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9 Traductores en Argentina y México

Una aproximación

Andrea Pagni[1]

Introducción

El auge de los estudios sobre la Guerra Civil y el exilio republicano por un lado y sobre la historia del libro por otro, en conjunción con la perspectiva que aporta la historia de la traducción, ha impulsado en el curso de los últimos años la investigación sobre la labor traductiva del exilio republicano en América Latina.

En lo que hace a los traductores del exilio en Argentina, la exhaustiva tesis doctoral de Germán Loedel (2012a), muy bien documentada, constituye un aporte invalorable para futuros estudios específicos sobre traductores, traducciones y editoriales. Para el caso de México, los artículos sobre la traducción literaria del exilio español por Lizbeth Zavala Mondragón (2017), sobre la traducción de las ciencias sociales por Luis Morán Quiroz (2010), y la monografía de Nayelli Castro (2018) sobre la traducción de filosofía entre 1940 y 1970, analizan aspectos parciales. También aportan información valiosa la tesis doctoral de Lluís Agustí Ruiz (2018a) sobre la edición española en el exilio en México entre 1936 y 1956, y el libro de Gustavo Sorá (2017) que reconstruye la historia de Fondo de Cultura Económica (FCE) y de Siglo XXI; sobre todo en el caso de FCE, editorial fundada en 1934, la labor traductora de los exiliados españoles fue fundamental. Debido a los vínculos que estas dos editoriales tendieron entre México y Argentina, el libro de Sorá también pone en relación los campos editoriales de ambos países, lo que constituye una excepción entre las publicaciones existentes.

La información que aportan estos estudios y otros artículos sobre temas puntuales constituye la base que me permite, en lo que sigue, comparar ambos casos, ver en qué difieren y por qué; ver también cómo se interrelacionan –más allá del aporte de los exiliados a la traducción en el marco del crecimiento editorial en ambos países, que constituye el denominador común–.

Aquí propongo una lectura de la actividad traductiva de los exiliados republicanos hasta mediados de la década de 1950 considerándola como centro del aparato de importación cultural de Argentina y México respectivamente, y situándola en el contexto de la circunstancia histórica, política y cultural específica de cada uno de los países. El concepto de aparato de importación cultural lo tomo de Patricia Willson (2011), que lo define, siguiendo a Gouanvic (1999), como “la presencia en un espacio cultural determinado, de una serie de prácticas y agentes que tienen como centro la traducción y el traductor” (p. 146):

Entre las prácticas se cuentan la selección de lo que se traduce, la negociación de los derechos de traducción, la intermediación de los agentes literarios o sucedáneos, la organización de los textos traducidos en colecciones, la escritura de prólogos, la crítica literaria, la publicación de reseñas, el otorgamiento de premios, etc. Entre los agentes pueden incluirse editores, agentes literarios, directores de colecciones, prologuistas, reseñistas, criticos en general. En este sentido el aparato importador no se limita al campo editorial, sino que abarca otras empresas culturales y determinadas instituciones, como la prensa escrita, las revistas culturales, los medios académicos, las bibliotecas populares. (p. 146)

Ante la imposibilidad de abarcar en un artículo todos estos factores, me concentro en situar la importación cultural a través de la traducción en sus respectivos contextos nacionales y campos editoriales, y a partir de allí proponer puntos de comparación entre Argentina y México. Al final, propongo algunas hipótesis y posibles líneas de investigación que fueron surgiendo a lo largo de este trabajo.

1. Colecciones y traducciones desde 1910

Una primera pregunta apunta al grado de consolidación de los aparatos de importación cultural en ambos países a medidados de los años treinta. Como la importación cultural está estrechamente vinculada con las respectivas coyunturas políticas, propongo volver la mirada en un vuelo de pájaro a las tres décadas previas a partir de 1910, un año que se vincula emblemáticamente con la Revolución Mexicana en el norte, y en el sur con el Centenario de la Revolución de Mayo.

A los efectos de la comparación, ese momento puede considerarse como punto de partida de la gestación de políticas culturales de diverso cuño en ambos países, de las que la traducción forma parte. En México los gobiernos revolucionarios vuelven la mirada hacia la población indígena y el mundo rural que el porfiriato, abierto selectivamente a lo europeo, había ignorado (Garciadiego, 2010). En Argentina, los gobiernos de turno, abiertos a las corrientes de modernización provenientes de Europa, se ven enfrentados a las nuevas masas inmigratorias europeas llegadas al Río de la Plata desde finales del siglo XIX. Ambos gobiernos elaboran políticas de alfabetización, que generarán un crecimiento del público lector y tendrán resonancias diferentes en la respectiva actividad editorial y, específicamente, traductiva.

