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5 Los cursos de vida homosexuales-gay II

Líneas arriba enumeré una serie de acontecimientos que a mi entender impactan en la construcción del envejecer gay. Sobre estos sucesos haré hincapié a fin de indagar el desarrollo de la sociabilidad homosexual y conocer la relación que guarda con las modificaciones de la vida social, política y económica. Para esto, se tendrá presente el discurso y las representaciones sociales de las personas mayores para comprender qué cuestiones referidas al “ambiente” –modo en el que llamaban a su colectivo– han cambiado, perdurado o se han extinto.

Retomando lo dicho en el capítulo anterior, donde busqué poner de manifiesto algunas de las características de la vejez gay, como el viejísmo –sobre todo para dar cuenta los modos en los que esa discriminación limita el diálogo entre generaciones– pero también señalando algunos espacios donde el viejo gay es bien visto, en estas líneas buscaré evidenciar los caminos en base a los cuales se construye esa vejez. Asimismo, al tiempo que se recuperan las memorias se conocerán nuevas características del envejecer y la vejez gay.

I. Los cursos de la vida homosexual-gay y su relación con los contextos. Análisis de las sociabilidades pasadas y presentes de los viejos

Como se vio anteriormente, existieron una serie de importantes cambios sociales y políticos que afectaron las sociabilidades en general, de las cuales el colectivo homosexual no estaría exento. Estos acontecimientos, a pesar de sucederse en un periodo relativamente corto, fueron amplios y diversos, como los múltiples golpes de Estado en la región, las dictaduras militares, las recuperación de la democracia, la epidemia del VIH-SIDA, la quita de la homosexualidad de entre la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud, entre tantas otras. Ya en la última década pueden enumerarse las variadas leyes que consiguió el colectivo LGBT en general, como el Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género, el 1% de cupo laboral travesti-transexual para la administración pública de la Provincia de Buenos Aires, entre tantos.

Así, como se puede ver, se trata de una serie de cambios de paradigma en un transcurso de tiempo menor de cuatro décadas. De esta forma, los viejos (y las viejas) que se estudian en esta tesis inevitablemente convivieron con disimiles regímenes. Fueron contemporáneos a la persecución militar, pero también conocen el Matrimonio Igualitario. Conocieron la noche porque era uno de los pocos espacios que lograba eludir al ojo vigilante del Área de Moralidad Pública (presente en varias ciudades de nuestro país), pero también la existencia de Marchas del Orgullo durante el día, a pesar de que la idea de “orgullo” no los seduzca del todo. Pero quizás una de las resignificaciones más importantes es que supieron ser considerados enfermos (y asumir esa realidad como propia) y ahora experimentar el cese de esa consideración, al menos desde el plano nominal de la OMS. Eso no quita que en la práctica sigan existiendo actos discriminativos, ni tampoco que el cambio a nivel personal sea inmediato.

Los cambios políticos no tuvieron de inmediato una relación directamente proporcional con el plano socio-cultural de nuestro país. Así, estos viejos fueron estigmatizados durante gran parte de su vida, por lo que es entendible que, como veíamos en el capítulo anterior, esa situación de reconocerse les cueste mucho más que a otras generaciones o que, directamente, prefieran seguir en el mayor de los anonimatos.

En efecto, lo reciente de esas modificaciones hace que en lo inmediato no repercuta en la cultura local. Si a esto agregamos que las personas mayores gay fueron socializadas en un contexto que los ha catalogado como enfermos, perversos, delincuentes y pecadores, teniendo que desarrollar códigos de sociabilidad propios para hacer más amena la vida, el viraje mental parece ser aún más complicado. Por tal motivo los adultos gay tendieron a “cerrarse sobre si mismos” volviéndose, en gran parte de los casos, sujetos aislados, solitarios y vulnerables (Rada Schultze, 2010a) como se pudo ver en el capítulo anterior.

Como Sívori destaca, la sociabilidad gay a principios de los noventa “se desarrollaba contra un trasfondo de condena moral y actos concretos de persecución. Los temores de la imaginación pública y la persecución estatal estaban dirigidos (…) a la actividad homosexual pública o semi-pública” (2004: 24). Así, la posibilidad de ser detenido, demorado o advertido, fue uno de las causas que, sumada, por ejemplo, a la imposibilidad de concurrir con personas del mismo sexo a hoteles alojamiento, llevó a que los sujetos dejasen parte de su vida social puertas a adentro. Lo que se conoce en la jerga gay como tener una “doble vida”. Ante tales prohibiciones los homosexuales diseñaron mecanismos de supervivencia con los que pudieran ser y hacer sin consecuencias. Los encuentros sexuales fugases en baños públicos (“teteras”), la “mirada” y el “yiro”, fueron otros de los instrumentos que los gay de años pasados implementaron como distintivo de su “ambiente”. Sin embargo, el temor estaba latente, por lo que la sociabilidad gay solo conoció un momento del día: la noche.

La carga moral negativa que pesaba sobre la homosexualidad también hizo su parte. La condena social al homoerotismo desmotivaba a las personas a “salir del closet”. Algo que los jóvenes no compartirían, y que se refleja en las entrevistas que hemos podido realizar a personas mayores, es el hecho de que los actores ven como improductivo sacar a la luz la otra cara de su “doble vida”:

¿Para qué voy a destaparme si así estoy bien? (Oscar, 75 años)
No tengo necesidad de decírselo a mi familia. Sería generales un problema (Alfredo, 68 años)

Este ocultamiento a la familia, argumentando cuestiones como evitar generarles un disgusto, representan un ejemplo de la “carrera de desviado” y de la “profecía autoconfirmatoria” en la cual quise alinearme: los actores hacen propio ese estigma y vivencian negativamente su propia sexualidad. Como definía en el capítulo anterior Guillermo (60 años) existe un concepto para definir estas problemáticas que atañen en mayor medida a los viejos de la comunidad y es el de “homofobia interiorizada”. Este es el caso de Rolando (73 años) quien asegura no estar conforme con lo que le “tocó”:

¿Vos pensás que me gusta lo que me tocó? Eso no se elige (…) Es una condición. Si pudiera elegirla, no lo elegiría (…) Es sufrir. Es al pedo hacerse la vida difícil (…) No me quejo de lo que me tocó. Pero no lo elegiría (Rolando, 73 años)

Los mayores gay han interiorizado la cultura de una sociedad y de una época en donde se los estigmatizaba; donde sus actos eran considerados pecados, delitos, o bien eran producto de una enfermedad factible de curar o de una desviación viable de ser reorientada. Cuestiones que los llevaron a desarrollar en algunos casos una “doble vida” y en otros a quedarse solos, siendo pequeña la cantidad de ancianos gay que hoy son aceptados por otros y que a la vez se auto-reconozcan.

