Diego Parente
Introducción
El presente trabajo procura indagar los fenómenos de novedad en el marco de la cultura material. Como punto de partida se intenta caracterizar el lugar de las novedades en relación con las prácticas. En segundo término se exploran –a través de ejemplos‒ cuatro modalidades de novedad en la cultura material. La sección final intenta señalar el alcance de los casos presentados y discutir algunas de sus implicaciones.
La novedad comprendida en el marco de una práctica
Así como en biología la misma noción de “especie” necesita que sus instanciaciones exhiban cierta estabilidad y duración en el tiempo para que sean identificables como tales (Dennett, 1996), algo similar podría plantearse respecto a una novedad en el ámbito artificial: para ser identificada en cuanto tal, se requiere cierta estabilización de una práctica, es decir, de una serie de acciones intersubjetivamente reconocidas y compartidas que involucra la utilización estandarizada de ciertos artefactos para la resolución de determinados problemas.[1]
Si aquello que caracteriza a la cultura material humana es, no tanto el aprovechamiento astuto ocasional del ambiente (que ciertamente compartimos con otros animales no-humanos), sino más bien la reproducción y estabilización de una serie de prácticas técnicas densas y normativamente estructuradas, entonces una noción valiosa de novedad en la cultura material debería contemplar ese peculiar modo reproductivo. Esta restricción nos brindará entonces un territorio más seguro dentro del cual dirigir la indagación.
Una indicación de espíritu wittgensteiniano que se desprende de lo anterior sería: “A fin de buscar lo novedoso en la cultura material, no mires solamente el corpus de nuevos elementos físicos que han sido construidos recientemente, sino también cómo se manipulan, con qué fin se usan habitualmente, en qué contextos o en qué ocasiones aparecen, etc.”. Esto significa que, a fin de detectar instanciaciones de novedad, no deberíamos perder de vista la dinámica de las prácticas.
Cuatro modalidades de novedad en la cultura material
Una vez trazada la anterior caracterización es posible reconstruir, a través de una serie de casos, cuatro clases principales de novedad que demandan precisiones conceptuales de diverso tipo.
Una aclaración importante: obviamente no pretendo que este listado de dimensiones de lo novedoso en la cultura material sea exhaustivo; solo aspiro a que pueda funcionar como un esbozo inicial para iluminar algunas cuestiones derivadas.
[1] Artefacto con misma función y mismos principios operacionales (que los de su clase) pero con alteraciones menores en aspectos materiales, simbólicos o estéticos
Un diseñador que se ocupa de diseñar objetos de uso cotidiano suele pivotear sobre un conjunto de instrucciones, una “tradición” de diseño, pero dentro de ese marco existe un margen para el aporte de aspectos nuevos. Un ejemplo concreto podría ser el diseño de una silla para oficina. Obviamente no se trata de una subclase nueva de silla pero el equipo de diseño apelará al conjunto de datos conocidos y aportará su propio carácter original plasmando, por ejemplo, un cierto tipo de respaldo más eficaz que el anterior, o un material distinto, o añadiendo un aspecto simbólico especial al objeto. Por supuesto, estas elecciones están lejos de ser meros caprichos individuales; la práctica del diseño contemporáneo se caracteriza por densas relaciones de negociación entre los múltiples actores del sistema (tanto integrantes del equipo de diseño como componentes externos) que operan sobre los tramos inestables de la forma estandarizada de producción (Bucciarelli, 2002). En este sentido, las transformaciones pueden afectar a aspectos materiales, estructurales, simbólicos, estéticos y también, paralelamente, a nuevos modos de producción.
