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El lugar de la Guerra Fría y de la doctrina de seguridad nacional en la teoría de la dependencia

Un recorrido por las obras de Theotônio dos Santos y de Ruy Mauro Marini

Julián Kan y Franco Lucietto

1. Introducción

Este trabajo tiene como objetivo analizar el lugar que tuvieron la Guerra Fría y la Doctrina de Seguridad Nacional en los argumentos de dos de los máximos exponentes de la teoría o corriente de la dependencia, Theotônio dos Santos y Ruy Mauro Marini. Analizamos aquí a estos dos autores, recorriendo sus trayectorias personales, académicas y políticas, e intentamos dar cuenta de la influencia de una región atravesada por la Guerra Fría en la elaboración de sus argumentos. Si bien la concepción dependentista tuvo un desarrollo propio más allá de la Guerra Fría, observamos que esta le imprimió un clima de época a la teoría de la dependencia, en especial a la corriente marxista, que atravesó la producción de los principales exponentes. Pero esta influencia no fue solamente en las trayectorias académicas y políticas, marcadas por exilios, persecuciones y golpes de Estado, sino que también fue nodal en los núcleos argumentativos de ambos, donde encontramos una estrecha relación con el escenario de la Guerra Fría y la aplicación por parte de Estados Unidos de la doctrina de seguridad nacional (DSN). Los tipos de dependencia, como así también las alternativas o modelos de cambio social elaborados por dos Santos, y el concepto de subimperialismo acuñado por Marini difícilmente se puedan explicar sin dar cuenta de ese contexto que atravesó América Latina por esos tiempos.

El trabajo se estructura de la siguiente forma. Un primer apartado donde caracterizamos el surgimiento, las corrientes internas y el desarrollo de la teoría de la dependencia, poniendo en discusión esta denominación y dando cuenta de una heterogeneidad mayor de lo que se sostiene habitualmente. Luego, un siguiente apartado que aborda a dos Santos, desarrollando una primera sección sobre su trayectoria, su obra, su vida académica y política, para luego pasar al análisis de sus conceptos. Por último, el apartado que analiza a Marini, que también incluye una primera sección sobre su trayectoria y a continuación el análisis de su obra.

2. La “teoría”, “escuela” o “corriente” de la dependencia: emergencia, características y principales debates

La escuela o corriente comúnmente denominada “teoría de la dependencia” (TD) surgió a mediados de la década de 1960 e incluyó tanto a cepalinos, heterodoxos y estructuralistas como a marxistas de diversas procedencias y trayectorias. Heredera de los planteos cepalinos de la segunda posguerra en torno a las discusiones sobre desarrollo, industrialización y autonomía en la región, durante sus décadas de esplendor tuvo variados despliegues e intensos debates que han quedado plasmados en lo que se suele identificarse como la TD. Este concepto muchas veces es difuso –cuando no arbitrario– porque, además de que podemos identificar dos grandes corrientes dentro de la TD (como la cepalina/estructuralista y la marxista[1]), dentro de cada una de ellas también hubo debates y matices. La idea de “teoría” otorga una imagen de un corpus sistematizado de conceptos que todos sus integrantes comparten. Por el contrario, la idea de “corriente de la dependencia” (CD) quizás es más atinada y ajustada que la frecuente denominación TD,[2] porque reúne a quienes trabajan una problemática común como la dependencia, pero desde distintos enfoques.

Como corriente, a pesar de los matices y diferencias, existió un tronco en común, que fue pensar una caracterización acerca de que las economías de los países periféricos, subordinados o dominados estaban condicionadas y dependían de las economías de los centros, en un grado tal que les imposibilitaba tener un desarrollo capitalista dinámico y autónomo. La idea de desarrollo en los centros y la contraparte del subdesarrollo en las periferias fue también lo que identificó a la CD. A diferencia de la tradición de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), los dependentistas sostenían que ni las correcciones en el comercio internacional, ni el incentivo a la entrada del capital extranjero, ni la mera intervención del Estado como agente garantizaban el desarrollo autónomo. Estas tesis estuvieron estimuladas por los fracasos en el proceso de industrialización que alentaba la temprana CEPAL en las frustradas experiencias “desarrollistas” en la región y en los índices económicos y sociales de aquellos años.

Los casos de André Gunder Frank, Fernando Henrique Cardoso y Enzo Falleto son los que se enlazan con la corriente estructuralista, de mayor influencia cepalina en algunos aspectos, y se los puede ubicar en los orígenes del dependentismo, aunque no buscaron la constitución de una teoría unificada en torno al problema de la dependencia. Constituyen la variante no marxista dentro de la corriente, ya que ninguno de ellos se reivindicó estrictamente marxista, aunque usaron algunas categorías de este cuerpo teórico. En efecto, aunque los primeros trabajos de Gunder Frank estuvieron fuertemente influenciados por la teoría del capitalismo monopólico de Paul Baran y Paul Sweezy (reconocidos marxistas estadounidenses ligados a la revista Monthly Review), el economista de origen alemán nunca se definió como marxista.[3] Su tesis inicial radicaba en que cuanto más se vinculaban los países al mercado mundial, se acrecentaban las diferencias de sus economías porque se producía una transferencia de excedente de un país al otro, de ahí la idea de desarrollo en los centros y subdesarrollos en las periferias. Aparecen ahí críticas a las tesis de los partidos comunistas sobre el carácter feudal o precapitalista de América Latina, ya que Frank sostuvo que la región había sido capitalista desde los primeros tiempos de la conquista, donde la producción y conexión con el mercado mundial en formación reproducía capitalismo en las diversas regiones asociadas, alejándose de explicaciones en las relaciones sociales de clase y explotación a nivel interno y adoptando la tesis circulacionista.[4]

El reconocido trabajo de Cardoso y Faletto Desarrollo y dependencia en América Latina (1969) se enmarcaba dentro de un programa de investigación de corte más weberiano, que ponía el foco en los obstáculos sociales y culturales del desarrollo económico entendido como un proceso histórico-estructural (Kan y Kitay, 2020). En este tenían especial importancia tanto la vinculación con el mercado mundial como las alianzas y disputas de los grupos sociales dominantes o elites internas, los cuales, en definitiva, lograban definir las relaciones “hacia afuera”. La crítica de Cardoso y Faletto a Gunder Frank eran que el análisis de este último se caracterizaba por un economicismo “determinista”, donde el vínculo dependiente con los centros y el imperialismo determinaban plenamente las estructuras sociales internas de los países de la región. Para Cardoso debía tenerse en cuenta el “análisis concreto de situaciones de dependencia” (Cardoso, 1970). El imperialismo implicaba que lo externo se internalizaba, pero se traducía en formas concretas de dominación del Estado, en determinadas clases sociales con sus respectivas fracciones y alianzas de clases y en enfrentamientos y conflictos. Así, la conflictividad social y el orden político interno, ayudados por su corte profesional de sociólogo, estaban más presentes en sus argumentos. Como el imperialismo no determinaba en forma unívoca el estancamiento, podía haber desarrollo en la periferia, aunque condicionado por la situación de dependencia, ya que la penetración del capital industrial y financiero aceleraba la producción de plusvalía relativa e intensificaba las fuerzas productivas, lo que abría otros debates en torno al desarrollo en la periferia.

Tampoco Cardoso estaba interesado en la construcción de una teoría de la dependencia; no obstante, esto no le impedía manejarse con fluidez en los debates marxistas, como lo demuestra su profundo y encendido debate algunos años después con Marini (Serra y Cardoso, 1978; Marini, 1978). En ese intercambio, Marini acusa a Cardoso de abandonar el enfoque dependentista para retornar al neodesarrollismo de la CEPAL, desplazándose hacia posiciones cada vez más reformistas y de colaboración de clase. Tanto cepalinos como dependentistas reconocen la existencia de vínculos e imbricación entre ambas perspectivas.[5] Este panorama contribuye a ratificar la idea de CD más que de TD o escuela de la dependencia.

Los tres autores marxistas asociados a la TD son dos Santos, Bambirra y Marini. La tesis central del brasileño dos Santos, de la que también participó Bambirra, fue “la nueva dependencia” (dos Santos, 1968a), donde intentó explicar la forma que adoptaba la dependencia con la entrada del capital extranjero en el sector manufacturero de los países atrasados. Dos Santos cuestionaba las tesis de Lenin, quien había pronosticado que la inversión extranjera generaría desarrollo en la periferia, ya que el capital monopolista se aliaba con los factores que mantenían el atraso, el subdesarrollo y la dependencia. Esto implicaba que las economías de la periferia estaban condicionadas por el desarrollo y expansión de los países dominantes. En tanto estos últimos podían expandirse y autoimpulsarse, los países dependientes “solo lo pueden hacer como reflejo de esa expansión, que puede actuar positiva o negativamente” (dos Santos, 1968a: 180). Los países dependientes estaban en retraso y bajo la explotación de los países dominantes.

