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3 Límites y alcances de la re-presentación en el activismo[1]

Antes de adentrarme en las problemáticas que se suscitan intergeneracionalmente en una comunidad –a saber, qué tipo de relación se da entre los distintos grupos de edades–, es importante indagar de qué forma se constituye esa comunidad en sí misma, de qué consta ese colectivo, qué sujetos son re-presentados y quiénes no, con qué fines, quiénes tienen poder de voz, entre otras preguntas (Barret y Pollack, 2005).

En ese sentido, y buscando responder esos interrogantes, debe señalarse que el activismo LGBT suele re-presentarse, en términos weberianos, como una tipificación de la realidad; como el portavoz legítimo de una realidad que se busca (re)presentar (Rada Schultze, 2014a:105). Sin embargo, en la búsqueda de respuestas emergen nuevas preguntas emparentadas con las anteriores: ¿en qué consiste esa re-presentación? ¿Cómo se lleva a la práctica y qué características adquiere? ¿A qué responde la idea de “comunidad”?

Para tal fin planteo tres axiomas que vertebrarán este primer capítulo y sobre los cuales se pensará la problemática de la representación: la edad, el género y la clase social, pensándolos tanto por separado como su entrecruzamiento, ya que si bien esta tesis se centrará fundamentalmente en la edad como elemento privilegiado, el enfoque del Paradigma del Curso de la Vida obliga a considerar otros aspectos en la construcción de la personas viejas.

De tal modo, a partir de testimonios recolectados y de experiencias de trabajo de campo reflexionaré sobre estas cuestiones para luego poner en debate una serie de interrogantes por igual de importantes e irresolubles: ¿de qué hablamos cuando hablamos de colectivo LGBT? ¿Qué lugar ocupan cada una de las identidades a la hora de ser representadas por el colectivo organizado: el activismo? ¿Y qué imágenes ponderan esas representaciones? ¿Todos los actores son representados de la misma manera?

I. Edad, clase social y género: tres dimensiones del problema de la re-presentación

Como ya es sabido, esta tesis tiene como meta abordar los cambios y continuidades en las sociabilidades de lesbianas, gays y travestis donde procuro ver el impacto de estos virajes en los modos de envejecer, al tiempo que indago si las personas mayores poseen (o no) un rol de transmisores de “saberes hacer” específicos a las nuevas generaciones.

Empero, cuestión que luego retomaré, en las primeras aproximaciones al campo, no sólo hallé una total ausencia de personas mayores en el activismo, sino también un reclamo por mayor o mejor representación de parte de lesbianas y travestis.[2] Sin embargo, tanto desde la militancia LGTB, como desde el mercado, se suele presentar a esta población como un conjunto, como una comunidad. Así fue que emergieron del trabajo etnográfico una serie de interrogantes en torno a los cuales en estas líneas intentaré reflexionar, como por ejemplo: ¿Cómo algunos actores pueden dar un testimonio “en nombre de todos/as”? ¿Cómo podemos hablar de comunidad cuando no todas las figuras reciben la misma atención e inclusive algunos, como las personas mayores (poseedores de una historia pasada y/o colectiva), son directamente invisibilizados?, ¿en qué elementos podríamos pararnos para decir que existe un colectivo, cuando se carece de una memoria vinculante o se invisibilizan y segregan otras historias?, ¿existen otras segregaciones que prioricen otros aspectos como el género o recursos económicos?, ¿existe una historia oficial LGTB y –en por consiguiente– otras “censuradas”? ¿Qué tienen para decirnos esos testimonios y de qué forman lo hacen? Trataré entonces de problematizar la representatividad de los testimonios, no en términos de la veracidad del hablante o su legitimidad, sino dilucidando algunos de estos elementos olvidados. A tal fin emplearé una suerte de “lectura a contrapelo”, siguiendo la propuesta metodológica popularizada por autores y autoras como Chakrabarty (1999), Guha (2002), Bhabha (2002) y Spivak (1985, 2006).

En su ya clásico trabajo La cuestión gay, Meccia plantea un interrogante sumamente interesante y de gran utilidad para problematizar y estructurar este capítulo:

(…) ¿quién es aquel homosexual que puede tener la osadía de hablar en nombre de “los” homosexuales, de vociferar con real asidero qué necesitan y qué anhelan? ¿Cuándo, quiénes, cómo delegaron la representación? (2006: 42).