Esta modalidad de novedad se caracteriza por introducir una variación sobre un tipo estandarizado de objeto técnico, tal como ocurre con el continuo rediseño de automóviles o de botellas de vino, un proceso que no conlleva ningún cambio sustancial relativo a la función propia de dichos vehículos y envases (aunque puede introducir una deriva cuyo resultado final sea un cambio más profundo). Para decirlo en terminología kuhniana, gran parte del trabajo de diseño en su etapa de normalidad se halla orientado a reforzar una función ya reconocida antes que a la creación de una nueva función.[2] Este reforzamiento implica frecuentemente corregir aspectos defectuosos o inconvenientes de ciertos diseños.[3]
Esta primera modalidad constituye el “grado mínimo” de novedad en tanto no hay ni una función nueva ni principios operacionales nuevos hallables en el artefacto. Sin embargo, y allí es donde aparece el fenómeno conflictivo, en algunos casos el sostenimiento a lo largo del tiempo de una cierta orientación de modificaciones graduales ‒aparentemente menores y sin dirección evidente‒ puede conducir a bautizar a los objetos modificados con el nombre de una nueva subclase: una silla “Eams”, una mesa de billar, una mesa de ajedrez, un martillo “sacaclavos”. Este proceso de creciente especialización de un determinado artefacto para una tarea específica, su hiper-adaptación a un contexto particular, es lo que Simondon (2008) entiende como un proceso de hipertelia. Los linajes de objetos técnicos alcanzan generalmente estos estados hipertélicos en consonancia con la hipertelia propia de los organismos y su adaptación a las condiciones del entorno.
[2] Artefacto con misma función, nuevo principio operacional y nueva estructura
Tal como sugiere la noción de “realizabilidad múltiple” (Preston 2009), una misma función puede ser instanciada por una infinidad de estructuras diferentes, las cuales a su vez pueden incluir distintos principios operacionales en cada caso.
Pensemos, por ejemplo, en los artefactos cuya función es destapar botellas de vino. En el interior de este linaje han surgido, a modo de novedad, una serie de sacacorchos con sistema de láminas consistente en dos láminas de metal que, introducidas entre el cristal y el corcho, permiten extraer el tapón presumiblemente dañado de ciertas botellas. Podemos suponer que, en un momento dado de la historia de este linaje, no existía este sistema aunque sí una enorme variedad de artefactos basados en la conocida hélice metálica (con dos alas o con un solo mango, de bolsillo, de diversos materiales, etc.).
En el caso que nos ocupa hallamos novedad en el plano de la estructura y principios operacionales del nuevo sacacorchos, lo cual puede conducir también a ciertas modificaciones en la práctica de sacar corchos con este nuevo sistema. Estas diferencias, sin embargo, no nos obligan a considerarlo como miembro de una clase funcional nueva, hecho que sería contraintuitivo. Este objeto no hace ingresar ninguna nueva función en el mundo, a no ser que se considere, de modo un tanto arbitrario, la extracción de corchos presuntamente deteriorados como una función novedosa. Por el contrario, desde su mismo contexto de uso práctico, este artefacto se inscribe en una familia ya constituida diferenciándose de otros tipos de sacacorchos preexistentes por su singular adaptación o especialización para ciertos propósitos, a saber, se ha vuelto más eficiente para un tipo particular de acción ligada con los corchos deteriorados. Para decirlo en terminología simondoniana, el nuevo sacacorchos deviene hipertélico y parte de su novedad reside precisamente en ese nuevo ajuste a condiciones muy específicas de uso.[4]
Un ejemplo más visible de transformación de principios operacionales es un caso discutido por Simondon en El modo de existencia de los objetos técnicos: el reloj digital. Si bien nuestras clasificaciones folk ubican al reloj mecánico y al digital dentro del mismo linaje funcional “reloj”, es evidente que los principios operacionales a los que apela el diseño del último están alejados de los principios que corresponden al primero. Si se piensa la tecnicidad propia del objeto técnico en este sentido simondoniano, la conclusión es que el reloj mecánico se hallaría más cerca del aparejo [máquina de poleas] que del reloj digital, así como este último se hallaría más cerca de otros artefactos no dedicados a la medición del tiempo, tal como una calculadora de bolsillo.[5]
Es importante destacar que los principios operacionales utilizados en estas nuevas maneras de instanciar una determinada función técnica pueden preexistir a la invención del objeto, pero lo cierto es que nunca han sido utilizados en un sistema técnico como el nuevo (por ejemplo, el diseño del reloj mecánico hace uso de principios mecánicos ya conocidos y utilizados pero lo novedoso surge cuando son integrados en un sistema de medición del tiempo).[6]
[3] Artefacto con nueva función propia
El ejemplo elegido para ilustrar la aparición de una nueva función propia es el tomógrafo, cuya utilización abarca desde la medicina, la arqueología y la biología hasta la ciencia de los materiales. El caso específico de la tomografía computarizada, también conocido como escáner, es una técnica de imagen médica que utiliza radiación X para obtener cortes o secciones de objetos anatómicos con fines diagnósticos. Se fundamenta en el desarrollo de Godfrey Hounsfield, quien unió sensores o detectores de rayos X a un ordenador y desarrolló una técnica matemática llamada reconstrucción algebraica a fin de obtener imágenes de la información transmitida por los sensores de rayos X.
