible modo de trato con el otro que es como el propio Dasein, el “comprender” (Verstehen), que es un modo de ser del Dasein por referencia a sus propias posibilidades, contiene pues un momento o componente de carácter irreductiblemente autorreferencial. Y a él que queda referida, como no podría ser de otra manera, también una noción específica de verdad, que Heidegger introduce y tematiza en el § 44 de SuZ, a saber: la noción de “verdad de la existencia” (Wahrheit der Existenz). Como se sabe, dicha noción de verdad es la que se busca caracterizar luego, de modo más específico, por medio del análisis de la “propiedad” (Eigentlichkeit), llevado a cabo en los §§ 46-53, por medio de la elucidación del “ser para (vuelto hacia) la muerte” (Sein zum Tode), y en los §§ 54-60, por medio del análisis de la (voz de la) conciencia (Gewissen).
En este punto, la tesis heideggeriana es, dicho de modo muy esquemático, la siguiente: el modo de hacerse cargo ejecutivamente de sí por parte del Dasein, sea propia- o impropiamente, codetermina el modo de comparecencia del ente intramundano y de los otros dentro del mundo, en la medida en que provee de un conjunto de puntos de referencia para la comprensión de los que se derivan también determinadas pautas de enjuiciamiento y determinados criterios de relevancia para la interpretación o, si se prefiere, para la lectura de las situaciones que se presentan en el marco de la ocupación. No hay, pues, jamás algo así como una mera comprensión o interpretación de lo que se ofrece dentro del mundo que estuviera completamente divorciada, desanclada, del modo en el cual el Dasein se comprende, en cada caso, a sí mismo, por referencia a su ser en el mundo, que es siempre el suyo propio. Pero todo esto involucra, además, el papel de la “disposicionalidad afectiva” (Befindlichkeit), que hace en cada caso su singular aporte a la apertura comprensiva del sentido y la articulación del significado, y ello también desde el punto de vista autorreferencial, como se verá, al menos, en alguna medida, más adelante.
La crítica a la orientación unilateral a partir del lógos
Una enigmática sentencia de SuZ, que demasiado a menudo pasa inadvertida en su importancia, provee, a mi modo de ver, una clave fundamental para comprender el alcance eminentemente crítico que posee el proyecto heideggeriano de una “arqueología expandida”, en lo que concierne al desarrollo histórico de la problemática ontológica, desde Platón y Aristóteles en adelante. En dicha sentencia, contenida en el tratamiento del “enunciado” (Aussage) del § 33 de SuZ, Heidegger señala que, desde los comienzos de la ontología tradicional en la Antigüedad, el lógos –que, como muestra el contexto, hay que entender aquí primeramente en el sentido más específico del lógos apophantikós– proveyó “el único hilo conductor para el acceso al ente y la determinación de su ser”. Y es esto, añade Heidegger, lo que explica, a su vez, el lugar privilegiado que corresponde al análisis del enunciado en el ámbito de la problemática propia de la ontología fundamental,[5] en la medida en que ésta debe hacerse cargo también de las condiciones que dan cuenta de la posibilidad de la ontología, tal como ésta se ha constituido históricamente. Como se sabe, en los años que preceden y siguen a la aparición de SuZ, Heidegger llevó a cabo reiterados análisis de la estructura del enunciado y su origen a partir de la experiencia antepredicativa. Lo que en una mirada superficial podría parecer una curiosa obsesión con un problema específico, entre muchos otros posibles, no responde, pues, a intereses secundarios u ocasionales, sino que da cuenta, más bien, de exigencias conectadas con algunas de las asunciones fundamentales que subyacen a la posición de conjunto que Heidegger presenta en su obra fundamental.
Ahora bien, la reducción de la problemática ontológica que tiene lugar en virtud de la orientación exclusiva a partir del lógos comprende, en rigor, dos niveles superpuestos, a saber: por una parte, se tiende a dejar de lado, en el preguntar ontológico, todas aquellas formas del lógos que no corresponden al lógos apophantikós, tal como Aristóteles lo caracteriza en De interpretatione, donde, como es sabido, Aristóteles menciona también algunas de aquellas otras formas del lógos que deja de lado en el análisis que se propone realizar, tales como el ruego, la plegaria, etc., justamente, en la medida en que se trata de formas del discurso que no quedan sujetas a la diferencia veritativa verdadero/falso, en el sentido que remite a la verdad y la falsedad proposicional (cf. De int. 4, 16b34 ss.); por otra parte, se deja de lado también todos los modos de comparecencia (venida a la presencia, apertura a la comprensión) del ente que no se dejan reducir al tipo de acceso del cual brota originariamente el enunciado predicativo, entendido éste, además, de modo tendencialmente restrictivo, como si tuviera en su empleo ordinario un carácter meramente declarativo-constatativo, es decir, entendido como mero lógos apophantikós, en su sentido más puro y reductivo, como el enunciado puramente descriptivo con el cual trabaja habitualmente la lógica. El primer aspecto da cuenta de la reducción tradicional de la “ontología formal” a la “apofántica formal”, para decirlo en los términos que emplea Husserl.[6] El segundo aspecto da cuenta, a su vez, de la reducción de la problemática de las categorías y, en general, del significado, al entorno de la predicación o, más precisamente, de la determinación predicativa.
Una “aleteiología expandida” como la que tiene en vista Heidegger debe rechazar tajantemente ambas asunciones del “logicismo” tradicional justamente en razón de su carácter intrínsecamente reductivo. La liberación de la noción de verdad de la sujeción tradicional al ámbito del conocimiento y el juicio apunta, como se sabe, a contrarrestar el estrechamiento que trae consigo la interpretación logicista de un fenómeno que, como la verdad, desborda por completo, a juicio de Heidegger, el ámbito de la predicación y hunde sus raíces en el núcleo mismo del ser del Dasein. De modo semejante, tampoco la interpretación logicista de la problemática de las categorías permite hacer justicia al hecho elemental de que la experiencia del sentido y la articulación de la significación no quedan circunscriptas al ámbito del acceso predicativo al ente y el mundo. Como es sabido, la expansión de la temática aleteiológica conduce, en el caso de Heidegger, a enfatizar el papel fundante de una dimensión monovalente de la verdad, previa a la diferenciación veritativa, en su sentido habitual: una dimensión monovalente en la que se encontraría la condición última de la posibilidad no sólo de la verdad del juicio, sino también de las formas habituales de la falsedad, la apariencia y el error. Este tránsito hacia lo que sería la dimensión más básica y fundante de una verdad trascendental de carácter monovalente no siempre ha despertado el entusiasmo de los intérpretes.[7] Pero, como quiera que se valore el asunto desde un punto de vista externo, no puede caber duda de que en el intento de radicalización de la problemática de la verdad, llevado a cabo por medio del tránsito hacia una dimensión más profunda de carácter monovalente, debe verse un aspecto esencial e irrenunciable de la posición elaborada por Heidegger, justamente en su carácter de aleteiología expandida.
Por su parte, la concepción heideggeriana del sentido, en general, y de la significación lingüística, en particular, es, para bien o para mal, completamente solidaria con la estrategia de expansión delineada más arriba porque, como sugerí ya al comienzo, lo que se tiene aquí no es sino el establecimiento de una coextensividad de experiencia de sentido, por un lado, y verdad, en su sentido trascendental, por el otro. En efecto, si la experiencia del sentido desborda completamente el ámbito de la predicación e incluso el de la articulación lingüística, en general, para extenderse también al ámbito de la experiencia antepredicativa, en sus diversas posibles formas, entonces no resulta sino natural que Heidegger enfatice fuertemente el carácter necesariamente derivativo y fundado, en su origen, de toda significación lingüística. Baste recordar, en este punto, el severo rechazo de Heidegger a las concepciones habituales del significado que, siguiendo el modelo del diccionario, parten de “palabras cosificadas” (Wörterdinge) a las que, de bastante modo misterioso, se les asignaría luego, por convención, un determinado significado. Este tipo de concepción, amplísimamente difundido, conduce necesariamente a una suerte de representación cadavérica, momificada, de la significación lingüística. Desde el punto de vista de una explicación que apunte al origen mismo del fenómeno de la significación, tal como éste se da en la esfera intralingüística, no resulta posible en modo alguno, a juicio de Heidegger, partir de “palabras cosificadas” provistas con significados que se les asignan de modo puramente adventicio. Por el contrario, desde el punto de vista de la génesis y la posibilidad del significado, explica Heidegger, el dato básico no debe buscarse en el hecho de que las expresiones, las palabras, posean significados o significaciones (Bedeutungen). Lo que acontece es, más bien, que a las significaciones, abiertas de modo originario en el trato mismo el ente, en el nivel de la experiencia antepredicativa, “les crecen” (wachsen zu), por así decir, palabras (Worte). Desde un punto de vista estrictamente fenomenológico, no puede validarse, pues, en modo alguno, la representación habitual según la cual a palabras consideradas como “cosas” dadas ya de antemano, vale decir, a palabras cosificadas, se les asigna luego, de un modo puramente adventicio, una determinada significación. Esta representación completamente tergiversada del fenómeno originario de la significación lingüística, cuyas consecuencias resultan funestas, a juicio de Heidegger, en el ámbito de la teoría del significado, procede, en último término, de la errónea orientación metódica a partir del diccionario, la cual resulta, en buena medida, solidaria con el punto de vista propio de la lógica de los conceptos tradicional. Por curioso que pueda parecer, según Heidegger, es la errónea orientación metódica que prescribe el punto del partida en el diccionario la que, en último término, ha impedido reconocer el hecho elemental de que lo que se expresa originariamente como habla o discurso (Rede) no es otra cosa que la comprensibilidad, en la cual queda incluida también necesariamente lo que abre originariamente la “disposicionalidad afectiva” (die befindliche Verstehbarkeit).[8]
Carácter afectivamente dispuesto del comprender
La última referencia al peculiar carácter del habla o discurso (Rede) me permite el tránsito hacia la tercera premisa básica de la aleteiología expandida que, aunque aludida ya en lo anterior, conviene mencionar aquí, una vez más, de modo específico, a saber: la del carácter afectivamente dispuesto de toda forma del comprender. Según reza un aserto fundamental de SuZ, el “comprender” (Verstehen) es siempre un comprender “afectivamente dispuesto” (befindliches Verstehen).[9] En tal sentido, Heidegger enfatiza, en diversas oportunidades, que todo modo de comportamiento respecto del ente y el mundo por parte del Dasein va acompañado siempre ya de un cierto modo de la disposicionalidad afectiva, también, por lo tanto, el comportamiento meramente teórico-constatativo: ni siquiera la “más pura theoría”, como caso extremo del mero dirigir la mirada (Hinsehen) a lo que se muestra ante los ojos, puede dejar detrás de sí toda resonancia afectiva vinculada con un determinado temple de ánimo (Stimmung), sino que, por el contrario, también este peculiar modo del mero dirigir la mirada sólo puede tener lugar, como tal, en un determinado temple, a saber, en el modo del “tranquilo permanecer junto a…” (im ruhigen Verweilen bei…), es decir, en el modo de lo que Aristóteles llama la ra(i)stone kaì diagogé.[10]
Lo anterior es, sin duda, bien sabido, pero me interesa recalcar ahora, una vez más, el modo en que se conecta con la caracterización heideggeriana del habla o discurso. Como nadie ignora, en su tratamiento del habla o discurso, como fundamento ontológico del “lenguaje” (Sprache),[11] Heidegger enfatiza su carácter de articulación significativa de la comprensibilidad, afectivamente dispuesta, del ser en el mundo.[12] Lo que viene a la expresión en el lenguaje, en tanto fundado en el habla o discurso, tiene que ser siempre, por tanto, una significación que recoge en sí, de uno u otro modo, el aporte que realizan tanto el comprender como la disposicionalidad afectiva en la apertura originaria, vale decir, pre-lingüística y antepredicativa, del sentido y en su consiguiente articulación significativa. Y esto ha de valer, de uno u otro modo, para todas las formas de la articulación significativa que hace posible el lenguaje, en tanto fundado en el habla o discurso, vale decir, también para aquellas formas del lógos que no poseen el carácter de la apofanticidad, en el sentido específico y estrecho de la noción, comentado más arriba.