Su desarrollo en México fue más bien lento debido a los vaivenes de la Revolución, sin embargo ya en 1916 se lanza un proyecto editorial centrado en la traducción, y en los años veinte surge la figura del “estado editor” (Cervantes Becerril, 2019a). La Colección Cvltvra, que se desarrolló entre 1916 y 1923, fue la primera iniciativa editorial literaria de la Revolución con un fuerte acento en la traducción. Preveía “el lanzamiento quincenal de obras literarias [no solamente traducidas, A.P.], prologadas, anotadas y presentadas por colaboradores” (Sorá, 2017, p. 56), en forma de cuadernillos que se vendían por suscripción y se distribuían a través del correo postal, llegando a publicar 87 números hasta 1923 (Cervantes Becerril, 2018). Con un sesgo pedagógico, Colección Cvltvra, fue “el primer proyecto mexicano para la sistemática difusión combinada de un canon de literatura universal” (Sorá, 2017, p. 56). Allí se publicaron traducciones de Gabriele D’Annunzio (por  Carlos González Peña), André Gide (por Jaime Torres Bodet), Francis Jammes (por Salvador Novo), Selma Lagerlöf (por Agustín Loera), Friedrich Nietzsche (por Xavier Icaza), Jules Renard (por Genaro Estrada), George Bernard Shaw (por Antonio Castro Leal), Marcel Schwob (por Rafael Cabrera), Oscar Wilde (por Efrén Rebolledo), y también una antología titulada Tres grandes poetas belgas. Rodenbach, Maeterlinck y Verhaeren, con versiones de Enrique González Martínez, Alfonso Cravioto, Pedro Requena, Alejandro Quijano, Xavier Icaza y Enrique Díez-Canedo (Zavala Mondragón, 2017; Cervantes Becerril, 2018) –todos los traductores, con excepción de Enrique Diez-Canedo, eran mexicanos–. El proyecto no tuvo el éxito que sus impulsores esperaban, debido a “la pequeñez de las comunidades de lectores y la escasez de canales de distribución. Pese a que algunos títulos fueron reimpresos, las tiradas no superaban los trescientos ejemplares” (Sorá, 2017, p. 57).

En comparación con la década del diez, signada por la violencia revolucionaria, los años veinte son en México de bonanza y desarrollo cultural. En esta década se publicó la colección de clásicos, con peso en la literatura griega y latina.[2], que refleja el espíritu ateneísta de su fundador, José Vasconcelos (1882-1959), quien la impulsó primero desde el Rectorado de la Universidad Nacional (1920-21) y luego desde la Secretaría de Educación entre octubre de 1921 y junio de 1924 (González Kahn, 2013, p. 141).[3] Importa señalar que este programa tuvo al Estado mexicano como principal agente editor. Acerca de las traducciones, recuerda Julio Torri (1995, 17), quien quedó a cargo de la colección (y también había sido uno de los fundadores de Colección Cvltvra): “No expresamos más visiblemente los nombres de los traductores, porque temimos Vasconcelos y yo pleitos con las casas editoras, pues desgraciadamente con nuestras leyes romano-cartaginesas-yanquis, no está permitido el robo como el que perpetramos” (cit. en Guichard, 2004, p. 414 y en González Kahn, 2013, p. 164).[4] El programa fue interrumpido por las críticas a lo que se veía como un proyecto elitista: “Se reprochó a Vasconcelos el despilfarro de fondos públicos, la imposición de criterios culturales no populares, una actitud considerada como despreciativa ante las verdaderas necesidades del pueblo, la publicación de obras de difícil lectura, históricamente anacrónicas y carentes de aplicación práctica inmediata” (Fell, 1989, p. 490; ver también Garciadiego, 2015). A diferencia de la Colección Cvltvra el proyecto de Vasconcelos no fue un proyecto de traducción, sino un proyecto de difusión de clásicos, para el que apeló a la reimpresión y la piratería de traducciones españolas levemente modificadas. En definitiva, las dos colecciones fueron importantes, pero ambas fracasaron porque el público lector era muy reducido en esos momentos, y porque la oferta no respondía a lo que ese público esperaba y estaba en condiciones de leer.[5]

En cuanto a las editoriales comerciales que publicaron traducciones durante los años veinte y treinta, sobresale Ediciones Botas, fundada en 1907 por el español Antonio Botas, que publicaba sobre todo literatura mexicana, pero también “la obra traducida de Paul Bourget, Anatole France, Paul Verlaine y Eça de Queiroz, entre varios más” (Garone Gravier, 2017).[6]

En Argentina las décadas de 1910 y 1920 son las de “la emergencia del editor moderno” (Delgado y Espósito, 2006) y de un conjunto de proyectos editoriales que apuntaban al nuevo público lector surgido de la inmigración y formado en la escuela pública argentina, ofreciéndole libros al alcance de su gusto y su bolsillo, muchos de los cuales eran traducciones, muchas de las cuales eran reproducciones, frecuentemente pirateadas, lo que acortaba los plazos y abarataba los costos. “Los anaqueles del pobre” (Severino 1996, p. 49; cit. en Willson, 2004, p. 41) se abastecieron con los 872 títulos de la colección La Biblioteca de La Nación, publicados semanalmente entre 1901 y 1920, sosteniéndose en el moderno aparato de prensa del diario La Nación. Las traducciones son mayoría, frecuentemente indirectas del francés, muchas veces sin datos del traductor. Cuando esos datos aparecen, remiten con frecuencia a traducciones españolas ya existentes, muchas de ellas realizadas para las editoriales francesas, alemanas e inglesas, que tenían, antes de la Primera Guerra Mundial, el monopolio del libro en castellano en América. Pero también se publicaron traducciones argentinas firmadas por Lucio V. Mansilla, Bartolomé Mitre, Delfina de Vedia, Roberto J. Payró, Arturo Costa Álvarez, Miguel y Alberto Navarro Viola, entre otros (Willson, 2004, p. 52-53). A diferencia de lo ocurrido en México con la colección de clásicos, La Biblioteca de La Nación, que también privilegiaba la difusión de literatura traducida, tuvo un inmenso éxito, porque la demanda era grande y la oferta respondía en buena medida a lo que el público quería leer: la novela realista, la novela de folletín de segunda línea. Sin embargo también publicó a Goethe y Shakespeare, a los románticos franceses e ingleses y muchos títulos canónicos, contribuyendo a “ampliar las habilidades lectoras del nuevo público” (Willson, 2004, p. 55). A diferencia de la colección de Vasconcelos, este proyecto fue el resultado de la iniciativa privada del diario La Nación, y no contó con apoyo financiero del Estado.