Indaguemos brevemente el caso de la función propia de un tomógrafo. ¿Podemos afirmar que sencillamente actualiza y perfecciona una función previamente disponible en el mundo artificial? ¿Representa una variante suficientemente significativa en algún aspecto dentro de la familia de artefactos que le precede? Aquí alguien podría objetar razonablemente: todo depende de cómo redescribamos aquellas performances que englobaríamos dentro de una “nueva función”. En cierto modo, puedo describir un tomógrafo como un artefacto que traduce información en imágenes, con lo cual su linaje podría insertarse en el de las cámaras fotográficas y, en última instancia, por qué no, en el de la capacidad visual congénita de ciertas especies animales. Sin embargo, frente a este trasfondo que alude a una función común pero sumamente general, es posible describir la performance del tomógrafo enfatizando su singularidad y su novedad histórica: “artefacto que sirve para elaborar imágenes de secciones de cuerpos a partir de una tecnología que utiliza ondas de diversa clase”. Descripto de este modo, parecería ser que la función que cubre el tomógrafo es tal que ningún otro aparato previo puede cumplirla satisfactoriamente, excepto aquellos ejemplares que pertenecen efectivamente a dicho linaje. En tal medida, la nueva función no consiste strictu sensu en implementar de manera más eficaz un propósito previamente disponible.
Ahora bien, admitir el estatuto de novedad del tomógrafo no implica necesariamente rechazar la idea de que algunos de los principios operacionales que permiten su funcionamiento pueden haber estado presentes en otras clases artificiales antes de su invención, por ejemplo en las computadoras. Pero la mera preexistencia de tales principios operacionales en un cierto espacio histórico-cultural no es condición suficiente para el establecimiento de un nuevo linaje dotado de nueva función propia.
Es innegable que la emergencia de una nueva función propia es un evento destacado en la historia de la cultura material, quizás el más visible. Sin embargo, siguiendo la sugerencia wittgensteiniana antes presentada, se debe reconocer que la novedad tiene múltiples caras, muchas de las cuales no se encuadran en esta clase de episodios culturales.
[4] Reapropiación de una función sistémica: el fenómeno del bricolage o re-diseño
Esta última modalidad es quizás la más extendida y, a la vez, la más oculta de las formas posibles de novedad. Es difícil de percibir precisamente debido a su penetración en nuestras prácticas, tal como sucede con la carta robada del cuento de Poe.
Una práctica habitual que atraviesa toda cultura material consiste en el aprovechamiento de las affordances[7] provistas por el entorno artificial, es decir, la explotación astuta de los recursos materiales que conforman el conjunto técnico de una cierta comunidad. Una de las formas de esta explotación del entorno consiste en utilizar entes artificiales ya constituidos aprovechando algunas de sus capacidades o poderes causales (sus “funciones sistémicas”, tal como las denomina Preston, 1998).[8] Las funciones sistémicas constituyen aquellas capacidades que tiene un item particular en relación con los fines propuestos por un usuario, independientemente de su historia en cuanto linaje técnico. Una silla, por ejemplo, tiene la función propia de servir como objeto para sentarse, pero tiene funciones sistémicas típicas como la de funcionar como escalera para alcanzar objetos que se hallan muy alejados, o funciones menos típicas ‒-pero legítimamente incluibles en la categoría sistémica‒ como la de trabar una puerta.[9]
La cooptación de funciones sistémicas de ítems artificiales es un lugar común en las prácticas de bricolage en las que se usa un objeto que ya posee una función propia para un propósito distinto al de dicha función. Pero también cubre una enorme variedad de interacciones con el mundo técnico cotidiano. Pensemos, por ejemplo, en el uso de broches de ropa para cerrar herméticamente bolsas de alimento, o el uso de un periódico enrollado como matamoscas, o el de una botella de plástico para construir, luego de cortarla, un recipiente para regar plantas. En estos casos, lo nuevo es en verdad el rol funcional extraño adjudicado al artefacto, un rol funcional que pasa por alto su pertenencia a una clase dedicada a otro rol funcional singular.[10]
Los ejemplos de re-diseño muestran a veces modificación intencional de algún aspecto material del artefacto (frecuentemente alteraciones menores), pero también hay casos en los que la estructura material permanece completamente intacta.[11] En el ejemplo del broche, hay novedad sin necesidad de que intervenga materialmente un tipo de ente. Por supuesto, esto no significa que el objeto pierda su función propia; solo la mantiene “silenciada” durante el momento en que se reutiliza en ese nuevo contexto. Una vez devuelto a su ambiente habitual de uso (el tendedero de ropa), el broche recupera el espacio que corresponde a su función propia.[12]
Discusión de las modalidades presentadas
¿Cuál es el hilo común de las cuatro modalidades de novedad? El hecho de que ellas se manifiestan en el interior de la cultura material e involucran necesariamente ciertas prácticas y materiales.
