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3 La tecnicidad animal humana
en un marco gradualista

Andrés Crelier

Introducción

El modo de entender la conducta técnica ha dado lugar, entre otras, a una posición naturalista que nos interesa reconstruir y criticar, no tanto con el ánimo de desecharla sino con el de reformularla en términos “gradualistas”. En el presente trabajo, presentaremos los rasgos salientes de esta posición naturalista sobre la base de textos de Beth Preston y Tim Ingold, admitiendo como válido el aspecto “holista”, “ecológico” o “contextualista” que esta posición conlleva respecto de la acción técnica. Argumentaremos entonces que esta perspectiva naturalista resulta reductivista en un sentido injustificable, en tanto no permite entender la diferencia específica propia de la tecnicidad animal humana. Acto seguido, intentaremos mostrar que determinados fenómenos humanos, centrados en la noción de artefacto, si bien se montan sobre una base natural o biológica, aportan una novedad o especificidad en la dimensión técnica. Para ello, desarrollaremos una distinción, introducida por Michael Tomasello, entre “affordance sensorio-motor” y “affordance intencional”. Sobre la base de esto, esbozaremos finalmente diversos momentos de una concepción gradualista acerca de la tecnicidad que dé cuenta de la especificidad humana en un marco naturalista.

Una mirada holista y naturalista sobre la conducta técnica: Preston e Ingold

Examinaremos en esta sección una posición filosófica acerca del fenómeno general de la tecnicidad caracterizado por un holismo que desemboca, en la variante que analizaremos, en un naturalismo reductivista. Para caracterizar esta perspectiva sobre la técnica, utilizaremos a dos autores, Beth Preston y Tim Ingold. Mediante nuestra argumentación contra algunos aspectos de esta perspectiva intentaremos mostrar entonces la especificidad del fenómeno humano del uso de artefactos y la posibilidad de plantear un naturalismo gradualista.

Si bien Preston aborda el fenómeno de la técnica en diversos textos desde una variedad de enfoques que no suponen siempre un naturalismo en un sentido que consideraremos “reduccionista”, en “Cognition and tool use” (1998) ofrece una serie de argumentos que sí se encaminan en esa dirección. Antes de emprender la crítica, debemos señalar que a nuestro modo de ver el holismo de Preston va en la dirección correcta. Su tesis general al respecto consiste en sostener que el denominado “uso de herramientas” (tool-use) es una clase de conducta que no puede ser “individuada” de manera “individualista” (algo que en rigor sucede con toda identificación de conductas, pero que no nos interesa ahora en sus aspectos más generales).

Con sus palabras:

[…] the property of being a tool, or a tool of a particular sort, does not supervene on individual physical objects as constituted by their immediate causal history, but rather on objects embedded in a non-individualistic history of design, manufacture and normal use of relevantly similar objects (p. 520).

Para identificar una herramienta o artefacto no alcanza, según esto, con conocer todas las propiedades del objeto y su historia causal inmediata ‒como pretendería la individuación individualista‒ sino que hace falta conocer la forma de vida en que se lo usa normalmente, es decir, los aspectos relevantes del entorno, que en este planteo incluyen aspectos naturales y culturales indistintamente.

Como señalamos, creemos que esta perspectiva es adecuada, pero Preston avanza hacia otra tesis con la que no estamos plenamente de acuerdo. Según esta nueva posición, existiría una conexión entre la negación de la tesis anterior defendida por Preston –y que expresa el modo incorrecto (individualista) de individuar la conducta de tool-use y la idea de que esta clase de conducta pertenece a una categoría específica (p. 522). Preston va a criticar esta conexión, y va a sostener que no existe una categoría específica que podamos denominar tool-use. Dicho de otro modo, sostendrá que su tesis holista inicial –la conducta de tool-use no puede individuarse de manera individualista‒ involucra conceptualmente la idea de que no hay tal conducta de tool-use como una categoría aparte. Nosotros, en cambio, sostendremos que el holismo de Preston es correcto pero que sí existen fenómenos técnicos específicos y diferentes entre sí, entre los cuales se destaca la conducta técnica de uso de artefactos propia de los animales humanos y cuyos rasgos reseñaremos más abajo. Pero veamos con mayor detenimiento la posición de Preston.

