Un capítulo argentino de la emigración
Miranda Lida[1]
1. Contexto e introducción
A la par de la expansión del nazismo en Europa y del triunfo franquista en la guerra civil española, la década de 1930 se vio atravesada por oleadas de exiliados. Focalizaremos aquí el exilio de las elites científicas españolas que, a la luz de la instauración de la dictadura, debieron desplegar diferentes estrategias para darle continuidad a su labor. El exilio científico provocado por los regímenes fascistas sobre Europa y por el franquismo español tuvo en las Américas una válvula de escape que, en ocasiones, se tradujo en la posibilidad de potenciar las instituciones científicas de los países de acogida. Estados Unidos fue un polo receptor de científicos de todas las disciplinas que huían del nazismo por las leyes raciales y el creciente autoritarismo (Palmier, 2017; Gemelli, 2000; Lamberti, 2006). En América Latina, algo similar se produjo en México, con la llegada del exilio español, la fundación de La Casa de España, luego devenida en El Colegio de México, con el respaldo oficial del gobierno mexicano (Pries y Yankelevich, 2019; Pagni, 2011; C. Lida, 1988 y 1990; Faber, 2002). En diferentes latitudes, el exilio científico dio por saldo ya fuere la institucionalización de disciplinas, centros de investigación e incluso la creación de universidades.
En la Argentina, se contaba con un sistema universitario bastante desarrollado, si bien con disparidades regionales: algunas universidades se encontraban bien establecidas, pero otras eran de reciente creación y estaban en una etapa formativa. Las diferencias a nivel regional, se verá, son muy relevantes. La educación superior era de carácter público, bajo la órbita estatal, pero no ocurría lo mismo con otras instancias de la vida científica, en especial, con la financiación a la investigación y la formación de becarios. Existían órganos para la promoción de la investigación científica como la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, fundada por Bernardo Houssay en 1933, asociación conformada en la órbita de la sociedad civil para gestionar el apoyo a la ciencia, con cierto respaldo financiero del Estado. También funcionaban asociaciones como la Institución Cultural Española de Buenos Aires (ICEBA), encabezada por una fracción de la elite de la comunidad española residente en Buenos Aires, que fomentaba viajes académicos, becas y además sostenía una cátedra permanente en la Universidad de Buenos Aires. En la década de 1930, además, fundaciones norteamericanas como la Rockefeller o la Guggenheim comenzaron a tener presencia en la Argentina a través de becas y subsidios de investigación. Se trataba de un sistema científico donde el Estado jugaba un papel relevante, pero sin impedir el funcionamiento de otros actores, lo cual dejaba el terreno abierto a fundaciones privadas y asociaciones. En este contexto, el impacto del exilio científico republicano, al que se sumarían otros exiliados europeos, debe estudiarse atendiendo a los diferentes actores y espacios que componen la trama del sistema científico y universitario. Más todavía: no se puede perder de vista que las políticas públicas fueron escasamente amigables con los exiliados. El gobierno tuvo una actitud de indiferencia, cuando no de desconfianza e incluso de hostilidad frente al exilio republicano; cerró sus fronteras a refugiados, tanto provenientes de la España en guerra como de la Europa ocupada por los nazis, una política en la que coincidió con otros países occidentales que endurecieron sus trabas migratorias (así, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos) justo en el momento de avance de los fascismos.