Jaime y Roberto, de 72 y 56 años respectivamente, en pareja hace más de treinta años, arrojan pistas para continuar pensando la homofobia hecha propia: “Nosotros somos compañeros hace mucho tiempo, pero nadie sabe que somos pareja. En el edificio nos portamos bien”. La pareja indagada continua pensando en una lógica de obrar bien versus obrar mal y, como su acto, tanto por ellos como por otros, será considerado negativo, prefieren fingir y “portarse bien”: Lo que hacían estaba mal y había que dejarlo puertas adentro.

Más allá de las propias resistencias de la sociedad de aceptar a las minorías sexuales, la “carrera de desviado” que la ancianidad gay ha llevado adelante será uno de los obstáculos culturales que impedirá hallar una relación directa entre cambios políticos y cambios sociales. Empero, el hecho de que ambas transformaciones no vayan a la par no radicaría en la responsabilidad del colectivo homosexual. Lo reciente y limitado de la mayoría de estos cambios determina la ausencia de una alternativa cultural a la homofobia.

Si bien a partir de diversas transformaciones, aunque no inmediatamente, la sociabilidad gay adquirió una visibilidad sin precedentes, así como las discusiones en torno a los derechos de las minorías sexuales –a pesar de no ser siempre escuchadas– se hicieron frecuentes, de todos modos, no todo desarrollo sociocultural es percibido, ni celebrado como una evolución progresiva por el total del colectivo gay. Sobre todo para las personas mayores.

Algunos de ellos encuentran en estos acontecimientos, por parafrasear a Giddens (1993), “consecuencias no deseadas de la acción”. Las consecuencias de la metamorfosis estructural no llegan a ser agradables para alguno de ellos, siendo los adultos mayores los más reticentes a los virajes coyunturales y de la propia comunidad sucedidos en los últimos años.

Para gran parte de los viejos gay este destape “mediático”, como prefieren llamar a la visibilidad que han adquirido las problemáticas gay, ha generado aún más rechazo en la sociedad. Ante el “espectáculo” que harían los jóvenes mediante el presunto “escándalo” y la televisación de, por ejemplo, un casamiento homosexual, sólo conseguirían que la sociedad viese allí algo gracioso:

Si bien hay una mayor apertura y en base a eso se consiguen un montón de cosas, creo que la cosa tendría que ser más medida. No suma. Es como gracioso para la sociedad. La sociedad ve eso y lo rechaza, como algo raro. Yo creo que no hay que mostrar tanto (Manuel, 74 años).

Contrariando a lo que uno podría imaginarse, para gran parte de los mayores antes solían estar más integrados. Sostienen que cierto giro mercantil que habría tomado el colectivo gay es “peligroso”. Según comparten “hacer el boliche gay, el hotel gay, el comedor gay lo único que genera es que nosotros solos nos apartemos. Al final estamos sólo entre mariquitas” (Carlos, 73 años). Según perciben, con estos mecanismos, en lugar de hacer más grata la vida o pensar un espacio de interacción propio de la comunidad, simplemente consiguen “autodiscriminarse”. Si bien es conocida la posición de los activistas de ONG’s abocadas a la promoción de derechos para las minorías sexuales que contrasta con este argumento, para los mayores “antes eran más aceptados”.[1]

Sobre la autoexclusión que mencionan, acuerdan que antes podían concurrir a lugares de público heterogéneo. Si bien comparten que en materia de derechos han vivenciado un avance, creen que la “exposición” o “exhibición” de los jóvenes gay (tanto activistas como ajenos a la militancia), hizo que se perdiera una parte de su vida cotidiana: “Tanto exhibicionismo innecesario lo único que consigue es que la sociedad rechace”, argumenta Carlos (73 años). Pese a esto, para ellos el cambio en los modos cotidianos de interacción y la falta de participación en espacios heterogéneos no se explica solamente por la formas de ser de los nuevos jóvenes. Para los adultos se debe a un “problema” mayor que involucra a la sociedad toda. Los códigos, lugares y modos de socialización han cambiado en general.

Uno de los nuevos modos de interacción y del cual, a pesar de intentarlo, se sienten un tanto excluidos, es la consolidación de internet como la forma más importante de conocer gente, siendo el chat la vía más común. Por tal motivo se explica que con nostalgia relaten una suerte de “años dorados” donde en largas jornadas de charlas y tragos en las mesas del “Cairo”, “Sorocabana” o “La Buena Medida”, en Rosario, o “El Olmo” y “Café La Paz”, en Buenos Aires, podían conocer gente. De las vivencias y prácticas donde ayer se conformaban como sujetos hoy sólo quedan recuerdos. Lo que para ellos ayer era cotidiano, hoy es objeto de aprehensión únicamente por medio de la reminiscencia y la rememoración (Parsons, 2011).

Según explican, internet ha podido conspirar con éxito contra otros medios de socialización por las ventajas económicas que presenta frente a, por ejemplo, invitar a alguien a tomar algo durante toda la noche. A eso debemos sumarle la “extinción” de los bares-cafés típicos en las ciudades de Buenos Aires, Córdoba y Rosario, cuya desaparición fue suplantada con restoranes lo cual, no solo haría aún más costosa la jornada de “levante”, sino que “es un lugar para otra cosa… para ir a comer algo e irte”, sostiene Alfredo (68 años). A su vez, la aparición de boliches con “canilla libre” o valores reducidos en las bebidas y destinado a un público, no sólo selectivo (gay joven), sino que además esa selección es sinónimo de meta deseable, habrían erosionado aún más las maneras propias del interactuar gay de años pasados.

Así, el hecho de que resulta más económico, que sea un lugar que se siente como propio del “ambiente” y al tiempo que es de (y es la) moda, hace que boliches bailables como era “Gótika” en Rosario o “Amerika” en Buenos Aires, logren ubicarse por encima del tradicional bar-café, ya que, en resumen, estos ahora son los lugares deseables.