Pues bien, aquí se halla uno de los puntos de partida básicos que hacen posible una reconstrucción aleteiológica del discurso no apofántico o, si se prefiere, una recuperación de las formas del discurso no apofántico que busca reconducirlas al ámbito originario de verdad transcendental que una aleteiología expandida tiene en el centro de la mira. En efecto, también esas formas del lógos dan cuenta de determinados modos de la experiencia del sentido y de la articulación de la significación, a partir de los cuales brotan originariamente. Poseen, en tal sentido, un peculiar potencial aleteiológico que podría ser incluso más vasto y más originario que el propio del lógos apophantikós, al menos, si fuera cierto que el modo de acceso al ente del cual brota este último posee él mismo un carácter meramente fundado y derivativo que respecto del contexto más originario y básico de experiencia, provisto por el trato práctico-operativo con el ente a la mano que se ofrece dentro del mundo, se sitúa en un punto más lejano incluso que otras formas del discurso lingüísticamente articulado. Dicho de otro modo: en el marco de una aleteiología expandida como la que tiene en vista Heidegger, también la problemática de la significación, en general, y la de la significación lingüísticamente articulada, en particular, experimentan, necesariamente, la misma expansión que la problemática de la verdad. Esto es, sin duda, poco más que una tautología, dadas las premisas básicas de una concepción de este tipo. Pero de dicha tautología se sigue, a mi entender, una consecuencia sistemáticamente muy importante que permite entender bastante mejor muchos de los motivos y los problemas que reclaman centralmente la atención de Heidegger en los años que preceden y siguen a la aparición de SuZ, a saber: una ontología de carácter fenomenológico y hermenéutico, cuya orientación no puede ser sino radicalmente aleteiológica, no puede quedar atada, en modo alguno, a los prejuicios del “logicismo” tradicional, sino que debe recuperar, en toda su dimensión, el ámbito de la experiencia del sentido y la articulación de la significación. Parte de esa tarea consistirá, necesariamente, en una recuperación aleteiológica del lógos no-apofántico en todas sus posibles formas. Contra lo que establece la posición fijada por Husserl, para una concepción aleteiológica que intenta ser consistente con sus propios puntos de partida, no puede haber, pues, una genuina equivalencia entre “ontología formal” y “apofántica formal”. Más aún: ni siquiera puede haber un verdadero primado de la apofántica en sede ontológica. Por el contrario, ambas tesis, la de la equivalencia de “ontología formal” y “apofántica formal”, por un lado, y la del primado de la apofántica en sede ontológica, por el otro, se revelan como un punto de partida fenomenológicamente no acreditable, cuyo origen ha de buscarse en prejuicios procedentes de las asunciones propias del “logicismo” tradicional. En definitiva, se trata básicamente de los mismos prejuicios que el propio Heidegger ya en sus primeras lecciones, desde 1919 en adelante, había denunciado insistentemente, en su tratamiento crítico de lo que había denominado la tesis general del “primado de lo teórico” (GA 56/57, § 17). Por lo mismo, una genuina aleteiología necesariamente tiene que intentar trascender el ámbito de la apofántica.
Aleteiología y discurso no apofántico: discurso apofántico frente a discurso no apofántico
Paso ahora a comentar algunos de los temas y motivos centrales que, a mi modo de ver, deberían guiar una presentación integral del modo en el cual Heidegger reconstruye el discurso no apofántico, desde la perspectiva propia de su concepción radicalmente aleteiológica. Todo lo que diga a partir de aquí tendrá que ser necesariamente, como indiqué al comienzo, puramente provisional y programático, incluso más que lo expuesto hasta ahora.
Lo primero en este orden de cosas es proporcionar algún tipo de criterio para fijar con alguna mayor precisión el alcance de la importante diferencia entre discurso apofántico y discurso no apofántico. En una aproximación puramente exterior al asunto, uno podría estar tentado de conformarse con la distinción tradicional entre las formas del lógos que pueden ser verdaderas y falsas, en el sentido habitual de la diferenciación veritativa, por un lado, y las que no caen dentro del ámbito de la diferenciación veritativa, por otro. Sin embargo, una aproximación de este tipo sería completamente insuficiente para dar cuenta de un planteo que, como el heideggeriano, se caracteriza, justamente, por radicalizar el problema de la verdad, dejando atrás la orientación primaria, propia del logicismo tradicional, a partir de la diferenciación veritativa, en su sentido habitual.
No se trata aquí simplemente de que la verdad, en su sentido propiamente trascendental, desborda el ámbito de la diferenciación veritativa, en la medida en que posee un carácter esencialmente monovalente. A ello se añade, además, otra razón importante, ya mencionada al comienzo, a saber: el enunciado predicativo de carácter puramente declarativo con el que opera habitualmente la lógica debe verse, en rigor, como un constructo teórico de carácter artificial, obtenido por vía abstractiva que, en el uso habitual del lenguaje, rara vez, si acaso alguna, ocurre en esa forma pretendidamente “pura”, vale decir, despojada de todo otro componente adicional de significación. En efecto, en el uso habitual del lenguaje, muy raramente empleamos enunciados que tengan exclusivamente la función de describir “estados de cosas” (Sachverhalte), de un modo puramente teórico-constatativo. Más bien ocurre aquí que muchos de los enunciados que, por su forma exterior, parecerían corresponder al ámbito del discurso meramente apofántico incorporan toda una variedad de otros momentos o componentes de significación que no remiten, sin más, a las propiedades descriptivas de los objetos de referencia. El enriquecimiento de la significación total que tiene lugar en estos casos puede responder, y responde de hecho, a toda una serie de factores diversos. Uno de los principales viene dado, como es obvio, por la referencia del enunciado a un determinado contexto real-pragmático en el que queda inserto, en cada caso, su empleo. Así, por ejemplo, el empleo del enunciado “la puerta está abierta” puede servir, en un determinado contexto de empleo, tanto para hacer saber a alguien que está cordialmente invitado a volver cuando quiera como para indicarle que puede o debe irse, o bien que hace frío en la habitación, etc. Pero además contribuye al enriquecimiento de la significación total, y de manera decisiva, ya el simple hecho de que las mismas expresiones empleadas en el uso habitual del lenguaje poseen habitualmente todo un amplio conjunto de connotaciones de carácter práctico, afectivo, estético, etc., que forman parte integral de su significación efectiva, y ello con el mismo derecho, al menos, que las “notas” que definen a los conceptos correspondientes, tal como los considera la lógica de los conceptos tradicional. Así, por ejemplo, en el empleo habitual de un enunciado como “el cielo está gris”, el predicado “gris” puede estar expresando, como lo hace a menudo, bastante más que una simple constatación referida a un hecho físico, como sería el color del cielo, en la medida en que diera a entender, al mismo tiempo, que el día está “triste”, o que se echa de menos la presencia del sol, etc.
A los efectos de hacer justicia al enfoque heideggeriano conviene, pues, apelar a criterios de distinción diferentes, tal vez, menos precisos que el que provee la orientación a partir de la diferenciación veritativa, en el sentido habitual, pero también más apropiados para la complejidad del fenómeno de la significación, tal como está esquematizado en SuZ. En tal sentido, propongo aquí restringir la noción de discurso apofántico exclusivamente al ámbito de aquellas formas del enunciar o del predicar que articulan lingüísticamente el tipo de significación al que se tiene acceso a través del comportamiento meramente teórico-constatativo, vale decir, a aquellas formas de enunciación que “brotan” del puro “dirigir la mirada” (Hinsehen) a lo que se presenta como dado meramente “ante los ojos” (vorhanden). La propuesta no es arbitraria, sino que se orienta a partir del modo en el cual se tematiza el enunciado predicativo en el § 44, y también a partir del modo en el que se explica en el § 33 la transición que va desde el modo de ‘tenencia previa’ (Vorhabe) correspondiente al “con lo cual” (Womit) del trato práctico-operativo (das Zu-tun-haben) hasta el “sobre lo cual” (Worüber) de la determinación predicativa.[13] En suma: reservo el calificativo de “apofántico” exclusivamente para un caso extremo de articulación expresiva en el lenguaje, que no es otro que aquel que brota del puro “dirigir la mirada” y da expresión al sentido así experimentado, bajo la forma de la determinación predicativa, que corresponde al esquema básico “sujeto (objeto) + predicado (propiedad)”. Se trata de una matriz de articulación de significado que Heidegger, como se sabe, considera de carácter meramente fundado y derivativo. Por contraste con este peculiar tipo de articulación significativa, que posee un carácter, por así decir, limítrofe o residual, todo otro posible modo del discurso que, en la medida en que incorpore componentes adicionales de significación, diera cuenta del sentido experimentado en otros modos de acceso al ente, puede considerarse entonces como un discurso de carácter “no apofántico”, y ello en un posible doble sentido, a saber: ya sea 1) en el sentido de aquello que no es meramente apofántico, aunque presente la forma (exterior) del discurso declarativo que queda sujeto a la diferenciación veritativa, o bien 2) en sentido de aquello que no tiene tampoco tal forma (exterior), sino que corresponde a alguna de las formas del discurso que no caen, como tal, bajo la diferenciación veritativa. El primer caso corresponde a lo que puede denominarse el discurso no apofántico “impropio” o “en sentido lato”, mientras que el segundo caso corresponde al discurso no apofántico “propio” o “en sentido estrecho”, que es el que tiene primariamente en vista la caracterización tradicional, en la medida en que se orienta a partir de la diferenciación veritativa y, por lo mismo, no lleva a cabo una restricción del ámbito de lo apofántico como la que he propuesto aquí.