Reveladoramente, esta autora apoya su tesis en una discusión sobre el uso de artefactos en animales y piensa que la aplicación al caso humano se sigue de suyo. Así, presenta la definición de Benjamin Beck sobre tool-use en animales no humanos y muestra las dificultades con las que se encuentra, especialmente sus resultados contra-intuitivos. Veamos un tipo de problemas de esta clasificación. Beck excluye como tool-use los casos en que los objetos no son llevados o portados por el animal, ya que en caso contrario todo objeto externo que sea usado para un propósito determinado podría ser considerado una herramienta. Un ejemplo particularmente problemático es aquí el de los chimpancés, que si abren las nueces golpeándolas con una piedra, su conducta sería de tool-use, pero si abren las nueces golpeándolas contra una piedra, no lo sería (p. 523) (en ambos casos según la clasificación de Beck). La definición de Beck, puesta en cuestión por Preston, separa en dos categorías diferentes conductas que, intuitivamente y sobre la base de que son funcionalmente similares, categorizaríamos juntas.

Preston resume entonces el dilema de Beck del siguiente modo:

[…] the behavioural category of tool use self-destructs if it is not defined in accordance with some approximation to individualistic standards for individuating behaviour. On the other hand, if it is defined this way, it results in arbitrary classification of behaviour, since it excludes many behaviours which intuitively count as tool use, and have demonstrably the same function as behaviours which are included (p. 527).

Como vimos, su propuesta es directamente rechazar la categoría conductual de tool-use, algo que según ella encaja perfectamente con el modo no individualista de entender la conducta.

La cuestión no queda allí, pues Preston es consciente de que existen muchas conductas que involucran objetos y que coloquialmente asimilamos (como sucede incluso en los diccionarios) al tipo de conducta denominada tool-use que ella critica en el sentido visto y que tenemos todavía que explicar. En lugar de recaer en cuestionables categorías “folk”, su contra-propuesta consiste en acoplarse al Heidegger de Sein und Zeit y sus tres categorías funcionales y no individualistas para expresar la praxis funcional. En lugar de “tool” Preston prefiere ahora hablar de “equipment”, el cual solo es lo que es dentro de un contexto. La función entendida de manera holista se desglosa en tres clases de referencias o “assignments”, la referencia a la obra a realizar, al usuario y al material (p. 529).

Pero no entraremos en la descripción que hace Preston de las categorías heideggerianas, tan solo señalaremos lo siguiente: creemos que estas categorías afinan conceptualmente el holismo o contextualismo pero no ofrecen herramientas conceptuales para distinguir conductas técnicas diversas e identificar la especificidad del uso humano de artefactos. Así, si en verdad Heidegger supera a Preston explicativamente (algo que concedemos), Preston lograría perfeccionar el holismo, pero esto no implica dar cuenta de la diferencia entre la tecnicidad animal y la animal humana, algo que ciertamente ella no pretende.

Justamente, esto se relaciona con la posición naturalista tal como Preston la entiende y considera defendible. Entre otras razones, dado que ha utilizado a Heidegger para entender fenómenos de tecnicidad animal (Heidegger como superador de Beck), y ha explicado toda conducta técnica como una relación práctica con el entorno, Preston debe ver como riesgoso volver a admitir la tecnicidad humana como un fenómeno diferente o específico. Específicamente, el riesgo consiste en volver a admitir categorías específicas de conducta como la de “tool-use” o uso de artefactos que pongan en jaque el modo holista de individuar la conducta. Quizás por estas razones, entonces, Preston defiende un naturalismo que no ve diferencias fundamentales entre naturaleza y cultura: “Ultimately, what is required is an acknowledgement that culture is an embroidery upon biology” (p. 537).