Otro espacio que consideran se ha ido perdiendo es la calle y con él el juego de miradas. La interacción en zonas céntricas de la ciudad (las peatonales Córdoba y San Martín en Rosario, la Avenida Santa Fe en Buenos Aires o las calles Catamarca, Buenos Aires y San Martín en Córdoba capital) también cedió terreno ante el avance del anonimato del chat. Los encuentros sexuales casuales y efímeros en baños públicos o en plazas y parques (como los baños de la terminal de ómnibus, la Plaza Sarmiento y el Parque Independencia en Rosario, las estaciones de Retiro, Once y Constitución en Buenos Aires o la Plaza Dorrego y el Parque Sarmiento en Córdoba) es algo que parece muy lejano en el tiempo. Si bien hoy en día las famosas “teteras” y el “yire” en los parques siguen vigentes, ya no ocupa el lugar del modelo de interacción dominante:

[La Plaza Dorrego de Córdoba] se volvió un lugar un poco extraño. A veces se te pueden dar todas las historias juntas y a veces nada de nada. Te podés cruzar gente piola o gente de paso. Pero desde que la iluminaron entró un poco en desuso (…) Igual estas modas son muy fluctuantes. Así como ahora se fue, quizá que en algún momento pueda volver (Claudio, 67 años)

La vida social gay en la vía pública junto al empleo de la mirada como instrumento de identificación de la orientación sexual del otro, fue algo tan característico de otras épocas al punto de encontrar una expresión que lo explicase. En la jerga homosexual masculina se sostiene que “mirada de loca nunca se equivoca”. Cuando había un intercambio de miradas de cierta duración significaba un interés de índole sexual. Así, en el pasado, para hombres que buscaban sexo con otros hombres, sólo bastaba mirar a la otra persona para saber si habría consenso:

Yo siempre conocí gente en la calle (…) con el juego de miradas. La mirada gay no se puede ocultar nunca. Por más que la quieras ocultar la mirada está y los gays sabemos (…) Hoy no sé cómo se conocen los chicos. En el ayer era caminar por la calle, mirarse, te parabas en la vidriera, el otro más allá, alguno de los dos se acercaba, ‘hola ¿qué tal?’, la pregunta era si tenías lugar, sí o no, y listo, a la mierda, a la cama. Ahora es un quilombo… que sí, que no, ‘que activo no soy’, ‘que pasivo’, ‘el chat y que se yo’, ‘no puedo, me olvidé…’. Lo que ellos llaman histeria. Yo creo que se cogía mucho más antes. Muchísimo más (Ernesto, 65 años).

Pero, a pesar del crecimiento de las nuevas tecnologías y redes sociales, se da una relación similar a la de los cambios políticos y culturales: no van a la par. Internet y el chat, a pesar de que los viejos lo utilicen, consideran que son los modos mayoritariamente juveniles. Las personas mayores tratan de seguir conociéndose a la vieja usanza:

Para algunos el modo de levante es Internet… Para nosotros que tenemos cierta edad [la adaptación] cuesta más (Mario, 65 años).
 Igualmente muchas veces en la calle hay miradas, se consiguen cosas, gente, pero muy esporádico. Nadie te mira por la calle. Inclusive la gente que está en la joda, que anda en la joda, en lo nuestro, directamente no te mira. Vos lo miras y te esquiva la mirada (Alfredo, 68 años).

Algo en el “ambiente” ha cambiado y los actores no sólo logran percibirlo, sino que además intentan explicarlo.

Una de las explicaciones de la desaparición de los episodios callejeros fugaces guarda relación con lo sucedido en las representaciones sociales de la última década.

El evitar conocer alguien en la calle y que “pase a mayores”, llevarlo a la casa para tener sexo, se debe al creciente temor a la inseguridad: robos y violencia física. Para los viejos gay “la sociedad está más peligrosa” y si bien “hay mayor libertad, también hay más problemas” (Miguel, 61 años). Entre esos entrevistados, Mario (65 años) señala que “no me puedo levantar un tipo en la calle. Lo pienso dos veces y lo miro tres veces o cuatro para ver si lo quiero llevar o no. Me puede salir peligroso. Llevas a alguien a tu casa y te afana”. Por su parte, Ernesto señala que:

 vos acá [en Córdoba] antes ibas a la calle Buenos Aires, que en el ‘ambiente’ después se le dijo ‘la 42’ para hacerse los de Nueva York, y salías tranquilo. Podías salir y conocer a alguien. Y sino de última te pagabas un chonguito… porque siempre hubo taxi boy en esa zona (…) Pero ahora tenés que tener cuidado de quién carajo metés en tu casa. A ‘La Pepi’ [un amigo suyo] le vaciaron la casa (…) Si vas al Parque Sarmiento también tenés que tener cuidado de que no te choreen (…) Está todo muy loco. Capaz estás en calle Catamarca, San Martín, y te cruzás alguno que vino del cuarteto o de alguna joda y te putean o te quieren cagar a piñas (Ernesto, 65 años)

 En la actualidad la mirada de loca no se siente tan confiada y esta vez teme poder equivocarse.

Más allá de la inseguridad, otro elemento que influyó en que las relaciones en la vía pública mermaran fue el auge de la pandemia del VIH-SIDA. Para los ancianos gay los años 1980 fueron un punto bisagra en los modos de socializar. Esto se puede ver en los siguientes relatos:

Si bien había persecuciones. No había temores (…) Antes no existía este temor somero a las enfermedades venéreas. Pero ahora, desde los años ochenta que se agudizó, entonces la gente se retrae, tiene más temor (Ramón, 70 años).
Hasta el año 1986, 1987 era mucho en la calle donde se conocía la gente, pero con la aparición del VIH la gente cambió. La gente dejó de tener relaciones… como que se guardó y ya la cosa no volvió a ser igual (Marcos, 67 años).

Si bien observan que las relaciones sexuales “no se cortaron del todo”, consideran que o bien las personas no lo reconocían, o en verdad se redujo el número de encuentros sexuales (Adrián, 62 años). Además comentan que el temor al VIH-SIDA no sólo cambió la vida social, sino el propio modo de las relaciones sexuales; el acto en sí:

Fueron dos años en los que se paró todo (Alfredo, 68 años)
En esa época era sólo masturbar y muchos tipos lo aceptaban (…) Era besar, franelear y nada más… pero eso no pasaba sólo acá. Yo tenía amigos que me dijeron que en Europa y Estados Unidos estaba peor el miedo. Después se volvió a la normalidad (Carlos, 73 años).

Las percepciones de “normalidad” y “aceptabilidad” que tienen los agentes respecto de otros años no dejan de ser llamativas. Si bien no es mi idea poner en tela de juicio las representaciones de los actores, sino más bien dar cuenta de ellas y comprenderlas, no se pueden omitir, prefiriendo por el contrario problematizarlas a la luz de su marco espacial y temporal.