Siguiendo la idea del autor, en las próximas líneas buscaré echar luz sobre este interrogante poniendo en tensión tres aspectos o dimensiones que surgieron de la experiencia en la investigación y en los cuales, a mí entender, la problemática de la representación manifiesta sus límites y alcances: Por un lado, la representación por edad. En segundo lugar, la representación por clase social. Por último, la representación por género.

La re-presentación aquí será entendida desde dos dimensiones diferentes pero vinculadas. Por un lado se considera la representación política-pública, donde se tienen en cuenta los modos en los que el activismo opera como una cristalización y tipificación del colectivo en cuestión, imaginando las demandas de un grupo de personas y acusando ser su portavoz legítimo.

Otro modo de entender la representación es en relación a los y las agentes, inquiriendo en las formas, espacios y canales de participación existentes en el activismo LGBT, examinando las posibilidades de realización y la delegación de responsabilidades. Ambas dimensiones de análisis podrían sintetizarse en un mismo interrogante: ¿Qué lugar se le da en el activismo LGBT a los distintos actores que se dice representar y de qué manera esto ocurre?

El punto de inicio de este capítulo, haciendo propia la premisa de la sociología clásica, es considerar el espacio del activismo político como una tipificación de la realidad, haciendo una utilización laxa de la terminología weberiana. De esa manera, se podrá entender al mundo del activismo como una cristalización en sí misma; una tipificación ideal (Weber, 1974: 16-18), ya que se resaltan algunos rasgos y se ignoran otros. Se exageran y priorizan características y se postergan otras. Es, en síntesis, una re-presentación de (y en) la realidad del colectivo del que dicen ser portavoz, ya que desde el activismo a su vez se apela y construye una realidad o situación problema que también es una tipificación (Rada Schultze, 2014a).

Efectivamente, se puede decir que las asociaciones civiles de la diversidad sexual constituyen un recorte de la realidad que se acusa querer cambiar en nombre de los actores que dicen representar. En resumen: serían sólo una muestra. Se trata de una selección de aquellos actores que hablan en nombre de un colectivo tanto amplio como difuso y definen la situación problema, las soluciones políticas y sus posibles favorecidos.

Lejos está mi intención el querer cuestionar o hacer un juicio de valor sobre los modos de delegación de las organizaciones en el sentido de si son o no democráticas, como así tampoco su legitimidad, estructura interna o facultades de sus miembros. Es en cambio mi interés indagar en qué representaciones sociales, colectivas e imaginarios sociales se resaltan (y cuáles se menoscaban) en el plano de las demandas como en los posibles actores que se beneficiarían. En síntesis, en este breve capítulo quisiera dar cuenta de qué se dice y en nombre quién se habla o, mínimamente, cuestionar las formas pre-existentes.

Como anunciara, para indagar en los límites y alcances de estas representaciones se plantean tres dimensiones de análisis y debate surgidas en el trabajo de campo.

En efecto, fue a partir de la recolección de testimonios en donde los entrevistados y las entrevistadas acusaban una supuesta falta de representación y participación en las organizaciones LGBT. Estas personas, además, atribuían estas diferenciaciones a problemáticas como su edad cronológica, su género y su origen social y económico. Para ellos y ellas estos eran elementos por los que se los y las desvalorizaba.

De estos testimonios surgidos de las entrevistas con los y las informantes emergieron interesantes axiomas que definirían gran parte de los interrogantes de este capítulo y de esta tesis. A su vez, esto me conduciría a intentar realizar una lectura a contrapelo sobre la conformación de las representaciones e imágenes del colectivo LGBT –ahora en términos generales y no ya sólo la esfera política– para lograr responderlos o al menos ponerlos en debate y lograr reflexionar en torno a ellos.

De tal forma, para conseguir dilucidar las dos dimensiones e interrogantes originales de este trabajo –en qué consiste la (re)presentación LGBT y de qué forma se manifiesta–, es que pensé estos tres ejes: la edad, el género y la clase social al interior del colectivo, tanto de forma independiente como la interacción entre variables.