La dependencia suponía entonces explotación y extracción del excedente de los países atrasados, que posibilitaba el desarrollo industrial de algunos países y limitaba ese mismo desarrollo en otros. Dos Santos pronosticaba que la dependencia de América Latina continuaría en tanto no pudiera transformarse “en una economía autosostenible o independiente” (dos Santos, 1975: 181). Por otra parte, el autor no compartió la caracterización de Frank sobre América Latina como capitalista desde la colonización, y planteó que se trataba de una “economía colonial exportadora” (dos Santos, 1975: 178).

El otro gran exponente marxista fue Marini, quien, por un lado, criticó agudamente a la corriente estructuralista de Frank, Cardoso y Faletto, pero, por otro lado, tuvo también discusiones en el interior de la variante marxista con dos Santos y Bambirra. Marini afirmó en 1991, en su post scriptum a Dialéctica de la dependencia, que la corriente marxista de la dependencia nacería “liberándola de las características funcional desarrollistas que se le han adherido en su gestación”. Sin duda, tanto dos Santos, Bambirra y Marini le imprimían una discusión política además de una discusión teórico-conceptual al devenir de la corriente dependentista. Los principales aportes de Marini consistieron en el temprano concepto de “subimperialismo” desarrollado en profundidad en Subdesarrollo y revolución (1969) y las diferencias que el concepto indicaba en el interior de la periferia, en este caso para Brasil dentro de América Latina como líder regional, que evidenciaba una situación diferente de la región y del desarrollo capitalista (tanto en industria, en tecnología y en despliegue militar) desde la segunda posguerra en adelante. Esto lo llevó a alejarse un poco de los esquemas de Lenin (sin abandonar la teoría del imperialismo) y comprender el funcionamiento de la ley del valor en un escenario diferente al de comienzos del siglo XX. Brasil, como líder subimperialista –afirmaba Marini–, no se constituía en un simple “títere del Pentágono y el Departamento de Estado” (Marini 1973: 66), aunque estaba en integración al imperialismo norteamericano bajo el impacto la Guerra Fría en la región pos Revolución cubana.[6]

El otro concepto clave en Marini fue el de “superexplotación del trabajo” que aparecía como una cualidad de las periferias. Este concepto permitía vincular el desarrollo capitalista de la periferia con los centros, donde las primeras se especializaban en producción alimenticia mediante el uso de fuerza trabajo sobreexplotada que permitía una transferencia de valor a los países centrales dentro del proceso de producción a escala global.[7]

Tiempo después de esta generación fundadora de la CD, referentes posteriores a los clásicos de la variante marxista recién señalada hicieron sus consideraciones sobre las líneas, los debates y los perfiles de la dependencia tanto entre estructuralistas y marxistas como en el interior de estos últimos. Por ejemplo, Osorio (1984) consideró que el dependentismo marxista compartía con el desarrollismo tres ideas claves: el capitalismo como sistema mundial, entender el desarrollo y el subdesarrollo como dos expresiones de un mismo proceso y la importancia de interrogarse sobre la especificidad del capitalismo latinoamericano. Por su parte, Love (1990) entendía que tres de los cuatro elementos definitorios del análisis dependentista (la histórica distinción centro-periferia, el intercambio desigual y la negación del dualismo) provienen más directamente del estructuralismo latinoamericano que de las teorías marxistas del imperialismo. Para este autor, el único planteo dependentista abiertamente incompatible con los postulados de la CEPAL sería el de la incapacidad de las burguesías nacionales para llevar adelante el desarrollo, puesto que, para aquella agencia, la autonomía política necesaria para ello era alcanzable bajo las mismas relaciones burguesas de producción. Es sobre esta base que Kay (1991) distingue entre una vertiente reformista-estructuralista y otra marxista-revolucionaria de la dependencia. La vertiente reformista es considerada una reformulación de los planteos cepalinos, mientras que la marxista se caracterizaría por su escepticismo respecto de la posibilidad de superar el subdesarrollo de los países dependientes en ese marco. Como señalaron Kan y Kitay (2020), Marini, dos Santos, Bambirra y Gunder Frank fueron tratados peyorativamente de “radicales” en las polémicas de la época, un adjetivo que luego reivindicaron para diferenciarse de sus contendientes.

Pero no todos los intelectuales vinculados al marxismo compartieron el optimismo y el entusiasmo de los dependentistas radicales. Agustín Cueva alertó sobre el carácter “marcadamente nacionalista del dependentismo, en tanto considera que reemplazaba las contradicciones de clase por “un sistema indeterminado de relaciones nacionales y regionales”, que quedan así constituidas como “unidades últimas e irreductibles del análisis” (Cueva, 1974: 87). El sociólogo ecuatoriano consideró que el dependentismo compartía con las teorías convencionales del desarrollo capitalista la referencia a “modelos nacionales clásicos”, lo que llevaría a aquel enfoque a enfatizar el “carácter catastrófico del capitalismo nacional en América Latina” debido fundamentalmente a su inadecuación con aquellos modelos. Para este autor, la crítica de la economía política marxista no debía considerar modelos nacionales de desarrollo capitalista, sino que el análisis de Inglaterra en El capital habría sido solo un medio para la investigación teórica de las leyes generales del capitalismo en tanto modo de producción, sin considerar particularidad nacional alguna. Así, consideró que

En los autores de la teoría de la dependencia existe, en mayor o menor grado, una suerte de nostalgia del desarrollo capitalista autónomo frustrado […] lo que confiere a su discurso un permanente hálito nacionalista y determina que la dependencia se erija en dimensión omnímoda del análisis (Cueva 1974: 87).

En tanto la posibilidad de ser una teoría, también críticos como Cueva (1979) consideraron que no había “espacio teórico” para una teoría de la dependencia en la medida en que el desarrollo del capitalismo en América Latina podría explicarse por las mismas leyes generales del modo de producción y no habría diferencias cualitativas que justifiquen hablar de un objeto teórico diferente. En palabras de Cardoso (1970), “puede haber una teoría del capitalismo y de las clases, pero la dependencia, tal como la caracterizamos, no es más que una expresión política en la periferia del modo de producción capitalista cuando este se expande internacionalmente” (Cardoso, 1970: 109). En abierta contraposición a estos planteos, la variante marxista intentaba “determinar la legalidad específica por la que se rige la economía dependiente […] en el contexto más amplio de las leyes de desarrollo del sistema en su conjunto”, dando cuenta de los “grados intermedios” en los que ellas se especifican (Marini, 1973).

Lamentablemente, estas discusiones fueron clausuradas abruptamente. Las dictaduras militares de los años setenta, la derrota de las organizaciones guerrilleras y, posteriormente, la disolución de la Unión Soviética y el Consenso de Washington decretaron la “muerte” (transitoria) del dependentismo como corriente intelectual (Beigel, 2006). Esto implicó la disolución de centros de investigación y enseñanza y la persecución de sus integrantes, en el marco de una reorientación de la agenda de las ciencias sociales latinoamericanas. Sobre este punto, resulta interesante destacar que, mientras en América Latina estas discusiones desaparecían forzosamente de la escena, en la academia anglófona se publicaba un número completo de la revista Latin American Perspectives (1981) dedicada a la relación entre dependencia y marxismo, donde prevalecían las miradas críticas.

Como señalaron Kan y Kitay (2020), encontramos que existió no solamente una “teoría marxista de la dependencia”, sino también un dependentismo que no se reivindicaba marxista y un marxismo no dependentista, todas perspectivas en diálogo y debate permanente atravesadas por la coyuntura de la Guerra Fría en América Latina. A continuación abordamos cómo ese escenario atravesó a dos de los principales autores de la CD, cuyas obras siguieron rediscutiéndose tanto en el período de los noventa, cuando perdieron pesos los enfoques dependentistas, como durante la década de 2000 y el escenario más reciente, donde una hubo una recuperación de algunos de sus conceptos.

