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3 Gobierno de la salud
y envejecimiento activo

La vejez saludable como estrategia biopolítica de cuidado personal

Paula Rodríguez Zoya

Introducción

El envejecimiento es un fenómeno que, más tarde o más temprano, nos atañe a todos. Es por esto que problematizar el envejecimiento nos confronta con la labor de pensarnos a nosotros mismos y a los modos que nos damos individual y socialmente para transitar y gestionar el envejecer. Ante todo cabe observar que el envejecimiento es un proceso vital que debe ser diferenciado de la vejez en la medida en que esta constituye un momento particular respecto de aquel. En tanto proceso universal común a los seres vivos, el envejecimiento se desarrolla de manera ineludible e irreversible a lo largo de gran parte de la vida de los individuos, aunque sus formas de experiencia y manifestación adquieren caracteres singulares en términos biológicos, subjetivos y sociales. No podemos poner en duda que el envejecimiento constituye un fenómeno multidimensional que anuda factores corporales, psicológicos, subjetivos, demográficos, sanitarios, políticos, económicos, comunitarios, familiares y culturales, entre otros; en definitiva, que se trata de un fenómeno complejo.

Este trabajo problematiza el envejecimiento como una cuestión socialmente relevante en la actualidad. La idea central que se afirma y desarrolla en este texto consiste en que el envejecimiento se ha constituido una cuestión que busca ser gobernada, es decir, que, por diferentes vías, se busca intervenir en este proceso para controlar, regular o modificar su curso o manifestación. Se problematiza el desarrollo contemporáneo de un modo de gobierno del envejecimiento basado en una técnica de cuidado de sí, cuya finalidad estratégica es que los individuos se gobiernen a sí mismos mediante estrategias de cuidado personal para lograr una vejez saludable.

El trabajo se sustenta en las elaboraciones conceptuales y análisis empíricos desarrollados en mi tesis doctoral (Rodríguez Zoya, 2016), realizada en el marco del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y financiada con becas de investigación doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). La elaboración de la tesis implicó un amplio trabajo de revisión y análisis documental y la realización de entrevistas en profundidad a profesionales de distintas especialidades como médicos geriatras, gerontólogos, biogerontólogos, especialistas en medicina biológica antienvejecimiento y medicina estética, referentes de programas de organismos internacionales (OMS, OPS) y hacedores de políticas públicas relativas al envejecimiento a nivel nacional y local de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Para la realización de las entrevistas se tuvieron en cuenta los recaudos éticos de utilización de consentimiento informado (CI) y los criterios de confidencialidad y anonimato de los entrevistados.

En la tesis realicé un trabajo de problematización del gobierno del envejecimiento en clave genealógica, que permitió elaborar el concepto de “gubernamentalización del envejecimiento” como proceso histórico a través del cual se constituyen tecnologías de gobierno orientadas a conducir o regular distintos aspectos del envejecimiento. La analítica de este proceso permitió visibilizar la configuración de un conjunto heterogéneo de tecnologías de gobierno del envejecimiento que actúan a distintos niveles: la población, los cuerpos, los imaginarios, la vida biológica-molecular y la producción de modos de subjetivación. Asimismo, se conceptualizaron tres tipos de voluntades o finalidades estratégicas del gobierno del envejecimiento: el rejuvenecimiento, la prolongevidad y la vejez saludable. Se analizó la formación histórica de estas voluntades y el modo en que se manifiestan y anudan actualmente, conformando complejos dispositivos de gobierno del envejecimiento.

