Otras publicaciones

9789877231076_frontcover

9789877230178-frontcover

Otras publicaciones

12-2770t

12-3054t

Tercera parte.
El tango y la escuela

Génesis simultánea, recorrido paralelo

Si hay una institución en donde el conflicto entre cultura popular y cultura institucional se hace más evidente, esa es la escuela.

Es que en su preocupación por formar a los niños en una forma integral, la currícula escolar siempre tuvo un especial cuidado en el tipo de contenido que presentaba a los educandos. En esa dirección, la cultura popular –y especialmente la música– siempre ha sido vista con recelo, y su contenido tratado con mucha distancia, o incluso ignorado.

En nuestro país, el origen del tango y de la escuela moderna son simultáneos y paralelos. Es por ello que, al leer el contenido de los programas de música de las escuelas de fines de siglo XIX y observar al mismo tiempo el rápido surgimiento y consolidación del tango como género popular de la ciudad de Buenos Aires, se percibe con mayor claridad la brecha entre la formación institucional que un niño recibía durante el día, y el tipo de consumo cultural al que se encontraba expuesto puertas afuera de la escuela.

La presente sección está orientada a presentar, básicamente, las primeras décadas de este recorrido paralelo. Decidimos comenzar con la Ley de Educación de 1884, y culminar con 1917, año en que el primer tango cantado moderno –“Mi noche triste”– es llevado al disco por Carlos Gardel. Simbólicamente, podemos considerar esa grabación como el momento de la legitimación final del tango dentro de la sociedad.

Otros artículos de la sección incluyen la creación de las canciones patrias, y cómo se fue construyendo la conformación de los actos escolares en el cambio de siglo y los festejos del Centenario de la Independencia, ocurridos en 1910.

Guada Aballe –docente e investigadora de la temática escolar y la Buenos Aires de principios del siglo XX– realizó una serie de artículos vinculados al origen de la legislación educativa. Interesa observar cómo la creación de leyes –antecedentes de lo que luego sería la conformación final del Estatuto del Docente en las décadas del 40 y 50– está basada en casos particulares, en la necesidad de acuerdos y en las diferencias culturales y sociales de esa masa de niños que, fruto de la inmigración masiva de fines del siglo XIX y principios del XX, provenían de los orígenes más diversos. Nos pareció relevante incluirlos, además, para poder contextualizar una etapa en donde la institución educativa sentó sus bases estructurales, las cuales se mantendrían casi inalterables en su esencia hasta nuestros días.

Aballe también presenta un artículo sobre la escolaridad de Carlos Gardel, que incluimos en este trabajo por juzgarlo el máximo ícono del tango y la ciudad de Buenos Aires, y porque además dicha escolaridad ocurrió entre 1897 y 1904; es decir, precisamente en los años en que la escuela moderna comienza a consolidarse en el país.

Un segundo artículo sobre el último año de escolaridad de Gardel presenta un análisis de cómo era la modalidad de las escuelas particulares a través del ejemplo del Colegio San Estanislao. El artículo sirve, además, para reflexionar sobre las particularidades de la Ley de Educación, y la complejidad de la relación entre el Estado nacional y la Iglesia católica, aun en su época más álgida.

Finalmente, presentamos una experiencia actual con estudiantes de un colegio secundario en relación con una visita a la Casa Museo Carlos Gardel, y sus consabidas reflexiones sobre la figura del artista y el tango en la actualidad.

La música en el programa escolar

Para introducirnos en el tema, vamos a analizar primero un poco el contenido y la metodología de la asignatura Música en la enseñanza moderna.

En Argentina, los métodos europeos se incorporaron rápidamente a la enseñanza musical formal. Todos los métodos incluían, casi indefectiblemente, el canto como herramienta principal (es de suponer, entre otras cosas, que una de las causas fue la relación de costo-beneficio).

Por el citado año 1874, empezábase a prestar mayor atención al canto escolar –recordaba F. G. Harmann en uno de los más tempranos análisis historiográficos de la educación argentina– (…) en aquel tiempo se hacía cantar para recreo, algo para dilatar pulmones y mucho para amenizar actos públicos.

En pocos años, el rol del canto cobraría una importancia relevante:

La música es un medio esencialmente educativo. Para obtener los resultados que se pretenden en la escuela, es necesario enseñarle tomando como base el canto. (…) es un importante factor educativo del sentimiento, que estimula las inclinaciones simpáticas y dulcifica el carácter, que contribuye a la integridad de la enseñanza y a despertar las aptitudes, que sirve de recreo y contrapeso al intelectualismo, que educa el oído y la voz que forma hábitos de atención, y finalmente, que favorece la disciplina escolar.[1]

En 1884 –año de la implementación de la Ley Nacional de Educación–, y con motivo del cierre del año y la distribución de los certificados de aprobación, se realizaron actos en cada una de las escuelas. En el ocurrido en la Escuela Graduada de Niñas del 6° distrito, ya se muestran los beneficios del sistema recientemente incorporado:

… sorprendieron muy agradablemente los solfeos y los coros cantados por las alumnas, figurando entre estos últimos uno de Hugonotes, Angelo de Caritá y el Ave María. No puede negarse que los cantos van dando muy buenos resultados en nuestras escuelas, siendo dignos de ser escuchados.

Hasta allí, el sistema pedagógico esencial para enseñar el canto era a través de la repetición. Al crecer en forma casi exponencial la cantidad de niños incorporados al sistema educativo, la formación musical sufrió evidentes desajustes. Se buscó entonces proporcionar otros elementos pedagógicos más allá de la simple audición, pues esta tenía “un valor muy limitado e inferior, puesto que solo educa a imitar sonidos y a recordarlos, como podrían hacerlo los papagayos” (J. H. Figueira, 1894).

Sin embargo, la dificultad de volcar la enseñanza musical al canto como herramienta principal y casi exclusiva era la idoneidad de los docentes encargados de coordinar ese conocimiento.

Una propuesta, tomada del sistema educativo norteamericano, fue la de crear un superintendente de música. Su función debía ser la de ordenar el trabajo de los maestros y mostrarles cómo hacerlo. Para tal fin, se proponían conferencias, visitas a las escuelas, observación de clases, etc. Para aumentar “el estímulo” de los docentes a aprender a cantar para luego poder transmitirlo, se propuso discutir su estabilidad laboral.

La idea de que están obligados a entender el asunto y a aprender a cantar ellos mismos o a perder su puesto, disipa de una manera admirable estas frases de los maestros: “No tengo don natural”, “no puede ser”, “rebaja la dignidad del maestro”, “el cantar es cosa de tontos”, y el adelanto se manifiesta por sí solo.[2]

La formación docente

En 1894, el Conservatorio de Música de Buenos Aires –uno de los principales formadores de docentes en el área de música– pasó a depender del Gobierno nacional. El programa que presentaba estaba dividido en cuatro secciones:

  1. Teoría Musical (solfeo colectivo e individual)
  2. Escuela de Canto (canto individual, canto colectivo y declamación lírica)
  3. Escuela Instrumental:
    1. Instrumentos de teclado (piano y órgano)
    2. Instrumentos de cuerda (violín, viola, violoncelo y contrabajo)
    3. Instrumentos de madera (flauta, oboe, clarinete y fagot)
    4. Instrumentos de cobre (trompa, trompeta, trombón, tuba)
  4. Escuela Superior de Teoría Musical: Armonía, Contrapunto, Fuga, Estudio de las Formas y Orquestación.

Como se ve, no hay la menor mención a instrumentos ni géneros musicales autóctonos. A partir de allí, el criterio de la educación musical del resto del sistema educativo se basó en esta escala de valores y contenidos, y difería únicamente en el nivel de dificultad. En 1897, el consejo nacional de educación presentó su nuevo programa para los aspirantes a optar el cargo de profesor en las escuelas públicas. Este comprendía:

  • Exponer una lección de la teoría, sorteada por el jurado (la teoría incluía solfeo y pentagrama, notas y figuras rítmicas, compases regulares e irregulares, escalas diatónica y cromática, intervalos, modulación, escala de quinta, adornos, abreviaturas, nociones de estética musical).
  • Lectura a primera vista de una lección manuscrita de entonación en las siete claves.
  • Transportar a primera vista a un tono ascendente o descendente sorteado por el jurado el acompañamiento de una canción escolar.
  • Leer en voz alta la poesía de una canción sorteada por el jurado, comentarla y luego cantar acompañándose al piano.
  • Ejecutar al piano una pieza o estudio a elección del concursante.

Los manuales escolares

Método de solfeo de Hilarión Eslava. (Fuente: archivo personal del autor).

Vamos a ver algunos de los libros de texto de música aprobados entre 1888 y 1900 para la enseñanza escolar, y sus autores.

Método de solfeo, por Hilarión Eslava

Miguel Hilarión Eslava Elizondo nació en Burlada, Navarra, el 21 de octubre de 1807. Estudió órgano, violín y piano con Julián Prieto, y composición con Francisco Secanilla. En 1854 fue nombrado profesor de composición del Conservatorio de Madrid, centro que once años más tarde pasó a dirigir.

Fue uno de los fundadores del grupo La España Musical, dedicado a defender la ópera española. Considerada una de las obras pedagógicas más importantes de Eslava, el “método completo de solfeo” será utilizado durante más de un siglo como material de enseñanza en los conservatorios. Se divide en las siguientes partes: Conocimientos preliminares – Intervalos – Del modo de escribir la música dictada – De las claves.

Al presentarse el libro, la comisión encargada de aprobar los textos de música, dibujo y ciencias naturales en 1888 para las escuelas primarias de la Argentina, definió:

respecto del Método de Eslava, no es el discípulo entusiasta ni el maestro convencido del éxito el que habla en este momento: es la general aceptación de casi todas las academias y escuelas de España, y muchas corporaciones del resto de Europa y de las Américas, es el fallo de todos los doctos.

Sobre las quejas por su dificultad para la enseñanza a los niños de primaria –que al parecer, eran muchas– el inspector aseguraba que

entregando la enseñanza de la Música a verdaderos músicos, no hay método difícil. En efecto, si es verdad que el Método de Eslava aparece, para niños, demasiado profundo, lo es también que el mismo autor salva la dificultad presentando un tan claro, tan bello, tan progresivo y lógico análisis de la ciencia del sonido, que con ayuda de discretos intérpretes, la infancia más tierna saca en breve tiempo el provecho mayor posible, y basado sobre los más sólidos principios.[3]

Tratado de música, por Saturnino Berón

En segundo lugar, se propuso y aceptó el libro de Berón. Saturnino Filomeno Berón era argentino, nacido en Paraná el 29 de noviembre de 1847. En 1863 ingresó al Ejército en el Batallón 7 de Infantería de Línea; cuatro años más tarde, fue nombrado subdirector de la Banda Militar de la Brigada de Artillería. Luego de perfeccionar sus estudios musicales en Italia, fue nombrado director de la Banda de la Policía de la Capital. Compuso numerosas marchas e himnos militares, como “Himno a Rivadavia”, “Soldado valiente”, “El primer albor” (diana), “Lola” (polca) y su obra más conocida, “Paso de los Andes”, estrenada con motivo de la llegada de los restos del libertador general San Martín a la Argentina. El libro de texto propuesto se llamaba Tratado completo de la música moderna, dividido en tres partes. Fue publicado en 1889 (en ese momento Berón era teniente coronel), y ganó un concurso realizado por el Consejo Nacional de Educación, y premiado en la Exposición de Chicago (EE. UU.) en 1893.

Sobre el libro de Berón, la comisión lo definió como

un discreto y concienzudo trabajo, suma y compilación de las mejores leyes musicales modernas, un estudio técnico y práctico a la par que comprende todo lo acertado, todo lo bueno que han dicho hasta ahora los mejores preceptistas contemporáneos.

Abecedario musical, por J. G. Panizza

Juan Gracioso Panizza fue violoncelista, director de orquesta y compositor. Nació en Gazzuolo (Mantua, Italia), en 1851. Estudió en el Conservatorio de Milán. En 1875 vino a Buenos Aires contratado por el empresario Ferrari para desempeñarse como primer violoncelo de la orquesta del teatro Colón; nunca se iría. Ese año se transformó en el director de la recién fundada sociedad musical La Lira. Fue asimismo profesor de canto en escuelas de canto y escuelas normales. Autor de numerosas obras, como la opereta “Capitán Bastogge” y el poema sinfónico “El paraíso perdido”, también fue un importante pedagogo. Creó, entre muchos otros trabajos, el Método de solfeo y lectura musical (para la enseñanza en las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires); y dos versiones del “Himno Nacional Argentino” (para uso de las clases infantiles). Fue, además, el padre del prestigioso músico Héctor Panizza.

En 1885 escribió el Nuevo abecedario musical, expresamente para uso de los grados infantiles en las escuelas comunes. Este libro fue aceptado e incorporado para su uso en segundo y tercer grado.

