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9 Revisión de algunas claves teórico-metodológicas para superar la dicotomía rural-urbana en la frontera entre el campo y la ciudad

María Mercedes Cardoso

Introducción

El avance rápido de la ciudad y su modo de vida sobre la región circundante estructura el proceso de cambio en la actualidad, así como viene sucediendo en los últimos 50 años. El modo de habitar del hombre y transformar el territorio no ha hecho más que expandirse, generando un área específica en la que los usos del suelo, funciones y formas de organización socio-económica se yuxtaponen. En esta dinámica se identifica una modalidad dilapidadora del aprovechamiento de los recursos, entre ellos, el suelo, dejando intersticios vacíos, desaprovechados, mal empleados. Como consecuencia, se constituye un mosaico paisajístico fragmentado morfológicamente, heterogéneo en cuanto a los sentidos, significados e identidades de esos lugares, y desde la perspectiva de la planificación y la gestión, dominado por la anarquía territorial. Es un tercer territorio, distinto del rural y del urbano, que se incorpora a la dinámica integradora metropolitana, pues pasa a formar parte del sistema de asentamiento de escala regional o micro-regional.

La frontera entre lo urbano y lo rural se configura a partir de la tensión y el conflicto de fuerzas, generalmente bajo la preponderancia de los intereses de la ciudad sobre el campo, el cual desarrolla, en ocasiones, mecanismos de resistencia y resiliencia. La ciudad avanza hacia el campo demandando sus espacios verdes, sus recursos y servicios ambientales, su producción, su cultura culinaria y festiva. El pulso de estas avanzadas puede ser diario, semanal, esporádico, según se trate de paseos, vacaciones, opciones de segunda o primera residencia.

Existe consenso, en la academia, en que las categorías urbano y rural no son únicas ni excluyentes. A su vez, ellas han cambiado su definición y contenido. La presencia de actores sociales, funciones, actividades y paisajes, que ya no se distinguen claramente como urbanos o rurales requiere de nuevas respuestas teóricas y tratamientos metodológicos. Esta frontera entre el campo y la ciudad está representando un desafío para su estudio.

En la literatura de las últimas décadas, se pueden encontrar trabajos que sostienen la hipótesis de que la tradicional dicotomía ciudad-campo ha sido superada por quienes se han dedicado al estudio de los procesos de suburbanización, al planteo de la teoría del continuum rural-urbano o de las franjas de transición entre los dos ámbitos tradicionalmente antagónicos. Sin embargo, según autores como Ramírez (2020), esta dicotomía aún continúa vigente, ya que siguen existiendo vacíos teóricos y metodológicos para resolverla. Estos vacíos se traducen en prácticas en el territorio que no toman en cuenta la singularidad del mismo, es decir, el área que queda indefinida no se estudia, no se comprende, no se diagnostica, no se gestiona, ni se ordena. Se incorpora, así, otra dificultad en la gestión y las políticas que no contemplan o que ignoran este otro territorio no urbano ni rural.

El objetivo general del capítulo consiste en exponer los principales aportes hechos en el ámbito latinoamericano (recuperando también algunos estudios europeos y norteamericanos), en las últimas cinco décadas con referencia a las teorías, instrumentos metodológicos y conceptos que puedan representar esas claves superadoras para el estudio de estas nuevas fronteras en transformación. Para ello se recurrió a un trabajo de investigación descriptivo e interpretativo, basado en el análisis y comparación de fuentes diversas: obras de carácter fundamentalmente teórico, artículos científicos con contribuciones de estudios de caso, tesis, libros colectivos producto de congresos y encuentros internacionales.

El problema que se constituye en torno a la frontera entre el campo y la ciudad tiene tres dimensiones principales, las cuales son abordadas en los tres apartados que constituyen este capítulo. En el primero de ellos, se trata el problema de las categorías teóricas de análisis (suburbano, periurbano, rururbano, nueva ruralidad, tercer territorio). En el segundo, el problema de las teorías (los ciclos espaciales, clean break, ruptura con el pasado o contraurbanización, la urbanización del campo, la hibridez). En el tercero, se abordan los instrumentos metodológicos (modelos de concentración/desconcentración demográfica, movilidad espacial, costos económicos de recursos, distancia, demanda, análisis espacial, etnografía, análisis del discurso).

