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7 Desarrollo eidético y eidología aplicada

7.1. Me gustaría que avanzaras en esclarecer en qué estás pensando al hablar de “mejorar” el pensamiento. Las ideas de “desarrollo eidético” y de “eidología aplicada” me llamaron la atención desde que te las oí mencionar, dado que conectan a este tipo de estudios con pasiones distintas de las historiográficas, e incluso de las eruditas en sentido amplio.

Me parece importante comenzar distinguiendo el tema del “bien pensar” o del “pensar más y mejor”, de los trabajos eidéticos “aplicados”. No son sinónimos, aunque puedan traslaparse en ciertos casos.

Ya hablé de la ciencia económica y de su pretensión de mejorar la economía. No sería comprensible la arquitectura sin el objetivo de producir diseños más bellos y/o económicos y/o eficientes en aprovechamiento de la energía, entre otras posibilidades. Tampoco sería comprensible la investigación biológica si no tuviera repercusiones en medicina, agronomía, ganadería, ingeniería forestal, entre otros ámbitos. ¿Por qué los estudios eidéticos tendrían que desentenderse de mejorar el pensamiento, en algún sentido?

En resumen, me parece que esto podría formularse así: el estudio de las ideas puede y, en algún sentido debe, contribuir al mejor desarrollo de las ideas. No hay necesidad de concebir los estudios eidéticos sólo como una simple curiosidad acerca de las ideas. Incluso quien se ocupa de la filatelia, una de las ocupaciones que se consideran más ociosas, puede aspirar a que ello contribuya al mejor funcionamiento de los correos, o a entender otras cosas. En numerosos ámbitos disciplinares, existen objetivos de conocimiento que tienen que ver con la mejoría del quehacer en ese ámbito y la economía ha sido el ejemplo mejor. Más claro puede ser el caso de la medicina: sería completamente absurdo si no contribuyera a la salud de la gente.

Ahora bien, si ya la noción “mejorar el funcionamiento de la economía” es harto inasible, la noción “mejorar el funcionamiento de las ideas” lo es todavía más. Ello me parece muy digno de tenerse en cuenta. Sin embargo, la proposición contraria sería bastante indefendible: “estudiamos las ideas sin esperar que esto, en cualquier sentido, contribuya a las mismas”. Pienso que esta reducción al absurdo es la mejor prueba de la validez de mi aserción; aunque ilustre poco lo que pretendo argumentar, porque yo mismo no lo tengo completamente claro y en los años que llevo dándole vueltas al asunto, no he mejorado suficientemente la formulación.

Para avanzar en su esclarecimiento, debe tenerse en cuenta que otras disciplinas han formulado las cosas de otras maneras. Quienes estudian química, por ejemplo, no pretenden que la química orgánica funcione mejor. Pretenden, en otro sentido, que el conocimiento de la química orgánica sea útil a quienes puedan descubrir utilidades para dicho saber. Si la cuestión se formula de este modo, puede pensarse que los estudios de las ideas pueden contribuir en muchos planos a que especialistas en muchas cosas (no sólo en estudios eidéticos) aprovechen este saber en sus respectivos quehaceres, incluso sin que los especialistas en estudios eidéticos lo podamos imaginar.

Ahora bien, desde ya pueden imaginarse algunos ámbitos posibles:

  • El de las ciencias cognitivas, pues los estudios eidéticos podrían contribuir a entender cómo se elaboran las entidades eidéticas en el cerebro.
  • El de los estudios de la evolución humana, pues los estudios eidéticos podrían contribuir a entender como ciertas entidades eidéticas influyeron en los procesos de selección de ciertas características del sapiens.
  • El de los estudios de administración universitaria, pues el estudio de las redes intelectuales podría contribuir a los procesos de inserción internacional.
  • El de los estudios internacionales, pues el estudio de ciertas redes de intelectuales y políticos permitiría entender mejor la constitución de actores no estatales en el espacio regional o mundial.

Es clave, además, discutir qué podría significar mejorar el pensamiento: mejorar la gestión de las intelectualidades y/o pensar con mayor pertinencia y/o ser capaces de responder a las necesidades de los pueblos y/o generar un saber que potencie identidades y/o pensar acogiendo la trayectoria del propio ecosistema intelectual y/o contribuir a la creatividad en los ecosistemas intelectuales, entre otras manera de formular estos asuntos.

7.2. ¿Has intentado definir lo que entiendes por “bien pensar”?