Método de solfeo, por F. G. Guidi, y Carteles y método de solfeo, por Gabriel Díez

Dichos libros fueron incorporados para los grados superiores. Sobre este último, la comisión dijo que lo encontraba como “una buena preparación para en caso de adoptarse en las escuelas normales el gran método de solfeo de don Hilarión Eslava”.

Mencionemos que la comisión evaluadora estaba dirigida por Bernardo Troncoso y secundada por Aquilino Fernández (profesor de dibujo) y el propio Guidi. Troncoso era español, radicado en Buenos Aires desde 1870, y se desempeñaba como pintor y retratista. Fue el encargado de abrir espacio para la pintura española en el mercado porteño, por entonces acaparado por los pintores franceses e italianos. Como docente, fue profesor de pintura en la Escuela Normal de Maestros desde su fundación, profesor del Colegio Normal, y profesor de música en el Instituto Mercantil de la Provincia. Asimismo, supo deleitar con sus dotes de guitarrista, las reuniones de los salones de la alta burguesía porteña.

Vemos entonces que a los niños se les enseñaba un programa musical de corte académico y formal, de características cerradas y sin contemplar ninguno de los elementos de la cultura que los propios estudiantes traían de sus casas (aunque luego veremos que no era tan estricto, principalmente cuando se comenzaron a organizar los actos escolares en forma sistemática). Hacia 1897, el programa ya exigía desde primer grado el manejo de la escala musical (escala de do) y su representación (el pentagrama y el uso de la clave de sol). También se realizaban ejercicios simples de solfeo y canciones con melodías sencillas, en modo mayor (do) y su relativa menor (la). Desde el punto de vista teórico, se daban nociones de acústica, fisiología y solfeo.[4]

Dentro del repertorio, el Himno Nacional aparecía como de aprendizaje obligatorio al unísono, pero para ser utilizado únicamente en los actos patrios y cierre del año.

La música en los actos escolares (1884-1912)

“Bebé-Polka”, una de las danzas creadas especialmente para la enseñanza escolar. (Fuente: Revista Pulgarcito, Biblioteca Nacional. Gentileza de Guada Aballe).

Vamos a presentar ahora algunos ejemplos de la música aplicada en las escuelas. La mejor muestra al respecto son los actos escolares, realizados especialmente alrededor de las celebraciones patrias y en el cierre del año lectivo. Las fiestas y actos escolares tenían varios fines: la inauguración de escuelas, la recepción a ilustres visitantes del extranjero, y la consolidación de los símbolos patrios. Sin embargo, su principal función era la de “poner de manifiesto en un acto público los adelantos de la educación y las buenas prácticas en materia de métodos de enseñanza”[5].

1884

Cierre del año. Distribución de certificados. Acto en el 5° distrito escolar de la Capital

Se realizaron varias recitaciones y piezas de música ejecutadas en el piano por alumnos de las escuelas del distrito.

Llamó la atención un canto titulado “El Herrero”, interpretado por los alumnos de 4to, 5to y 6to grado de la Escuela Graduada de Varones, acompañados por el choque de dos martillos sobre un yunque.

1887

Cierre del año. Escuela Graduada de Varones del 1er distrito escolar de la Capital

Dentro de un programa muy extenso, la parte musical incluía:

cantos escolares y ejercicios de gimnasia por los alumnos de la escuela; algunas piezas escogidas de piano y violín, ejecutadas, las del violín, por una niña de 11 años, verdadera notabilidad, hija del profesor de Dibujo de la misma escuela, D. Aquilino Fernández, y las de piano y otros violines, por distinguidos profesores que se prestaron galantemente al objeto.[6]

A eso le siguieron lecciones a los alumnos sobre diferentes ramos de enseñanza, dadas en presencia del público, por el director y varios maestros.

1892

Acto patrio escolar en el Patronato de la Infancia, ciudad de La Plata

Como se puede apreciar, el Himno Nacional tenía un lugar obligado, de carácter casi religioso dentro de los actos escolares, como podemos leer en la reseña de un acto ocurrido en La Plata en 1892:

A las 2 p.m. llegaba el señor Gobernador de la Provincia, acompañado de su esposa, y la banda de música de la Escuela de Artes y Oficios que se hallaba formada frente al edificio, lo mismo que todos los alumnos de ese establecimiento, ejecutó el Himno Nacional, que fue escuchado con religioso respeto.

Veamos cómo se disponía todo:

A la entrada del edificio, sobre gradas, habíanse instalado los alumnos y alumnas del colegio graduado, destacándose de entre estas últimas Sarita Gascón y la niña de Rivademar, sustentando banderas patrias.

Y enfrente de este grupo hermoso hallábase colocada una buena orquesta, bajo la dirección del profesor Serpentini.

El salón donde debía celebrarse el acto de la inauguración, espacioso, había sido adornado con trofeos de banderas argentinas; en sus paredes se destacaban los retratos de nuestros grandes fomentadores y propagadores de la educación, y en un extremo habíase levantado una tribuna adornada de flores y dos grandes bustos en yeso del ilustre educacionista don Domingo F. Sarmiento…

Luego los niños y niñas de la escuela cantaron, acompañados por la orquesta, el Himno Nacional, seguidos por una serie de discursos (en este caso, cinco).

1897

Acto de fin de año en la Escuela Superior de Niñas del 6° distrito de la Capital

En 1897 Carlos Gardés[7] (luego conocido profesionalmente como “Carlos Gardel”, el más famoso exponente del tango cantado) ingresó formalmente al sistema educativo con seis años de edad. Para entonces, el programa de primer grado había incorporado Historia, Instrucción Cívica y Francés, y llegaba así a un total de quince materias, lo que lo igualaba con el resto de los grados.

Ese año, su escuela finalizó el ciclo lectivo con una obra de teatro interpretada por las niñas de 6to grado (en aquellos años, la escuela primaria finalizaba en sexto grado). La obra, titulada “En clase”, tenía letra y música del profesor Juan Gracioso Panizza, quien ese mismo año estrenaría profesionalmente una ópera y una opereta, tituladas “Clara y Cecilia”, respectivamente.

“En clase” era una opereta de un acto en la que el escenario simulaba una escuela consistente en una sola clase a cargo de la directora. La obra trataba sobre las dificultades disciplinarias que, ante la inesperada ausencia de la directora, tenía una celadora con el grado en cuestión. Hacia el final, la celadora volvía a clase disfrazada de inspectora y las niñas respondían, para su sorpresa, satisfactoriamente. La obra contaba con dos canciones a coro: “Angel de la caridad” y “funiculí funiculá”.[8]

La trama llegaba a buen puerto cuando la directora de la escuela volvía a clase y las niñas, pese a sus travesuras, podían contestar bien las preguntas del programa. Hacia el final, se recitaba una conclusión moral:

El más seguro bien, que hay en la tierra,

en el amor a la verdad, se encierra.

La reseña de El Monitor de la Educación describe un poco más la banda sonora:

La música es descriptiva. En el piano no se puede apreciar los efectos instrumentales, pero la esencia melódica de la introducción es sumamente bella. Un coro interno nos transporta a una aldea, cuyos habitantes están entregados al canto. La comedia toma, pues, la forma de una opereta, desde que la parte representativa adquiere el carácter propio de un curso de estudios.[9]

Escuela elemental del 10° distrito, dirigida por la Srta. Adriana Zala

En otro acto escolar de 1897, una escuela incorporó el grafófono a su presentación. El grafófono consistía en una pequeña caja de madera en la que se encuentra un resorte motor que suministra la fuerza motriz necesaria para dar movimiento al disco registrador y repetidor de los sonidos, y en que estos, construidos en ebonita vinieron a reemplazar a los cilindros de cera.

Además del programa, que comprendía el Himno Nacional, los cantos y piezas patrióticas, ejercicios gimnásticos y desfile de los alumnos al son de clarines y tambores, apareció la linterna mágica grafófono, para reproducir cuadros históricos de la vida nacional y retratos de los próceres de la independencia, que el auditorio, después de las referencias oportunas, recibía con aplausos.

1900

Fiestas patrias

El cambio de siglo trajo una gran cantidad de actos escolares en simultáneo. Es interesante ver los programas, para analizar un poco más sobre los aspectos simbólicos y las formas musicales que se utilizaban para ellos:

1. Tercer distrito. Catedral al Sud. Escuela Elemental dirigida por la señorita Josefina Aragonés Castellanos

Dentro de un extensísimo programa, vemos una serie de canciones intercaladas:

  • “Himno Nacional Argentino”
  • “Salve a la virgen” (canto), alumnos del 3er y 4to grado
  • “A mi patria” (canto) poesía, por la niña Elsa Pirovano
  • Juego gimnástico (arreglado expresamente) con canto, alumnos de 1ro D, dirigidos por la maestra señorita Petrona Magalhaes
  • “La flora argentina” (comedia con canto), arreglado expresamente para la fiesta.
  • “Plegaria a Dios” (canto en italiano), por la niña María Gaya
  • “La tarantela” (baile con panderetas y cintas) por los alumnos de 2do grado B
  • “Tango andaluz” (canto y recitación) por los niños de Otamendi y Gaya
  • “Danza” (alegoría a la patria), ejecutada por alumnas de 3ro B
  • “Himno, amor de patria” (canto en italiano) por Gaya
  • “Himno Nacional Argentino” (clausura del acto)
2. Séptimo distrito. Escuela Superior de Niñas

“Himno Nacional Argentino”, por toda la escuela.

  • “Fibra patria” (declamación con piano) por R. Saissi, 2do A
  • “Himno al pabellón argentino” (declamación ) por C. Vidaurre
  • Himno “Cantemos” (canto) por los grados 4to, 5to y 6to.

Segunda parte:

  • “Patria independiente” (canto) por alumnas de 4to, 5to y 6to
  • “Salutación suramericana” (comedia) con los himnos de todas las naciones de América del Sud (cantados por las alumnas) por el grado 5to
  • “Lucrecia” (violín y piano) por las profesoras de la escuela Aurelia M Volpatti y Elisa A. Sommariva
  • “Blanco y celeste” (vals cantado) por los grados 3ro, 4to, 5to y 6to
  • “Amor a ti chiedo” (canto) por la profesora de la escuela, señora Isabel de Escalante
3. Distrito octavo, todas las escuelas
  • Se entonó por primera vez un “Himno a Sarmiento”, con letra de B. V. Charras y música de Z. Rolón. Fue interpretado por las alumnas de 3ro a 6to grado. Sería el primer homenaje infantil al educador sanjuanino. Este himno se interpretaría durante unos años, hasta terminar siendo desplazado por el compuesto por Leopoldo Corretjer en 1904.
4. Distrito doce, San Cristóbal. Escuela dirigida por la señorita Angela Viale
  • “Lack”, vals árabe, piano, María Espinosa, alumna del 4to grado
  • “El bebé”, zarzuelita, por alumnas de los grados 1ro y 2do
  • “El picaflor”, coro, grado 3ro B
  • “La pavana”, baile, grado 1ro

Segunda parte:

  • “Skating”, baile, alumnas de 1er grado
  • “La salve”, coro, grados 3ro y 4to
  • Chopín, “Fantasía improntu”, piano, señorita Julia Garaventa
  • “A Gaos”, habanera para violín y piano, señoritas Emma y Elvira Rossello
5. Distrito doce. Escuela dirigida por la señorita Carmen García
  • “Charcone”, piano por la alumna M. Franceschi
  • “El bardo”, canto por el 3er y 4to grado
  • “Marcha húngara” de Liszt, por la señorita R. Borghi
  • “Moraima”, para violín, mandolín y piano, por las Srtas. S. Aubone, D. Engels y F. Aubone
  • “Paso de carga”, pieza a cuatro manos, por las Srtas. G. Engels y S. Aubone
  • “El gato”, zarzuela por las niñas G. y A. Engels.

En este acto vemos algunos elementos nuevos muy interesantes, como son las canciones de carácter religioso a pesar de la ley que estipulaba el laicismo escolar, así como también la presencia de música folklórica europea (italiana y española principalmente). Los actos escolares buscaban un espacio de afirmación de la identidad nacional, pero al mismo tiempo, afianzar los lazos con los inmigrantes europeos, sobre todo de España (en 1906, se celebrará una de las primeras conmemoraciones masivas del 12 de Octubre, ponderado como “Descubrimiento de América”). Es por ello que en estos años abundan los poemas, canciones y obras de teatro donde aparece representada la relación madre-hija, como clara alegoría de la relación Argentina-España.

