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Sobre la novela

Henri Thulié

Creímos y todavía creemos que el objetivo de la novela es entretener. Este error ha sido propagado por la escuela romántica y sus sucesores. Se contaron tantas historias monstruosas, se inventaron tantos personajes imposibles, se proclamó tanto ante el público que solo eso era agradable, que durante un momento este se ha dejado atrapar, pero la multitud tiene buen sentido, y el buen sentido ya es algo, señores diletantes; la multitud se mofa ahora de los sentimentalismos, de huecas utopías, de impetuosas declamaciones de esos apóstoles del arte que ella trata de payasos.

¿No es el momento de deshacerse de esta literatura de falsos efectos, de esta fantasmagoría teatral? Todo esto es de cartón y apesta a aceite, todos estos héroes a cuerda están sin vida, aunque se muevan mucho. Sin duda, la literatura debe hacer otra cosa más que entretener con cuentos inútiles; si quisiera lo extraordinario, iría a ver al perro Munito,[1] al tragasables o aquel que se mete grandes clavos en la nariz. Esto es lo extraordinario. Pero todos esos personajes románticos que se contonean a lo largo de diez volúmenes no se sabe por qué, que no tienen ni verdadera pasión, ni verdadera vida, todos esos belicosos que viven de sangre, de amor y de agua fresca me aburren. Yo quiero la verdad ante todo, “Nada es más bello que la verdad, etc.”[2] dice Boileau, y es una de las pocas veces que tiene razón.

La literatura tiene un objetivo serio; sin objetivo, estaría por debajo de otras artes, y debe prevalecer por sobre todas. Si la literatura no debiera más que divertir, que distraer en los momentos de aburrimiento, las otras artes serían preferibles, porque entretienen sin fatigar. ¿No es cansador leer a veces un volumen para entretenerse? Yo preferiría la pintura, la escultura, la música, o la cocina, que es un arte serio, porque la impresión es directa e instantánea, porque allí no hay tensión del espíritu ni cansancio de los sentidos, porque el goce es pasivo e inmediato.

¿Para qué tiene el hombre la razón? ¿Para metérsela en el bolsillo o para juzgar tonterías? Todo el mundo tiene más o menos razón, todo el mundo pretende servirse de ella, todo el mundo discute. La gente de letras debe o más bien debería tener más razón que los otros. ¿Por qué no la usa? Que el escritor estudie, juzgue lo que lo rodea, que transmita sus juicios al público, y eso sin tomar partido, sin tortura de espíritu, sin café, sin estimulantes, pero ingenuamente, sinceramente, como él vio y juzgó.

Hay un género novelístico poco querido por los eruditos, y mucho menos por personas razonables: la novela histórica. O el autor copia a un historiador y su obra es inútil, o trata la historia a la ligera. Para hacer una novela histórica, este es el procedimiento ordinario: se reúne cierto número de duelos, de orgías, de batallas, de ocupaciones; hay un traidor, un virtuoso, un malviviente, un imbécil, una ingenua, una cortesana. Se disfraza a estos personajes de mosqueteros, de hermosos efebos, de reyes, de príncipes, de duques, de posaderos, de duquesas, y se los hace intrigar lo más oscuramente, lo más extrañamente posible. Solo se agrega el color local, se toma algún grabado de la época, se describen sus costumbres escrupulosamente, se pone en boca de esos héroes cualquier blasfemia histórica, y el trabajo está hecho.

Algunos hicieron con seriedad lo que casi todos hicieron para burlarse del público, pero a pesar de su esmero, a pesar de su trabajo, solo producen una mezcla incomprensible de ideas de otro tiempo y de ideas actuales. El autor no puede aniquilarse por completo, siempre deja un poco de sí en sus obras, y además en el siglo diecinueve no se piensa como en el diecisiete, por ejemplo. El espíritu de una época no se transmite como una herencia. Si se quiere conocer las costumbres de una época, debe leerse a los autores de esa época.

Para los realistas, la única novela interesante y útil es la que se basa en la observación.

El ideal, responden los diletantes, los sueños, las locas quimeras, el estilo chispeante, el arte de múltiples facetas: ¡esto es lo bello! Para empezar, no sé qué es el ideal… ¿acaso lo saben ellos? Que me muestren un ideal y creeré en él. Hay muy poco del ideal en sus obras, tan poco que es inhallable. Son falsas corazonadas, mujeres sílfides, transparentes e imponderables, criaturas de pura alma que jamás podrían haber sido madres, cuando la función de la mujer es tener hijos; vi labios coralinos, cabellos de ébano, pieles de alabastro, ojos esmaltados; si allí está el ideal, no es inteligente pagar por ello…

Además, ellos se quejan de no poder representar más que imperfectamente este ideal que contemplan sin cesar, nadando en las nubes diáfanas de la fantasía.

