Diarios y aforismos de José Gaos[1]
Aurelia Valero Pie[2]
“En un solo libro de Aforismos podría meter todo lo esencial de mi obra, incluido yo mismo”, escribió José Gaos en enero de 1959.[3] Aludía de este modo a los pequeños volúmenes que, con los títulos 10% y Cena de aforismos, había dado a la imprenta en años recientes, y, en general, a las anotaciones que desde hacía más de dos décadas registraba día con día en gruesos cuadernos de notas. En ellos fue apuntando, en un inicio de manera pausada y conforme al paso del tiempo con progresivo frenesí, todo aquello que ocupaba su mente, desde breves recordatorios y ocurrencias al vuelo, hasta observaciones agudas y doctas reflexiones. Pese a expresar una invariable rutina cotidiana, signada con su precisa fecha de redacción, el propio Gaos rara vez denominó “diarios” a ese conjunto de notas, prefiriendo el sustantivo “aforismo” para referirse a los sucesivos pasajes que las componían.
Si en los escritos de Gaos pocas veces son los términos el resultado de una elección fortuita, en este caso la voz “aforismo” concentra, en mi opinión, la principal clave de lectura, en la medida que permite identificar la función, la naturaleza y el lugar de estos cuadernos dentro de la obra total del autor. En esos tres aspectos —la función, la naturaleza y el lugar de esos cuadernos interpretados como repositorios de aforismos— se centrarán las líneas a continuación, esperando poder mostrar, no sólo el potencial error de considerar esos manuscritos como textos secundarios y, por lo tanto, prescindibles; sobre todo, me interesa subrayar que esas libretas expresan con mayor cabalidad —desde un punto de vista también performativo— su idea de la filosofía y que complementan e incluso exceden la obra publicada, en el sentido de desarrollar, como no lo hace Gaos en ningún otro lugar, aspectos clave de su pensamiento.
Como primera parte de este argumento voy a referir el origen de esos cuadernos y el tránsito del diario al cuaderno de aforismos; enseguida, ofreceré algunos elementos en torno al significado y alcance que Gaos prestaba a la figura del aforismo, el cual terminó por entender como suma y cifra del pensar circunstancial. Por último, me detendré en una dimensión que considero central en su filosofía y a la que dedicó numerosísimas horas de reflexión, sin llegar a trascender, salvo en dos excelentes ensayos, hacia un público más amplio. Se trata de su eudemonología o arte de ser feliz.
1. El diario como unidad en la ruptura
Conservados en el archivo del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, los llamados “cuadernos de trabajo”[4] se componen de quince libretas, cuyos registros se extienden, con interrupciones, del 17 de noviembre de 1936 al 9 de junio de 1969, víspera de la muerte de José Gaos. De ser verdad que los diarios prosperan en tiempos de crisis y rupturas, en tanto estrategia susceptible de restaurar la unidad del yo, sin duda no resulta casual que el inicio de esa práctica cotidiana coincidiera con el traslado de Gaos a París, adonde llegó en calidad de Presidente de la Junta de Relaciones Culturales de España con el Extranjero. Expuesto a nuevas experiencias y fuertes emociones, pero carente de interlocutores de confianza, el recién estrenado diarista parece haberse valido de las páginas cosidas en esos cuadernillos para cumplir objetivos diversos, desde ofrecer simples hojas de apuntes y un apoyo a la memoria, hasta prestar una oportunidad para expresarse sin trabas y dar cauce al sentimiento. Como ilustración del tono y tenor que tuvieron sus meditaciones por aquellos días sirvan las palabras con que inauguró esa libreta inicial. Con el título “Gide. Retour de l’URSS”, escribió:
Es el primer libro de Gide que leo. En conjunto me ha parecido: 1º libro de un pensador mediocre, tópico […]; 2º una muestra más de la irresponsabilidad del intelectual, según la expresión, no sé si también el concepto empleado el otro día por Ortega en su conversación en el Hotel de Calais conmigo: decepcionarse de las cosas porque la realidad no responde a la idea… […]; 3º un libro maligno: en posición de simpatía, dando golpes malignos, perfectamente calculado, compuesto […] bajo la apariencia de impresiones desordenadas y rápidas e incompletas.[5]
Aunque el pasaje en modo alguno carece de interés, la persona ansiosa de documentarse sobre el entorno y la experiencia durante tiempos de guerra de un singular observador, a la sazón funcionario y diplomático del gobierno republicano español, probablemente quedará frustrada al recorrer esta y otras páginas, en vista de que las anotaciones ahí contenidas reflejan, en primer término, las prácticas y reflexiones de Gaos como lector y estudioso de la cultura. Un segmento importante de esos registros consiste, en efecto, en notas relativas a los libros que el filósofo al parecer consideró necesarios para conocer los debates intelectuales del día e insertarse con mejores herramientas en un medio desde hacía tiempo visto sobre todo a la distancia. De ahí que, junto a la obra de Gide recién referida, también se encuentren síntesis de trabajos dados a la imprenta en los años inmediatos a esa estancia, como, por ejemplo, Être et avoir de Gabriel Marcel, publicado en 1935, Les grandes formes de la vie mentale de Henri Delacroix y Les âges de l’intelligence de Léon Brunschvicg, ambos aparecidos en 1934. De igual forma, en lugar de ofrecer alguna novedad sobre los cada vez más urgentes llamados a concitar la acción internacional a favor de la Segunda República o, de manera más específica, acerca de las diligencias que, en su calidad de representante del Estado español, él mismo emprendió en el ámbito tanto político como cultural, las entradas nos informan de sus impresiones tras asistir a alguna obra de teatro en la Comédie française o visitar varias galerías del Musée du Louvre.