En las Cartas a la Intelectualidad, destinadas en buena medida a potenciar el mayor-mejor pensar de nuestra región, intenté una descripción de los niveles en que podía imaginarse ese bien-pensar. Allí escribía:

Me animo a sugerir los siguientes criterios: Pensar con lógica y método; pensar con honestidad intelectual, en el sentido de escuchar auténticamente las ideas, propuestas y argumentos de otras personas y en el sentido de trabajar sobre la base de datos y pruebas, es decir, manejar suficiente cantidad de información para elaborar teorías o realizar recomendaciones; pensar con inventiva y creatividad evitando los caminos trillados de las repeticiones y las modas; pensar con radicalidad y profundidad evitando las frases con sentidos diversos que se usan para hablar sin decir nada; pensar con sentido común, que es algo tan decisivo como difícil de comunicar. (Devés 2007 b)

Creo, sin embargo, que podrían agregarse otros niveles, como el de potenciar la creatividad, que tiene mucho que ver con el funcionamiento del cerebro y de esa especie de cerebros colectivos que son los medioambientes intelectuales (soy consciente que abuso algo hablando de “cerebros colectivos”, pero todo cerebro se desarrolla y funciona en relación a otros cerebros y al mundo en general, y sería robinsonada imaginar cerebros completamente aislados…).

7.3. Lo anterior en cuanto al desarrollo eidético. Pero, ¿qué sería entonces “eidología aplicada”?

Lo aplicado alude más bien a la tensión entre conocimiento básico y conocimiento aplicado. En este sentido me refiero a estudios sobre entidades eidéticas y otras realidades relacionadas que tengan un carácter utilitario, focalizado, cercano. Así, entiendo por estudios eidéticos aplicados o eidología aplicada, aquellos estudios que se orientan a mejorar aspectos específicos, en sentido analógico a los aportes tecnológicos, que no se refieren a cuestiones teóricas o a investigaciones básicas o generales.

He ofrecido el ejemplo de una solicitud de una editorial para determinar los criterios de publicaciones futuras. Ese es un estudio aplicado, con finalidad inmediata. Existen también demandas de editoras para hacer textos educacionales, demandas de museos para realizar sus muestras o exposiciones, demandas de organismos que necesitan conocer las ideas de sus partners, demandas de medios de comunicación sobre lo que piensan diversos agentes políticos, entre otras. La educación y la extensión son entidades que demandan frecuentemente este género de estudios. A todo este quehacer lo llamo estudios aplicados, porque tiene finalidades específicas y solicitadas por quienes encargan los trabajos. Es algo similar a una encuesta, a un estudio de mercado o a la fabricación de un robot para la industria automotriz, en otras disciplinas.

Todavía puedo ofrecer un ejemplo de ejercicio aplicado en que me ha tocado participar: el estudio de redes intelectuales históricas en vistas a mejorar la gestión de la red Internacional del Conocimiento.

Se trataría de investigaciones que tienen finalidades inmediatas, apuntando a hacerse útiles en un plano específico y pre-fijado. Imaginemos que un organismo como CLACSO encargara un estudio sobre la trayectoria de las redes de cientistas sociales en la región desde la pregunta: cómo la historia de estas redes puede inspirar y fortalecer la “redificación” actual y futura. Este sería un estudio aplicado y podría precisarse más, en el sentido de ofrecer recomendaciones a partir de casos históricos (exitosos y fracasados). Es lo que he tratado de hacer comparando las redes arielista, aprista y cepalina.

7.4. Hace un instante, y también en otro momento de estas conversaciones, hiciste referencia a la “potenciación de la creatividad”, poniéndola en relación con el “modelo ecosistémico”, dentro del cual desempeña un papel el concepto de “medioambiente intelectual” [7.1; 7.2; 2.6]. Conozco bastante bien tu intento de pensar el ecosistema intelectual de Santiago de Chile entre 1968 y 1972 en estos términos. En dicho aporte te propones caracterizar la singularidad de aquella experiencia, creativa y resonante, tratando de establecer sus causas y ofreciendo una reflexión sobre la posibilidad de “replicar” situaciones de análoga “vitalidad eidética”. Me da la impresión de que este afán está estrechamente ligado al tema del desarrollo eidético. Me gustaría, si fuera posible, que repusieras aquí el núcleo de tus argumentos.