3. Theotônio dos Santos

La obra de dos Santos resulta una puerta de acceso privilegiada a los vertiginosos procesos históricos que sacudieron a Latinoamérica en los últimos sesenta años, ya que aporta la perspectiva de quien supo ser un talentoso intelectual del pensamiento latinoamericano, como así también un activo y persistente militante por la justicia social. Estos aspectos tan distintivos amalgamados en una individualidad se reflejaron en los encumbrados roles que le tocó desempeñar hacia el interior de las organizaciones políticas que lo contuvieron. Esa activa participación en el plano político y en el de las ideas resultó un elemento decisivo para interpretar las coordenadas temporales y geográficas de su producción, atravesada de manera dramática por el destierro.

Dos Santos nació en 1936 en Minas Gerais, Brasil. Desde su temprana juventud fue un inquieto lector, inclinado inicialmente por la literatura y la poesía, pasión que lo acompañó durante toda su vida y lo vinculó a iniciativas culturales como la revista Complemento, para luego ampliar hacia otro tipo de lecturas, donde se destacaron los autores como Lenin, Gramsci, Caio Prado Jr. y Celso Furtado, entre otros (dos Santos, 2020: 16). A principios de la década de 1960 se involucró en la flamante Universidad de Brasilia (UnB), a través del rector Darcy Ribeiro, quien supo convocar al núcleo de jóvenes y talentosos investigadores que luego dieron forma a un grupo de estudio sobre la obra El capital de Marx (entre ellos se destacan Marini y Bambirra, compañeros de ruta con quienes compartió un camino común en lo político y teórico). La organización Política Operária (POLOP) resultó un primer registro ineludible en su biografía política, donde también participaron Luiz Alberto Moniz Bandeira y Emir Sader. La fundación de aquella organización fue inspirada por las luchas del tercer mundo y en especial la Revolución cubana, como así también por la crítica al estalinismo. La participación de dos Santos puede ser interpretada como una convergencia natural de su inquieta militancia territorial y universitaria, una suerte de decantación, pero también como una búsqueda propia de un proceso de maduración teórica y política, producto de la crítica a las teorías funcionalistas de la modernización, al desarrollismo cepalino y a la perspectiva del Partido Comunista Brasilero. El golpe de Estado de 1964 encabezado por Humberto de Alencar Castelo Branco lo expulsó de la UnB y lo condenó por su activismo, lo que lo obligó a pasar a la clandestinidad. Recién en 1966 logró exiliarse en Chile, donde se reinsertó en la vida académica a través de la Universidad de Chile y se incorporó en el Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO). Allí, dos Santos publica El nuevo carácter de la dependencia (1968) y Socialismo o fascismo: el dilema latinoamericano (1968b); ambas obras traducen elementos fundantes y dejan entrever las bases conceptuales que acompañaron al autor a lo largo de su vida. La primera obra se define como una perspectiva tributaria a la teoría del imperialismo y devela la aspiración de construir no solo la actualización del concepto de la dependencia, al calor del escenario posterior a la Segunda Guerra Mundial y los avances tecnológicos e industriales, sino también como un aporte cualitativo a este, en cuanto a la dimensión geográfica e histórica de los estudios hasta allí existentes, en este caso privilegiando la especificidad latinoamericana dentro del carácter universal de la temática. Este trabajo refuerza el fuerte condicionamiento de la división internacional del trabajo como un producto histórico, capaz de modelar las relaciones entre el desarrollo y subdesarrollo, entre el centro y la periferia, las características de las estructuras de clase y sus facciones, el tipo de alianzas hacia el interior y la convergencia con las burguesías monopolistas y los países centrales, como así también el registro específico del sentido de la acumulación de capital. En la segunda obra mencionada, el autor hace énfasis en el modelo político interpretativo desde una perspectiva analítica asociada al problema de la dependencia, sintetizando la experiencia de sus trabajos sobre Brasil y las investigaciones sobre Latinoamérica, planteando la contradicción entre las dos fuerzas que pugnan, en última instancia, por transformar o conservar las condiciones que sostienen al subdesarrollo. La dimensión de los aportes realizados en este contexto, tanto por dos Santos como por el conjunto de investigadores asociados al CESO (entre los que podemos contar a Cardoso, Marco Aurelio García, Orlando Caputo, Marta Harnecker y Gunder Frank, junto a los anteriormente mencionados Bambirra y Marini [Martins, 1998]), deben ser necesariamente puestos en diálogo con las producciones de Walt Rostow y Samuel Huntington. Ambos autores sintetizan en buena medida las preocupaciones hemisféricas de los Estados Unidos, quienes anticiparon e inspiraron las respuestas traducidas en las iniciativas de la Alianza para el Progreso (AP) y la DSN, que encontraron en la seguridad y el desarrollo los espacios sensibles para dar respuestas a aquellos procesos sociales y políticos que pudieran poner en riesgo la influencia norteamericana en la región. Según dos Santos:

En la década del sesenta, la acción contrarrevolucionaria y contrainsurreccional de algunas burguesías asustadas con el avance revolucionario del tercer mundo se inspiró en la idea del papel de sus élites ilustradas. Según autores como Johnson, las élites militares, sobre todo técnicas, empresariales, sindicales, estudiantiles e intelectuales serían los agentes privilegiados de la modernización de la región. Bajo esta inspiración se armaron los golpes militares institucionales apoyados en la doctrina de seguridad nacional que identificaba la acción contrainsurgente con las tareas de desarrollo económico y modernización sociopolítica, con la ayuda de la Alianza para el Progreso y con reformas sociales instituidas bajo control militar (2020: 444).

Resulta interesante desde este punto de vista comprender el rol que tuvo en estos años el CESO como espacio de convergencia teórica y, a su vez, como referencia del pensamiento alternativista. La vía democrática al socialismo fue, en esencia, la posibilidad real en términos políticos de articular las diversas tradiciones populares en sus más amplias manifestaciones en un programa de transformaciones que aspiraba a terminar con las bases de la dependencia. El CESO respondió en consonancia con la propuesta encabezada por Salvador Allende, constituyendo de manera amplia la posibilidad de albergar en su seno a diversas tradiciones e impulsar una corriente de pensamiento propiamente latinoamericana, cumpliendo el doble papel de modelar la corriente dependentista y dotar de una perspectiva teórica a aquellos esfuerzos políticos. Nuevamente dos Santos encontró su ámbito de participación política, en esta oportunidad en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que formó parte del heterogéneo sistema de apoyos que contuvo la experiencia encabezada por Allende. La preocupación por inducir al fracaso a la vía chilena al socialismo por parte de sus enemigos, en especial de los Estados Unidos, no puede desentenderse de los esfuerzos por fracturar las bases de la unidad de las fuerzas populares, de la aleccionadora clausura brutal que experimentó este proceso tan particular y distintivamente sudamericano. Huntington pudo interpretar con gran claridad lo que estaba en juego en el plano de las contradicciones políticas, de la misma manera que lo hizo dos Santos, pero representando intereses de sentido contrario; según él:

La victoria de los vietnamitas contra el imperialismo francés, el levantamiento de los países árabes en Medio Oriente, el ascenso revolucionario en Latinoamérica, y las victorias de las luchas anticoloniales en África, configuraban un campo de batalla mundial donde el socialismo fue convirtiéndose en una bandera de lucha internacional, en regímenes políticos y experiencias de gobierno. La Guerra Fría permitió alejar las experiencias revolucionarias y progresistas del resto del mundo, así como a los sectores más avanzados de Estados Unidos y Europa occidental, dividiéndolos (2020: 688).

