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5 Conclusión

Es imposible eludir el encuentro con lo demónico, el peligroso juego con Éros.

Hadot[1]

Comenzamos este trabajo advirtiendo que debíamos emprender un análisis que detecte la presencia de personajes conceptuales innominados o subterráneos que desempeñaban, sin embargo, un papel fundamental en la progresión del diálogo. Nuestros esfuerzos, entonces, se volcaron hacia el estudio de las funciones, razones e intenciones que motivaron la inclusión de estos personajes y las ideas que cada uno de ellos representaba en la dinámica del Banquete. Tratándose de Platón es claro que gestos como presentar a un maduro Pausanias defendiendo los valores de la sofística pederastía celeste, a Aristófanes imposibilitado de hablar por un furioso ataque de hipo o a Sócrates, el personaje conceptual predilecto del platonismo, introduciendo, a su vez, otro personaje conceptual, no deben ser soslayados. Evidentemente no se trata de meros recursos literarios.

Por cierto, en el Banquete estamos en presencia de un agón donde nadie es meramente quien dice ser, sino que, pasándose la máscara de Éros, esconden y revelan las tesis de otros, al tiempo que disputan acerca de quién de ellos es el auténtico y más valioso amante. La primera máscara que consideramos, la de Pausanias, escondía al amante sofístico que argumenta y persuade. Atrás de su relativismo y su justificación mitológica de la pederastía el segundo orador del Banquete escondía razones personalísimas para defender la existencia de dos Éros y considerar a uno de ellos superior frente al otro. Pausanias, modelo del amante maduro y constante que invierte correctamente sus esfuerzos eróticos, presenta en su discurso una enardecida apología del Éros celestial, que une a amantes y amados en un vínculo duradero como el que mantiene con Agatón. Su propuesta vindica un modo correcto de amar que se enmarque en una ley donde confluyan filosofía y pederastía, y promete beneficios que alcanzarían a la pólis en su conjunto al instaurar una pública competencia de amantes y amados. Ambos buscarán su mejoramiento personal, puesto que los amados elegirán a sus amantes privilegiando aquello que pueda contribuir a su formación, y los amantes, por su parte, intentarán convertirse en los más sabios y virtuosos para ser dignos de los favores de los amados.

Como hemos sugerido, a pesar de la pretensión de vincular al éros con la adquisición de sabiduría y el rol eminentemente político que adquieren las relaciones eróticas, no resulta clara la necesidad de favores sexuales como medio para adquirir conocimiento y virtud. El presunto amante ouraníos que ensalza Pausanias no es otro que el amante vulgar que enmascara sucesivamente a Pródico, Protágoras, Lisias y al autor anónimo del Dissoì Lógoi. Su erótica, enmascarada también, esconde en una ley acerca de la filosofía una lógica mercantil ligada al cálculo de inversión-beneficio para satisfacer sus deseos carnales.

Pero Platón, que nos presenta en Pausanias a este desencajado defensor de la pederastía, se ocupa de señalarnos que no debe tomarse muy en serio su discurso. En este sentido es que interpretamos el hipo que sufre Aristófanes: el cómico se ríe del orador que apeló a todo tipo de recursos retóricos y tesis sofísticas para justificar sus deseos sexuales. Conforme a nuestro análisis, Platón retoma en este episodio las críticas del Aristófanes histórico contra un uso corrupto de la palabra, síntoma de la decadencia social y política de Atenas. También Platón estaría condenando la retórica sofística que apela a la mitología para justificar todo tipo de conductas vergonzosas e infames.

La segunda máscara que investigamos es la de Agatón, el anfitrión del Banquete. Luego de apreciar las características que este le atribuye a Éros en su discurso es posible observar que concuerdan tanto con las que utiliza Aristófanes para caricaturizarlo en su comedia Tesmoforiantes, como con las que Platón le reconoce en el Banquete. En la comedia aristofánica es presentado como si se tratara de un dios, y descripto como un hombre joven, delicado y de fina apariencia, cuya personalidad y lenguaje son refinados. El hecho de que en el Banquete el poeta también aparezca caracterizado de esta manera y que, además, componga un encomio donde Éros es presentado con varias de las características con que el poeta cómico ridiculizaba a Agatón, nos lleva a pensar que es plausible que Platón compartiera gran parte de las opiniones de Aristófanes.