Por todo ello, a quienes identifiquen el atractivo de un diario en la posibilidad de extraer información de carácter factual o, cuanto menos, ciertos atisbos de una sensibilidad moldeada al filo de las circunstancias, los cuadernos entintados por aquellos días parecerán de poco o nulo valor. También lo serán a ojos de quienes aprecien la figura del intelectual a la luz de su compromiso explícito con el cambio social y se sumerjan en la lectura de estas libretas con la esperanza de hallar las huellas o cicatrices de una lucha por las ideas. Unos y otros encontrarán, eso sí, diversas reflexiones manadas del entorno y algunas referencias a unos cuantos interlocutores del momento, se trate de José Ortega y Gasset, Max Aub o José Bergamín, pero nada que permita reconstruir el contexto ni tampoco siquiera adivinar la cercanía, amistad o tipo de colaboración que lo unía con estos y otros personajes. ¿Por qué esos registros habrían de dilatarse en precisiones, si se considera que al diarista en modo alguno hace falta explicitar aquello que le resulta evidente de tan familiar? Redactadas para sí, dichas páginas no pretenden suplir las bondades de la crónica y, menos aún, satisfacer la curiosidad del porvenir, sin que ello signifique, no obstante, que se circunscriban únicamente a lo inmediato. ¿Cómo entender, pues, la lógica que guiaba su escritura?
Una somera consulta sugiere varias posibles respuestas. Al lado de los extensos apuntes en que Gaos, con guías, críticas y diccionarios en mano, inscribió sus observaciones sobre arte y literatura, las numerosas anotaciones que sirvieron como un acompañamiento a la lectura indican que esos cuadernos conservan, en primer término, un ejercicio de formación. Entendida en estrecho vínculo con el concepto de cultura, aquella designa, en palabras de Hans-Georg Gadamer, el “modo específicamente humano de dar forma a las disposiciones y capacidades naturales del hombre”, sin reducirse a su mero cultivo. “En la formación —continúa— uno se apropia por entero de aquello en lo cual y a través de lo cual uno se forma” y, una vez alcanzada, “nada desaparece” (2007 [1960]: 39-40). En ese sentido, en cada registro inserto en las libretas aparece cómo percepciones, vivencias y conocimientos se van entretejiendo y consolidando en prácticas a partir, en el caso de Gaos, de ciertas ideas asociadas a la noción de vida intelectual y, más en concreto, de vida filosófica. Constituyen, por lo tanto, pequeñas marcas de un camino en que el devenir filósofo implica adquirir, de manera simultánea, un ethos y una gnosis.
Aunado a ese carácter formativo por el que lo nuevo y lo antiguo se sedimentan en los estratos de la experiencia, los cuadernos revelan igualmente el intento por montarse en pasado y presente para otear el porvenir. De ello dan cuenta alusiones dispersas, en que se vislumbra un esfuerzo consciente por devolver la actuación de sus contemporáneos y el rumbo de los acontecimientos al ámbito de lo inteligible, mediante la inserción de unos y otros en un relato más o menos ordenado. Someter las impresiones del momento a un proceso de abstracción fue en muchos de estos casos la estrategia elegida para dotar a sus intuiciones de un alcance general, como aparece, por ejemplo, en la entrada correspondiente al 26 de diciembre de 1936:
El plazo de un año parece el plazo de lo imprevisible, de lo indefinido en la vida humana. Quien dice: la guerra terminará dentro de tres meses, para la primavera (en general: la próxima estación), se representa el término de la guerra dentro de la estructura actual de las cosas. Quien dice: la guerra durará todavía un año, no sabe cómo va a acabar. Es como si una estructura de las cosas dada durase ahora de dos a tres meses, no pudiese cambiar con un ritmo más rápido, tuviese una consistencia de esta duración y una plasticidad de este tempo. Digo “ahora”, en este momento de la historia. Y las cosas a que me refiero son las políticas, nacionales e internacionales.[6]
Pese a omitir detalles y referentes específicos, esas líneas muestran el deseo por trascender la singularidad de las observaciones, sin por ello deslindarse de la encrucijada histórica en que se fundan. Por el contrario, nada más ajeno a la indiferencia ante lo factual concreto, en particular si se advierte que de ese tipo de consideraciones dependía, a juicio del autor, la posibilidad de incidir de manera efectiva en el curso de los acontecimientos. Retomando y desarrollando las ideas que consignó en la entrada recién transcrita, Gaos volcó sus preocupaciones en un texto concebido para prestar sentido a la acción, titulado significativamente “Reflexiones sobre la circunstancia política”.
