Reflexiones sobre teoría política a partir de un escrito legitimador de Carl Schmitt
Cecilia Lesgart, Gastón Souroujon, Andrea Bolcatto,
Esteban Kaipl[1]
A este grupo de personas autónomas agrupadas alrededor de un proyecto de investigación, y que en muchos casos comparten o han compartido espacios de trabajo en distintas cátedras de Teoría Política de diferentes universidades de Rosario, de Santa Fe y de Entre Ríos, nos ha tocado trabajar una intervención de Carl Schmitt titulada “El Führer defiende el Derecho”. Hemos aceptado casi por azar la lectura de este texto algo olvidado de Carl Schmitt, tal vez por no tratarse de uno de sus clásicos y por ser una intervención justificadora de la Noche de los Cuchillos Largos. Escrito que este IV Encuentro de Equipos de Investigación en Teoría Política ha catalogado como un texto maldito.
No rehusaremos ahora a tomarlo como base de nuestra reflexión, pero insistiremos en preguntarnos qué es lo que hace que un texto sea llamado maldito, quién lo llama maldito, qué hacer con un texto maldito, y si este texto en particular es tan maldito o menos maldito que otros escritos fundamentales de Carl Schmitt. El Encuentro de Grupos de Investigación en Teoría Política propuso algunas dimensiones para ser discutidas alrededor de diferentes textos malditos: bordes, situacionalidad, apuesta, estilos. Nos referiremos a algunas de ellas en particular.
1. Acerca de los textos malditos
Decir que un autor es maldito, o describir un escrito como maldito, es más que una etiqueta decorativa. Es una clara señal de advertencia sobre la forma en que debemos acercarnos a la obra, las precauciones que es menester tomar, si puede leerse abiertamente, o por el contrario hay que leerlo con precaución y en secreto. En parte, estas conjeturas cobran luz cuando reconocemos que el origen de lo maldito no hunde sus raíces en el orden de lo moral sino de lo religioso, y se formula acabadamente en la dicotomía maldito-bendito. Así, mientras que lo bendito provoca amor pero es aquello que el hombre debe evitar por su propia e indigna condición mortal, lo maldito genera repugnancia, horror y miedo, ya que en él habitan las potencias capaces de desplegar la destrucción. El mismo contacto con lo maldito es peligroso, pues tiene un carácter contagioso que no deja inmune a aquel que se acerca. Por eso se lo esconde o se lo evita.[2]
Por lo tanto, calificar a Carl Schmitt y a “El Führer defiende el derecho”[3] como maldito es inscribirlo en un mundo extracotidiano. Su calificación como texto maldito es una advertencia para evitarlo, o para leerlo con precaución.[4] Esta advertencia podría implicar que se expulse este texto de Schmitt de la esfera profana de la justificación de acontecimientos o proyectos políticos, del espacio secular de los textos políticos clásicos, o de la literatura política en general. Pero ¿por qué hacerlo?, ¿por qué tratar este escrito de Schmitt de una manera desigual frente a otros textos clásicos del mismo autor que habitan la Teoría Política?
Este escrito que tiene un título provocador, característica que describe toda la obra de Schmitt, nace del interés por defender la intervención del Führer en un Congreso de Juristas alemanes. No de cualquier intervención, sino de la eliminación de la oposición partidaria y el asesinato de Ernst Röhm entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1934. Entonces, una de las maldiciones de “El Furher defiende el derecho” estriba en que se justifica la purga llevada a cabo por Hitler en la noche de los cuchillos largos durante la cual parte de las S. A. fue eliminada. Una purga en donde los amigos de ayer se transforman en los enemigos de hoy: la frontera de la amistad/enemistad se desplaza indefinidamente, y la relación de amistad/enemistad marca el punto particularmente intenso de una relación de extrañeza.
