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9 Sufrimiento, dolor y liberación

Una descripción de los significados de los cortes autoinfligidos en adolescentes 

Gonzalo Aguero, Enrique Berner y Gabriel Obradovich

Introducción

En los últimos años se produjo una creciente visualización de la problemática de los cortes autoinfligidos en adolescentes. Posiblemente, en parte, por su asociación con problemas de salud mental y suicidio y también por la creciente exposición de estas prácticas a través de las redes sociales. Un estudio comparativo a nivel internacional, estimó que un 16 a 18% de las personas adolescentes se han autoagredido alguna vez a lo largo de su vida (Muehlenkamp, Claes, Havertape, 2012). Las autoagresiones son actos deliberados dirigidos a producirse daño corporal. Incluyen un grupo heterogéneo de comportamientos donde cortarse la piel es uno de los más característicos. Se presentan con mayor frecuencia en mujeres y durante la adolescencia (Muehlenkamp 2006; Moran et al. 2012; Hilt 2008). Estas conductas han sido señaladas como un fuerte predictor de suicidio y son consideradas como un problema de salud a nivel global (Hawton, Saunders, O´Connor, 2012). Respecto a su caracterización, existen dos corrientes metodológicas para su estudio: una europea que utiliza el término Deliberate self-harm (Autoagresión deliberada) y abarca acciones autodirigidas a provocar daño corporal independientemente del motivo y la intencionalidad, por tanto, suele incluir a quienes toman sobredosis de medicamentos. La otra corriente, propia de Estados Unidos y Canadá, utiliza el término Non-suicidal self-injury (Autolesión no suicida), donde la expectativa de daño corporal es leve a moderada y, por tanto, excluye a todas las acciones que impliquen intencionalidad suicida (Fox, 2015; Barrocas et al., 2012; Fulwiler et al. 1997).

La mayoría de los trabajos coinciden en señalar que las lesiones son más frecuentes en mujeres y en el grupo etario ubicado entre los 15 y 24 años, con una edad de inicio entre los 13 y los 15 años. Generalmente, no están provocadas por el consumo de alcohol ni drogas ilegales (Madge, Hewitt, Hawton, 2008). Las investigaciones destacan una asociación entre autoagresión y comorbilidades psiquiátricas tales como depresión, ansiedad, desorden bipolar, personalidad borderline, trastornos de la conducta alimentaria. También se asociaron con historia de abuso o trauma, antecedentes familiares de autoagresión o suicidio, y baja autoestima (Madge, Hawton, McMahon, 2011).

Gran parte los estudios médicos sobre las autoagresiones durante la adolescencia tienden a privilegiar un abordaje individualista, centrado en las características propias de los implicados (Nock, 2009; Kamphuis, Ruyling, y Reijntjes, 2007; Klonsky, 2007), descuidando el abordaje del contexto social en el que ocurren. Sin embargo, para comprender mejor las valoraciones propias de las y los adolescentes, sus motivos y perspectivas, es necesaria una mirada que sitúe la acción en un contexto particular. Este trabajo tiene como objeto central de análisis los distintos significados asociados a las autolesiones y al contexto de interacciones en el que se producen. Con este enfoque se propone, en primer lugar, describir un conjunto de representaciones, emociones y prácticas vinculados a las autoagresiones y, en segundo lugar, vincular los significados a las relaciones y conflictos de las y los adolescentes con familiares y pares. Es decir, relacionar los distintos sentidos que adquieren las lesiones con los vínculos en el período de la adolescencia. En una primera aproximación general es posible sostener que las prácticas autoagresivas adquieren una dinámica ritual y repetitiva mediante la cual las y los adolescentes organizan y producen un conjunto de significados en torno al sufrimiento personal, el cual está ligado a sus relaciones cotidianas en contextos de vulnerabilidad social.

¿Qué significados les otorgan los adolescentes a sus cortes? ¿En qué situaciones específicas lo hacen? ¿A quiénes muestran los cortes y qué expresan al mostrarlos? ¿Qué tipos de respuesta reciben de parte de sus pares y familiares? Estas preguntas articulan la discusión a partir de la información recogida en las entrevistas. El análisis cualitativo de la información recabada utilizó la perspectiva teórica que proviene del interaccionismo y de las nociones de ritual y símbolos de la teoría social durkheimiana.