Las explicaciones retrospectivas y las consideraciones críticas —explicó en esas páginas— me interesan menos que las ideas expectativas y las previsiones. La razón de esta diferencia de interés es la misma […] que me [ha] movido y [mueve] a ponerme a escribir este cuaderno. Se trata del propósito de hacer posible la publicación de las ideas sugeridas por la guerra. […] La razón de este propósito es […] contribuir a resolver la guerra en un determinado sentido (2018 [1937]: 1374).[7]
Contra la sospecha de expresar meras divagaciones de un intelectual ensimismado, esas palabras indican que la escritura cotidiana derivaba de la necesidad, no de rememorar el pasado ni de fijar el presente, sino de determinar el futuro, en el doble sentido de preverlo y orientarlo. De ahí que, además de un antídoto a la incertidumbre, esos cuadernos condensen un proyecto político, fragmentario, desarticulado e inconcluso, eso sí, pero no por ello menos abocado a la transformación estratégica de la sociedad mediante las muy particulares herramientas que le brindaba la meditación filosófica. Se entiende así que gran parte del texto se ocupe en definir el concepto de “situación” y en dilucidar los grados de previsibilidad de que disponemos como individuos y como colectividad. En términos biográficos, ello aparecía en la relativa indeterminación que distingue a la infancia, abierta a un sinfín de posibilidades; en cambio, las certezas se multiplican —y por consiguiente aumenta la capacidad de previsión— una vez alcanzada la vejez, edad en que el horizonte se estrecha, por haberse ya trazado gran parte de su curvatura y por vislumbrarse su elipse final con progresiva claridad. Una estructura análoga regía a las sociedades, previsibles y previsoras en estricta proporción a su mayor o menor conciencia histórica. En función de ambos ejes —el individual y el colectivo—, para sí mismo únicamente logró predecir lo siguiente:
Lo que será de mí en el curso del año me resulta ya grandemente imprevisible. Lo más que puedo prever con alguna determinación y previsión es… seguir viviendo en una situación parecida a la actual, si la guerra continúa; o llevar una vida de desterrado, no sé si buena o mala, caso de que los gubernamentales perdamos la partida, o encontrarme de regreso a España y en la misma situación anterior a la guerra, si ésta termina con una mediación extranjera y una transacción nacional. (2018: 1377)
Incompleto y en su momento inédito, “Reflexiones sobre la situación política” conserva uno de los esfuerzos más resueltos de Gaos por dilucidar el sentido de la Guerra Civil española, en un momento en que la filosofía parecía andar a ciegas o, por lo menos, incapaz de ofrecer respuestas por sí misma. A la pregunta “¿cómo contribuir a orientar la lucha en una dirección precisa?” hacía falta anteponer otra igualmente compleja, a saber: “¿cómo llegamos a esto?”. El recurso a la historia se impuso, pues, como el paso previo a la proyección hacia el futuro, en el entendido de que el ahora concentra el conjunto de elementos que lo anteceden y hacen posible, no solo desde un punto de vista cronológico, sino en tanto experiencia acumulada. Que en esa reconstrucción del presente el observador desempeñara un papel determinante no pasó inadvertido a Gaos quien, por el contrario, cimentó sobre el “yo” el puente hacia el “nosotros”, el mismo que una vez erigido podía recorrerse en un camino de ida y vuelta. Y es que, en el fondo, el proyecto de entender en perspectiva histórica la Segunda República y el conflicto bélico que amenazaba con hacerla naufragar —considerados ambos como el mayor “acontecimiento generacional” en la trayectoria del autor y sus contemporáneos (2018: 1374)—, no era sino un intento por suturar una vida súbitamente partida en dos. De ahí que el diario que entonces inició, susceptible de infundir renovada unidad a lo inconexo, sirviera como una estrategia para buscar sincronizar una vez más los dos ritmos que regulan la existencia: el tiempo histórico y el tiempo biográfico.
2. El aforismo como epítome de un pensar circunstancialista
Años más tarde, en la tranquilidad impuesta en el exilio, Gaos retomó la costumbre cotidiana de ir anotando en aquellos cuadernos el fruto de sus reflexiones. No el pasado, sino el presente y el futuro lo apremiaban nuevamente, si bien con esos apuntes intentaba asegurar ya únicamente su supervivencia laboral. Las altas expectativas que rodearon su recibimiento en México, en tanto ilustre representante de la filosofía española, contrastaban, en efecto, con la ausencia de una obra que, por sus dimensiones y alcance, respaldara su reconocida solvencia intelectual. Azuzado por lo que él mismo juzgaba como una deuda moral y, a la vez, imbuido de grandes ambiciones en el terreno cultural, Gaos se esmeraba por desarrollar su propia filosofía, la cual, en su opinión, no podía consistir sino en las ideas y la experiencia reunidas en el transcurso del tiempo. Sin embargo, lejos de reducirse a un sencillo recuento de personas, momentos y lugares identificados como elementos configuradores de ese itinerario vital, su proyecto consistía nada menos que en una síntesis de la historia universal, en el sentido más convencional del término. Ello se debía a que en su vida confluían, no solo los principales hitos del pensamiento occidental, asimilados a manera de lecturas y aprendizajes, sino varios aspectos del mundo moderno, como, por ejemplo, el cristianismo y el largo proceso de secularización que desembocó en el inmanentismo hispánico.[8]
Sin recular ante el vértigo que produce la profundidad del presente, prácticamente un abismo al concebirse como suma de instantes nunca del todo abolidos, Gaos se sirvió de sus cuadernos de trabajo para rastrear cada detalle y recodo del camino, y encontrar así los puntos de intersección entre biografía e historia, entre su experiencia individual y el recorrido de la humanidad. Ello exigía retrotraerse en el tiempo y recordar los momentos sucesivos de su formación, al igual que registrar uno a uno sus pensamientos y vivencias, de tal modo que, una vez ordenados y sistematizados, integraran el núcleo de un tratado renovador de la disciplina entera. El carácter totalizante del proyecto aparece delineado en líneas como las siguientes:
El punto de partida —reflexionaba en septiembre de 1948— debe ser la situación concreta que induce a filosofar, por tanto con el reconocimiento del encuentro con la filosofía (vocación, profesión) y con los puntos de partida de las filosofías históricas […]. Y en la medida en que la situación incluye no sólo mi vida pasada y previsora o expectante y la historia en las mismas direcciones, sino también a los demás, en esferas concéntricas en torno a mí con mayor o menor comunidad entre otras cosas de problemas, mi filosofía y vida debe empezar como nuestra filosofía y vida.[9]
Establecer el grado cero de la filosofía no fue suficiente, desde luego, para poner en marcha dicha empresa ni, mucho menos, para conducirla hacia el desarrollo y consecución de una obra. El abandono paulatino del proyecto, al menos según los objetivos y las características que Gaos se planteó en un inicio, no significó, empero, que renunciara a la inscripción del día con día ni a ciertas pretensiones de totalidad. Por el contrario, al filo de esa práctica cotidiana intuyó que hay formas de escritura que, además de expresar la relación del individuo y su mundo, poseen el potencial de contener universos. Había descubierto el género aforístico.