Es así que Schmitt defiende la intervención del Führer en el Congreso de Jurisconsultos alemanes. Una intervención que es protectora o de resguardo, si nos atenemos a la traducción que se podría hacer del idioma alemán.[5] Paradojalmente un congreso de juristas, en donde el puro derecho emerge de la magistratura del Führer que se presenta como el derecho vital del pueblo. Una idea de derecho que no proviene de ningún entramado positivo de normas, ni del Estado de derecho. Lo que constituye un primer desborde del propio Schmitt, operación política y conceptual por la cual un jurista niega, en un Congreso de Jurisconsultos, que el derecho pueda contener sus propios límites. El orden jurídico emerge de la decisión del soberano. Una decisión pública y excepcional frente a la incesante discusión parlamentaria que dilata la toma de decisiones, y frente al poder rutinario, burocratizado, despolitizado y las reglas escritas que paralizan al Estado de derecho (parlamentario y liberal). Esa autoridad del soberano que nace de una voluntad política se funda en la sustancia del derecho vital del pueblo, ligado a la moral y a la justicia que Schmitt considera va a superar la legalidad vacía de la república de Weimar.
Este escrito fue producido para un momento histórico y político preciso, en el cual Schmitt intenta legitimar el accionar del nacionalsocialismo. Sin embargo, tal vez sea conveniente abordarlo más allá de su posible definición como escrito panfletario, propagandístico, o de lucha ideológica. No porque no sea un escrito de combate, dado que en general Schmitt escribe como si poseyera en su mano un arma que es su pluma. Pero este en particular está desbordado, mucho más que por la política, por presentarse como una intervención situacional intencionada y legitimadora. En este sentido tampoco se parece demasiado a otros textos clásicos de Schmitt, en los cuales sin resignar posturas teóricas y políticas que van de lo polémico a lo partisano, le ha brindado a la teoría política unos conceptos generales que, como concentrados de contenidos significativos, han sido capaces de viajar y traspasar el espacio y el tiempo en el que fueron y para el que fueron creados.
En el momento de escribir este texto de intervención coyuntural y de justificación del régimen, ya se encontraba suspendida la Constitución de Weimar, y ese es el momento en que este jurista se siente compelido por aplicar y redefinir aquello en lo que ya había pensado como buen representante de la derecha antiparlamentaria: sin Constitución, el soberano puede instituirse en la más alta justicia, sin estar sometido a ella. Así, aun en el momento en que Schmitt decide meter los dedos en los rayos de la rueda de la historia, utiliza parte de su utilería conceptual para legitimar su debilidad política, y sus siempre fallidos anhelos personales por convertirse en consejero del Príncipe del Tercer Reich.
Lo hasta aquí dicho deja abiertas algunas preguntas. ¿Qué hacemos con los textos políticos legitimadores? ¿Aceptamos la lectura de aquellos que justifican o avalan experiencias emancipatorias, y escondemos por malditos los que elevan experiencias ominosas? ¿Cómo acercarnos a estos escritos de situación que robustecen experiencias políticas totalitarias y totalizadoras como la del nacionalsocialismo? ¿Se puede considerar que todos los textos de un autor y los conceptos que en ellos emplea son universales, o por el contrario muchos de ellos surgen de experiencias políticas concretas, se formulan para ellas, y son escritos y términos comunicables aunque estrechos y olvidables?
2. Sobre el estilo: forma y contenido
Carl Schmitt se caracteriza por producir en los bordes y en los tránsitos. Solo para tornar clasificable su vocabulario, se puede decir que en ellos se transporta desde la ciencia jurídica del Derecho Público o Constitucional a la Teoría Política, desde el Derecho Internacional Público a una teorización de los grandes espacios. Desde la filología a la producción e indagación de conceptos teóricos políticos, en una tarea esforzada por mostrar que el vocabulario de la teoría política moderna está en buena medida constituido por conceptos teológicos secularizados. Es decir que también se mueve entre la Teoría Política y la Teología Política.
En estos derroteros teóricos ha desbordado las mismas tradiciones en las que se ha formado: es un jurista negando el derecho positivo, un internacionalista que no observa neutralmente la descomposición del Derecho de Guerra europeo entre Estados soberanos, un católico que emprende una tarea que transita la teología y la teoría política, un filólogo apasionado por componer conceptos que como el de “lo político” se descargan de sustancia divina, pero inducen a la acción. Y en el caso de “El Führer defiende el Derecho”, a actuar como la historia lo demande contra lo que Schmitt considera inacción y neutralidad inmóvil del parlamentarismo liberal.