El golpe de Estado en Chile puso fin a la experiencia del CESO y en 1973 dos Santos debió buscar refugio en la embajada de Panamá para luego continuar su exilio en México, donde encontró continuidad a su actividad académica en el marco de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En este nuevo escenario, continuó su militancia y activismo denunciando a las dictaduras latinoamericanas y atendiendo particularmente los procesos de reconstrucción política de la oposición a la dictadura brasilera, que ya llevaba más de diez años ininterrumpidos en el gobierno. En México vio la luz una de sus obras más difundidas y reconocidas, Imperialismo y dependencia (1978), donde sistematizó y condensó su producción desarrollada en Chile y en el marco del CESO. Identificó en ella, con precisión, el despliegue de la hegemonía imperialista de los Estados Unidos luego de la Segunda Guerra, el avance de la revolución científico-técnica, las características de una economía cada vez más internacionalizada, el rol de las empresas transnacionales y el desarrollo desigual y combinado, que determinó formas históricas características de la articulación entre centro y periferia. Cabe mencionar la influencia de Nikolái Kondrátiev dentro de la obra de dos Santos, de quien incorporó la perspectiva de largo movimiento a partir del análisis de las fases del comportamiento del capitalismo, focalizado en el período 1967-1973, y el impacto de la fase recesiva de los ciclos del capitalismo. El tipo de salida a esta crisis dependió, según el autor, del camino definido para emprender una restructuración social, y ante ello identificó tres tendencias en pugna en términos modélicos: el capitalismo transnacional impulsor del neoliberalismo, el capitalismo de Estado cuya expresión radicaba en las formas de dependencia negociada y el movimiento popular asociado al socialismo. En efecto, este cuadro trazado por el autor nos remonta a aquel dilema planteado entre socialismo y fascismo, pero con un desarrollo mucho más preciso en cuanto a sus formas, tensiones, alianzas y relaciones de fuerzas involucradas en el esquema. La perspectiva de revisar el período una década después, con el advenimiento de las dictaduras y el neoliberalismo en el espejo retrovisor, permitió dar una forma visiblemente mucho más acabada a aquellos aportes en el marco del CESO, los cuales fueron producidos desde el fragor de la lucha y el compromiso político con el proceso en marcha, aunque no por ello carentes del fino sentido prospectivo y su rigurosidad para la elaboración e interpretación de escenarios políticos posibles. Estos aspectos caracterizaron la trayectoria de dos Santos, así como también la permanente evolución, revisión y maduración de sus líneas de investigación, lo que en suma se traduce en una práctica sistematizada, cuyo reflejo fiel registran sus publicaciones.

El retorno definitivo a Brasil sucedió en 1980, a través de la amnistía, y nuevamente la acción militante lo colocó en la formulación del Partido Democrático de los Trabajadores (PDT). Entre sus reconocidos integrantes podemos contar a Leonel Brizola, Moniz Bandeira y Dilma Rousseff. El PDT formuló una propuesta programática socialista, pero a su vez una manifiesta inspiración varguista, lo cual está presente incluso en el nivel del diseño de sus siglas, y lejos está de una función oportunista. En todo caso es un elemento que permite acceder con mayor profundidad a la complejidad de la definición de socialismo bajo la perspectiva de dos Santos, el diálogo entre los escenarios y modelos políticos planteados en sus obras y el camino político emprendido para la construcción de un frentismo electoral, inclusive ante la distención relativa de la Guerra Fría y las demostraciones de extenuación que manifestaba la Unión Soviética hacia la segunda mitad de la década del ochenta. Con el retorno de la democracia en América Latina, la desintegración de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, su viejo compañero del CESO, Cardoso, asumió la presidencia de Brasil, dando continuidad a los programas neoliberales del Consenso de Washington.[8]

3.1. El concepto de dependencia

Nos proponemos retomar el concepto de dependencia y los tipos y alternativas de cambio, elementos desarrollados por dos Santos a lo largo de su trayectoria, pero haremos un análisis más pormenorizado a través de su obra emblemática Imperialismo y dependencia, publicada inicialmente en México en el año 1978. Dicha elección responde a que esta obra supo condensar trabajos anteriores, pero también, parafraseando a dos Santos, a aquel olor a “pólvora” (2020: 590), característico de ese contexto de luchas.

Según nuestro autor, el surgimiento del concepto de dependencia fue el resultado de la crítica a la teoría del desarrollo, en un contexto donde la industrialización de América Latina arrojó sus resultados en términos empíricos que poco tuvieron que ver con las expectativas sembradas allá por los años cincuenta. Así, la dependencia no es un factor externo, por lo tanto no se debe interpretar la dinámica interna exclusivamente como un fruto de una determinación exógena, sino que surge como un producto histórico fruto de la expansión del capitalismo a nivel global, por lo que no es un efecto, sino parte del mismo proceso expansivo. Dos Santos concibió la ida de que los esfuerzos por conceptualizar a la dependencia en el marco de una teoría desde los países dependientes debían construirse de manera crítica, en el espejo de quienes pudieron dar forma a la teoría del colonialismo y del imperialismo, es decir, como una especificidad histórica y al mismo tiempo geográfica. En ese sentido, “no se trata de ‘aplicar’ conceptos genéricos a particulares, sino de redefinir conceptos universales según algunas situaciones específicas. El resultado es un nuevo concepto” (dos Santos, 2020: 881). La dependencia para dos Santos está “fundada en una división internacional del trabajo que permite el desarrollo industrial de algunos países y limita este mismo desarrollo en otros, sometiéndolos a las condiciones de crecimiento inducido por los centros de dominación mundial” (2020: 877). La interdependencia a nivel global hace a un sistema donde toman centralidad las capacidades científicas y tecnológicas aplicadas a la producción, que poseen los países centrales y sus monopolios como vehículo y expresión de la alta concentración del capital, cuyo origen son las revoluciones científicas y técnicas que han permitido superar las crisis y el estancamiento. En efecto, constituye una interdependencia condicionante, en el marco de una relación que establece limitaciones al desenvolvimiento de los países dependientes, pero no forman parte de un sistema determinado estructural e inmóvil, sino que tiene un carácter esencialmente dinámico y asentado también en aquellos sectores nacionales que encuentran el beneficio en la articulación con los sectores que representan los intereses dominantes de los países centrales. Dos Santos definió a esta relación como el “compromiso” o la “combinación” de los intereses que componen la situación de dependencia, ya que para él una dominación externa resultaba impracticable por principio (dos Santos, 2020: 881). Este tipo de relación devela el mecanismo esencial por el cual se desenvuelve la reproducción misma de la dependencia, que se manifiesta en el carácter desigual y combinado del desarrollo.

3.2. Tipos y alternativas de cambio social

Dos Santos identificó en América Latina la existencia de tres tipos de estructuras dependientes diferentes: aquellas donde se realizó un proceso de industrialización importante en los años treinta y cuarenta, aquellas donde este proceso empezó en el período posterior a la Segunda Guerra y aquellas donde no se produjo o apenas se estaba iniciando. En efecto, estas diferencias son el resultado histórico de las coyunturas que coincidieron con el debilitamiento de los lazos de dependencia y de mayor autonomía relativa para avanzar hacia transformaciones en la estructura interna. Estos contextos han estado articulados con las crisis en los países centrales y con el realineamiento de las alianzas de las fuerzas sociales que impulsaron las transformaciones. De esta perspectiva, el autor avanzó hacia la construcción de “los modelos del cambio social” (dos Santos, 2020: 982), que contienen un fuerte carácter prospectivo, partiendo de una base histórica, para analizar la coyuntura abierta en el escenario de crisis abierto en 1966. Su hipótesis partía de la caracterización de este escenario como una transición con un desenlace abierto, en el marco de un enfrentamiento final entre el capital monopólico internacional y el movimiento popular.

Para avanzar sobre el análisis encontramos una demarcación de los “nuevos personajes sociales del desarrollo”, donde se incluye primero al “nuevo capital internacional”, segundo “el capitalismo de Estado” y tercero “el movimiento popular”.

En cuanto al primero se destaca a las empresas transnacionales (ET), bajo las formas de una nueva unidad empresarial en el contexto expansivo de los capitales extranjeros luego del fin de la Segunda Guerra, basada en la industria y los servicios bajo la modalidad de la sustitución de importaciones y exportaciones en una nueva división internacional del trabajo entre países centrales y dependientes. En palabras del autor: “El país subdesarrollado tiene que comprar máquinas y materias primas elaboradas del país inversionista para transformarlas en productos que son vendidos en su mercado interno” (dos Santos, 2020: 986). Los resultados mostraron una profunda dependencia financiera y tecnológica, que en última instancia reflejó los condicionamientos políticos regulados desde las ET y sus casas matrices en los países centrales.

Para con el segundo dos Santos planteó una profunda crisis del modelo de desarrollo nacional independiente y el fracaso de las burguesías nacionales, donde la penetración del capital extranjero bajo las formas de las ET tuvo la capacidad de desplazarlas de la centralidad política y reducirlas bajo formas subordinadas de articulación económica. Sin embargo, dentro de esta categoría coloca a la tecnoburocracia, específicamente a las fuerzas armadas, como aquel sector capaz de conducir lo que el autor definió como “capitalismo de Estado”, que implica la acumulación en diversas actividades económicas, tanto en la producción, inversión y servicios, fundamentalmente a partir de la Segunda Guerra Mundial en adelante. Tal como indica dos Santos:

Entre estas actividades, señalemos la investigación militar, la inteligencia, el reclutamiento obligatorio, la simulación de guerra. Teniendo a Estados Unidos como su principal líder, esta economía de guerra se extendió por el resto del mundo de manera espectacular, acompañando la Guerra Fría, la generalización de los movimientos de liberación nacional y el surgimiento de más de un centenar de nuevos y poderosos Estados nacionales postcoloniales (2020: 668).