De este modo, mientras se podrían encontrar diversos testimonios que observan una mayor tolerancia en tiempos pasados hallamos, por ejemplo, para el caso de la ciudad de Rosario –donde justamente los viejos entrevistados sienten haber estado mejor en el pasado–, un contraste más que significativo. A la par de la supuesta aceptación social existía, dentro de la Municipalidad de dicha ciudad, un área de Moralidad Pública la cual ha extendido su vida hasta el año 2004.[2] Esta entidad estaba a cargo, entre otras tareas, de realizar “razias policiales” a fin de evitar “escándalos” en la vía pública. Si bien en Buenos Aires también existieron desde razias hasta chantajes policiales, los entrevistados consideran que los años 1990 fueron de mayor libertad en comparación a la década anterior:

Mira que a mí siempre me pareció un sorete pero, en comparación al gobierno de Alfonsín, el menemismo fue otra cosa. No jodió para nada. Con Alfonsín seguía habiendo razias (…) A mí una vez [durante el gobierno de Alfonsín] me pasó que en la calle conocí un tipo, nos miramos, muy buena onda, charlamos y cuando arreglamos para irnos me dice que era policía y que si no arreglábamos una coima me llevaba. Eso en los ’90 no pasó más (Héctor, 60 años).

De todas maneras, la persecución estatal-policial no sería la única cuestión que confrontaría con el discurso y la representación de los viejos gay respecto a qué período histórico los encontró más integrados. Lo cierto es que, a la par que ellos acusan mayor aceptabilidad y tolerancia social en el pasado reciente y culpan de autosegregación a la creación de espacios culturales gay, solamente podemos encontrar una cantidad muy reducida de adultos que haya podido “salir del closet”. Minúsculo es el número de viejos gay que han podido “destaparse” o “ventilar” su preferencia sexual. La propia “carrera de desviado” ha generado que las personas mayores se repriman. Algunos de ellos logran dar cuenta de este fenómeno y acotan que “uno mismo se reprime. El represor es uno mismo” (Mario, 65 años). Otros profundizan el análisis y añaden que por ejemplo no pueden presentar sus parejas a sus familias: “Lo presentamos como un amigo porque si no choca” (Alfredo, 68 años) o también que “lo ocultamos nosotros por nuestra vida social, vida familiar” (Adrián, 62 años). Por su parte, Oscar de 75 años se pregunta: “¿Para qué voy a destaparme si así estoy bien? (…) yo creo que igual mi familia siempre lo sospecho. Pero no iba a decir nada”

El enfoque desde las representaciones sociales del cual partí nos lleva a preguntarnos ¿por qué si sienten que antes tenían mayores libertades ninguno, o muy pocos, han podido hacer su salida del armario? A esto, algunos de ellos como Alfredo (68 años), responderán que “no es necesario… las familias sospechan”, como así también Carlos (73 años), para quien “no tiene importancia… ¿para qué? Uno no tiene porqué andar ventilando su vida privada”. Otros como Manuel (74 años) en cambio se guardan a silencio por respeto: “Presentar a la pareja como ‘amigo’ es una forma delicada de decir las cosas. Total en las familias no se habla pero todos saben y hablar sería generarles un disgusto”.

Sin embargo, algunos acuerdan que la decisión de no destaparse radicaría en una suerte de condicionamiento mayor: en primera instancia familiar, luego social y por último estatal. Para ellos entonces, la no salida del closet responde a la persecución policial-estatal pero también a cuestiones generacionales y sociales: “Tené en cuenta que hay diferencia de épocas, hay diferencias de edades (…) nosotros no podemos ir abrazados o del brazo porque todo el mundo te mira… no lo podes hacer” (Roberto de 56 años y Jaime de 72 años).

Si bien no se ha podido encontrar una opinión homogénea al respecto que condene o celebre los años anteriores, al menos se puede tener la certeza de que la historia pasada de la homosexualidad masculina no es tan idílica como algunos de los viejos gays pretenden enseñar ni tampoco ha sido traumática como algunos de los jóvenes piensan. Por el contrario, creemos que los mecanismos de sociabilidad, códigos propios del endogrupo, posibilitaron hacer más fácil y agradable la vida.

El problema radicaría, y es a lo que en las próximas líneas me abocaré, cuando por diversos motivos, sean estos políticos, culturales o económicos, esos valores se trastocan. Cuando el mundo, o su mundo, cambia. Ante esto los actores deben responder de algún modo. El inconveniente surgiría cuando los actores no consiguieran aprender y aprehender el fenómeno conflictivo, el cual a su vez tendería a romper con las antiguas representaciones sociales. Por consiguiente, en la medida en la que no apareciesen nuevos mecanismos de percepción del mundo este quedaría inexplicado, lo cual conduciría a tener una mirada nostálgica sobre el pasado. Sobre un pasado que no sólo se dejaba conocer, sino también entender y explicar. Sobre un pasado que se podía vivir.

II. Sobre cambios y continuidades en la sociabilidad homosexual-gay en los cursos de sus vidas

Hasta ahora, en este capítulo se han observado los quiebres y continuidades en la sociabilidad homosexual masculina priorizando la injerencia de factores externos al colectivo. A su vez, se optó por centrar la atención en la percepción que los viejos homosexuales-gays tienen sobre los cambios sociales y el paso del tiempo, como así también la injerencia de los mismos sobre su vida cotidiana.

Si bien mencioné el quiebre en el uso de la mirada como mecanismo de “levante”, este no ha sido el único aspecto de la vida gay que se viera afectado. Algunos elementos lingüísticos del habla homosexual varonil también han cambiado. Parte de esta metamorfosis cultural también responde a cambios mayores ocurridos en la sociedad.

En este sentido, la Unión Civil, la Resolución 671/2008 de la ANSES y el Matrimonio Igualitario son hechos que juegan un rol especial. En lo que compete a las parejas del mismo sexo, a partir de estas medidas se dio reconocimiento a su existencia. A la vez, decisiones políticas de esa envergadura transformarían al individuo en sujeto de derechos: un viudo se vería capaz de demandar algo que por ley le correspondería y las familias serían llamadas de tal modo y tendría el amparo legal correspondiente, por citar algunos beneficios. No obstante, estos no han sido los únicos cambios que traerían aparejados el decreto presidencial o la sanción del casamiento para parejas homosexuales.

El afirmar la existencia e historia de parejas del mismo sexo y brindarles derechos, permitió que se reconfigure el modo en que la persona veía a quien lo acompañaba. De esta manera, el “amigo” o “compañero” de otras épocas, y que hoy siguen empleando muchas de las personas mayores, pasó a ser una “pareja”, palabra que domina en la actualidad a los vínculos afectivos de los más jóvenes y de las personas de mediana edad.