Quizás ello incidió en que se haya trabajado poco en torno de las redes de inserción y solidaridad con el exilio científico republicano en Argentina. La reconstrucción de la trama local es sin embargo decisiva para entender las estrategias de llegada de los exiliados y sus posibilidades de inserción. Proponemos aquí analizar las redes de solidaridad tendidas a través de un conjunto de actores que actuaban en diálogo con las autoridades de las universidades argentinas, así como también la influencia que tenían en ellas algunos miembros de las elites científicas tanto españolas como locales para procurarles oportunidades profesionales. Enfocaremos especialmente el papel desempeñado por la Institución Cultural Española de Buenos Aires (ICEBA) que había sido fundada en 1914 y estuvo dirigida por Rafael Vehils a partir de 1938. ICEBA tenía estrechos contactos con las elites universitarias argentinas, de los que se valió para activar redes de solidaridad en el momento de hacer frente el drama del exilio republicano de los académicos. ICEBA −primera de su tipo en América Latina− fue la principal institución para el intercambio científico entre ambos países, ocupó un lugar clave en la diplomacia cultural y contó con el aval de los sucesivos gobiernos españoles. Con la instalación de la Segunda República la diplomacia cultural española recobró bríos en América Latina, inspirándose en los valores hispanoamericanistas de 1898, con referencias a José Enrique Rodó, entre otros. Recibió el apoyo de intelectuales institucionistas que colaboraban con el Centro de Estudios Históricos, la Junta de Ampliación de Estudios y la Institución Libre de Enseñanza, espacios clave para la modernización de la ciencia y la cultura españolas en el primer tercio del siglo XX. Fue precisamente en el contexto del reformismo del primer bienio republicano cuando las Cortes españolas aprobaron una generosa subvención para ICEBA, acompañada de una política de becas para que tanto argentinos como españoles residentes en la Argentina pudieran hacer estudios superiores en España, lo cual hablaba de una creciente reciprocidad en las relaciones culturales entre ambos países. En este contexto Vehils se volvió un nombre de peso entre las elites españolas en el Río de la Plata. En marzo de 1938, ingresó a la Comisión Directiva de ICEBA y se convirtió en una de sus figuras más fuertes. España llevaba cerca de dos años de conflicto bélico y la comunidad española en la Argentina estaba involucrada en gestiones de ayuda y campañas solidarias. Lo que nos interesa aquí es reconstruir diferentes estrategias que emprendió para solidarizarse con el exilio científico e intelectual español, en el marco de una asociación que tenía a su cargo la diplomacia cultural entre ambos países y contaba con contactos en las universidades argentinas.
2. Las redes universitarias de ICEBA en la acogida al exilio académico
Desde 1914, ICEBA construyó un vínculo sólido con la Universidad de Buenos Aires gracias a la fundación de la cátedra de Cultura Española inaugurada con la visita de Ramón Menéndez Pidal; dicha cátedra alentaría la visita periódica de profesores españoles. En 1916, la cátedra fue ocupada por José Ortega y Gasset, en la Facultad de Filosofía y Letras, una visita que tuvo honda repercusión en diversos foros intelectuales y que a su vez se replicó en otras ciudades del país (Fernández Terán y González Redondo, 2010; López Sánchez, 2007; Díaz Regañón Labajo, 2016).
También ocuparon la cátedra el matemático español Julio Rey Pastor, que luego se instalaría en la Argentina; el médico Augusto Pi Suñer; el físico Blas Cabrera; el médico José Casares Gil; el ingeniero Esteban Terradas; el médico Pío del Río Hortega y el jurista Adolfo Posada, entre otros. Sobre esta base, ICEBA extendió su labor sobre las demás universidades argentinas, dado que era frecuente que los visitantes hicieran tournées de conferencias y cursillos en otras ciudades del país. Así, una vez que estalló la guerra civil española, ICEBA se encontraba munida de sólidos contactos entre las autoridades universitarias de todo el país que serían de enorme utilidad para afrontar la coyuntura del exilio y procurarles encontrar una plaza a los exiliados.