Hechas estas precisiones, en lo que sigue me concentraré primariamente en el modo impropio del discurso no apofántico, pues no podría pasar revista aquí a todo el material que puede hallarse para reconstruir el modo en el que Heidegger se aproxima al problema referido al tipo de articulación significativa que caracteriza al uso de los modos verbales diferentes del indicativo. A ello habría que agregar, además, todo lo referido a formas específicas del discurso expresivo que, como el discurso poético, adquieren en el pensamiento tardío de Heidegger un papel cada vez más importante, aunque están presentes ya desde el comienzo mismo, dentro de lo que abarca el vasto arco de intereses vinculados con el intento de dar cuenta de modo integral de la experiencia del sentido, en toda su amplitud.[14] El modo de dividir las aguas que propongo es, por cierto, discutible, pero, desde el punto de vista que atiende primariamente al aporte que realiza a la significación el componente de disposicionalidad afectiva involucrado en el comprender, resulta más conveniente que uno que, como el tradicional, se orienta a partir de la presencia o ausencia de la forma (exterior) del discurso declarativo sujeto a la diferenciación veritativa. Por lo demás, no hay que olvidar que, a juicio de Heidegger, el modo tradicional de trazar la línea divisoria no tiene ningún otro punto de apoyo, en definitiva, que la aparente plausibilidad de un conjunto de prejuicios lógicos y gramaticales históricamente sancionados como dogmas.
Niveles de significación, más allá del discurso apofántico
Lo que es “ante los ojos” y el nivel mínimo o residual de articulación significativa
Cuando me refiero al carácter mínimo o residual del peculiar modo de articulación significativa que brota del acceso puramente teórico-constatativo a lo que es meramente “ante los ojos”, tengo en vista exclusivamente el esquema de derivación que Heidegger presenta y elabora en el marco del tratamiento del “mundo” en los §§ 14-18 de SuZ, complementado por el examen de la tríada “comprender” (Verstehen)-“interpretación” (Auslegung)-“enunciado” (Aussage), en los §§ 31-33. No prejuzgo, pues, acerca de la posibilidad o imposibilidad de modos aún más rudimentarios de experiencia de sentido y correspondientes formas de articulación del significado que pudieran remitir a estratos situados incluso por debajo del límite de lo que puede considerarse todavía una experiencia mundana. Piénsese, por caso, en la función originaria de apertura que desempeñan las pulsiones instintivas o las emociones más elementales, instintivamente ancladas. Sin duda, habría mucho que decir sobre este tipo de fenómenos, justamente, allí donde se trata del aporte que realiza la disposicionalidad afectiva a la experiencia del sentido y la articulación de la significación. Sin embargo, el punto no es abordado de modo directo en el marco de los análisis elaborados en SuZ.[15]
En un trabajo anterior, dedicado al problema de las categorías y la experiencia antepredicativa,[16] he intentado mostrar de qué manera Heidegger procura dar cuenta del carácter fundado y derivativo de la matriz de articulación significativa “sujeto (objeto) + predicado (propiedad)”, que proporciona el correlato del acceso puramente teórico-constatativo al ente intramundano, del que brota el discurso (puramente) apofántico. Partiendo de la estructura de articulación proporcionada por el enunciado predicativo, Heidegger busca poner de relieve el carácter derivativo de esta peculiar forma de articulación del significado llamando la atención sobre sus presupuestos genéticos, y ello tanto por el lado del término sujeto como también por el lado del término predicado. Del lado del término sujeto, el esquema de derivación genética elaborado por Heidegger se centra en el examen del tránsito que va del “con lo cual” (Womit) del trato práctico-operativo con el ente “a la mano” al “sobre lo cual” (Worüber) de la articulación predicativa, bajo la forma de la determinación del sujeto por medio del predicado en la estructura “S es P”. Lo que subyace a este tránsito, desde el punto de vista de los correspondientes modos de comportamientos por referencia al ente intramundano, es, pues, una transformación del modo de “tenencia previa” (Vorhabe). A su vez, del lado del predicado, se tiene el tránsito que va de las “apropiaciones” (Geeignetheiten) o “inapropiaciones” (Ungeeignetheiten) del ente “a la mano”, en el sentido de su “ser apropiado/inapropiado para”, a las “propiedades” (Eigenschaften), entendidas como determinaciones de lo que es meramente “ante los ojos”. El “sobre lo cual” se funda en el “con lo cual”, en la medida en que representa, desde el punto de vista del análisis genético, una modificación reductiva de este último. Por su parte, las propiedades constituyen determinaciones categoriales correlacionadas estructuralmente con un modo de comparecencia derivativo del ente intramundano, como dado meramente “ante los ojos”. Este modo de comparecencia derivativo remite, desde el punto de vista genético, a otro modo más básico, el de lo “a la mano”. Se sigue, pues, que también las propiedades deben tener, por así decir, su lugar último de origen en el ámbito del acceso práctico-operativo a lo que es “a la mano”. Y, efectivamente, para dar cuenta de este aspecto, Heidegger introduce, al menos, en una ocasión una determinación categorial específicamente destinada a designar el modo en el cual están presentes las determinaciones del ente intramundano, allí donde éste se presenta todavía como “a la mano”, y no como meramente “ante los ojos”. Como se dijo ya, Heidegger habla en este caso de apropiaciones e inapropiaciones, en el sentido de aquellos caracteres que hacen que algo se muestre apropiado o inapropiado, se entiende, para algo y no, por tanto, en el sentido habitual que posee la noción de propiedad en la ontología de “cosas”, pues éste remite a los caracteres descriptivos que una determinada cosa posee, sin hacer referencia expresa a un determinado contexto remisional de significatividad. Para la elaboración de este punto, hay, al menos, un pasaje centralmente relevante de SuZ que, lamentablemente, no ha recibido la atención que merece desde el punto de vista sistemático. El pasaje reza como sigue:
El “para qué” (Wozu) de una “servicialidad” (Dienlichkeit) y el “para qué (cosa)” (Wofür) de una “empleabilidad” (Verwendbarkeit) prefiguran, en cada caso, la posible concreción de la “remisión” (Verweisung). El señalar de la señal, el martillar del martillo no son, sin embargo, las propiedades (Eigenschaften) del ente. No son, en absoluto, propiedades, ya que ese título ha de designar la estructura ontológica de una posible determinación (Bestimmtheit) de cosas (Dinge). Lo que es “a la mano” (Zuhandenes) tiene, en todo caso, “apropiaciones” (Geeignetheiten) e “inapropiaciones” (Ungeeignetheiten), y sus “propiedades” (“Eigenschaften”) están aún vinculadas (gebunden) en ellas, tal como en el “ser a la mano” (in der Zuhandenheit) <lo está también> el “ser ante los ojos” (Vorhandenheit), en cuanto que posible modo de ser (mögliche Seinsart) de algo “a la mano” (SuZ, § 18: 83; traducción mía).
El texto es bastante nítido. Hay un paralelismo entre lo que ocurre del lado izquierdo y del lado derecho del “como” (als) de la estructura del “algo como algo” (etwas als etwas): así como en el “ser a la mano” (Zuhandenheit) anida la (posibilidad del) “ser ante los ojos” (Vorhandenheit), de modo semejante, también en las “apropiaciones” (Geeignetheiten) e “inapropiaciones” (Ungeeignetheiten) de lo “a la mano” anidan (como posibilidad) las “propiedades” de lo “ante los ojos”. Naturalmente, habría mucho que decir sobre esto, pues concierne tanto al contexto de descubrimiento originario de las propiedades descriptivas y los criterios de relevancia que guían dicho descubrimiento, como también al problema, antes mencionado, de si acaso en las propiedades (supuestamente) sólo descriptivas no está presente todavía un cierto reverso operacional de significación, siquiera mínimo o residual que, en su origen último, aparece vinculado a las posibilidades del Dasein (vgr. las propias del acceso puramente teórico-constatativo a lo que es “ante los ojos”) y, por ende, también a las pautas normativas y a los criterios de relevancia que guían, en cada caso, el descubrimiento del ente intramundano. Como quiera que sea, desde el punto de vista puramente estructural, interesa señalar aquí, en todo caso, el hecho de que, en el nivel de lo “a la mano”, tenemos la oposición entre lo positivo y lo negativo, en el sentido de lo “apropiado (para)” o “inapropiado (para)”, mientras que, en el nivel de lo “ante los ojos”, no hay nada que le corresponda propiamente, pues tal oposición no coincide, en modo alguno, con la oposición, habitual en la ontología de “cosas” tradicional, entre propiedades “positivas” y “negativas”, en sentido descriptivo. Así, por ejemplo, “calor” y “frío”, como ejemplos de lo “positivo” y lo “negativo”, respectivamente, en sentido descriptivo, en modo alguno podrían tomarse como ejemplos unívocos de lo que, en cada caso, es “apropiado” o “inapropiado”. En efecto, que un determinado carácter se muestre como una “apropiación” o bien como una “inapropiación” depende, en cada caso, del correspondiente contexto de descubrimiento del ente intramundano y, por lo mismo, también de las pautas normativas y de los criterios de relevancia fundados en la referencia al correspondiente “para” (zu, um…zu). Así, por caso, el frío puede contar como ejemplo de “apropiación”, en el caso de una bebida refrescante, y de “inapropiación”, en el caso de un plato de pastas. En cualquier caso, avanzando un paso más allá por esta misma línea, se puede sostener incluso, con buenas razones, que hay todavía un cierto residuo operacional que, aunque mínimo, no está desprovisto de cierta carga proto-evaluativa, también en las meras propiedades descriptivas. Dicho residuo operacional mínimo remite no sólo al contexto originario de descubrimiento de tales propiedades, sino también, como su reverso, a las correspondientes posibilidades del Dasein, como “ser descubridor” (vgr. el mero “dirigir la mirada”).