Los “anaqueles del pueblo” se abastecieron en esas décadas también con los libros baratos de la editorial Tor, fundada por el inmigrante mallorquí Juan Torrendell en 1916, y los libros y revistas de Claridad, la editorial de Antonio Zamora, otro inmigrante español, cuya primera publicación fue una traducción de Anatole France que ya había aparecido años antes en Ediciones Mínimas (1915-1922) (Delgado y Espósito, 2006, p. 71), otro emprendimiento –el de Ediciones Mínimas– de publicaciones al alcance de todos los bolsillos, que incluyó muchas traducciones. Los lectores formados en la lectura de la Biblioteca de La Nación siguieron leyendo, después de 1920, los libros que editaban Tor y Claridad.[7]

Queda fuera de este panorama la traducción en revistas, por razones evidentes de espacio y de tiempo. Las revistas literarias y culturales constituían un soporte fundamental del aparato de importación cultural, porque permitían la publicación de textos breves, traducidos generalmente ad hoc, y que apuntaban a un público restringido y específico, y en buena medida no respondían a criterios de mercado.[8]

2. Políticas culturales y posturas intelectuales

Otro aspecto importante al comparar sendos aparatos de importación cultural en momentos previos a la llegada de los exiliados, tiene que ver con las políticas culturales implementadas por México y Argentina en relación con España, y por el gobierno español hacia México y Argentina entre 1910 y la década de 1930, que también fueron diferentes. La alta presencia de españoles en Argentina incide en las políticas españolas de exportación cultural que promovieron, sobre todo desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial –que provocó el cierre de la exportación de libros desde Francia e Inglaterra, que hasta entonces dominaban el mercado transatlántico del libro en castellano hacia América hispana– lo que Espósito y Dalla Corte (2010) denominan “la conquista de los mercados americanos”. El también llamado “movimiento americanista del libro español” apuntaba, desde Barcelona, sobre todo hacia Argentina, en menor medida hacia Chile y en tercer lugar hacia México. Particularmente Argentina era en esos momentos para los editores españoles un atractivo mercado emergente; cuando el historiador Rafael Altamira visitó Buenos Aires en 1909, propuso que España tradujera para América, y reemplazara así a Francia, que dominaba el mercado transatlántico del libro en traducción al castellano (Espósito, 2010; Loedel, 2012a: 92-98).[9]

A nivel de las políticas culturales de cuño oficial, en la segunda década del siglo se implementó un programa de visitas de académicos españoles a la Argentina. En el marco de la Cátedra de Cultura Española instalada en la UBA y financiada por la Institución Cultural Española de Buenos Aires (ICEBA) (Loedel, 2012a, p. 50) visitaron Argentina entre otros José Ortega y Gasset (1916), Ramón Menéndez Pidal (1917), Eugenio D’Ors (1921), Luis Jiménez de Asúa (1923), María de Maeztu (1926), Lorenzo Luzuriaga (1928) y ya en la década siguiente Claudio Sánchez Albornoz (1933), Manuel García Morente (1934) y Francisco Ayala (1936). Los tres últimos se exiliarían más tarde en Buenos Aires y traducirían para Emecé y Losada (Loedel, 2012a, 2012b). En los años veinte también llegaron a Buenos Aires Guillermo de Torre, quien sería asesor literario de Espasa-Calpe Argentina y luego cofundador y asesor literario de Losada (Loedel, 2012a, p. 65); invitado por Ricardo Rojas desde la Universidad de Buenos Aires llegó a Buenos Aires en 1927 también Amado Alonso, futuro director del Instituto de Filología de esa universidad,[10] colaborador desde los inicios de la editorial Losada y traductor. Estas visitas son hilos de la red en la que se apoyarán los exiliados, y que contribuirán a expandir.

En México la relación de intercambio con España en esa época es impulsada menos desde España, que por el compromiso y la iniciativa mexicana, a través de Alfonso Reyes durante sus años de residencia en España (Garciadiego, 1999, p. 357-358). No hubo en esos momentos un programa oficial de visitas de académicos españoles a México como el que hubo con Argentina, porque para España el México revolucionario no tenía la misma prioridad. Y cuando, años más tarde, en medio de la Guerra Civil, se organice un programa de visitas de académicos republicanos a México, la iniciativa partirá de México, concretamente de Daniel Cosío Villegas con el apoyo de Alfonso Reyes (Garciadiego, 2016).

1930 es otro año clave para entender las diferentes modalidades de consolidación de la importación cultural en Argentina y en México en su relación con España. En ese año el golpe de estado del general José Félix Uriburu pone fin a una época en que Argentina “competía exitosamente en diversos indicadores con las naciones más desarrolladas del mundo” (Terán, 2008, p. 226), e inaugura la “década infame”. Los años treinta estarán caracterizados por la fuerte incidencia militar en la esfera pública, con una impronta nacionalista conservadora y católica, en la que hay poco lugar para posiciones liberales defensoras de “la especificidad y prioridad del quehacer cultural” (Terán, 2008, p. 241.), y ningún interés en intensificar los vínculos con la España de la Segunda República. En México en cambio, la del treinta es la década en la que el gobierno de Lázaro Cárdenas dio los pasos necesarios para consolidar la base institucional que asegurara que los caminos conducentes al reconocimiento y la consagración intelectual, en última instancia, pasaran por el Estado (Miller, 1999, p. 52). Mientras en Argentina el gobierno estaba en manos de una derecha militar de mano dura, que generó severas críticas por parte de un sector importante del campo intelectual y puso trabas de todo tipo a la llegada de exiliados republicanos, en México gobernaba con Lázaro Cárdenas un simpatizante de los movimientos progresistas, que abrió las puertas a los intelectuales republicanos.