Ahora bien, creemos que este naturalismo tiene una faceta correcta y otra criticable. Lo correcto es el gradualismo expresado en la última frase de Preston, y que nosotros abonaremos expresamente en este trabajo (como explicamos más abajo). Lo criticable, a nuestro modo de ver, es su carácter en última instancia reductivista: si no hay conducta que pueda denominarse legítimamente tool-use, y si no puede haber una distinción categorial entre la tecnicidad animal y la humana, entonces no hay tampoco para Preston un uso humano de artefactos ni a fortiori un mundo técnico propiamente humano. En efecto, el holismo, tal como lo concibe Preston, presiona para convertirse en un naturalismo que, a su vez, presiona por desembocar en esta variante del reductivismo (algo que Preston no consideraría como una falencia). Volveremos sobre esto en el próximo apartado.

Este naturalismo reductivista de carácter holista es plenamente compatible con el que propone Tim Ingold, en un lenguaje algo diferente, en The Perception of Environment (2000). Veamos brevemente esta posición que, de un modo similar a Preston, aboga por un contextualismo radical. El interés de Ingold no es entender cómo individuar adecuadamente la conducta práctica sino cómo entender adecuadamente la acción técnica, o más precisamente, la destreza (skill). En este marco, considera injustificado lanzar una mirada sobre la conducta técnica que aísle elementos inconexos y luego los intente unir:

To understand the true nature of skill we must move in the opposite direction, that is, to restore the human organism to the original context of its active engagement with the constituents of its surroundings (p. 352).

Lo relevante para explicar la destreza está constituido por la totalidad de las relaciones presentes en la acción descrita y no tanto por las propiedades de las entidades que lo componen (mente, cuerpo, intenciones, materiales, fórmulas o reglas de acción, etc.). Se trata de un “ecological approach” (p. 353) similar a la individuación no individualista que propone Preston de la acción.

Veamos un ejemplo de casos cruzados que Ingold pone en escena para intentar corroborar su enfoque. Se trata de comparar la fabricación de bolsas de hilo por parte de un pueblo de Nueva Guinea con la fabricación de elaborados nidos por parte de las aves tejedoras (pp. 354 y ss). La comparación es relevante porque la actividad y el producto son altamente similares: se trata de complejos tejidos de nidos elaborados para refugio, en el caso de las aves, y de complejos tejidos de bolsas multiuso, en el otro caso. Ingold muestra que esta complejidad es fruto de habilidades complejas que requieren un proceso de aprendizaje pero que no pueden enseñarse mediante fórmulas, reglas o algoritmos. En tal medida, no dependen completamente de un plan previo de diseño o de intenciones preconcebidas, plasmadas acaso en una materia ideal antes del trabajo concreto con los materiales. Como se ve, el foco está puesto en las destrezas que consisten en una relación activa y compleja con el entorno inmediato:

The abilities of the weaverbird, just like those of the human maker of string bags, are developed through an active exploration of the possibilities afforded by the environment, in the choice of materials and structural supports, and of bodily capacities of movement, posture, and prehension (p. 359).

Dado que ambos fenómenos consisten en esta relación fluida con el entorno, pierde sentido la distinción entre instinto y cultura, o innato y adquirido:

[…] there can be no programme for such tasks as knotting, looping, and weaving that is not immanent in the activity itself, then it makes no more sense to interpret the weaverbird´s behaviour as the output of a genetic programme than it does to interpret the bilum-maker´s as the output of a cultural one (p. 360).