Lo que es “a la mano”: carácter remisional e impregnación afectiva
Sobre la base de lo dicho, resulta posible pasar a considerar el primer nivel de discurso no apofántico impropio que hay que tener en cuenta, que es el que corresponde a la articulación significativa que brota del trato práctico-operativo con lo “a la mano”, iluminado por el “ver en torno” (Umsicht), tal como éste se da en el contexto de la “ocupación” (Besorgen). Como se dijo ya, aquí el sentido experimentado presenta la forma de la remisionalidad de la que da cuenta la estructura del “para”. Por contraste, el acceso puramente teórico-constatativo, sobre la base del mero “dirigir la mirada”, trae consigo, necesariamente, una nivelación de la estructura remisional, que es una característica esencial de la forma específica de la experiencia de sentido de la que brota el discurso apofántico. Recuérdese, en tal sentido, que en el § 13 de SuZ, Heidegger caracteriza el “conocer” (Erkennen) como un modo fundado del “ser en” y, en el § 14, señala, sobre esa base, que el modo de acceso propio del mero conocer trae necesariamente consigo una cierta “desmundización del mundo” (Entweltichung der Welt).[17] La nivelación de la remisionalidad a la que remite aquí Heidegger se conecta, de modo directo, con el aporte específico del comprender a la constitución del sentido experimentado. Vistas las cosas en la dirección inversa, hay que decir, pues, lo siguiente: en el ámbito del acceso práctico-operativo, el sentido experimentado presenta nítidamente, vale decir, de modo no nivelado, el carácter de la remisionalidad.
La pregunta que hay que plantear ahora es la de si ocurre aquí algo análogo en lo que concierne al aporte a la constitución del sentido experimentado y la articulación de la significación que realiza la disposicionalidad afectiva. Y, a mi juicio, la respuesta tiene que ser positiva. Ya se vio que Heidegger sostiene que todo modo del comprender trae consigo una correspondiente modalidad de la disposicionalidad afectiva. Incluso la pura teoría sólo puede tener lugar en el modo del tranquilo “permanecer en/junto a” lo que se da meramente “ante los ojos”. Pero, como es natural, esto no quiere decir que en todas las formas del comprender el aporte de la disposicionalidad afectiva a la constitución del sentido experimentado, como tal, sea simplemente el mismo, ni en su carácter ni en su importancia. Mi tesis en este punto es bastante simple: la nivelación de la remisionalidad, tal como tiene lugar en el mero conocer, al desactivar tendencialmente los vínculos que dan cuenta del involucramiento inmediato con el ente, trae también consigo, necesariamente, un cierto distanciamiento en el plano de la vinculación afectiva o, si se quiere, emocional, de modo tal que, en el puro “dirigir la mirada”, el aporte de la disposicionalidad afectiva a la constitución del sentido experimentado queda él mismo reducido a un nivel mínimo o residual, al menos, tendencialmente. Algunas referencias de Heidegger, de tono más bien cáustico, dejan ver que, en el caso del mero “dirigir la mirada”, el sentido experimentado no resulta, como tal, particularmente enriquecido por el aporte de la disposicionalidad afectiva que acompaña al correspondiente modo del ver. Baste con recordar aquí las referencias a la mera “contemplación atónita” o el “mirar embobado” (begaffen), en diversos pasajes de SuZ, en los cuales se intenta poner de relieve, justamente, la relativa pobreza de la correspondiente experiencia en lo que concierne a su significatividad.[18] En cambio, donde impera la remisionalidad, el involucramiento no sufre el mismo tipo de quiebre y, por lo mismo, tampoco hay un comparable distanciamiento, en el plano de la disposicionalidad afectiva. La consecuencia es que el aporte de ésta a la constitución y al enriquecimiento del sentido experimentado es mucho más importante y, en ocasiones, incluso decisivo.
Algunos ejemplos empleados por Heidegger para dar cuenta del modo en el cual tiene lugar el discurso no apofántico impropio que brota del trato práctico-operativo ilustran, me parece, bastante nítidamente lo que acabo de señalar respecto del aporte de la disposicionalidad afectiva a la constitución del sentido experimentado. Por motivos de brevedad, menciono sólo dos tipos de ejemplos.
Por una parte, hay casos empleados para dar cuenta del impedimento del trato práctico-operativo que están situados en el punto de transición del “útil” (Zeug) al “útil cosa” (Zeugding). Tales ejemplos apuntan, sobre todo, a los aspectos referidos al carácter remisional del útil, pero, a la vez, señalan de modo indirecto o, al menos, dejan resonar el componente procedente de la disposicionalidad afectiva, en la medida en que remiten a situaciones de enfado, incomodidad, contrariedad, etc. En tal sentido, en el § 33 de SuZ Heidegger emplea como ejemplos enunciados y expresiones tales como “el martillo es demasiado pesado” (“der Hammer ist zu schwer”), “demasiado pesado” (“zu schwer”) y “¡(dame) el otro martillo!” (“den anderen Hammer!”), los cuales corresponden tanto a casos de discurso no apofántico impropio (vgr. los dos primeros) como propio (vgr. el último, en la medida en que supone un verbo en imperativo).[19] Algo análogo ocurre ya en el tratamiento de Logik, donde el ejemplo es “la tiza es demasiado arenosa” (“die Kreide ist zu sandig”)[20] y nuevamente en el tratamiento de GA 29/30, donde el ejemplo es “el pizarrón está ubicado de modo inapropiado” (“die Tafel steht ungünstig”).[21]
Por otra parte, hay casos aún más claros, donde la referencia al aporte procedente de la disposicionalidad afectiva pasa al primer plano de la atención, en ocasiones, ya en razón de las expresiones mismas que se emplean para articular lingüísticamente el sentido experimentado. Así, por ejemplo, en el análisis del § 29 de SuZ, Heidegger enfatiza fuertemente el hecho de que la disposicionalidad afectiva coconstituye (mitkonstituiert) la apertura del mundo propia del “ser en”, de modo tal que el “dejar hacer frente (al ente)” (das Begegnenlassen) nunca es un mero “percibir” o “tener sensación”(Empfinden) ni un mero “contemplar (boquiabierto)” (Anstarren), sino que tiene siempre, al mismo tiempo, la forma de un “ser afectado” (Betroffenwerden). Este “ser (quedar) afectado” (Betroffenheit) está referido, como tal, precisamente a aquellos caracteres de lo “a la mano” que, en un determinado contexto de trato práctico-operativo, dan cuenta de la posibilidad de su impedimento, tales como la “no servicialidad” o “inutilidad” (Undienlichkeit), la “resistencia” o “indocilidad” (Widerständigkeit), el “carácter peligroso” o “amenazante” (Bedrohlichkeit). Y todo ello, naturalmente, en razón del hecho elemental y fundante, desde el punto de vista ontológico, de que el “ser en” del Dasein puede ser concernido (angegangen) por “lo que hace frente dentro del mundo” (das innerweltlich Begegnende). Es este “poder ser concernido” (Angänglichkeit) el que se funda en la disposicionalidad afectiva, en la medida en que ésta ha abierto ya el mundo, por ejemplo, por referencia a su carácter amenazante (auf Bedrohlichkeit hin): sólo el que se encuentra o puede encontrarse en el temple del temor (Fürchten) o bien de la falta de temor (Furchtlosigkeit) es capaz de descubrir como amenazante (als Bedrohliches) aquello que se presenta como “a la mano” dentro del mundo. En tal sentido, explica Heidegger, el modo de “estar acordado” o “templado” que hace posible la disposicionalidad afectiva (die Gestimmtheit der Befindlichkeit) constituye existenciariamente la “apertura al mundo” (Weltoffenheit) del Dasein.[22] El posterior análisis ejemplar del miedo o temor (Furcht), como un modo peculiar de la disposicionalidad afectiva, en el § 30, muestra de qué modo la correspondiente experiencia de sentido incorpora en sí el aporte de lo que se abre originariamente en el modo del ser afectado o concernido, allí donde el ente “a la mano” se presenta como lo “temible” o lo “terrible” (das “Furchtbare”).[23] Y es aquí donde Heidegger llama expresamente la atención sobre el peculiar carácter de los modos de discurso que articulan el sentido así experimentado, ya sea en referencia al ente temido en cada caso, que aparece entonces como lo “temible” o “terrible” (furchtbar), como lo “tremendo” o “monstruoso” (ungehuer), etc., ya sea en referencia a aquellos por quienes se teme, en el “tener miedo” o el “temer por los otros” (Sichfürchten, Furcht für die anderen), ya sea en referencia a las modificaciones del modo mismo del temer, tales como “terror” (Grauen), “espanto” (Entsetzen), “timidez” (Schüchternheit), “reticencia” (Scheu), “temerosidad” (Bangigkeit), “desconfianza” (Stutzigwerden).[24] Comparece aquí, como se echa de ver, todo un vocabulario diferenciado que apunta a dar cuenta de modo específico, en el plano de la articulación lingüística, de las diversas variantes contextuales que puede presentar en cada caso el sentido experimentado sobre la base de lo que abre la disposicionalidad afectiva, en el modo del miedo o temor (Furcht).[25]
Más allá de los muchos puntos de detalle que podrían señalarse aquí, me interesa, sobre todo, retener lo siguiente, que es, a mi modo de ver, lo sistemáticamente central, a saber: el hecho de que, a juicio de Heidegger, hay una relación directa entre el carácter remisional no nivelado, por un lado, y la impregnación afectiva del sentido experimentado, por el otro, en el marco del trato con lo “a la mano” del que brota el discurso no apofántico impropio.