A juzgar por los registros en sus cuadernos, la decisión de entregarse al cultivo de la aforística tuvo el carácter de una revelación, hecho bastante coherente, por lo demás, con los tópicos corrientes en torno al género. “Hoy —anotó con fecha del 11 de abril de 1957— me parece que he dado con el título de mi libro y, sobre todo, la única forma posible de él adecuada a la de la vida, en la que no hay más que sistemas momentáneos, aunque dependientes los posteriores de los anteriores”. Bajo el encabezado “De la Filosofía” y entre unas cuantas alternativas más, a continuación mencionó los aforismos.[10] Que ese hallazgo coincidiera con el esfuerzo, sostenido desde años atrás, por engendrar una obra filosófica en la tradición de los grandes tratadistas no es sino en apariencia paradójico. Correspondía, por el contrario, con el sentido originario del término que, del griego ap-horezain, fijar un horizonte, significa definir, distinguir o delimitar, y no era otra cosa lo que Gaos pretendía en aquel proyectado opus magnum. Pero más importante aún, también se ajustaba, tanto al tipo de escritura que de manera solo a medias inconsciente había practicado en sus libretas, como a su propia concepción de la filosofía. Tal como insistió en numerosos escritos, ésta consistía en las ideas emanadas de la personalidad y vivencias de cada filósofo, plegara o no sus intereses a las exigencias del contexto. De ahí que, pese a sus ambiciones de absoluto, toda filosofía no fuera sino una confesión personal.
Para un pensador circunstancialista —o personalista, como él mismo se adjetivó— parecía no haber forma que mejor reflejara el vínculo entre vida y filosofía, y ello desde una perspectiva incluso mimética.[11] En su carácter discontinuo y momentáneo, en efecto, la aforística reproduce, al menos en potencia, los pliegues e inestabilidad propios de la existencia, en el entendido que de esta “no hay sistema” y que “la realidad no es íntegramente racional”.[12] Permitía, por consiguiente, permanecer fiel al pensamiento, concebido como un proceso y no solo como un resultado, al tiempo que exhibía sin pudor su anclaje en la subjetividad y en el medio de origen. Más aún, a diferencia de la sentencia y la máxima que zanjan y dan por concluido, el aforismo, afirma Joshua Foa Dienstag, “es un intento por comunicar al lector no sólo el contenido, sino la experiencia de lanzar una mirada hacia el horizonte, de abandonar el torrente de la vida, así sea por un instante únicamente” (2009: 226). A la vez personal e intransitiva, esa experiencia conformaba, a juicio de Gaos, la sustancia y el rostro franco de la filosofía, esto es, no aquel que aparenta retratar sin resquicios el gran orden del universo, sino el que se revela como una concatenación, a lo sumo, de partículas diseminadas y reconfiguradas por personas concretas en un momento específico. Así lo planteaba, bajo la forma de preguntas, en un pasaje en sus cuadernos:
En razón de lo “biográfico” del filosofar ¿no será la más “veraz” o “auténtica” forma literaria de él la “diaria” aforística? […] El esforzarse por sistematizar metódicamente, […], ¿puede practicarse de otra manera que por insistencias y recurrencias, con ocurrencias y modificaciones, cuyo registro son los aforismos, y cuya sistematización misma evoluciona aforísticamente? ¿Una gran obra es otra cosa que una aforística sistematizada —imperfectamente— […]? ¿Valen la pena esta simulación y este disimulo, si no cree en el valor de la verdad intersubjetiva e intermomentánea, sino en el de la personal y “biográfica”?[13]
La honestidad intelectual, tema recurrente en sus cavilaciones nocturnas, se cifraba en la renuncia a los artificios del sistema acabado y en el atreverse a presentar la ideación al desnudo. No solamente una forma de exhibicionismo, sus ponderaciones sugieren un tipo de sensibilidad que, por lo menos desde el siglo XIX, se inclina ante al altar de la autenticidad, entendida como la transparencia del sujeto en relación consigo mismo y hacia los demás. Un rasgo más contemporáneo aparece, sin embargo, en que este —el sujeto— ya no se desdobla meramente en la continuidad del discurso o de una memoria lineal, inmediata y siempre disponible, sino que se interrumpe, fractura y contradice sin alcanzar la unidad.[14] Idéntica estructura era también válida para la filosofía que, en tanto expresión de un individuo, se distinguía por los hiatos, las reiteraciones y las cesuras. Hacer manifiesta su genuina consistencia era un modo de mostrar el “tapiz por el revés”, según reza el título de una conferencia que Gaos dictó pocos años después. Con el objetivo de desenmascarar a la filosofía, en ese espacio analizó las motivaciones del filósofo y sus condiciones concretas de producción, revelando que, a semejanza de la historia, aquella constituía en el fondo una “irracional mezcla, más que racional síntesis, de razón y de sinrazón” (2009 [1962]: 352). Así, tanto en el ejemplo del ensayo como en el de las libretas, denunciar falsas pretensiones conformaba el propósito último de escritura, ya fuera mediante el contenido de la prosa o a partir de la forma rápida, concisa y disimétrica tan usual en la aforística. El lenguaje y su estructura proporcionaban, en este segundo caso, las principales herramientas para reformar —o para invitar a abandonar— los asuntos de la metafísica.[15]
Aunque quizás de menor peso, Gaos encontró otras ventajas asociadas al cultivo del género. Una de ellas radicaba en su mayor afinidad con el ritmo de las sociedades modernas, cuyas progresivas aceleración y urgencia impedían hallar siquiera unos minutos de recogimiento. “El plan de vida —razonaba— determina el pensar en aforismos y el escribirlo: con tantas idas y venidas a diario, tantos intereses simultáneos y sinceros, imposible la sosegada insistencia. Es un caso más de los caracteres de nuestra vida”.[16] Así, además de avenirse a las particularidades del día, más propicio a la nota breve que a las investigaciones de aliento, practicar y analizar la escritura aforística le prestó una ocasión para identificar algunos rasgos salientes del entonces presente. Si bien varias consideraciones sobre el tema se publicaron en “Crítica del tiempo”, serie de ensayos que apuntaban, entre parodia y lamento, hacia ciertos absurdos del régimen laboral moderno, gran parte quedó sepultada entre las tapas de sus cuadernos. Quien se arme de curiosidad y paciencia encontrará en ellos toda suerte de noticias sobre la experiencia al mediar el siglo XX, desde costos de vida y costumbres cotidianas, hasta convenciones en el trato y diversos modos de relacionarse entre sexos. Resulta más que evidente, por constituir tanto el presupuesto como la condición de este tipo de escritura, que cada pasaje expresa un muy singular punto de fuga, articulado, en este caso, por lo que Gaos mismo designó el “horizonte de libros”. Vale la pena recordarlo, no obstante, puesto que del arraigo en la subjetividad dependía el principal valor que atribuyó a la aforística: el de saen universal.