La reducción holista y naturalista (al menos en tanto no hay distinción entre naturaleza y cultura) de toda acción técnica resulta pues muy clara, y es como adelantamos plenamente compatible con la de Preston. Antes de señalar sus limitaciones, nos parece importante resumir los elementos en común de los autores que hemos analizado en este apartado. Ambos comparten:

  • La noción holista de que el entorno es determinante para identificar la conducta técnica (el enfoque ecológico de Ingold y la individuación no individualista de Preston).
  • La correspondiente tesis anti-artefactualista: no hay propiedades de algún modo intrínsecas en los entes usados que trasciendan a lo que el contexto determina; en tal medida, no interesan aquellas propiedades funcionales que, si bien adquieren sentido en el marco de un sistema de uso, permiten identificar una clase de fenómeno técnico que incluye a los artefactos característicos del mundo humano.
  • La indistinción por principio de la cualidad natural o cultural de los elementos del entorno relevantes para identificar la conducta técnica. Esta indistinción puede leerse como un naturalismo reductivista que pierde de vista lo específicamente humano de la técnica.
  • La tesis continuista de que no existe una diferencia esencial entre la tecnicidad animal humana y la no humana. En Preston, se advierte de todos modos un gradualismo que permitiría pensar en diferencias específicas, algo que en Ingold se vuelve más difícil. Esta tesis continuista toma la forma de un naturalismo que borra la distinción naturaleza-cultura.

Crítica al reductivismo naturalista y aproximación a la tecnicidad de los animales humanos

La posición defendida por Preston e Ingold, tal como la hemos caracterizado en el apartado anterior, es a nuestro modo de ver una explicación de la conducta técnica adecuada en los siguientes puntos: muestra correctamente el fenómeno de que tanto la conducta humana como la animal consiste mayormente (aunque creemos que no exclusivamente) en relaciones de uso o instrumentalización del entorno inmediato. Muestra además que toda identificación de la conducta, técnica o no técnica, tiene que ser holista, o al menos no puede ser completamente “individualista” –según la terminología de Preston‒, es decir, debe tener en cuenta los elementos relevantes del ambiente, tanto los que denominaríamos naturales como culturales. Y finalmente supone un naturalismo que admite un gradualismo entre la tecnicidad de animales humanos y la de no humanos.

Sin embargo, pensamos que esta posición posee una falencia importante, consistente en ocultar e incluso en impedir la distinción entre dos fenómenos de conducta técnica muy diferentes entre sí, uno de los cuales es específicamente humano. En lo que sigue nos enfocaremos en este último, lo cual nos llevará en la dirección de la distinción de dos clases de tecnicidad, lo cual involucrará a su vez una clarificación del gradualismo técnico entre animales humanos y no humanos.

Nuestro primer reparo consiste entonces en contraponer a la concepción de Preston la siguiente intuición: si bien toda caracterización adecuada de una conducta debe ser holista, existen conductas técnicas que involucran el uso de objetos técnicos y otras que no lo hacen. Por ejemplo, abrir nueces con una piedra es una conducta diferente de abrirlas con un cascanueces, aunque más no sea porque en el segundo caso se involucra el uso de un objeto diseñado para tal fin.

Parece entonces que cuando intentamos hacer una descripción adecuada de la tecnicidad en los animales humanos nos encontramos con una clase sui generis de entidad, irreductible a las entidades naturales que encuentra o puede típicamente encontrar un animal en su entorno ecológico. Mientras que en el caso de los animales no humanos podría en principio (al menos eso parece) prescindirse de la alusión a artefactos en la individuación de su conducta, en el caso humano dicha individuación requiere en muchos casos la mención de estos últimos; es decir, de entidades que si bien se hallan en el entorno relevante ya tienen, previa a la tarea de individuación holista de la conducta en cuestión, sus propias condiciones de identidad dadas por sus “funciones propias”. Así, para individuar la conducta típicamente humana de cascar nueces debo hacer alusión al cascanueces como objeto técnico cuyas propiedades funcionales y operacionales me son conocidas con anterioridad.

Aquí puede surgir la objeción de que estos objetos técnicos se definen también holísticamente a partir de la conducta en un sistema o contexto determinado. Así, podemos hacer zoom-in en la conducta anterior, centrarnos en el cascanueces y, en lugar de simplemente mencionarlo, redescribirlo como un objeto que cumple tal o cual función en determinado contexto y clase de conducta. Así podemos ir reduciendo las explicaciones que mencionen artefactos sin definirlos hasta llegar a explicaciones más completas que no involucren ya elementos previamente definidos. En suma, todo elemento y aspecto de una conducta técnica podría explicarse en referencia al sistema entero.