Autorreferencialidad expresa e impregnación afectiva
Un último nivel, aún más profundo, de impregnación afectiva que adquiere expresión en el discurso no apofántico impropio tiene que ver con la estructura esencialmente autorreferencial del estado de abierto, tal como adquiere expresión, dentro del análisis heideggeriano, a través del momento constitutivo del “por mor de” (Worumwillen). Como muestra con toda claridad ya el análisis de la estructura de la “remisionalidad” (Verweisung) en los §§ 16-18 de SuZ, el “por mor de” provee, por así decir, el reverso ineliminable de todo el plexo de la significatividad constitutivo del mundo. Más aún: constituye el punto de anclaje último de toda la estructura remisional del plexo de referencias significativas, dentro del cual queda necesariamente enmarcada la venida a la presencia, es decir, la apertura a la comprensión del ente intramundano y también de los otros, en el marco de la “ocupación”. Cuando se trata de hacer temáticamente accesible, desde el punto de vista propio del análisis fenomenológico, el componente irreductiblemente autorreferencial del ser en el mundo del Dasein, también en su carácter fundante de la posibilidad de todo posible modo de comportamiento por referencia al ente intramundano y a los otros, Heidegger dirige la atención primariamente a aquellos modos expresa o, al menos, marcadamente autorreferenciales de experiencia, en los cuales lo que pasa al primer plano, como elemento nuclear del sentido experimentado, es justamente el propio ser del Dasein, como “ser en el mundo”, entendido como “cura” (Sorge) (§ 41), vale decir, en su carácter específico de “tener que ser” (Zu-sein) y “en cada caso mío” (Jemeinigkeit).[26]
Desde el punto de vista metódico, el tratamiento de la estructura autorreferencial del ser en el mundo se conecta, naturalmente, con el análisis de la posibilidad de propiedad (Eigentlichkeit) del “existir” o la “existencia” (Existenz). Pero lo que me interesa destacar aquí es, ante todo, el aporte decisivo que realiza la disposicionalidad afectiva a la constitución del sentido experimentado, precisamente, en aquellos contextos marcadamente autorreferenciales en los cuales se abre originariamente la posibilidad de modos especialmente señalados de la experiencia de sí. Lo que en estos casos pasa al primer plano es, como se dijo ya, el momento autorreferencial del ser en el mundo, entendido como “cura” (Sorge), vale decir, el “por mor de” (Worumwillen) del ser en el mundo. Pues bien, cuando es el momento autorreferencial el que, en un determinado contexto de experiencia, pasa como tal al primer plano, emergiendo, por así decir, de su habitual latencia, de modo paralelo tiene lugar, piensa Heidegger, también una cierta relegación al trasfondo de la remisionalidad, como estructura del plexo de la significatividad del mundo. Sin embargo, la relegación que acontece aquí nada tiene que ver, en su estructura y su alcance, con el tipo peculiar de nivelación que caracteriza al conocer. En efecto, el conocer trae consigo, como se vio, además del quiebre del involucramiento con el ente intramundano a través del trato práctico-operativo, también el distanciamiento afectivo o emocional, y ello de modo tal que el aporte de la disposicionalidad afectiva a la constitución del significado adquiere aquí un carácter mínimo o meramente residual. En cambio, en el caso de la emergencia de la estructura autorrefencial del ser en el mundo, como cura, la relegación de la remisionalidad al trasfondo nada tiene que ver con tal tipo de distanciamiento. Muy por el contrario. Lejos de quedar tendencialmente neutralizada en su función de apertura, la disposicionalidad afectiva adquiere aquí un protagonismo sin par: su aporte a la constitución del sentido experimentado resulta, en este caso, central y decisivo, justamente, en la medida en que lo que se patentiza a través de ella no es otra cosa que el carácter esencialmente “yecto” o “arrojado” (geworfen) del comprender, como rasgo determinante del existir.
Teniendo en cuenta estas conexiones, me referiré brevemente en lo que sigue sólo a dos desarrollos específicos dentro de la concepción de SuZ que resultan centrales para la problemática que acabo de esbozar, a saber: por un lado, el tratamiento de la “angustia” (Angst) en el § 40 y, por otro, el tratamiento del ser para la muerte en los §§ 46-53.
Respecto del tratamiento de la angustia, conviene enfatizar que no es en absoluto casual que, tal como Heidegger lo lleva a cabo en el § 40, quede sistemáticamente incluido, y en lugar privilegiado, en el marco más general provisto por el tratamiento de la cura como ser del Dasein (§§ 39-44). En efecto, dentro de dicho marco de tratamiento, la angustia no es presentada como un modo peculiar de apertura del ente intramundano o del mundo mismo, sino, más bien, como un modo señalado del “estado de abierto” (eine ausgezeichnete Erschlossenheit) del Dasein como tal. El contraste con el caso del miedo o temor (Furcht) muestra que no se trata aquí primariamente del ente intramundano, sino que el “ante lo cual” (Wovor) de la angustia, esto es, lo que la angustia abre, como aquello frente a lo cual ella misma pone al Dasein, vale decir, como aquello que le enrostra, no es otra cosa que el ser en el mundo mismo. La pérdida de relevancia del mundo (vgr. como totalidad del ente intramundano, tal como lo indican las comillas dobles en el uso de Heidegger), al quedar hundido en la insignificancia (Unbedeutsamkeit) todo lo que es “a la mano” o “ante los ojos”, tiene aquí como su reverso estructural el paso al primer plano del ser en el mundo mismo, en su carácter de yecto o arrojado. El mundo se abre así, por vez primera, como mundo. Quebrado el “estado de interpretado” (Ausgelegtheit) propio del “uno” (Man), tal como adquiere expresión en la “habladuría” (das Gerede), el Dasein queda en franquía para su más propio poder ser: la angustia pone al Dasein ante (vor) su “ser libre para…” (sein Freisein für…) la propiedad de su ser como posibilidad que el Dasein siempre ya es (die Eigentlichkeit seines Seins als Möglichkeit, die es immer schon ist), y ello en el modo de una suerte de inclinación hacia esa posibilidad (propensio in…).[27]
Por su parte, en el caso del “ser para (vuelto hacia) la muerte”, Heidegger explica que si el Dasein está caracterizado por el estado de abierto, constituido por el “comprender afectivamente dispuesto” (befindliches Verstehen), entonces el modo propio del “ser para (vuelto hacia) la muerte” (Sein zum Tode) no puede poseer un carácter ocultante, que huye de aquello frente a lo cual se comporta y lo reinterpreta (umdeuten), en los términos niveladores que pertenecen a la “comprensión astuta” (Verständigkeit) propia del uno. Por el contrario, debe tratarse de un modo de comportarse esencialmente develador, que posea, como tal, un carácter no fugitivo (nichtflüchtig) y no ocultante (nichtverdeckend).[28] El “ser para (vuelto hacia) la muerte” es un “precursar” (Vorlaufen), referido, como tal, no a la posibilidad de algo intramundano, sino a un “poder ser” (Seinkönnen) del ente mismo del cual el propio precursar constituye un modo de ser. Lo que queda desvelado para el Dasein mismo en dicho precursar no es otra cosa que su más extrema posibilidad (seine äußerste Möglichkeit). En su carácter esencialmente proyectivo-anticipativo (im Entwerfen), el precursar se muestra, por lo tanto, como posibilidad de la comprensión del más propio y extremo “poder ser” (Möglichkeit des Verstehens des eigensten äußersten Seinkönnens) del Dasein, vale decir, como posibilidad de una “existencia propia” (Möglichkeit eigentlicher Existenz).[29] Como tal, el precursar libera la muerte como posibilidad, en todos y cada uno de sus rasgos distintivos. Tal liberación de la muerte como posibilidad no ocurre, ni podría ocurrir, al modo de lo que se sería algo así como la “contemplación atónita” de un “sentido” (Begaffen eines Sinnes), sino que toma, más bien, la forma de un “comprenderse a sí mismo” (sich verstehen), en el peculiar “poder ser” (im Seinkönnen) que se desvela (sich enthüllt) en el correspondiente “proyecto” (im Entwurf).[30] La muerte se muestra así en su carácter de posibilidad más propia (eigenst), irreferible (unbezüglich), insuperable (unüberholbar) y también cierta pero, como tal, indeterminada (gewiß und als solcher unbestimmt). El precursar abre para sí tal carácter de indeterminación, en la medida en que la muerte se le presenta como una “constante amenaza” (ständige Bedrohung), que surge, como tal, del mismo “ahí” del Dasein (aus seinem »Da«). Lejos de poder encubrir tal amenaza, el “ser para (vuelto hacia) el fin(al)” debe, más bien, desplegarla de modo configurador, vale decir, interpretativamente, como la “indeterminación propia de la certeza” (die Unbestimmtheit der Gewißheit). Aquí se pone de manifiesto el componente de carácter disposicional-afectivo presente, como en todo comprender, también, y de modo peculiar, en el caso del precursar. Como se mostró en el tratamiento de la disposicionalidad afectiva en el § 29, todo “comprender” (jedes Verstehen) es un comprender afectivamente dispuesto (befindlich). En el caso de la muerte, que, cierta, se presenta en su indeterminación como “constante amenaza”, el modo de la disposicionalidad afectiva que coopera en su apertura, al mantener abierta la constante amenaza que emerge del más propio ser del Dasein, en su radical “individualidad singular” (vereinzelt), no es otro que el temple de la “angustia” (Angst). Su peculiar función de apertura consiste, pues, en poner al Dasein, por así decir, ante la nada (vor dem Nichts) de la posible imposibilidad de su existencia.[31] En la angustia el Dasein se angustia por su poder ser, como tal, y abre de ese modo para sí mismo su más extrema posibilidad. En la medida en que el precursar trae consigo la “individualización singularizante” (Vereinzelung) del Dasein,[32] que en ella llega a estar cierto de la totalidad de su propio poder ser, en esa misma medida pertenece a este peculiar modo de comprenderse el Dasein, desde su propio fundamento (zu diesem Sichverstehen des Dasein aus seinem Grund), el modo fundamental de la disposicionalidad afectiva (Grundbefindlichkeit) que es la angustia. En tal sentido, explica Heidegger, el “ser para (vuelto hacia) la muerte” es esencialmente angustia. Así lo muestra infaliblemente también, aunque de modo sólo indirecto, el correspondiente modo impropio o degradado del “ser para (vuelto hacia) la muerte”, en virtud del cual se modifica primero la angustia en mero “miedo cobarde” (feige Furcht) a la muerte, para luego poder superarlo, poniendo así de manifiesto, al mismo tiempo, el impulso que opera por detrás de todo este movimiento supuestamente superador, a saber: la cobardía ante la angustia misma (Feigheit vor der Angst).[33] El precursar que libera la muerte en su peculiar carácter (vgr. vale decir, como la posibilidad más propia, irreferible, insuperable y cierta, aunque indeterminada) hace posible así que ésta despliegue, por primera vez, todo su potencial liberador, el cual, como se vio, compromete el poder ser del Dasein, en su totalidad, vale decir, no sólo en su individualidad singular, sino también, y por lo mismo, en su “ser con” los otros. En tal sentido, el precursar puede ser caracterizado, como un todo, en términos de “libertad” (Freiheit), entendida la noción en el sentido que remite al quedar en franquía para sí mismo, que hace posible el modo propio del estado de abierto del Dasein. Por lo mismo, explica Heidegger, el precursar, al develarle al Dasein su estado de “perdido” en el “uno mismo” (Verlorenheit in das Man-selbst), lo pone ante la posibilidad de ser él mismo, sin buscar para ello el apoyo primariamente en el procurar por los otros, asociado con la ocupación con el ente intramundano (die besorgende Fürsorge). Pero este modo de ser su sí mismo se funda, como tal, en la “libertad para la muerte” (Freiheit zum Tode), que, en su carácter “apasionado” (leidenschaftlich) y “fáctico” (faktisch), está cierta de sí misma y se mantiene en la angustia, desligada de las ilusiones del uno (SuZ, § 53: 266).