Por último, con estos tópicos quisiera indagar respecto a –o al menos poner sobre el tapete– algunas preguntas de investigación, que desde mi punto de vista son tanto complejas como trascendentes en igual medida: ¿de qué hablamos cuando hablamos de colectivo LGBT?, y ¿qué lugar simbólico y político se le asigna a las distintas identidades que pugnan por sus derechos?

Pasemos entonces a reflexionar sobre estos tres ejes donde intentaré reflejar cuáles son los límites y alcances de las representaciones.

II. Límites y alcances de la representación por edad

El primero de los casos que se observa y que vertebrará toda la tesis es la edad, la cual es considerada por los entrevistados y las entrevistadas como uno de los límites al interior del grupo.

Sobre el concepto de límite Simmel (1939) ha evidenciado que el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino por el contrario un hecho sociológico con forma espacial. Es una función sociológica que una vez que se traza ejerce una influencia retroactiva sobre la conciencia de la relación entre las partes. Es así que un límite cumple una doble función al imposibilitar (a unos) posibilita (a otros) e inaugura y clausura en el mismo sentido.

No exento de lo ocurrido en la sociedad toda, la edad como condicionante operaría sobre todo en las personas mayores quienes además de no tener una participación formal y directa como activistas, tampoco la tienen de manera indirecta, a saber, a la hora de problematizar sus demandas y necesidades. Ni siquiera cuentan con un área dentro de las organizaciones que, representada por un tercero, vele por sus derechos. Así como podemos encontrar en los movimientos sociales LGBT un espacio dedicado a las cuestiones de juventud, jurídicas, salud, trans, lesbianas, entre otras, no existe un área dirigida a trabajar las problemáticas de la vejez y el envejecimiento.

Tampoco ocurre –tema en el que más tarde ahondaré– espacios diurnos para la “tercera edad” LGBT, algo de lo que ellos y ellas se quejan, ya que a su entender todo está pensando para la noche y para los jóvenes.

Debe señalarse que del mismo modo tampoco existe una recuperación –salvo casos excepcionales–[3] de sus memorias e historias de tiempos pasados, como por ejemplo el interés en saber cómo era ser lesbiana, travesti o gay en otras épocas, como en el caso de una dictadura o bajo otro tipo de contextos opresivos.

Empero, la invisibilización a las personas mayores está exenta en algunos grupos sociales o al menos no operando en la misma magnitud.

Tal es el caso del colectivo que componen la población travesti y transexual. Si bien es cierto que las travestis mayores son minoritarias debido a su corta esperanza de vida –la cual oscila entre 35 y 45 años (Berkins y Fernández, 2005)–, este es quizás el único grupo de este colectivo que le otorga un lugar de poder, autoridad y responsabilidad, pero sobre todo un sentido, a sus personas más añosas. El mismo, según declaran ellas, consistía en una suerte de relación “nodriza” y “pupila”, en el que las “jóvenes trans” que se alejaban de sus hogares eran recibidas y alojadas (en la mayoría de los casos a cambio de un canon) por otras de mayor edad. En sentido contrario, despotrican contra la juventud. En esa línea, una de las entrevistas destaca:

Antes nosotras escuchábamos a las mayores. Te enseñaban muchas cosas. Dónde ir, dónde no ir. Cómo esconderse de la policía. Cómo esconderse en la dictadura (…) Ahora las más jovencitas se creen que se la saben todas (Noelia, 50 años).

Como se mencionó líneas arriba, este fenómeno de diferenciación por edad, sobre el cual volveré reiteradas veces en este trabajo, recibe el nombre de “edadísmo” haciendo referencia a la discriminación de la que son objeto las personas por sus años. Asimismo se llama “viejismo” a la desvalorización que sufren los y las adultos mayores. En contraposición, se valoriza la juventud como un bien en sí mismo atribuyéndole a las nuevas generaciones cualidades como el “dinamismo” y la “fortaleza”, proceso que como vimos se consolida con el advenimiento del neoliberalismo, modelo social y económico que intentaría barrer con las tradiciones poniendo a la juventud LGBT como potenciales consumidores de bienes y servicios (Sánchez, 2002).

Los viejos y las viejas quedan entonces marcados como aquellos personajes a los que no nos queremos parecer. De hecho son ellas y ellos mismos quienes repelen primero la idea de ubicarse en esa categoría. A su vez, nadie parece querer tener cerca lo que no desea ser. Así, las y los mayores combinan una doble discriminación: por edad (al interior de la comunidad) y por orientación sexual (en la sociedad en general).