6. Distrito doce. Escuela dirigida por el señor José Toscano

En esta institución se hace evidente la presencia de un profesor de música con formación académica:

  • “Himno Nacional” cantado a dos voces por los alumnos de los grados 3ro y 4to
  • Solfeo a tres voces, por los mismos alumnos
  • “Los soldados de mañana”, canto por los mismos alumnos
  • Nota: la niñita P. de Pasquo tocará algunas piezas al piano

Segunda parte:

  • “Los defensores de la patria”, canto a dos voces por los mismos alumnos
  • “Himno Nacional”, recitado y explicado por los alumnos de 3ro A
  • “Las glorias de la patria”, canto a dos voces
  • “La caridad es Dios”, recitado por la profesora Srta. L. M. Labat, acompañada por la niñita Petrona di Pasquo
  • “Himno Nacional”.
7. Distrito trece. Todas las escuelas
  • El acto se celebró con una orquesta de veinte profesores bajo la dirección del señor José M. Roldán. Se interpretaron la “3ra Sinfonía” de J. Pelazza, la “Rapsodia húngara” para violín y piano, “Arrepentimiento y perdón” (zarzuela infantil), “El deber” (coro de niños), “La cinquantaine” (Gabriel Marie) y “Dors mon enfant” (A Loret) para violoncello con acompañamiento de orquesta.

1902

Setiembre. Fiestas del árbol. Distrito 12 de la Capital

Bajo la dirección del profesor don Ángel Genari se cantó por sesenta alumnos de cada escuela, simultáneamente, un himno al árbol expresamente preparado para ese consejo, correspondiendo la música al señor don Crisanto del Cioppo, y la letra al señor don Eugenio del Cioppo.

En 1904, dicha celebración se continuaba realizando, y el himno también.

Niños del distrito 13 cantando el Himno Nacional Argentino durante la celebración del Día del Árbol, 1904. (Fuente: Archivo General de la Nación).

1912

En 1912 se celebró el centenario de la creación del “Himno Nacional Argentino”. Numerosos actos se celebraron a lo largo de todo el país, pero el más imponente sería el presentado en la Capital. Allí se conmemoró con la presencia de cien niños por cada escuela, lo que dio un total de doce mil niños. En dicha ocasión estuvo presente el presidente de la nación, Dr. Sáenz Peña.

Se cantó el Himno, luego vino una arenga por parte el vocal del consejo, el doctor Ibarguren. Al culminar su discurso, se entonaron “Saludo a la bandera”, “Himno a Sarmiento” y la marcha “Viva la Patria”.

Estructura de los actos

Vamos a realizar una esquematización de los actos estudiados. Solían contar con dos partes, y a veces se entregaba una hoja impresa al público con máximas.

Su estructura formal tenía, en general, la siguiente disposición:

  • “Himno Nacional Argentino”
  • Discurso de la directora, autoridades
  • Exhibiciones de los niños: poesías, cantos, exhibiciones gimnásticas, comedias breves, juegos infantiles
  • Composiciones de los niños (variable)
  • Clases prácticas (dirigidas por las maestras y/o directores y/o inspectores de distrito)
  • Conferencias (maestras, directoras) (variable)
  • “Himno Nacional Argentino”
  • Clausura

Géneros musicales

Danzas

Las danzas que figuran son principalmente de origen europeo, y se destacan en primer lugar aquellas que provenían de España e Italia, lo que expresa el peso específico de dichas colectividades en la nueva configuración ciudadana. Así, tenemos la mazurca, la charcone, la pavana, la barcarola, el vals, la zarzuela, la habanera, la tarantela y el baile napolitano (sin especificar).

Como curiosidad, podemos mencionar la presencia del skating y romandance (el sistema skating no era específicamente una danza, sino un sistema de clasificación de competencias de baile de salón).

Canciones, marchas e himnos

  • Música tradicional de España (sobre todo, zarzuelas y habaneras) e Italia (tarantela, baile napolitano), Francia y países árabes.
  • Música académica europea (Clementi, Listz, Chopin, Grieg). Esta, de origen principalmente romántico y nacionalista. Abundan las operetas y comedias en un solo acto.
  • Marchas militares.
  • Himnos (nacional, a la bandera, a Sarmiento, a Rivadavia).
  • Canciones patrias genéricas, en general compuestas y/o arregladas expresamente para los actos por docentes o autoridades escolares. La mayoría de las canciones patrias creadas en estos años no sobrevivieron al paso del tiempo. Uno de los creadores de canciones para escuela y arreglador de canciones para los niños fue Orestes Panizza. Muchas de ellas fueron publicadas en cuadernillos, como aquel publicado en 1892, y que incluía las canciones “A la noche”, “El canto del Cisne” y “Vals”.

En 1894, leemos que ha salido publicado el libro de coros Nuevo mes de María: “son escritos por maestros españoles, de fácil ejecución por lo cual les recomiendan para escuelas y templos”.

La consolidación de las canciones patrias

Uno de los himnos creados durante los años del Centenario de la Independencia. (Fuente: Revista Pulgarcito, Biblioteca Nacional.
Gentileza de Guada Aballe).

Las canciones patrias tienen una relación muy cercana con dos instituciones fundantes de nuestro país: la militar y la escolar. Con la primera, porque prácticamente todas fueron creadas por militares, ya sea con el espíritu de homenajear a una personalidad, crear un himno del regimiento, para estrenar en un desfile, o para exaltar una fecha o emblema en particular. Con la escuela, por su parte, porque si bien contó con sus propios compositores, fue más bien el ámbito natural de enseñanza de dichas canciones, una caja de resonancia que permitió (y permite) preservar los elementos constitutivos de la identidad nacional. A través de la escuela, miles de niños aprenderían a lo largo del tiempo aquellos versos y melodías que ponderaban los valores, hechos y personas fundantes de la joven nación americana.

Muchos de los himnos y marchas compuestos en aquellos años sobrevivieron, como la “Marcha de San Lorenzo” (Cayetano Alberto Silva, 1901), “A mi bandera” (Juan Chassaing, Juan Imbroissi, estrenada en 1906), “Aurora” (1908, Héctor Panizza, Héctor Cipriano Quesada; inauguración del actual edificio del Teatro Colón), “Himno a Domingo Faustino Sarmiento” (Leopoldo Corretjer, 1904), y el “Himno al Libertador General San Martín” (Arturo Luzzatti, Segundo Manuel Argañaraz). Otras, como la mencionada “Viva la Patria” (Rafaelo Obligado, Leopoldo Corretjer), o el “Himno a Rivadavia”, del propio Corretjer, tuvieron una breve primavera dentro del repertorio escolar.

Simbólicamente, podemos decir que fue en aquel evento de 1912 en el que se festejó el Centenario de la creación del “Himno Nacional”, donde se estableció cuál sería el repertorio oficial de canciones patrias a ser interpretadas en los actos escolares. Durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, se incorporaron algunas canciones al repertorio –que de todos modos, habían sido compuestas hacia fines del siglo XIX o principios del XX, como “Aurora” o “Marcha de San Lorenzo”– y, a partir de entonces, el repertorio patrio ha permanecido casi inamovible.

Los comienzos de la escuela pública: casos particulares, denuncias, leyes

Por Guada Aballe

Todo lo presentado hasta aquí necesita una contextualización. La creación de los programas de estudio, la organización de los actos escolares y la consolidación canónica de las canciones patrias no sucedieron de un día para el otro, sino que fueron parte de un proceso que duró décadas, y que no estuvo exento de marchas y contramarchas. Guada Aballe realizó una serie de artículos vinculados a esas tensiones.

Los casos particulares, el rol de los padres, el peso de la burocracia en el quehacer cotidiano, y la inequidad en la relación laboral entre hombres y mujeres dentro del ámbito educativo (los hombres a cargo de todos los roles de decisión, y las mujeres al frente de los grados y escuelas) aparecen retratados aquí con crudeza, lo que nos permite tener una visión más amplia del complejo universo que se estaba conformando en la naciente institución educativa.

La astucia de Carlos Fangeaux[10]

El año 1900 empezó mal para el Sr. Carlos Fangeaux, director del Colegio de Artes y Oficios de Callao 1318. Unos vecinos se quejaron en la Comisaría 15ª “por ciertos toques de corneta y ejercicios que hacían los alumnos”, y esta lo puso en conocimiento a través de una nota al jefe de Policía Beazley fechada el 17 de enero. Este, a su vez, la elevó al Consejo Nacional de Educación.

Se abrió expediente.

El 5 de febrero, el presidente del Consejo indicó que el “instituto no está bajo la dependencia del Consejo Nacional pero como este le ha concedido un maestro elemental”, no dudaba que el director atendería el pedido, y debía darse vista del expediente a Fangeaux pidiéndole “suspenda o modere sus ejercicios militares”.

El tema no terminaría allí. Al parecer los toques de cornetas continuaron y por consiguiente las quejas de algunos vecinos, que volvieron a la comisaría.

El 21 de febrero enviaron desde la comisaría una segunda nota dirigida a Beazley, donde se expresaba que los vecinos estaban molestos porque el director Fangeaux, a primeras horas del día, “hacía sonar cornetas, tocando marchas militares, etc., para que los alumnos verificaran ejercicios”. Quien redactaba la carta aducía haber hablado con el director, pero que este hizo “caso omiso de la observación”. En esa nota se indicaba también que el teniente de navío Lauro Lagos y el Dr. Alberto Costa “se presentaron anoche” para quejarse de que continuaban “los toques de clarín y marchas”, y de que, como había enfermos, fueron a la casa de Fangeaux para que hiciera cesar la música, y el director les había dicho que

no podía acceder a lo solicitado porque tenía que desquitarse de una nota que esta Comisaría había pasado al Ministerio de Instrucción Pública por intermedio de la Jefatura, en la cual pedíase se hicieran cesar los ejercicios que se efectuaban en el Colejio (sic) y que en venganza en adelante haría tocar una banda lisa compuesta de veinte alumnos.

Beazley recibió esta segunda nota y la elevó al presidente del Consejo Nacional de Educación, José María Gutiérrez, el 23 de febrero.

Por segunda vez, el Consejo recibía una nota sobre el mismo asunto. El 13 de marzo Fangeaux envió una nota al presidente del Consejo diciendo que se procedió con mala fe porque “en la escuela no se realizan ejercicios militares ni cosa que se le parezca”, la corneta en cuestión se empleaba en los talleres a la hora de comenzar y terminar el trabajo.

Adjuntaba como descargo una nota de vecinos, la cual decía:

Los abajo firmados, vecinos del Instituto de Artes y Oficios, situado en la calle Callao 1348, certificamos que en dicho Instituto reinan el orden y tranquilidad más completos y que, por consiguiente, su estadía en el vecindario no es de ningún disturbio, y hasta podemos decir que el toque de una corneta en varios períodos del día, proporciona al vecindario una alegría de que estamos agradecidos, por lo cual hemos firmado el presente documento.

¿Dónde estaban las quejas entonces? Se contestó a la Policía y se archivó el expediente.
¿Había expresado Fangeaux alguna vez que iba a desquitarse de las quejas y en venganza, formar una banda con los alumnos? Es posible, pero también tuvo la habilidad y el ingenio suficientes para conseguir el apoyo escrito de vecinos y terminar con la historia.

Una denuncia

Las denuncias de los medios no son cosas de hoy en día. El 3 de septiembre de 1904 el diario La Argentina publicó una incómoda historia sobre la Escuela Elemental Nº 2 del distrito Escolar 15.

Esta escuela había sido denunciada ante el Consejo General de Educación porque la directora no habría permitido que los chicos de primer grado salieran al recreo y las consecuencias de esa medida no se hicieron esperar. Al no poder ir los niños al baño, el aula quedó convertida en un w. c.

Siempre según este diario.[11]

Catalina Argofolio[12]

Catalina Argofolio. (Fuente: gentileza de Guada Aballe).

Catalina Argofolio[13] se recibió de Maestra Normal en la Escuela Normal de Profesoras de la Capital en el año 1886. Tras desempeñar varios cargos,[14] en 1897 la encontramos como directora de la Escuela Elemental Nº 16 del 12º distrito.[15] Al poco tiempo le fueron concedidos útiles escolares para el establecimiento, y como el secretario del Consejo Escolar del 12º distrito,[16] Francisco Sánchez de Guzmán, no podía recibirlos por estar ocupado en el censo, le entregó a Catalina una autorización para recibirlos personalmente. Para ello debía dirigirse al depósito del Consejo Nacional de Educación.

La escuela aún no contaba con portero, por lo tanto la directora pensó que la Sra. Magliotto, quien prestaba servicios en otra escuela, la acompañara a retirar dichos útiles. Para tal menester se vio obligada a pedirle permiso al presidente del Consejo, Gabriel Carrasco, para que Ana Magliotto la acompañara y también se quedara para organizar la escuela; ambos pedidos fueron concedidos verbalmente por el presidente a Catalina Argofolio. También pidió portero para que custodie los útiles que iban a tener. Nadie podía imaginar que hechos tan simples iban a desagradar al secretario Sánchez de Guzmán en forma tal que iban a desencadenarse una serie de conflictos.