El presente trabajo hace foco en la voluntad de vejez saludable y la configuración de un tipo de tecnología orientada a la producción de modos de subjetivación, y en el gobierno de los individuos por sí mismos para conducir su propio proceso de envejecimiento. La estructura argumental de este artículo está organizada en cuatro secciones. Primero, se aborda la configuración del envejecimiento como problema y objeto de gobierno en la coyuntura contemporánea. Segundo, se examina el discurso del envejecimiento activo de la Organización Mundial de la Salud. Tercero, se analiza el envejecimiento activo como técnica de sí para una vejez saludable. Cuarto, se fundamenta que la estrategia de gobierno del envejecimiento se despliega en una racionalidad neoliberal, donde prima la idea del riesgo y una ética del cuidado personal para optimizar la vida y transformar el propio proceso de envejecimiento.

El envejecimiento como problema y objeto de gobierno: una lectura biopolítica

La emergencia del envejecimiento como problema y, correlativamente, la configuración de una estrategia gubernamental que lo toma por objeto, está ligada un proceso biopolítico de transformación demográfica y epidemiológica. Este proceso condujo a la configuración actual de un escenario que articula el incremento del envejecimiento poblacional y el predominio de las enfermedades crónicas no transmisibles. Sobre estas dos cuestiones nos ocupamos a continuación como coordenadas del envejecimiento en tanto problema de gobierno.

Por un lado, el aspecto más visible del envejecimiento como problema social y político está relacionado con el envejecimiento poblacional, considerado como una de las mayores transformaciones demográficas que enfrentan las sociedades contemporáneas. El envejecimiento poblacional es un proceso biopolítico que produce una modificación en la estructura de edades de la población, consistente en el incremento de la proporción de personas mayores de 60 años y la reducción concomitante de la proporción de personas jóvenes. Mientras que en el año 2015 el 12,3% de la población mundial era mayor a 60 años (15,5% para Argentina), se estima que hacia mediados del siglo XXI la proporción de personas mayores se incrementará al 22% de la población mundial (25,2% para Argentina). Asimismo, se proyecta que para 2050 el número de personas mayores superará por primera vez en la historia de la humanidad a los menores de 15 años (ONU, 2015). La población mundial envejece a un ritmo pronunciado, y esta tendencia se acelera más en los países en vías de desarrollo en donde actualmente vive el 67% de la población envejecida, valor proyectado al 80% para mediados de este siglo.

En suma, el envejecimiento poblacional es un acontecimiento demográfico decisivo que permea y caracteriza la coyuntura de las sociedades contemporáneas y que imprime múltiples desafíos a las personas, las sociedades y los gobiernos. Algunos de los interrogantes que surgen en este escenario conciernen a cómo podrán sustentarse los sistemas previsionales, cómo afrontar los gastos de los sistemas de salud, cómo adaptar los ámbitos urbanos y domésticos a las necesidades de las personas mayores, qué rol y espacio asigna cada comunidad a la población mayor, cómo organizar dinámicas intrafamiliares atravesadas por el cuidado de los adultos mayores, cómo los propios mayores se perciben a sí mismo y a su relación con el entorno y cómo organizan y proyectan el resto de sus vidas. Todas estas preguntas y otras tantas posibles― se ven incluso magnificadas con el incremento de la expectativa de vida humana y el fenómeno de la longevidad que generan procesos de envejecimiento y vejeces más prolongados.

Por otra parte, de modo correlativo a la reconfiguración demográfica, nos encontramos en una transición epidemiológica que marca un progresivo retroceso de las enfermedades transmisibles hacia un patrón epidemiológico caracterizado por las enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas y respiratorias crónicas, entre otras (OMS, 2011). En 2002, la Organización Mundial de la Salud (OMS) produjo un Informe sobre la Salud en el Mundo alertando sobre la importancia de reducir los riesgos y promover una vida sana. Allí se señala que “la mortalidad, la morbilidad y la discapacidad atribuidas a las principales enfermedades no transmisibles representan actualmente alrededor del 60% de todas las defunciones y el 47% de la carga de morbilidad mundial” (OMS, 2002b: 47). Las enfermedades no transmisibles como patrón epidemiológico asociado al proceso de transición demográfica y al envejecimiento poblacional se constituyen en una nueva amenaza para la vida y la salud. El punto crucial es que “unos pocos factores de riesgo son responsables de gran parte de la morbilidad y la mortalidad” entre los que se destacan “la alimentación poco saludable y la falta de actividad física como las principales causas de las enfermedades no transmisibles” (OMS, 2004).