Como se echa de ver, en ambos casos es la disposicionalidad afectiva, más precisamente, la angustia, como su modo fundamental, la que abre originariamente el sentido experimentado, allí donde se trata justamente del propio ser del Dasein, como “ser en el mundo”, y ello en su carácter de poder ser, que es en cada caso suyo. Dicha apertura, allí donde tiene efectivamente lugar, libera al Dasein de la sujeción al estado de interpretado del uno, tal como adquiere expresión en el habla cotidiana sobre el mundo, la existencia y, sobre todo, la muerte. En todos los casos, este modo de hablar da testimonio, de modo indirecto y bajo la forma de la descarga y la huida ante sí, del peculiar tipo de impregnación afectiva que posee el sentido experimentado, allí donde se trata de la estructura esencialmente autorreferencial del “ser en el mundo”, como cura. Todo lenguaje que articula expresivamente el miedo a la muerte y su pretendido apaciguamiento, lejos de dar testimonio de lo que sería un genuino distanciamiento afectivo, encubre, más bien, el más apasionado aferrarse a sí mismo, en el modo impropio del no querer saber nada de renunciar a sí. Por contraste, la “libertad para la muerte”, como modo propio del “ser para (vuelto hacia) el fin(al)”, no reprime la angustia sino que la libera, vale decir: deja abierto el sentido experimentado que ella impregna y determina decisivamente. La existencia se presenta así, en su carácter de finitud radical, sólo sobre la base del sentido abierto originariamente por la disposicionalidad afectiva. Heidegger no refiere aquí a determinadas formas específicas del discurso no apofántico que sirvieran para articular expresivamente el sentido abierto en el contexto radicalmente autorreferencial de experiencia que posibilita la “libertad para la muerte”. Entre la variedad de las posibles formas de articulación discursiva, Heidegger concede un lugar especialmente señalado, más bien, a aquella forma peculiarísima del discurso que representa el silencio, en el sentido preciso del “callar” (das Schweigen) (SuZ, § 34: 164 ss.), y ello en craso contraste con la forma del habla que es propia del uno, esto es, la “habladuría” (das Gerede) (§ 35).[34]
A modo de conclusión
El abordaje heideggeriano de la disposicionalidad afectiva resulta solidario con las premisas y la orientación básica de la ontología fundamental elaborada en SuZ, y ello en razón de su carácter radicalmente aleteiológico. Cuando Heidegger se detiene en el análisis de las funciones de la disposicionalidad afectiva en general o bien de algunos de sus modos específicos de concreción en los diversos temples particulares, se trata siempre, sobre todo, de determinar la naturaleza y el alcance del aporte que realizan, en cada caso, a la constitución del sentido experimentado, y ello dentro del marco más amplio provisto por el intento de establecer las condiciones que, en general, hacen posible la apertura del ente a la comprensión, su venida a la presencia. Todo ello tiene lugar, por lo demás, en el contexto provisto por el intento de liberar la problemática de las categorías, el sentido y la significación de los estrechamientos a los que condujo el enfoque fuertemente logicista que caracterizó históricamente a la ontología tradicional. Según el lapidario diagnóstico heideggeriano, la forzada reducción del campo de la ontología al campo de la apofántica no puede ser fenomenológicamente acreditada, sino que debe, más bien, ser revertida, por medio de un cuestionamiento radical de sus fundamentos.
La aleteiología expandida avistada por Heidegger pretende llevar a cabo el programa a la vez crítico y reconstructivo que se deriva de dicho diagnóstico. Una adecuada puesta en valor de la irreductible contribución de la disposicionalidad afectiva a la constitución del sentido experimentado y su articulación significativa es, como se ha visto, un capítulo central dentro de dicho programa. Pero también lo es, y fundamentalmente por las mismas razones, una radical reformulación del problema de la significación lingüística, que apunte, entre otras cosas, también a recuperar la peculiar función de articulación del significado que corresponde a las formas del discurso no apofántico, en sentido lato y estrecho, relegadas a las márgenes en las concepciones tradicionales sujetas a los prejuicios y dogmas del logicismo.
Naturalmente, quedaría por hacer todavía toda una inmensa tarea de detalle, si se pretendiera sistematizar adecuadamente la amplísima variedad de elementos que el programa esbozado por Heidegger debería intentar unificar en una concepción internamente consistente y fenomenológicamente acreditable. Frente a la vastedad inabarcable de tal panorama, me he limitado aquí al objetivo, muchísimo más modesto, de indicar brevemente algunas de las diversas vías que, a mi modo de ver, tal intento debería recorrer cuidadosamente. Toda otra pretensión hubiera sido ridículamente desmesurada, pues ni siquiera tengo seguridad de haber sido aceptablemente exitoso en lo poco que he podido hacer.
Bibliografía
Obras de Heidegger
Heidegger, M. (1955), Gelassenheit, Neske, Pfullingen.
— (1976a), Wegmarken (1919-1961) (GA 9), ed. F.-W. von Herrmann, Frankfurt, V. Klostermann Verlag.
— (1976b), Logik. Die Frage nach der Wahrheit (1925-1926) (GA 21), ed. W. Biemel, Frankfurt, V. Klostermann Verlag.
— (1983), Die Grundbegriffe der Metaphysik. Welt – Endlichkeit – Einsamkeit (GA 29/30), ed. F.-W. von Herrmann, Frankfurt, V. Klostermann Verlag.
— (1986), Sein und Zeit (SuZ), Tübingen, Max Niemeyer.
— (1987), Die Idee der Philosophie und das Weltanschauungsproblem (GA 56/57), ed. B. Heimbüchel, Frankfurt, V. Klostermann Verlag.
— (1989), Beiträge zur Philosophie (Vom Ereignis) (1936-1938) (GA 65), ed. F.-W. von Herrmann, Frankfurt, V. Klostermann Verlag.
Obras de otros filósofos
Gadamer, H. G. (1990), Wahrheit und Methode. Grundzüge einer philosophischen Hermeneutik, Gesammelte Werke, Mohr, Tübingen.
Husserl, E. (1974), Formale und transzendentale Logik (Hua XVII), Husserliana XVII, ed. Paul Jansen, Den Haag, Nijhoff.
— (1977), Ideen zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie (Hua III 1/2), Erstes Buch, ed. K. Schuhmann, Den Haag, Nijhoff.
— (1985), Erfahrung und Urteil (EU), ed. L. Landgrebe, con epílogo y registro de términos por L. Eley, Hamburg.
Kant, I. (1790), Kritik der Urteilskraft, ed. H. Klemme y P. Giordanetti, Hamburg 2001. (Cito la obra por la paginación de la segunda edición del texto original, publicada a fines de 1792, con fecha de 1793.)
Lask, E. (1923), “Die Logik der Philosophie und die Kategorienlehre”, en E. Lask, Gesammelte Schriften, ed. E. Herrigel, vol. II, Tübingen, pp. 1-282 (edición independiente de F. Kaulbach, con idéntica paginación y un epílogo: Tübingen 1993).
Bibliografía secundaria
Gethmann, C.-Fr. (1974), “Zu Heideggers Wahrheitsbegriff”, Kant-Studien 65, pp. 186-200. (Reproducido en Gethmann, 1993: 115-136.)
— (1989), “Heideggers Wahrheitskonzeption in seinen Marburger Vorle-sungen. Zur Vorgeschichte von Sein und Zeit”, en Forum für Philosophie Bad Hom-burg, pp. 101-130. (Reproducido en Gethmann, 1993: 137-168.)
— (1993), Dasein: Erkennen und Handeln. Heidegger im phänomenolo-gischen Kontext, Berlin-New York
Glatz, U. B. (2001), Emil Lask. Philosophie im Verhältnis zu Weltanschauung, Leben und Erkenntnis, Königshausen und Neumann, Würzburg.
Lee, N.-I. (1993), Edmund Husserl’s Phänomenologie der Instinkte, Kluwer, Dordrecht.
Opilik, K. (1993), Transzendenz und Vereinzelung. Zur Fragwürdigkeit des Transzendentalen Ansatzes im Umkreis von Heideggers “Sein und Zeit”, Alber, Freiburg-München.
Ramos dos Reis, R. (2013), “As obras do tédio: o abandono da tese da pobreza de mundo nos Conceitos Fundamentais da metafisica”, tiposcripto.
Stolzenberg, J. (ed.) (2007), Kant in der Gegenwart, Berlin-New York.
Tugendhat, E. (1967), Der Wahrheitsbegriff bei Husserl und Heidegger, De Gruyter, Berlin
Vigo, A. G. (2008), Arqueología y aleteiología, y otros estudios heideggerianos, Biblos, Buenos Aires.
— (2013), “Categorías y experiencia antepredicativa en el entorno de Sein und Zeit”, en de Lara, F. “Lógos – Lógica – Lenguaje”, Studia Heideggeriana, vol. II, pp. 71-128.
Wieland, W. (2001), Urteil und Gefühl. Kants Theorie der Urteilskraft, Göttingen.
— (2007), “Die Lust im Erkennen: Kants emotionales Apriori und die Rehabilitierung des Gefühls”, en Stozenberg, 2007: 291-316.