Sánchez de Guzmán le dijo a Argofolio que, habiendo dado el presidente una autorización verbal, esta no era válida y por lo tanto no permitiría que Magliotto fuera a la escuela. Además, le manifestó a Catalina[17] que era suficiente que estuviera ella, la directora, ganando sueldo sin trabajar; que a él le debía el empleo y solo eran agradecidos de palabra mientras que con la mano derecha le hizo gestos como quien quiere pedir pesos. Catalina no se quedó callada y le respondió que el empleo no se lo debía a él sino al Consejo y sus propios méritos. Si ganaba el sueldo sin trabajar, eso a él no le importaba y la tramitación del expediente para nombramiento de empleados, concesión de útiles y creación del puesto de portero lo tuvo que hacer ella por cuanto él no se ocupaba. Hizo lo que tuvo que hacer él y su sueldo estaba bien ganado.

Este fue el comienzo de las hostilidades.

Existía en la escuela que dirigía Catalina un niño que no hacía honor a su nombre, puesto que se llamaba Ángel González y tenía una pésima conducta. Preocupada su docente por la mala conducta del niño, informó a la directora. El 24 de septiembre de 1897 el niño fue enviado a su casa acompañado de su hermana, alumna de la escuela, con el encargo de que se presentase al día siguiente con la madre para enterarla de la conducta poco correcta de Ángel en clase. Pero la madre no se presentó y creyó más conveniente retirar la matrícula y el certificado médico del nene por medio de una vecina. La directora entregó los documentos y dio por terminado el asunto.

En realidad, todo empezaba.

La madre presentó quejas al Consejo Escolar y Catalina recibió un memorándum, que llevaba el número 534, donde se le ordenaba informase sobre los motivos que había tenido para rechazar de la escuela al alumno Ángel González. Catalina respondió por cortesía aunque, según ella, el memo “no venía en forma” porque solo tenía la firma del secretario del Consejo. Otro memo le siguió a ese, el número 544[18] (que para los ojos de Catalina tampoco vino en forma por tener solo la firma del secretario), el cual decía que la madre había presentado queja al Consejo y “el informe que se sirvió Ud. mandar al respecto, esta Superioridad ha resuelto se manifieste a Ud. que debe recibir al niño Ángel González si se presenta a la escuela esperando que no haya lugar a una nueva queja”. Catalina consideró que ese memo estaba en términos fuertes e injustos y del cual se desprendía que se dudaba de la palabra de la directora, razón por lo que creyó que no era del Consejo.

Enterada la madre del contenido de este último memo que envió el secretario, se presentó en la escuela y con gritos destemplados exigió que reingresara su niño. Los gritos de la madre eran tales que pudieron ser escuchados por una docente que estaba con sus alumnas en el salón alto del establecimiento. La maestra pensó que venían de una casa vecina.

Catalina se mantuvo firme sin dejarse amedrentar ni por los memos del secretario ni por las amenazas de la madre; es más, en el reverso de la matrícula que había pertenecido a Ángel escribió “no se admite por falta de asiento”. Era cierto, la vacante que había ocupado Ángel González se le otorgó al niño Pedro Díaz San Martín.

A consecuencia de eso la madre de González fue a quejarse al Consejo nuevamente, el cual sin más datos le envió a Catalina una nota de apercibimiento con fecha 14 de octubre de 1897. Este apercibimiento se fundó en que Catalina no había respetado los artículos 83, inciso 3, 65 y 171 del Reglamento General de Escuelas. Apercibimiento que desde el primer día Catalina conceptuó inmerecido por no haber actuado en desacuerdo con los mencionados artículos; en relación con el 171, por no haber expulsado al niño, era la madre quien lo había sacado de la escuela en primer lugar; con respecto al artículo 85 inciso 3, no consideraba haber desacatado al Consejo, y el 65 se refería a los deberes especiales de los maestros para con el directores, por lo tanto no era aplicable a ella: al no haber recibido comunicación oficial no pudo haber incurrido en desacato. Catalina elevó nota dos días después y pidió se levante el apercibimiento. Hizo hincapié en que no había recibido nota alguna del Honorable Consejo, tan solo los memos con la sola firma del secretario, por lo tanto no le dio el carácter de una nota en forma, hizo caso omiso por considerar que el secretario era un empleado que no tenía ni autoridad ni facultad para inmiscuirse en asuntos relativos a las escuelas. Si hubiera habido desobediencia, sería al secretario y no al Consejo. El secretario no era superior jerárquico de los directores ‒decía Catalina‒, ni aun del más simple ayudante de las escuelas públicas.

Agreguemos a lo expuesto que la directora fue sancionada con ese apercibimiento sin habérsele pedido un descargo previo; como ella diría en una futura nota, a nadie se castiga sin oírle primero.

Entre las notas que elevó Catalina al Consejo Escolar hubo una que levantó polvareda, nota que Carrasco habría clasificado de falta más grave que la anterior por un párrafo que hacía alusiones contra el decoro de los señores miembros del Consejo, excepto del presidente. El día que se trató dicha nota en el Consejo se presentó Carrasco en la escuela, acompañado por el consejal Poviña, a pedirle le explicara el significado del párrafo. Ella fue clara en decirles que ese párrafo se refería a las diferencias que existían entre ella y el secretario, relató todas las desavenencias que había tenido con Sánchez de Guzmán a consecuencia del hecho de los útiles y que, según Catalina, fue el detonante de todo. Carrasco y Poviña le dijeron que eso era insignificante y una tempestad en un vaso de agua, además Carrasco por sí solo no podía tomar decisión alguna, sino que necesitaba el consentimiento de todos. Al parecer Carrasco trató de impedir que Catalina hablara en términos injuriosos del secretario y hubo que suspender la charla, pero ella manifestó que eso no fue así y que lo que ocurrió fue lo siguiente: Poviña dijo que el secretario declaró en sesión que un hermano de Catalina había tratado a todos los miembros del Consejo de burros. Por supuesto Catalina manifestó que esa afirmación era falsa y criminal, se indignó y dijo que era una canallada del secretario. Tampoco sería cierto que se acordó devolver la nota poniendo otra en su lugar en la cual no constara aquel párrafo.

Pero a los pocos días fue Poviña a la escuela para comunicar que en sesión se había hablado del tema; el Consejo estaba bien impresionado de su persona y deseaba, si no tenía inconveniente, retirar esa nota por los términos fuertes cambiándola por otra más suave “porque los trapos sucios convenía lavarlos en casa”. A esa petición accedió Catalina por respeto al Consejo, y como había quedado copia de esa nota en el libro copiador, Poviña la sacó con un cortaplumas del libro a fin de que en la escuela no constara el documento.

Se retiró dando seguridades de solución favorable.[19]

Pero esa solución favorable no llegó, y el apercibimiento fue confirmado.

Catalina no era mujer de quedarse con los brazos cruzados: decidió apelar. Envió nota el 7 de febrero de 1898 al presidente del Consejo Nacional de Educación, Dr. José María Gutiérrez.

En la nota no dejó tema sin tocar. Comenzó explicando cómo el presidente del Consejo le había informado que el recurso que ella interpuso no se hallaba dentro de los términos establecidos por el Reglamento General de Escuelas. Catalina se justificó diciendo que la había presentado dentro de la prescripción reglamentaria y, como no fuera contestada esa nota del 16 de octubre, elevó otra con fecha 16 de noviembre, la nota seis, en la cual solicitaba se le comunique la resolución recaída sobre la primera nota, a lo que obtuvo contestación negativa. No creía que la prescripción reglamentaria regía para presentarse en queja ante el Honorable Consejo y por otro lado estando con exámenes, prefirió dejar pasar estos para iniciar el recurso que, con fecha 24 de diciembre, interpuso ante el Consejo Nacional de Educación. Aclarado el tema de la presentación de su apelación, se explayó acerca de las acusaciones que le hizo el Consejo: este organismo la acusaba de haber enviado un niño a su casa por mala conducta separándolo de la escuela, cuando en realidad había sido enviado a su casa con su hermana para que se presente al día siguiente con la madre a objeto de enterarla de la conducta, y la madre creyó conveniente retirar la matrícula por una vecina, junto con el certificado médico y, como se trataba de un chico con pésima conducta, le dio todos los documentos. Consideraba que al dictar el Consejo una resolución favorable a la madre del chico sin averiguar la veracidad de la información, esto era una ofensa y descortesía a su persona de la cual no culpaba ni a Carrasco ni al Consejo, sino al secretario (los memos estaban firmados solo por el secretario). Relató Catalina el escándalo hecho por la madre en la escuela en presencia de las niñas y maestras a las once menos cuarto de la mañana, y que la matrícula de González fue otorgada a otro chico de acuerdo con lo establecido en el artículo 123 del Reglamento. La madre volvió en queja al Consejo y el secretario, sin más trámites y sin siquiera solicitar a la escuela un informe de lo ocurrido, dio crédito a la acusación, y como consecuencia le enviaron la nota apercibimiento sin pedirle descargo, algo que no estaba bien “por cuanto a nadie se castiga sin oírle”.

Proseguía Catalina en su nota al Dr. Gutiérrez que el Dr. Carrasco declaró en su información que fue acto de desobediencia no admitir al chico y que había sido un frívolo pretexto el no reconocer el memo del secretario porque no venía en forma. Catalina insistía que no hubo desobediencia porque el Consejo no comunicó resolución alguna, y ella recibió el memo aludido con la sola firma del secretario. De haber sido desobediente hubiera sido al secretario, pero dicho empleado no era superior jerárquico de los directores, por lo tanto estaba convencida que era un abuso de aquel y quiso hacer presente eso a Carrasco, el presidente del Consejo Escolar del distrito 12.

No se cansó de explicar al presidente del Consejo Nacional de Educación que ella no infringió los artículos del Reglamento según indicaba el famoso apercibimiento. Continuó acusando al secretario: según Catalina, este dio informes verbales sin leer sus notas y así cumplió su plan de venganza “como se lo manifestó a mi Señor Padre” y los señores miembros del Consejo se quedaron con esa información.

Relató con lujo de detalles las visitas de Carrasco y Poviña al establecimiento y la manera en que Poviña había quitado la nota del libro copiador con un cortaplumas. Negó que en dicha entrevista se hubiera dicho que el apercibimiento estaba bien impuesto, esto sucedió un mes después tras haber presentado nota ante el Consejo donde pedía se le informara qué se había resuelto sobre la apelación. No dejó de insistir que ella no había infringido los artículos en que se fundó el apercibimiento con fecha 14 de octubre de 1897, y que todo fue obra del secretario.

La investigación continuó. Catalina jamás cedió su posición. Al pedirle testigos, ella aportó a la Srta. Garitelis ‒maestra de Ángel González‒, la Sra. Magliotto, el portero de la escuela y hasta a las mismas alumnas del grado en relación con lo que dijo la madre, y como testigos del hecho de que dijo al niño que fuera a la casa acompañado de su hermana y se presentara el día siguiente acompañado de la madre, citó a la docente Garitelis y niñas del grado. Otra vez insistió con el tema del secretario: que Sánchez de Guzmán no la trataba con consideración porque ella nunca se apersonó a él para pedir nada que tenga atingencia con la escuela y cuando tuvo necesidad lo hizo directamente con el presidente. Como ejemplo, citó el hecho de un portero que pidió al presidente y que le fue acordado; esto contrarió al secretario, quien, según la versión de Catalina, manifestó que se había pasado por encima de su autoridad. También reiteró lo ocurrido aquel famoso día en que tenía que ir al Consejo Nacional a retirar los útiles, ya que el secretario no tenía tiempo para hacerlo y Catalina obtuvo del presidente permiso para que Magliotto la acompañara hasta el depósito del Consejo Nacional. Al preguntarle si fueron a verla Poviña, Carrasco, Durao y Amadeo para intervenir amistosamente para levantar el apercibimiento, manifestó que era cierto en relación con Poviña, y relató el incidente de la nota que hizo desaparecer. A pesar de la promesa y sustitución de la nota, el apercibimiento no se le levantó, sino que fue confirmado, y apeló porque no creía merecerlo. Bajo esta declaración puede verse la firma de Jaime Fornells, otra firma más y la de la propia Catalina.

Los testigos fueron favorables a la directora. Feliciana Garitelis declaró que comunicó la mala conducta de González a la directora para que ella y la madre cooperaran en la enmienda del chico pero la madre lo retiró de la escuela (no era cierta la expulsión).

Ana Magliotto sabía que el chico fue mandado a la casa por la hermana con el encargo de que viniera con ella al día siguiente. Pasaron unos días y fue la madre pidiendo con frases descomedidas y groseras la incorporación del hijo, no sabía qué contestó la directora, pero sí el escándalo que la madre produjo con sus gritos y amenazas. Afirmó que era cierto que el secretario la quiso multar el día que acompañó a la directora al Consejo Nacional, so pretexto de que no le había pedido permiso a él para faltar a la escuela, pero al final no se le aplicó.