Los contactos más sólidos fueron con la UBA. Las autoridades de ICEBA dispusieron en 1938 conformar un consejo técnico que tendría como finalidad estrechar contactos, a la vez que asesorar a ICEBA; el consejo técnico estuvo presidido por decanos de las diferentes facultades, así como también por profesores destacados cuyas designaciones eran aprobadas por el consejo superior de la universidad: ocuparon ese puesto Ricardo Rojas, Emilio Ravignani, Ricardo Levene, Bernardo Houssay, entre otros nombres.[2] Si bien todos eran de la UBA, no se descuidó el vínculo con las diferentes universidades del país. Para ello, se elaboró en 1938 una nómina de los profesores españoles que ocupaban cátedras en las diferentes universidades argentinas, quienes podrían apoyar las gestiones que se hicieran en favor de los exiliados. Entre otros, se destacaban el médico Gumersindo Sánchez Guisande (en Rosario), el físico y astrónomo Esteban Terradas (La Plata), el filósofo Manuel García Morente (en Tucumán, pero que no tardaría en regresar a España), el matemático Julio Rey Pastor (Facultad de Ciencias Exactas, UBA) y el filólogo Amado Alonso (Facultad de Filosofía y Letras, UBA).[3] Los contactos universitarios de ICEBA se afianzaron a través de la invitación a participar en los jurados de concursos y diferentes actividades organizadas por la entidad. En este contexto, se produjo la puesta en marcha de la Junta Argentina de Ayuda a los Universitarios Españoles, impulsada por ICEBA entre 1937 y 1938, que canalizó ayuda a los científicos y académicos que comenzaban a exiliarse en Francia en los años de la guerra civil, iniciativa que contó con el apoyo de profesores de distintas universidades del país (jugaron un papel destacado con su apoyo varias casas de altos estudios del interior del país, además de la de Buenos Aires) (M. Lida, 2019). En Tucumán, Risieri Frondizi, que se había integrado al plantel de la novel Facultad de Filosofía y Letras, se encargó de recaudar fondos entre el cuerpo de profesores y los alumnos de la Universidad Nacional de Tucumán y los remitió a Buenos Aires, con el detalle de todos los aportantes.[4] Por su parte, el ingeniero José Babini, autoridad en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, hizo una tarea similar, recabando el apoyo de la prensa regional a través del diario El Litoral.[5] En Rosario, no tardó en conformarse un comité regional de la Junta, muy activo en la recolección de fondos.[6]
En efecto, las universidades del interior, por lo común más jóvenes —a excepción de Córdoba— y con una planta docente y de investigación todavía en proceso de conformación, fueron piezas decisivas en la acogida de académicos y científicos exiliados, para lo cual encontraron en ICEBA a un aliado imprescindible en Buenos Aires, dado que era en la capital donde se tramitaban los permisos de desembarco, los visados y otros requisitos aduaneros y migratorios para la entrada en el país (Devoto, 2001). En un momento de escasa voluntad política por parte de las autoridades nacionales de abrir las puertas a los exiliados republicanos, el apoyo de una institución como ICEBA fue crucial para facilitarles la entrada al país, así como también para dialogar con las autoridades; asimismo, fue también clave para conservar diálogo con interlocutores de peso en la ciencia española, que podían facilitar cartas de recomendación, contactos y todo tipo de gestiones desde Europa. De esta manera, pues, ICEBA servía de enlace entre las universidades del interior y los exiliados y académicos españoles en la diáspora, sin dejar de lado tampoco el diálogo con diferentes autoridades españolas, incluidos los agentes de Franco que presionaron a ICEBA para “supervisar” sus gestiones, así como también recortar la ayuda a científicos sospechados de colaboración con los “rojos” (M. Lida, 2019b). ICEBA, además, llevó adelante gestiones solidarias independientemente de su vinculación con el sistema universitario, ya sea a través del mecenazgo directo, es decir, por su sola iniciativa, o bien en colaboración con entidades filantrópicas transnacionales (así, la Fundación Rockefeller, por ejemplo), lo cual permitió en diferentes ocasiones el financiamiento de publicaciones y proyectos de investigación, así como laboratorios e instalaciones, de científicos en el exilio. Más todavía: con la intención de dar más fluidez a la labor emprendida, ICEBA procuró alentar la formación de sucursales regionales en las provincias, con la idea de establecer filiales que pudieran funcionar con la misma solvencia junto a las ciudades que contaran con sede universitaria, para establecer una red que a la par que agilizaría gestiones de ayuda, contribuiría a afianzar la cultura hispánica en el país. Incluso se entablaron gestiones compartidas con la institución cultural uruguaya, sita en Montevideo.[7]