La revisión de las tres dimensiones del problema posibilita la búsqueda de claves que den luz para poder superar la anacrónica dicotomía rural-urbano que se aleja de la realidad y que representa un escollo para el estudio, planificación, gestión y ordenación del territorio de frontera entre el campo y la ciudad.

El problema de las categorías teóricas: algunas claves

La interfase o frontera se ha convertido en un verdadero cajón de sastre del cual salen todo tipo de conceptos: interfase urbano-rural, rural-urbana, suburbano, periurbano, rururbano son empleados de manera indistinta, generando una confusión terminológica que tiene un impacto directo en el espacio. Así, este último, en tanto sector indefinido o definido de forma imprecisa, carece de identidad propia y por lo tanto no se lo conoce, comprende, legisla, ordena, ni controla.

Desde sus orígenes, los términos periurbano y rururbano tuvieron el mismo contenido, al punto que se podía aludir a uno u otro. La expresión rururbano es empleada por Bauer y Roux (1976) en sus estudios en Francia. Identifican como rururbano a aquellas áreas que rodean a las ciudades antiguas, donde la presencia dominante de viviendas unifamiliares, dispersas y aisladas cohabita con la persistencia de áreas agrícolas y forestales (o naturales). Ese proceso de transformaciones en los usos del suelo y en la actividad de los residentes es acompañado por mutaciones socio-demográficas.

El concepto de periurbano surge también en Francia, a través de un estudio hecho por el Ministère de l’Environnement et du Cadre de Vie – Service de l’information ante la creciente tendencia en la construcción de viviendas unifamiliares (Sarasa, 1997). En 1979, bajo la coordinación de Jacques Mayoux, se publica un informe que define al periurbano como aquellos sectores de crecimiento de la ciudad más allá de sus límites históricos, de forma poco densa y con predominio de la vivienda unifamiliar. Casi una década después, Valenzuela Rubio (1986) define al periurbano como un espacio continuo, de predominio urbano, zona transitoria que ofrece una amplia gama de usos tan dispares, como grandes equipamientos y parques metropolitanos, polígonos industriales, ciudades dormitorios y urbanizaciones de baja densidad de edificación con espacios de agricultura residual. Aunque a veces esta agricultura se apoya en el aprovechamiento de espacios no legales, como los huertos marginales en zonas de reservas de suelo, también puede abarcar formas de tipo intensivo, en capital y trabajo, muy competitivas.

Con el correr del tiempo, ambas categorías fueron evolucionando y se llega a distinguir que el periurbano forma parte del fenómeno urbano (es la periferia de la ciudad, más allá del suburbano), constituyendo la cara interna de la interfase. Mientras que el rururbano es otro territorio, con dinámica y contenido propio, que genera cierta centralidad, ya no es periferia del fenómeno urbano y dentro de la interfase podría identificarse con la “cara externa”.

La interfase ciudad-campo también es definida con conceptos que provienen de la Ecología pero que, a su vez, han ido tomando un contenido social, económico y cultural, como es el caso de borde y ecotono. Smith y Smith (2001:316) los distinguen de esta manera: “Un borde es donde se encuentran dos o más comunidades vegetales. Un ecotono es donde dos comunidades vegetales no solamente se encuentran, sino que además se intergradan”. En la definición de ecotono, se destaca la tensión que se produce entre las comunidades de los ambientes que entran en contacto. Para Clarke (1975:478) “la tensión en cada comunidad puede originarse principalmente a consecuencia de la lucha con las condiciones físicas o de la competición directa entre ciertas especies”. La tensión es una condición clave y excluyente en el ecotono, al igual que en el espacio rururbano. Bozzano (2000), desde la mirada geográfica, se refiere a territorio de borde por el encuentro y alternancia de actividades productivas primarias intensivas y secundarias. No se trataría de una mera superposición de elementos y actividades propias de espacios urbanos y rurales, sino que se dan dinámicas particulares.

