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Aclaración preliminar

Todo lo que es profundo ama la máscara. Todo espíritu profundo necesita una máscara: más aun, en torno a todo espíritu profundo va creciendo continuamente una máscara, gracias a la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, de toda palabra, de todo paso, de toda señal de vida que él da.

Nietzsche [1]

Puede que el personaje conceptual aparezca por sí mismo en contadísimos casos, o por alusión. Sin embargo, ahí está; y, aun, innominado, subterráneo, siempre tiene que ser reconstituido por el lector.

Deleuze-Guattari[2]

Durante este trabajo nos serviremos de dos conceptos fundamentales: uno es el de “personaje conceptual”, definido por Deleuze y Guattari en su libro ¿Qué es la filosofía?; el otro es el de “máscara”, en el sentido en que lo utiliza Reale en Éros, demonio mediador. Con respecto al primero, dicen Deleuze y Guattari luego de haber establecido a Sócrates como el principal personaje conceptual del platonismo:

El personaje del diálogo expone conceptos: en el caso más sencillo, uno de ellos, simpático, es el representante del autor, mientras que los demás, más o menos antipáticos, remiten a otros filósofos cuyos conceptos exponen de modo que queden listos para las críticas o las modificaciones a las que el autor los va a someter. […] Los personajes conceptuales […] intervienen en la propia creación de sus conceptos. Así pues, aun cuando son “antipáticos”, lo son perteneciendo plenamente al plano que el filósofo considera estable y a los conceptos que este crea: señalan entonces los peligros propios de este plano, las malas percepciones, los malos sentimientos o incluso los movimientos negativos que se desprenden de él.[3]

Para estos autores, el estudio de los personajes conceptuales es “obligatorio”: aunque en numerosas ocasiones aparezcan innominados o “subterráneos” y deban ser reconstituidos por el lector, desempeñan un papel fundamental. Su introducción no debe confundirse con el uso de un mero recurso literario, sino que, al contrario, los personajes conceptuales dan cuenta de funciones, motivos e intenciones del autor, en un movimiento que describe el plano de inmanencia desde el cual este escribe. Más aún, el personaje conceptual es el verdadero sujeto de la filosofía. A lo largo del desarrollo de los capítulos que componen este trabajo intentaremos detectar esas presencias subterráneas con las que Platón polemiza y de las que se sirve para la progresión del diálogo. Presencias que, en muchos casos, para el griego culto del siglo IV a.C. eran fácilmente detectables, pero que requieren un esfuerzo hermenéutico de nuestra parte.

En segundo lugar, retomando el concepto de “máscara” postulado por Reale, para interpretar el Banquete platónico debemos descubrir cuáles son las máscaras que cada personaje (conceptual, diríamos con Deleuze y Guattari) utiliza alternativamente, en un juego dramatúrgico:

Los siete discursos nos son presentados por siete máscaras (más una octava, introducida intencionalmente como ajena a los participantes en el banquete, la sacerdotisa Diotima de Mantinea) que representan figuras emblemáticas de las distintas corrientes culturales de la época. Pues bien, estas “máscaras que pasan”, en particular, las más importantes, desarrollan de manera casi perfecta el sublime juego de simular que esconden, precisamente para revelar, esto es, “revelar velando” algunas verdades últimas que conciernen a la vida del hombre.[4]

La lógica del Banquete, entonces, es la de ocultar y dejar ver a través de las máscaras; velar y develar sólo a quien es capaz de entender el mensaje último sobre el éros. Como advierte el estudioso italiano, no se trata de un engaño maligno, sino que, por el contrario, la máscara puede ocultar las cosas más delicadas y valiosas.

Sirviéndonos de ambos conceptos, intentaremos sostener, luego del análisis de las intervenciones de Pausanias, Agatón y Sócrates, así como también de las irrupciones del hipo aristofánico y del apasionado elogio a Sócrates de Alcibíades, que en el Banquete Platón se sirve de personajes conceptuales (el retórico, el médico, el poeta trágico y el cómico, el filósofo, el político), pero que, además, cada uno de ellos ocultará algo, en el sentido de que cada uno de los siete oradores que elevan alabanzas al dios utilizará máscaras, que, alternativamente, esconderán posiciones sofísticas, retóricas, filosóficas e incluso sagradas o religiosas.

Sabemos, en efecto, que gran parte de los oradores del Banquete ya aparecían, a excepción de Aristófanes, como personajes del Protágoras. Son los discípulos de los sofistas: Fedro, de Lisias; Pausanias, de Pródico de Ceo; Erixímaco, de Hipias de Elis; y Agatón, primero de Pródico y luego de Gorgias. Podríamos considerar, con Brochard, que el Banquete funciona como un ataque dirigido contra los sofistas, esta vez apuntando a sus discípulos.[5] Sin embargo, la lectura perspectivista ahora enriquecida con los conceptos de máscara y de personaje conceptual nos permitirá reconocer los aportes de cada una de estas posiciones considerando el texto final como una amalgama de diferentes registros discursivos: mito, poesía, retórica, medicina y filosofía.[6] En virtud de ello, cada intervención contribuirá, en un juego de rectificación y apropiación, al discurso tradicionalmente privilegiado por la crítica como eminentemente platónico: el de Sócrates-Diotima.


  1. Nietzsche (1978 [1886]: 65).
  2. Deleuze-Guattari (2002: 71).
  3. Deleuze-Guattari (2002: 71-72). A propósito de los motivos de la elección de la forma del diálogo, y el modo en que opera el dispositivo de exposición, examen y refutación de las diferentes posiciones teóricas, véase también Nussbaum (1995: 133). Acerca de los diálogos platónicos como entrecruzamiento de géneros discursivos, véase Nightingale (1995: 1-12). Sobre el Banquete como agón de géneros discursivos pueden consultarse los estudios de Soares (2012: 13-23) y Santa Cruz (2013: 159-168).
  4. Reale (2004: 30).
  5. Brochard (2008: 57).
  6. Soares (2009:18).


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