Los datos surgen de una beca investigación realizada entre 2015 y 2016, en el Servicio de Adolescencia del Hospital Argerich y financiada por la Sociedad Argentina de Pediatría. El hospital es un efector de salud público perteneciente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires . El Servicio de Adolescencia brinda atención médica a personas entre 10 y 20 años desde 1983. La población atendida pertenece, en partes similares, a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y a la zona sur del conurbano bonaerense. Aproximadamente dos tercios de los pacientes son mujeres. En este marco se entrevistó, por única vez, a adolescentes de entre 12 y 20 años. Se realizaron 36 entrevistas (33 mujeres y 3 varones) a adolescentes con autolesiones actuales o pasadas; se utilizó la definición más amplia de la corriente europea para incluir a los participantes. El estudio fue aprobado por el Comité de Ética en Investigación de la institución. Las personas participantes dieron previamente su consentimiento informado (CI) y se aseguró la confidencialidad y el anonimato.

Algunas breves historias detrás de las autoagresiones

Las autoagresiones son, en muchos aspectos, una conducta paradojal. Destacar algunas paradojas es una buena forma de acercamos a dichas acciones para describirlas. En primer lugar, las autoagresiones suponen un daño que las personas se hacen a sí mismas y, si bien, los chicos y chicas destacaron que buscan producirse daño y dolor, los cortes fueron en su mayoría leves y los adolescentes tuvieron, en general, mucho cuidado de no dañarse demasiado. En segundo lugar, las autolesiones fueron “secretas”. Las y los adolescentes ocultan los cortes y las cicatrices, pero la mayoría de sus amigos cercanos saben que se lastiman y, de hecho, muchos se tomaron fotos y sus autolesiones circularon en las redes sociales. Por último, muchos entienden que el dolor que se producen los ayuda a sentir menos angustia y sufrimiento personal.

Las siguientes historias se seleccionaron buscando mostrar algunas de estas paradojas, así como también destacar distintos contextos análogos en las cuales se producen las autolesiones. El objetivo es mostrar las historias personales para tener una mejor comprensión de las mismas. Las historias se construyeron a partir de la información brindada en las entrevistas, las frases textuales están entrecomilladas, los nombres fueron cambiados para respetar la confidencialidad y las edades aparecen entre paréntesis.

Historia 1. Nair (13 años): Nair, vivía con su mamá y su hermana, su papá estaba preso. Cuando era chica sufrió enuresis[1]Su mamá la retaba por orinarse en la cama, incluso le pegaba. A los 10 años, Nair se golpeaba, se mordía o se tiraba del cabello luego de que la mamá la retara. “Solo yo me puedo lastimar, sino me siento débil. Yo me provocaba más dolor que el que ella me había provocado para no sentir que ella me había lastimado”, afirmaba. A los 11 años se cortó por primera vez junto con su prima de 15. Estaban pasando el año nuevo juntas. Nair se cortó las muñecas, pero mucho más los muslos. Se sorprendió de no sentir dolor. Al otro día fueron descubiertas por la tía y la noticia llegó a toda la familia. Volvió a cortarse varias veces, luego de peleas con su mamá, cuando lo hacía se sentía “libre”. Le molestaba mucho que su mamá le dijera mala hija, luego de eso se cortaba. “Listo, ¿me lastimaste?, yo me lastimo peor”. La mayor cantidad de veces ocurría en su casa, pero también en el baño de la escuela. Le afligía saber que su prima también se lastimaba. No quería que nadie más se lastimara.

Nair usaba Instagram y subía fotos de sus cortes. Mucha gente le daba like a sus publicaciones y le dejaban comentarios de preocupación y de ayuda; le sorprendía que personas desconocidas se preocuparan por ella. También le gusta escuchar rock nacional, y bandas musicales como Callejeros, Don Osvaldo, Las pastillas del abuelo y Kapanga; además siente que la música la ayuda para no cortarse.

Historia 2. Sofía (13 años): Sofía concurrió al Servicio de Adolescencia por derivación de su escuela, donde la encontraron cortándose. Se cortaba brazos y manos cuando tenía “problemas familiares”, se enojaba o se ponía triste. La pone mal pelearse con su mamá, su hermana o su ex novio, también que su papá no le demuestre afecto. La primera vez lo hizo “casi sin querer”, pero el dolor que sintió la hizo volver a cortarse; quería sentir más dolor.

En su escuela conoció a mucha gente que se corta. “Algunas chicas de segundo año lo hacían tan profundo que hasta se podían meter un dedo o ver el hueso” afirmaba. Sofía tuvo un grupo de amigas con las que se cortaban juntas Para descargar la rabia, sacarse la tristeza, mostrarse, demostrar celos y divertirse.

Un día, chateando con su ex novio luego de una pelea, Sofía le envió una foto de su brazo cortado con la frase “Lo siento”. “Me saqué la foto y se la envié. Le dije ‘perdóname por todo, por todo lo que te hice sufrir, ahora sé lo que sentiste vos en todo este tiempo’. Y él se rió […] me puso re triste”.