La Universidad Nacional de Litoral, nacionalizada poco después de la reforma universitaria en Santa Fe, en 1918, no había concluido todavía en la década de 1930 de regularizar su planta docente y su estructura institucional; quedaba mucho trabajo pendiente para conformar su oferta de carreras universitarias. En este contexto se entiende, pues, que tuviera disponibilidad para captar a científicos del exilio. Entre ellos, se invitó a la provincia de Santa Fe al prestigioso físico Julio Palacios, primero en una gira de conferencias, con la intención de tratar de retenerlo de modo más permanente; en Rosario funcionaba una filial de la Cultural Española de Buenos Aires que acompañó las gestiones en torno de Palacios y, asimismo, cualquier otra que fortaleciera la capacidad científica e institucional de la universidad de la provincia. En este mismo sentido, la gestión más destacada fue el intento de contratar a José Ortega y Gasset para que trabajara en la UNL y, además, para que elaborara el plan de estudios de la carrera de Filosofía (la sucursal rosarina de la Cultural Española estaba dispuesta a pagar honorarios específicos por la confección de dicho plan).[8] La propuesta no prosperó pero poco después la Universidad del Litoral logró la contratación de Francisco Ayala para dictar cursos de sociología, quien desde poco antes de su llegada a la Argentina se contactó con ICEBA, donde encontró apoyo y una red de contactos que le abrieron puertas en Buenos Aires para dictar conferencias y participar en diferentes actividades culturales (Escobar, 2011).[9]
Otra de las universidades del interior argentino que jugó un papel clave en la preocupación por recibir exiliados republicanos fue la Universidad Nacional de Cuyo, provincia de Mendoza. Fundada en 1939, se encontraba todavía en pleno proceso de conformación institucional, bajo la dirección de Edmundo Correas, un rector marcadamente hispanófilo que cultivó un diálogo muy fluido con Rafael Vehils en procura de darles acogida a intelectuales y académicos provenientes tanto del exilio español como, en general, del avance nazi sobre Europa. La universidad de Cuyo, de hecho, llevó adelante importantes gestiones para intentar atraer exiliados (Correas, 1997). El caso más destacado fue el de Claudio Sánchez Albornoz, que ingresó a la Argentina para trabajar en la universidad mendocina como profesor de historia de España, para lo cual contó con el sólido apoyo de Vehils quien, a la par de la Fundación Rockefeller, le facilitó gestiones de todo tipo y además lo ayudó económicamente con fondos provenientes de ICEBA para su traslado y el de su biblioteca y archivo de trabajo (Sánchez Albornoz había viajado a Buenos Aires y ocupado la cátedra de ICEBA en la UBA en 1933, de tal modo que era un académico muy respetado en dicha institución) (Lida, 2020). Se le solicitó, antes de confirmarlo en el cargo, que firmara una declaración en la cual se comprometía a abstenerse de cualquier actuación política en la Argentina, algo frecuente entre los académicos asistidos por intermedio de ICEBA. Otros casos relevantes que circularon en dirección de la ciudad de Mendoza fueron: Manuel de Falla, a quien se le hizo la oferta de dirigir el Conservatorio de Música, fundado en el marco de la universidad; el lingüista Joan Corominas, que llegó con el apoyo de Amado Alonso, del Instituto de Filología de la UBA y con la mediación de Vehils (Lida, 2019c); el filósofo Jaume Serra Hunter que también fue acogido en la Universidad de Cuyo. Correas, además, inició tratativas para llevar a Cuyo, con el apoyo de Vehils desde Buenos Aires, a varios profesores de renombre: el musicólogo Jaime Pahissa[10], el escritor y filólogo Dámaso Alonso[11], el matemático catalán Pedro Pi Calleja[12], a quien también apoyó desde Buenos Aires Julio Rey Pastor. De hecho, Vehils hizo diversas gestiones en favor de Pi Calleja, con el apoyo, además, de la cultural española de Montevideo.[13]
Otra universidad que tuvo un rol importante en este mismo sentido fue la de Tucumán, fundada en 1914 y que en la década de 1930 atravesó un proceso de modernización bajo el impulso reformista que le diera el rector Julio Prebisch. En este contexto, se creó en 1936 la Facultad de Filosofía y Letras que acogió al filósofo español Manuel García Morente, durante la guerra civil. García Morente terminaría regresando a España y enrolándose como sacerdote jesuita, pero no cabe duda de que su estancia abrió el camino para que la universidad tucumana se tornara cada vez más receptiva a exiliados. Cuando la universidad tucumana realizó gestiones para llevar a la Argentina a José Gaos, utilizó como argumento, precisamente, que dicha universidad había acogido a García Morente tiempo atrás.[14] Bajo la dirección de Risieri Frondizi entre 1938 y 1943, el Departamento de Filosofía y Letras llevó adelante una intensa actividad con el fin de atraer a intelectuales y académicos exiliados tanto de la España franquista como de la Europa dominada por el nazismo. De hecho, la UNT se volvió un polo muy atractivo.