Ahora bien, mi propósito en este punto es relativamente modesto. Se trata de pensar si los casos de novedad presentados más arriba pertenecen todos a la misma dimensión, o bien si su tratamiento conjunto implica recaer en algún tipo de error categorial. Para determinar esto se requiere discutir algunas de las fronteras supuestas en la enumeración anterior.
a) Un primer argumento podría plantear que efectivamente hay un error categorial: las primeras tres modalidades de novedad tienen un mismo target, los objetos físicos prototípicos que deben ser construidos y sobre cuya estructura se operan modificaciones de diverso tipo. La cuarta modalidad, en cambio, no involucra de ningún modo la generación de un objeto material sino la cooptación de uno ya existente. De manera que alguien podría objetar: “la cuarta modalidad involucra solamente prácticas; no se está creando nada nuevo realmente, no es un caso de novedad auténtica en la cultura material”. El criterio de novedad implícito en esta objeción sería el siguiente: la novedad auténtica requiere construcción material deliberada de una nueva entidad.
Pero tal argumento significaría perder de vista que también la creación de nuevas clases artificiales implica la generación de nuevas prácticas: la aparición de la clase “hacha” va de la mano de la práctica del hachero. Los artefactos posibilitan prácticas, y las prácticas (en la medida en que se muestran exitosas) estabilizan la reproducción y el uso de ciertos artefactos. En este sentido, podríamos redescribir lo dicho anteriormente diciendo que la práctica clínica de realizar una tomografía y la práctica de quitar un corcho con un sacacorchos de láminas constituyen lo verdaderamente novedoso, pues no preexistían a la aparición de los objetos materiales correspondientes. Lo novedoso se cristalizaría, de tal modo, en las prácticas originales emergentes, sin restringirse al surgimiento de un objeto material antes inexistente.
b) Un segundo modo (segundo argumento) para señalar déficits de la categorización aquí propuesta consiste en mostrar que los ejemplos de una modalidad caben perfectamente en cualquiera de las otras. Una objeción en esta línea, que ya fue en cierto modo anunciada durante la exposición, es que la frontera entre los ejemplos de la modalidad [1] (alteraciones menores en aspectos estéticos, etc.) y la modalidad [3] (nueva función propia) es frecuentemente difusa. Volvamos al ejemplo de la mesa de ajedrez. En cuanto a su estatuto ontológico, ella puede ser comprendida como: (a) el resultado de la acumulación de graduales y mínimas modificaciones de mesas anteriores, lo cual nos impediría considerarla como una instanciación de nueva función propia; o bien puede ser comprendida como (b) un artefacto que, debido a su lejanía respecto a las variantes existentes de mesa (mesa ratona, mesa de libros, mesa de cocina, etc.), inaugura un nuevo sublinaje genuino. Anteriormente propusimos pensar dicho linaje en términos simondonianos, como un linaje hipertélico. Pero la pregunta decisiva que se halla por detrás de este problema es la siguiente: ¿hay una suerte de momento preciso en el que podemos encontrar el nacimiento de un nuevo linaje artificial? Si tal “momento original” fuera efectivamente detectable, entonces la diferencia entre las modalidades [1] y [3] se zanjaría sin casos dudosos como los que planteamos. Habría una especie de salto categorial entre los ejemplos que dividiría, de modo manifiesto, a un linaje de otro. Pero la historia de la técnica muestra que tal momento no es evidente. Al igual que en la evolución biológica, no hay un punto exacto en la evolución artificial en el que se pueda señalar de manera precisa y definitiva el inicio de un nuevo linaje. Su nacimiento no exhibe marcas impactantes; solo la perspectiva histórica permite reconocer la identidad de una nueva clase. Como bien indica Dennett (1996, pp. 95 y ss.) respecto al proceso de especiación de las especies biológicas, la pregunta acerca de la diferencia entre una especie (nueva) y una variedad (intraespecífica) es, ante todo, un problema que se debe enfrentar solamente si partimos de un criterio esencialista de búsqueda de condiciones necesarias y suficientes.