Sus amigos le dicen que deje de cortarse, pero a Sofía le causa gracia, porque es su cuerpo y porque es una etapa, entonces responde “¿Para qué? Si se va a volver a renovar (la piel). Y es en el momento, no es que me voy a hacer toda la vida”. Le gusta mucho el animé[2] del género shojo, se define como otaku.

Historia 3. Ana (16 años): Ana se cortó por primera vez el día de su cumpleaños número 16, estaba muy triste. Afirma que no sintió nada, necesitaba descargarse consigo misma. “Lo hice y me pareció normal”, afirmó. Cuando era chica se rasguñaba la cara o los brazos cuando se enojaba mucho. Ana no puede encontrar nada en ella que verdaderamente le guste, se siente “fea”, “gorda” y “estúpida”.

Muchos episodios de autolesión ocurrieron luego de discusiones con la mamá. Ana se sentía “abandonada” por ella. Luego de terminar con su primer novio todo empeoró. Comenzó a perder el control y no podía pasar un día sin cortarse. Sentía que se “apagaba”, y al cortarse, “se prendía de nuevo”. Lo hacía para poder “sentir algo” y también para castigarse por ser ella misma. “Hasta que no salía sangre yo no podía parar y fue avanzando el problema, era cada vez peor, era más profundo o era más tiempo, más sangre, pero siempre era el mismo motivo”. En la escuela sus compañeros la apoyaban, pero eso no le importaba, igual se sentía sola. El profesor de música se enteró y fue derivada a tratamiento psicológico. Así tomó conocimiento su mamá y se disculpó con Ana por lo que le pasaba.

Cuando veía en Facebook personas que se cortaban se sentía identificada y creía que alguien la entendía. Ana piensa que hay motivos válidos para cortarse, como la depresión, el abandono o sentirse mal con uno mismo. Otras razones no valen la pena. “[…] me parecía patético, porque de tu banda favorita salga un integrante, no podés querer morirte o cortarte, no tiene sentido”.

Historia 4. Francisco (17 años): Francisco nunca había pensado en cortarse a pesar de que su mejor amiga lo hacía y otras personas de la escuela también. Su familia era muy religiosa y nunca aceptó su “sexualidad”. Este conflicto lo empujó a ir a vivir con su novio y dejar la escuela. El novio de Francisco se autoagredía, verlo así le hacía mal. Se sentía muy solo, entonces pensó: “¿Si todos me lastiman por qué yo no me lastimo?”. Se cortó con un cuchillo y como la herida sangraba mucho fue a una salita a que lo atendieran. En ese tiempo se lesionaba frecuentemente y en una oportunidad tomó diez pastillas que encontró en esa casa.

Luego de 2 meses, regresó con su familia y cuando su mamá le vio los brazos lastimados le preguntó: “¿te lo hizo él o te lo hiciste vos?”. Francisco respondió “yo me lo hice” y no hablaron más del tema.

Francisco dejó de lastimarse pero sus cicatrices lo avergüenzan, por eso se las tapa cuando va a la escuela. “Y yo lo hice y me sentía mal por hacerlo, porque en sí no me gustó verme el brazo así. Pero lo hacía como para llamar la atención, en el sentido de demostrar que estaba mal”.

Significados y dimensiones de los cortes en adolescentes

La mayoría de los trabajos que abordan el problema de las autoagresiones afirman que están ligadas a una situación de angustia y sufrimiento personal (Lloyd-Richardson et al., 2007; Kamphuis, Ruyling y Reijntjes, 2007). En este sentido, gran parte de las terapias recomendadas para el tratamiento están orientadas al manejo de la angustia y la autogestión de las emociones (Muehlenkamp, 2006). Gran parte del sentimiento de sufrimiento personal de los adolescentes está ligado de manera directa a sus relaciones interpersonales. En su estudio sobre las autoagresiones de adolescentes mujeres de sectores medios altos en Estados Unidos, Yates, Luthar, y Tracy (2008) mostraron que los cortes se relacionan con la exigencia de rendimiento, éxito escolar y de perfección de la conducta que los padres imponían. Dichas exigencias implicaban una relación de desestimación y conflicto por parte de los adultos cuando los jóvenes no cumplían esas metas. En nuestro caso, también encontramos que los cortes están ligados a situaciones de sufrimiento en torno a las relaciones que mantienen las y los adolescentes con sus familias, parejas y amigos. En este sentido, uno de los rasgos más importantes de los cortes es que tienen una dimensión simbólico-expresiva del sufrimiento personal en relación a situaciones de conflicto interpersonal. El corte se vincula directamente con una situación de sufrimiento y crisis que, sin embargo, es bastante variable. La situación de aflicción está ligada muchas veces de manera directa a un vínculo personal (amistad, noviazgo, familiar) y, otras veces, a una relación más indirecta, como cuando no son ellos mismo los que sufren, sino alguno de sus vínculos cercanos debido a enfermedades, crisis familiares o falta de empleo, entre otras.