Estas diferencias en la coyuntura política de Argentina y México tienen consecuencias de peso en la respectiva relación entre los intelectuales y el Estado y por ende en la configuración del aparato de importación cultural, del que los intelectuales fueron agentes importantes como traductores, editores, reseñistas, críticos, directores de colecciones, de revistas, etc. En la década del treinta, en Argentina, buena parte de los intelectuales asumió posiciones fuertemente críticas frente al poder político, a diferencia de lo que sucedió en México. En su estudio sobre los intelectuales y su relación con el estado modernizador en el siglo XX, Miller (1999) concluye que, tanto en México como en Argentina, en este tiempo los intelectuales vieron restringido su campo de acción por las respectivas políticas estatales de corte nacionalista pero, a diferencia del Estado argentino, el mexicano invirtió recursos en la creación de una base institucional para sus intelectuales, ofreciéndoles incentivos que en Argentina sus pares no podían esperar.

Esto tuvo repercusiones diferentes en la política editorial vinculada con la traducción. La revista Sur, fundada en Argentina por Victoria Ocampo al año siguiente del golpe de Estado, y luego también la editorial homónima a partir de 1933, nucleó a intelectuales liberales críticos de la política del gobierno militar, y elaboró un programa de traducciones cuidadas de amplia resonancia continental, con objetivos muy diferentes de los de las editoriales ya existentes que, como Tor o Claridad, buscaban llegar a un público masivo (Willson, 2004).

 Un año después de la creación de la editorial Sur, en 1934, se funda en México, a propuesta de Daniel Cosío Villegas y con amplio apoyo del Estado, el Fondo de Cultura Económica, que nucleó a intelectuales y académicos mexicanos involucrados en la política cultural del gobierno cardenista.[11] Morán  Quiroz (2010) sostiene que se trata de “la primera empresa de la que haya noticia que explícitamente vinculara la actividad traductora con la producción de libros y con objetivos a la vez académicos (dotar de libros para la formación de profesionales) y económicos (proporcionar textos que ayudaran a arrancar el desarrollo económico del país)” (p. 135). La traducción literaria quedaba a cargo de la iniciativa privada, principalmente de la ya mencionada Ediciones Botas.

Esta era, entonces, a grandes rasgos, la circunstancia cultural y política en momentos en que empieza el exilio republicano, y esa circunstancia explica también en  buena medida el desarrollo diferente de los aparatos de importación cultural en ambos países hasta finales de los años treinta.

En la década de 1940 en México y en Argentina el respectivo aparato de importación cultural se desarrolló, se diversificó y la labor de traducción alcanzó una trascendencia fuera de serie. Desde 1939, con la Segunda Guerra Mundial y el inicio del franquismo, el comercio transatlántico de libros en castellano producidos en Europa se vio interrumpido, y el de libros españoles seriamente restringido. Un porcentaje muy alto de los libros que ya no llegaban eran traducciones. Durante la Primera Guerra Mundial Argentina ya había paliado por su cuenta en buena medida la interrupción del comercio transatlántico de libros e incentivado la publicación concediendo amplio espacio a las traducciones. En México, la situación era diferente, porque no se había constituido un aparato de importación cultural que pudiera compensar el colapso de los circuitos de importación transatlántica de libros.

El incremento de la actividad traductora y el fortalecimiento de las instituciones culturales, no sólo en México y Argentina, sino en todos los países de América Latina, también tiene relación con el posicionamiento de los intelectuales latinoamericanos frente a la Europa en guerra y con la reflexión acerca de la función que en tales circunstancias podía caberle a América Latina como depositaria del legado de la cultura occidental amenazada.

Los años cuarenta, en los que México consolidó el poder del Estado, apoyando a y con apoyo de los intelectuales, fueron en Argentina los años del nacional-populismo peronista, en los que “la mayoría de los intelectuales se encontró de hecho o de derecho –y muchos en continuidad con su militancia antifascista– formando en la filas del antiperonismo” (Terán, 2008, p. 261).

Podríamos decir, simplificando las cosas, que los exiliados encontraron en Argentina un terreno editorial bien abonado, “tierras fértiles”, como formula Patricia Willson, pero no pudieron contar con apoyo oficial, sino todo lo contrario, mientras que en México, con un campo editorial menos desarrollado, Lázaro Cárdenas les brindó todo el apoyo oficial que fue posible y sentó las bases para que la actividad de importación cultural se extendiera y consolidara. En la época que nos interesa, en México el aparato de importación cultural basado en la traducción va de la mano de las políticas de gobierno; en Argentina se organiza predominantemente al margen y a contracorriente de las políticas de gobierno. Sobre el trasfondo aquí esbozado, puede formularse la hipótesis de que el desarrollo de los respectivos campos intelectuales y la peculiar relación de cada uno de ellos con el campo de poder político, tanto en lo que los asemeja como en lo que los diferencia, conduciría a estrategias específicas de importación cultural, que se manifestarían en las prácticas de uno y otro país y en el modo en que dicha importación es pensada y llevada a cabo como parte de la intervención intelectual. Esta pregunta va más allá de la cuestión específica de los traductores y las traducciones del exilio, pero los incluye como parte de un campo de fuerzas en tensión.