En resumen, la respuesta a esta segunda objeción sería que efectivamente las fronteras entre los ejemplos de modalidad [1] y [3] son difusas, de hecho son inherentemente difusas, pero esto no se debe a un error de la categorización propuesta, sino que responde al modo bajo el cual funcionan los despliegues evolutivos tanto en el mundo biológico como en el mundo artificial.
c) Otra estrategia argumentativa (tercer argumento) para mostrar el error categorial involucrado consiste en objetar que alguna de las modalidades de novedad contiene casos que concluyen haciendo trivial la categoría misma. Alguien podría argumentar, en esta línea, que la primera modalidad de novedad (artefactos con misma función y alteraciones estéticas o simbólicas) es auto-destructiva. Veamos este argumento. La aporía de la primera modalidad es que multiplica de modo infinito los casos de novedad, lo cual termina haciendo trivial el propio concepto. Esto es, uno podría predicar novedad legítimamente de cualquier alteración mínima en los aspectos materiales, simbólicos o estéticos de un cierto objeto, por ejemplo el color del plástico que recubre un teléfono celular.
Advirtiendo este problema, ciertos teóricos del diseño, entre ellos Mutlu (2003), sugieren distinguir entre diseño tecnológico y diseño de producto a fin de explicar por qué con tanta frecuencia se producen modificaciones que no se dirigen a alterar la función ni los principios operacionales del objeto, sino sus aspectos estéticos o simbólicos. Es decir, la modificación de un aspecto estético en un teléfono móvil sería una operación localizable dentro del diseño de producto, no dentro del diseño tecnológico.[13]
Esta última consideración conduce a pensar que la categorización propuesta implica un solapamiento inapropiado entre dos dimensiones: la relativa al uso y la relativa al diseño técnico. Esta última tiene que ver con la tecnicidad de los elementos y de los principios operacionales incorporados en el diseño. La dimensión del uso, en cambio, juega un papel relevante en la clasificación folk que hacemos de las cosas, pero no tiene en sí misma interés técnico.
Ahora bien, repensemos entonces las cuatro modalidades de novedad a partir de esta distinción de dimensiones. La primera modalidad remite al diseño de producto, no aporta contenido técnico significativo. La tercera modalidad –que involucra la idea de una nueva función propia‒ se halla atada estructuralmente a cuestiones de uso; es decir, depende de la estabilización de una serie particular de patrones de uso en la que interviene un objeto y una determinada práctica. La cuarta modalidad está completamente determinada por el uso (por actividades innovativas de bricolage) y no remite a novedad en el plano estrictamente técnico.
La única modalidad que tiene que ver con el diseño técnico en sentido auténtico parece ser la segunda, la concerniente a un nuevo principio operacional instanciado en un objeto ya conocido. Simondon diría: en ese plano se presenta el proceso de concretización o progreso técnico. En resumen, solo en el marco de la modalidad [2] sería posible hallar genuina novedad, comprendida esta en el nivel del diseño tecnológico.
Consideraciones finales
Las variantes de novedad exploradas en este trabajo han intentado capturar algunos modos bajo los cuales se altera, aunque sea de manera mínima, el paisaje de nuestro mundo artificial. Hemos partido de una enumeración de modos de novedad que cubre indistintamente todos los terrenos de la cultura material, y hemos llegado a descubrir que estas modalidades de novedad se refieren, en rigor, a dos dimensiones no homologables: la dimensión de la tecnicidad o de principios operacionales (especialmente representada en la modalidad 2) y la dimensión de la novedad atada a cuestiones de uso (corporizada en los modos 1, 3 y 4).