A los 12, agarré una invisible y me raspé, nada más. Después, desde los 15 años comencé a cortarme, pero porque yo me sentía mal. Estaba…, en ese tiempo mi hermana se peleaba mucho conmigo y mi mamá la defendía a ella siendo mayor, y mentía, y yo me sentía mal porque nadie me prestaba atención a mí. Me acuerdo de la vez que me corté cuando dejé a mi novio, ahí agarré el compás, la punta ¿viste? […]. Agarré y me empecé a cortar, raspando y clavándolo cada vez más fuerte, cuando me clavaba y hacía fuerza para cortarme sentía como que se me iba un nervio y un escalofrío y entonces me gustaba, porque como que sentía que toda la bronca se me iba. Y… no, la primera vez que me corté no me acuerdo. Creo que fue cuando estaba peleada con mi hermana, que siempre nos insultábamos, y aparte otro tema de lo que me llevó a cortarme era porque mi hermana siempre fue de pelearme, siempre fue de… de decirme bromas, pero a mí me dolía, porque ella me decía ‘¡Estás gorda!’ y… y como que yo hasta ahora, a veces me veo gorda (Daiana, 16 años).

La primera vez yo estaba en Río Negro. Estaba con mis madrinas, mis primas. Y yo me sentía mal porque iba a pasar año nuevo sin mi familia… y mi papá porque estaba preso. Y me empecé a acordar de cosas feas y me lastimé, me corté; esa fue la primera vez que me había cortado (Nair, 13 años).

Los relatos de Daiana y Nair evidencian un aspecto central de las autoagresiones, los primeros cortes, y buena parte de los sucesivos, están ligados a una situación de aflicción personal que supuso una situación de sufrimiento. El corte, en este sentido, exteriorizó el sufrimiento y la aflicción. Sin embargo, los contextos fueron sumamente variables: desde situaciones ligadas al abuso sexual o muerte de los padres, hasta malas notas en el colegio, discusiones con los padres por los permisos de salida o ruptura de noviazgos, entre otros casos. En este sentido, no es posible establecer alguna clasificación o jerarquía respecto de las situaciones de crisis. Pese a esta gran variabilidad, los cortes se produjeron centralmente en relación a la esfera familiar, de amistad y amorosas. La aflicción ligada a cortarse procede desde alguno, o varios, de estos ámbitos de interrelación social que resultaron centrales en la vida de las y los adolescentes. Por esto, las y los adolescentes dieron cuenta de la extrema importancia que le otorgan a los conflictos que les afligen. Los mismos fueron vivenciados con profundas emociones, generalmente de enojo o tristeza, y la mayoría consideraba que estos problemas “eran lo más importante de su vida”.

La esfera de sociabilidad en los cortes

Uno de los aspectos menos tratados en la literatura médica sobre el tema es la dimensión social de las autoagresiones. En efecto, la mayoría de los estudios parecen entender los cortes como un acto individual privado y desprendido de cualquier relación. Posiblemente esto se deba a que buena parte de los mismos se realizan en soledad. Sin embargo, esto no implica que el corte no circule en interacciones sociales. Si bien estudios de Nock (2009) y Klonsky (2007) señalan la función de obtener ayuda y atención interpersonal que parecen cumplir las autoagresiones, el análisis es limitado; en el sentido en que no capta cómo el proceso de interacción define la autoagresión, ni la deferencia y reconocimiento por parte de los pares que genera el hacerse daño.

Como mencionamos anteriormente, el corte exteriorizaba el sufrimiento íntimo y, en este sentido, tenía una dimensión expresiva sumamente importante. En algunos casos, las y los adolescentes manifestaron que la profundidad y la cantidad de los cortes estaban en relación con la gravedad de sus problemas y malestar. Además, el corte en sí mismo, su marca y cicatrices, era un símbolo que se comunicaba a otros. Así, portar los cortes era, en parte, indicativo de “estar mal”, “estar sufriendo”, o “tener problemas”. Este aspecto se hacía evidente cuando las y los adolescentes detallaban cómo, luego de cortarse, hablaban e interactuaban entre sí en relación a sus heridas. Efectivamente, no solo la mayoría conocía a alguien que también se cortaba, sino que incluso conversaban sobre sus cortes, comentaban a sus amigos más íntimos los problemas que las y los llevaban a lastimarse, intercambian fotos e imágenes en Internet, en algunos casos se cortaban en grupo y siempre intentaban cuidar y acompañar a los demás para que no se corten.