Esta coyuntura demanda estrategias biopolíticas de un nuevo tipo. La biopolítica de las poblaciones del siglo XIX y XX gestionó los riesgos de salud a través de campañas sanitarias y el control progresivo de epidemias de enfermedades infecciosas y parasitarias a través de programas de vacunación. Gestionar el riesgo de salud asociado a las enfermedades no transmisibles exige modificar las conductas de la población. Dicho sintéticamente, si las epidemias infecciosas se combaten con vacunas, las epidemias de enfermedades no transmisibles exigen modular hábitos. Hay un desplazamiento de la inoculación a la habituación, es decir la creación de hábitos.

Mientras la biopolítica del siglo XX se basaba en tecnologías masificantes dirigidas a la población, la biopolítica del siglo XXI requiere de tecnologías individualizantes que implican el gobierno de sí para gestionar los riesgos de la población. Estas tecnologías no buscan disciplinar al cuerpo sino crear las condiciones para que los sujetos puedan gobernarse a sí mismos y gestionar exitosamente los riesgos para la salud que conllevan las enfermedades no transmisibles. Este nuevo horizonte de riesgos hace visible que la principal amenaza de muerte no sea ya la “espada del soberano” ni los virus o las epidemias sino nosotros mismos. Por tanto, las estrategias de gobierno prototípicas de esta era serán tecnologías orientadas al gobierno de sí.

Siguiendo la clave analítica propuesta por Foucault podemos afirmar que las estrategias biopolíticas de gobierno se construyen en la confluencia de técnicas de dominación[1] o gobierno ejercidas sobre los otros y técnicas de gobierno de sí mismo (Foucault, 1999a; 2010). En esta perspectiva, cabe pensar que el envejecimiento como problema gubernamental es objeto de dos tipos de tecnologías. Por un lado, tecnologías para la regulación de los procesos biológicos de la población y la gestión de los “riesgos” asociados al envejecimiento y la longevidad. Por otro lado, tecnologías de sí mediante las cuales los individuos son conducidos a establecer una relación consigo mismos para producir su propia subjetividad. La promoción del envejecimiento activo, del cual nos ocupamos a continuación, es una de estas tecnologías cuya finalidad es que los individuos se gobiernen a sí mismos.

El discurso del envejecimiento activo de la OMS

Distintos organismos internacionales, entre los que se destacan el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), han alertado sobre el envejecimiento poblacional, declarándolo, junto con el cambio climático, la urbanidad y la pobreza, uno de los mayores problemas para la humanidad en el siglo XXI. La OMS afirma que el envejecimiento poblacional es un indicador de la mejora de la salud mundial y de la calidad de vida pero, al mismo tiempo, plantea un conjunto de problemas económicos, políticos y sociales (OMS, 2002a). Entre estos desafíos se alerta sobre el incremento de las demandas de la población envejecida sobre los sistemas de salud, el financiamiento de los sistemas previsionales y la seguridad social, las consecuencias para el sistema laboral derivado del aumento de la población inactiva, la exigencia de nuevas políticas relativas al cuidado de personas de edad avanzada, la redefinición de las identidades sociales y vínculos intergeneracionales, los cambios en la subjetividad y en las significaciones sociales de la vejez y el envejecimiento, entre otras cuestiones (Leiva, 2010; Zaidi, 2008).