Todos los escritos de Schmitt poseen cierta mácula maldita porque rebasan campos de estudio aparentemente estandarizados, y porque son altamente polémicos y confrontativos. En este sentido Schmitt suele romper con el orden de las teorías existentes y de las clasificaciones normalizadas. Esto funda una forma de trabajo y una estética –que es forma a la vez que contenido– que se reproduce tanto en este texto de justificación de la intervención del Führer en un Congreso de Jurisconsultos, prometiendo la reconciliación entre derecho, moral y justicia, como en otros textos ya clásicos y también malditos.
En este orden deberíamos preguntarnos por qué Los fundamentos históricos espirituales del parlamentarismo en su etapa actual no es considerado un texto maldito como este que se nos ha propuesto. Allí, hay una sentencia teórico-política y política, en la que Schmitt subraya que el parlamentarismo liberal con base en la democracia de masas es imposible. Weber le había dado una respuesta desencantada pero propositiva a esta tensión. Pero la de Schmitt es disolvente con respecto al liberalismo político.[6] También su interpretación de la democracia sorprende hoy si no fuera porque ha vuelto a acompañar el resurgimiento de algunas teorías de la política actuales que se replantean la radicalización de la democracia en tiempos post-políticos. Una democracia que se conecta con la lógica de la identidad entre gobernantes y gobernados, y con la de la equivalencia, tratar al igual como igual y al diferente como desigual. Interpela y vuelva extraña la relación entre liberalismo político con su lógica del pluralismo y la diferencia, y la democracia. Años llevará para que estas tradiciones vuelvan a anudarse contingentemente. Para varias generaciones habituadas o criadas bajo una idea de democracia como combinación imperfecta entre liberalismo político y democracia, este texto hoy clásico de Carl Schmitt produjo un impacto y una imposibilidad contextual de entender cabalmente qué estaba diciendo.
En otra sintonía El Concepto de lo político, donde asienta conceptos extremos. El de amigo-enemigo, medido como intensidad de una relación en donde “el otro”, señalado públicamente por el soberano, es un extraño para una comunidad de sentido. Y el de Estado total mostrando que en la democracia de masas, el Estado ya no es sede de lo público-político y se encuentra compenetrado irremediablemente con la sociedad. El prólogo de José Aricó a la edición en español de la década del 80[7] tuvo que trabajar arduamente para explicar por qué el pensamiento de la izquierda podía renovar herramientas teóricas y marcos de sentido político leyendo a Carl Schmitt, afiliado al partido nacionalsocialista y su jurista de consulta, querido y odiado al mismo tiempo. Y se podría nombrar otro texto un poco inclasificable como Teoría del partisano, en donde Schmitt nos entrega una teorización de la totalización de todas las relaciones que ponen en entredicho cualquier unidad estatal, y alguna enemistad relativa.
“El Führer defiende el Derecho” fue publicado el 1 de agosto de 1934 en el Deutsche Juristen-Zeitung (diario de juristas alemanes) de Berlín. Editado posteriormente a la publicación de algunas obras de Schmitt que hoy ya son clásicas. En 1922 Teología Política, en 1923 Los fundamentos históricos espirituales del parlamentarismo en su etapa actual. En todos ellos aún guarda esperanzas en las categorías modernas secularizadas, y en los conceptos políticos fundamentales como meras secularizaciones de motivos cristianos. Expectativas que perderá en El concepto de lo político. El soberano como un dios en la tierra, capaz de hacer el milagro de crear un orden por fuera de la naturaleza y del derecho normal. En el texto que nos ha tocado leer, el Führer es equiparado con Dios: “… no está sometido a ninguna justicia, constituye en sí la más alta justicia”.
3. Las apuestas como políticas en torno a la producción de teoría
La Teoría Política de Schmitt está desbordada por el itinerario entre gramáticas disciplinarias, por la política y, en el caso de “El Fürher defiende el Derecho”, por la intervención legitimadora de una purga que forma parte de un proyecto político de largo alcance.