Y una chica publicó de un grupo de WhatsApp toda la gente que se autolesionaba y entré ahí. Y, bueno, conocí gente que hace lo mismo que yo. Y como que nos ayudamos. Cuando nos íbamos a cortar, le contábamos al otro y, bueno, como que iban muchos que ayudaban y evitaban que lo hagas (Julieta, 15 años).

Con Facebook entré a varias páginas de personas así […]. Subían frases y fotos que a mí me gustaban, me sentía identificada, pero no buscaba nada en especial. Pero sentía que, por lo menos, alguien me entendía. Hubo un momento en el que hubo un… no se cuál es la palabra, pero que varias personas con este problema lo hicieron, que era sobre las marcas dibujarte corazones de distintos colores, cada color significaba algo y yo hice eso, me saqué la foto y la subí. Y aparecieron mis fotos. Lo pusieron en varias páginas de Facebook y cuando iba mirando aparecían mis fotos y otras fotos de otras personas (Ana, 16 años).

Después de que mis amigos se enteraron que yo me empezaba a cortar, ese mismo día que yo me enteré que había gente que lo hacía, y no se, estaban hablando ahí y dijo ‘Creo que este se corta’ y yo le dije ‘¿Cómo se corta? ¿así?’ (Jonathan muestra sus antebrazos). Y vieron que tenía todas las cicatrices y me dijeron ‘¿Vos te cortas?’; ‘Sí, ¿cuál es el problema?’; ‘Porque eso te puede matar si llegas a errarle o a tocar una vena algo así’. Y me dijo que hay otras maneras de desahogarte o que toque algo, un instrumento o algo o la batería, no sé (Jonathan, 15 años).

Un aspecto a destacar de esta dimensión expresiva del corte es su carácter simbólico, que en parte comunica el sufrimiento a otros. Cuando las y los adolescentes hablaban de los cortes también referían a sus problemas familiares, escolares o amorosos, las cosas que les estaban sucediendo y cómo las enfrentaban. En esas interacciones se enteraban de los problemas de sus amigos, de cómo sufrieron ellos también, y compartían sus conflictos y las emociones que los atravesaban.

Se corta por la mamá, porque se le murió el papá a ella y pelea mucho con la mamá y se lastima cuando se pelea con la mamá también. Una vez me acuerdo de una situación que ella se había lastimado porque le había dicho a la mamá que estaba lista para saber de qué se había muerto el padre. La mamá le respondió “vos estás lista, pero yo no”. No le dijo y se puso muy mal (Nair, 13 años, en referencia a su mejor amiga).

Me contaba (una amiga), a veces me pasaba fotos, pero… muy pocas veces, siempre me contaba que sufría por chicos, todo eso, por amor, porque la rechazaban o jugaban con los sentimientos de ella; el novio decía que la amaba y estaba con otra (Gonzalo, 16 años).


Éramos cuatro y mi amiga estaba de novio, entonces estaba re mal ella y se empezó a cortar y nosotros con ella. Con un espejo roto empezamos a cortarnos ahí, en el baño del colegio. […] Fue algo que surgió en el momento. Ella dijo “esto queda entre nosotros”, entonces hicimos así para que no haya problemas, pero ella después le mostró a todo el mundo. […] El director nos dijo que le contemos cómo fue y por qué, después salimos y habló con ella sola. […] Y ahí fue cuando se puso a llorar y le contó todo lo de la mamá, que tenía un tumor en la cabeza […] y el padre se droga y les pegaba a ella y la madre. De ahí que no se cortó solo por el novio, se había cortado por los temas que tenía en la casa… por eso (Mariana, 14 años).

Como puede apreciarse en los distintos relatos anteriores, existe un amplio conocimiento por parte de los y las adolescentes de los problemas personales de los amigos, así como de las situaciones en que se dieron las lesiones. En este sentido, el corte, como un símbolo, circula y habilita a hablar entre los grupos de amigos y conocidos, en los colegios y en las redes sociales. Los cortes, como marcas portadas en el cuerpo, simbolizan, entre otras cosas, el sufrimiento y los problemas personales propios. En esta circulación de marcas, relatos y ayudas, se producía generalmente una forma de comprensión y reconocimiento en relación sufrimiento íntimo de quien se autolesionaba.