Lo primero que habría que decir es que operar con el modelo ecosistémico conduce a privilegiar la búsqueda de ciertas explicaciones por sobre otras posibles. Dicho modelo permite explicar mejor algunos hechos que otros modelos, porque las preguntas que nos permite formular son coherentes con él. Se trata de explorar todas las posibilidades del modelo sin asumirlo de manera literal, mecánica o ingenua y sin transformarlo en dogmático. Privilegiar un modelo u otro depende de los intereses de conocimiento y de una actitud ante la existencia, de modo que quienes apuntan a desarrollar el conocimiento y la eido-diversidad acudan al que sirva mejor para pensar eso. En este caso, me parece que estas entidades eidéticas pueden pensarse como instrumentos. Las personas con propensión belicista acudirán más bien al modelo del campo de batalla, en tanto que las personas amantes de la vida más bien al modelo ecosistémico.

Trabajar con el modelo ecosistémico significa ante todo asumir un conjunto de criterios, considerando nociones como “nichos”, “equilibrios eidéticos”, biodiversidad (eidética) o “eido-diversidad”, entre otros.

Dicho así rápido: si el dependentismo no hubiera sido tan importante en el ecosistema de Santiago tampoco lo habría sido el neoliberalismo. Ambas entidades eidéticas deben ser entendidas en sus equilibrios…

En el caso de la aproximación al ecosistema intelectual de Santiago de Chile 1968-1972 trabajé varias dimensiones e hipótesis, con base en un esfuerzo de cartografía intelectual gracias al cual resultó posible identificar unos 30 nichos, así como precisar que fueron unos diez los que alojaron la mayor cantidad de personas llegadas del extranjero, siendo éstos, en general, los que lograron posicionar ideas con mayor receptividad inmediata. Una de las principales hipótesis del estudio sostiene que, dada la densidad de vida intelectual, el ecosistema Santiago 1968-1972 alcanzó una capacidad de atracción y de potenciación de muchas figuras, desarrollándose todavía más en tanto que tal. Para decirlo de un modo más rotundo: numerosas personas llegaron al ecosistema sin poseer antes producción importante, alcanzándola sólo al interior de este, y con esos aportes ayudaron a conformar el ecosistema. Si esas personas hubieran muerto antes de llegar al ecosistema, o a otro muy similar, no habrían existido como figuras intelectuales y, en cambio, salieron de este unos años después existiendo como figuras reconocidas internacionalmente.

La gran afluencia de gente recién llegada del extranjero, fueran chilen@s o no, implicó el desarrollo de una buena cantidad de redes que sinergizaron entre sí, vigorizando al ecosistema. Además el ecosistema santiaguino, o algunos de sus nichos, desarrollaron contactos con otros ecosistemas o nichos en diversas regiones del mundo. La presencia de gente de Alemania, Argentina, Bélgica, Bolivia, Brasil, España, Perú, Uruguay y chilenos con postgrados en Francia, Bélgica, Italia, USA-Chicago, favoreció tales contactos, transformándose algunos en redes de larga duración.

No todas estas redes se constituyeron durante el lapso 1968-1972. Muchas de ellas eran pre-existentes. La CEPAL, ILPES, FLACSO poseían buena cantidad de redes (Devés, 2004a) y ello precisamente había permitido atraer numerosos extranjeros y enviar jóvenes a estudiar; la red jesuita muy amplia y vigorosa, la Democracia Cristiana, asociada a redes eclesiásticas, la Conferencia Episcopal (Devés, 2010b), el Partido Socialista asociado a algunas redes apristas (Subercaseaux, 2008) y de la Segunda Internacional. Por cierto, varias figuras poseían amplias conexiones mucho más allá del país y la región, como Pablo Neruda, en primer lugar, Raúl Prebisch, Felipe Herrera, Osvaldo Sunkel o Roger Veckemans, entre los más “redificados”.