Risieri Frondizi, activo participante de diferentes foros antifascistas, recurrió a diferentes redes y contactos para asesorarse sobre a quién contratar, así como para agilizar gestiones de todo tipo. En Buenos Aires, Amado Alonso y Rafael Vehils fueron contactos de enorme valor. Alonso, que provenía del Centro de Estudios Históricos de Madrid, hizo diversas recomendaciones, por ejemplo, sugirió desestimar el pedido del filósofo Xavier Zubirí (claro partidario del franquismo) de ocupar la cátedra dejada por García Morente, dado que se lo juzgaba “exaltado” y —advertía Alonso— solamente deseaba dejar España por la coyuntura bélica y no tenía voluntad auténtica de permanecer una vez que la misma concluyera; apoyó por el contrario la incorporación de los españoles Lorenzo Luzuriaga y Clemente Hernando Balmori, así como de los judíos italianos Giuliano Bonfante y Benvenuto Terracini, que debieron dejar su país una vez que Mussolini estableció leyes raciales en 1938.[15] La UNT fue también un importante polo editor académico en humanidades en esos años, para lo cual solicitó en ocasiones el apoyo financiero de ICEBA. Cabe agregar que Lorenzo Luzuriaga, que tuvo a su cargo la “Biblioteca Pedagógica” en editorial Losada y más adelante integró el elenco de la revista Realidad encabezada por Francisco Romero, construyó una relación estrecha con Rafael Vehils, con quien proyectó la idea de establecer en Tucumán una filial de la Cultural Española.[16] Fue Luzuriaga, de hecho, el contacto más importante de Vehils en Tucumán mientras que, por su parte, Amado Alonso demostró ejercer una cierta influencia sobre las decisiones de Risieri Frondizi al frente del Departamento de Filosofía y Letras de Tucumán: compartían la participación en redes e instituciones claves del antifascismo como el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires.
Las demás universidades nacionales −Córdoba (que acogió, sobre todo, a exiliados judíos italianos como Rodolfo Mondolfo, entre otros), Buenos Aires y La Plata, por tratarse de las más antiguas y mejor establecidas− contaban con estructuras institucionales complejas y de larga data; el hecho de contar, además, con elites académicas propias, hacía que no hubiera tantos puestos disponibles a cubrir, motivo por el cual la recepción de exiliados fue en general más difícil. Por otro lado, desde el golpe militar de 1930, las principales universidades del país sufrieron intervenciones y purgas que se agravaron, en especial, en ocasión del golpe militar de 1943, cuando muchos profesores antifascistas fueron cesanteados y expulsados de la Universidad de Buenos Aires (entre ellos, Bernardo Houssay). Por todo ello, estas universidades no descollaron en la acogida a exiliados, pero de todas formas no se las puede pasar por alto, porque por tratarse de las casas de estudio más prestigiosas, solía recurrirse a sus académicos y profesores más reputados para brindar su apoyo, sus contactos y, sobre todo, su compromiso a través de cartas de recomendación que permitían llevar adelante gestiones, de tal modo que los profesores de estas universidades pesaban más por su influencia que por cualquier otra cosa, dado que estaban en el corazón del sistema universitario y científico argentino. La UBA sirvió como puerta de entrada al país de exiliados, a través de distintas invitaciones para brindar cursos de posgrado o de extensión que servían para tejer contactos y abrir puertas. En este sentido, por ejemplo, Francisco Ayala, que recibió el apoyo de Vehils para su viaje, viajó a Buenos Aires invitado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, para luego terminar instalándose en Santa Fe. En este contexto, ya hemos puesto de relieve el papel de Amado Alonso desde la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; también cabe destacar que la Facultad de Ingeniería apoyó la invitación a Pedro Pi Calleja mientras que la Facultad de Medicina, con el apoyo de Bernardo Houssay, se preocupó por atraer al médico Pío del Río Hortega a quien se le costearon conferencias (con el apoyo de ICEBA[17]) y se le facilitaron distintas gestiones.[18] Además Houssay presionó reiteradas veces a Vehils para que apoyara el ingreso a la Argentina del prestigioso médico Augusto Pi Suñer, pedido que no fue atendido por ICEBA —la trayectoria política de Pi Suñer como republicano y catalanista no era bien vista por Vehils, hispanófilo—.[19] Así, la UBA no pudo ofrecerles una cátedra a los nombres más prominentes del exilio republicano español. Del Río Hortega fue acogido por la propia Cultural Española de Buenos Aires, que le hizo montar un laboratorio de investigación científica que llevó el nombre de Ramón y Cajal y, además, costeó el salario de su director y asistentes, iniciativa que el rectorado de la UBA recibió con buenos ojos.[20] Finalmente, la gestión más importante emprendida por la UBA fue en favor de Claudio Sánchez Albornoz, respaldado por ICEBA y por la Fundación Rockefeller, a quien se le concedió una cátedra y la creación del instituto de Historia de España que hoy lleva su nombre, luego de pasar dos años en la Universidad de Cuyo, que le abrió las puertas para su ingreso al país; se trató de un caso excepcional por los respaldos institucionales que trajo consigo.