Al primero de estos podríamos llamarlo discriminación etaria en la comunidad, ya que opera en el endogrupo. Es el colectivo quien los discrimina por la cantidad de años que tienen (edadísmo/viejísmo). El segundo caso, para diferenciarlo del anterior, podría considerarse en tanto discriminación social. La sociedad toda los y las rechaza ya no tanto por su edad, sino por su orientación sexual (homofobia, lesbofobia y transfobia) (Rada Schultze, 2010a). Ambos casos pueden llevar a que la persona mayor “prefiera” replegarse sobre sí mismo o con sus pares y grupos secundarios, antes de buscar interactuar con otros grupos.

Esta dualidad de la discriminación por edad es entonces uno de los primeros elementos que imposibilitan una real y completa integración e interacción y limita la representación.

III. Límites y alcances de la representación por género y orientación sexual

Del mismo modo que en el caso anterior, el cuestionamiento y la crítica a los límites surgió de una experiencia de campo. En el sentido que se ha planteado, el segundo de los límites que las personas encuentran gira en torno al género, pero encontrando una interesante peculiaridad. A diferencia de la distinción por edad –que no parece generar mayores distinciones entre femenino y masculino–, la desvalorización por género parece ser una cuestión que recae casi de forma exclusiva sobre el género femenino. De esa forma, las lesbianas y las travestis –sobre todo este último grupo– serían aquellas más perjudicadas.

En ocasión de una reunión en 2010 junto al Ministro de Salud de la Provincia de Santa Fe, donde se presentaban políticas sociales implementadas para beneficiar al colectivo LGBT, un activista gay de la ciudad de Rosario junto a un par de Santa Fe le explicaban al funcionario la “situación trans”. Con tono de fastidio, dos travestis interrumpieron:

¿Pueden dejar de hablar por nosotras? yo escucho que están hablando de ‘las travestis esto, las travestis lo otro’, pero acá hay travestis y nadie nos da el micrófono. Yo quiero hablar también. ¿Cuándo vamos a poder hablar nosotras de nosotras? (Alejandra, 40 años).

Sin embargo, esta no es la única tensión que enfrentó la representación. Años atrás ni siquiera eran tenidas en cuenta, como por ejemplo en las primeras Marchas del Orgullo. Sería a partir de la participación de Carlos Jáuregui que las travestis comenzarían a ser tenidas en cuenta (Rada Schultze, 2014a: 91-97).

Puede decirse algo similar de la estructuración interna de las organizaciones. Por ejemplo sobre sus nominaciones. Quizás uno de los casos más paradigmáticos al respecto sea el de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) que en su nombre englobaba todo el territorio nacional como así también la diversidad sexual aunque, en la práctica en sus orígenes fue mayoritariamente masculino y las mujeres participaban dentro del “grupo de mujeres”. Equiparable a esto último en la actualidad está el caso de la Federación Argentina LGBT que destina áreas de trabajo a grupos “intersex” y “trans masculinos”. Aquí la visibilización de los actores opera como una distinción pero en sentido contrario, ya que el hecho de destinarles un espacio de trabajo diferenciado operacional y nominalmente podría poner en evidencia una falta de integración. No obstante, la problemática de la representación de algunas organizaciones que se presentan de alcance nacional debería, por su complejidad, ser incluida en un trabajo futuro. No incluirla aquí no significa desconsiderar su importancia, mas analizarla en detenimiento escaparía a los fines analíticos de esta tesis.

IV. Límites y alcances de la representación por clase social

Por último, otra cuestión determinante, que no distinguiría ni entre género ni edad, sería la clase social, los recursos económicos y el nivel de educación alcanzado. Para los entrevistados y las entrevistadas, su origen socioeconómico, al igual que el lugar de procedencia y el nivel de instrucción, son factores determinantes para la segregación y marginación de los espacios de decisión, pero también de participación en términos generales (ocio, esparcimiento, diversión, entre otras).