Convencido, como Jorge Luis Borges, que “las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos” (1974: 9), Gaos aprovechó las convenciones del género para reducir, según afirmó, “la anécdota a categoría”.[17] Ello compaginaba con su arraigada tendencia a conceptuar lo dado, pero también con el limitado alcance que atribuyó a la verdad, afincada en el sujeto y no en el objeto.[18] Que aquel constara de cierta estructura, derivada tanto de la naturaleza humana como de la común pertenencia a un mismo contexto, constituía el garante de la comunicabilidad y de la validez general de sus afirmaciones. Sin buscar difuminar del todo el fondo autobiográfico, una sencilla adaptación de orden gramatical funcionó en muchos casos para hacer manifiesto su pretendido estatuto intersubjetivo. Así, por ejemplo, trocar la primera por la tercera persona del singular bastó en diversas ocasiones para convertir un rasgo individual en una constante antropológica o, por lo menos, en un factum de la psicología contemporánea.[19] En vista de sus críticas a los artificios del sistema, culpable de embozarse en lo abstracto y en lo impersonal, no carece de ironía que neutralizar su voz fuera con frecuencia una condición para transmitir su experiencia, presentada como la experiencia de cada cual. Tal fue, sin embargo, el camino elegido para transitar de la observación incidental al conocimiento temporalmente necesario y edificar, al mismo tiempo, una filosofía definida como “realismo esencialista: de las cosas de mi vida hago aforismos”.[20]
A todas luces satisfecho con los resultados de esa escritura cotidiana, Gaos llevó algunas muestras a las veladas que por décadas compartió con unos cuantos amigos. Ninguna enunciación en abstracto supo disimular, desde luego, el sello personal de sus anotaciones, tan marcadamente individuales que incluso despertó el temor de representar a un único y singular sí mismo.
O’Gorman me dice —anotó en su libreta— que a Gloria Cándano y a Sergio Fernández les dejaron los aforismos una impresión de tristeza. […]
Los aforismos, en general, serían la cifra de la experiencia final, melancólica, de la vida; la conceptuación de la experiencia melancólica de la vida.
¿O mis aforismos la cifra de una experiencia melancólica de la vida?[21]
La sospecha de errar al momento de establecer inferencias no fue impedimento para perseverar en la rutina de buscar la generalidad desde su propia experiencia. En realidad, poco importaba que cada línea acusara su presencia, si se considera que la práctica le brindaba sus mayores horas de placer, además de ayudarle a romper con el aislamiento de una vida conducida crecientemente en solitario. Por si fuera poco, aquellas formas breves le ofrecían una ocasión inmejorable para ejercitar la pluma y adiestrarse en el estilo, cuyo ideal consistía en alcanzar “pura y rigurosamente la justeza y verdad del pensamiento y la expresión”.[22] A todo ello quizás responda que empezara a acariciar la idea de entregar un libro a la imprenta, proyecto para el cual convocó el concurso de su amigo Alfonso Reyes. Con una fina sensibilidad para la literatura y buena cabeza para la filosofía, nadie como él era capaz de identificar los aforismos que lograban combinar con tino ambas perspectivas. Con un “sí, un “no” o un “salvable” inscrito al margen fue discriminando entre los cientos de registros que Gaos sometió a su mirada experta, sin olvidar insertar, aquí y allá, algún comentario surgido durante la lectura. Así, por ejemplo, a la afirmación “Los malos sentimientos propios amargan más y hacen más infeliz que los ajenos contra uno”, replicó Reyes con humor: “Conste, que no estoy seguro, tal vez porque soy buena persona”.[23]
De ese trabajo colaborativo surgió 10%, breve antología de aforismos cuyo título expresa la exacta proporción que sobrevivió a la labor de criba y revisión. A ese volumen siguieron Cena de aforismos, 11% y 12%, también como resultado de la convivencia, primero en la Ciudad de México, luego en Caracas y por último en Río Piedras.[24] En todos los casos se trató de pequeñas ediciones de ocasión, ideadas para agradecer a anfitriones, colegas y amigos en las respectivas ciudades de acogida. Tal vez temiendo una recepción poco favorable, o quizás inseguro del valor que albergaba ese ejercicio autobiográfico y sapiencial, Gaos se aseguró de consignar en prólogos y dedicatorias el carácter más bien lúdico de esos escritos. Por lo bajo, sin embargo, albergaba la esperanza de desarrollar una filosofía práctica, acorde con los tiempos nuevos y susceptible de transmitirse como enseñanzas de vida. “Debo puntualizar mi moral —se convenció—, aunque no sea más que en aforismos —pero si para publicación, póstuma”.[25]
3. Hacia una filosofía práctica: eudemonología o arte de vivir
En sus análisis acerca del género aforístico en la filosofía alemana decimonónica, Marion Faber identificó la clave de su recuperación en cuatro aspectos principales: su dimensión psicológica, su carácter asistemático, la labor de rescritura necesaria para formular expresiones breves y afiladas y su enfoque moral. Sin embargo, a diferencia de François de la Rochefoucauld, cuya obra reúne una serie de impresiones yuxtapuestas, autores como Friedrich Nietzsche pusieron el discurso discontinuo al servicio de una “teoría del hombre” (Faber, 1986: 207-214). Un atractivo análogo encontró José Gaos en esa forma de escritura, misma que orientó según un propósito también muy semejante: el de articular una antropología filosófica con especial énfasis en las dimensiones ética y moral. A ese objetivo dedicó cientos de entradas en sus cuadernos, al parecer particularmente propicios para contener observaciones sobre la conducta humana y algunos modos de convivencia. Como era de esperar, sus propios actos, motivaciones e ideas ocuparon en un inicio el centro de sus ponderaciones, en gran medida debido a que durante años estas se confundieron con severas inspecciones de conciencia. Con el paso del tiempo, no obstante, el diarista amplió la mirada y decidió aprovechar la experiencia acumulada para dar cauce a su vocación docente y, de ser posible, evitar a los demás algunos cuantos yerros. Tanto la madurez que prestan los años como la capacidad de observarse a distancia le permitirían desarrollar los principios y preceptos de aquello que denominó el “arte de vivir”.