Por su parte, para Petagna de Del Río (1990), el rururbano es un ecotono geográfico que tiene analogías con el ecotono ecológico, ya que son áreas de extensión menor que las adyacentes y poseen diversidades en los bordes y particularidades en el centro. Entre las principales diferencias, la autora señala que mientras que en el ecotono ecológico las variaciones de distribución están sujetas al cambio ambiental y son lentas, en el ecotono geográfico las variaciones de distribución están sujetas a la acción humana, son comportamentales, planificables y se caracterizan por ser rápidas. El aporte teórico que la Ecología ofrece a los geógrafos para identificar la organización de estos espacios reside, sobre todo, en el tratamiento espacial que ambas disciplinas dan a las relaciones de las que se ocupan.

Desde otra mirada, Ramírez (2017) propone el uso del término borde para sustituir la categoría de periferia urbana y designar zonas que podrían ser también centrales aunque de otra manera, independientemente de que se encontraran alejadas del centro de la ciudad o de la propia ciudad. A diferencia de las periferias, los bordes no son espacios planos ni homogéneos que se encuentran en una sola dimensión, sino que son multidimensionales y se conforman a partir de diferentes agentes que se manejan en distintas escalas. Ramírez (2020:36) indica que “concebir al borde como un espacio dinámico, multidimensional y diferencial permite hablar de muchas tendencias que puede adoptar en su desarrollo, por lo que no necesariamente un borde tendría que ser inevitablemente urbano, sino que podría mantener una dinámica de cambio importante hacia otra forma de transformación, pero siendo una ruralidad cambiante y dinámica que presenta múltiples tendencias. Éstas se estructuran a partir de relaciones de poder que permiten evolucionar dinámica y diferencialmente a estos espacios”. En tanto territorio multidimensional y dinámico, los bordes asumen la cualidad de una frontera, conformada por diversos dispositivos complejos y cambiantes, de variable duración y que poseen diferentes funcionalidades. En las fronteras se territorializan la diferenciación, la separación, la identificación y la cohesión.

Barros y Zusman (2000) reflexionan acerca de los puntos de vista desde los cuales se estudian las fronteras, especialmente para el contexto latinoamericano. Entre las tres lecturas que hacen, la tercera tiene a la frontera como lugar específico, diferenciado de otro, en el que es posible descubrir dinámicas propias y donde se dan encuentros y desencuentros entre actores. Para el caso de Argentina, las autoras identifican una mayor presencia de consumo de lugares en el ámbito rural y rururbano gracias a la puesta en valor como recurso escénico, muy distinto del uso del recurso suelo en la actividad agropecuaria.

Independientemente de la ubicación o posición relativa, en este capítulo la rururbanidad se reconoce como un fenómeno que no se restringe a una localización determinada, sino que se define por el modo de habitar, de relación con el entorno, de movilidad, de producción. El elemento de cohesión es la identidad de los habitantes y su apego al lugar, procesos que se dan aunados al consumo de lugares en estos ámbitos, gracias a la valorización del paisaje.

En este proceso de evolución y de apropiación de conceptos nace la concepción de rururbano como un híbrido (Barros y Zusman, 2000), mezcla inacabada de lo rural con lo urbano, en el que la heterogeneidad de las formas y funciones potencian el contacto, la fusión y la intrusión. La modernidad planteó una visión dicotómica del mundo: naturaleza y cultura; urbano y rural. Latour (2008) propone otra manera de entender la realidad, superando la dicotomía y focalizando en el espacio vacío. La hibridez en Geografía se manifiesta en esta interfase o vacío conceptual entre las dos categorías puras, lo urbano y lo rural, para dar origen a una tercera categoría, con rasgos propios, el rururbano. Desde esta concepción se toma al rururbano como tercer territorio.