La mecánica interaccional del corte supone que uno de los implicados hable de sus cortes, de la situación que vivió y de su aflicción personal. Al tiempo que sus amigos, que muchas veces también se cortan, escuchan y les piden a su vez que no se corten, afirmando “que eso no tiene sentido”, “que tienen que cuidarse”, y ofreciendo escucha, apoyo y compresión. En términos de relación cara a cara, encontramos un intercambio de deferencia entre las y los adolescentes en relación a los cortes, en el cual cada quien habla y es escuchado; luego se ofrecen consejos, ayuda, y se dan recomendaciones. Es así como el corte y el sufrimiento que expresan circulaba por redes de amistad, de conocidos o compañeros de colegio, recibiendo a su vez atención por parte de otros. En estas interacciones, el corte, su profundidad, la gravedad de los problemas y el malestar que generaban, aparecían como un valor reconocido por las demás personas de su edad.

El corte como transformador de las emociones

Otra dimensión central de los cortes está ligada al alivio, más o menos inmediato, que generan. La mayoría de los estudios sobre el tema consideran los cortes como una función de alivio emocional (Muehlenkamp, 2006; Kamphuis et al., 2007). En nuestra experiencia, todas las personas entrevistadas manifestaron que encontraban bienestar luego de cortarse. Si bien a veces destacaban el dolor obtenido y otras veces afirmaban que no se siente ninguna molestia, la sensación más reconocida luego de cortarse era de satisfacción, paz o tranquilidad.

Empecé a cortarme y me acobardaba primero porque me dolía, entonces me hacía cortes chiquititos y lo dejaba. Y después, a medida del tiempo, me empecé a cortar más fuerte y más profundo porque… yo tenía bronca, y cuando yo tengo bronca no pienso lo que hago, y yo me cortaba rápido y con toda la bronca; como si fuera que le estás pegando a una madera, bueno, algo así, es que no te das cuenta, no sentís dolor. Bueno… y no sé, cuando yo me cortaba me sentía bien, entonces me empezó a gustar. Si yo me cortaba, después al otro día estaba bien, porque me descargaba (Daiana, 16 años).

Según las y los adolescentes era la sensación de bienestar que seguía al corte lo que llevaba a continuar cortándose periódicamente. Incluso, a veces, se reconocían los cortes como una adicción ligada al placer. Independientemente de si los mismos pueden o no considerarse como algo adictivo, sí es necesario destacar la situación de alivio inmediato que generaba la autoagresión.

No, cuando lo hago me siento bien, no se, es como que todo pasa. Y dejo de llorar y sonrío. Es como que estoy mal y lo hago, y es como que me siento bien (Julieta, 15 años).

No se, porque yo me sentía mal, me cortaba y al ratito ya me sentía mejor. Yo sentía que me sentía bien. Y después no, después me cortaba y no me sentía bien. Pensé que me iba a sentir como antes y no, cada vez peor me iba sintiendo y… lo dejé. Dejé de hacerlo (Araceli, 14 años).

En relación a esto es que podemos afirmar que los cortes son una forma de invertir o cambiar las emociones. Las emociones que primaban al producirse los cortes fueron la tristeza y el enojo, ligados a conflictos con familiares, amigos o pareja. Los cortes se producían a posteriori, aunque no siempre de forma inmediata. Más allá del tiempo transcurrido, los sentimientos iniciales se transformaban luego de lastimarse.

Era cerrar los ojos y seguir, seguir cortándome, y seguir haciéndome todos esos tajos, tajos, tajos, todos hasta acá (se señala del codo a la muñeca) ¡Y no lo sentía! Después era como… sentía mucha bronca, en ese momento sentía muchísima bronca, y después era una paz. Después de cortarme sentía una paz interior (Fany, 17 años).

Al hablar de sus sentimientos y estados de ánimos previos y posteriores a las autolesiones, los y las adolescentes dieron cuenta de un cambio fundamental. Desde el enojo o la tristeza se pasaba a sensaciones de tranquilidad y alivio. El corte operaba invirtiendo las emociones y los sentimientos. Así, no es la sensación de dolor lo que se reivindicaba, sino el estado posterior de ánimo. En este sentido, las lesiones parecen transformar el enfoque de atención sobre los problemas personales que los afligen. Así, luego de diferentes situaciones de crisis en las que las y los adolescentes manifestaron vivenciar ira hacia otros, e incluso a sí mismo, las lesiones trajeron una calma y tranquilidad posterior. Las expresiones de sentir “liberación”, “descarga”, “desahogo”, “alivio”, “sacarse un peso de encima” parecen dar cuenta de estos cambios internos en los cuales dejaban de estar enfocados en los pensamientos ligados a sus conflictos, para pasar a un estado de mayor serenidad. De manera que el dolor de los cortes y la concentración que implicaban parecen detener los intensos pensamientos y diálogos internos cargados de emociones negativas.