Definido como “ciencia o saber aplicado a una práctica o a una ‘poética’”, el arte de vivir concentraba el deseo de identificar la regularidad en la contingencia, de tal modo que de la experiencia pudieran extraerse normas de conducta susceptibles de guiar la existencia.[26] Aunque la variedad de factores y circunstancias no permitía proceder sino mediante ejercicios de prueba y error, cierta constancia en los asuntos mundanos servía como garante implícito de la validez de ese conocimiento empírico. Sumido en sus tribulaciones cotidianas, Gaos mismo echaba en falta lecturas filosóficas que iluminaran, prospectiva y retrospectivamente, los secretos de las relaciones humanas, regidas por costumbres y convenciones, pero también por instintos e impulsos innatos. Al repasar los estantes de su biblioteca, advirtió que los libros ahí erguidos se adentraban en numerosas claves del alma, si bien ofrecían algo distinto a lo que él mismo necesitaba: ni buenos gozadores de la existencia sin atisbos de sistematicidad, ni fundamentaciones o explicaciones carentes de contenido concreto. Solo los moralistas latinos parecían corresponder al modelo que exigía su conciencia atormentada, a reserva de ajustar sus lecciones a los desafíos de la edad contemporánea. Ante la ausencia de antecedentes históricos y filosóficos adecuados, solo atinó a concluir lo siguiente: “cada quien tiene que hacerse su arte de vivir”.[27]
A esa tarea se entregó por el resto de sus días, anotando en sus libretas las reflexiones generales que le despertaban las situaciones vividas. De esta forma esperaba conjugar “experiencia de la Humanidad e investigación científica”, sin importar que la muestra examinada soliera reducirse a un único espécimen.[28] Aunque limitado al tema del amor, un pasaje esclarece la lógica y el tipo de procedimientos que articulaban el proyecto que traía en mente:
Lo que me interesa, porque es lo único que me instruye para servirme de ello —savoir, prevoir, pouvoir, pourvoir—, no es la esencia del amor, sino las particularidades y asociaciones regulares, reiterables, utilizables de los amores. […]
No: qué sea amar. Sino: en qué casos se ha amado con felicidad (en todos sentidos) y en cuáles no; de qué ha dependido en los distintos casos lo uno o lo otro (asociaciones funcionales). Decir “casos en que se ama con felicidad” ya eleva a ley la experiencia.[29]
Además de cierto pragmatismo, esas líneas revelan la orientación específica que Gaos imprimió al arte de vivir, es decir, la felicidad como fin último de las personas. En contraste con la ética, tradicionalmente enfocada en la virtud, su filosofía práctica se situaba bajo el signo de la eudemonología, doctrina susceptible de enseñar, según Arthur Schopenhauer, “a vivir lo más felizmente posible” (2000: 25). Por ello mismo, parte del reto radicaba en evitar cimentarla sobre principios o ideales inalcanzables para el común de la gente, como al exigir sacrificar la voluntad o presuponer una inteligencia extraordinaria. En consonancia con este precepto, Gaos buscó los fundamentos de su propuesta dentro de las coordenadas del mundo secular moderno. Ello suponía prescindir de un Dios y de un más allá como garante y recompensa de una vida buena, así como reconocer el absurdo de posponer gozos y alegrías, a la espera de un siempre pospuesto juicio final. Pese a originarse en motivos diversos, igualmente insostenible resultaba la acotación inversa, a saber, la que aconseja coartar cualquier apetencia para sustraerse al desencanto o a la tristeza.
No —afirmó—. La eudemonología no debe aconsejar restricción alguna de la vida. Todo lo contrario: máximo de ambiciones. Pero: darse por satisfecho, quedar contento con lo logrado efectivamente en cada caso. A la vida son inherentes las decepciones, pero no el experimentar dolor, duelo, pena o pesar por ellas. Esto es lo que parece estar en nuestro poder: superar la decepción, sobreponerse a la decepción del fracaso. Incluso a la del fracaso de la vida misma como tal que es la muerte.[30]
Los términos rectores de su doctrina se encuentran ahí brevemente enunciados y en particular la idea de tender hacia lo ideal con plena conciencia de las limitaciones que impone lo real. Aunque la necesidad de articular deseo y finitud es un lugar común en el discurso moral, la originalidad del planteamiento radicaba en el prohibirse establecer trabas por anticipado a una voluntad timorata o precavida, temerosa ante el riesgo de hallar sus expectativas frustradas. No se trataba, por lo tanto, de un llamado a la moderación o al tiento, a la manera del estoicismo por ejemplo, sino una invitación a enfrentar los riesgos y a asumir el éxito o el desengaño con el buen ánimo de quien ha hecho su mejor esfuerzo. Sin importar los resultados, tal era la clave de una vida conducida con dignidad y que valiera la pena, es decir, valiosa pese a los pesares de los que no puede estar exenta ninguna existencia. En suma, afirmó en su más bella lección, “el arte de ser feliz consiste en procurar en todo lo más y contentarse en todo con lo procurado efectivamente. Sin lo primero, no habría nunca más que felicidad mediocre. Sin lo segundo, no hay, pura y simplemente, felicidad” (1982: 175).[31]
No carece de ironía que quien negó la posibilidad de una comunicación plena accediera en sus últimos años a transmitir, con clara intención pedagógica, la síntesis de su experiencia. Así lo hizo Gaos en unos cuantos ensayos, de los cuales “Filosofía e infelicidad” se sitúa con certeza entre lo más granado de su producción escrita. En él desarrolló, con el humor nostálgico de quien se vislumbra al final del camino, los ejes rectores de una doctrina cifrada en la noción del valer la pena, aquella que distingue una vida “digna de ser vivida, sin felicidad, pero con una cierta, o mejor, incierta, dignidad” (2009: 234). Con ese discurso continuo buscó hacer inteligible los valores que habían guiado su propio recorrido y, acaso, hacerlos extensivos a los demás. Sin embargo, sólo en sus libretas aparecen, anotadas a manera de fragmentos, las rutas de la ideación, con sus rodeos, pasos en falso y decididas puestas en marcha; solo ahí se conservan los rastros de una conciencia con frecuencia desgarrada, pero en incesante búsqueda de una unidad soldada y fracturada nuevamente; solo ahí puede apreciarse el continuo esforzarse de un filósofo que intentó dar cabal cuenta de su personalidad y pensamiento; solo ahí perdura, como en ninguna otra parte de su obra, el trayecto que va “de la filosofía al hombre y de éste al arte de vivir”.[32] Y es por ello que esos cuadernos valen tanto la pena.