3. Políticas, prácticas, agentes y redes de traducción

En lo que se refiere específicamente a los traductores del exilio, Germán Loedel (2012a) observa que “las políticas solidarias y acogedoras del presidente Lázaro Cárdenas hicieron de México el destino más llamativo, pero fue en Argentina donde el impulso traductor español encontró su primer arraigo, gracias al vigoroso y boyante desarrollo de la industria editorial argentina por entonces” (p. 109). En su estudio sobre el FCE y Siglo XXI también Gustavo Sorá (2017) llama la atención sobre “la relativa ausencia de editores profesionales y de un medio idóneo en el México de la década de 1930”, en relación con el proyecto del FCE, concebido originariamente como “una colección de traducciones de economía” (p. 46); según Sorá, “[e]n el caso de México, no es válido hablar de un campo editorial nacional hasta la década de 1940” (p. 56; énfasis en el original), y mucho menos de un subcampo de la traducción: Colección Cvltvra fue un proyecto interesante, pero sin continuidad, y la colección de clásicos de Vasconcelos se limitó a publicar traducciones españolas ya existentes por falta de tiempo, pero también de traductores y traducciones mexicanas. Es con la creación del Fondo de Cultura Económica en 1934 que en México aparece un proyecto moderno centrado en la traducción –limitado en aquel momento a textos que se consideraban indispensables para formar economistas que, dado el bajo nivel local de enseñanza de lenguas extranjeras, no estaban en condiciones de leerlos en su versión original–. Entre 1934 y 1938, antes de la llegada de los exiliados republicanos, el FCE publicó once libros de economía traducidos por mexicanos, sobre todo colaboradores y amigos de Cosío Villegas: Antonio Castro Leal, Salvador Novo, Makedonio Garza, Alfonso Reyes. Felipe de Jesús Tena, Roberto López, el mismo Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor, Julio Ocádiz y José A. Rivera. Con la llegada de los exiliados republicanos, desde 1939 se empezó a abrir el espectro de disciplinas y se crearon nuevas colecciones, dedicadas a la política, la sociología y la historia, a las que se sumaron entre 1942 y 1945 las colecciones de antropología, con La rama dorada de James Frazer como primer título, en traducción de Elizabeth Pound y Tadeo Ibáñez Campuzano, matrimonio exiliado en los EE.UU., y de filosofía, inaugurada con Paideia, de Werner Jaeger, traducido por Ramón Xirau y Wenceslao Roces (Garciadiego, 2016).[12] Javier Garciadiego destaca la importancia que tuvo la traducción del alemán a partir de la llegada de los exiliados, algunos de los cuales habían cursado estudios en Alemania. Traducen, entre otros, a los historiadores Ranke, Droysen, Mommsen y Burkhardt; a los filósofos Kant, Hegel, Marx, Cassirer, Husserl, Dilthey, Jaeger, Heidegger; a los sociólogos Alfred Weber, Max Weber, Karl Mannheim y Ferdinand Tönnies. Se trataba no solo de hacer conocer el pensamiento alemán en América, sino de rescatar en América esa zona de la tradición occidental asfixiada en la Europa en guerra, en la Alemania de Hitler y en la España de Franco. En ese sentido, Garciadiego (2016) subraya que la labor de los traductores del exilio en el FCE hizo del México nacionalista, salido de la Revolución, “un país verdaderamente occidental”, participante en el “banquete de la civilización” del que hablaba Alfonso Reyes.

Un proyecto de largo aliento, iniciado en 1944 y financiado con fondos públicos, fue la ya mencionada Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, creada en el marco del Centro de Traducción, fundado ese mismo año 1944, “que más tarde se convirtió en el Centro de Estudios Clásicos y finalmente en el actual Instituto de Investigaciones Filológicas” de la UNAM (Castro Ramírez 2013, p. 185). Muchas de las ediciones bilingües de la Bibliotheca… en el período considerado aquí fueron obra de exiliados como José M. Gallegos Rocafull, traductor de Séneca; Juan David García Bacca, traductor de Jenofonte, Platón, Plotino, los presocráticos; Agustín Millares Carlo, traductor de Cicerón, entre otros (Castro Ramírez 2013, p. 197-200).

Los exiliados también fundaron editoriales que publicaron traducciones: de las ciento once editoriales comerciales fundadas en México por exiliados republicanos, repertoriadas por Lluís Agustí (2018a), que publicaron 2302 títulos entre 1936 y 1956; unas cincuenta también publicaron traducciones. Sobresale Costa-Amic, con casi medio centenar de traducciones en la década de 1940; el mismo editor había dirigido anteriormenta Quetzal, fundada por Ramón J. Sender, “una de las editoriales más emblemáticas del exilio”, que en los años cuarenta publicó “obras francesas tanto en español como en francés, con la intención de exportar sus ediciones a Canadá” (Zavala Mondragón 2019). Otras editoriales que publicaron traducciones de una amplia gama de temas y disciplinas fueron Ediciones Centauro, Ediciones Minerva, Editorial Atlante, Editorial Leyenda, UTEHA etc. De la documentación reunida por Lluís Agustí se desprende que las editoriales mexicanas fundadas por exiliados que publicaron la mayor cantidad de traducciones privilegiaron los temas científicos y técnicos, por un lado, y políticos y de historia contemporánea, por el otro. En el campo de la literatura, sobresale la literatura europea traducida del alemán, francés e inglés, y la literatura grecolatina; en muchos casos se reimprimieron traducciones que habían sido publicadas durante la Segunda República, compensando lo que la censura franquista destruía o prohibía.[13]

A diferencia de México, en Argentina las editoriales del exilio[14] privilegian la traducción de literatura, aquí sobre todo contemporánea. Remitiendo a Díaz Arciniega (1994, p. 83-84), Gustavo Sorá (2017, p. 65-66) propone la existencia de una cierta división de tareas: en México el FCE publica (y traduce) en el área de economía y ciencias sociales; en Argentina, Losada, Sudamericana, Emecé y muchas otras editoriales de exiliados –Poseidón y Nova entre otras– apuestan por la literatura, aunque la división no es estricta ni mucho menos.[15]