Se trata de una familia, aunque no biológica, no por eso artificial o carente de parentesco, ya que presenta lazos de solidaridad e interdependencia mediados por el amor y el afecto (Barros Lezaeta y Muñoz Mickle, 2003; Rada Schultze, 2011d; Weston, 2003). Así, algunos de los adultos pudieron asumir el rol de pareja y desvincular su relación amorosa al compañerismo o la amistad. En este sentido, uno de los entrevistados señala que “por los hechos históricos en los que estas personas fueron socializadas tienen otra dinámica para ejercer su identidad. Está más esta idea del compañero o compañera y de la cantidad de años que vivieron. Cuando se les presenta este reconocimiento jurídico-administrativo es reforzar esto, no la identidad [sexual], sino reforzar este compañerismo. Esto obviamente los convierte en sujeto de derecho, aunque ya lo son. [En el caso de la Resolución] los resignifica como viudos y viudas, sobre todo en algo tan impensado como es enviudar a una persona del mismo sexo” (Marcelo, 45 años).

Además del viraje conceptual en torno a la noción de pareja, otro plano donde se conocerían cambios es respecto a la propia imagen que se tiene del sujeto homosexual. Conocidas son las expresiones que el colectivo gay de nuestro país emplea para denominar al varón que desea otros varones. Vocablos como “loca”, “chongo”, “puto” y “gay” eran algunos de los modos con los que se definía a los varones homosexuales de antaño en función del rol que el actor ocupara en el acto sexual. Si bien algunos de estos términos siguen en la actualidad, otros por el contrario fueron resignificados o han quedado en desuso. Uno de estos ha sido la categoría “homosexual”, la cual al ser identificada hoy a concepciones biológicas y médicas, genera rechazo en el “ambiente”. Por tanto, se prefiere, sobre todo en los grupos jóvenes, el uso de “gay”. 

Años atrás, los otrora jóvenes de otra era y, por ende, los actuales gerontes, eligieron identificarse con la idea de “homosexual”. Esto responde a diferentes motivos. En principio el rechazo a la palabra “gay” se explica por la asociación a nociones como la de diversión, jovialidad o alegría, cuando en realidad para los adultos se trata de una mera “condición sexual” que, como se vio, para ellos no se elige. En cambio, muchos optan por priorizar el rol sexual, donde categorías como la “homosexual activo” u “homosexual pasivo” serían indicativas de la posición en el acto sexual. Así, de hecho, se han definido los entrevistados de esta investigación. A su vez, desde otro enfoque, la noción de “gay” también en su momento generó repudio desde la vieja militancia homosexual.

Cuando en Argentina se iniciaba el movimiento político homosexual, a finales de la década de 1960, la palabra “gay” provenía, y estaba en boga, en los denominados países centrales que, según se postulaba en aquel período de efervescencia colectiva de carácter antinorteamericano, pretendían convertir la homosexualidad en un negocio, sometiendo la sexualidad a la lógica del mercado. Por consiguiente, se optaría por un sistema clasificatorio en nuestra lengua.

La distinción entre “gay” y “puto-homosexual”, no era para ellos un dato menor. Entendían que en estas terminaciones subyace un modo de hacer y comprender la política. En principio, la elección por la categoría “homosexual” y “puto” radicaba en revalorizar una denominación que usan los adversarios para atacar y estigmatizar. Se podría decir que se trata de una batalla lingüística ganable sólo en la medida de revalorizar las nominaciones utilizadas.

De esa forma, para el Frente de Liberación Homosexual y sus miembros la denominación de “gay”, al ser originaria de los países centrales, tenía como meta banalizar a este colectivo y volver moda la sexualidad al tiempo que los encorsetaba en identidades, algo que combatió el Frente ya desde su máxima de “liberar la homosexualidad y no al homosexual”

Según señala Sara Torres, a quien entrevisté para mi tesis de maestría, por esos años “no se planteaban el tema de la identidad. La identidad como tal surge a partir de que el Fondo Global hiciera políticas para el SIDA. Así identificó quienes serían beneficiarios y asistidos, pero no sirvió para empoderar. Encorsetó las identidades”. De ahí que ella considere que no podrían juntarse con los referentes modernos del activismo como Jáuregui y piense que “se luchaba contra todo eso. Volvieron la sexualidad moda” (Rada Schultze, 2014a: 66-67).

 De esta forma, las categorías que mayor comodidad les generaba a los viejos, o aquellas con las que más identificados se sentían, versarían respecto al lugar ocupado en la cama. La “loca” sería el homosexual pasivo y afeminado, mientras que el “chongo” sería aquel que, asociado a un carácter más masculino, de rasgos viriles y activo sexualmente, rara vez se asumiría como homosexual (Rada Schultze, 2010b). A su vez, como vimos en el capítulo anterior, algunos entrevistados (como José de 65 años y Osvaldo de 67 años) ven un componente clasista en las identificaciones, siendo para ellos la “loca” de menores recursos:

¿Alguna vez viste una ‘loca’ concheta? Que las hay, seguro que las hay. ¿Pero vos te pensás que te salen así de plumas a la calle? ¡Qué lo van a hacer! Si lo hacían y alguien los veía, podían perder el laburo (…) ¿Te imaginás a un abogado de doble apellido con plumas en la Marcha [del Orgullo]? (…) Seguro que lo hacen puertas adentro o en una fiesta, en un baile. Pero para ellos es una grasada la loca que siempre es loca. Que se pueden ‘montar’, seguro, pero te lo hacen porque les parece bizarro. De lo exótico que les resulta nomás (…) Pero te aseguro que ninguna de esas ‘locas’ truchas es costurera o peluquera… son más fifí (Osvaldo, 67 años).

De esta entrevista me parece interesante destacar una serie de cosas. En principio, que la distinción por rechazar la categoría “gay” y refugiarse en nomenclaturas antiguas no responde a concepciones ideológicas, sino de clase. Para el mundo homosexual-gay y las clasificaciones identitarias que de él emergen, se divide por poder adquisitivo, profesión y privilegios de clase. En segundo término, me parece importante otra distinción que el entrevistado realiza y es sobre la falsedad y la veracidad de las identidades. Si existe una “loca trucha” es porque hay una legítima, lo cual conduce a pensar nuevamente el contenido de la re-presentación, a lo cual se le ha dedicado un capítulo en esta tesis. Por último, el entrevistado parece arrojar pistas sobre lo que él entiende es una “loca verdadera”, aquella “loca que siempre es loca”, dando cuenta de construcción y un fluir de las identidades, algo que al entrevistado no parece convencerlo.

Como se podrá ver, a través del extracto de entrevista de Osvaldo, el entrevistado no parece estar para nada contento con los cambios que acontecen en el mundo homosexual-gay y el modo en el que se clasifica. Pero quizá la cuestión que más lo perturbe es que en realidad un mundo que se le está escapando no sólo generacionalmente sino económicamente; dos problemáticas que le han hecho comenzar a perder protagonismo, no pudiendo hallarse a sí mismo.