A modo de cierre
“Mi vida —apuntó José Gaos en enero de 1937— es una alternancia de planes y acciones circunstanciales”. A diferencia de los antiguos, confiados en la posibilidad de afincarse en verdades universales y eternas, los modernos parecían tan solo disponer de lo inmediato, cambiante y perecedero. Para hallar algún punto estable, capaz de arrebatar serenidad a la urgencia, el diarista no encontró más remedio que “someterse al instante. Perennizar el instante. Que lo instantáneo perdure”, decretó.[33] Tal fue, en más de un sentido, el propósito que cumplieron aquellos cuadernos de trabajo, cuya escritura cotidiana le permitió —o cuanto menos intentar— convertir lo transitorio en permanente. No obstante, tal vez únicamente ese objetivo general atraviese las sucesivas libretas, en vista de que la función individual varió en función de las necesidades resentidas en distintos momentos. Ello aparece en el empleo, sobre todo en un inicio, como acompañamiento a los textos publicados, al servir como un espacio propicio para explorar, esclarecer y ordenar las ideas; sin embargo, conforme se volvió más apremiante la necesidad teórica de establecer un vínculo inequívoco entre vida y pensamiento, premisa de partida de una filosofía concebida como confesión personal, los apuntes cotidianos fueron perdiendo aquella función ancilar. De esta manera se convirtieron, por derecho propio, en un segmento constitutivo de la obra mayor.
Como parte de esas oscilaciones, sin duda no resulta casual que Gaos comenzara a denominar “aforismos” a los pasajes inscritos en sus libretas, sobre todo tomando en cuenta, según él mismo observó, que “la aforística puede absorber el diario de aquel cuya profesión de vida es pensar, para quien las solas anécdotas valiosas —registrables, publicables— son las categorizables”.[34] No se trataba, por lo tanto, de imprimir falsa grandeza a un tipo de escritura meramente incidental; a juzgar por sus palabras, tan confundidos se hallaban existencia y pensamiento que nada escapaba ya a la esfera intelectual. Los aforismos emanaban, pues, de la conjunción entre estilo y experiencia, sin que ello signifique que salieran de su pluma con la mayor naturalidad. Por el contrario, las páginas que se conservan son muestra del incesante esfuerzo por dar cuerpo a sus ideas y, a partir de un ejercicio muy consciente de sí mismo, alcanzar a la vez autenticidad y precisión. Al filo de los días percibió con progresiva nitidez que la posibilidad de cultivar un género de inconfundible tinte personal, pero de vocación universal, le permitiría expresar fielmente su concepción de la disciplina. “La forma de un sistema aforístico —afirmó a ese respecto— […] es la única de mi filosofía en que ésta sería también formalmente coherente consigo misma”.[35]
A ese conjunto de factores responde que los cuadernos de José Gaos no sólo condensen, en la forma de aforismos, el núcleo de su pensamiento, sino que además expresen, de manera performativa, su idea misma de filosofía, esto es, la filosofía como didáctica, como moral, como autobiografía, como práctica. Expresan, pues, la forma y contenido de un pensar circunstancialista, y con tan buen tino que él mismo los situaba entre sus mejores producciones:
Yo no soy más filósofo —sostuvo en sus años de madurez— que el pequeño filósofo de los más o menos análisis e ideas filosóficas particularmente de De la Filosofía, algún trabajo más y estos cuadernos, de que son oriundos las publicaciones de “aforismos”; y de las Confesiones.[36]
En ese sentido, los cuadernos de trabajo constituyen, pese a su carácter fragmentario, una de sus obras más acabadas.
Referencias
Borges, J. L. (1974). Obras Completas, 1923-1972. Buenos Aires: Emecé.
Dienstag, J. F. (2006). Pessimism: Philosophy, Ethic, Spirit. Princeton: Princeton University Press.
Faber, M. (1986). “The Metamorphosis of the French Aphorism: La Rochefoucauld and Nietzsche”. Comparative Literature Studies, vol. 23, núm. 3 (otoño), pp. 205-217.
Gadamer, H. G. (2007 [1960]). Verdad y método. Salamanca: Sígueme.
Gaos, J. (1982). Obras Completas XVII. Confesiones profesionales, aforística. México: UNAM.
____ (2009). Obras Completas XV. Discurso de filosofía, De antropología e historiografía, El siglo del esplendor en México. México: UNAM.
____ (2018), Obras Completas I. Escritos españoles. Vol. 2. México: UNAM.
Rico, P. (2021). “Vida, escritura y pensamiento. Los diarios filosóficos de José Gaos (1936-1958)”, tesis de licenciatura en Literatura intercultural. México: UNAM.
Schopenhauer, A. (2000). El arte de ser feliz explicado en cincuenta reglas para la vida. Texto establecido, prefacio y notas de Franco Volpi. Barcelona: Herder.
Sontag, S. (1968), “Introduction”. E. M. Cioran, The Temptation to Exist. Chicago: Quadrangle Books, pp. 7-29.