3. Palabras finales
En la Argentina, la recepción del exilio científico y académico republicano se dio a través de un complejo proceso en el que es necesario considerar distintas variables. En primer lugar, la existencia de gobiernos conservadores escasamente amigables para con los exiliados; dichos gobiernos cerraron sistemáticamente las puertas a refugiados provenientes tanto de la España bajo la égida de Franco como también, incluso, de la Europa dominada por los nazis: manera explícita se cerró la inmigración y se bloqueó la incorporación de refugiados en puestos universitarios de manera explícita.
En segundo lugar, aunque las políticas oficiales fueron hostiles, esto no significó que no hubiera otros canales para acoger exiliados que obraban por la vía de la influencia y la negociación. En este punto, el papel de ICEBA frente a los poderes públicos fue decisivo, puesto que gestionó permisos de desembarco y visados, así como también se movió frente a las propias autoridades universitarias. Profesores influyentes de la Universidad de Buenos Aires como Bernardo Houssay y Amado Alonso fueron también eslabones importantes en las cadenas de recomendaciones, gestiones, apoyos y negociaciones. Dicho de otro modo, la falta de una política de Estado en la Argentina de los años treinta limitó las posibilidades de recepción de los exiliados, pero no las bloqueó del todo.
En tercer lugar, las universidades del interior, algunas de ellas más endebles en sus capacidades institucionales y científicas debido a su corta edad, se percataron de la oportunidad de nutrirse de la savia proveniente del exilio y movieron diferentes resortes en ese sentido. Los casos más relevantes, en este contexto, fueron los de Cuyo y Tucumán, por la intensidad de sus gestiones y por el compromiso de sus autoridades, pero sin embargo sus derroteros revelan matices relevantes. La primera siguió una política intensa de captación de recursos humanos durante la gestión de Edmundo Correas quien, por tratarse de un hispanófilo conservador (si bien no integrista ni nacionalista católico), inspirado a su vez en las políticas de atracción de científicos que se estaban llevando a cabo en Estados Unidos, buscó el respaldo permanente de Rafael Vehils y coincidió con este en la decisión de solicitar el compromiso de los recién llegados de dedicarse exclusivamente a la actividad académica, y no a la política. Había, pues, reparos ideológicos vigentes que operaban a la hora de decidir a quién apoyar para una institución como ICEBA, que conservaría el reconocimiento oficial del gobierno español luego del triunfo de Franco en 1939. Por otra parte, la Universidad de Tucumán y, en especial, el Departamento de Filosofía y Letras, dirigido por Risieri Frondizi, llevó adelante una diversidad de gestiones con más independencia con respecto a ICEBA de la que demostró Correas desde Mendoza. Frondizi, que participaba de los foros intelectuales antifascistas más importantes de Buenos Aires y tenía contactos en Estados Unidos y Europa, hizo de Tucumán un polo en el que confluyeron no solo exiliados huidos de las experiencias totalitarias europeas, sino además colegas argentinos y latinoamericanos como Enrique Anderson Imbert, Alfredo Pucciarelli, Juan José Arévalo, Marcos Morínigo, Aníbal Sánchez Reulet, lo cual además se vio acompañado por una activa política editorial poco frecuente en una universidad de provincias de reciente conformación. Frondizi se movió con relativa independencia frente a ICEBA, a la que acudió en auxilio de los colegas españoles y su labor científica, pero a la vez atrajo a Tucumán a importantes nombres del exilio judío italiano huido de las leyes raciales de Mussolini, y no puso reparos ideológicos. Como sea, los dos casos que hemos elegido muestran las diferentes posibilidades que ofrecía la Argentina de los años treinta para acoger el exilio republicano español y, a la vez, pone en evidencia las múltiples estrategias que adoptó ICEBA para moverse en un sistema universitario tan complejo y variopinto como el argentino.