Con el tema del envejecimiento en la palestra de los debates internacionales, la ONU convocó la Primera Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento a realizarse en 1982 con el objetivo estratégico de “iniciar un programa internacional de acción encaminado a garantizar la seguridad económica y social de las personas de edad”, con la pretensión de que “las sociedades reaccionen más plenamente ante las consecuencias socioeconómica del envejecimiento de las poblaciones” (ONU, 1982: 4). Comienza, así, el proceso de construcción progresiva del envejecimiento como problema a escala mundial. Dos décadas después de aquel acontecimiento, en 2002, se celebró la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, a partir de la cual fue lanzado el Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento. Con ello cobró vigor en la comunidad internacional una nueva estrategia gubernamental orientada a la promoción del envejecimiento activo, cuya finalidad es la construcción de la salud y el bienestar a lo largo de todas las etapas del ciclo vital (ONU, 2002). Este paradigma concibe al “envejecimiento como una experiencia positiva” basada en la idea de que “una vida más larga debe ir acompañada de oportunidades continuas de salud, participación y seguridad” (OMS, 2002a: 98).

El término “envejecimiento activo” implicó un giro en la historia del discurso de la OMS sobre envejecimiento y salud. Originalmente la OMS había empleado el término “personas mayores” para abordar las problemáticas de salud vinculadas a la vejez. Así es que, en los años 70, se crea el Programa Mundial para la Salud de las Personas Mayores. En 1995 la OMS modifica esta denominación por la de Envejecimiento y Salud, produciendo una reorientación estratégica de su discurso. En lugar de aislar a un grupo poblacional bajo el término “personas mayores” se pretendía marcar la íntima relación entre vida, salud y envejecimiento en una perspectiva que considerara todo el curso vital, en tanto “todos envejecemos y la mejor manera de asegurar una buena salud para las futuras generaciones de personas mayores es prevenir enfermedades y promover la salud durante todo el ciclo vital” (OMS, 2002a: 102).

Además, el año 1999 es declarado como “Año Internacional de las personas de Edad” y el Día Mundial de la Salud es consagrado al lema “el envejecimiento activo marca la diferencia”, poniéndose en marcha un “Movimiento Global para el Envejecimiento Activo” (OMS, 2002a: 102). En 2000, el Programa cambia nuevamente de nombre por el de “Envejecimiento y Ciclo Vital” para reforzar la idea del envejecimiento como un proceso que abarca todas las fases de la vida. En este horizonte se produce la última innovación mediante la cual adoptan el concepto de “Envejecimiento Activo” “con la intención de transmitir un mensaje más completo que el de envejecimiento saludable”, que había sido empleado con anterioridad (OMS, 2002a: 79).

Estos cambios dan cuenta de una inversión epistémica de profundas consecuencias políticas para el diseño de estrategias gubernamentales. Si antes se producía una equivalencia semántica entre envejecimiento ―personas mayores― enfermedad, ahora se asocia la vida al envejecimiento a través de la salud y la vitalidad. El envejecimiento deja de ser un tercio excluso asociado a la vejez y las personas mayores, y pasa a ser un tercio incluso constitutivo de la vida de todo ser humano. De esta manera, el paradigma del envejecimiento activo afirma la idea de que el modo de vivir condiciona el modo de envejecer y, por lo tanto, los procesos de salud-enfermedad en la vejez. Para decirlo en una fórmula sintética: envejecemos como vivimos.

El envejecimiento activo como técnica de sí para una vejez saludable

Instalado y promocionado el envejecimiento activo cabe examinar detenidamente este paradigma. En primer lugar, la idea de activo remite al ejercicio de una actividad o práctica no tanto como acción individual sino como una praxis. En su sentido griego, la praxis constituye una actividad cuyo fin es interior a la actividad que la produce, de modo que su resultado no se cristaliza en algo externo a la actividad sino que es inmanente a esta (Aristóteles, 1985). Si esta interpretación resulta plausible, es pertinente preguntarse cuál es la finalidad del envejecimiento activo como praxis. Según la OMS “el envejecimiento activo es el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen” (OMS, 2002a: 79). Por lo tanto, el envejecimiento activo puede ser pensado como una praxis cuya finalidad es optimizar la vida en el proceso de envejecimiento.