Yamuni, V. (1982). “Prólogo”. J. Gaos, Obras Completas XVII. Confesiones profesionales, aforística. México: UNAM, pp. 5-40.
- Esta investigación se realizó gracias al programa PAPIIT-UNAM IA400919.↵
- Instituto de investigaciones Filosóficas-UNAM.↵
- Archivo José Gaos (en lo sucesivo AJG), fondo 4, exp. 4, f. 62235, 11 de enero de 1959. 11% y 12% aparecieron, respectivamente, en 1959 y 1962.↵
- Gaos mismo utilizó diferentes denominaciones para referirse a las libretas referidas, desde “diario” hasta “cuaderno general”. Utilizo aquí el término “cuadernos de trabajo” por ser la expresión que aparece con mayor insistencia al filo de la escritura, así como por corresponder al que se ha elegido para integrar esas páginas en la serie Obras Completas del autor.↵
- AJG, fondo 4, exp. 2, f. 60172, 17 de enero de 1936. Retour de l’U.R.S.S de André Gide se publicó en noviembre de 1936 con el sello de la editorial Gallimard.↵
- AJG, fondo 4, exp. 2, f. 60250, 26 de diciembre de 1936.↵
- La versión manuscrita de este texto no se ha localizado y sólo se conoce por su reproducción en el libro José Gaos. El hombre y su pensamiento de Vera Yamuni, quien tuvo a su cuidado todas las libretas hasta su donación en 2003 al Archivo José Gaos del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM. Si bien el estilo de escritura impide dudar de la autoría atribuida al texto —y es por ello que se incluyó en las Obras completas de José Gaos—, resulta imposible determinar si se hallaba escrito en hojas que fueron en algún momento arrancadas o si formaba parte de un cuaderno hoy perdido en su totalidad.↵
- Véase, como uno de muchos ejemplos, AJG, fondo 4, exp. 2, f. 60597, 11 de noviembre de 1943: “En mi vida (Autobiografía) encuentro la historia (como “subjetiva” Historia): del cristianismo, por la filosofía, al inmanentismo-hispánico: plan de mi ‘Obra’”.↵
- AJG, fondo 4, exp. 2, f. 60746, 19 de septiembre de 1948.↵
- AJG, fondo 4, exp. 3, f. 61237.↵
- “La aforística —escribió— es la forma más apropiada para el pensar circunstancial”. AJG, fondo 4, exp. 4, f. 62298, 13 de marzo de 1959.↵
- AJG, fondo 4, exp. 3, f. 61149, 23 de diciembre de 1957.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61421, 20 de enero de 1958. Y en ese sentido véase también AJG, fondo 4, exp. 4, 13 de julio de 1959: “El pensamiento vivo piensa por aforismos. Luego vienen los artificios de la sistemática -y el pensamiento sistemático, la pluma en la mano, vivir, pero no ‘vivo’”.↵
- Véase, por ejemplo: “Muchos aforismos son anotaciones provisionales con las que no hay compromiso”. O, en esa misma vena: “Los aforismos contradictorios de un mismo autor son simplemente una muestra más de que los aforismos no son la expresión de un sistema, sino el pensamiento circunstancial, tan oscilante como los requerimientos, las circunstancias o la vida misma”. AJG, fondo 4, exp. 4, respectivamente 24 de julio y 23 de abril de 1959.↵
- Desde esa perspectiva es posible situar a Gaos en lo que Susan Sontag identificó como una “moderna tradición postfilosófica de filosofar”, originada en “la conciencia de que las formas tradicionales del discurso filosófico se habían quebrado. Lo que restaba como principales posibilidades era el discurso mutilado, incompleto (el aforismo, la nota, el apunte) o el discurso que osó transformarse en formas distintas (la parábola, el poema, el cuento filósofico, la exégesis crítica)” (1968: 11).↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 62407, 16 de agosto de 1959.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61383, 6 de enero de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 3, f. 61079, 16 de septiembre de 1957: “La universalidad de una proposición puede no significar la verificada totalidad de una extensión, sino la posible generalidad de una comprensión”.↵
- Así, por ejemplo, la frase, “No es siempre lo mismo lo que admiro que lo que me gusta”, se transformó, tras apenas un par de retoques, en “No es siempre lo mismo lo que se admira y lo que gusta”. AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61688, 3 de julio de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 5, f. 63116, 1 de abril de 1959.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61391, 8 de enero de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 3, f. 61080, 16 de septiembre de 1957.↵
- Retomo estos datos de Rico (2021), magnífica tesis de grado que constituye el primer estudio global de los cuadernos de trabajo de José Gaos.↵
- Cena de aforismos reúne algunos ejemplos que del género escribieron Edmundo O’Gorman, María Luisa Lacy, Justino Fernández, Gloria Cándano y José Gaos, con un prólogo de Luis Barragán. Según refiere Vera Yamuni, el título del libro, impreso en 1959 por la editorial Alcancía, alude a que su origen se encuentra en una cena de Navidad, momento convenido entre los autores para leer los aforismos pensados en el transcurso del año (1982: 22, n, 2). Ningún ejemplar figura en bibliotecas y no se ha podido consultar. 11% apareció también en 1959 con el sello de la editorial venezolana Arte, mientras que 12% se publicó en 1962 por la Universidad de Puerto Rico. En estos dos últimos casos Gaos presentó la iniciativa editorial como un testimonio de agradecimiento hacia las personas que había conocido durante sendas estancias académicas.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61803, 31 de julio de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 62217, 10 de enero de 1959.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61889, 10 de noviembre de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61463, 1 de enero de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61604, 15 de junio de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61473, 9 de marzo de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 3, f. 61057, 25 de agosto de 1957.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61389, 7 de enero de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 2, f. 60259, 23 de enero de 1937.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61383, 6 de enero de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 4, f. 61463, 1 de marzo de 1958.↵
- AJG, fondo 4, exp. 7, f. 63979, 8 de abril de 1962.↵