Este modo de proceder es por supuesto legítimo, pero no creemos que se pueda extraer de ella la conclusión de que todos los fenómenos técnicos son de una misma clase, aunque más no sea porque los fenómenos que involucran artefactos requieren explicaciones funcionales ulteriores y más complejas, anidadas en la conducta inicial y cristalizada en entidades artefactuales. Pero no es solamente la complejidad de las funciones realizadas por las diversas entidades lo que caracteriza la tecnicidad humana sino más bien el hecho de que estas funciones sean reconocidas como tales. Es decir, se trata del reconocimiento de funciones estándar o “propias” que determinados entes no solo suelen cumplir sino que se supone que deben cumplir (algo que no sucede con los objetos naturales que no han sido incluidos en un uso estándar determinado). Y esto conduce a su vez a una relación intencional que se supone implícita en los artefactos: se reconoce no solo la función propia de los cascanueces, sino que han sido diseñados y fabricados para cumplir esa función de abrir nueces.

Es posible ofrecer una explicación ontológica de este fenómeno señalando que el mundo técnico adquiere “solidez ontológica” de manera diferente al mundo natural. En la primera de estas esferas, la conducta se “fosiliza”, “cristaliza” o “inscribe” en entidades cuya descripción, función y sentido técnico pueden ser luego comunicados a otros. Según este “realismo reflexivo”,[1] los artefactos son elementos del mundo cuya realidad es independiente de quien los conoce, de modo que es posible aprender de ellos y llegar a conocerlos, como cuando se reconstruye el contexto de uso de un objeto pre-histórico. Es por esto que al identificar gran parte de las conductas humanas nos valemos de referencias a objetos de los cuales conocemos ya su función. En el lenguaje se encuentran implícitos estos sentidos funcionales de los objetos, como cuando afirmamos que alguien rema, destapa una botella con un sacacorchos o martilla. En estos casos, una descripción completa requiere explicar el sentido funcional de un martillo, un sacacorchos o un remo. Pero raramente damos una descripción completa, pues este sentido funcional es un patrimonio ya adquirido.

Esta distinción entre dos clases de fenómeno técnico no resulta todavía adecuada, ante todo porque corre el riesgo de sugerir una distinción entre tecnicidad animal y no animal demasiado tajante, en contra del naturalismo gradualista que pretenderemos defender. Es necesario, entonces, continuar explorando ambos fenómenos para captar la diferencia específica que estamos buscando.

La tecnicidad humana y los “affordances intencionales”

Vimos que la conducta técnica humana involucra entidades de una clase particular, identificadas por propiedades funcionales de determinado tipo (así, un remo es un objeto que sirve para remar, etc.). Antes de avanzar, es preciso despejar una objeción que puede surgir en este punto, la cual cobraría impulso si se sostuviera que la conducta técnica humana involucra necesariamente objetos manipulables.

De este modo, aunque existan instancias intermedias el soporte más adecuado de una función técnica sería un objeto manipulable que permanece en el tiempo, siendo el soporte de propiedades funcionales, y no entidades o affordances del entorno inmediato. Sin embargo, además de entrar en tensión con el holismo, esto nos lleva en una dirección objetivizante que da lugar a objeciones de diverso tipo: ¿es una carretera un objeto en el mismo sentido en que lo es una taza? ¿Debe considerarse que los diversos elementos que conforman un cine, desde el edificio hasta la suma de todas las butacas, conforman un único objeto? Estas preguntas advierten ante los errores categoriales que pueden surgir de reducir toda conducta humana técnica al uso de objetos manipulables, y sugieren no prejuzgar sobre la naturaleza objetual de los artefactos ni, en tal medida, sobre los objetos involucrados en la tecnicidad humana.