Germán Loedel (2012a) traza el perfil bio-bibliográfico de 74 traductores del exilio y contabiliza 656 traducciones entre 1936 y 1975 (p. 10). La mayor parte de esas traducciones se publicó en editoriales fundadas o dirigidas por españoles, entre 1936 y 1955; en cuanto a las lenguas de traducción, predominaron entre los exiliados el inglés (41%), seguido del francés (25%), el alemán (14,6%) y el italiano (7,34%) (p. 274); la editorial que más traducciones publicó entre 1936 y 1955 es Losada, con poco más del 26%, seguida por Sudamericana (14,86%), Emecé (6,76%) y Poseidón (5,60%) (p. 282); en lo que se refiere a las disciplinas, en la misma época, ocupan el primer lugar las traducciones de literatura (33%), seguidas de las biografías (18,53%), derecho y ciencias sociales (9,85%), filosofía (8,49%) y pedagogía (8,11%) (p. 293). Estas cifras parecen avalar la hipótesis de la complementariedad de géneros de traducción entre México y Argentina, pero también muestran que es una complementariedad relativa. Un estudio para el caso de México comparable al de Loedel para Argentina, permitiría verificar o falsificar esta hipótesis, y avanzar en la comparación de ambos campos de traducción con foco en el exilio.

4. Estudios de traducción en perspectiva comparada: redes, públicos, variedades lingüísticas, traducciones consagradas

Para terminar, quisiera llamar la atención sobre algunas posibles líneas de investigación que fueron surgiendo a lo largo de mi acercamiento a la traducción del exilio republicano en Argentina y México.

En primer término queda por estudiar de manera sistemática la creación y el funcionamiento de redes de editoriales y traductores del exilio republicano en toda América Latina. En lo que se refiere específicamente a Argentina y México, menciono solamente algunos datos conocidos: Losada tuvo durante un tiempo la representación exclusiva del FCE para Argentina, Uruguay y Paraguay, hasta que en 1945 el FCE abrió su sucursal en Buenos Aires, bajo la dirección de Arnaldo Orfila Reynal (Sorá, 2017); la Editorial Hermes, en México, fundada en 1940 con participación principal de Antonio López Llausàs, director de Sudamericana en Argentina, distribuía los libros de Sudamericana y publicaba en México a autores de éxito traducidos en Argentina (Fèrriz Roure 2001; Agustí Ruiz 2018a). José Medina Echavarría, director desde 1939 de la sección de Sociología del FCE, tradujo en 1942 el Manual de Sociología de Morris Ginsberg para la Biblioteca de Sociología de Losada que desde 1941 dirigía Francisco Ayala, y dos obras de Ayala (El problema del liberalismo y Oppenheimer) fueron publicadas en la sección de Sociología del FCE (Martínez Chávez, 2017, p. 27).[16] Un capítulo de estas relaciones lo constituye la piratería de traducciones. Horacio Tarcus (2018) ha dedicado un libro a las traducciones de El capital, en el que se refiere a las prácticas mediante las cuales la editorial comunista argentina Cartago reeditó, con algunos cambios, la traducción de Wenceslao Roces del FCE, a un precio mucho más accesible en Argentina que el de la editorial mexicana.

Otro aspecto que merecería analizarse comparativamente tiene que ver con la recepción: las editoriales que publican traducciones literarias apuntan a un público diferente y mucho más amplio que las que focalizan su programa en la traducción de textos técnico-científicos, de economía y derecho, o incluso de filosofía, sociología y antropología.[17] En ese sentido, la relativa división de tareas de traducción constatada entre Argentina y México, puede verse vinculada también con las dimensiones y características del público lector en el juego de la oferta y la demanda. Al abrirse a las ciencias sociales y la filosofía, en razón de la repentina presencia de traductores exiliados, el FCE conquista un público más amplio que aquel al que apuntaban los textos de economía, pero todavía restringido si comparamos con el que lee a Pearl S. Buck, Viki Baum o Aldous Huxley en las traducciones para Sudamericana, que también publica en México la editorial Hermes. El apoyo financiero del gobierno mexicano permitió al FCE lanzar un programa de traducciones de economía sin tener que depender del éxito de ventas. Con la llegada de los exiliados el número de traductores y especialistas en temas de edición aumentó de manera exponencial en México, pero no así el público lector. Esto llevó a perfeccionar la distribución del libro mexicano especializado y su exportación a América Latina y España. También en Argentina las editoriales exitosas apuntaron a la exportación latinoamericana y transatlántica.

Queda por estudiar comparativamente la política editorial vinculada con la variedad lingüística del español de las traducciones. En un artículo titulado “El oficio de traductor y la naturalización de las ciencias sociales en México”, Luis Morán Quiroz (2010) sostiene que “una política explícita” del FCE fue “la de ‘naturalizar’ las traducciones para hacerlas accesibles a los lectores que manejan los giros mexicanos del idioma español” (p. 126). Por lástima el autor no ofrece ejemplos para avalar su tesis. Sería útil comparar, por ejemplo, alguna traducción publicada con anterioridad en España con la versión reeditada más tarde por el FCE, para determinar el grado de “naturalización” y verificar o falsificar lo que por el momento es una hipótesis de lectura.[18]