Es interesante notar que los factores causales que juegan un papel relevante en el campo del uso (acciones intencionales, patrones de uso, reproducción de ítems exitosos, valoración de aspectos estéticos, etc.) pueden correr en paralelo y de modo independiente a los factores causales que juegan un papel en el campo de la tecnicidad (o diseño tecnológico). Esto no significa que uno pueda trazar una historia de la tecnicidad completamente independiente de las derivas sociales de los artefactos y sistemas técnicos dados. Pero sí significa que sería un error considerar como avance técnico o novedad en el ámbito de la tecnicidad a ciertos cambios que dependen estructuralmente de la dimensión del uso.
A su vez, la postulación de estas dos dimensiones analíticamente distinguibles permite iluminar la brecha entre un proyecto de elaboración de una filosofía trascendental de las operaciones técnicas o principios técnicos inmanentes (a la manera en que la propuso, por ejemplo, Simondon) y, por un lado, una historia social o sociología de la técnica, preocupada por dar cuenta de las fuentes sociales que configuran las distintas variantes de la cultura material; o bien, por otro lado, un reproductivismo (al estilo de Preston) interesado en explorar las raíces sociales de las funciones propias y los modos bajo los cuales ciertos usos innovadores pueden dar lugar a fenómenos de re-diseño. En definitiva, una parte del debate contemporáneo en filosofía de los artefactos podría ser leída a la luz de esta distinción.
Bibliografía
Aracil, Javier (2010). Fundamentos, método e historia de la ingeniería. Madrid: Síntesis.
Bucciarelli, Louis (2002). Designing engineers. Londres: MIT Press.
Dennett, D. (1996). Darwin’s dangerous idea. New York: Penguin Books.
Gibson, J.J. (1986). The ecological approach to visual perception. New Jersey: Lawrence Elbaum Associates.
Houkes, W. y Vermaas, P. (2010). Technical functions. On the use and design of artefacts. Nueva York: Springer.
Mutlu, Mutlu, B.D., (2003). “New User-Centered Methods for Design Innovation: A Study on the Role of Emerging Methods in Innovative Product Design and Development”, unpublished MSc. Thesis, Graduate Program of Industrial Design, Institute of Science and Technology, Istanbul Technical University, Istanbul.
Petroski, Henry (1994). The evolution of useful things. New York: Vintage books.
Petroski, Henry (1992). To engineer is human. The role of failure in succesful design. New York: Vintage Books.
Preston, Beth (2009). “Philosophical theories of artefact function”. En Meijers, A. (ed.), Philosophy of technology and engineering sciences. Amsterdam: Elsevier B.V.
Preston, Beth (2000). “The Functions of things. A philosophical perspective on material culture”. En GRAVES-BROWN, P.M. (ed), Matter, materiality and modern culture. London y Nueva York: Routledge.
Preston, Beth (1998). “Cognition and tool use”. Mind and Language (13)4.
Simondon, Gilbert (2008). Del modo de existencia de los objetos técnicos. Buenos Aires: Prometeo.
Tomasello, Michael (1999). The cultural origins of human cognition. Londres: Harvard University Press.
Vincenti, Walter (1990). What engineers know and how they know it. Londres: John Hopkins University Press.