Evitando entonces el objetivismo y manteniendo una perspectiva holista centrada en la conducta como unidad de análisis, proponemos continuar indagando el modo en que se desarrollan las acciones técnicas, en el caso humano, sobre la base de una distinción propuesta por Michael Tomasello entre “affordances sensorio-motoras” y “affordances intencionales” (1999, pp. 84 y ss). Como es sabido, la noción de “affordance” proviene de Gibson, quien se refiere con ella a las posibilidades de acción y re-acción que el entorno le ofrece a un organismo (Gibson, 1979). Así, desde el suelo, que ofrece resistencia para andar, hasta una roca, que le ofrece a un lagarto la posibilidad de calentarse al sol, constituyen affordances sensorio-motoras. Las categorías “ecológicas” de superficies, medios y sustancias permiten especificar affordances.

Ahora bien, Gibson se refiere indistintamente a las affordances del entorno inmediato, en un sentido “ecológico” compatible con el holismo que hemos reconstruido en la sección inicial de este trabajo. Pero hemos sostenido que, incluso para una perspectiva holista, no toda conducta técnica es de la misma clase. Especialmente en el marco de las culturas humanas existe un modo peculiar de aprovechamiento de las potencialidades del entorno que es, podríamos decir, “indirecto”, que no se tipifica solamente mediante la caracterización de las affordances sensorio-motoras involucradas. Se trata de lo que Tomasello denomina “affordances intencionales”, caracterizadas porque, para ser captadas, requieren que el agente comprenda las relaciones intencionales que otros agentes tienen con una entidad técnica determinada (Tomasello, 1999, pp. 84-85).

A diferencia de la captación de affordances sensorio-motoras del entorno, abierta a la totalidad de las especies y desarrollada a través de aprendizaje individual directo o emulación, Tomasello sostiene que los agentes humanos, sobre la base de sus particulares capacidades de aprendizaje social, pueden –inclusive desde antes del año de vida– reconocer funciones propias estables usualmente plasmadas por otros en un objeto, distinguiéndolas de funciones impropias. Se trata de comprender “the intentional relations that other persons have with that object or artifact –that is, the intentional relation that other persons have to the world through the artifact” (p. 85). Por ejemplo, el comprender que una silla tiene como función propia el permitir sentarse o un cuchillo de cocina tiene la función de cortar alimentos.

Hasta aquí la distinción, que nos lleva a los siguientes problemas: ¿se trata de dos clases de conducta excluyentes o coexistentes?, y si coexisten, ¿cómo se relacionan? Estas preguntas resultan relevantes para comprender las clases correspondientes de tecnicidad. Exploraremos tres opciones respecto de cómo entender la relación entre las affordances de una y otra clase, y defenderemos la tercera de ella.

La primera consiste en sostener que las sensorio-motoras y las intencionales se excluyen mutuamente: así, los animales no humanos participarían de una relación con el entorno caracterizado como sensorio-motora, y los humanos en una relación siempre mediada por la comprensión de cómo los demás interactúan con el entorno. Más aun, si una conducta determinada se describe como el aprovechamiento de una clase de affordances, esto excluiría su descripción como aprovechando el otro tipo de affordance. Esta opción no es convincente porque, como es obvio, la relación sensorio-motora impregna todo el trato humano con las cosas, incluso cuando esta relación está mediada por la comprensión de la intencionalidad técnica ajena. De este modo, es preciso ver cómo se coexisten ambos modos de relacionarse con el entorno.

La segunda opción ofrece una respuesta a esto último, señalando que las affordances intencionales se montan o apoyan en las sensorio-motoras al modo de un objeto en otro o de una propiedad en un objeto o en otra propiedad. Si bien esta opción da cuenta del hecho de que, en el caso de la tecnicidad humana, la relación sensorio-motora y la intencionalmente mediada coexisten, resulta inadecuado entender esa coexistencia sobre la base de la analogía de objetos que se insertan en otros objetos o en sistemas para funcionar. Mientras que un foco de luz es un objeto que precisa insertarse en un sistema eléctrico, la relación con el entorno puede en cambio ser a la vez sensorio-motora e intencional con el mismo objeto: el cascanueces debe ofrecerle a la mano una empuñadura adecuada, por ejemplo. Se trata entonces de dos tipos de relación diferentes con el entorno pero un mismo objeto material.