María Bo, docente, dijo no saber nada excepto que oyó los gritos de la madre del chico. En ese momento ella estaba con su grado en el salón alto de la escuela, y creyó que los gritos eran de la casa vecina.

El 30 de marzo de 1898 se elevó todo el expediente al inspector general, y el 5 de abril se expidió la Comisión Didáctica. En su dictamen, indicó que al no presentarse a declarar Catalina dentro del plazo reglamentario, debía archivarse el expediente;

sin embargo, y teniendo en cuenta que el incidente no se habría producido empañando la hoja de servicio de una maestra llena de mérito, si el Secretario del C. E. del Distr. 12 hubiese observado la resolución del C. N., de no comunicarse directamente y con su sola firma con el personal docente, sino refrendando la del Presidente del C. E., sería conveniente recordar esa resolución al C. E., para que la observe estrictamente en lo sucesivo.[20]

José María Gutiérrez, presidente del Consejo Nacional de Educación, adoptó como resolución el dictamen de la Comisión Didáctica.[21]

Muy claro todo. Los memos con la sola firma del secretario habían sido un problema, tal como señaló Catalina desde un primer momento. De alguna manera, le estaban dando la razón a ella.

Gabriel Carrasco, presidente del Consejo Escolar del 12° distrito, intentó continuar el tema y pidió a Gutiérrez le informara dónde existían esas resoluciones, ya que no las había podido encontrar en los reglamentos impresos, como no siempre estaba en el despacho y ocurrían necesidades para comunicar, ordenaba al secretario lo haga, práctica que tenía entendido, “ha existido siempre en todos los distritos escolares”.[22]

El 3 de junio de 1898, la Comisión Didáctica pidió se informe nuevamente a Carrasco la resolución del Consejo Nacional de que las comunicaciones entre el Consejo Escolar y el personal docente deben llevar las firmas del presidente y el secretario, no solo del secretario, lo cual a menudo sucede y genera conflictos e incidentes como el del actual expediente.

Con fecha 7 de junio se le dirigió nota al distrito 12 con lo informado por la Comisión Didáctica y orden de archivo, dando por finalizada toda la cuestión.

Catalina Argofolio había ganado.

Catalina continuó su carrera[23] y no debe llamarnos la atención que no haya tenido perfil bajo. Cuando una bomba anarquista mató en mayo de 1909 al niño Esteban Garaycoechea, alumno de la Escuela Presidente Roca, en la escuela dirigida por Catalina se dieron clases en todos los grados sobre lo ocurrido para que los niños tomaran conciencia y rechazaran ese tipo de actos. La encontramos en 1914 como una de las docentes firmantes[24] en una nota dirigida al ministro, para que por su intermedio se la presente al vicepresidente en ejercicio del Poder Ejecutivo, para que intervenga al Consejo Nacional de Educación, con el objeto de evitar una larga serie de irregularidades cometidas por aquel alto cuerpo.

En el año 1929 Caras y Caretas[25] publicó su retrato entre las beneméritas de la educación junto a otras educadoras.

Escuelas denunciadas

En esta ocasión, nos ocuparemos del informe presentado al Consejo Nacional de Educación por el inspector técnico Juan De Vedia.[26] El secretario de dicho Consejo, Salvador Diez Mori, le había hecho llegar un suelto de El Diario donde este medio denunciaba supuestos abusos cometidos por educadores en distintos distritos escolares. En concreto, le pedían a De Vedia que procediera al esclarecimiento de la verdad.

“La librería del Colegio”, una de las librerías más importantes de la época en cuanto a material escolar se refiere. (Fuente: gentileza de Guada
Aballe).

Unos padres de familia habían ido a la redacción de El Diario para quejarse de “los procederes de varios maestros de escuelas” a quienes acusaban de “hacer negocitos impropios”. Manifestaban que obligaban a comprar los útiles en determinadas librerías, indicaban las marcas de los lápices que debían comprar, los cuadernos de determinado color y que solo se hallaban en tal librería, lo mismo con la pizarra y los libros. Sospechaban que los maestros tenían alguna relación estrecha con los libreros. Además, cuando llegaban los exámenes les obligaban a renovar todo el material de enseñanza.

De Vedia fechó su informe al presidente del Consejo, Benjamín Zorrilla, el 9 de noviembre de 1892 y en él dio cuenta de su pesquisa.

Aun cuando la denuncia se refería a muchos distritos, de las explicaciones verbales que De Vedia obtuvo en la redacción de El Diario, solo estarían involucradas algunas escuelas del 12º distrito.[27] Fue a ver al presidente del Consejo Escolar del 12º distrito Escolar para informarle de los hechos denunciados, y luego se dirigió hasta la Secretaría de dicho Consejo que funcionaba en un sector de la Escuela Superior de Varones. Allí De Vedia conversó con el conserje Francisco Carmona, “quien después de manifestarme que no deseaba aparecer para nada en el sumario”, le hizo una revelación: Carmona tenía una hija en la Escuela Superior a quien se pidió que llevara un cuaderno y habiéndole dado el padre el cuaderno que el Consejo proveía a las escuelas, se lo rechazaron diciendo que tenía que llevar otro. Entonces el ordenanza fue hasta la escuela y habló con la directora. A la niña le aceptaron el cuaderno.

Llamó entonces De Vedia a los maestros de cuarto y quinto grado de la Escuela Superior de Varones ‒cuyos alumnos estaban en el recreo‒, Catalina Argofolio y Francisco Saqués, pero eran ajenos al problema. El próximo paso fue hablar con el director, Melchor Otamendi. Primero, consultó acerca de la marcha de la escuela y los trabajos de los exámenes, supo que los útiles más costosos eran los solicitados por el profesor de Dibujo Aquilino Fernández: colección de mapas, dibujos de objetos y cuadernos de los que es autor dicho profesor, cajas de compases, reglas, lápices Faber y papel Canson.

De Vedia envió por cuatro alumnos de buena conducta de quinto grado: se presentaron Justo Muñoz, Eduardo Jara, Alejandro Cianquirota y Pedro Podestá.

El niño Muñoz dijo que por indicación del profesor había comprado en la librería que quedaba en la otra cuadra de la escuela cuatro dibujos de veinticinco centavos cada uno. Dibujos cuyo autor era el profesor y, para que los niños no los tuvieran que buscar lejos, se había entendido con la librera o librero para que venda ese artículo. Los otros chicos dijeron cosas similares, el profesor había visto al librero y avisó a los alumnos que compraran allí.

A continuación, De Vedia se dirigió a la Escuela Superior de Niñas contigua a la anterior y procedió “con el mayor disimulo posible”, según sus propias palabras. Visitó sexto grado, lo recibieron la preceptora que lo tenía a cargo junto con el grupo de alumnas, con gran entusiasmo. En el momento de la visita, las chicas resolvían un problema de aritmética publicado en El Monitor de la Educación Común, con libros en blanco cuyos costos oscilaban de cuarenta centavos a un peso. De Vedia pidió ver los trabajos que se preparaban para los exámenes y les mostraron los de toda la escuela, algunos de bastante valor, hechos con telas finas y sedas de colores y que serían más tarde objeto de un nuevo gasto porque había que enviarlos al tapicero. La directora le informó que no le presentaban las labores porque algunas estaban en la tapicería. De Vedia llegó a sospechar que ella misma era la intermediaria entre las niñas y el industrial, pero las chicas no decían nada de eso.

Continuó recorriendo clases y observando cuadernos para exámenes. En el primer grado de la señorita Galván, las niñas tenían cuadernos forrados con papel rosado y cintas del mismo color de treinta, cuarenta y cincuenta centavos cada una. La directora explicó que se había apercibido de ello cuando ya habían traído las cintas.

En otro primer grado, a cargo de la maestra Tabossi, De Vedia pidió los cuadernos y estos estaban forrados de rosado y como no tenían cintas, preguntó acerca de ellas. Tabossi explicó que ella tenía dos cintas que había comprado con el dinero que le habían dado.

Si bien en otra clase no habían pedido a los chicos que trajeran cintas, al pasar por cuarto grado (que estaba desocupado porque estaban en clase de canto) observó libros y cuadernos que estaban en los cajones de las mesas. La calidad de útiles y textos no tenían nada extraordinario y tanto él como la directora vieron trece cuadernos pésimamente llevados. De Vedia hizo presente a la directora la necesidad de que los preceptores se diesen cuenta de los útiles que traían sus alumnas y las hiciesen responsables de su buen empleo y conservación. Antes de retirarse, se llevó la dirección de unas niñas de sexto grado con la idea de informarse con las familias. Fue a cuatro casas y por los padres supo que no hubo exigencias por parte de los maestros, aun reconociendo que los útiles de dibujo eran caros, no tenían queja alguna de los preceptores. El profesor de dibujo, Sr. Robert, les había indicado a las alumnas una casa de comercio en la que podían adquirir las pinturas a precio menor.

El 7 de noviembre se dirigió a la Escuela Elemental de Varones, cuyo director se apellidaba Codino. En la clase a cargo de Ignacia Dufour descubrió que se habían hecho gastos en cintas hasta de setenta y cinco centavos. Dufour dijo que la idea era de María Piñero, quien había pedido a sus alumnos trajeran cintas para sus cuadernos. Julia Ginastero también había solicitado a sus alumnos cintas o dinero para comprarlas, pero como solo un chico llevó cinco centavos, la maestra resolvió pagar las cintas de su propio bolsillo.

Como se puede apreciar, no es novedad que los padres recurran a la prensa para realizar sus denuncias y así hacer que se pierda, en más de una ocasión, el tiempo a autoridades educativas en pequeñeces.

Gardel alumno[28]

Por Guada Aballe

Escuela Graduada de Niñas. Aquí cursó Carlos su primer grado.
(Fuente: Archivo General de la Nación).

Carlos Gardel fue un niño cuya infancia estuvo atravesada por una escolaridad con cambios, bastantes usuales para la época, pero además tuvo la perseverancia de terminar sexto grado, algo que no todos sus pares conseguían.

La obligación escolar estaba comprendida de los seis a catorce años de edad y la instrucción primaria se daba en seis grados escolares. Existían escuelas tanto particulares (privadas) como fiscales (públicas) y las clases se dictaban de lunes a sábado.

El niño Gardés ingresó al sistema educativo argentino en el año 1897, a los seis años de edad, como indicaba la obligatoriedad escolar. La escuela elegida por su madre fue la Nº 1 del 6º distrito sita en Talcahuano 678 (hoy Escuela Nº 8 D. E. 1, Talcahuano 680). Era entonces una Escuela Superior de Niñas; “superior” indicaba que allí se dictaban de primero a sexto grado inclusive, instrucción primaria completa. Se permitía la asistencia de alumnos varones menores de diez años. Allí Carlos cursó primer grado y su maestra se llamó Carmen Alegre. Habrá sido una experiencia enriquecedora para el pequeño Carlos debido a que ese año se dictaron en la escuela las “Conferencias Prácticas del 6º distrito Escolar” desde marzo a octubre, algunas de las cuales fueron destinadas a niños de primer grado.

Nuestro niño aprobó primer grado y junto con la promoción de grado vendría también un cambio de escuela.

Cursó su segundo grado durante 1899 en la Escuela Elemental de Varones Nº 2 del 6º distrito, Libertad 455, cuyo director era Ángel Bustos. “Escuela elemental” quería decir que allí se dictaban solamente de primero a cuarto grado; por lo menos el niño Gardés iba a tener garantizada su instrucción primaria hasta cuarto grado.

Pero no pudo ser.

Pasó de grado pero no pudo continuar en la escuela, ni él ni tampoco sus compañeros de segundo. ¿La causa? En 1900 la escuela fue convertida de Escuela Elemental en Escuela Infantil, donde solo tendría primero y segundo grados. Tampoco había otra escuela fiscal para varones en su distrito.

En 1901 le recuperamos el rastro, quizás en la institución escolar que más se asocia a Carlos Gardel y en la que permaneció dos años: el Colegio Pío IX de Artes y Oficios, colegio salesiano. Durante esos dos años fue alumno pupilo, es decir, residía en el colegio.

En 1901 ingresó en esa prestigiosa institución donde se daba a los niños una educación más que completa, además de ofrecer una amplia gama de actividades que iban desde procesiones, paseos, excursiones, representaciones teatrales, conciertos de banda y orquesta, canto, deportes, concursos gimnásticos, etc. En la escuela se hacía mucho hincapié en mostrarse alegres, generosos y pulcros en el vestir. El modelo presentado a los niños era Domingo Savio (a quien un alumno del colegio llamado Ceferino Namuncurá estaba dispuesto a imitar). Tales fueron las semillas sembradas en el niño Carlos Gardés.