Comprensión del sufrimiento y los problemas con el mundo adulto

A lo largo del estudio nos propusimos registrar las distintas relaciones de las y los adolescentes con el mundo adulto, uno de los aspectos menos tratados por la bibliografía sobre el tema, pero más mencionados en las entrevistas. En la mayoría de los relatos, el vínculo con el mundo adulto era sumamente conflictivo. Fue particularmente en relación a sus padres que las y los adolescentes situaban buena parte de sus dramas cotidianos y lo que según ellos los motivaba a cortarse y autoagredirse. Sin embargo, la relación de conflicto con los adultos y cortes no siempre era directa. En algunos casos eran los problemas entre adultos y otros sufrimientos los que provocaban las lesiones (enfermedades, divorcios, problemas de pareja, por ejemplo).

En relación a los vínculos de nuestros entrevistados con el mundo adulto, es posible destacar algunos elementos centrales. Para buena parte de los y las adolescentes el ámbito familiar estaba atravesado por conflictos (violencia, relaciones poco afectivas, ausencias, separaciones, peleas, enfermedad, entre otros). En este marco, las y los adolescentes manifestaron que, generalmente, no mantenían relaciones de confianza y cercanía con ninguna persona mayor y pensaban que la mayoría de las veces su familia estaba demasiado ocupada en sus propios problemas como para involucrarse demasiado con ellas y ellos.

Sí, me cuidaba mi hermano, mi papá, ahí sí estaba todo bien con mi papá. A veces tengo problemas con mi papá porque mi papá es mujeriego, que esto, que lo otro, y tu mamá está mal, vos ves mal a tu mamá y vos sabes que no podés hacer nada. O sea, es un problema entre ellos, pero igual no te gusta ver mal a tu mamá por tu papá y que llegue a la casa y que no se hablen y un montón de cosas. A veces uno se siente mal y no lo puede hablar con nadie porque las personas con las que tendría que hablar, la mamá y el papá, justamente con ellos es el problema (Leyla, 14 años, refiriéndose a los problemas de salud de su mamá).

Para muchos adolescentes entrevistados, su propio sufrimiento era vivido en soledad debido a la distancia y al desinterés manifestado por su familia. Hay, además, otra dimensión importante en esta relación de conflicto y distanciamiento entre adolescentes y sus padres y está ligada a la actitud de menosprecio más o menos abierta que, según ellos, tienen sus padres frente a sus problemas.

Bueno, la primera es que dicen como todos, por ejemplo, mi papá me dijo “Ay, qué boluda, ¿cómo vas a hacer esas cosas?”, pero yo digo, o sea, si te pones en su lugar, en el lugar de esa persona, en el momento, para ella es como el fin del mundo […] vos después la juzgas, pero no sabes por qué lo hizo, por qué cosa se deprimió así. Si se pusieran en el lugar, en el momento de nosotros, nosotros nos sentimos mal, pero… o sea, capaz a ustedes sí les parece algo pelotudo esas cosas que hacemos, pero…a nosotros no, en ese momento no (Natasha, 16 años).

Natasha trataba de dar cuenta no solo de la manera en que su padre subestimaba sus problemas, también buscaba evidenciar la incomprensión y la falta de capacidad de ponerse en “su lugar” y la manera en que entendían sus problemas, como si no tuvieran importancia. Sin dudas, esta es una dimensión central del conflicto con el mundo adulto vinculada a la falta de reconocimiento del sufrimiento adolescente.

Empecé a los 11, cortándome las venas, porque una amiga me dijo que eso era lo mejor para que me prestaran atención mis padres porque nunca estaban conmigo, siempre estaban en su mundo, vivían peleando, se preocupaban por sus cosas o por mi hermana más grande y a mí me hacían de lado y era cuando yo más necesitaba de ellos. […] mi mamá me dijo “¿Por qué lo haces? Mirá que sos una tarada”. Nadie me pregunta ¿por qué?, ¿qué te pasa?, ¿te sentís bien? más que mi novio (Solange, 16 años).

En los relatos de los y las adolescentes, el mundo adulto en general trataba sus problemas como dramas sin importancia, denostando su sufrimiento. Los conflictos con sus parejas eran vistos como problemas menores y poco serios en comparación con los dramas familiares; los conflictos escolares o de amistad eran interpretados por los progenitores como mínimos frente al ámbito laboral. Es decir, los adultos devolvían una imagen de “problemas menores” o “poco serios” del mundo adolescente. Posiblemente por esto, los cortes circulaban como marcas simbólicas entre amigos, compañeros de escuela y pareja, en un espacio de relaciones donde se obtiene reconocimiento y comprensión por parte de los pares. El mundo adulto queda fuera de estos intercambios. En la mayoría de los casos los adultos fueron el objeto de la denuncia por parte de las y los adolescentes frente a sus amigos. Es decir, cuando relataban los conflictos que dieron lugar a sus cortes, siempre se destacaba el modo en que sus padres no los comprendían y los hacían sufrir. Este dato nos lleva a interpretar que las interacciones más o menos ritualizadas de las autolesiones, con su circulación y simbolismo entre pares, se organizaban en oposición al mundo de los adultos. Además, las y los adolescentes llevaban adelante estrategias de ocultamiento de los cortes, como taparse las piernas y los antebrazos, con ropa o pulseras, para evitar que la familia note la situación. Este es un dato importante para comprender la dificultad en la detección de este tipo de conducta.