Otra cuestión vinculada con la comparación de traducciones tiene que ver con la crítica que se ha hecho a ciertas traducciones consagradas. Horacio Tarcus (2018) recuerda que Jorge Semprún (1995) en un tono abiertamente polémico calificó a Wenceslao Roces, traductor de El capital para el FCE, de “viejo catedrático de Derecho Romano que ha infestado con pésimas traducciones de Marx el mundo cultural hispanoamericano” (p. 66-67). Tarcus comenta:

Si bien el juicio podía tomarse con reservas por provenir de un rival dentro de las fracciones del PCE, las objeciones a la labor de Roces de Pedro Scaron, el siguiente traductor directo del alemán, fueron tan precisas como contundentes. Y aunque Roces nunca respondió en forma directa a Scaron, se esmeró en introducir en la cuarta edición muchas de las objeciones que le había lanzado su rival. En 2017, el sociólogo colombiano Erick Pernett García consagró a la crítica de la traducción de Roces un volumen íntegro que supera las trescientas páginas, donde identifica y corrige quinientos cuatro errores, algunos conceptuales, otros tipográficos. Si los editores mexicanos tomaran nota de estas correcciones, podrían lanzar en el futuro una quinta edición revisada de El capital. (2018, p. 66-67)

El cotejo de traducciones con los originales y la comparación de versiones diferentes de un mismo original es una tarea ardua, pero también apasionante, y los resultados que pueden extraerse son iluminadores, y muchas veces imprevistos. No se trata de clasificar de buenas, regulares o malas a las traducciones, como hace aquí Semprún, sino de identificar, entender y ponderar las estrategias y prácticas de traducción puestas en juego. La ingente obra de traducción de la filosofía, la sociología, la historiografía alemana llevada a cabo por los exiliados en México no ha sido estudiada todavía desde esta perspectiva.

Aparte de estos temas, queda mucho por hacer a partir de las valiosas informaciones que ofrecen las investigaciones existentes mencionadas al comienzo de este artículo: el análisis comparativo de los programas de traducción de las distintas editoriales en ambos países a través de sus catálogos,[19] el estudio comparativo de las figuras de traductor según el grado de profesionalización, dedicación e inserción en los circuitos editoriales y, tomando en cuenta los motivos que impulsaron la práctica traductora, que muchas veces tuvo una función alimentaria;[20] el relevo y la comparación de traducciones por traductores diferentes publicadas en ambos países, etc.

Los traductores y las traducciones del exilio republicano constituyen, como he intentado mostrar en esta contribución, un objeto de estudio complejo y todavía no suficientemente explorado en el campo de la historia de la traducción en América Latina. Las investigaciones de los últimos años ofrecen un punto de partida para lo que podría ser un proyecto de investigación de largo alcance en la convergencia de estudios de traducción, historia de la cultura impresa, de las redes intelectuales y del exilio republicano.