Respecto a los cambios acontecidos en el seno del mundo homosexual-gay, y retomando los específicos a las identidades, si bien las distintas expresiones de activismo LGBT suelen discurrir sobre los modos de hacer política, en algunos puntos en materia de lectura de la realidad logran coincidir. Entre estos se destaca la “licuación de identidades”. A diferencia de otros períodos, para ellos en la actualidad no existe una identificación sexual según el rol cumplido, sino que por el contrario se daría una “relación gay-gay”, rompiendo de este modo con una reproducción de la relación heterosexual. Así, expresiones como “puto”, “chongo”, “loca” u “homosexual”, pertenecientes a otra época, quedan en desuso o bien trascienden el tiempo o los espacios originales en los que se gestaron perdiendo su sentido fundante. No obstante, los entrevistados mayores no sólo continúan nombrándose como en épocas anteriores, sino que además discuten estas ideas:

¿Qué es eso de que ahora vivimos en la época gay? Andá a preguntar por el barrio [Isidro Casanova] qué opinan de la ‘versatilidad’, del ‘tiempo de lo gay’ y la mar en coche. Por empezar no deben ni saber qué es (…) Acá nada de eso de las relaciones gay-gay. Acá sos puto, trolo, homosexual o marica (José, 65 años).
Acá en Rosario puede ser que esté más modernizada la cosa, pero en esa no entramos nosotros [los viejos]. Eso es de los chicos. Y es más, te diría que debe ser sólo cosa de acá o en Buenos Aires. Pero andá a ver qué pasa en el campo (…) Yo soy de un pueblo y allá tenías al puto del pueblo que además todos lo conocían. Allá no llegó esto de lo gay (Miguel, 61).

Nuevamente de las entrevistas emerge el contenido clasista, sobre todo en el primero de los casos, como así también el componente etario. Del mismo modo, surge algo nuevo y es la locación geográfica a la hora de definir identidades. Según entienden los entrevistados el fenómeno del “mundo gay” es netamente urbano y sobre todo de las grandes ciudades.

 Por otro lado, algunas de las agrupaciones que velan por los derechos de las minorías sexuales de nuestro país, especialmente la rosarina VOX, intentaron sin mayor éxito no sólo disociarse de la categoría de homosexual, ya que ellos también observan ahí un concepto cercano al rango de enfermedad, sino que también propusieron castellanizar la palabra gay y remplazarla por “gai”. Esto tiene como propósito diferenciarse de una suerte de “moda” homosexual que encontraría como máximo productor a los países centrales.

Sin embargo, las modificaciones y persistencias en los modos de ser y hacer del colectivo no se limitarían tan sólo al plano lingüístico. Una de las características que aún se mantiene es el momento de la jornada asignado al esparcimiento: la noche. Si bien en la actualidad existe un mayor respeto y aceptación hacia la llamada diversidad sexual, históricamente las personas homosexuales debieron desarrollar su vida en la oscuridad. El hecho de tener que ocultarse debido a las persecuciones empujó a los sujetos a adecuar su vida a fin de evitar el hostigamiento. Por tal motivo muchos debían fingir o esconder su modo de ser. Esto explica en parte porqué, a pesar de cierta apertura o aceptación, la noche siga cumpliendo el papel de refugio o el momento de la jornada en la que se sienten más cómodos.

Uno de los elementos que se mantendrían en la sociabilidad homosexual masculina, a pesar del paso de los años, es la no moralización de las relaciones según edad. A diferencia de las relaciones heterosexuales (Díaz Noriega, 2005), en la población gay no está mal considerado un vínculo, sea este de amistad o pareja, entre integrantes que posean una amplia diferencia de edad (Adam, 2000). Tanto jóvenes como viejos acuerdan en este punto y explican que la no penalización a intercambios de esta índole se debe por lo regular y común de tales interacciones.

La frecuencia de relaciones de este tipo para ellos se debe a que la juventud ve en el adulto mayor una figura de autoridad y respeto. Una imagen paternal (Price, 2009; Rada Schultze, 2011d). Por tal motivo, no es inusual que muchos jóvenes mantengan relaciones con los llamados “osos” o daddys.

De esa forma, no sólo tienen una mirada desmoralizada en cuanto al aprovechamiento de su genitalidad y erotismo, sino que también desconocen de regaños por mantener relaciones sexuales y/o amorosas con personas de amplia diferencia de edad. Por ejemplo, Abel de 62 años, quien mantiene una relación con Pablo de 30 años, no asume esto como un problema. Él, que asegura siempre haber sido atraído por personas más jóvenes, entiende que la relación mayor-joven en la comunidad homosexual se da “por la búsqueda de una figura paterna. Una figura de autoridad”. Por su parte Juan (63 años) y Gastón (51 años) tampoco vieron como una dificultad su diferencia de edad, ni siquiera cuando comenzaron su relación a finales de los años 1970.

Asimismo, existe como se decía, una esfera más donde se combina la buena imagen de la vejez y la utilización completa del cuerpo. Tal como concuerdan nuestros entrevistados, la autoridad, la experiencia y el derecho sexual del mayor suelen combinarse en las llamadas relaciones sadomasoquistas. Allí, en ese juego de roles, el deseo sexual del envejeciente no sólo es permitido sino que también es visto positivamente.

Si bien los viejos homosexuales no cumplen con los cánones de belleza estipulados, esta revalorización específica puede deberse a una mirada de los actores más centrada en la erótica que en la sexualidad genital o en los rasgos físicos. Del modo que aquí lo estoy entendiendo, el erotismo seguiría dando cuenta de la excitación pero concentrándose en otras dimensiones como ser el cariño, el amor o la imagen de experiencia. En el grupo de varones gays algo parecido ocurre con los denominados “osos”, sujetos mayores que a simple vista desentonarían con los cánones estipulados y que son resignificados de manera positiva.[3]

Sin embargo, no todas las relaciones transgeneracionales en la comunidad gay se han dado en los mejores términos.

Al igual que en la sociedad en general, el colectivo gay también segrega y discrimina por edad. Por ejemplo, como se vio en el activismo, los viejos no tendrán ningún lugar ni función específica y serán vistos como inútiles e incapaces de encarar una lucha política (Rada Schultze, 2010a). En excepcionales y contadas ocasiones desde la militancia homosexual se brinda un espacio a las temáticas que atañen a la ancianidad gay, lesbiana o transgénero. A su vez, las veces que se debaten estos temas se los aborda desde un enfoque de debilidad y enfermedad. Viejo sería aquel individuo que necesitaría de una asistencia constante. Para los jóvenes activistas, las problemáticas propias del envejecimiento y de la vejez resultan temas foráneos y risueños.