En segundo lugar, el envejecimiento no es concebido como un estado determinado sino como un proceso que comprende todo el ciclo vital y permea la totalidad de la vida de un individuo. Por consiguiente, el envejecimiento activo es, en definitiva, una praxis inmanente a la vida. Envejecer activamente es un modo de vivir, un modo de conducir la vida o, mejor aún, una práctica orientada a gobernar el propio proceso de envejecimiento como proceso vital. A través de la asociación entre los términos envejecimiento y vida se advierte que la estrategia del envejecimiento activo es una praxis orientada a gobernar el envejecimiento para gobernar la vida.

En tercer lugar, es posible observar que este modo de gobierno del envejecimiento no tiene ninguna otra finalidad que la vida misma: un proceso de optimización de la calidad de vida a medida que las personas envejecen, es decir, viven. Salud, participación y seguridad, los tres pilares del envejecimiento activo, son facilitadores de la mejora de la calidad de vida. La finalidad estratégica del envejecimiento activo es, pues, la optimización permanente de la vida.

En cuarto lugar, en cuanto al modo de subjetivación implicado en el envejecimiento activo, podemos apreciar que esta estrategia presupone y produce un individuo capaz de establecer una relación consigo mismo para desarrollar una praxis orientada a mejorar la calidad de su vida a medida que envejece. El individuo debe desarrollar una práctica de sí para gobernar su proceso de envejecimiento y optimizar su vida. El envejecimiento activo adquiere la forma de un autogobierno para mejorar la calidad de vida a medida que se vive y se envejece.

La OMS señala que el envejecimiento activo busca “ampliar la esperanza de vida saludable” (OMS, 2002a: 79). Este concepto alude a la constitución de un nuevo indicador biopolítico que no mide simplemente la cantidad de años de vida promedio de los individuos de una población (esperanza de vida), sino los años de vida saludable que puede vivir en promedio una persona sin un determinado tipo de enfermedad o dolencia. Así, por ejemplo, se mide la esperanza de vida libre de morbilidad, libre de enfermedades crónicas, libre de discapacidad, entre otras. El incremento de la esperanza de vida saludable es una de las metas estratégicas del envejecimiento activo.

En virtud de lo expuesto puede sostenerse que la práctica del envejecimiento activo para mejorar la calidad de vida se orienta en definitiva a la construcción de una vejez saludable. El discurso del envejecimiento activo incita una práctica de cuidado de sí como estrategia de autorregulación del propio proceso de envejecimiento. La idea de vejez saludable implica la consideración, por parte del individuo, de su vida presente y futura. Por un lado, aparece un estado potencial de longevidad y una experiencia futura: la vejez. Por otro lado, se trata de ligar esa vejez potencial a un estado corporal, psíquico y emocional particular: la salud.

La vejez saludable ―es importante destacarlo― no es algo impuesto a los individuos externamente sino que depende del trabajo de cada uno sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su alma para envejecer saludablemente. Esto implica una práctica del individuo sobre sí mismo que puede ser pensada conforme a lo que Foucault conceptualizó como técnicas de sí o tecnologías del yo:

Los procedimientos […] que son propuestos o prescritos a los individuos para fijar su identidad, mantenerla o transformarla en función de cierto número de fines, y todo ello gracias a las relaciones de dominio de sí sobre uno mismo o de conocimiento de uno por sí mismo (Foucault, 1999b: 907).

El envejecimiento activo delinea una forma de gobierno consistente en la configuración de una técnica de sí, relativa al propio modo de ser y experimentarse como sujeto, cuya finalidad última es alcanzar la vejez saludable. La estrategia gubernamental del envejecimiento activo implica e incita un modo de relación del sujeto consigo mismo para la producción de estados crecientes de salud y la optimización de la vida. No hay vejez saludable sin envejecimiento activo, es decir, sin una práctica de cuidado de sí para modular su modo de envejecer. En el discurso del envejecimiento activo puede visibilizarse una voluntad dirigida a que los individuos se gobiernen a sí mismos mediante una práctica de autocuidado que les permita ser artífices de un modo de envejecer saludable.