Es, por lo tanto, la abstracción, la quintaesencia de lo falso.

La realidad que se desdeña ¿no es acaso más curiosa que todas estas locuras? Es más interesante, me parece, mostrarle al lector sus prejuicios, sus sentimientos, sus pasiones, sus instintos, hacer para él aquello que cada uno debería hacer para sí, describirle el conjunto y el objetivo de su existencia, aquello que él jamás ha querido o tal vez osado emprender.

Lo repito: la novela solo puede basarse en la observación. El novelista debe escribir la historia de las costumbres de su época. Al estudiar las necesidades, las pasiones del hombre, los deberes y los prejuicios de la sociedad, al observar las relaciones de clase a clase, de hombre a hombre, ¿no hacemos, acaso, la historia filosófica de nuestras instituciones? En condiciones parecidas no podemos acusar al novelista de mentiroso: cita a los hombres y a los hechos tal como son, los hace actuar y hablar tal como actúan y como hablan, y es el lector quien saca conclusiones. Él hace por la sociedad lo que se hace por las ciencias, analiza. ¿No hace falta estudiar anatómicamente y parte por parte todo cuerpo organizado para formular su fisiología? La novela es la anatomía filosófica.

No hago un sistema ni expreso las ideas de nadie: digo las mías. El Realismo no quiere una escuela, quiere la entera libertad en las artes.

No quiero academias, porque tienen sistemas formulados que hay que seguir, porque obstaculizan todo progreso. No quiero escuelas, porque toda escuela tiende a la soberanía, a erigirse en academia inamovible e infalible. Sin la sinceridad de los artistas, ¿en qué se convierte el arte? En charlatanería… Y la sinceridad es imposible sin la libertad. ¿Cómo ser sincero cuando se está encerrado entre las leyes formuladas de un sistema?

Los hombres inteligentes saben bien que el romanticismo y la fantasía ya no tienen razón de ser; era una revolución útil, pero no era más que una revolución. El romanticismo se puso de moda como el sombrero Paméla[3] y las mangas de princesa[4] y los líderes de las bandas quisieron eternizar la moda. Pero “todo pasa”, dijo Lamartine, después de muchos otros. Así es, todo pasa, afortunadamente, y el señor Lamartine más que los otros. Todo pasa, es la ley del progreso.

Para hacer una buena novela basta con la razón. La imaginación es inútil y con frecuencia conduce al error. ¿No la llaman la loca de la casa?[5] Que aquellos que aman las locuras vayan a la Salpêtrière. Allí encontrarán todo el romanticismo: los furiosos, los ninfómanos, los idiotas y los seniles.

La razón lo puede todo, la imaginación no puede hacer nada sin la razón. Para comprobarlo será necesario estudiar la novela en sus diversas partes: el carácter, el retrato, la acción, el estilo, el paisaje, lo cómico, lo patético, y dar el valor relativo a cada una de estas partes.

     

[1856]


  1. Munito es un célebre perro sabio perteneciente a la cultura popular. Sus aventuras eruditas circulan de manera oral pero también en abril de 2021 el Centre de recherche et prestidigitation publicó Munito, le chien savant, donde se cuentan muchas de sus historias.
  2. Poema de Nicolas Boileau (1636-1711) enviado en la Carta IX (1675) al Marqués de Seignelay.
  3. Chapeau Paméla en el original. Era un sombrero de paja popular durante la última década del siglo XVIII y gran parte del siglo XIX. Toma el nombre de la heroína de la novela Pamela o la virtud recompensada, de Samuel Richardson (1740).
  4. Manches à Gigot en el original. Las mangas en realidad simulan la forma de la pierna de cordero, es por ello que adopta el nombre de gigot, buscando representar la forma del muslo del animal. Esta moda se inicia alrededor de 1820 y en las décadas posteriores irá jugando con otras formas basadas en el modelo inicial.
  5. “La loca de la casa” o en francés “la folle du logis” es una expresión metafórica que suele adjudicarse a Santa Teresa de Ávila (1515-1582) aplicada a la noción de “imaginación”.


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