Reflexiones finales

A lo largo de trabajo buscamos caracterizar las autoagresiones en adolescentes, particularmente los cortes en la piel. El abordaje del problema supuso comenzar a describir las distintas situaciones en las que se realizan, el modo de hacerlos y el conjunto de relaciones en las que se despliegan las autoagresiones. También nos interesamos en los distintos significados asociados a los cortes y al modo de gestionar las emociones que suponen. A partir de las descripciones realizadas y sus dimensiones podemos reconstruir la dinámica de las acciones en un marco interaccional.

Las autoagresiones evidencian cierta estructura más o menos constante de relaciones y significados que es importante recuperar. Un componente necesario fue el conflicto interpersonal con pares o adultos que provocó un sufrimiento íntimo en adolescentes. Posteriormente, los cortes se realizaron generalmente en soledad y produjeron una sensación de bienestar y alivio emocional. Por último, las lesiones y cicatrices comenzaron posteriormente a circular en distintas relaciones como marcas simbólicas y lograron obtener atención y deferencia por parte de pares. Esta dinámica parece evidenciar un carácter circular en la cual la conducta de agredirse se retroalimenta y se mantiene en el tiempo.

En lo que respecta a los vínculos adolescentes/adultos, gran parte de los procesos de sufrimiento íntimo o crisis parecieron, desde su propia perspectiva, no tener reconocimiento en el mundo adulto, o incluso ser denostados o rechazados. En este sentido, uno de los elementos centrales de las autolesiones, estuvo ligado a la estratificación del mundo adulto-adolescente, y a una desigual forma del reconocimiento del sufrimiento. Una hipótesis posible es que el rechazo y la falta de empatía que los y las adolescentes reciben como respuesta a su propio sufrimiento por parte de los adultos fueron canalizados a través de las redes de amistad por intermedio de los cortes y las autolesiones. Las autoagresiones se produjeron, generalmente, en un marco de conflicto con progenitores y adultos y, posteriormente, las cicatrices y marcas circularon en el mundo de las relaciones de pares como símbolos del sufrimiento personal, obteniendo reconocimiento, empatía y ayuda de parte de sus pares. En dichas interacciones de pares, los padres y progenitores aparecen como las figuras denostadas por sus comportamientos frente a los chicos. Posiblemente por su estructuración contra al mundo adulto y la circulación del sufrimiento entre pares, resulta difícil a las familias prevenir o detectar las autoagresiones. Bajo esta mecánica, las autolesiones muchas veces se perpetúan por tiempos prolongados, ahondando las diferencias y conflictos entre adolescentes y adultos, circulando por redes de pares ocultas, pero muy poderosas en términos de sentimientos compartidos, empatía y amistad.

Quedan varios aspectos a profundizar del problema. Hace falta una mayor descripción de la manera en que se imbrican conflictos interpersonales, emociones e interacciones. Posiblemente un mejor encadenamiento de las distintas situaciones pueda ofrecer pistas para comprender este tipo de acciones y promueva otra mirada respecto al problema. Por otro lado, parece necesario un mayor abordaje sobre el modo en que las autoagresiones dejan de producirse. Es decir, cuándo y por qué las y los adolescentes dejaron de cortarse. Si bien, todavía nuestros registros son limitados, vale la pena señalar que en algunos casos la preocupación y la atención de los padres luego de enterarse de las autoagresiones, como también el cambio de grupo de pares y amigos, parecen tener vinculación con el abandono de dichas conductas. Este aspecto podrá echar luz indirectamente sobre su persistencia en el tiempo, pero también puede contribuir a un mejor tratamiento y abordaje de la problemática por parte de profesionales.

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  1. Enuresis: Micción involuntaria durante el sueño, característica de la niñez, y asociada a problemas emocionales y del desarrollo.
  2. Animé: dibujos animados japoneses. Shojo: género romántico de historietas –manga– o dibujos animados dirigido al público femenino adolescente. Otaku: persona apasionada por el animé y manga.


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