Por otra parte, como hemos visto, el concepto de mímesis cumplió un papel central en toda su intervención. Analizando la parodia de Tesmoforiantes y del encomio autorreferencial, es de notar que la introducción de la teoría de la mímesis poética agatoniana en el primer caso es enunciada sarcásticamente y en el segundo es aplicada y criticada. Esto a consecuencia de que en su discurso opera una mímesis entre él y la imagen que defiende de Éros: del mismo modo en que Narciso vuelve mediante el reflejo al amante en amado, el poeta construye a Éros sobre la base de su propio retrato. Éros es poeta y Agatón es Éros. Éros es sobre todo poseedor y dador: posee sabiduría y hace poetas a quienes alcanza. Pero, debemos advertir, no se trata de cualquier tipo de poeta sino de uno cuyo arte se ve fuertemente influenciado por la retórica sofística, en particular de corte gorgiano. Como Gorgias, también Agatón se encargó de producir el efecto placentero del discurso, un placer que se asemeja demasiado al erótico, dado que el lógos seduce, hechiza y envenena.

En el último capítulo consideramos las máscaras que Sócrates utiliza durante su intervención. Ya que no puede admitir las ideas que desarrolló Agatón pero tampoco desea herir la susceptibilidad de su anfitrión, necesita colocarse una máscara. Sin embargo, recurrirá también a la mímesis de sí agatoniana y llevará a cabo una doble operación: para hablar de Éros, Sócrates hablará del filósofo y para hablar del filósofo, hablará de sí mismo. De igual manera que Agatón construye un discurso bello y cosmético donde Éros replica los rasgos de su propia persona, así Sócrates, por intermedio del desdoblamiento que toma la forma de Diotima, presenta un discurso que atribuye a Éros las características que pueden adscribirse a él mismo. Éros no posee belleza ni sabiduría: la erótica aflora desde la carencia (Penía) motivando una búsqueda amorosa que abre caminos (Póros). En este gesto, no sólo el discurso socrático contrapone una imagen de Éros completamente diferente a la del joven poeta sino que, a partir de las críticas que lleva a cabo previamente, el filósofo se muestra como vencedor del agón discursivo. En última instancia, la retórica gorgiana es la que ha sido ridiculizada, cuestionada y examinada punto por punto; al tiempo que, en su particular estilo, Sócrates ofrece un nuevo modelo de retórica, que podemos entender a la luz del Fedro, subordinada a la dialéctica.

Por otra parte, en el rechazo socrático descripto por Alcibíades observamos una clave para descubrir la postura de Sócrates frente a las propuestas del “sociólogo” relativista Pausanias. Este enfatizaba en su encomio los beneficios de satisfacer a un amante ouraníos para obtener conocimiento y virtud. El intercambio, que puede reducirse a la fórmula enseñanza por sexo, era presentado por el orador de Cerámico como el único camino para unir en una sola ley la norma relativa a la filosofía y a la pederastía. Como ya hemos señalado oportunamente, el éros por la sabiduría es para Sócrates más valioso que el deseo por la belleza de un joven. En su relato, Alcibíades manifiesta que el desprecio socrático lo desconcierta, puesto que se siente herido y humillado, pero admirado de su sensatez, valentía, sabiduría y continencia. El comercio propuesto por el joven político hubiera significado cambiar oro por bronce. En suma, Sócrates refuta el modelo educativo elogiado por Pausanias y ofrece un camino de búsqueda del saber que no incluye la transmisión de conocimientos a cambio de favores sexuales al amante educador, sea este vulgar o ouraníos. A partir de la introducción de la nueva genealogía de Éros y de su rebajamiento de dios a daímon Sócrates rechaza la fundamentación mitológica de la pederastía y empieza a delimitar una nueva imagen del auténtico amante. Si para Platón existe un camino que verdaderamente vincula éros y sabiduría, este no es el que pretende Pausanias. Por eso Sócrates es presentado como el verdadero hombre erótico y el perfecto filósofo: es capaz de trascender el amor sexual y utilizar la belleza del joven únicamente en el marco del primer grado de iniciación erótica y no como un fin en sí mismo.