Desde la perspectiva relacional, el territorio rururbano se teje como una trama compleja en la que se entrelazan diversos actores (locales y globales) y dimensiones dispares (físico-natural, económica, política, simbólico-cultural). Según las circunstancias propias del momento histórico, una dimensión cobra mayor fuerza que otra, por ello, esta dinámica es constante, contradictoria y colmada de conflictos de intereses. Desde esta mirada se tiene una concepción integradora del territorio, en este caso particular, del rururbano. Es un espacio ni estrictamente natural, ni solamente político, económico o cultural, sino que se produce en el interjuego de todas esas dimensiones, con pesos diferenciales según los momentos históricos. Haesbaert (2011) recurre a estas cuatro dimensiones principales para su conceptualización: política, cultural, económica y natural. El abordaje teórico del geógrafo brasileño propone una visión integradora en la que el territorio cargaría siempre, de forma indisociable, una dimensión simbólica o cultural en sentido estricto, y una material, de carácter predominantemente económico-político.

El término tercer territorio es empleado por Mançano Fernandes (2012) en un sentido diferente al que se propone para designar al rururbano (como tercera categoría, distinta de la urbana y la rural, desarrollada en párrafos anteriores). Este autor brasileño emplea tercer territorio para designar al “espacio de las relaciones consideradas a partir de su conflictividad” (Mançano Fernandes, 2012:6), reuniendo a los otros dos tipos de territorios (el primero, es el espacio de la gobernanza de la nación; el segundo es el espacio de la morada, de la propiedad como espacio de vida). A pesar de que el mismo término alude a contenidos diferentes, tienen en común que su principal característica, aquello que lo define, es el conflicto entre intereses de actores disímiles, con lógicas antagónicas.

Otra categoría semejante a la de tercer territorio, pero distinta y que requiere de su tratamiento en este punto, es la de tercer espacio, empleada por Soja (1999) en su construcción trilógica. El autor reconoce la existencia de un primer espacio, percibido o práctico; un segundo espacio, concebido o de las representaciones; y un tercer espacio, vivido, lugar a la vez real e imaginario, actual y virtual. Este último es el espacio de los habitantes, el de la cotidianeidad, de la construcción de significados y resistencias. Lefebvre (2013:99) en su obra sobre la producción del espacio refiere a la “tríada percibido-concebido-vivido (que en términos espaciales puede expresarse como práctica del espacio-representaciones del espacio-espacios de representación)”. Para Soja (1999), la perspectiva del tercer espacio emerge en asociación al llamado giro espacial y la creciente conciencia de la simultaneidad y de la complejidad que entrelaza lo social, lo histórico y lo espacial, de modo inseparable e interdependiente.

En síntesis, creemos que los conceptos de tercer territorio y tercer espacio referenciados en los párrafos anteriores contribuyen a la explicación de cómo se producen los territorios. Sin embargo, la definición de rururbano como tercera categoría teórica, a la que se le da en llamar tercer territorio, recupera la concepción de borde, como espacio dinámico y multidimensional (Ramírez, 2017) y de concepto híbrido, emergente del vacío conceptual dado por la dualidad ciudad-campo (Barros y Zusman, 2000).

Repaso de teorías que contribuyen a superar la visión dicotómica

Los dos mundos (urbano y rural) que en la Antigüedad y en la Edad Media se diferenciaban morfológica, funcional y socialmente, durante la modernidad empiezan a mezclarse y a fusionarse. En la postmodernidad se da origen a un espacio diferenciado. A comienzos del siglo XX, ante la evidencia de los procesos de suburbanización, la primera teoría superadora de la visión dicotómica fue la del continuum rural-urbano de Sorokin y Zimmerman (1929), quienes afirmaban que no es posible encontrar un punto de quiebre o una línea que separe tajantemente un espacio del otro, sino que se da una verdadera intergradación y superposición de elementos y funciones, con una diferenciación gradual entre la sociedad rural y la urbana. La variable independiente, generadora del continuum, es la proporción de agricultores, considerando: ocupación agraria, diferencias medioambientales, tamaño poblacional, densidad, heterogeneidad, diferenciación social y estratificación, movilidad social, entre otras.