Debe señalarse que la discriminación por edad es recíproca. Los mayores también discriminan a los jóvenes. Para muchos de los viejos gay los jóvenes son “unas mariquitas que quieren hinchar las bolas” (Roberto, 56 años). “Unas mariquitas sufridas” asegura Manuel de 74 años. A su vez, la descripción que se hace de la población ubicada en el otro extremo de la vida trasciende la imagen de lo problemático asociándolo a la inmadurez. El joven gay por lo tanto es visto como una condensación de conflictividad e incapacidad.

Más allá de las críticas que entre los propios actores se realizan, debemos destacar otro viraje ocurrido en los últimos años como fue la ruptura del consenso histórico que asociaba la homosexualidad a la enfermedad, el delito y a prácticas sodomitas o pecaminosas, lo que podrá ser un puntapié para desmontar la “carrera de desviado” que antes explicásemos. Actualmente, algunas personas gay podrán expresarse en público con diferentes grados de libertad, temor o vergüenza, pero difícilmente crean que su obrar puede ser juzgado o evaluado en términos de actuar bien-actuar mal.

Hoy en día la representación de vivir en un clima de mayor apertura es, sobre todo para los activistas, factor de movilización y estímulo para continuar profundizando la lucha contra el rechazo social e intentos normalizadores en base a determinados patrones culturales preestablecidos. Por tanto es que se torna un tanto discutible el lema bajo el cual marcharan las agrupaciones que conforman la Federación Argentina LGTB (FALGBT): “Los mismos derechos con los mismos nombres”.

Problematizar sobre esta cuestión implicaría reflexionar respecto a la discusión histórica, y posiblemente hoy saldada, de si los homosexuales necesitarían idénticos derechos que el resto de la población o si en cambio, debido a la supuesta existencia de un ethos, subjetividad o modo de ser y hacer propios del endogrupo, precisarían más bien políticas focalizadas, aunque sin el tinte residual característico de la década de 1990.

Si bien este trabajo no tiene como horizonte sortear este escollo, desde la perspectiva de las transformaciones y continuidades es propicio señalar que a diferencia de la proclama de la FALGBT, en los años 1970 el Frente de Liberación Homosexual (FLH), con referentes como Sara Torres, Sergio Pérez Álvarez, Néstor Perlongher y Héctor Anabitarte, pregonaban “no liberar al homosexual, sino a la homosexualidad”. Desde el FLH se buscaba romper con el intento de asimilación que, para ellos, la sociedad paternalista tenía. El pensamiento más que moderno del FLH tenía como objetivo romper con las identidades sexuales en toda su variedad y no solamente con los esquemas que encorsetaban al sujeto homosexual (Perlongher, 1996).

En ese sentido es que considero tomar el precedente del FLH como un caso pertinente para discutir si la búsqueda de igualdad no podría acarrear como “consecuencias no deseadas de la acción” el someter la diferencia a una nueva etapa de la asimilación heterosexista (Gimeno y Barrientos, 2009; Sánchez et al, 2004). A saber, si el hecho de buscar justicia y equidad no podría traer aparejado el asimilarse al machismo y al paternalismo; si el buscar “los mismos derechos con los mismos nombres” no podría generar que se perdiera la diferencia y el derecho a la diversidad (en el sentido más amplio y rico de su expresión); y si, en el caso de existir o no una subjetividad gay, el adecuarse a “los mismos derechos” ya existentes y pensados para otra época y para otro conjunto de personas, no discutiendo las identidades sexuales y cómo estas se conforman, no sería contraproducente impidiendo cambios políticos posteriores.

No obstante, primero debiéramos resolver si en verdad es que existen particularidades que hagan diverso y diferente al colectivo homosexual, o si, como sostiene Osvaldo de 67 años, “no existe diferencia gay. Sólo en el sexo es diferente, y ¿por esa cosa sola nos vamos a diferenciar?”. Todo parece indicar que no hay mayores diferencias internas. Sino que por el contrario, son los influjos externos los que contribuyen a construir un envejecimiento diferencial.

III. Balance y reflexiones sobre los modos de construcción de una vejez diferencial homosexual-gay (II)

El modo en que enfoqué este capítulo parece catalogar al gay como un subgrupo, una subcultura, con modos de ser y hacer propios diferentes a los del “argentino común”. Nada más alejado de esta tesis que ver en la población homosexual un ethos propio. El haber partido desde una sociología del envejecimiento analizando sus cursos de vida tuvo como meta ver la injerencia de la sociedad y su sistema de pautas, normas y valores sobre un colectivo específico.

De esta manera, el hecho de que el homosexual-gay, en una etapa y por sus luchas, pudiera diseñar estrategias de supervivencia diferentes al denominador común y así poder entablar relaciones en marcos netamente desfavorables para la libertad sexual, como bajo un gobierno dictatorial, debe entenderse en términos de desviación pero sin su sentido peyorativo. El saber emplear un determinado juego de miradas, conocer la ciudad, sus movimientos, lugares y modalidades tiene que ver mucho más con una sobreadaptación a las normas que con su desviación. Los gays de otras épocas sabían a dónde debían o no ir y en qué momento del día hacerlo. Los homosexuales de otros tiempos habían incorporado las pautas de acción en mayor medida que otros actores (Merton, 1968).

Así, a lo largo de estas líneas se revisaron quiebres y persistencias en la sociabilidad gay Argentina. El supuesto fundante de este trabajo fue reflexionar respecto a fenómenos que a simple vista parecían lejanos temporal y espacialmente pero que se encontraban emparentados manteniendo una relación de condicionamiento entre ellos.

A la vez, ante el problema de esbozar una correlación directa entre cambios políticos y culturales es que se indagó en las representaciones sociales, en tanto mecanismo de los actores utilizado para comprender códigos de sociabilidad del grupo, su desarrollo y virajes contextuales: Las transformaciones eran palpables y los actores buscarían la manera de interpretarlas e incorporarlas para seguir con su vida.

Luego, por medio del relevamiento de historias de vida, pudimos examinar procesos históricos y su influencia sobre este colectivo, tales como la apertura democrática, la pandemia del VIH-SIDA y algunas medidas políticas.

Detallados los procesos y su injerencia sobre las trayectorias de vida, y a partir de la interpretación que los sujetos tienen de tales sucesos, se observaron algunos cambios experimentados en los modos de actuar de este grupo poblacional, como el uso del espacio, del cuerpo y del habla, entre otros.

Incluso, algunas de estas nociones han llegado al punto de ser resignificadas de modo peyorativo. Lo que antes era descriptivo-identitario, ya que asignaba un rol sexual, pasó a ser, previo vaciamiento de contenido, un agravio. “Puto” u “homosexual” hoy día son insultos que ningún gay elegiría para nominarse.