- Esta afirmación no rechaza, de todos modos, el hecho de que cualquiera de nosotros pueda imaginar y/o realizar cierta cooptación de elementos naturales del ambiente, ciertos usos del entorno muy originales y creativos que, por algún motivo, sean meramente contingentes y no se cristalicen en una práctica repetida. Estos ejemplos son difíciles de imaginar precisamente porque cualquier elemento que pensemos en términos instrumentales (la hierba como medicina, la nieve como cicatrizante, etc.), debemos reconocer que su éxito favorecería la reproducción; de manera que solo podemos pensar en usos contingentes o no repetidos al imaginarnos medios técnicamente “malos”, como por ejemplo, el aceite como saciador de la sed, la arena como elemento para limpiar comestibles, etc.↵
- Sobre la distinción entre diseño normal y diseño revolucionario en el ámbito ingenieril, véase Vincenti (1990). ↵
- En esta dirección, Petroski (1992 y 1994) sostiene que buena parte de las motivaciones del diseño novedoso en el ámbito de la cultura material está relacionada con la necesidad de desterrar las imperfecciones propias de los artefactos existentes produciendo otros más eficaces o bien más eficientes.↵
- Los usos espontáneos de elementos naturales hallados en una situación particular muestran, por contraste, esta ausencia de hipertelia, pues el cáracter hipertélico solo puede ser predicado sobre ciertos ejemplares de un linaje ya constituido de útiles. De tal manera, una piedra encontrada en la orilla de un río no tiene el carácter hipertélico que puede asignarse a un martillo sacaclavos en el sentido en que este último se halla diseñado para servir a una serie muy específica de acciones, mientras que la ausencia de diseño en la piedra favorece que no sea tan eficiente para servir a fines demasiado específicos como –por ejemplo‒ quitar clavos de una madera.↵
- Aquí lo interesante radica en señalar cómo una misma función (medición el tiempo) puede ser instanciada a través de estructuras diferentes: reloj de sol (un palo clavado en el piso), un reloj de arena, un reloj mecánico y un reloj digital, todos ellos comparten una dimensión funcional que sin embargo no los convierte en elementos familiares a nivel de su tecnicidad.↵
- En el caso de la ingeniería aeronáutica, por ejemplo, con el advenimiento del DC-3 en los años treinta del siglo pasado la ingeniería aeroespacial entra en un régimen normal caracterizado por un diseño de cubierta metálica, alas bajas y propulsión por hélice. Durante más de dos décadas el proyecto de aviones se limitó a una mejor explotación del potencial que tenía el DC-3, lo cual incluía el mejoramiento de los motores, el aumento de tamaño de los aviones y lograr más eficiencia en su funcionamiento (Aracil, 2010, pp. 321-322). ↵
- Las affordances o posibilidades de acción constituyen uno de los conceptos clave de la teoría ecológica de la percepción de J.J. Gibson (1986). Para una profundización de esa perspectiva en el análisis del mundo técnico véase Tomasello (1999).↵
- La literatura filosófica sobre funciones biológicas y su correlato en el ámbito de la ontología artificial suele diferenciar entre las funciones propias (proper function) y las sistémicas (system-function). Las funciones técnicas propias surgen como resultado de adoptar una lectura histórica que identifica cuáles de las performances de un determinado artefacto han sido consideradas decisivas a la hora de reproducir nuevos ejemplares de ese objeto. Las funciones sistémicas, en cambio, no se leen “históricamente” sino más bien centrando la atención en el sistema efectivo en el que se inserta el ítem.↵
- En este sentido, la exploración inteligente de funciones sistémicas en el ambiente se realiza siempre con el propósito de (1) cubrir necesidades que no podemos cubrir contingentemente a través de artefactos con la función propia destinada para tal fin, debido –por ejemplo‒ a que dichos artefactos no se encuentran disponibles en el momento presente, o bien (2) para cubrir objetivos para los cuales ni siquiera existe un artefacto creado específicamente para tal fin ‒por ejemplo, la ausencia estructural de un artefacto para destapar latas de cacao o de pintura conduce a la práctica típica de usar la función sistémica de una cuchara/destornillador para abrirla‒.↵
- Esta modalidad que patentiza las funciones sistémicas de los artefactos se identifica con aquello que Preston (2000) denomina reuse y aquello que Vermaas y Houkes (2010) llaman “diseño lego” o no experto. Podemos asociarla también con la idea de bricolage que postula Levi-Strauss en El pensamiento salvaje: el bricoleur trabaja siempre reorganizando un repertorio de materiales limitados con el objetivo de responder a demandas básicas tradicionales, sin involucrar necesariamente rasgos de innovación.↵
- El papel del bricoleur consiste en lograr las prestaciones estándar limitándose a los medios disponibles, que siempre son restringidos y constriñen su horizonte de acción. Con este objetivo, la tarea del bricoleur está definida por su inmediatez (directness), es decir, por ser una respuesta contingente e inmediata a un problema.↵
- Es factible que con el paso del tiempo la función sistémica se transforme en propia (si los broches empiezan a ser reproducidos para cumplir la función sistémica emergente), pero lo más común es que objetos con una función propia estable cumplan usualmente una función sistémica típica (Preston 2000), como también sucede con el uso de las sillas para alcanzar objetos que se encuentran a cierta altura.↵
- Agradezco a D. Sandrone (CONICET) el haberme señalado esta sugerencia.↵