Esta forma de gobierno de sí mismo implica adoptar “estilos de vida saludables y la participación activa en el propio autocuidado en todas las etapas del curso vital” (OMS, 2002a: 84). Entre las tecnologías de sí que configura esta estrategia gubernamental se destacan dos. Por un lado, la actividad física, ya que “puede retrasar el declive funcional y reducir el riesgo de enfermedades crónicas tanto en los ancianos sanos como en aquellos que sufren enfermedades crónicas” (OMS, 2002a: 84). Por otro lado, una práctica alimentaria sana y equilibrada que evite el consumo excesivo de calorías y grasas, puesto que “aumenta considerablemente el riesgo de sufrir obesidad, enfermedades crónicas y discapacidades a medida que las personas se hacen mayores” (OMS, 2002a: 84)[2].

En este horizonte resulta pertinente recuperar dos principios del gobierno de sí analizados por Foucault (1999a): el cuidado de sí y el conocimiento de sí. Si bien no son equivalentes, en el caso de las prácticas alimentarias parecería que el cuidado de sí requiere del conocimiento de sí. Cada sujeto necesitaría conocer el nivel de calorías y la composición de los alimentos, así como la combinación de los mismos para llevar adelante una práctica saludable. De modo tal que conducir una práctica de autocuidado alimentario exige un conocimiento tanto de los alimentos como del propio organismo y los factores de riesgo que pueden amenazar la salud. Prácticas como estas son consustanciales al gobierno del envejecimiento en tanto estrategia para el gobierno de la vida.

La racionalidad neoliberal de la estrategia gubernamental de vejez saludable

Al hablar del envejecimiento activo cabe analizar la racionalidad que orienta esta estrategia de gobierno. En este apartado se fundamenta que la estrategia gubernamental orientada a la vejez saludable se despliega en una racionalidad neoliberal de gobierno que articula como aspectos nucleares la idea del riesgo y la idea del vivir peligrosamente, tal como se desarrolla a continuación.

Por una parte, el análisis permite entrever que la incitación a las prácticas de cuidado de sí para optimizar la vida y conducir el propio proceso de envejecimiento para lograr una vejez saludable ―cuestiones implicadas en el paradigma del envejecimiento activo― se sustenta en la construcción de un riesgo o amenaza. Se trata de la construcción del modo de vivir como un riesgo para la salud y el bienestar y como riesgo para el propio modo de envejecer. Esta premisa encuentra asidero en la primacía de las enfermedades crónicas no transmisibles como patrón epidemiológico actual, asociado al proceso de transición demográfica y envejecimiento poblacional, en tanto aquellas se constituyen en una amenaza para la vida y la salud. En este sentido, podemos afirmar que los estilos de vida “no saludables”, considerados como disparadores de enfermedades crónicas no transmisibles, configuran una amenaza o un riesgo para la vida misma. Así es que el estilo de vida amenaza la vida. El modo de vivir modula el modo de enfermarse y también de envejecer. No se trata siquiera de que el riesgo esté dentro de nosotros, de que seamos los portadores de un riesgo, sino de que nosotros mismos somos el riesgo. El discurso del riesgo se encuentra en la base del gobierno del envejecimiento y de la estrategia de vejez saludable.