Simultáneamente con ello, debe entenderse que las ideas no circulan por la agencia única de quienes las producen. De hecho, otra capacidad del ecosistema consistió en elaborar ideas que despertaron alto interés fuera del mismo, incentivando la importación desde otros ecosistemas. Es decir, las redes que circulan ideas no se originan únicamente en el ecosistema productor, sino que las ideas son también activamente importadas desde otros ecosistemas. Ante ello parece interesante determinar qué productos eidéticos y por qué eran demandados desde el exterior. Es destacable que en esos años, poco antes y poco después, factores como la radicalidad política, la búsqueda de ideas que contribuyeran al desarrollo de África y Asia y que no provinieran de los países colonizadores (Devés y Ross, 2009), la existencia de un clima de simpatía hacia Suramérica que constituía un a priori favorable a su producción intelectual y cultural, y la búsqueda de exotismo, dimensión frecuente en ciertos ámbitos del centro, hizo que se demandaran numerosos productos de factura chilena y latinoamericana: para el caso, el cepalismo-social, el dependentismo, el cristianismo socialista, el liberacionismo, y, en general, el discurso político revolucionario por una parte, y, por otra, la literatura macondiana. En numerosas ocasiones, se trata de redes extranjeras que llevan a cabo una exitosa tarea de importaciones eidéticas que a su vez re-exportan hacia otros lugares, actuando como antenas retransmisoras de las ideas suramericanas. Esto es particularmente relevante en algunos nichos de las capitales coloniales o neocoloniales que poseen contactos en Suramérica, Asia y África (Devés, 2006).

7.5. ¿Cuáles fueron las conclusiones de este esfuerzo de aproximación? Pregunto esto tanto en el sentido del “rendimiento” explicativo o interpretativo del enfoque o modelo como en lo que respecta a derivar “recomendaciones concretas”, directamente asociadas a la cuestión del desarrollo eidético.

En el ecosistema Santiago 1968-1972 eclosionaron nuevas ideas, se renovaron algunas de las existentes, hubo cruzamientos y mutaciones eidéticas, se diversificaron las formas de vida-pensamiento y varias de éstas se proyectaron hacia fuera. Los ecosistemas intelectuales de alta productividad se miden, entre otras cosas, por la aparición vertiginosa de nuevas especies eidéticas, con mutaciones y ramificaciones varias. Ése fue el caso. Las derivaciones del cepalismo clásico y del cristianismo social fueron varias y rapidísimas y los cruzamientos no se hicieron esperar. La biodiversidad intelectual potenció la vitalidad.

Ahora bien, tras haber explorado las potencialidades del modelo ecosistémico en relación a las preguntas formuladas –una, sobre la alta productividad, la otra, sobre la alta exportación de ideas– he concluido que la constatación de una serie de condiciones para la vitalidad eidética no permite explicar satisfactoriamente todas las dimensiones implicadas. No he sido capaz de avanzar suficientemente en la formulación de una explicación completa del fenómeno. Me parece que varias de estas dimensiones deben ser explicadas tanto por el azar que reunió a tantas figuras de alto potencial, al interés inusual por productos culturales y eidéticos de Chile, Suramérica y el Tercermundo y por la ola de creatividad que inundó el planeta por aquellos años, generada y generante de altísimos niveles de tensión que dinamizaron los ecosistemas, como viento cósmico.

Si, como se ha planteado desde el inicio, una de las inquietudes que motivan este trabajo es aprender de, y eventualmente replicar, el caso en estudio, debe asumirse que gran parte de la experiencia no es replicable y lo que puede aprovecharse como “lecciones” es poco. La unión de los factores señalados más arriba podría explicar los altos niveles de vitalidad intelectual, de creatividad, de cruzamientos eidéticos exitosos (cristianismo social, dependentismo y marxismo francés estructuralista que produjeron cristianismo socialista), de mutaciones (una parte del cepalismo social o de segunda generación mutó en dependentismo), pero ciertamente la totalidad de las condiciones no es replicable o repetible.

Desde el punto de vista de una estrategia de desarrollo eidético sólo puede, por tanto, trabajarse con algunas variables que sí parecen replicables y, quizás, generarlas artificialmente en condiciones similares a las que existían en el Chile de esos años. Pero la experiencia en su conjunto no es repetible a voluntad, pues no parece razonable pensar que la dinámica interna del ecosistema, por sí sola, pueda explicar la creatividad y las exportaciones. Además, si la exogamia y la convergencia de personas de alto nivel de creatividad es muy importante, se requiere demasiada suerte para que converjan figuras con las potencialidades de Prebisch, Furtado, Freire, Cardoso, Gunder Frank, Sunkel, Frei M., Allende, Neruda y muchas otras de tanto nivel, en un mismo ecosistema, incluso si no eran en ese momento la imagen que nos hacemos hoy de ellas. Tampoco procesos tan importantes como la Guerra de Vietnam en el marco de la Guerra Fría o el ascenso de los movimientos sociales y derechos humanos en USA y Europa son reproducibles a voluntad. Finalmente, la coincidencia de factores como éstos, hace muy azarosa e improbable la repetición del caso.