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- Al respecto, ver notas del rector de la UBA, Vicente Gallo, a Vehils, con fecha 23 y 29 de diciembre de 1938, en Archivo ICEBA, Residencia de Estudiantes, Correspondencia Recibida 6, 329-331.↵
- Carta de Amado Alonso a Rafael Vehils, con membrete del Instituto de Filología (UBA), Buenos Aires, 11 de mayo de 1938, Archivo ICEBA, Residencia de Estudiantes, Correspondencia Recibida 6, 130.↵
- Carta de Risieri Frondizi a Francisco Romero, Tucumán, 21 de agosto de 1937, Archivo de la JAAUE, documento 31. Ver también comprobantes de colaboración a la JAAUE, archivo Risieri Frondizi, Biblioteca Nacional, caja 4.↵
- Carta de José Babini a Vicente Nicolau Roig, Santa Fe, 7 de septiembre de 1937, Archivo de la JAAUE, documentos 8-9.↵
- Informe enviado por el comité de Rosario a la JAAUE, Archivo de la JAAUE, documento 95↵
- Carta de Víctor Arcelus a Vehils, Montevideo, 14 de abril de 1940 en archivo ICE, Correspondencia Recibida 8, 14; carta de Ángel Aller, de la Cultural Española de Uruguay, a Vehils, Montevideo, 3 de octubre de 1940. Archivo ICE, Correspondencia Recibida 8, 522.↵
- Las gestiones por Ortega y Gasset se pueden seguir en: cartas de Ángel García a Vehils, Rosario, 26 de junio, 7 de julio, 13 de julio y 25 de julo de 1939, Archivo ICEBA, Correspondencia recibida 7, 281-283, 287, 360-361 y 363.↵
- Cartas y telegramas intercambiados entre Francisco Ayala y Rafael Vehils, Archivo ICEBA, junio-septiembre de 1939, Archivo ICEBA, Correspondencia Recibida 7, 13-16,19-20 27-28, 281 y 282.↵
- Carta de Edmundo Correas a Rafael Vehils, Mendoza, 11 de diciembre de 1939, Archivo ICEBA Correspondencia recibida 7, 684.↵
- Carta de Edmundo Correas a Rafael Vehils, Mendoza, 2 de enero de 1941, Archivo ICEBA Correspondencia Recibida 9, 593.↵
- Carta de Julio Rey Pastor a Vehils, Buenos Aires, 22 de abril y 24 de septiembre de 1941, Archivo ICEBA Correspondencia Recibida 9, 500 y 498; carta de Edmundo Correas a Vehils, Mendoza, 7 de octubre de 1941, Archivo ICEBA, Correspondencia recibida 9, 610.↵
- Carta de L. Otero a Vehils, Montevideo, 21 de junio de 1940, Archivo ICEBA, Correspondencia recibida 8, 546.↵
- La invitación a Gaos está documentada en el archivo de Risieri Frondizi, donde puede encontrarse el contrato que se le extendió, el pedido de prescindencia política y también las gestiones emprendidas por Amado Alonso. Risieri Frondizi le insistió con el argumento de que le podría abrir puertas en editorial Losada en carta a Gaos del 6 de diciembre de 1938, donde le escribe “lamento de veras haber llegado tarde con el ofrecimiento de la Universidad de Tucumán”. Correspondencia de Gaos en Archivo Risieri Frondizi, Biblioteca Nacional, caja 5.↵
- Cartas de Amado Alonso a Risieri Frondizi, Buenos Aires, 30 de julio de 1938, 19 de agosto y 1 de octubre de 1938, Archivo Risieri Frondizi, Biblioteca Nacional, caja 5. Otros exiliados que arribaron a la Universidad de Tucumán fueron Renato Treves, Roger Labrousse, Pierre Hamelka, Gino Arias, entre otros.↵
- Carta de Lorenzo Luzuriaga a Rafael Vehils, Tucumán, 1 de agosto de 1942, Archivo ICEBA, Correspondencia Recibida 10, 531.↵
- Carta del decano de la Facultad de Medicina, UBA, a Rafael Vehils, Buenos Aires, 24 de septiembre de 1940, Archivo ICEBA, Correspondencia Recibida 8, 399.↵
- Diversas notas relativas a gestiones de Houssay ante Vehils y poderes públicos, en favor de Pío del Río Hortega y familia, por permiso de desembarco y otros asuntos, en Archivo ICEBA, Correspondencia Recibida 8, 458, 459, 460 y 461.↵
- Apoyó el pedido de Houssay en favor de Pi Suñer la Academia Nacional de Medicina. ICEBA, CR 8, 183-184; 447.↵
- Carta de Nicolás Matienzo, rector de la UBA, a Vehils, Archivo ICEBA Correspondencia Recibida 9, 630.↵