En la esfera de los estudios europeos, Pahl (1966) retoma estos postulados, desde un enfoque sociológico, interpretando los cambios producidos en las zonas rurales de Gran Bretaña. La continuidad que observa se conforma de un conjunto superpuesto de redes de diferentes texturas, creando una estructura mucho más compleja, develando que las diferencias entre los dos espacios son cada vez menores. La dicotomía rural-urbana persiste solo en los aspectos morfológicos, de paisaje, aunque con límites cada vez más difusos, mientras que el continuum que inaugura se refiere a aspectos culturales y sociales, puesto que se ha dado la difusión de la cultura urbana en el campo. Pahl detecta que, después de la II Guerra Mundial, muchos habitantes urbanos se trasladaban al campo en busca de viviendas, lugares de ocio y esparcimiento. Estos espacios eran físicamente rurales y mentalmente urbanizados. Así, comienzan a proliferar en Gran Bretaña viviendas de segunda residencia. Por su parte, Clout (1976), desde una perspectiva más espacial que social, estudia el proceso de urbanización del campo y sus factores desencadenantes, como el incremento de la riqueza, la eficiencia del transporte público y la gran cantidad de automóviles.

Asimismo, con un enfoque ecológico, se identifican propuestas teóricas de modelos cíclicos de relación entre el campo y la ciudad. Entre estas propuestas, el modelo de evolución de las comunidades rurales a partir de factores socioeconómicos, culturales y demográficos distingue tres estadios en el proceso de difusión urbana y cambio social en el campo (con especial énfasis en las estructuras socioeconómicas, la conducta humana y los sistemas de valores). El primero refiere al despoblamiento del campo. El segundo es de poblamiento, coincidente con la etapa postindustrial en la que crece la población rural gracias a las migraciones de la población urbana que fija su residencia allí, pero mantiene su trabajo en la ciudad, con la concomitante transformación de la estructura demográfica (son familias jóvenes las migrantes), económica y social. El tercero es el repoblamiento, en el que familias enteras en un estadio avanzado de su ciclo vital se trasladan al campo, contribuyendo al envejecimiento demográfico y al incremento de residentes de clase media, alimentando aún más la dependencia urbana. Dichas teorías sostienen que la difusión es selectiva en lo social y espacial, y que produce diferentes aspiraciones y códigos de conducta basados en las diferencias de clases sociales y edades.

La teoría de los ciclos espaciales surge en Europa en la década de 1980. Los autores que la impulsan, reconociendo el proceso de declive urbano y desconcentración demográfica y económica de las grandes ciudades, sostienen que al crecimiento le sucede el declive y al declive, el crecimiento. De este modo, diferencian cuatro estadios sucesivos en el proceso de desarrollo urbano: urbanización, suburbanización, desurbanización, reurbanización (Van Den Berg et al., 1982). Para esto hacen una diferenciación espacial entre centro y anillos periféricos en las áreas urbanas, y de la dinámica demográfica de estos dos ámbitos espaciales deducen los estadios de desarrollo urbano.

En otro orden de ideas se ubican los postulados que explican cambios de tendencias no cíclicas. La teoría clean break o ruptura con el pasado sostiene que “el proceso de concentración demográfica y urbanización que caracterizó la industrialización no se volverá a repetir, ya que las innovaciones tecnológicas y la mejora de las comunicaciones abren una nueva fase en la evolución de las ciudades y en la jerarquía de los asentamientos” (Ferrás Sexto, 1997:618). La teoría de la contraurbanización de Berry (1976) explica el proceso de movimiento de personas e industrias desde las áreas urbanas a las rurales, suburbanas, inmediatas a las ciudades, rururbanas, rurales remotas y pequeñas ciudades en los países desarrollados a partir de 1970 (Berry, 1976; Ferrás Sexto, 1997). La suburbanización constituiría un estadio previo a la contraurbanización y, para el caso de los espacios latinoamericanos, afecta a población que proviene de los espacios rurales, mientras que la contraurbanización es un proceso alimentado por población urbana (Cardoso, 2008). Los estudios hacen hincapié en demostrar los efectos y gravedad de las cuestiones ambientales y sociales que aquejan a las áreas urbanas: contaminación, delincuencia, racismo y segregación. Estos son factores expulsores de población desde los grandes centros urbanos hacia asentamientos menores y áreas rurales de mejor calidad ambiental.