Sin embargo, si es preciso reconocer la no replicabilidad a voluntad, también cabe aceptar que el modelo ecosistémico posee no sólo limitaciones, sino también algunas fortalezas para entender este tipo de fenómenos. Una lección clara es que acercar los estudios eidéticos a las ciencias de la vida y a las ciencias económicas puede ayudar a la potenciación de la eido-diversidad y al desarrollo eidético. 

Vuelve a plantearse la pregunta relativa a si con este estudio podemos aprender algo que no habríamos podido aprender acudiendo a otros modelos. Pienso que podemos aprender unas pocas cosas y, principalmente, que el enfoque es apropiado para decir el crecimiento de los ecosistemas intelectuales, expresándolo en términos de la potenciación de la vida intelectual. Esta formulación es más correcta y sobre todo más amable que aquella otra de la rentabilidad académica y todavía mucho más que aquella otra de alcanzar la hegemonía en el campo intelectual. La vida es mejor amiga de las redes, de la comunicación y la circulación de las ideas, del intercambio y del encuentro entre académic@s, de la proliferación de las actividades, de la integración horizontal y sobre todo la “frutalidad” es mejor que la hegemonía, que alegan los realistas masoquistas que tanto gozan de las propias derrotas como imaginando remotas revanchas sanguinarias.

Es mi convicción, sin embargo, que todos estos modelos, con sus fortalezas y debilidades, no logran explicar suficientemente la excepcionalidad de Santiago 1968-1972 y, en todo caso, no logran mostrarnos cómo repetirla. No logran explicarla bien, tal como no logramos explicar o predecir el movimiento de las placas tectónicas con toda su acumulación de energía y los tremendos remezones que producirá ni las grandes tempestades solares y los efectos sobre los ecosistemas de nuestro planeta en el corto y largo plazo.

7.6. ¿Has pensado acerca de la especificidad del ecosistema santiaguino en relación a otros ecosistemas, contemporáneos o no?

Sin duda, la comparación con otros casos puede ayudarnos a entender mejor una serie de cuestiones. Siempre es relevante tener presentes varios ecosistemas intelectuales a la vez, algunos con “vibratos” políticos extraordinarios y otros no. 

Un primer “ecosistema testigo” es La Habana, donde se gestó el pensamiento socialista cubano, que se exportó profusamente. Pero este ecosistema fue demasiado pequeño, con bajo desarrollo de las ciencias económico-sociales y con escasa libertad de pensamiento como para generar nuevos sistemas eidéticos. Por eso, su dinámica creativa decayó pronto.

Otro “ecosistema testigo” es la capital mexicana. De hecho, varias de las figuras que constituyeron el ecosistema santiaguino migraron a México sumándose luego otras, particularmente procedentes de Argentina. Sin embargo, no logró producirse un movimiento suficientemente fuerte e innovador. Las personas más brillantes que se instalaron allí, como Néstor García Canclini, Enrique Dussel, Ruy Mauro Marini y Hugo Zemelman, junto a otras, algunas de las cuales habían estado en Santiago, no fueron capaces de re-generar la dinámica santiaguina en ese inmenso y algo esclerosado ecosistema, incluso si algunas se articularon a la importante red liderada por Pablo González Casanova.

Es verdad que ninguna de las figuras que habían originado las propuestas más relevantes de Santiago se estableció en México (Prebisch, Furtado, Medina Echavarría, aunque antes había vivido allí, Freire, Cardoso ni los neoliberales obviamente). Pero quizás, más importante que eso fue que la euforia sesentista iba desvaneciéndose rápidamente, para decirlo en términos astrológicos: la influencia de Saturno se desvanecía, las saturnales terminaban y los comportamientos mudaba. Venía el tiempo de sufrir. También hay que considerar las dimensiones tan grandes del ecosistema mexicano. En un ámbito así, las nuevas presencias pueden tender a diluirse. Santiago de Chile 1968-73 fue más similar a la capital mexicana de inicios de los años veinte, la de José Vasconcelos, que a la del licenciado Luis Echeverría.

Managua puede ser otro “ecosistema testigo”. Poseyendo condiciones políticas excepcionales y buena cantidad de migración de jóvenes estudiantes solidarios con el proceso, carecía de una institucionalidad comparable. Por tanto, no logró alcanzar la masa crítica necesaria.