Según el autor, existió una relativa autonomía, aunque subordinada a la relación de los grandes capitales (la independencia del Estado termina donde comienzan los intereses de la propiedad privada); de hecho, resulta interesante identificar las tensiones entre desarrollo y seguridad en el marco de esta relación especial, que encuentra su correlato en la subordinación política hemisférica con el combate contra la insurgencia, como extensión interna de la Guerra Fría. A pesar de cumplir con aquel rol definido desde los Estados Unidos, el autor también manifiesta reticencias por parte de las Fuerzas Armadas a cumplir estrictamente un rol de policía, orientado a la seguridad interna, y había, fundamentalmente en las corrientes nacionalistas, una inclinación hacia los aspectos del desarrollo vinculados a la autonomía industrial y a la modernización de los sistemas de armas. Estas corrientes son las mismas que exploran los vínculos con los capitales europeos en el contexto de crisis abierto hacia fines de la década del sesenta, inclusive con Europa del Este. Para los Estados Unidos implicó un verdadero problema, ya que la apuesta por las dictaduras militares para implementar la DSN como parte de su Guerra Fría expuso la imposibilidad de alternativas democráticas. Por lo tanto, ante su única carta, Estados Unidos debió profesar las doctrinas contrainsurgentes y el libre mercado, como partes indisolubles de la lucha contra el enemigo comunista.

El tercero, “el movimiento popular”, es analizado “en el cuadro del fracaso del populismo, como esquema político, y del desarrollo ‘nacional autónomo’, como esquema económico-social” (dos Santos, 2020: 996). Por lo tanto, las expectativas del autor se encuadraron dentro de una acción de estas fuerzas sociales hacia el surgimiento de una alternativa independiente, orientada por una ideología revolucionaria. Para dos Santos, el movimiento popular se encontró con la tarea de reorientar a antiguos liderazgos hacia posiciones consecuentes o a construir una alternativa socialista, ambas dominadas por un sentido de radicalización política al calor del desarrollo de una suerte de nacionalismo revolucionario. Este era condición necesaria para el desarrollo de aquellas tácticas que pudieran estimular el surgimiento y desarrollo de la insurrección popular como un factor desequilibrante en el contexto de la Guerra Fría.

Desde los tres tipos hasta aquí desarrollados dos Santos elabora las alternativas correspondientes asociadas a cada uno de ellos. Aquí se devela el aspecto más puramente prospectivo de su obra y su poder predictivo en función de los escenarios por él construidos. Al identificar la crisis del desarrollo nacional independiente, para el autor surgen tres pilares distintos sobre los cuales se apuntalarán las bases del nuevo camino por transitar. El primero que describió fue la gran ET, en el marco de una nueva división internacional del trabajo. Aquí dos Santos analizó la aplicación de las políticas neoliberales y advirtió las tendencias de aquella reestructuración del capital cuya búsqueda tenía un doble movimiento. Por un lado, el repliegue de los Estados en la regulación del flujo de capitales, cuyos movimientos hacia la maximización de los beneficios toman registros impensados hasta aquel entonces y, por otro lado, la intensificación de la participación del Estado en aquellas iniciativas, como por ejemplo “la guerra de las galaxias”, que transfirió enormes recursos a las ET.

El segundo de ellos es la “dependencia negociada”, asociada a los que hemos entendido por “capitalismo de Estado”. Allí se sostiene el rol del Estado como mediador y limitante del poder de las ET. En su esquema destacó las concepciones de Helio Jaguaribe, a quien encuadra como teórico de esta perspectiva bajo la variante “nasserista”, que radicaba en la capacidad de los Estados nacionales por emprender mayores niveles de autonomía, regulando las relaciones con el movimiento popular, las burguesías locales y los capitales extranjeros, detentando la intervención del Estado en la economía como atributo principal. Al respecto, dos Santos señala que “cabría a los militares dar vuelta a la dirección de sus cañones desviándolos del movimiento popular… volviéndolos contra las fuerzas externas que conducen [a] América Latina a esta dependencia” (dos Santos, 2020: 1019). También encuadró dentro de la “dependencia negociada” a la variante “subimperialista”, concepto definido tanto por Marini como por Vivian Trías. Para sintetizar el carácter dual de la “dependencia negociada”, dos Santos expresó: “El capitalismo de Estado y el militarismo son dos aliados fundamentales del gran capital monopólico… es la fuente de su sumisión, pero también de su rebeldía. No hay pues cómo escaparse de esa dialéctica” (2020: 1024).

Por último, “el modelo socialista” expresó el factor gravitatorio que potencialmente puede ejercer el movimiento popular para constituir un modelo alternativo para liquidar las condiciones que mantienen al continente en la dependencia. Es el movimiento popular el que debe encabezar, a través de la vía socialista, el polo de reagrupamiento alternativo capaz de antagonizar con las ET y la nueva división del trabajo. La perspectiva política para el movimiento popular repasa la relación entre formas de lucha, la experiencia, la síntesis y la comprensión histórica de la lucha antimperialista, de acuerdo con dos Santos:

El fracaso histórico del populismo no quiere decir que las versiones neopopulistas no correspondan a un cierto nivel de desarrollo de la conciencia de las masas sobre cual se pueda pasar como se borra una frase mala en el papel. El fracaso histórico de una corriente política es un fenómeno de décadas… No es sino a través de un vasto proceso de luchas internas, escisiones y divisiones bajo presión de las experiencias concretas que se van superando fuerzas históricas tan importantes como el populismo latinoamericano (2020: 1029).

En esta mención dos Santos pone en juego el criterio de articulación en función de la tipología desarrollada y el antagonismo entre la vía socialista y el neoliberalismo, siendo las variantes de la dependencia negociada el escenario de disputa en la transición. Aquí, la necesidad de complementar la vía socialista con las variantes de la dependencia negociada para garantizar la derrota del imperialismo. Sin embargo, desde la dependencia negociada –advierte el autor– existen elementos de complementariedad y lealtad hacia la ET. Para ello, esta última debería someter al capital estatal y aniquilar al movimiento popular, algo que al autor no le parece demasiado factible, aventurando que “para realizar esta operación bastante difícil, tendría que contar con fuerzas de represión mucho más eficaces de las que le otorga la sola acción militar e institucional” (dos Santos, 2020: 1039). Esta idea resulta premonitoria a la luz del conocimiento más acabado de lo que fue estudiado años más tarde, como el accionar del terrorismo de Estado y la aplicación desmedida de la DSN en el marco de la Guerra Fría. La mención al rol de las tendencias fascistas defensivas (despojada de sus vertientes nacionalistas), garantes de la supervivencia del capitalismo dependiente y de su camino neoliberal hacia la nueva división internacional del trabajo, también llama la atención por la precisión con la que describió los compromisos cívicos militares hacia el cambio del patrón de acumulación.

4. Rui Mauro Marini

La obra teórica de Marini es vasta y se encuentra atravesada por los diversos momentos de su trayectoria personal y política, marcada por los constantes exilios (México de 1965, Chile en 1969 y México en 1974) y los vaivenes de la realidad latinoamericana de aquellas décadas, particularmente en el contexto de la Guerra Fría y de la implementación de la DSN luego de la Revolución cubana. Además de haber sido uno de los grandes exponentes de la CD, fue un activo militante político y un analista de la coyuntura en diversos medios periodísticos. Previo al golpe de 1964 en Brasil, fue dirigente político de POLOP, donde compartió espacios de militancia y de formación con dos Santos, Bambirra, Moniz Bandeira, Michael Lowy y Sader, entre otros. Con varios de ellos, como dos Santos y Bambirra, y junto a Gunder Frank también compartió la fundación de la UnB dictando clases de economía política. Anteriormente había transitado una estadía en Francia, en la Ecole Libre des Sciences Politiquies de París, que lo había conectado con la obra de Marx en forma sistemática.