- Una primera versión de este trabajo fue presentada a modo de conferencia en el II Congreso Internacional de la Sociedad Iberoamericana de Estudios Heideggerianos (SIEH) “Heidegger: la cuestión de la afectividad”, organizado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (Puebla, México) y la Alexander von Humboldt Stiftung (Bonn, Alemania), Puebla, México, entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre de 2013. Agradezco a los participantes del congreso, en particular, a los profesores Dr. Alberto Rosales y Dr. Bernardo Ainbinder, por sus observaciones, sugerencias y preguntas. La versión final del trabajo, que incluye ampliaciones y cambios sustanciales, forma parte del Proyecto de Investigación “Acción, emociones, identidad. Elementos para una teoría de las sociedades tardomodernas” (FFI2012-38737-C03-01), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, España. Quiero agradecer muy especialmente a mi estimado colega y amigo Dr. Ángel Xolocotzi por la generosidad y la paciencia que ha mostrado a la hora de comprender mis dificultades y mis demoras.↵
- Departamento de Filosofía, Instituto Cultura y Sociedad (ICS) y Universidad de Navarra.↵
- Para la caracterización del conocimiento en términos de “depotenciación vital” cf. GA 56/57, § 17, con la remisión laudatoria (p. 88). Para la contraposición laskiana de “vivencia” (Erleben) o “vida” (Leben) y “conocimiento” (Erkennen), especialmente, con referencia al problema del acceso originario al ámbito de lo categorial, véase Die Logik der Philosophie und die Kategorienlehre, 1923: 189 ss. Una buena discusión de la concepción laskiana de la relación entre conocimiento y vida se encuentra en Glatz, 2001: caps. IV-V.↵
- En la segunda parte de WM, Gadamer presenta la discusión del problema de la comprensión en las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften) expresamente como el intento de una “expansión de la cuestión de la verdad” (Ausweitung der Wahrheitsfrage) (cf. WM: 177 ss.). La cuestión de la verdad había sido abordada previamente, en la primera parte, dentro un ámbito originario sustraído, como tal, a todo posible acceso metódicamente mediado, a saber: el ámbito de la experiencia estética y de la ontología de la obra de arte. En rigor, desde el punto de vista del modo tradicional de plantear el problema, la decisión metódica de comenzar por el ámbito del arte constituye ya un paso inicial decisivo en la mencionada estrategia de expansión.↵
- Cf. SuZ: 154.↵
- Para la conexión de ontología formal y apofántica formal en Husserl, cf. Hua XVII, §§ 41-44; véase también EU § 1; Hua III 1/2, § 134, donde se habla de una “doctrina formal apofántica” (apophantische Formenlehre), como núcleo de la teoría que unifica las diversas formas del juicio y la modalidad. La diferencia entre “apofántica formal” y “ontología formal” debe entenderse, según Husserl, no como una diferencia en los ámbitos de objetos correspondientes a cada una de las dos disciplinas, sino, más bien, como una diferencia en la “actitud” (Einstellung) respecto de un ámbito de objetos formalmente idéntico.↵
- Baste mencionar aquí, en razón de su carácter paradigmático, la crítica de E. Tugendhat, quien, en su ya clásica investigación sobre el concepto de verdad en Husserl y en Heidegger, denuncia a la concepción heideggeriana de la verdad por conducir nada menos que al abandono de la “idea de responsabilidad crítica” y, con ello, también a una “autoentrega de la filosofía” (cf. Tugendhat, 1967: 404). Dejando de lado lo que puede ser su componente cuasi-ideológico, la crítica de Tugendhat ha sido, en sus aspectos de detalle, convincentemente respondida por C.-Fr. Gethmann (cf. Gethmann, 1974 y 1989: 103 ss., 114 y 117 ss.).↵
- Cf. SuZ, § 34: 161: “Die befindliche Verständlichkeit des In-der-Welt-seins spricht sich als Rede aus. Das Bedeutungsganze der Verständlichkeit kommt zu Wort. Den Bedeutungen wachsen Worte zu. Nicht aber werden Wörterdinge mit Bedeutungen versehen”. Desde el punto de vista que aquí interesa, conviene llamar la atención sobre el énfasis que deposita Heidegger en el carácter integral que posee la articulación significativa que viene a la expresión en el lenguaje, y ello justamente en la medida en que articula lo abierto en un comprender que está siempre, a la vez, afectivamente dispuesto. ↵
- Cf. por ejemplo SuZ, § 51: 252: “Das Fundament der Auslegung bildet ein Verstehen, das immer auch ein befindliches, das heißt gestimmtes ist”. Para la tesis de la co-originariedad de Befindlichkeit y Verstehen, véase § 31, donde se introduce la caracterización complementaria del comprender (Verstehen) como proyecto yecto o arrojado (geworfener Entwurf).↵
- Cf. SuZ, § 29: 138, bajo referencia a Metafísica I 2, 982b22 ss.↵
- Cf. SuZ, § 34: 161: “Die Hinausgesprochenheit der Rede ist die Sprache”.↵
- Cf. SuZ, § 34: 162: “Die Rede ist die bedeutungsmäßige Gliederung der befindlichen Verständlichkeit des In-der-Welt-seins”.↵
- Cf. SuZ: 158. Para una discusión más amplia del esquema derivación elaborado por Heidegger, me permito remitir a Vigo, 2008, “Estudio 4”: 87-115.↵
- En este sentido, puede verse el contraste entre el modo poético de hablar del sol, tal como lo hace el coro en la Antígona de Sófocles (vv. 100 ss.), y el modo propio del discurso astronómico, tal como lo establece Heidegger ya en el § 15 de GA 56/57, en el marco de la oposición entre dos modos de la experiencia del ente y el mundo, a saber: por un lado, la “vivencia del mundo circundante” (Umwelterlebnis), cuyo correlato es el “acontecimiento del mundo circundante” (Umweltereignis) y, por el otro, el acceso puramente constatativo (Feststellen) propio del “conocer” (Erkennen), cuyo correlato viene dado por el mero “proceso” (Vorgang).↵
- Interesantes referencias a la originaria función de apertura que cumplen las tendencias instintivas se encuentran en el tratamiento del comportamiento animal contenido en los §§ 58-61 de GA 29/30. Heidegger no ofrece, en cambio, nada comparable en relación con la función de apertura que desempeñan las tendencias instintivas en el caso específico del ser humano. Como se sabe, en Husserl se encuentran, en cambio, desarrollos considerablemente amplios sobre este asunto. Para una presentación de conjunto, cf. Lee, 1993.↵
- Cf. Vigo, 2013.↵
- Cf. SuZ: 65.↵
- Cf. SuZ, § 13: 61; § 15: 69; § 16: 74; § 53: 263; § 56: 273. No hace falta recalcar que el contraste establecido en SuZ entre el trato práctico-operativo, iluminado por el “ver en torno” (Umsicht) y el acceso teórico-constatativo, sobre la base del mero “dirigir la mirada” (Hinsehen, Hinsicht), no pretende, en modo alguno, agotar los diferentes posibles modos de acceso al ente intramundano, sino que está diseñado a la medida de los objetivos teóricos inmediatos que Heidegger pretende alcanzar en el marco de la ontología fundamental, de carácter puramente preparatorio, esbozada en la obra. Dentro de la variedad de los modos de experiencia que podrían añadirse, en lo que concierne al papel que juega la afectividad y, en general, el sentimiento (Gefühl) en la constitución del sentido experimentado, un caso particularmente importante es, como nadie ignora, el de la experiencia estética. Si, por ejemplo, se considera el análisis llevado a cabo por Kant en el tratamiento del juicio puro de gusto de Kritik der Urteilskraft, se tiene el caso de un contexto de experiencia en el cual el carácter puramente contemplativo del correspondiente modo de acceso al ente, a la vez que desactiva los vínculos afectivos y emocionales propios del trato práctico-operativo, abre originariamente un nuevo espacio de experiencia afectivo-emocional, que es aquel al que pertenece el sentimiento de lo bello. Lo peculiar del tipo de acceso que Kant tiene aquí en vista reside en el hecho de que el acceso contemplativo a través de la mera percepción va acompañado, en el caso de la experiencia estética, por una prestación reflexiva, que no aboca a ningún acto de determinación: se trata, pues, de lo que Kant caracteriza en alguna ocasión como “percepción reflexionada” (reflektierte Wahrnehmung) (cf. Kritik der Urteilskraft, “Einleitung” VII: XLVI). En rigor, el acceso puramente contemplativo, allí donde desactiva realmente toda vinculación interesada con el objeto, abre, a juicio de Kant, la posibilidad de hacer, en la reflexión sobre la mera forma del objeto percibido, un nuevo tipo de experiencia afectivo-emocional que, sin depender causalmente del objeto, encuentra en él, por así decir, la ocasión de su propio despliegue. Se trata, como es sabido, de la experiencia correspondiente al peculiar sentimiento de placer que se produce en presencia de lo que se muestra como bello. El empleo del predicado “bello”, en un enunciado del tipo “esto (dado en la percepción) es bello”, que expresa el correspondiente juicio puro de gusto, constituye, pues, de acuerdo con el análisis kantiano, un caso peculiarísimo de impregnación afectiva, en el cual el sentimiento contribuye de modo decisivo a la constitución del sentido experimentado, como un todo, y ello incluso en ausencia de todo tipo de mediación conceptual. En la medida en que queda inmediatamente vinculado con la reflexión y no es causado de modo directo por el objeto mismo, el sentimiento de lo bello reconoce, para Kant, un origen apriorístico, pues tiene su fuente en el libre juego (freies Spiel) de las facultades cognoscitivas a que da lugar la reflexión sobre lo percibido, esto es, en el libre juego de entendimiento (Verstand) e imaginación (Einbildungskraft). Según Kant, este peculiar tipo de sentimiento sólo puede originarse, por tanto, en un contexto de experiencia que posee un carácter, por así decir, cuasi-cognoscitivo, en la medida en que la reflexión se apoya aquí sobre lo que se ofrece en el acceso meramente contemplativo a través de la percepción y da lugar, además, a un juego libre de las facultades cognoscitivas. Las conexiones entre la experiencia estética, en el sentido aquí indicado, y la experiencia cognoscitiva son, a juicio de Kant, incluso mucho más amplias que lo que se acaba de indicar, pues no sólo se puede hablar de cierta prehistoria estética del conocimiento, en la misma medida en que los actos cognoscitivos de determinación aparecen ellos mismos como mediados por la reflexión, sino que, además, puede decirse que, de alguna manera, toda experiencia cognoscitiva alberga en sí cierto potencial estético, en la medida en que pueda ser convertida en punto de apoyo para la reflexión. Para una brillante discusión de éstas y otras conexiones en el análisis kantiano del juicio puro de gusto, véase Wieland, 2001, esp. caps. IV-VII; para la conexión entre placer de reflexión (Reflexionslust) y conocimiento (Erkennen), véase también Wieland, 2007. No hace falta recalcar la relevancia de la concepción elaborada por Kant para el asunto discutido en este trabajo, pues salta por sí sola a la vista. También la concepción aristotélica referida al efecto catártico de la contemplación del acontecer representado en la tragedia tematiza condiciones que dan cuenta de la posibilidad de nuevas formas de la experiencia afectiva o emocional, en contextos ficcionales de carácter cuasi-cognoscitivo (cf. Poética 6, 1449b24-28). Para una breve consideración de este aspecto, me permito remitir a la discusión en Vigo, 1996: 474 ss. ↵
- Cf. SuZ: 157.↵