La teoría de la contraurbanización explica los procesos de cambio, incluyendo las transformaciones en las áreas rurales que colindan con las urbanas en las regiones metropolitanas, y las mutaciones socio-demográficas vividas en estos ámbitos, es decir la llamada rururbanidad. Esta teoría, postulada hace cinco décadas, ha logrado reunir evidencia suficiente de los procesos acaecidos en países desarrollados (los estudios de B. Berry se realizan en ciudades estadounidenses y los de Ferrás Sexto, en Irlanda y España) y en vías de desarrollo, como en Argentina (Cardoso, 2008; Leveau, 2009). En la perspectiva rural de la contraurbanización, Cloke (1979) explica los factores que intervienen en la recuperación demográfica de las áreas rurales. La regeneración rural se vincula a los convenientes precios de la tierra y la vivienda, la calidad ambiental y de los asentamientos y la tranquilidad social.

En América Latina, desde la década de 1970 existe interés por redefinir las relaciones campo-ciudad. Se ha avanzado en la identificación de ciertos rasgos propios del contexto latinoamericano, dilucidando herramientas metodológicas específicas. Sin embargo, persiste la carencia de un marco conceptual común o consensuado. Desde los aportes de perspectivas críticas y estudios socioculturales, se concibe al rururbano como un espacio producido a partir de procesos de reterritorialización (Haesbaert, 2011), mediante los cuales los actores sociales que lo habitan ejercen su territorialidad por medio de prácticas socioespaciales de apropiación (material y simbólica), de dominación (de objetos, recursos, bienes) y el empleo de símbolos, creencias y valores (Manzanal, 2007). La reterritorialización es el proceso que contiene en su definición aquello que ese espacio históricamente fue (un pasado rural tradicional) y en lo que se convierte con las nuevas fuerzas y dinámicas que lo redefinen. Es mucho más que un segmento con nuevos usos y funciones, constituye fragmentos de identidad a partir de la dinámica de apropiación e identificación socio-cultural.

De esta manera, el rururbano resulta ser un territorio múltiple, plural, de coexistencia de diferentes trayectorias, heterogéneo. Es otro territorio fundado en la base de un espacio que anteriormente fue rural (del cual quedan rezagos o vestigios que justamente son puestos en valor) y que hoy es habitado por población con orientaciones socio-culturales rururbanizadas. En América Latina, la población urbanizada tiene fuertes anhelos de volver al campo y a la naturaleza. Este hecho no implica querer retornar a actividades o mundos agrarios. Se trata de la rururbanidad postulada por Nates Cruz (2018), que constituye el tercer territorio. Emerge la ideología que exalta el valor de la naturaleza y la búsqueda de una vida con mayor contacto con lo natural, rústico y tradicional (Castro, 2018). La particularidad de este estilo de vida radica en el cambio sufrido por la población rural al entrar en contacto con la vida rururbana y en las adaptaciones que la población urbana realiza al trasladarse a este nuevo entorno. Pérez Martínez (2016:105) sostiene que “el proceso actual de expansión urbana viene originando cambios sociales al interior del espacio y sus pobladores, que desde el campo, se han visto sumidos a transformaciones de sus medios de vida, paradójicamente sin haber emigrado, sin haberse movido del lugar donde nacieron”.

El rururbano latinoamericano es resultado de procesos de ensambles territoriales, según prácticas socio-espaciales a cargo de los diversos actores, con pesos diferenciales (hegemónicos, marginales, de resistencia). El mecanismo de reensamblado social (Latour, 2008) se vincula al cruce y superposición de territorialidades que emergen en el encuentro de la ciudad con el campo, donde se vuelve posible la existencia de pluralidades, de multiplicidades, de la coexistencia de distintas trayectorias. Poniendo en cuestión el mito de la desterritorialización, Haesbaert (2011) retoma el concepto de reterritorialización, reconociendo el papel del espacio como territorio construido y producido, resultante de las prácticas socioespaciales de apropiación y dominación de objetos, recursos, bienes y de imposición de símbolos, creencias y valores que distintos actores ejercen sobre un ámbito espacial de referencia, según las cuotas diferenciales de poder que detentan y según las estrategias de desarrollo que están en juego (Manzanal, 2007). A través de la reterritorialización, que según la concepción de Haesbaert (2011) consiste propiamente en el movimiento de construcción del territorio, este se redefine por el principio material de apropiación y el principio cultural de identificación, constituyéndose como un fragmento de identidad.