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  1. Universität Erlangen-Nürnberg.
  2. Los 17 volúmenes publicados fueron: Homero, La Iliada (2 vol.), La Odisea; Esquilo, Tragedias, Eurípides, Tragedias; Dante, La Divina Comedia, Platón, Diálogos (3 vol.); Plutarco, Vidas paralelas (2 vol.), los Evangelios, Romain Rolland, Vidas ejemplares, Plotino, las Enéadas (selección); Tolstoi, Cuentos escogidos, Tagore, Obras escogidas, Goethe, Fausto. Quedaron sin publicar obras de Shakespeare, Ibsen y Bernard Shaw (Marsiske, 2013)
  3. En cuanto a la política de traducción, observa Guichard (2004) que Torri retocó la traducción de Segalá de La Ilíada, y “usó para su corrección la versión francesa de Leconte de Lisle, introduciendo más de un error” (p. 414).
  4. Castro (2018) remite a Cosío Villegas (1976): “De acuerdo con Cosío, dado que ‘no podía pensarse siquiera en traducirla directamente del griego, tanto por el desconocimiento de la lengua, como por el tiempo que se llevaría hacerla de ese modo’, Vasconcelos pidió a Ramos, Cosío Villegas y Villaseñor traducirlas usando como textos fuente traducciones inglesas y francesas (1976: 76)” (p. 26).
  5. Con la creación en la UNAM de la colección Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana en 1944, auspiciada también por el Estado, la traducción de clásicos adquirirá un nuevo impulso (Castro Ramírez 2013).
  6. No he podido identificar hasta el momento a los traductores, de modo que queda por aclarar también si Ediciones Botas reeditaba traducciones existentes, o si se trataba de nuevas traducciones, y en ese caso, quiénes fueron los traductores.
  7. La Nota al final de la sección “Bibliografía” en Los pensadores Nº 101, diciembre de 1924 da cuenta del carácter pedagógico del proyecto de Antonio Zamora: “Si Luis de Val, Carolina Invernizio, Jorge Ohnet y otros mediocres envenenaron generaciones enteras, debemos evitar que la nuestra se intoxique con la literatura chirle, cursi y pornográfica que se ofrece en revistillas semanales. Hay que alejar al pueblo de esa mala literatura. En todas partes hay bibliotecas públicas llenas de libros que no se leen; es preciso aprovecharlos leyéndolos y recomendando su lectura a los demás. Es con este criterio que aparecerá esta guía en todos los números de LOS PENSADORES” (cit. en Cedro, 2012, p. 55).
  8. Por dar dos ejemplos emblemáticos, recordemos en México, Contemporáneos, la revista del grupo homónimo, que se publicó entre 1928 y 1931, y se imprimía en la imprenta de Cvltvra; en Argentina, la revista Martín Fierro, publicada entre 1924 y 1927.
  9. Recordemos que Revista de Occidente, que se funda en 1923, publicó antes de 1939 160 obras traducidas, que Espasa-Calpe distribuía en América Latina (Loedel, 2012a, p. 53).
  10. Para la actividad de Amado Alonso en el Instituto de Filología véase Lida (2019).
  11. Jesús Silva Herzog (1993), uno de los motores de la Junta de Gobierno del FCE, recuerda en sus memorias que los miembros de dicha Junta desempeñaban cargos de responsabilidad en el gobierno, por lo cual llegaron a tener “poder e influencia” (p. 485), y viceversa: “Por algo así como por tradición, a los secretarios de Hacienda los nombrábamos presidentes de la Junta de Gobierno (de la editorial)” (p. 487). Semejante relación con el Estado habría sido impensable en el caso de las nuevas editoriales argentinas.
  12. Los traductores de los libros publicados en 1939 fueron: Emma Salinas, Salvador M. Echavarría, Emigdio M. Adame, Manuel Martínez Báez, María L. Díez-Canedo, José L. Depetre y José Silva (Sorá, 2017, p. 63). Teresa Fèrriz Roure (1998/2001) escribe, subrayando el aporte de los traductores catalanes: “Creado para traducir libros de economía, con la llegada de los republicanos españoles [el FCE, A.P.] diversifica su catálogo y se enriquece con nuevos colaboradores, convirtiéndose en un transmisor de cultura universal por toda América Latina, sobre todo a partir de las traducciones que siempre han sido centrales en la organización de sus catálogos. Entre los traductores catalanes del Fondo se encuentran intelectuales de la talla de Joan Roura-Parella, Josep Ferrater Mora, Eduard Nicol, Alfred Pereña, Joaquim Xirau, Francesc González Aramburu, Katy Sánchez de Torre, Alba Cama y un largo etcétera” (p. 114-115).
  13. “Los más grandes escritores, Balzac, Barlett, Bala, Abt, Sir Norman Angell, Benes, Brinton, Burnet, Cannan, Cicerón, Colette, Cuvillier, Dumas, Durkheim, Queiroz, Elliot, Fulton, Andrés Gide, Gunther, Hamilton, Heller, Jennings, Kant, Federico List, Marx, Masaryk Neuman, Ozanam, André Rousseau, Stendhal, Stern, Tucídides, Weber, Víctor Von Hagen, y muchos cientos de otros escritores extranjeros han sido traducidos al español por los refugiados republicanos que aclaran sus obras con notas explicativas, y que para la mayoría de los libros traducidos han escrito prólogos. Del inglés, francés, alemán, italiano, portugués y otros idiomas extraños al castellano, los refugiados: Doctor R. Carrasco Formiguera, Fernando Valera, Ernestina de Chapourcin [sic], F. Giner de los Ríos, José Carner, Pedro Bosch Gimpera, Luis Delgado de Vargas, Doctor Ramón Bertrán, Luis Jiménez de Asúa, Luis Recaséns, Teodoro Ortiz, Ignacio del Castillo, Vicente Herrero, Ángel Samblancat, Mariano Ruiz Funes, Daniel Tapia Bolívar, Aurelio Camnio, J. Pi Suñer, Javier Márquez, José Rovira, Eugenio Ímaz, Wenceslao Roces y muchos otros escritores, han traducido libros más importantes. Sería imposible dar los títulos de todos ellos.“ (Fresco, 1950, p. 94).
  14. Adopto aquí la fórmula utilizada por Loedel (2012a): “consideraremos traductor del exilio en este trabajo a toda aquella persona que, según los registros encontrados, se vio forzada a abandonar España –independientemente del motivo que haya tenido para hacerlo– y que ejerció la traducción en Argentina, bien fuera por vocación, por profesión, por casualidad, empujada por las circunstancias o por necesidad” (p. 4)
  15. El hecho de que Editorial Hermes, una confundación argentino-mexicana que representaba a Sudamericana en México, publicara entre 1940 y 1956 más de 80 títulos, sobre todo de literatura, avala la hipótesis. Enric Foch, director de Paidós España, recuerda que “toda la parte de ficción, toda la parte de creatividad literaria, venía desde Argentina y toda la parte de no ficción, toda la parte de ciencia social, primordialmente venía de México” (en Lago Carballo y Gómez Villegas, 2006, p. 144). Esta afirmación, que no hay que tomar al pie de la letra, da cuenta de una percepción generalizada.
  16. Morales (2013) analiza en profundidad las relaciones intelectuales entre Medina Echavarría y Ayala en el “corredor de ideas establecido entre Argentina y México” (p. 1) durante el exilio republicano. Martínez Chávez (2017) parece desconocer el estudio ejemplar de Morales.
  17. Es también el caso de la publicación de colecciones de literatura erótica, biografías, o de divulgación general, muy difundidas en ambos países.
  18. Hace algunos años, comparé la traducción por Francisco Ayala del relato de Thomas Mann Las cabezas trocadas (Sudamericana 1942) con la versión inédita de Xul Solar realizada en la misma época sobre el transfondo de la polémica acerca de la “peculiaridad lingüística rioplatense” –el libro de Américo Castro fue publicado por Losada en 1941–, y aunque Ayala fue un traductor de perfil bajo en cuanto al españolismo de su prosa, las diferencias son notables, más allá de la idiosincracia lingüística de Xul Solar (Pagni, 2014).
  19. Sobre el análisis de catálogos, véase Costa & Garone Gravier (2020) y con foco en los años 1938-1950 en Argentina, Larraz (2018). Garone Graiver (2020) analiza los catálogos del FCE; Gerhardt (2019) y Larraz (2016), con distintos acentos, los de Losada.
  20. Sobre la “función alimentaria” de la práctica traductiva en situación de exilio, véase Falcón (2018).


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