Pero el golpe militar de Castelo Branco en 1964 marcó su recorrido tanto personal y político como académico. Primero fue exonerado de la UnB y al poco tiempo fue preso, luego liberado y detenido nuevamente, hasta que un nuevo habeas corpus le permitió alojarse en la embajada de México, país al que logra exiliarse en 1965 y permanece hasta 1969. Allí es donde comienza con su primera gran producción intelectual vinculado con el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, colaborando con el periódico El Día, y desarrollando seminarios de lectura del El capital que lo conectarán con el activo movimiento estudiantil de la UNAM. Sus artículos publicados entre 1965 y 1969, “Contradicciones y conflictos en el Brasil contemporáneo” (1965), “El eje militar Brasil-Argentina y el subimperialismo” (1965), “La ‘interdependencia’ brasileña y la integración imperialista” (1966), “La dialéctica del desarrollo capitalista en Brasil” (1966), “La política económica del Brasil” (1966) y “Militarismo y desnuclearización en América Latina: el caso de Brasil” (1967) constituyen partes de lo que sería su primera gran obra plasmada en el libro Subdesarrollo y revolución en América Latina (1969), donde aparecen sus primeras argumentaciones marcadas por la Guerra Fría y la DSN, en las que nos concentraremos en esta parte del trabajo.

Luego vino su etapa en Chile entre 1969 y 1974, primero en la Universidad de Concepción y luego en la Universidad de Chile, y su ingreso y pertenencia al MIR en el contexto de crisis del gobierno de Eduardo Frei y triunfo de la Unidad Popular de Allende. Su destacada producción intelectual de ese entonces lo coronó como una de las variantes más refinadas de la CD. Allí desplegó sus críticas a Gunder Frank y a Cardozo, enrolados con los iniciales planteos estructuralistas, como también sus debates más internos en el interior de la corriente marxista de la CD con dos Santos y Bambirra, sus viejos compañeros de militancia. En su oba Dialéctica de la dependencia (1973) expuso los principales argumentos de su concepción dependentista a partir de los conceptos de superexplotación del trabajo, intercambio desigual y nuevamente el de subimperialismo, que son abordados desde la teoría de El capital. Sin duda es su gran obra y la que pone en cuestión los anteriores postulados de la CD. En esos años publicó sus trabajos sobre las revoluciones cubana, vietnamita, rusa y china, a la vez que desde la revista Chile Hoy publicó artículos sobre el gobierno de Allende desde su lectura política enrolada en el MIR. La experiencia en Chile terminó con el sangriento golpe de Estado de Augusto Pinochet en septiembre de 1973, donde, luego de un breve paso por Panamá, se exilió en 1974 nuevamente en México y publicó el libro El reformismo y la contrarrevolución: estudios sobre Chile (1976), como resultado de aquellos artículos publicados en Chile Hoy y como balance del proceso de la Unidad Popular.

En México se radica en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNAM, en el contexto de aglutinación de intelectuales críticos en el país azteca por persecución por exilio e imposibilidad de desplegar sus tareas en las universidades. Allí se reencuentra con Bambirra, dos Santos, Orlando Caputo y Jaime Osorio, estos últimos más jóvenes, con quienes había compartido el CESO en la Universidad de Chile. Desde allí continúa con sus polémicas con Cardoso y José Serra, mediante los escritos “Las razones del neodesarrollismo” (1978), “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital” (1979) y “El ciclo del capital en la economía dependiente” (1979), ya que aquellos habían respondido los argumentos de Marini de Dialéctica de la dependencia. En esta etapa fue parte del comité fundador de la destacada revista Cuadernos Políticos de la UNAM y dirigió el Centro de Información, Documentación y Análisis Político del Movimiento Obrero en América Latina (CIDAMPO).

Luego de la amnistía política de 1979 en Brasil combinó estadías en ambos países hasta que en 1984 se radicó definitivamente. Allí intentó, en forma bastante interrumpida durante los primeros años de la democracia, desarrollar actividades en la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERF), impulsado por Darcy Ribeiro cuando ocupó el cargo de vicegobernador. Tiempo más tarde, cuando se levantó la amnistía en 1987, pudo regresar a la UnB donde ejerció la docencia y coordinó la formación de posgrado en el área de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Luego se instaló en Río de Janeiro y desarrolló su última etapa de producción ligada al contexto de globalización y reformas que atravesaban el mundo y la región, en libros como América Latina: dependencia e integración (1992) y en su menos conocida obra plasmada en varios tomos llamada La teoría social latinoamericana, en conjunto con Bárbara Millán y en interacción nuevamente con la UNAM de México.

La primera etapa de la producción de Marini es la que se encuentra influenciada por la coyuntura de la segunda posguerra en general y por la de la Guerra Fría y la DSN en América Latina en particular. La primera década y media de su producción, signada por los avatares de sus primeros años en Brasil y sus exilios entre Chile y México, constituyó la elaboración de su visión de su punto de vista dependentista. Esta etapa podríamos pensarla en dos momentos específicos, el primero de ellos con sus trabajos pioneros entre 1965 y 1969 publicados como artículos, que luego constituyeron su primer libro Subdesarrollo y revolución (1969). Allí se refleja en la primera parte de su obra el concepto de dependencia a partir de un análisis pormenorizado de la situación de Brasil. Por esos años es cuando nace el concepto de subimperialismo, que, si bien no era nuevo –porque ya había sido empleado por Karl Kautsky–, constituía una categoría novedosa y nunca empleada por los otros dependentistas para su uso en regiones no centrales de desarrollo capitalista y su introducción en el esquema de la dependencia fue una novedad. De hecho, en la actualidad es uno de los conceptos más rescatados de la obra de Marini, a pesar de la complejidad para ser utilizado en el escenario de la globalización y mundialización del capital de las últimas décadas.[9]

El segundo momento de esta primera etapa constituyó su coronación como uno de los grandes teóricos de la CD. Fue por esos años que, a partir de los debates con otros autores de la corriente, elabora su contribución más distintiva en el debate con los anteriores desarrollos. Su resultado es el libro Dialéctica de la dependencia (1973), en el que desde la teoría de El capital buscó una lógica interna de los mecanismos de dependencia entre el desarrollo capitalista de los países centrales basado en la producción de manufacturas industriales y el desarrollo capitalista de las periferias como productores de alimentos durante diversos ciclos desde la segunda mitad del siglo XIX en adelante. Ambos procesos estaban concatenados y a través del análisis de sus etapas Marini buscaba diferenciar la cualidad de cada uno de ellos, un proceso de acumulación en los centros donde predominaba la plusvalía relativa, y un proceso de acumulación de capital en la periferia donde predominó la plusvalía absoluta, sobre la que se desenvolvió un marcado proceso de “superexplotación del trabajo”, un concepto clave en la obra de Marini. Esta diferencia contribuyó a un desarrollo desigual entre la periferia y los centros, ambos procesos conectados en forma intrínseca en el marco de la acumulación capitalista a escala global. De esta forma, Marini ponía en primer plano las leyes del capital para explicar la dependencia de la periferia latinoamericana con respecto a los países centrales, desafiando las nociones más “artificiales” de los mecanismos de dependencia y/o de la exposición exclusivamente por factores exógenos.

4.1. El subimperialismo en su dimensión geopolítica militar atravesado por la Guerra Fría y la doctrina de seguridad nacional

Es en el concepto de subimperialismo donde apreciamos no solo un clima de época, sino también una gran influencia sobre la argumentación conceptual de Marini de la Guerra Fría y de la política de Estados Unidos en la región en el marco de la DSN. Si bien era un concepto ya usado por algunos marxistas clásicos como Kautsky,[10] la propuesta de Marini fue pensarlo para las periferias enmarcadas en relaciones de dependencia con los centros capitalistas en el escenario de la acumulación capitalista global de la segunda posguerra. En particular, Marini lo pensó para situaciones excepcionales que se destacaban dentro de las periferias como las de América Latina, donde el caso de Brasil se adecuaba a tal situación. Es decir, países con cierto desarrollo industrial, tecnológico y militar, con liderazgo regional dentro de esa periferia y asociados al imperialismo dominante de ese momento como era el de Estados Unidos. Marini asignó dos dimensiones al concepto de subimperialismo: una estrictamente económica[11] y otra política, más bien geopolítica-militar.

La dimensión geopolítica del subimperialismo supone el ejercicio de una política expansionista autónoma en la periferia por parte de un país, que no solo se acompaña de una mayor integración al sistema productivo imperialista, sino que se mantiene en el marco de la hegemonía ejercida por el imperialismo a escala internacional. Este último aspecto reviste una importancia decisiva para el concepto de subimperialismo y resulta a su vez clave para el abordaje de este trabajo porque permite adentrarnos en su devenir en América Latina bajo las condiciones específicas del período en cuestión.