Carlos fue inscripto en segundo grado (no confundir con una repetición, no fue ese el caso) como alumno artesano. Pasó por diversos talleres, imprenta, encuadernación, herrería y zapatería. Allí pasó su año a excepción de unos días en julio de 1901, luego que falleciera en la escuela por escarlatina el niño Tomás Frangi y por razones de higiene los alumnos fueron enviados con sus familias. Para el 1 de agosto estaban casi todos de regreso. El 3 de noviembre de 1901 muchos chicos, entre los cuales se encontraba Carlos Gardés, recibieron el sacramento de la Confirmación.

En 1902 siguió en el Colegio pero ya no como artesano sino como estudiante, tanto él como su compañero Vicente Olavarría (un alumno brillante) fueron cambiados de sector. Junto con otros compañeros Gardel compartió el dormitorio María Auxiliadora con el beato Ceferino Namuncurá. Tanto él como Ceferino recibieron el premio Digno de Alabanza, mención que se daba a los mejores estudiantes.

Nada raro hay en los registros del colegio que indiquen alguna problemática especial con este niño Gardés, ni problemas de conducta, ni con su entorno familiar. Se solía dejar constancia de esas cuestiones.

Escuela Nacional de Comercio de la Capital hacia 1904.
(Fuente: Archivo General de la Nación).

Aprobó tercer grado en 1902 y dejó la institución salesiana. ¿Las razones? En 1903 su madre intentó matricularlo en la “Escuela Nacional de Comercio de la Capital”, sita en Bartolomé Mitre 1358, para primer año del curso preparatorio. ¿Podía ingresar sin tener los estudios primarios completos? Sí. Los requisitos entonces eran tener doce años cumplidos, certificado de buena conducta y rendir un examen bastante exigente. Había chicos que se presentaban con cuarto o quinto grado aprobados. El ingreso era difícil, porque no todos aquellos que se presentaron pasaban el examen de ingreso, de una cantidad de doscientos cincuenta a trescientos postulantes solo aprobaba la mitad.

Tal vez no haya prosperado esta instancia porque Carlos finalmente culminó sexto grado (y con él sus estudios primarios) en el Colegio San Estanislao. Corría al año 1904.

A través de su trayectoria podemos vislumbrar la perseverancia de su madre para que su hijo tuviera estudios. Repetimos que no todos los niños culminaban la primaria y más habiendo tenido tantos cambios en su tránsito escolar. Otros hubieran dejado. Observemos también que su madre no dejó pasar oportunidad de estudios superiores (existía la posibilidad de que los chicos de doce años ingresaran a una escuela de comercio e intentó aprovecharla).

La misma perseverancia e idénticos deseos de superación que mostró Gardel en toda su carrera artística. Se aprende de niño.

Los colegios particulares en la educación de principios de siglo: el San Estanislao

Charles Romuald Gardes nació en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890. Llegó a la Argentina junto con Berthe Gardes (su madre), en marzo de 1893.

¿Por qué hacemos hincapié en este niño? Porque en 1912 adoptó el nombre artístico con el que sería conocido en todo el mundo: Carlos Gardel.

Vamos a tomarlo como barómetro para apreciar cómo era la escolaridad de un niño en aquellos años y, especialmente, para estudiar la modalidad de los colegios particulares organizados para culminar estudios.

Ya vimos en el trabajo de Aballe cómo fueron sus primeros años de escolaridad. Vamos a ver ahora cómo culminó sus estudios. En 1904, Carlos finalizó el sexto grado en el Colegio San Estanislao (en aquellos años la escuela primaria no incluía séptimo). El colegio funcionaba en la calle Tucumán 2646/8 (distrito 5°).

La madre María Benita Arias y la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado

Madre María Benita Arias. (Fuente: Archivo General de la Nación).

El Colegio San Estanislao fue obra de la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado, orden fundada por la madre María Benita Arias.

Benita nació en La Carlota (provincia de Córdoba) el 3 de abril de 1822. Era descendiente directa del fundador de la ciudad de Buenos Aires y Santa Fe, Juan de Garay, del fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera, y del gobernador del Río de La Plata, Hernandarias de Saavedra.

A poco de nacer la niña fue confiada a los esposos Manuel Mena y Florencia Videla. Manuel Mena era un buen guitarrista y enseñó a Benita a tocar y a cantar, tradición que ella nunca perdería. Ya en su infancia y adolescencia, Benita comenzó a volcar todo lo aprendido a las niñas de menor edad. Fue a los diecisiete años cuando tuvo la oportunidad de realizar un primer retiro en la Santa Casa de Ejercicios de Buenos Aires; Benita se convirtió en colaboradora de esta obra y finalmente ingresó allí.

Con el tiempo, Benita intentó transformar la comunidad de las beatas en una verdadera Congregación de Hermanas con los votos religiosos. Comenzó a congregar así a las primeras Siervas de Jesús Sacramentado en la Capilla del Carmen. La casa matriz se levantó en Buenos Aires, en la calle Paraguay. Tan solo un año después, ya funcionaba una casa madre con una escuela para niñas, un taller de costura y un orfanato, y al año siguiente fue elegida superiora de esa comunidad.

En este panorama, nació una pequeña escuela de primeras letras para niñas, que dirigiría precisamente María Benita Arias. Se construyó en un terreno donado a la congregación por Martín Salazar, sobre la calle De la Luz (hoy Yatay) entre Corrientes y Del Parque (hoy Humahuaca), en el límite oeste de la ciudad. La religiosa bregó por la edificación, que logró concretar merced a donativos de poderosos apellidos de la época como Carlota Díaz de Vivar de Unzué y el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Mariano Acosta. Así se inauguró en marzo de 1874 esta escuela con un alumnado inicial de cincuenta y cinco niñas. Unos meses después, la congregación compró a Salazar el resto de la manzana.

Inicialmente las clases en el colegio fueron dictadas por monjas pertenecientes a la casa madre de la congregación, establecida en Callao y Paraguay, por lo que debían recorrer diariamente las veinticinco cuadras de distancia. Recién en 1879 se construyeron comodidades para que las maestras pernoctaran en el lugar; también en aquel año se inauguró la primera capilla, atendida en sus inicios por los padres salesianos del primitivo templo de San Carlos de la Calle Artes y Oficios.

En 1893, un incendio la redujo a cenizas. Otra vez vendría el auxilio económico de la viuda de Unzué, para la reedificación del antiguo establecimiento educativo, que se convertiría en un amplio edificio de tres plantas sobre Corrientes 4433, esquina Pringles, edificación que perdura hasta hoy.

María Benita Arias falleció el 25 de septiembre de 1894. Su proceso de beatificación se encuentra avanzado (actualmente, tiene la denominación de “Sierva de Dios”).

El Colegio San Estanislao: la tarea del padre Larger

Hacia fines del siglo XIX, el colegio fundado por la madre Benita permitió el ingreso de algunos varones. Para ello se habilitó provisoriamente un espacio en la esquina de Corrientes y Pringles,[29] bajo el nombre de Escuela de Varones San Estanislao, que pronto se trasladó a una casa propia en Tucumán 2646, casi en la esquina con Centro América (hoy Pueyrredón). Su fundador y primer director fue el presbítero José Larger, quien además era el propietario de la casa.

Larger ejerció un largo trabajo como sacerdote en Argentina. Previamente a fundar y dirigir el Colegio San Estanislao, fue teniente cura de la Basílica de Nuestra Señora del Socorro.[30]

En la época en que Larger dirigió el San Estanislao ya era presbítero (los presbíteros son varones que han recibido el segundo grado del sacramento del orden. Su función es celebrar la Eucaristía y administrar los demás sacramentos, salvo la confirmación y la ordenación sacerdotal), y se había nacionalizado argentino.

Poco después de fundar el colegio, realizó una pequeña investigación sobre el origen de “El Señor de los Milagros”, un crucifijo que fue pasando de mano en mano desde la familia Rivero, hasta pasar a ser parte de la Iglesia Nuestra Señora del Socorro. A este se le atribuían poderes sanadores y milagrosos, y contaba con su propia liturgia.

El Señor de los Milagros, de José Larger.
(Fuente: archivo personal del autor).

El trabajo fue publicado finalmente, en 1894, bajo el título de El Señor de los Milagros. El libro fue dedicado al arzobispo Federico León Aneiros, quien ocupara ese cargo desde 1873 hasta su fallecimiento, ocurrido precisamente en el año de la publicación. Aneiros supo ser un religioso de fuerte carácter y activa militancia política, con un profundo enfrentamiento con las políticas laicistas de Roca. También se esforzó por extender la evangelización por las nuevas tierras conquistadas a los indígenas mapuches, tanto en la pampa central como en la Patagonia. Para la dura tarea de expandir la Iglesia en esta zona se apoyó en la acción de los salesianos ‒los regenteadores del Colegio Pío IX, en el que Carlos Gardés cursó dos años‒, que fueron claves en la cristianización del sur del país.

Larger estuvo a cargo del Colegio San Estanislao entre 1889 y 1900, aproximadamente. Discípulo de Aneiros, supo retomar su línea de mediación para conseguir la tan ansiada reconciliación de las relaciones entre el gobierno argentino y el Vaticano, ruptura ocurrida en 1884, durante la primera presidencia de Roca.

En 1900, y merced al trabajo del ministro Osvaldo Magnasco, la Santa Sede envió a su prelado, monseñor Sabatucci, y el padre Larger supo ser pieza vital en el reacomodamiento de las relaciones, acompañándolo en algunos de sus viajes trasandinos. En 1906, Alberto Blancas se presentó como embajador argentino en el Vaticano. Una vez más, Larger actuó como intermediario, en esta ocasión en representación de la Arquidiócesis de Buenos Aires. En 1910, tuvo una intervención activa aunque un tanto irregular en la creación del primer asilo de las Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo y de la Caridad. La fundación de la Casa de Buenos Aires fue pedida por una Comisión de Señoras, aconsejadas del padre Anselmo María Aguilar, con la venia de la infanta Isabel de Borbón.

En marzo se presentó el sacerdote Sr. Don José Larger ‒recordaban‒, que al principio nos visitó y dio una limosnita para la lámpara del Santísimo, hablándonos de que nos convenía hacer una pieza para comedor de las muchachas. Conoce muy (sic) a la Sra. María Luisa, y que estando con su idea, no gastaría un centavo: él lo pagaba si costaba poco, y así lo hizo. La tercera vez que nos vio, indicó de un terreno por Flores, Floresta o Villa Devoto, que lo vendieran arregladito, que él buscaría quien lo comprase, para nosotras edificar.[31]

Las negociaciones no fueron fáciles. En mayo, Larger volvió a visitar a las hermanas, y les aseguró que él sabía de una señora que haría la donación de un terreno para la construcción del asilo. Las hermanas de la orden comenzaron a sospechar de ciertos manejos irregulares:

Su afán era el que mandaran dinero de España para empezar a manejar todo él, y algunas cosas tan raras, que daba qué pensar, viéndonos obligadas a consultar a personas que bien lo conocía (sic), aconsejándonos no nos comprometiésemos en nada con él que lo menos posible relacionásemos ni consultásemos; por nosotras mismas iría todo mejor.

Un encuentro con Dámasa Zelaya de Saavedra puso fin a las especulaciones, y la construcción pudo ponerse en marcha.

Larger siguió su camino. A pesar de haberse nacionalizado argentino hacía años, sus raíces españolas ‒era vasco francés‒ nunca lo abandonaron del todo. Así, a mediados de 1909 realizó un viaje a Barcelona, y otro más ya en su senectud (contaba con setenta y siete años) hacia 1928.

Sobre la Escuela Particular de Varones “San Estanislao”, que supo dirigir, se sabe que ella comenzó a funcionar en 1890. La escuela era la primera vivienda de la esquina sudeste de la calle Tucumán, y tenía un techo de zinc.

En febrero de 1890, se pidieron útiles escolares al Consejo de Educación, el cual se los entregó (el Consejo tenía facultad de proveer artículos escolares a colegios particulares cuando estos se inauguraban, a condición de garantizar la gratuidad de la enseñanza y respetar una serie de medidas higiénicas). En función de los artículos que proveyeron a otras escuelas gratuitas, podemos especular sobre qué útiles les cedieron. Básicamente, se donaban cajas de tiza, bancos usados, mapas de la República Argentina, pizarrones murales –de segunda mano–, alguna colección de carteles de lectura. También podían incluirse resmas de hojas, diccionarios, cajas de sólidos geométricos, botellas de tinta y cuadernos de caligrafía Garnier.

Ese mismo año, el 26 de agosto, el Consejo de Educación exoneró “del derecho escolar correspondiente a la Asociación Esclavas de Jesús Sacramentado, testamentaria de doña Estanislada Fernández de Martín”, quien había donado una fuerte suma para la compra de la manzana de la escuela de niñas. De este modo, ambos colegios, el de niñas y el de varones, pudieron funcionar sin tener que abonar el impuesto que se cobraba a las escuelas particulares.