Por otra parte, la idea del riesgo que suponen las enfermedades crónicas y la relación que guarda el modo de vida con el modo de envejecer, se asocia a una segunda idea vinculada a la de “vivir peligrosamente”. La propia Organización Mundial de la Salud, en el Informe sobre la salud en el mundo. Reducir los riesgos y promover una vida sana (OMS, 2002b: 3), señala que “el mundo está haciéndose cada vez más peligroso. Son demasiadas las personas que viven peligrosamente”. En esta cuestión puede advertirse una paradoja, en tanto esa suerte de diagnóstico sobre la salud y el modo de vida es la que funciona como lógica organizadora o racionalidad en la que se inscriben las estrategias de gobierno para conducir a una mejor forma de vida y de envejecimiento. En efecto, puede afirmarse que “la divisa del liberalismo es vivir peligrosamente […] esto es que los individuos se vean a perpetuidad en una situación de peligro o, mejor, estén condicionados a experimentar su situación, su vida, su presente, su futuro, como portadores de peligro” (Foucault, 2007: 86-87, énfasis agregado por la autora). Por esta vía los individuos son conducidos a enfrentar y gestionar un riesgo permanente que permea todos los ámbitos de la vida.

La incitación a vivir peligrosamente, que caracteriza esta racionalidad de gobierno, se convierte en sí misma en un riesgo para la vida y para la salud. Así, se produce una doble incitación: a vivir peligrosamente y a gestionar el riesgo suscitado por ese peligro. De este modo, no se trata de dejar de vivir peligrosamente, sino de ser capaces de gestionar exitosamente el riesgo asociado a ese modo de vida. Pensada esta lógica en términos del problema del gobierno del envejecimiento, puede afirmarse que la extensión de la expectativa de vida produce una amplificación del horizonte temporal de la “incitación a vivir peligrosamente” (Foucault, 2007: 369). En esta lógica, el envejecimiento y la longevidad se convierten en un peligro infinito que permea toda la vida y que demanda una gestión permanente del riesgo, incluso desde etapas tempranas de la vida. En estas coordenadas, se trata de crear las condiciones para que los sujetos puedan gobernarse a sí mismos y gestionar exitosamente los riesgos para la salud que implican las enfermedades no transmisibles, los estilos de vida y el propio envejecimiento.

En virtud de lo expuesto puede apreciarse que la estrategia gubernamental de la vejez saludable funciona con una tecnología de subjetivación específica, propia de la racionalidad neoliberal de gobierno, según la cual los individuos tienen que ser “capaces de gestionar sus propios riesgos, de calcular las consecuencias futuras de sus acciones y de forjar el destino personal con sus propias manos” (Castro-Gómez, 2012: 171). El proceso de envejecimiento asociado a nuestro modo de vivir constituye un riesgo para nuestra propia salud. Por esta razón, “las políticas y los programas del envejecimiento activo reconocen la necesidad de fomentar y equilibrar la responsabilidad personal para el cuidado de la propia salud” (OMS, 2002a: 81).

El envejecimiento activo actúa como una tecnología de subjetivación que conduce al individuo a producirse a sí mismo como sujeto moral responsable de su propia salud y envejecimiento. Se configura, así, una ética del cuidado consistente en ser capaz de gobernarse a sí mismo para optimizar la vida y autorregular el propio proceso de envejecimiento. La inquietud por la propia salud, por cultivar una práctica de cuidado de sí, por buscar amplificar los estados de salud y reducir los riesgos de las enfermedades no transmisibles implican “una práctica de autotransformación del sujeto” (Foucault, 1999c: 1028). Entonces, la praxis del envejecimiento activo supone un sujeto responsable de sí mismo para lograr una vejez saludable y, de esta manera, transformar su propio proceso de envejecimiento.

En la clave de lectura del envejecimiento activo como estrategia de gobierno inscripta en la racionalidad neoliberal es posible, asimismo, comprender la salud y el modo de envejecer saludablemente como un “capital humano” que puede ser objeto de inversión y de maximización. Por lo tanto, las prácticas de cuidado personal y responsable de la propia salud, concebidas como forma de gobierno de sí para una vejez saludable, constituyen estrategias por las cuales “el capital humano va a poder mejorarse, conservarse y utilizarse la mayor cantidad de tiempo posible” (Foucault, 2007: 270). En la medida en que las personas llegan “a la vejez con buena salud siguen siendo ‘aptos para el trabajo’ (OMS, 2002a: 81). El individuo responsable capaz de producir exitosamente su propia vejez saludable puede ser considerado, pues, un empresario de sí mismo (Foucault, 2007) capaz de cuidar y maximizar su capital humano (Becker, 1993) o, mejor aún, su capital salud (Grossman, 1972)[3].