En sus primeros escritos, como La “interdependencia brasileña” y la integración imperialista (1966), Marini presentó la idea del subimperialismo asociada a la experiencia del gobierno militar de Castelo Branco en Brasil y a su despliegue en apoyo a la intervención de Estados Unidos en República Dominicana. En el escenario de la Guerra Fría en la región, modificado luego de la Revolución cubana, Washington intentó frenar mediante la DSN, entre otras estrategias, un proceso de radicalización política entendido como amenazante y que generaba empatía con el proceso de la isla. Aunque la adhesión a esta política implicó de parte de los militares brasileños cierta autonomía para la toma de decisiones diplomáticas, comerciales y de venta de equipamiento bélico, el carácter de su autonomía era relativa ya que dicha política se realizaba en estrecha asociación con una potencia, Estados Unidos, conforme a la estrategia anticomunista de la DSN y posteriormente a la Operación Cóndor en América del Sur.

Marini señaló que esta cualidad geopolítica militar consistía en que Brasil actuaba en la región por fuera de sus fronteras con un “Estado militarista de tipo prusiano”, para cumplir con un doble papel de gendarme anticomunista (ahí su entrelazamiento con Estados Unidos) y de potencia regional autónoma, siempre como rasgo complementario y funcional a la expansión económica.[12] Marini destacó que los gobiernos brasileños actuaban en sintonía con el Pentágono siguiendo las reglas de la Guerra Fría, donde el subimperialismo implicaba un perfil represivo, aunque no meramente subordinado a los dictados de Estados Unidos, ya que las clases dominantes buscaban su propia preeminencia, para garantizar los intereses de las corporaciones instaladas en el país. De esta manera, el subimperialismo es una categoría que viene a dar cuenta de un tipo de política exterior desarrollada por el régimen militar brasileño desde 1964 que buscaba superar la idea de “Brasil títere del Pentágono y el Departamento de Estado” (Marini, 1974: 66) que representa al imperialismo norteamericano como un deus ex machina. En consecuencia, estaba asociado a Estados Unidos en su rol de guardián anticomunista, en el marco de la Guerra Fría en la región, pero aquel desarrollo económico diferente al resto de la periferia le daba márgenes de autonomía en relación con Estados Unidos.

Este contrapunto o ambivalencia del fenómeno subimperialista se entiende a partir de las ideas que despliega en Subdesarrollo y revolución (1969), donde Marini desarrolla con mayor precisión el concepto en cuestión. Allí propone hablar de “cooperación antagónica”, una expresión originalmente utilizada por el marxista alemán August Thalheimer (1946), pero reutilizada para describir las relaciones contradictorias entre los países industrializados en el contexto del liderazgo estadounidense de la segunda posguerra: cooperación para mantener el dominio colonial y contra el bloque socialista, pero también competencia por el reparto de los territorios sometidos. A nuestro autor le interesaba destacar el carácter conflictivo de la tendencia a la integración imperialista, extendiendo este razonamiento a las relaciones entre los países imperialistas y los dependientes. Consideraba que el propio desarrollo del proceso de integración (cooperación), en el caso de los países dependientes, “alienta su propia negación”, dado que su proceso de industrialización exportadora contribuía “a crear nuevas situaciones de conflicto desde dos puntos de vista, interno y externo, y a propiciar una crisis que altera las condiciones mismas en que se realiza esa industrialización” (Marini, 1966). Esta conflictividad alcanzaría eventualmente su punto crítico al imponer una disyuntiva entre sus componentes de cooperación-integración y de antagonismo-ruptura.

La coyuntura de Brasil en 1964 habría correspondido a un escenario de este tipo. El golpe de Estado de ese año habría sido una intervención en la lucha de clases tendiente a reestablecer la dominación y encauzar las tensiones en un curso consciente de “cooperación antagónica” a través del Estado. Así, la relación cooperación-antagonismo habría estado en el origen y en el resultado del régimen militar. El subimperialismo

Resulta en una amplia medida del proceso mismo de la lucha de clases en el país y del proyecto político, definido por el equipo tecnocrático-militar que asume el poder en 1964, aunados a condiciones coyunturales en la economía y la política mundiales. Las condiciones políticas se relacionan con la respuesta del imperialismo al paso de la monopolaridad a la integración jerarquizada […] y más específicamente su reacción ante la Revolución cubana y el ascenso de masas registrado en América Latina en la década pasada (Marini, 1977a: 209).

Hemos observado algunas de las características del proceso que llevó a Marini a utilizar la categoría “subimperialismo” en su dimensión geopolítica en el contexto del capitalismo de posguerra y de la Guerra Fría desatada posteriormente. A continuación, profundizamos en el caso histórico que nuestro autor observó y analizó para elaborar este concepto, particularmente en su aspecto geopolítico en el marco de la DSN. Marini señaló que los cambios introducidos en Brasil por el gobierno de Castelo Branco en 1964 constituyeron el inicio de la práctica subimperialista que se alejó de la política externa independiente de Quadros y Goulart. La “interdependencia continental” fue inaugurada por el canciller Leitao da Cunha a través de una doctrina que Marini llamada de barganha leal (‘negociación leal’), elaborada por el general Couto e Silva en la Escuela Superior de Guerra unos años antes. Dicha doctrina afirmaba que Brasil, debido a su posición geográfica, no podía escapar de la creciente influencia norteamericana luego de la Segunda Guerra, considerando que la única alternativa posible frente a ese escenario era “aceptar conscientemente la misión de asociarse a la política de Estados Unidos al Atlántico Sur” (Marini, 1974: 76).

Nuestro autor analiza con mayor precisión el comienzo del despliegue subimperialista a partir de la toma de posición de su canciller y de su presidente. En torno al primero, señala una serie de declaraciones oficiales ante el recibimiento del canciller ecuatoriano a Brasil en junio de 1965, por ejemplo, en torno a la explicación del concepto de interdependencia: “Un concepto inmanente de la naturaleza de la alianza interamericana, el de interdependencia de las decisiones en política internacional de los países del continente” (Marini, 1973: 76). Un concepto que reemplazó a la “concepción ortodoxa y rígida de la soberanía nacional […] formulada en una época en que las naciones no reunían en sus responsabilidades, una obligación de cooperar entre sí, en la búsqueda de objetivos comunes” (Marini, 1973: 77). El canciller explicaba la política de interdependencia como “un refuerzo de los instrumentos multilaterales para la defensa de la institución política más americana, la democracia representativa”, a lo que Marini agrega que “pocos tienen dudas de que los mecanismos previstos en la Carta de la Organización de los Estados Americanos, contra agresiones o ataques abiertos son enteramente inadecuados a las nuevas situaciones producidas por la subversión que trasciende las fronteras nacionales” (Marini, 1973: 77). En torno al presidente, Marini destaca un discurso en relación con la invasión de Estados Unidos a República Dominicana en 1965, cuando Castelo Branco declaró que “la concepción de seguridad nacional adoptada por Brasil […] no se limita a las fronteras físicas de Brasil, sino que se extiende a las fronteras ideológicas del mundo occidental” (Marini, 1973: 77). Esto se enmarcaba en la concepción americana de la Guerra Fría y en el enemigo interno que se debía combatir. Marini consideraba que detrás de estas afirmaciones de los gobernantes se expresaba una nueva política que iba más allá de la mera sumisión a Washington que hubo en los gobiernos anteriores a Jânio Quadros y João Goulart. Además, se partía de una evolución que tenía que ver con este contexto especial atravesado por la Guerra Fría en lo político y que, en cierta manera, se presentaba como inevitable para la burguesía brasileña: la aceptación consiente de su integración al imperialismo norteamericano.