Sin embargo, estas excepciones no bastaron para sostener una escuela pequeña. Es así como el 5 de diciembre de 1893, Larger solicitó una subvención económica al Consejo de Educación. El Consejo no hizo lugar a dicha solicitud.

La situación de las escuelas debió ser apremiante. En 1894, el Consejo hizo una excepción con la escuela de las Esclavas de Jesús Sacramentado, y otorgó por depósito una serie de útiles escolares para el ciclo lectivo de 1895.

Una serie de datos indican otros elementos interesantes sobre ese año. En 1894, se produjo un terremoto que afectó principalmente a las provincias de La Rioja y San Juan. Fue el terremoto con registro más fuerte en Argentina, con una magnitud de entre 8,6 y 8,9 en la escala de Richter. Causó gravísimos daños y víctimas en la provincia de San Juan, así como en La Rioja, y daños menores en Catamarca, Córdoba, San Luis y Mendoza. Como consecuencia directa hubo más de cincuenta muertos y centenares de heridos.

El Estado nacional actuó con rapidez. Entre sus acciones, el Consejo de Educación gestó una colecta entre los colegios fiscales y particulares del país. En la Capital, las escuelas se pusieron en campaña. La Escuela Superior de Niñas (aquella en la que el niño Carlos Gardés había cursado primer grado) logró juntar $24, la Escuela Elemental de Varones –en donde cursó segundo–, $12,50; el Colegio Pío IX (Carlos pasó por allí en 1901 y 1902) donó $15, y el padre Larger, director del San Estanislao, realizó una generosa donación: $20.

El total de lo recaudado fue de $10.487, 89.

El plantel docente y algunos alumnos

Es interesante analizar la situación del Colegio San Estanislao hacia 1895, año en que se realizó el Censo Nacional de Población. Gracias a este, podemos saber que el padre José Larger (o Largér, según el censo) era español, y tenía cuarenta y dos años.

En realidad, aunque no es muy importante, Larger no tenía cuarenta y dos años sino cuarenta y cinco. Su nombre completo era José Baldomera Francisco Larger Vieta. Había nacido el 3 de marzo de 1850 en Blanes, Gerona (muy cerca de la frontera con Francia y a 336 km de Toulouse, tierra natal de Carlos y Berta Gardes), y era hijo de José Larger y Francisca Vieta. Hacia 1895 ya se había nacionalizado argentino.

En la ficha censal del colegio aparecen también Gilberto Lafay, de veintidós años y origen francés, Bartolomé Bosano, de treinta, nacido en Inglaterra. Ambos eran solteros y figuran como profesores (¿de idioma? En el colegio se enseñaba francés). En relación con Bosano, su verdadero nombre era Bartholomew Bosano, y había nacido en 1865. Falleció en 1941 en Durham Central, Inglaterra, a la edad de setenta y seis años.

Asimismo, aparece censado Francisco Vacca, italiano, de cincuenta y cinco años, casado, e inscripto como portero. No hay datos sobre su esposa.

Más abajo figuran los estudiantes: Alberto Llanos, de doce años, argentino; Juan Caballero, de catorce, italiano; M. José Miralles, doce años, argentino; Eladio Velásquez, once, argentino; Antonio Roberto Velásquez, nueve, argentino; Luis Ferrari, nueve, argentino.

Sobre el alumno Miralles, su nombre completo era Miguel José Deogracias Miralles, había nacido el 22 de marzo de 1883. Era el primer hijo de Miguel Miralles –nacido en Lérida, España, de profesión albañil– e Inés Campana, natural de Buenos Aires. El matrimonio tuvo al menos tres hijos más: Agustina Rosa Mercedesa, en 1884, Luis Rafael, en 1886, y María Inés Francisca en 1889. El padre figura como albañil y la madre sin profesión.

Los Velásquez eran hermanos. Antonio había nacido el 13 de junio de 1885, y fue bautizado el 19 de noviembre de ese mismo año. Los niños eran hijos naturales. Sus padres eran paraguayos, de Asunción: Héctor Velásquez, de profesión empleado, católico, sabía leer y escribir. La mujer se llamaba Estefanía Jiménez. Hacia 1883 la pareja ya vivía en Buenos Aires, domiciliados en la calle Tucumán 103.

Es decir que –por lo menos hasta 1896– se trataba de un colegio religioso, pequeño, gratuito o con un porcentaje de alumnos becados, regenteado en forma particular por el padre Larger, y con un grupo de estudiantes compuesto por seis varones entre los nueve y los catorce años. El hecho de que hayan sido censados en el colegio nos permite suponer que, o el censo fue hecho en horario escolar –se realizó un día martes de setiembre–, o bien se trataba de un colegio de pupilos (no sabemos si tenía la modalidad de alumnos externos). Asimismo, la diferencia de edad entre los niños indica que se trataba de una institución creada para que los niños terminaran los estudios. El oficio del padre de Miralles, de los Velásquez y el de la propia Berta –era planchadora, considerada por el Censo de 1904, “personal de servicio”, en el mismo rubro que las domésticas–, como las solicitudes de exenciones impositivas y útiles escolares al Consejo de Educación, nos permiten suponer que la institución pasaba estrecheces.

Certificado de calificaciones de Carlos Gardés.
(Fuente: archivo personal del autor).

Hacia 1904, año en que cursa Carlos Gardés, el San Estanislao presentaba una estructura que incluía director y secretario (Biela, un religioso de origen español), y un programa de materias más extenso. Ese mismo año, se le levantó un expediente (I-154, 30 de noviembre) a la escuela. Marcos Balcarse, el director (el mismo que firmaría a fin de año el certificado de los egresados), sería el encargado de firmar la notificación.

Sobre el nuevo director del colegio, Marcos Balcarse, se sabe poco. Nació en 1875 o 1876 en Buenos Aires. Era hijo de Bernardo Balcarse, empleado, y Micaela Conde, ambos argentinos. Tenía dos hermanos: Bernardo, seis años mayor, y Floro, quien había nacido en 1851. Los dos hijos sabían leer y escribir.

Por aquellos años –y especialmente en 1904–, los colegios privados (se los llamaba “particulares”) supieron ser severamente inspeccionados, y en muchas ocasiones, clausurados. Sin ir más lejos, un colegio que funcionaba a una cuadra escasa del San Estanislao (Tucumán 2734), así como otras diecisiete escuelas de la zona.

Uno de los alumnos más célebres del colegio, aparte de Carlos, fue Eugenio Santiago Peyru. Nacido en Buenos Aires en 1913, cursó entre 1923 y 1924 los estudios elementales (es decir, hasta cuarto grado) en el San Estanislao. Haciendo un camino inverso al de Carlos Gardés, en 1925 ingresó al Colegio Pío IX como alumno artesano, y pasó al año siguiente al aspirantado de la sede que los salesianos poseían en Bernal (aquella a que Carlos supiera ir con su grado para las fiestas patrias del 25 de mayo).

En 1943 Peyru, ya ordenado, ingresó como maestro, asistente y catequista de artesanos y estudiantes en el Colegio Pío IX. Cincuenta años más tarde, y ya ordenado como monseñor, fundó el Instituto Secundario Monseñor Miguel Ángel Alemán (hoy Colegio Diocesano Monseñor Miguel Ángel Alemán). Falleció en 2005.

El Colegio San Estanislao en 1934 aún existía como escuela. Hoy día funcionan allí varios locales de ropa, y del colegio no hay ni siquiera una placa recordatoria de su existencia.

Un testimonio del paso de Carlos por el Colegio San Estanislao

Por aquel entonces, Edmundo Guibourg –luego afamado periodista del diario Crítica– conoció a Carlos.

Gardel iba a una escuela paga, pues a pesar de que la madre era muy pobre (era planchadora), su familia estaba acostumbrada a la buena educación que daban las escuelas privadas de Francia.

Yo iba con los hermanos Pizarro que eran cuatro o cinco a un colegio de educación común de la calle Valentín Gómez y Anchorena. Gardel iba al colegio que se llamaba San Estanislao, ubicado en la calle Tucumán hacia Centroamérica, es decir en dirección hacia Pueyrredón.

En otras entrevistas Guibourg confundirá al colegio con otro llamado San Idelfonso, pero siempre refiriéndolo a la misma locación y época.

Carlos se fuga de la escuela

En setiembre de 1904, Carlos fue detenido en Florencio Varela. Según su madre Berta, “una tarde salió de casa y no volvió. Lo busqué como loca por todo Buenos Aires, pero no lo encontré…Viví unos días muy tristes y casi no podía trabajar. Por la tarde, al terminar mi tarea, salía a recorrer las calles, pero todo era inútil”.

En relación con la fuga de la escuela, el caso de Gardel distó de ser un hecho atípico. Las fugas y deserciones escolares eran, hacia principios del siglo XX, bastante comunes. Es por ello que el Consejo de Educación desalentaba el ingreso de docentes de reemplazo después de julio, porque la matrícula escolar descendía tanto que no se veía la necesidad de cubrir las vacantes.

Había varias causas para esta deserción: las bajas temperaturas (en aquellos años no existía el receso de invierno, y los niños acudían a la escuela de lunes a sábado), la fuerte movilidad social (mudanzas, traslados, despidos, fallecimientos de un progenitor, etc.) y, principalmente entre los varones, la necesidad de salir a trabajar para colaborar con el hogar. Efectivamente, el testimonio de Berta así parece corroborarlo, cuando encontró a su hijo unos días más tarde:

En una de mis diarias búsquedas, frente a una casa donde había una mudanza vi un gran carro, y sentado en el pescante estaba mi Carlitos, con un aspecto impresionante. Le habían puesto un traje de hombre con pantalones largos, a él, que era muy menudito. Las mangas del saco se las habían dado vuelta hasta el codo. ¡Carlitos! –le dije–. ¿Qué estás haciendo? Y el pobrecito me contestó que estaba trabajando: ¿No ves –me dijo– que estoy cuidando este carro? Mirá, ¡hasta me han puesto un traje nuevo! Lo llevé a casa, lo cambié de ropa y me parecía un sueño volver a tenerlo entre mis brazos. Pero a los pocos días, esa fiebre de inquietud que llevaba en el pecho volvía a separarlo de mí.[32]

Otra causa tenía que ver con los factores inmigratorios (en El Monitor de la Educación Común –la revista oficial del Honorable Consejo de Educación– llegaron a comparar a los inmigrantes con las hormigas, aduciendo que tanto unos como otros aparecen en la época de las cosechas y se esconden o parten en los meses de invierno).

Para el Honorable Consejo de Educación, el rol de los padres y la falta de estímulos también eran un motivo importante en la deserción escolar:

Para nosotros estriba principalmente en el descuido de los padres de familia para exijir (sic) la asidua asistencia de sus hijos a las escuelas, descuido que tiene su origen en la condición social de la gran mayoría de ellos, pues aparte de no darse cuenta exacta de la importancia que tiene la educación, las necesidades de la vida les imponen el trabajo fuera de la casa desde muy temprano, de manera que no solamente no pueden vijilar (sic) la asistencia de sus hijos, sino que, ni aun pueden recibir comunicaciones y avisos que este Consejo cuida de hacerles pasar.

Puede agregarse a esto, que el niño no es bastante estimulado con atractivos que le hagan agradable el recinto, principalmente en aquellas escuelas que no poseen local propio, y que el consumo de útiles les exije (sic) un gasto excesivo en relación a su situación pecuniaria.[33]

La travesura terminó. Poco después, Carlos Gardés retornó al colegio y finalizó sus estudios. El certificado de aprobación del muchacho generó algunas sospechas, debido a la excelencia de las notas (teniendo en cuenta la consabida fuga y detención policial). Sin embargo, si vemos el contexto se comprende mejor, ya que una de las funciones de este tipo de colegios era la contención de una multitud de niños que, abandonados y/o huérfanos, pululaban en la ciudad de Buenos Aires. Si bien la Ley de Educación en principio privilegiaba la enseñanza laica por sobre la secular, en la práctica, el sistema de enseñanza pública no daba abasto a la matrícula, por lo que la promoción de escuelas particulares (la mayoría de carácter religioso) fue inevitable. Muchas de estas funcionaron como finalizadoras de los estudios de los niños, sin importar demasiado si ellos habían aprobado todos los grados. Para ello existieron distintos sistemas, que incluían entrevistas del director o la maestra con el niño y la familia, recomendaciones del ministerio, exámenes de idoneidad, etc.