Las cuestiones de la vida y la salud ligadas al proceso de envejecimiento aparecen simultáneamente como un dominio moral y económico que debe ser gestionado responsablemente por el sujeto. La estrategia gubernamental de una vejez saludable implica la moralización y economización del proceso de envejecimiento. No se trata ya de un riesgo estrictamente financiero, sino de un riesgo económico ligado a la amenaza de las enfermedades crónicas no transmisibles suscitadas por el estilo del “vivir peligrosamente”. Las enfermedades no transmisibles amenazan de modo permanente al capital humano a lo largo de toda la vida.

Epílogo

Problematizamos el envejecimiento como un proceso vital que busca ser gobernado y la configuración de una tecnología de sí basada en el envejecimiento activo para alcanzar una vejez saludable. Esta estrategia de gobierno, que promueve el cuidado de sí para optimizar la vida y envejecer saludablemente, se sustenta en la construcción de un riesgo o amenaza. El modo de vivir se constituye como un riesgo para el modo de envejecer. Que cada individuo sea capaz de gestionar exitosamente ese riesgo supone el despliegue de una tecnología de sí para gobernar el propio proceso de envejecimiento.

El envejecimiento activo conduce al individuo a producirse a sí mismo como sujeto moralmente responsable de su propia salud y configura una ética y una inquietud por el cuidado personal. La búsqueda de amplificar los estados de salud y reducir los riesgos de las enfermedades no transmisibles conforma la praxis de sujetos responsables por envejecer activamente y alcanzar una vejez saludable.

Podemos afirmar, para concluir, que la vejez saludable se erige en la principal tecnología de sí de una estrategia biopolítica neoliberal para el gobierno del envejecimiento como estrategia de gobierno de la vida.

Bibliografía

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  1. El término “dominación” debe ser matizado ya que refiere a “técnicas y procedimientos destinados a dirigir la conducta de los hombres” (Foucault, 2014: 359).
  2. En relación con las prácticas alimentarias recomendadas para “reducir los riesgos y promover una vida sana”, la OMS (2002b: 84) señala, por ejemplo, que “las dietas ricas en grasas y sales, pobres en frutas y verduras no proporcionan cantidades suficientes de fibra y vitaminas”. Asimismo, advierte que este tipo de dietas deficitarias, en combinación con el sedentarismo, son los mayores factores de riesgo para enfermedades crónicas como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión arterial, la obesidad, la artritis y algunas formas de cáncer” (OMS, 2002b: 84).
  3. La teoría del capital humano fue planteada en 1964 por Gary Becker, representante del liberalismo económico, quien obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1992 por su desarrollo. Esta teoría contempla las inversiones en educación y formación que realizan los individuos con el fin de incrementar su eficiencia productiva y sus ingresos. Una línea de desarrollo ulterior, propuesta por Michael Grossman en 1972, extiende el análisis de esta teoría para explicar la demanda por salud y asistencia médica, de modo que vincula la inversión en educación con el incremento de ganancias en salud. Por su parte, Foucault revisa la teoría del capital humano en el marco de su lectura del liberalismo no solo como arte de gobernar sino como estilo general de pensamiento. Al respecto, considera que la teoría del capital humano supone un doble proceso: “el adelanto del análisis económico en un dominio hasta entonces inexplorado” y “la posibilidad de reinterpretar en términos económicos todo un dominio que, […] se consideraba como no económico” (Foucault, 2007: 255).


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