La reterritorialización produce ensambles territoriales rururbanos (Pérez Martínez, 2016) entendidos como escenarios de confluencia sistémica, depositarios de continuidades- discontinuidades espacio-temporales, expresión de fronteras de diferenciación o zonas en enlace político estratégico, en los que se despliegan nuevas oportunidades económicas y políticas para conformar un nuevo espacio de identidades.

Existen estudios que, desde el ámbito latinoamericano, exponen al rururbano en su posición de territorio de resistencias. Es el caso del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, en el área de expansión urbana de la capital mexicana. Ante la amenaza y los efectos del avance de lo urbano sobre lo rural tradicional, provocando la desaparición de sus recursos naturales, los cambios del uso del suelo y la incorporación de nuevas costumbres, los petlaxiles (habitantes de este pueblo) se han reinventado y adaptado, para seguir manteniendo su herencia ecológica, cultural e identitaria. Esta herencia está íntimamente relacionada con el sistema lacustre y su apego a la tierra y se manifiesta en el empleo de una técnica y tecnología que data de los aztecas: las chinampas (islas flotantes hechas de palos y barro para el cultivo). La resistencia manifiesta en este grupo humano determina que, a pesar de la disminución de la zona agrícola por el cambio de uso del suelo, “la cultura agrícola de chinampas en San Luis Tlaxialtemalco continúa viva y el arraigo a los valores tradicionales y familiares sigue constituyendo la vida en comunidad” (Escutia Molina, 2020:80).

Desde el ámbito científico latinoamericano se están generando avances sustanciales, a través de estudios de caso, que permiten nutrir la teoría. Un ejemplo es el trabajo de Canabal et al. (2020) en el que se abordan vivencias de relación entre pluriactividad, multiempleo y remesas, la tríada mujer/salud/trabajo, los conflictos, resistencias, cambios y continuidades en los procesos de territorialización en los entornos metropolitanos.

La dimensión metodológica del problema: los instrumentos

Acerca de la última arista del problema considerado para el abordaje de la frontera entre el campo y la ciudad, existe un amplio abanico de instrumentos metodológicos dependiendo de la perspectiva epistemológica de partida, la disciplina desde la que se aborda, la dimensión de análisis y el objetivo planteado. A continuación se describen algunos de ellos.

Desde el Enfoque Económico Regional, las relaciones entre el campo y la ciudad se estudian a partir de modelos matemáticos basados en concentración/desconcentración demográfica, movilidad espacial, costos económicos de recursos, distancia y niveles de demanda, salarios y calidad de mano de obra. También se emplean metodologías de análisis espacial a través de los SIG, modelos de localización o de evaluación multicriterio (Bosque Sendra y Maass, 1995; Barredo Cano, 1996; Da Silva y Cardozo, 2015).

Desde la perspectiva ecológica (Ecología del paisaje y Ecología política) se recurre a instrumentos como indicadores de huella ecológica, capacidad de carga de los sistemas, y análisis de metabolismo urbano o de interfase (Naredo y Valero, 1999; Torres Lima y Cedeño Valdiviezo, 2015).

Desde la perspectiva sociológica y antropológica se afronta el estudio a través del método etnográfico y el abanico de técnicas cualitativas de recogida de información y de abordaje del objeto de estudio (entrevistas, grupos focales, observación participante, investigación-acción-participación).