Por otro lado, la ausencia de una percepción homogénea abrió el debate sobre la mayor o menor integración en cada período. La representación que los viejos se hacen indicaría que en el pasado un homosexual era más aceptado. Empero, el estudio de la sociabilidad gay y los códigos empleados para interactuar han enseñado una serie de mecanismos que los homosexuales de otras épocas diseñaron para hacer más llevadero su ciclo vital. A pesar de los hostigamientos, la vida debía continuar, motivo por el que las personas mayores emplearon diversos artilugios a fin de sobrellevar la marca y condena social que podría pesar sobre ellos.

Sin importar del todo en qué momento histórico se vivía con mayor aceptación la homosexualidad propia y ajena, es de público conocimiento que la segregación persiste y que en la actualidad se carecen de una serie de derechos, cuestión que motiva la existencia de organizaciones LGBT. El problema sería cómo abordar esta cuestión. ¿Conviene demandar “los mismos derechos con los mismos nombres” o plantear un giro deconstructivo que proponga romper con las identidades sexuales conocidas? ¿Se estaría doblegando la diversidad ante el heteronormativismo o plantear instituciones paralelas sería continuar segregando a los homosexuales y así renunciar a la inclusión y equidad? ¿Es necesario elegir por una de estas dos vías? Este conflicto de larga data no parece fácil de resolver y posiblemente lo más rico sea mantener abierta esta discusión. No obstante, hoy existe consenso entre las organizaciones en que su agenda se estructura en torno a la idea de igualdad.

Una vez analizados los principales ítems de cambios y continuidades ejercidos sobre las vidas de los viejos homosexuales, se debe resaltar lo que se ha venido a buscar: las principales características que hacen a la vejez homosexual-gay.

Como se ha visto, el punto donde cerraba el capítulo anterior (a saber, la violencia de la que son objeto los mayores) es el lugar de inicio de este capítulo. Se partió de la vejez homosexual como un hecho acabado para ir reconstruyéndola a la luz de los eventos sociales, conociendo en simultáneo los puntos de inflexión en las trayectorias de los viejos. En ese sentido se pueden enumerar una serie de pros y contras.

Por un lado se vio que algunas relaciones sexuales y sociales no les son vedadas a los viejos, ni están signadas por la moral imperante en la sociedad. Así, un viejo puede salir con alguien menor que él sin ser considerado un “viejo verde”. Al mismo tiempo, en algunos casos no sólo no hay un juicio de valor negativo sobre la vejez, sino que incluso es valorada en algunos espacios, como por ejemplo en las relaciones sadomasoquistas, donde el sujeto viejo representaría una imagen paternal y de autoridad. Por otro lado, algunas figuras como los “osos” –hombres robustos, mayores y velludos– logran posicionarse a las figuras alternativas de lo “bello” con considerable éxito.

También se ha podido ver cómo los “crímenes de odio” y la violencia sobre los viejos homosexuales se encuentra atada a la “profecía autoconfirmatoria” y a la “carrera de desviado” que los llevó a replegarse sobre sí mismo quedando solos y vulnerables. Esto también les impidió realizar su salida del closet, por lo cual se entiende que en cierto modo desprecien la hipervisibilidad de la juventud y de los movimientos sociales: los obliga a salir a la superficie cuando en realidad ellos debieron aprender a estar cómodos en las sombras. De tal forma es comprensible que muchos de ellos aún hoy acusen estar mejor en el pasado. Podían permanecer en la oscuridad y además sabían jugar ese juego.

En efecto, hoy no sólo cambia el hecho de la mayor visibilidad, sino también las reglas del juego y los valores y códigos del grupo. Por ejemplo la reducción de espacios como las teteras, parques, cines y bares-café, en detrimento de discotecas, chat, redes sociales y aplicaciones de teléfonos móviles, entre otros modos de conocer gente.

Posiblemente las estratificaciones –por clase, por edad, entre otras, de las que algunos entrevistados se quejan–, existieran antes de que los actores visualizaran dichos virajes, pero los sujetos las elucidaron en su madurez y es cuando para ellos el mundo se tensiona. Este es un dato que suele ser común cuando se trabaja con vejeces: las tensiones intergeneracionales ante la pérdida de su “protagonismo”. Los sujetos ven como excepcional su tiempo y suelen pensar que el mundo se desarrollaba con cierta normalidad y naturalidad hasta que un cambio abrupto (la mayoría de las veces para ellos foráneo) vino a perturbarlos y trastocar ese espacio de confort. De ahí la mirada nostálgica sobre un mundo que les era cognoscible y disfrutable.

Empero, más allá de la pérdida de protagonismo de los viejos gays, en este cambio del “periodo homosexual” al “periodo gay” (Meccia, 2011), hay a mi entender algo sumamente positivo y es que los futuros viejos gays u homosexuales (o la categoría que ellos prefieran) podrán hacer sus propios cursos de la vida y esos serán disímiles a las (desmontadas) carreras de desviado que debieron realizar los viejos. 

 


  1. Aproximándose a la representación social de los activistas LGTB, Juan Jose Sebreli argumenta que sin excepción de gobiernos entre 1943 y 1983 los homosexuales fueron perseguidos. Su testimonio se encuentra reflejado en el documental que recrea la vida de Néstor Perlongher, “Rosa Patria”, de Santiago Loza
  2. Pasados veinte años de democracia, y a raíz del asesinato de una trabajadora sexual en manos de dicho espacio estatal y del posterior reclamo de justicia, recién en el año 2004 se cerraría tal organismo del municipio rosarino. La perdurabilidad de áreas tan retrogradas en el pleno Siglo XXI y bajo una gestión política de rótulo socialista, reafirman el supuesto de nuestro trabajo: los cambios políticos, sociales y culturales no siempre responden al unísono.
  3. En la página web del Club de Osos encontramos que: “Los osos son definitivamente peludos, y muchas veces canosos. Sus cuerpos son fuertes y masculinos. Los osos son ‘voluminosos’ (…) Por su parte, tienen grandes peculiaridades en cuanto a sus hábitos de ‘emparejamiento’. Antes de llevarte a su casa, los osos quieren asegurarse de que van a pasar una noche juntos, ‘franeleando’ todo el tiempo aún aunque no pase otra cosa. Vale decir que para un oso son más importantes los mimos, los abrazos y el cariño, que el sexo por sí mismo. Los osos siempre tienen parejas a los que le son fieles, aunque muchos no vivan juntos”. Extraído de http://www.ososdebuenosaires.com/new/que_es_oso.php Consultado: abril 2013


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