El análisis de Marini sobre la nueva política externa brasileña destaca las intenciones de intervenir Uruguay y Bolivia por parte de Brasil y la participación de este en la intervención en República Dominicana en el marco de la OEA como los principales hechos del despliegue subimperialista. Brasil participó, junto a Costa Rica, Honduras, El Salvador, Paraguay y Nicaragua, de una “Fuerza Interamericana de Paz” conformada por la Organización de Estados Americanos (OEA) ante la intervención militar de Estados Unidos, teniendo una participación destacada. La fuerza reemplazó la cuestionada intervención norteamericana y estabilizó la conflictividad social previa. Esta fue, sin dudas, una de las acciones brasileñas más destacables en el ámbito de la política exterior de aquellos años. Sobre Uruguay y Bolivia no despliega ningún análisis más que la mención de la intención, que finalmente no se plasmó en hechos concretos.[13]

Finalmente, en un aspecto más belicista del carácter del subimperialismo en ese momento de la región, nuestro autor señala el cambio en los flujos comerciales de la industria bélica en el contexto del desarrollo del complejo militar industrial. El Plan Trienal 1964-1966 vinculó empresas nacionales con capitales extranjeros para la producción de industria pesada y asoció a la elite militar en pos de un plan de fabricación de instrumental bélico, para lo que el gobierno de Castelo Branco se acercó a Estados Unidos, sustituyendo los intercambios en industria bélica con países europeos. Marini estudia detalladamente este plan en Militarismo y desnuclearización en América Latina: el caso de Brasil (1967), que luego fue parte de Subdesarrollo y revolución. Allí le otorga importancia notable al complejo industrial militar brasileño porque es lo que le permite comprender los lazos entre lo interno y lo externo, entre lo económico y lo político y, en líneas generales, es lo que permite probar el entrelazamiento con Estados Unidos en ese contexto.

En síntesis, la dimensión política del subimperialismo hace énfasis en el carácter geopolítico y militar de esa cooperación antagónica entre el país subimperialista y los centros, que difiere de la rivalidad interimperialista tradicional. Así, el concepto recoge la matriz original de la teoría clásica del imperialismo, pero la complejiza al reconocer una nueva posibilidad de vinculación entre los centros imperialistas y los países dependientes a partir del reconocimiento de una nueva configuración del proceso de acumulación capitalista posterior a la crisis del treinta y a la Segunda Guerra. En particular abordamos aquí este desarrollo de Marini en torno a Brasil en el contexto de la Guerra Fría en la región y de cómo apareció en su argumentación esta situación. Según Marini, aquellos países que se constituyen en centros intermedios de acumulación pueden convertirse en subimperialistas, pero solo si en el terreno geopolítico practican acciones expansionistas circunscriptas al ámbito regional a la vez que amoldadas a la hegemonía mundial de Estados Unidos. Y esta potencia estuvo inmiscuida en sus diversas tácticas de intervención en la región, pero con el foco en el anticomunismo desplegado luego de la segunda posguerra. El Brasil de las décadas de 1960 y 1970 sería el caso testigo de un país subimperialista que se distingue cualitativamente de sus vecinos, pero sería difícil pensarlo sin dar cuenta del mundo de ese momento y del impacto en la región de la Guerra Fría.

5. A modo de cierre

En este trabajo analizamos los principales postulados de dos Santos y de Marini, exponentes de la variante marxista dentro de la heterogénea CD. Dimos cuenta de sus trayectorias personales, académicas y políticas y del análisis de sus principales conceptos. El golpe de Estado de 1964 en Brasil, el exilio en México, el paso por el CESO en Chile y sus intervenciones políticas durante el gobierno de la Unidad Popular de Allende, el segundo exilio en México y sus estadías en la UNAM enmarcaron en un clima de época a estos grandes referentes del pensamiento crítico latinoamericano. Además de dar cuenta de ello, observamos aquí la importancia del contexto de una América Latina atravesada por la Guerra Fría y la doctrina de seguridad nacional impulsada por Estados Unidos como una de sus diversas formas de intervención en la región y cómo esto influyó en los conceptos claves de dos Santos y Marini, los que no pueden dejarse de analizar sin encontrar esa impronta del período en que se desarrollaron y fueron elaborados. Pensar la vigencia en la actualidad de conceptos como los estadios de dependencia de dos Santos o del subimperialismo de Marini no puede dejar de lado en qué momento de la región, del desarrollo capitalista y de los vínculos centro-periferia fueron desarrollados, para así evitar usos automáticos sin relecturas de estos al calor de las transformaciones regionales y globales de la pos-Guerra Fría en las últimas décadas.

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  1. Incluso dentro de la tradición marxista hay autores que no acuerdan entre sí y que generaron varios debates en torno a conceptos y usos de la “dependencia”. Como señaló Osorio: “La apropiación por el marxismo de la categoría ‘dependencia’ no fue un proceso fácil ni exento de contradicciones […] difícilmente puede hablarse de una teoría de la dependencia englobando en tal afirmación una temática que ha debido sufrir variadas mutaciones teóricas y políticas” (Osorio, 1984: 68).
  2. Astarita (2010) plantea esta perspectiva de abordarla como una corriente y no como una teoría o escuela. Anteriormente, Palma (1987) había señalado un camino similar.
  3. Su trabajo “The Developmente of Underdevelopment” publicado en Monthly Review en 1966 (que fue luego la base de su libro Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, de 1967) originó el debate sobre la dependencia. Aun sin identificarse como marxista, Frank utilizó los conceptos de “lumpen-desarrollo” y “lumpen-burguesía” en la misma línea de Baran y Sweezy. Al respecto, véase Astarita (2010: 30).
  4. En las décadas posteriores se interesó en la teoría sistema-mundo de Immanuel Wallerstein, y buscó aplicar este enfoque para el análisis de las problemáticas de la dependencia.
  5. Incluso podríamos agregar que en Raúl Prébisch hay una evolución desde planteos heterodoxos y estructuralistas a una economía política más anclada en los conceptos dependentistas, como se puede observar en su libro Capitalismo periférico. Crisis y transformación (1981).
  6. En la segunda parte del trabajo retomamos en profundidad este concepto.
  7. Este mecanismo de transferencia se producía mediante el funcionamiento de la ley de intercambio desigual, perspectiva teórica que Marini tomaba de Arghiri Emanuel y de Samir Amín. Existe un importante consenso acerca de que “Marini fue uno de los autores dependentistas que aplicó de forma más sistemática la teoría de Marx” (Astarita, 2010: 43), haciendo “el esfuerzo teórico más sistemático para determinar las leyes específicas que gobiernan las economías dependientes” (Kay, 1991: 110). La propia Bambirra (1991) afirmó que tanto aquel autor como dos Santos y ella misma utilizaban “el marxismo con familiaridad […] su instrumental teórico y metodológico, recreándolo en la medida en que le incorporábamos nuevos conceptos” (citada en Wasserman, 2017: 117).
  8. Sin dudarlo, a modo de cierre sobre el derrotero intelectual y político de dos Santos, invitamos a la lectura de su libro Del terror a la esperanza: auge y decadencia del neoliberalismo (2008), donde realiza un balance global y profundo sobre mucho de lo recorrido durante estas líneas y propone una respuesta en clave política cargada de futuro.
  9. Sobre los usos actuales de Marini véanse Clemente (2018), Kan y Kitay (2020), Katz (2018) y Luce (2018).
  10. Marini destaca como antecedente de la teoría del “superimperialismo” de Kautsky la tendencia a la integración imperialista a través de la conformación de grandes trusts empresariales ya en los albores del siglo XX (Marini, 1974: 68). Pero ese uso incluyó a países centrales en el marco de la industrialización y el desarrollo capitalista que tuvo lugar entre mediados del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial.
  11. La dimensión económica del subimperialismo implica una caracterización del desarrollo capitalista en la periferia donde un país (el subimperialista) se destaca del conjunto en su desarrollo. Esto ocurre por tener una composición orgánica de capital media en la escala mundial de los aparatos productivos nacionales, forma que asume la economía dependiente al llegar a la etapa de los monopolios y el capital financiero, donde se desarrollan “grados intermedios”.
  12. Kan y Kitay (2020) matizan esa caracterización de Marini de “métodos prusianos” por fuera de sus fronteras, ya que los ejemplos que el propio Marini utiliza en su argumento no resultan tan contundentes para tal afirmación. Aun así, claramente el accionar de Brasil en la región obedeció a su entrelazamiento con Estados Unidos en el contexto del impacto y desenlace de la Guerra Fría que estamos señalando aquí.
  13. La situación de República Dominicana tampoco es desarrollada en profundidad, pese a que es uno de los hechos de su argumento ya que implicó un efectivo despliegue en lo geopolítico militar de Brasil en la región. Aun así, solo aparecen pequeñas referencias en torno a los análisis de los posicionamientos del canciller y del presidente que se producen en ese contexto ya señalados más arriba. Kan y Kitay (2020) señalaron los matices en el abordaje de Marini de la intervención de Brasil en República Dominicana.


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