El discurso filosófico, podemos concluir ahora, no es un llano acontecer del pensamiento, sino que nace y se despliega en un contexto social e histórico donde otros actores disputan la posesión y la manipulación de la palabra y la verdad. Por esta razón hemos realizado una lectura que intentó poner de relieve los vínculos que existen entre la palabra retórica, la palabra erótica y la palabra filosófica mediante el análisis de los discursos de tres oradores del Banquete: Pausanias, Agatón y Sócrates. El enfoque perspectivista nos permitió leer sus encomios a partir de las tensiones que habitan el fenómeno erótico y nos reveló durante el diálogo no sólo un conjunto de núcleos parciales de verdad que adelantan o contrarían una auténtica doctrina sobre éros, sino una amalgama de otros posibles modos de discurso. En la defensa de un tipo particular de erótica cada comensal disputa el derecho a la seducción de los jóvenes, que es a su vez el derecho a ser educador. Lo que entra entonces en cuestión es quién enseña qué: Pausanias representa el valor de la experiencia y la riqueza, Agatón el valor de la superficial belleza sofística, Sócrates el valor de un modo de vida en constante caza del saber y atento al cuidado de sí. De manera creciente y disímil la palabra retórica hace su aparición en esta tríada. La palabra que seduce a los jóvenes es la que formará a los futuros políticos: no estamos simplemente ante una economía de los placeres o de bienes materiales y simbólicos, sino ante qué enseñar a los futuros ciudadanos, qué tipos de vínculos cultivar y qué éticas implementar. Es entonces crucial que quienes se batan en esta competencia sean las máscaras del poeta, el sofista y el filósofo, porque los tres desean establecer jerárquicamente una erótica, que a su vez les permita ocupar el rol de actor principal en las disciplinas de los otros. Los sofistas pretenden ser los verdaderos poetas y filósofos; los poetas reclaman ser la raíz de toda filosofía y toda oratoria; y el filósofo insinúa constituir el modelo correcto de orador, de poeta y de político.

Gracias a los elementos analizados nos fue posible encontrar en los tres discursos una estrecha vinculación entre filosofía, retórica y erótica. Como ya hemos mencionado, claramente no se trata del mismo tipo de conexión en cada caso. En la figura de Sócrates Éros y lógos se estructuran sobre una doble articulación: primero, el discurso como arma de seducción, como phármakon, como herramienta de persuasión; y segundo, como contracara, Éros es productor de bellos discursos, busca producir en la belleza, en el objeto amado, y en el caso más elevado, generar hijos espirituales. Por su parte, la relación de erótica y filosofía se desdoblará: Éros es filósofo y puede servirse de la retórica por su poder seductor y persuasivo, “urdidor permanente de artilugios”, “terrible mago, hechicero y sofista”.[2] El giro final, premeditado por Platón durante todo el Banquete, será que el filósofo devendrá en verdadero amante. Un amante que se volverá objeto de deseo por su saber, por su discurso que atrae hacia sí, pero que al igual que Sileno, guardará bajo apariencias rústicas o vulgares.

El compromiso filosófico, entonces, es orientar la práctica oratoria al conocimiento de la verdad. Sócrates, el verdadero amante de la sabiduría, será capaz de hacer uso del lógos también en su potencia erótica. Pero se halla en una zona intermedia, ya que no comparte la seductora retórica del amado agatoneano que posee falsamente las virtudes y la sabiduría; ni tampoco la sofística relativista del rico pederasta que intercambia los bienes de la belleza y la bondad a cambio de sexo. Esperamos haber expuesto las razones para sostener que existe una retórica propia del verdadero amante y que es Sócrates, como auténtico erotikós, quien se sirve de ella en su práctica filosófica y amorosa.


  1. Hadot (2008: 73).
  2. Banquete 203d.


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