En las páginas de este libro, sus autores han plasmado una tendencia recurrente en América Latina y, particularmente, en Sudamérica: la dificultad de nuestras sociedades para construir consensos necesarios para alcanzar políticas de Estado, políticas que trasciendan la mera lógica temporal del gobierno de turno. Este mal endémico ‒muy arraigado en nuestra historia, por cierto‒ pone en jaque los procesos de desarrollo en cada país, pero al mismo tiempo, los mismo procesos de integración regional: UNASUR, MERCOSUR y la Alianza para el Pacífico.
Habida cuenta de las distancias geográficas y, por supuesto, también culturales, las regiones del mundo que han logrado impulsar procesos de desarrollo económico y con altos niveles de inclusión social son, precisamente, aquellas que han apostado por la educación, la seguridad y la salud. Aquellas que se han aferrado a esos tres niveles como ejes para mejorar la calidad de sus sistemas democráticos y, por qué no decirlo, también para alcanzar esa utopía: “políticas de Estado”. La imposibilidad de hacerlo da una prueba, mal que nos pese, de la falta de madurez de nuestras democracias en la región.
Hoy somos testigos de una reformulación de viejos debates pero con un impacto trascendental en nuestro presente: buscar el desarrollo económico con inclusión social o sucumbir ante la condena incondicional del subdesarrollo y la dependencia. No parece ser casual que Andrés Oppenheimer haya planteado el dilema en los siguientes términos: “¡Crear o morir!”. La clave está en la innovación, en el conocimiento científico, y por tanto, el instrumento central es la educación.
Parece entonces que lo que cambian son los jugadores pero no las reglas del juego: allá en el tiempo la influencia de las grandes potencias europeas; no hace tanto, la de Estados Unidos, y hoy toma fuerza la presencia de China. Pero todos buscaban lo mismo: el aprovisionamiento de materias primas para sus modernizaciones económicas, su seguridad alimenticia y hasta la colocación de sus manufacturas de alto, medio y bajo contenido tecnológico en los mercados latinoamericanos. Y esto último es lo que condiciona mayormente nuestro desarrollo económico, nuestra industrialización y la trasferencia tecnológica hacia la región.
Indudablemente, el hilo conductor de los artículos compilados en esta obra es la necesidad y el reconocimiento de la vital importancia que tiene retomar el camino que, alguna vez, hombres como Presbisch, Cardoso, Dos Santos, Jaguaribe, Marini, Puig y otros intelectuales críticos del pensamiento hegemónico europeo y norteamericano supieron advertir: pensar América Latina desde un saber situado en la región y dejar de importar teorías y recetas de los países centrales.
La continuidad de la UNASUR y su Consejo de Defensa para garantizar la autonomía y el fortalecimiento democrático de Sudamérica resulta un valor sustancial y ampliamente compartido por sus miembros. No es solo una proyección de los líderes políticos de la región sino, y tal vez más importante aun, de las sociedades civiles que no están dispuestas a continuar aceptando clases políticas más interesadas en pactar con el capital financiero internacional que en garantizar el bienestar de los pueblos y su desarrollo económico y social. Y es precisamente aquí donde se erige el debate inconcluso acerca de qué tipo de estructuras productivas estamos construyendo, si estamos favoreciendo la industrialización o la primarización y hasta en algunos casos la reprimarización, porque estamos perdiendo la incipiente capacidad industrial que países como Argentina y Brasil supieron construir. Y no es un debate menor porque en él yace el tipo de empleo que queremos para nuestros ciudadanos, el nivel de ingresos para nuestras familias y el nivel educativo con el que nos interesa formar a nuestros profesionales.
Ninguna de las naciones que logró industrializarse y mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos lo logró exportando materia prima y sobreexplotando al trabajador. La lógica de la ventaja comparativa tal vez sea la mentira más grande que nos hayan querido imponer desde la llegada de Colón. Porque si la aceptamos negamos que economías agrícolas como India, Japón, Corea del Sur o China se hayan industrializado y hayan logrado posicionarse entre las diez economías más importantes del mundo. Y ese debate se expresa entre los dos modelos que conviven dentro de la UNASUR.
Mientras que el MERCOSUR promovió el desarrollo industrial de sus miembros, la integración productiva de sectores industriales estratégicos (por ejemplo, el automotriz) y la expansión del comercio intraindustrial o comercio de dos vías,[1] la Alianza del Pacífico, por el contrario, está reproduciendo la lógica de la ventaja comparativa y favorece la complementación de estructuras productivas y la expansión del comercio interindustrial[2] vía Tratados de Libre Comercio. Entonces, mientras que un bloque apuesta a incrementar el valor agregado e impulsar el desarrollo industrial vía estímulos a la exportación de manufacturas de origen industrial, el otro reproduce viejas dinámicas de centro-periferia.
Y en este debate resulta de sustancial importancia comprender el papel que viene a jugar China, porque bajo la retórica de una supuesta cooperación Sur-Sur, se encubre la vieja dinámica centro-periferia que tiende a operar sobre asimetrías de poder y que solo conduce a nuevas relaciones de subordinación. El Consenso de Beijing viene a convalidar la estrategia china para asegurar su abastecimiento de recursos naturales para su industria y su seguridad alimentaria, porque en ello se juega la legitimidad del Partido Comunista Chino y la gobernabilidad del país. Los instrumentos que se verifican en la praxis política china son precisamente negociaciones bilaterales donde la asimetría de poder juega a favor de los intereses chinos y obstaculiza la posibilidad de negociar desde los esquemas regionales de integración. Al momento que el ALCA naufragaba en Mar del Plata, China observaba expectante en primera fila el fracaso norteamericano en la negociación multilateral y, sin lugar a dudas, aprendió la lección del viejo principio de realismo político: “divide y reinarás”.
Finalmente, Cuba también vuelve a estar sobre la mesa de discusión y las naciones del continente miran expectantes el giro de la política exterior norteamericana hacia la isla. No podemos dejar de mencionar el simbolismo que tiene la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobada a fines de octubre de 2016. La resolución llamada “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos de América a Cuba”, que fue aprobada por 191 votos a favor, ninguno en contra y solo dos abstenciones.[3] Así Cuba no solo pasa a reinsertarse en el sistema regional sino en el mundo en sí mismo. Pero también es cierto que quien gane la Casa Blanca en la próxima elección definirá no solo la política norteamericana hacia la isla sino hacia toda la región. Eso se da en una coyuntura donde la preponderancia norteamericana cada vez más se enfrenta al ascenso de una potencia extrarregional, la cual ya ha puesto un pie en América Latina de forma pacífica pero abrupta: China.
América Latina ante una nueva encrucijada supone un reconocimiento académico al esfuerzo y dedicación de una nueva generación de estudiantes y jóvenes graduados por su peculiar vocación para plantear preguntas y buscar respuestas, desde ya a favor del pensamiento científico regional. El primer paso está dado, en ellos depositamos la confianza para continuar debatiendo ideas y conceptos, para seguir construyendo consensos y, sobre todas las cosas, para mantener la apuesta por el desarrollo de nuestros pueblos. Esos jóvenes que veíamos como el futuro, hoy son el presente.
Dr. Luciano Damián Bolinaga
Director
Centro de Altos Estudios en Ciencias Sociales
Universidad Abierta Interamericana