En mejores condiciones se encontraba la Caracas de la primera década del siglo XXI, durante el gobierno del presidente Hugo Chávez. Pero aunque allí emergió con bastante visibilidad el “socialismo siglo XXI”, lo sucedido no guarda proporciones con lo que fue el dependentismo o el liberacionismo, por ejemplo. En ese momento, no hubo dictaduras que espantaran a sus intelectualidades para que fueran a refugiarse en Caracas.

Un elemento que quizá contribuya a explicar lo que está ocurriendo es que USA está drenando parte de nuestra intelectualidad más creativa y ejerce una gravedad que distorsiona el funcionamiento de nuestros ecosistemas suramericanos.

La no repetibilidad no es algo exclusivo de Santiago de Chile, ni de Suramérica. Algo parecido ha ocurrido en ecosistemas relativamente pequeños como la Viena o la Praga de los años veinte. Aquellos fueron “momentos de gloria”, que no han vuelto a repetirse. Por otra parte, existen ciudades excepcionales, como París o Nueva York-Boston: se trata de ecosistemas tan grandes e interconectados y con tal cantidad de exogamia, donde diversos sub-ecosistemas pueden estar casi en estado de continua ebullición.

A fines de los años sesenta, nos tocó la varita mágica de la historia: fuimos el ecosistema intelectual correcto en el momento correcto. No teníamos la densidad de Paris, de Viena o Nueva York que alcanzaron su propia dinámica, ni tampoco la densidad de Buenos Aires, Sao Paulo, Río de Janeiro o México, capitales intelectuales tanto mayores que Santiago de Chile, pero en ese momento tuvimos más suerte que estas últimas, más suerte digo por la mayor eclosión de creatividad per capita

7.7. ¿Qué conclusiones o recomendaciones puedes derivar de tu participación en el estudio de redes intelectuales históricas en vistas a mejorar la gestión de la red Internacional del Conocimiento, experiencia a la que hiciste referencia, de paso, hace un momento? En este caso, da la impresión de que, al menos en principio, se aproximan mucho eidología aplicada y desarrollo eidético.

Uno de los tópicos más relevantes de la trayectoria del pensamiento suramericano es el que emerge de la obra de Martí: “el libro importado ha sido vencido por el hombre natural”. La intelectualidad del siglo XIX pensó mal pues creyó que era posible importar e implantar soluciones sin conocer la realidad nuestra. Dicho así resulta muy obvio y he citado cantidad de veces este tópico. Ahora bien, Martí ofrece una solución: para actuar mejor es necesario estudiar nuestra realidad. Esto también resulta obvio hoy día, pero si bien conocemos notoriamente más la realidad de Suramérica que en tiempos de Martí, no es obvio que entreguemos mejores soluciones. En otras palabras, el conocimiento puede ser necesario, pero nunca suficiente para pensar-actuar mejor. Por ejemplo, podemos poseer megas y gigas de información y carecer completamente de sentido común para organizarlas y transformarlas en propuestas viables. A los letrados artificiales no solamente les faltaba información, sino sobre todo sentido común.

¿Pueden los estudios eidéticos contribuir a pensar con sentido común? Creo que poco o nada. Aunque creo que el cultivo del sentido común es clave para cualquier persona y superlativamente para las intelectualidades que quieren transformar la realidad en un sentido de libertad, acracia, equidad y buen-vivir, precisamente para que sus iniciativas no sean tiros por la culata, que perjudiquen o hagan retroceder estos mismos objetivos, como ocurrió por ejemplo en Chile en 1973. Pero esto nos lleva en otras direcciones que no son propiamente las que nos orientan en estos diálogos.

7.8. También te ha interesado comparar el éxito relativo de las redes intelectuales. ¿No se desprenden de esas aproximaciones recomendaciones prácticas, asociadas a la cuestión del desarrollo eidético?

Quizás sea interesante señalar los criterios que pueden permitir comparar el éxito de las redes intelectuales. En un artículo sobre los cientistas económico-sociales chilenos y su inserción proponía cuatro elementos para explicar cómo había sido posible la alta productividad de Chile entre, digamos, 1960 y 1973:

1. La existencia de una intelectualidad con un carácter “periférico” notable: cosmopolita, conocedora de idiomas, viajada, con estudios en universidades del primer mundo a la vez que con un sentimiento muy claro de su diferencia, de su marginalidad.
2. La existencia de una intelectualidad con apoyos en el Estado, en la sociedad civil (Iglesia Católica, masonería, partidos y agrupaciones) y en organismos internacionales (ONU, OEA), cosa que permitió la circulación abundante de ideas y personas, así como una sensación de seguridad que provenía de un ambiente suficientemente amplio y pluralista, con múltiples instituciones y fuentes de financiamiento.
3. La existencia de una política estable capaz de dar espacios a la intelectualidad chilena o residente tanto como de atraer intelectuales extranjeros, a la vez que marcada por un amplio juego político, con un sesgo de centro-izquierda, que concitó confianza e interés en el país. Quizás sea en parte corolario de esto la fluidez de la comunicación entre el ámbito político y el intelectual.
4. La existencia de un Estado sólido y estable con políticas económicas razonablemente nítidas, focalizadas y planificadas hacia el desarrollo; un Estado que se planteaba esto mismo y otras cosas como desafíos: la industrialización, la reforma agraria, la ampliación de la cobertura educacional, la planificación.”(Devés, 2006)

7.9. Insisto: ¿cómo piensas concretamente el papel de las redes intelectuales en relación al desarrollo eidético? Me parece que, en tu concepción, la redificación –su promoción en determinados sentidos– juega un papel clave aquí.

Pienso que el contacto fluido entre personas que trabajan en el conocimiento-pensamiento mejora la calidad del quehacer. Ello es un consenso en la actualidad, sin menoscabo que no todo contacto sea igualmente productivo y que pueda haber exceso de circulación que inhiba la producción.

Dicho esto, las redes y sus quehaceres (encuentros, viajes, cotidianidad) generan sinergia intelectual así como estados psíquicos de empatía, euforia y sentimiento de seguridad por la colaboración, que son elementos que coadyuvan al trabajo intelectual.

Creo, sin embargo, que podrían aumentar las experiencias de redificación, que deberían ponerse de relieve las diversas posibilidades, destacando las formas más exitosas, y que debe proseguir la innovación en las fórmulas. Nuevas disciplinas, nuevas preguntas, nuevas instituciones, nuevas generaciones, nos invitan a buscar nuevas formas de redificación que pueden mejorar todo nuestro quehacer. Sobre todo han de inventarse nuevos procedimientos (tipos de encuentros, financiamientos, objetivos) para hacer las redes más eficientes o productivas en términos de los objetivos propuestos.

7.10. En general, tus aportes sobre esta temática poseen una tonalidad un poco melancólica. Quiero decir, da la impresión de que piensas que hubo en la historia latinoamericana momentos de mayor desarrollo eidético, asociados a cierta vitalidad (de algunas) de sus espacios y redes, y que en actualmente nuestra labor no está a la altura ni de los antecedentes ni de los desafíos. De alguna manera sugieres que nuestros ecosistemas intelectuales son, en términos relativos, “poco vitales”, o que podríamos estar haciendo más y mejores cosas, más allá, o más acá, de los condicionamientos estructurales que pudieran limitarnos… 

¿Que podríamos estar haciendo más y mejores cosas? Claro que sí. Y muchas.

No creo que haya habido momentos de mayor producción eidética, si esto lo medimos de acuerdo a los indicadores de producción de investigación. Nunca se publicó tanto como ahora en términos relativos y absolutos. No conozco, sin embargo, los indicadores de impacto. Sí conozco el impacto de los más importantes pensadores de la región dentro de la propia región y más allá de ésta y creo que produjimos más impacto durante los años sesenta y sobre todo setenta que en la actualidad, en términos relativos. En ese tiempo, el pensamiento suramericano impactó más en la región y en el mundo, e incluyo Asia y África, por cierto.

7.11. Sobre la vitalidad ¿qué piensas? Es una palabra que evidentemente posee otras connotaciones.

Si lo pusiéramos en términos de indicadores, te respondería que nunca se publicó más, nunca se pusieron en marcha más postgrados, nunca se organizaron tantas redes, nunca hubo tantos proyectos de investigación, entre otros indicadores. Pero esto no es lo mismo que la originalidad y la innovación. Si me preguntas por esto, creo que hubo al menos un momento mejor (los largos años sesenta), en que nosotros reconocimos y también desde fuera se nos reconoció como generando un pensamiento más innovador y original, interesante, válido o como se quiera decir. Me inclino a hacer un pequeño matiz, no sé si muy válido: la actual vitalidad va más a la letra que al espíritu de lo que es real vitalidad intelectual, que es creatividad y originalidad.

7.12. Además de la redificación, pienso que la conformación de agendas consistentes es otro de los elementos que cabe integrar en una estrategia de desarrollo eidético. Esto nos devuelve a lo que conversamos al inicio sobre tu recuperación del legado de Leopoldo Zea.