Hay que llamar la atención sobre un terreno en el que Schmitt es particularmente poderoso, la politización de sus conceptos, o mejor dicho, las luchas por el significado que despliega en y con sus conceptos, que se convierten en verdaderas beligerancias por afirmar un sentido de lo político. La producción y uso controvertido de palabras políticas, de carácter realmente innovador dentro de la Teoría Política que produce Schmitt, solo aparece atemperado por la forma que adquieren algunos de sus términos. Especialmente, los conceptos duales, tanto los contrarios simétricos como los contrarios asimétricos: desde la meta categoría universal amigo-enemigo,[8] hasta los dualismos explícitamente creados como neutral-total, o aquellos que se desprenden de sus teorizaciones como derecho-decisión.[9] Así, los conceptos en Schmitt no parecen concentrados de contenidos significativos o abreviaturas de la realidad:[10] ellos se fundan en situaciones extremas, colaborando en la creación de escenarios políticos límite, o registrando en los conceptos desplegados las luchas político-sociales. Por caso se pueden ofrecer el de soberanía como una especie de milagro de la decisión en la tierra, o el de partisano, que muestra la descomposición de la guerra entre unidades soberanas y reconocidas entre sí, la definitiva revolucionarización de la guerra, y la totalización de todas las relaciones.
De alguna manera, lo que trasluce esta estética schmittiana que es forma y contenido, es que en ciertas situaciones históricas los conceptos están más allá de la capacidad teórica de la razón, o la explicación de la trama histórica. Frente a este estilo schmittiano, sumamente seductor, hay que estar precavidos porque salta del coyunturalismo ofreciendo, en apariencia, conceptos altamente formales y universales, pero que han nacido y están atravesados por la politización y el combate. ¿Por qué estar precavidos? En primer lugar, porque la construcción de sus conceptos duales siempre están dispuestos pedagógicamente. Schmitt ordena y expone lúdicamente, atrapa en su historia, dejando encerradas las opciones teóricas y políticas en dos extremos no necesariamente coincidentes, falsamente conducentes a distintas opciones políticas, y de inocultable dificultad para producir teoría política. En segundo lugar, porque la construcción de sus conceptos siempre está más allá de la capacidad para dilucidar teóricamente o racionalmente la teoría o la historia. Siempre parece más una invitación a disponer a la voluntad a comprometerse y tomar posición. Una posición que en Schmitt está más allá del “vitalismo” de un católico frente a la inmediatez de la existencia terrenal. Construir conceptos polémicos inscribiéndolos en una historia, o reformularlos proponiendo una historización de los conceptos, es una manera de forjar sujetos políticos.
Hay quienes suelen remarcar que tras esta legitimación explícita de Schmitt, y de otros escritos en los se delinean las distancias entre pensar el orden o justificarlo, guarda una trayectoria errante como jurista y teórico del nazismo: siempre en la antesala del despacho del soberano.[11] No logrando nunca construir una teoría del Estado, ni contribuyendo a modelar el régimen con su teoría tripartita Estado-movimiento-pueblo.
Una serie de cuestiones se desprenden de lo hasta aquí dicho. ¿Qué sucede con la labor teórica política cuando todos los conceptos son altamente polémicos? ¿Se puede hacer teoría política con conceptos que son pensados para tiempos políticos no rutinarios? ¿Puede considerarse que estos conceptos, y las teorizaciones de la política que se formulan a su alrededor, sirven como textos clásicos o universales? Asimismo, estas líneas tal vez puedan colaborar en poner sobre el tapete una pregunta sobre el papel de los académicos e intelectuales en la vida pública y política, que Carl Schmitt abre en distintas direcciones. No solo porque su Teoría Política está marcada por la politización en momentos políticos fuertes. Su apuesta en “El Führer…” no es auto-celebratoria del régimen al que pertenece, no es la disposición de un panfleto de defensa al gobierno de turno, no es la mirada de un funcionario, ni la justificación de un funcionario-militante del nacionalsocialismo. Tampoco es el de la autonomía crítica, ni el de la neutralidad prescindente. ¿Cómo entender el papel de los académicos en la vida política?, ¿como conmemoración afectiva de las propias elecciones, como autonomía crítica ante una historia que antes de convertirse en maquinaria de producción en serie de muertes convocó a muchos otros intelectuales, como neutralidad prescindente cuando la vida está en disputa, o como toma de posición y combate por un proyecto?