Desde la mirada de la Geografía crítica, es posible tener un acercamiento a la comprensión del espacio trialéctico en términos de Lefebvre (2013) (percibido, concebido, vivido) a partir del análisis del discurso, de los móviles de los movimientos sociales y las luchas como alternativas emancipadoras (Porto Gonçalves, 2001). Desde la Geografía Humanista, se pueden estudiar los bordes a través de los signos, imágenes y patrones de significados que inciden en el comportamiento. Estos espacios de borde se constituyen sobre la base de relaciones socio-geo-históricas. El enfoque de esta geografía define a los terceros espacios como franjas, bordes, intersticios, umbrales (Nogué y Romero, 2006; Sack, 2009).

La perspectiva de los estudios críticos socio-culturales se cuestiona la existencia de una metodología propia para el estudio de esta nueva ruralidad (Ramírez, 2020). Pone el acento en los actores sociales y en la construcción de una nueva ciudadanía, una civilidad en clave sostenible, una reconfiguración de identidades con acceso a derechos. Los instrumentos metodológicos que se emplean también son los propios de las metodologías cualitativas en general, y de la etnografía en particular.

Reflexiones finales

La frontera entre el campo y la ciudad representa hoy un desafío para su estudio. Existen diversas categorías que aluden a los procesos, teorías que explican el fenómeno desde aristas disímiles y metodologías variadas, de las cuales en este capítulo se pudo hacer un repaso sintético. Esta diversidad de propuestas está generando el problema de la ausencia de cohesión, de acuerdo en nociones básicas y confusión, al momento que al mismo fenómeno se lo conceptualiza con términos dispares, por ejemplo, periurbano y rururbano.

El derrotero de los estudios de la relación ciudad-campo desde diferentes perspectivas (urbana, rural; tradición espacial, sociológica, cultural, ecológica, relacional) aporta distintos conceptos que, como vimos, se superponen o quedan supeditados a otras categorías teóricas (como urbano y rural), provocando un vacío de contenido específico, una carencia de identidad en sí mismo. Al ser indefinido, no existe teóricamente; en consecuencia, no es posible estudiarlo, diagnosticarlo, mucho menos ordenarlo o planificarlo. Este es el principal correlato espacial del problema epistemológico.

Se carece de un marco conceptual consensuado, acorde al contexto latinoamericano. En este trabajo, se propone el concepto de tercer territorio, que se desprende de lo urbano y lo rural diferenciándose significativamente, y se lo denomina rururbano latinoamericano. La multiplicidad de actores involucrados y funciones que otorgan heterogeneidad, las acciones de resistencia, los cambios o continuidades en las prácticas socio-culturales, una morfología de mosaico irregular, producto de ensambles territoriales, son los rasgos singulares que lo diferencian del rururbano europeo, norteamericano o de cualquier otra latitud.

Existen teorías y contribuciones que desde hace décadas explican los procesos de cambio espacial y pueden aportar al avance en este campo, como la contraurbanización, la teoría de la hibridez, de las fronteras, de los ensambles socio-geo-históricos, la producción del espacio desde su concepción trialéctica (percibido, concebido, vivido). Los estudios de caso que se están desarrollando en el mundo y en nuestro subcontinente, como los reseñados en el área de influencia de la capital mexicana, aportan evidencias riquísimas para nutrir la teoría latinoamericana. En estos, los instrumentos metodológicos resultan ser originales y valiosísimos.

En este sentido, la tercera dificultad abordada en este capítulo refiere a los instrumentos metodológicos para el estudio de esta frontera. Una posibilidad de descifrar su contenido y el significado de ese territorio es una hermenéutica territorial, mediante la cual, más que pretender describir, explicar objetivamente o representar ese espacio, es factible interpretarlo. De este modo, se llega a la comprensión de los conflictos entre intereses que subyacen, teniendo en cuenta los actores involucrados, la concepción del territorio, sus representaciones y los espacios de la representación.

En América Latina, la concepción del espacio rururbano está ligada a la idea de marginalidad económica y social. Sin embargo, representa una posibilidad de revalorización y conservación, no solo de los recursos naturales, sino también de los estilos de vida tradicionales rurales. Los estudios de caso que se están llevando a cabo así lo demuestran. Finalmente, es necesario revertir esta idea centralista de la planificación territorial, que subyace a la concepción marginal de estos espacios.

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