Al igual que en los casos anteriores aquí también el disparador ha emergido del campo. Sin embargo, creativamente uno de los entrevistados utilizó un tono jocoso para graficarme la situación:

Mirá, te voy a contar un chiste para que veas (…) Un muchacho le dice a su padre:
-Papá, soy gay.
-¿Sos gay? Mirá, vos. A ver… Te voy a hacer un par de preguntas. ¿Tenés tarjetas de crédito?
-No. No tengo
¿Viajás al exterior al menos una vez al año?
-No.
-¿Tenés algún ejecutivo que te mantenga?
-No, no.
-Entonces no sos gay. Sos un negro puto de mierda (ríe)
(…)
¿Ves? La cosa es más o menos algo así [como el dilema presentado en el chiste]. Te bombardean con lo conveniente del destape [salir del closet], con el turismo gay, con matrimonio… pero eso no es lo de todos. Yo no pude decir ‘soy gay’ en La Matanza. Acá no está todo ese glamour. No es lo mismo la Capital que estar en provincia o en el interior (José, 65 años)

En esas líneas se puede ver el reclamo de una persona mayor que, viviendo en el oeste del Gran Buenos Aires, siente que las imágenes que se gestan desde ciertas organizaciones LGBT no son una radiografía fidedigna de su situación ni de la de sus correligionarios. Otro de los entrevistados, en cambio, reaccionó ante una de las preguntas marcando un tenso nosotros/ellos afincado en las diferencias de clase:

Fernando: Antes me decías que no viviste ‘del mundito gay’… que tus amistades no eran de ese entorno… ¿A qué te referís con eso?
Osvaldo: A los lugares a los que iba o a dónde podía conocer a alguien… A dónde podía ‘yirar’… Yo no te salía a la Avenida Santa Fe.
F: ¿Por qué?
O: ¿Por qué? (ríe). Porque eso no era para nosotros.
F: ¿Qué querés decir con ‘nosotros’? ¿Por tu edad?
O: No, no. Nosotros, los negros. Los grasas. Las locas. ¡Mirá si va a ser por mi edad! (ríe) (…) ¿Acaso vos te pensás que todos los putos íbamos a ‘desfilar’ a la calle Santa Fe? Eso pasará para vos y tu mundo de la facultad (…) [La Avenida] Santa Fe era la meca para algunos. Es verdad. Pero no para todos (Osvaldo, 67 años).

En ese sentido, en su trabajo Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género, Fernández (2004) destaca que a lo largo de los años 1990 las travestis también debieron superar discriminación por sus recursos sociales y económicos de parte sus colegas gays y lesbianas.

En simultáneo, la otra cara de este problema son los fenómenos que sí se visibilizan. Por ejemplo la propaganda que se hace del estilo de vida gay, sus usos del tiempo, gustos y ocio, situación en la que parece ubicarse la queja del entrevistado Osvaldo.

Pero en verdad, ¿son esos los espacios de sociabilidad de todos los varones homosexuales de la Argentina? La literatura reciente y clásica local dedicada a estas cuestiones ha destinado gran parte de sus líneas a enumerar infinidad de lugares de encuentros de hombres que buscan a otros hombres. Entre ellos rápidamente se pueden citar de Buenos Aires la Avenida Santa Fe, los cines de la calle Lavalle y el Bar El Olmo, en Rosario a las peatonales San Martín y Córdoba, al igual que los cafés El Cairo, el Sorocabana o el Savoy, y en Córdoba nombrar al Parque Sarmiento, la Plaza San Martín o la calle Buenos Aires. ¿Pero qué pasa, por el contrario, con aquellos que viven en la periferia y los suburbios? ¿Y con aquellos que no tienen el mismo status socioeconómico? ¿Son los mismos espacios y formas de socialización? Las primeras entrevistas no sólo parecen refutar esta cuestión, sino que además realizan una queja de esa generalización.

La clase socioeconómica es entonces otro de los factores que opera como diferenciador e invisibilizador de las múltiples historias de vida que conviven bajo la categoría “diversidad sexual”. Asimismo, producto de esta invisibilización ocurre una hipervisibilización de determinadas vidas ejemplares que son puestas en el tapete operando como la historia oficial del colectivo.

Será trabajo de esta tesis entonces tener presente estas tres diferenciaciones para poder construir tipologías del envejecer de lesbianas, gay-homosexuales y travestis, sin caer en falsas extrapolaciones.

V. Balance y reflexiones para una ‘lectura a contrapelo’

A lo largo de estas líneas quise problematizar, en principio, la idea de “comunidad”, su significado, alcance y, por sobre todo, re-presentación.