- Cf. GA 21, § 12 b): 157.↵
- Cf. GA 29/30, § 72 h): 476 ss.; § 73 d: 498 ss. Los ejemplos de los que se vale aquí Heidegger corresponden, en todos los casos, al nivel de experiencia que corresponde al trato práctico-operativo que se ve de algún modo perturbado o impedido y, correlativamente, al modo de presentación del ente intramundano que corresponde al fenómeno esencialmente transicional del así llamado “útil cosa” (Zeugding), como caso defectivo del “ser a la mano” (Unzuhandenheit). Se trata, en definitiva, de los contextos a partir de los cuales se orienta el análisis del “útil” (Zeug) en el § 16 de SuZ, a los efectos de poner de relieve, de modo indirecto, los rasgos de “no llamatividad” (Unauffälligkeit), “pertinencia” o “no impertinencia” (Unaufdringlichkeit) y “no insistencia” (Unaufsässigkeit), que caracterizan lo que es “a la mano” en su contexto más propio de presentación, es decir, en el contexto del trato práctico-operativo no impedido (para el empleo de la noción de “útil cosa”, véase esp. p. 73). Que los ejemplos de Heidegger correspondan aquí a casos en los cuales lo que viene a la expresión lingüística es el sentido experimentado en un contexto de perturbación o impedimento del trato práctico-operativo con lo “a la mano” no resulta sino natural si se tiene en cuenta que el trato no impedido suele tener lugar sin que se hable de modo directo de lo que se está haciendo en cada caso. Esto implica, a su vez, que el componente disposicional-afectivo del sentido así experimentado (vgr. el correspondiente sentimiento de comodidad, agrado, logro, etc.) tampoco suele venir a la expresión lingüística de modo directo, aunque bien puede expresarse indirectamente, incluso sin valerse de palabras, por ejemplo, en el silbar o el cantar con que se acompaña el trabajo. Los ejemplos de Heidegger permiten advertir, además, que no sólo los predicados pueden desempeñar funciones precisas en la expresión del componente disposicional-afectivo del sentido experimentado. Por cierto muchos de ellos están destinados, desde un comienzo, a tal tipo de función expresiva y otros la adquieren en el uso dentro de determinados contextos. Pero a ello se añade, además, la importantísima función de articulación expresiva que cumplen las modificaciones adverbiales, en la medida en que sirven para articular momentos de significación que dan cuenta de modo directo de la contribución de la disposicionalidad afectiva a la constitución del sentido experimentado, como un todo. En los ejemplos mencionados por Heidegger, llama la atención en este sentido el adverbio “demasiado” (zu) empleado para caracterizar al martillo como “demasiado pesado” (zu schwer) o bien a la tiza como “demasiado arenosa” (zu sandig). En el tratamiento del § 12 b) de Logik Heidegger llama expresamente la atención sobre varias de las conexiones aquí señaladas (cf. GA 21: 154 ss.).↵
- Cf. SuZ: 137.↵
- Cf. SuZ: 140-141.↵
- Cf. SuZ: 141-142. ↵
- En este punto se podría establecer una comparación con los elementos que aporta el análisis de las formas no profundas del aburrimiento en GA 29/30, a saber: 1) la primera forma, el “aburrirse de algo” (das Gelangweiltwerden von etwas) (§§ 19-23), y 2) la segunda, el “aburrirse al (hacer algo)” o “con (algo)” (das Sichlangweilen bei etwas) (§§ 24-28), en cuyo análisis comparece también todo un vocabulario diferenciado. Por ejemplo, en el caso de 1), se considera el uso predicativo adjetivos como “aburrido” (langweilig), etc., para referir a lo que sería una suerte de “propiedad”, al decir, por caso que algo/alguien es “aburrido” (langweilig), “pesado” o “lento” (schleppend), “vacuo” o “monótono” (öd), “no excitante” (nicht-aufregend), con el énfasis en el carácter bifronte de la correspondiente “propiedad”, en la medida en que pertenece al “objeto” (objektzugehörig) y, a la vez, hace referencia al “sujeto” (subjektbezogen) (§ 21: 124 ss.). Por su parte, en el caso de 2), se tiene expresiones como “no sé qué (hacer / me pasa, etc.)” (ich weiß nicht was), que articulan la indeterminación del “aburrirse al (hacer algo)” o “con (algo)”, sin que los objetos, las personas, etc., aparezcan ellos mismos como “aburridos” (§ 25: 174).↵
- Cf. SuZ, § 9. Cuando en conexión con el análisis heideggeriano hablo de formas expresas de autorreferencialidad, no pretendo aludir a las diversas posibles formas del acceso temático a sí mismo por parte del Dasein, por caso, a través de la reflexión, ni mucho menos a las diversas posibles formas de la introspección. Por el contrario, tengo en vista formas esencialmente ejecutivas del saber de sí y la experiencia de sí, de índole irreductiblemente proyectiva y dotadas, como tales, de una peculiar acentuación autorreferencial, que trae al primer plano momentos que en los contextos más habituales de ocupación con el ente intramundano quedan fuertemente relegados al trasfondo, incluso y particularmente allí, donde el Dasein “piensa” o “reflexiona” temáticamente sobre sí mismo.↵
- Cf. SuZ: 188. En este punto, salta a la vista la conexión con el análisis del “aburrimiento profundo” (tiefe Langeweile), la tercera forma de aburrimiento, que Heidegger lleva a cabo en los §§ 29-38 de GA 29/30. En efecto, también en el caso del aburrimiento profundo Heidegger pone de relieve las virtualidades positivas vinculadas con la posibilitación (Ermöglichung) del Dasein, como tal, vale decir, en su genuino “sí mismo” (Selbst), como “poder ser” (Seinkönnen) (cf. § 31 b): 211 ss.). Por lo mismo, Heidegger enfatiza también la conexión del aburrimiento profundo, en su función originaria de apertura, con la posibilidad de la “libertad” (Freiheit) del Dasein en su “más íntima necesidad” (die innerste Notwendigkeit) (cf. § 38: 247). En el curioso pero impresionante desarrollo de esta lección, hay claras indicaciones en el sentido de que Heidegger pretende no sólo analizar externamente el fenómeno del aburrimiento, sino, a la vez, también actuarlo de una peculiar manera, en el curso de la lección misma, en la medida en que llama la atención sobre el hecho de que es justamente el temple del aburrimiento el que determina la situación hermenéutica de la que la lección se debe hacer cargo, por caso, allí donde lleva a cabo el examen del fenómeno de la vida animal. Desde esta perspectiva, ganan especial significado aspectos que, de otro modo, parecerían poco comprensibles, como, por caso, el curioso modo en el que Heidegger critica y, en cierto modo, deja en suspenso la validez de la tesis de la “pobreza de mundo” (weltarm, Weltarmut) del animal, desarrollada largamente en la parte central de la lección (§§ 45-61), para retenerla sólo a título de problema que ya no puede ser abordado en ese mismo contexto de tratamiento y que conduce, en cambio, a un nuevo tratamiento del fenómeno del “mundo” (cf. § 63). Para un excelente análisis de la conexión entre el tratamiento del aburrimiento y la discusión de la tesis relativa a la pobreza de mundo, cf. Ramos dos Reis, 2013, que llama la atención también sobre aspectos vinculados con la presencia de un componente irreductiblemente performativo en la argumentación desarrollada por Heidegger.↵
- Cf. SuZ, § 53: 260.↵
- Cf. SuZ, § 53: 262-262.↵
- Cf. SuZ, § 53: 263.↵
- Cf. SuZ, § 53: 265-266.↵
- Vierto el término Vereinzelung como “individualización singularizante” para recalcar que lo que está en juego es aquí es la posibilidad de la (recuperación de la) radical individualidad y singularidad del Dasein, como sí mismo propio. El término es empleado, en este mismo sentido, también en el marco del análisis de la “(voz de la) conciencia” (cf. § 60: 295; § 62: 307; cf. también § 64: 322, donde el contexto es el análisis del carácter de “sí mismo” [Selbstheit] del Dasein, a partir de la estructura de la cura). Como ha enfatizado acertadamente K. Opilik, el motivo de lo que él mismo denomina una “radical agudización” (radikale Zuspitzung) hacia la individualidad singular del Dasein juega un papel central en el análisis de la función originaria de apertura que desempeña el aburrimiento profundo, tal como Heidegger lo lleva a cabo en GA 29/30, poniendo de relieve la esencial copertenencia de los momentos opuestos de la mayor amplitud posible, en dirección del horizonte del trascender, por un lado, y la más radical indivualización singularizante, en dirección del Dasein, como “sujeto” del trascender, por el otro. Para el desarrollo de este punto, véase Opilik, 1993: 168 ss.; para la noción de agudización, cf. GA 29/30, § 31 b): 216: Spitze, Zuspitzung.↵
- Cf. SuZ, § 53: 266.↵
- Desde el punto de vista sistemático, se ofrece aquí el punto de transición que permitiría abordar la conexión existente entre la originaria función de apertura de la angustia, como modo fundamental de la disposicionalidad afectiva, por un lado, y la posibilidad de la genuina filosofía, que, como tal, debe tener lugar necesariamente en el modo de la propiedad. Por cierto, para Heidegger, la propiedad del existir no adquiere necesariamente la forma de la vida filosófica. Más bien, es la filosofía la que, como proyecto existencial, está sujeta a la misma alternativa que enfrenta inevitablemente también todo otro modo concreto de hacerse cargo de sí por parte del Dasein, esto es, la alternativa entre el modo propio y el modo impropio del existir. Tal alternativa se le presenta a la filosofía con un carácter particularmente nítido y acuciante, en la medida en que ella misma pretende ser un proyecto radical de autotransparencia por parte del Dasein. Como se sabe, Heidegger explora expresamente la conexión estructural entre el temple de la angustia y la posibilidad del genuino preguntar en el escrito sobre la metafísica de 1929 (cf. WM). Por cierto, la tematización de los presupuestos disposicional-afectivos del filosofar gana protagonismo en los años que siguen a la publicación de SuZ. Y, de hecho, ya el análisis del aburrimiento profundo de GA, 29/30, presenta toda una serie de elementos que apuntan en esa dirección. Posteriormente, son otros temples fundamentales los que aparecen esencialmente conectados con la posibilidad de la genuina filosofía. En el caso de Beiträge (GA 65), por ejemplo, como modos fundamentales de la disposicionalidad afectiva (Grundstimmung), se compara el “asombro” (das Er-staunen), vinculado con el “primer comienzo” (der erste Anfang) de la filosofía en Grecia, por un lado, y el “columbrar” (das Er-ahnen), vinculado con el “otro comienzo” (der andere Anfang), correspondiente al pensamiento ontohistórico, por el otro (cf. § 6). En conexión con el tema del otro comienzo, una función clave se asigna también al temple que Heidegger denomina la “retención” o bien la “reserva” (Verhaltenheit) (cf. § 13). Posteriormente, en la época de los escritos dedicados a meditar la esencia de la técnica, como configuración epocal del ser, se asigna un papel protagónico al temple de la “serenidad” o el “desasimiento” (Gelassenheit), en conexión con la posibilidad del pensar meditativo (das bessinnliche Denken), como opuesto al “pensar calculador” (das rechnende Denken) (cf. Gelassenheit). No es posible abordar aquí toda la amplia gama de elementos y aspectos relevantes que ofrecen, con diversas acentuaciones y desplazamientos, los textos mencionados y también otros, en los cuales la conexión entre disposicionalidad afectiva y filosofía juega, de diversos modos, un papel destacado. ↵