4. Sobre la situacionalidad
Como tratamos de decir arriba, aunque pueda parecer que la labor schmittiana está fundada en cierta neutralidad amparada en la disquisición filológica, en los intentos por dar cuenta de la relevancia de la teología en un universo secularizado, o en la producción de una teoría política universal y de largo alcance, sus textos también están recorridos por polémicas situacionales. La generalización de las críticas realizadas sobre la ineficacia de la República de Weimar sitúa a Schmitt en una historia extratextual, compartida por otros juristas constitucionalistas y teóricos del nazismo durante la República de Weimar y antes del año 33 que pedían todo el poder al presidente.
En el caso de “El Führer defiende el Derecho”, en teorizaciones que nacen de la condensación de experiencias políticas que se dibujan entre los resentimientos de una generación que pueden ser acumulados o transmitidos intergeneracionalmente, y el sentimiento de derrota moral en la guerra, que es compartido por una generación de alemanes que ha aprendido su sociabilidad masculina, niveladora de las condiciones sociales, heroica, vitalista y violenta en las trincheras de la guerra.[12] Por eso Schmitt, constitucionalista o teórico de la política, cuya experiencia de vida dista de ser la de los soldados que combatieron en las trincheras, pero también la del Führer que hace política y modela el régimen, habla de la inestabilidad de Weimar como la experiencia de paz en la derrota y en la indignación moral frente a ella. Es de las experiencias acumuladas que el Führer se legitima: es el único capaz de actuar como la historia lo requiere.
Toda la indignación moral inspirada por la ignominia de tal derrota se ha acumulado en Adolf Hitler, transformándose en la fuerza motriz para la acción política. En él viven todas las experiencias y advertencias de la historia de la desgracia alemana. La mayoría teme la dureza de tales advertencias y prefiere refugiarse en una superficialidad evasiva y niveladora. El Führer, en cambio, toma en serio las advertencias de la historia alemana. Esto le da el derecho y la fuerzas necesarios para fundar un nuevo Estado y un nuevo orden.[13]
Esto habilita un conjunto final de preguntas que dejamos abiertas. ¿Cómo son los proyectos políticos que se modelan a partir de las experiencias de derrota moral? ¿Qué proyectos políticos pueden surgir de los resentimientos acumulados por una generación? ¿Tiene implicancia “la historia” en la fundación de teorías de la política fundamentales como la de Schmitt? ¿Puede considerarse que el tiempo pueda colaborar en la constitución de experiencias que se erijan en maestras de la vida o en memorias ejemplares y contribuyan a desterrar del mundo experiencias políticas ominosas?
5. Desbordes y Teoría Política
Cuando nos acercamos a las preguntas que se nos formulaban desde la convocatoria a la reunión de equipos de investigación, se nos invitaba a debatir sobre cierto sentido común de la Teoría Política actual. Ante esto y frente a lo escrito hasta aquí, surge una inquietud: ¿tiene o posee la teoría política una naturaleza propia o una esencia eterna? Lo que en parte muestra Schmitt es que la Teoría Política vive en los bordes. A veces transita desde la Filosofía o desde el Derecho Público. Otras veces, y más actualmente, confronta sus límites con el psicoanálisis, la semántica o la economía. Por lo que su derrotero está en los desbordes, y en ellos cobra alguna inteligibilidad contingente.
Si algo deja como legado Schmitt, es que la Teoría Política vive en la retórica. En el arte de la exposición contradictoria, de la argumentación persuasiva o adversativa. Sus escritos son juegos de conceptos y significados que parecen convertirse en el fin mismo de la lucha política. Esta herencia semántica que trae de su amor por la filología se despliega como una batalla conceptual y política. Este es un sentido realmente peculiar para un conservador de derecha y justificador del nacionalsocialismo, quien pareciera decirnos que gran parte de la vida pública puede disputarse en el intercambio polémico de conceptos.