En un sentido amplio, desde las ciencias sociales, autores como Beck (1998 y 2003), Giddens (2001) y Bauman (2008 y 2012) han trabajado el concepto de individuación referenciando a que el sujeto en la modernidad al tiempo que rompe con las antiguas tradiciones traza unas nuevas. Su interdependencia con otros actores no deja de existir, ni se torna un ser atomizado. El sujeto, por el contrario, re-escribe su historia individual en función de un todo del cual es parte.

Sin embargo, en el colectivo LGTB, la individuación y la identidad colectiva adquiere formas específicas. Los agentes y sus historias se re-hacen y re-escriben de un modo tal que pareciera no tener continuidad con un pasado compartido y a la vez explicativo. Es en este sentido que en esta tesis busco comprender este desenlace cuestionando si la ruptura con la “tradición” (sobre todo en lo que atañe al movimiento político LGTB) y la invisibilidad de los actores mayores, nos permiten hablar de una “historia en común” y de una “comunidad”.

Esta idea de “comunidad” entre comillas, como se pudo observar, respondió al siguiente planteamiento: Hablar de un colectivo diverso considerándolo “comunidad” cuando no estamos encontrando una memoria grupal vinculante, se torna dificultoso, por lo que la propia categoría debería ser debatida. Lo mismo ocurre ante diversos grupos genérico-sexuales, como así también en diferenciaciones por poder adquisitivo.

En efecto, existe una invisibilidad de “otros” miembros de la comunidad. En principio, como se vio, atañe a las personas mayores sin distinción de género o sexo. En segundo término, podemos incluir la diferenciación hecha al género femenino. Dentro de este segundo tópico, la invisibilización opera primero sobre las travestis y en menor medida a las lesbianas. Así, la comunidad LGBT queda asociada principalmente al varón gay joven y de mediana edad (Rada Schultze, 2010a y 2011b). En el imaginario social[4] y en un plano práctico-real, como se pudo ver, estos “otros” grupos no suelen estar representados o al menos no de manera equitativa con la “hegemonía gay”[5]. Empero, en el hacer político homosexual se habla y se presentan como un colectivo que interpela a estas diversas categorías. Se habla de una comunidad, a pesar de la posible incompatibilidad entre re-presentación social y la práctica en sí misma.

Por otra parte, la idea de “comunidad” podría convertirse en un gueto gramatical para un grupo que estaba (y está) tratando de no ser marginado por el sistema. Si bien en los años 1990 (y hasta cierto momento del nuevo milenio) la “diferencia” y la “diversidad” serían categorías que se valorarían,[6] ya a mediados de los años 2000 con el fin del modelo neoliberal y su condena social –o “deslegitimación universal”, en palabras de Quijano (2004: 16)–, la diversidad dejaría de ser considerada como un valor en sí mismo, sino que se comenzaría a hablar de “igualdad” (Rada Schultze, 2014a: 108-109, 124-128).

Por último, la idea de “comunidad” –que cobró fuerza en los años 1990– abre una serie de interrogantes.

A las problemáticas de si al hablar de “comunidad” cristaliza o esencializa a esas personas, debiéramos agregar: ¿Es suficiente el agrupamiento de los sujetos en base a la desvalorización que sufren por su preferencia sexual? No obstante, para el colectivo LGBT organizado, el activismo, pareciera suficiente. Debiéramos entender entonces al activismo como una cristalización en sí misma; una tipificación ideal en sentido weberiano (Weber, 1974: 16-18), ya que se resaltan algunos rasgos y se ignoran otros. Se exageran y priorizan características y se postergan otras. Es, en síntesis, una re-presentación de (y en) la realidad del colectivo del que dicen ser portavoz, ya que desde el activismo a su vez se apela y construye una realidad o situación problema que también es una tipificación.

Asimismo, luego de problematizar la noción de comunidad, me interesó cuestionar los límites, alcances y características de la representación colectiva LGBT.

En base a eso, y luego del esbozo de estas tres dimensiones de análisis que acompañarán la tesis –la edad, el género y la clase social– se puede decir en primera instancia que en el seno de las propias mismas minorías existe una “historia de minorías” que están siendo olvidadas por la historiografía oficial (Chakrabarty, 1999). Por lo tanto, hablar de subalternidad no es una cuestión sencilla, ya que la misma constituye un grupo heterogéneo (Spivak, 2006), dando lugar a la posibilidad de que quien se encuentra en posición dominante en un espacio, pueda ser subalterno en otro.