En relación con la edad –Carlos se atribuye catorce años, cuando aún le faltaban cuatro meses para cumplirlos–, puede deberse a la obligatoriedad de la enseñanza, que iba de los seis a los catorce años y que, en teoría, podía ser penalizada. De hecho, la relación entre la escuela y el sistema de Justicia era estrecha, y la cantidad de fianzas, detenciones e informes policiales vinculados con los estudiantes que se puede leer en las actas de esos años es impactante.

Además, la imagen del adolescente aún estaba en construcción (recién hacia 1910 empezaron a aparecer los primeros estudios más serios y sistemáticos); por tanto, un niño pasaba de su condición de tal a adulto casi en forma automática. De hecho, el censo de la población de la Capital Federal de 1904 presenta el trabajo infantil como un elemento estadístico más.

Gardel al Colón: lo que no pudo ser

Pensaron que mi excelente voz de barítono debía ser aprovechada. Era necesario ponerme un maestro. Si era preciso, marcharía a Europa a estudiar el canto… Pero yo no quise. Lo que yo sentía era… otra cosa.[34]

Siempre se pensó que esta declaración de Gardel, realizada a principios de la década del 30, era otra de sus maravillosas fantasías sobre su origen y pasado. Hace poco tiempo, sin embargo, se encontró un material que le da a esa afirmación una pequeña vuelta de tuerca.

“La Dama del Plumero” fue solo un proyecto, una recolección de historias familiares que se convirtió en libro. “Mi hijo me pidió que le escribiera las historias que me contaba mi abuela y que yo le contaba a él. Los franceses son así, se cuentan todo”, explica Rolando Goyaud sobre la génesis del Museo de Ituzaingó.

Lo que era una recopilación de anécdotas, con el tiempo se fue materializando. No eran solamente relatos familiares sino las historias de los vecinos y los objetos relacionados con esas historias, con las vidas de todo Ituzaingó.

Clarisse Coulombié de Goyaud nació el 15 de octubre de 1859 en Toulouse, Francia. Su bisabuelo D’Arquie fue general de Napoleón Bonaparte y murió en Waterloo. Fue sobrina nieta del pintor Delacroix e hija de Jean Pierre Coulombie y de Marie Louise Daussone. Su padre, mecánico y profesor de matemáticas, instaló una fábrica en San Pablo, Brasil. En 1869 se radicó en la Argentina, castellanizó su nombre y el de su esposa como Pedro y Ana, respectivamente. Clarisse supo ser la madrina de Enrique Bernardo, su hermano, nacido en Buenos Aires el 3 de agosto de 1871. Por ese entonces, la familia vivía en la calle Lorea 31. Poco después, y a causa de la epidemia de la fiebre amarilla, fueron evacuados a Morón, en la provincia de Buenos Aires.

Clarisse (ahora bajo el nombre de “Clara”) desde muy joven se dedicó a ser modista de alta costura, por lo que supo mantener amistad con las familias de Mitre y Sarmiento. Poco después se casó con el arquitecto Gareyso, constructor de la primera rambla de madera de Mar del Plata. Tras el fallecimiento de aquel, volvió a casarse en 1893, en esta ocasión con el periodista Louis Goyaud (1856-1926), quien supo comandar un cantón en la fallida revolución de Leandro Alem e integrar en Buenos Aires la Societe Francais de Securs Mutuels D’anciens Militaires. Luego de vivir unos años en Lomas de Zamora –donde nacería Raúl, hijo del matrimonio–, la familia se radicó en Santa Rosa, provincia de Buenos Aires. Allí se instalaron en la Parisienne, ubicada en el predio que luego sería el club Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó y que fuera construida por Juan Ferrando, hijastro de Rosa Messeta, última pulpera del pueblo. Desde las primeras décadas del siglo XX, Clarisse comenzó a recibir a las mujeres desamparadas del pueblo y a sus hijos, a quienes les entregaba ropa que ella misma cosía. En su casa también comenzaron a reunirse vecinos que tuvieron participación activa en el desarrollo cultural y social del pueblo, impulsando las primeras sociedades de fomento. En 1931 entrevistó a esposas e hijas de pioneros, y así reunió valioso material para la primera historia del pueblo, publicada en 1932 por su hijo Raúl. Murió a los 95 años, víctima de una caída fatal.

Sobre la relación con los Gardes, en el diario La Prensa del 14/7-/1965 el periodista Raúl Goyaud, hijo de Clarisse, escribió:

Carlos Gardel nació en Tolosa, antigua capital del Languedoc, del Departamento del Alto Garona, a orillas del río del mismo nombre. La madre de Carlos Gardel –Berta Gardel– también había nacido en Tolosa. Vino con su hijo “Charles” –y a veces “Charlot”– a la Argentina cuando este era un niño. Mi madre –Clara Coulombié– la conoció personalmente. Diré más: mi madre también había nacido en Tolosa, al igual que sus padres y hermanos. Ambos llegaron a la Argentina con pocos años de diferencia. Además (…) el verdadero apellido era Gardes. Eso es lo que (…) siempre sostuvo doña Berta…[35]

Carlos Gardel y su madre Berthe visitaron en varias ocasiones Ituzaingó para reunirse con Clarisse en su casa “La Parissienne”.[36] “Berthé venía a casa con el hijo. Un día me pidió que intercediera ante mis hermanos, que eran profesores de música del Teatro Colón, para que Charles se dedicara a la lírica”, afirmaba Clarisse.


  1. Hartmann, F. G. (1905), “Del canto escolar al canto popular nacional”, en El Monitor de la Educación Común, Consejo Nacional de Educación, Buenos Aires. Disponible en http://goo.gl/Bseuo0.
  2. Eaton, J. y Litzman (trad.) (1889), “El estudio de la música en las escuelas públicas”, en El Monitor de la Educación Común, Consejo de Educación, Buenos Aires.
  3. “Informes de las comisiones de textos de música, dibujo y ciencias naturales” (1888), en El Monitor de la Educación Común, pp. 704-707, julio, Consejo Nacional de Educación, Buenos Aires.
  4. Uno de los métodos que gozó de su momento de fama en Argentina fue el método sol-fa tónico. De origen inglés, había sido creado por miss Glover hacia 1812, y se consolidó hacia 1840 en todo el sistema educativo de Inglaterra gracias a la intervención del reverendo Juan Curwen, quien tras leer el libro de Glover, consagró su vida al nuevo método, modificándolo y simplificándolo de manera que pudiera llegar a ser un instrumento de educación masivo. Así, hacia 1893, las estadísticas mostraban que tres millones y medio de niños ingleses aprendían a cantar según ese método. En Estados Unidos también comenzará a aplicarse hacia 1880, siendo la génesis del llamado “cifrado americano”, que actualmente se utiliza en muchos países de Occidente para el rápido aprendizaje informal de canciones.
  5. “Noticias, la fiesta escolar (Patronato de la Infancia)” (1892), en El Monitor de la Educación Común, Consejo Nacional de Educación, Buenos Aires.
  6. Revista El Monitor de la Educación Común (1884-1912), Consejo Nacional de Educación, Buenos Aires. Disponible en http://goo.gl/TojW77
  7. El apellido de origen provenía de Francia y se escribía “Gardes”, pero fue castellanizado al llegar a la Argentina como Gardés, Garderes, e inclusive Gardez. Sabiendo que puede despertar alguna confusión en el lector, hemos decidido, no obstante, respetar la forma en que en los diversos documentos aparecía el apellido, pues creemos que es una forma de exponer a las claras el proceso de “criollización” que la familia Gardes transitó a lo largo de su vida en Buenos Aires.
  8. “Funiculí, funiculá” es una canción napolitana compuesta en 1880 por Luigi Denza con letra del periodista Peppino Turco. Conmemora la apertura del primer funicular del Monte Vesubio. Eduardo Oxenford, un cantautor inglés y traductor de libretos, publicó una versión que se popularizó en países de habla inglesa. Seis años más tarde, el compositor alemán Richard Strauss escuchó la canción y la incorporó a su sinfonía “Aus Italien”. Denza presentó una demanda contra él, ganó el pleito y, a partir de entonces, cobró un canon cada vez que el “Aus Italien” se ejecutaba en público. No sabemos si la versión que se cantaba en Buenos Aires era en italiano o en español:
    Vamos desde abajo hasta la montaña, Carolinita, ¡no hay paso!
    Puedes ver Francia, Prócida y España.
    Te veo a ti.
    Subes halado por un cable al cielo
    en un segundo.
    Nos elevaremos como torbellino de una. ¡Él sabe cómo hacerlo!
    ¡Vamos, vamos, vamos a la cima! ¡Vamos, vamos, vamos a la cima!
    ¡Funiculir, funicular, funiculir, funicular! Vamos a la cima ¡funiculir, funicular!..
  9. La tradición de cerrar el año con una obra de teatro musical fue mantenida por la directora de la escuela, Juana Casinelli, como se puede apreciar en el evento organizado el 29 de noviembre de 1902. En esa oportunidad, la obra presentada también fue creación de Panizza.
    En 1903, la escuela organizó un acto en donde “se cantaron los himnos chileno y argentino por 600 voces, se hicieron composiciones patrióticas, se recitaron poesías y ejecutaron ejercicios gimnásticos y una hermosa alegoría ‘La Paz’ expresamente compuesta para la escuela y hábilmente interpretada por sus alumnos, lo que les valió muchos aplausos”. Esto fue parte de una serie de actos orientados a un acuerdo de límites entre Argentina y Chile.
  10. La fuente de la historia puede consultarse en el expediente que obra en el Archivo Intermedio del Archivo General de la Nación, Paseo Colón 1093. También puede leerse en http://goo.gl/2SJVVd.
  11. Aballe, Guada (2008), Niños del ayer, Ed Corregidor, Buenos Aires, p. 110.
  12. Los hechos fueron reconstruidos para el presente trabajo según expediente perteneciente al año 1897 del Consejo Nacional de Educación y que obra en el Archivo Intermedio del Archivo General de la Nación, Paseo Colón 1093.
  13. Nació en Uruguay hacia 1870. Tenía un hermano, Andrés, también oriental, un año mayor, de profesión mueblero (sic) (véase https://goo.gl/3moAJT).
  14. Subpreceptora en junio de 1887, preceptora infantil en junio 1888, preceptora elemental en marzo de 1889 (Ideas y Figuras [20 de mayo de 1914], nº 110, año VI).
  15. En aquellos días el 12º distrito se hallaba en la zona de San Cristóbal.
  16. El Consejo Escolar del 12º distrito estaba en Entre Ríos 1317.
  17. Según testimonio de Catalina.
  18. 7 de octubre de 1897.
  19. Los detalles de esta entrevista así como los de la visita de Carrasco son los que dio Catalina en su carta al Presidente del Consejo Nacional de Educación.
  20. 10 de mayo de 1898.
  21. 12 de mayo de 1898.
  22. 15 de mayo de 1898.
  23. En 1907 era directora de Escuela Superior (Ideas y Figuras [20 de mayo de 1914], nº 110, año VI).
  24. Los firmantes representaban a una asamblea de más de mil quinientos maestros que se habían reunido el 28 de marzo de 1914 (Ideas y Figuras [20 de mayo de 1914], nº 110, año VI).
  25. 6 de julio de 1929. Número especial dedicado a la mujer argentina.
  26. Ocurrió a comienzos de noviembre de 1892. Publicado en El Monitor de la Educación Común, Denuncias de la Prensa (véase http://goo.gl/6WQdrV).
  27. Escuelas Superiores de Niñas y Varones; Escuela Elemental Número 1.
  28. Nota publicada originalmente en Tango Reporter (2015), n° 203, año XX, Los Ángeles, enero-febrero.
  29. Paquita Bernardo, la primera mujer bandoneonista, estudió en dicha escuela pocos años después de la separación y mudanza de la escuela de varones a la calle Tucumán. La casa de sus padres estaba a una decena de cuadras de la escuela, en la calle Calle Larga del Ministro Inglés (hoy Gorriti), casi Canning.
  30. El teniente cura era el cura auxiliar del párroco. Ante la ausencia o fallecimiento de este, podía ejercer sus funciones sin ser nombrado.
  31. Disponible en http://goo.gl/S5ObQ7.
  32. “La verdadera vida de Carlos Gardel recogida de labios de su anciana madre”, en revista La Canción Moderna, 8 de junio de 1936.
  33. Revista El Monitor de la Educación Común, diciembre de 1888, Consejo Nacional de Educación, Buenos Aires.
  34. Revista Indiana (enero de 1929). Citado en Peluso, H. y Visconti, E. (1990), Gardel y la prensa Mundial, p. 84, Ediciones Corregidor, Buenos Aires.
  35. Citado en “Ituzaingó al oeste de Buenos Aires”. Disponible en http://goo.gl/Mq0Ax7.
  36. Los Goyaud se instalaron en la casa “La Parissienne” hacia 1903, por lo que las visitas de Berta y Carlos debieron ocurrir después de 1904, año en el que el muchacho finalizó la escuela primaria.


Deja un comentario