¿Cuáles piensas que debieran ser actualmente los componentes clave de una agenda latinoamericana, no ya para los estudios eidéticos, sino para el desarrollo eidético de la región? En otras palabras, ¿con base en qué elementos componer una agenda de potenciación de la vida intelectual?

Me preguntas, muy específicamente, por una agenda para el desarrollo eidético de la región. En verdad los objetivos pueden formularse de diversas maneras y converger. Esto del desarrollo eidético puede traslaparse mucho con el desarrollo o la proyección intelectual, con el desarrollo del pensamiento o de la investigación.

La noción de agenda intelectual de la América del Sur es clave en este caso y la noción de una “intelectualidad orgánica” de la región. Mucho se ha avanzado en las agendas y en una cierta integración intelectual y científico-tecnológica de la región, si comparamos con finales o mediados del siglo XX o antes. Los consorcios universitarios, los sistemas SCIELO y REDALyC, la inmensa ampliación de redes, el papel de CLACSO, constituyen una base en la cual se van formulando agendas de colaboración y de proyección de nuestras intelectualidades.

En 2016 en una conferencia en la Universidad de la República del Uruguay planteaba lo siguiente, que aprovecho de reproducir aquí:

No estamos produciendo un saber que permita una mejor proyección global; no estamos produciendo un saber con suficiente pertinencia y fidelidad a una trayectoria, que parezca interesante o un aporte a las comunidades intelectuales de Asia, África, Oceanía y tampoco de Europa, aunque entiendo que hay unas pocas excepciones; no estamos generando saberes innovadores que sean capaces de revolucionar las disciplinas e interpelar al quehacer global.

Al interior de la Internacional del Conocimiento se ha discutido permanentemente sobre la proyección de los quehaceres y particularmente sobre las maneras de continuar el proceso de redificación de la intelectualidad regional con la del resto del mundo. Son tantas las cuestiones en juego que llegan a traslaparse temas y agendas: institucionalidad, financiamiento, disposiciones psico-afectivas, condiciones de autonomía y libertad, formación y postgrados, cultura académica… Más allá de eso, mencionaría las siguientes tareas:

Asunto decisivo es que nuestra intelectualidad ame y admire, en algunos sentidos al menos, a Nuestramérica, se imagine, se sienta, se asuma como suramericana y no como “occidental”.

Una tarea asociada al aumento de creatividad y autonomía, y que debe entenderse como mayor apertura al mundo real, consiste en avanzar hacia la ampliación y des-occidentalización del canon de lecturas, aumentando la presencia del pensamiento de nuestra región en las bibliografías y otorgando presencia a las ciencias sociales y al pensamiento de Asia y África.

Una tercera tarea consiste en aumentar los estudios de área con carácter interdisciplinario: estudios sobre Asia, África, pueblos indígenas y afrodescendientes, sobre el Pacífico, sobre el Atlántico Sur. Completamente asociado a esto, se trata de crear y fortalecer los postgrados por áreas, con especialidades en sectores sociales y regiones geo-culturales y no puramente con carácter disciplinar.

Pensar con pertinencia. Con esto me refiero a la elaboración de nuevas maneras de pensar, con mayor capacidad comprensiva, organizando las formas del conocimiento desde necesidades y aspiraciones nuestras, tanto a nivel epistémico (la disciplinariedad) como a nivel institucional (de la educación y la investigación).

Potenciar un quehacer intelectual propositivo, es decir que no se define en primer lugar como crítico, desde la protesta o la resistencia, esperando que otros acierten con las buenas opciones, sino desde su capacidad para ofrecer aportes. Para ello es imprescindible superar, de manera dialéctica, el nivel del pensamiento crítico-perezoso, orientándose hacia el pensamiento alternativo. Es decir, superar el nivel de los estudios que continúan cansándose en diagnósticos y críticas de lo que ocurre, y plantearse como criterio fundamental la elaboración de propuestas específicas.

Contribuir a la presencia de esta región en el espacio mundial. Para este efecto, entiendo la integración como integración del conocimiento. Ello permitiría avanzar en la conformación de una intelectualidad orgánica de Suramérica.

Avanzar hacia la elaboración de criterios y de instituciones para afirmar la calidad-pertinencia-fidelidad del quehacer hacia la construcción de la trayectoria de quienes investigan, de acuerdo a criterios de nuestra región y del Sur.



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