Se debe por lo tanto, haciendo propia la propuesta de la ‘lectura a contrapelo’, cuestionar estas grandes narrativas estandarizadas y monolíticas y rechazar un discurso “estatista” que no logra dar cuenta de la complejidad de la realidad. El “estatismo”, tal como Guha (2002) lo entiende, remite a una ideología que asume la función de elegir, por y para todos, determinados acontecimientos como “históricos”.

En efecto, el “estatismo” nos incapacita para escuchar voces e historias que por su complejidad son opuestas a esos modos abstractos y simplificadores. A su vez, se le niega al sujeto toda posibilidad de representación, como así también se ve cercenada la capacidad de cualquier sujeto a dar sentido. Esta deshistorización se logra, dice Bhabha a costa “de aquellos otros quienes al mismo tiempo se están volviendo pueblos sin historia” (2002: 237-238).

Por consiguiente, aceptar esa selección, validar ese recorte histórico, sin cuestionarlo, significa renunciar a la posibilidad de establecer la propia y particular relación con el pasado, pero también con el presente y el futuro.

Así, como destaca Spivak (2006), el subalterno lo es porque no tiene un canal institucional donde poder expresarse. Por lo tanto deben abrirse y generalizarse espacios donde puedan hablar por sí mismos; tarea en la que para Spivak a los intelectuales les correspondería trabajar abriendo los canales donde los sectores subalternos puedan participar. Si, por el contrario, intelectuales y/o activistas continúan hablando en su lugar, se estaría siendo cómplice –de modo consciente o inconsciente– de la dominación de unos sobre otros, reforzando la opresión sobre el subalterno.

De ese modo, consciente de las diferenciaciones que se trazan en el seno del propio grupo, pero haciendo énfasis en la dimensión de la edad, buscaré entonces en los próximos capítulos recuperar la memoria de aquellos viejos y viejas a los que se les vedó la posibilidad de transmitirlas.


  1. Esta sección se encuentra inspirada en dos artículos que presenté anteriormente y cuyos objetivos eran similares al presente: problematizar la idea de “representación” como así también la noción de “comunidad”. Ellos fueron “Desmemoria colectiva y ausencia de diálogo intergeneracional en la comunidad LGTB” (Rada Schultze, 2011b) y “Limites y alcances de la (re)presentación colectiva LGBT. Reflexiones sobre experiencias de campo y testimonios” (2014b).
  2. La ausencia de personas añosas no sólo compete a la esfera de las asociaciones civiles y políticas, sino también en lo que se podría denominar la vida social en general, aunque aquí no de manera absoluta, ya que como se verá luego, las personas mayores en acotados espacios son valorizadas positivamente.
  3. Por casos excepcionales me refiero a un reconocimiento que hubo a los ex-militantes del Frente de Liberación Homosexual (FLH) de parte de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) en el año 2006 y otro, en el año 2013 en Plaza de Mayo por parte de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
  4. Por imaginarios sociales aquí estoy entendiendo el artilugio teórico esbozado por Castoriadis (1990 y 1997), el cual el autor emplea para referirse al estilo de concebir el mundo singular que le es propio a una sociedad en particular en un momento histórico. Así, esa “magma de significaciones imaginarias” (1990: 16) a las que el autor alude, regulan los discursos, los deseos, los sentires y las prácticas de un conjunto identitario de sujetos.
  5. Para hablar de hegemonía retomaré el concepto de Bidaseca quien lo entiende como el “conjunto de prácticas, discursos, estrategias y dispositivos que cristalizan a un determinado bloque consensual que legitima el dominio de determinados grupos sociales sobre otros” (2009: 7).
  6. En ese sentido pueden recordarse algunas de las consignas de distintas Marchas del Orgullo que promovían la diversidad y la diferencia como cualidades positivas, como por ejemplo el pedido de “Unión Civil para todo el país. Toda la sociedad por el derecho a la diversidad” de la XIII edición de la Marcha del Orgullo o el “Somos todas y todos maravillosamente diferentes” pregonado en la XV marcha.


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