Asimismo, esta es una Teoría Política que reflexiona sobre los asuntos de la vida compartida y común, interpelando qué es o si hay algo que reúna a todos en torno a algo común –un concepto, algún lugar, alguna relación particularmente intensa, una persona–. Schmitt sorprende por las sucesivas entradas teóricas que incitan vitalmente a la conformación de algo común. Y, sobre todo, porque por delante y por detrás de su adscripción política a formas ominosas, nos deja la pregunta sobre el papel de los académicos e intelectuales que toman posición y modelan marcos de sentido que incitan el vínculo entre los hombres. Un conservador, católico y representante de la derecha antiparlamentaria que, paradojalmente o por mor de su vitalismo, muestra que la teoría política está también vinculada al lenguaje: adversativo, verosímil, retórico.
- El proyecto de investigación actual está integrado por Cecilia Lesgart (directora), Gastón Souroujon (codirector), Andrea Bolcatto (UNL-UNER), Esteban Iglesias (UNR-Conicet, UNL), Esteban Kaipl (UNL), Mariana Berdondini (UNR), Verónica Vítola (UNR), Facundo de Tomassi (UNR), Andrés Funes (UNR).↵
- R. Caillois, El hombre y lo sagrado, México, FCE, 2004.↵
- C. Schmitt, “El Führer defiende el derecho”, en Teología Política, México, FCE, pp. 114-118.↵
- En Francia, por ejemplo, pasó durante mucho tiempo esto de evitar al propio autor, aun si René Capitant, uno de los inspiradores de la constitución de la V° República, se sirvió mucho de sus trabajos.↵
- El texto se titula Der Führer schützt das Recht, vor dem schlimmsten […], en donde “schützen vor” podría interpretarse como la “defensa de algo contra algo” peor, o lo protege de “lo peor”. El Führer defiende el derecho fue publicado el primero de agosto de 1934 en el Deutsche Juristen-Zeitung (diario de juristas alemanes) de Berlín.↵
- Más aun, para el autor, el liberalismo se erige como antipolítico, es el enemigo históricamente necesario, no meramente ocasional.↵
- C. Schmitt, El concepto de lo político, Buenos Aires, Folios, 1984.↵
- Dice Reinhart Koselleck, que amigo-enemigo es una meta categoría con pretensión universal, pero con pura formalidad política puesto que esta puede rellenarse, y de hecho así ha operado, con diferentes contenidos simétricos y asimétricos.↵
- Hay un único tramo de la composición conceptual en el que Schmitt ofrece términos tripartitos en vez de dualismos. Esto es cuando analiza la estructura tripartita alemana y lo que él consideraría la estructura tripartita del Tercer Reich: Estado-movimiento-pueblo. En donde Estado es lo político-estático, movimiento lo político-dinámico, y pueblo lo impolítico o no-político. Para una crítica a esta estructura conceptual y teórica: F. Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, México, FCE, 2005. R. Koselleck, Futuro-Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993 (especialmente Tercera parte, “Sobre la semántica histórico-política de los conceptos contrarios asimétricos”), y R. Koselleck, “Conceptos de enemigo”, en Historia de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social, Madrid, Trotta, 2012.↵
- En S. Wolin, Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental, Buenos Aires, Amorrortu, 1973.↵
- F. Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, op. cit.↵
- Si bien las posiciones teóricas de otros autores, como N. Elias, sobre el significado de la violencia y la civilización son bien distintas respecto de C. Schmitt, es interesante retomar lo que plantea en cuanto a que ciertos procesos históricos accidentados, fragmentados de Alemania hacia finales del siglo XIX, habrían facilitado la popularización de modelos de violencia, la adaptación de códigos guerreros, que redundaron en la percepción de aquella “generación derrotada moralmente”; N. Elias, Los alemanes, México, Instituto José María Luis Mora, 1999.↵
- C. Schmitt, op. cit., 2001, p. 114.↵