El modo como esos dos tipos de acceso práctico coexisten puede expresarse en nuestra tercera opción: las affordances intencionales requieren la presencia de affordances sensorio motoras para determinar el sentido de su uso y especialmente la función propia estándar en el seno de una cultura. Así, entre las posibilidades de acción que ofrece un cascanueces, existen algunos usos estándar privilegiados, justamente aquellos por los que estas entidades han sido fabricadas. Si bien este objeto ofrece potencialidades que incluyen ser arrojado como arma o servir de peso para que un conjunto de hojas no se vuele, la función propia es la de abrir nueces. Coexisten entonces dos modos de acceso: el agente comprende la función estándar y, si decide aplicarla, aprovecha determinados affordances sensorio-motores del objeto en cuestión en detrimento de otros. De hecho, la determinación estándar de las funciones de los objetos y entidades del entorno requieren que estos posean ya, independientemente de esta determinación cultural, determinadas potencialidades (que pueden por supuesto ser fruto del diseño y la fabricación intencional).

Podemos afirmar entonces que las affordances sensorio-motoras son condición necesaria aunque no suficiente para establecer intencionalmente funciones estándar. Todo affordance intencional específicamente técnico supone una materialidad, la cual ofrece al agente posibilidades concretas de acción técnica. Y también podemos afirmar que las intencionales están solo infradeterminadas por las sensorio-motoras.[2] Estas últimas ofrecen una variedad de posibilidades de acción (de acuerdo también con las características del organismo). De entre estas posibilidades materiales preponderá una o unas pocas, que constituyen la función propia intencionalmente asignada en una cultura.

Siempre dentro de esta necesaria infradeterminación sensorio-motora, las affordances intencionales abren una dimensión simbólica que tiene, en parte, sus propias leyes. Esto es lo que Tomasello pone en evidencia con el fenómeno del juego, que caracteriza la conducta de los niños humanos, quienes por ejemplo pueden jugar a que un lápiz es un martillo, cambiando el uso convencional con fines lúdicos (p. 85). Quien juega así comprende primero la función propia del artefacto pero la deja de lado imprimiendo otra función propia (o al menos sistémica) en la misma entidad, cambiando de este modo, podríamos decir, una affordance intencional por otra. Ciertamente, en el juego se actualizan posibilidades de acción materiales –affordances sensorio-motoras–, pero es haberse introducido en el espacio simbólico de los artefactos lo que permite luego cambiar la relación intencional con la entidad. Este “como si” que caracteriza al juego del niño está permitido solamente por la capacidad del agente humano para percibir affordances intencionales. Sin esta capacidad, no hay posibilidad de juegos en este sentido del término.

La tecnicidad humana y no humana: esbozo de un marco gradualista

Puede objetarse con cierta razón que hemos sido un tanto apresurados al atribuir la capacidad para comprender affordances intencionales exclusivamente a los animales humanos. Por ello, resulta más exacto sostener que hemos ahondado en una distinción de dos maneras de relacionarse técnicamente con el entorno. La diferencia entre ambos modos es sin embargo muy grande, y puede volcarse en un esquema gradualista como el que proponemos a continuación, y que pretende captar los diferentes “momentos” de la tecnicidad que van desde la animal no humana hasta la animal humana. Aclaramos que se trata de esbozar los contornos de una posición que debe ser sometida a discusión, en parte sobre la base de información empírica relevante. Los niveles o momentos de la tecnicidad, ordenados desde los más simples hasta los más complejos aunque a menudo integrados entre sí, serían los siguientes:

  1. Captación y uso de affordances sensorio-motoras del entorno inmediato por parte de un organismo vivo: caminar sobre una superficie dura, volar, beber agua. Se trataría en verdad de un momento “pre-técnico”, en tanto involucra actividades básicas de los organismos que no requieren en principio una conducta compleja de “medio-fin” con elementos del entorno. Sin embargo, estas conductas pueden entenderse también como “proto-técnicas”, en el sentido de que admiten la siguiente descripción: un organismo usa elementos del entorno para. Como hemos sostenido, esta instrumentalidad general e indiferenciada no captura todos los momentos relevantes de la relación técnica con el entorno, ni siquiera en el ámbito de las criaturas no humanas.
  2. Captación y uso complejo de la funcionalidad de los elementos del entorno, en el sentido de una racionalidad o “proto-racionalidad” instrumental o al menos de conductas innatas cuyo desenvolvimiento es complejo y que describimos utilizando las categorías de medio-fin. Ejemplos de esta conducta son la construcción de panales de abejas, termiteros, nidos tejidos por pájaros, castores que construyen canales como refugio y para transportar y reservar alimento (cf. Gould, 2007).
  3. Fabricación y uso de objetos con funciones determinables, en el sentido de la racionalidad instrumental medio-fin no solo en la descripción de la conducta sino en la realización de la misma por parte del agente: construcción de palitos termiteros por parte de chimpancés (cf. Boesch y Boesch, 1990).
  4. Trasmisión entre congéneres de la funcionalidad de los artefactos mediante mecanismos no-lingüísticos como el aprendizaje, mayormente no tutelado, mediante la emulación de la conducta de otro.

A nuestro modo de ver, la actualización de las capacidades resumidas en estos cuatro momentos da lugar a un incipiente “mundo técnico”. O, visto de otro modo, teniendo en cuenta que esta expresión es un tanto estipulativa, puede afirmarse que la justificación para hablar de un mundo técnico no humano consiste en reseñar estas capacidades, con lo cual se le puede dar un sentido algo más concreto a la tecnicidad fuera del ámbito específicamente humano. Como se desprende de lo argumentado en la sección anterior, la frontera imprecisa que permite entender la especificidad técnica humana a nuestro modo está conformada por la siguiente facultad:

  1. Captación de “affordances intencionales” a partir de la conducta de otros: el agente es capaz de entender la relación intencional que existe entre otros agentes y una clase de artefactos, y de interactuar él mismo según las pautas de esta relación. Los objetos poseen según esto una función estándar asignada por grupos de agentes.

Para Tomasello, solo los primates humanos pueden captar la intencionalidad de otros agentes y la inscripción de la intencionalidad en objetos (aunque luego Tomasello se opone a esta tesis en The Origins…, pp. 176-177). Sin embargo, creemos que esta tesis es apresurada y debe dejarse abierta la posibilidad de una tal captación. Así, este momento de la tecnicidad constituye, a nuestro modo de ver, la zona gris que separa la tecnicidad humana y la no humana. Ciertamente, la capacidad plena de captar la intencionalidad de los otros grabada en los artefactos se encuentra del lado humano, pero esto no excluye casos de animales que se acercan ya a la posesión de una tal facultad técnica. En efecto, el ejemplo citado de la fabricación de herramientas para pescar hormigas por parte de grupos de chimpancés sugiere que estos poseen, incluso sin el dominio de un lenguaje articulado, la comprensión de la función propia de determinado objeto técnico. Si a esto se le agrega la posibilidad de enseñar y transmitir, al menos en un grado incipiente, el uso captado, estamos ya ante la inscripción de intenciones en objetos que define al mundo técnico. De hecho, Boesch y Boesch han observado que entre los chimpancés de Tai existen conductas de fabricación y uso de herramientas que recién se desarrollan completamente en la vida adulta de estos primates (1990, p. 96). Asimismo, la mediatez del uso, y las inferencias que debe hacer la criatura sobre un uso futuro, sugieren que podemos hablar de un objeto que es el portador de la funcionalidad, y no de una propiedad evanescente o inmediata del entorno (cf. Mulcahy et al., 2006).

La diferencia entre humanos y no humanos sería en todo caso relativa aunque insuperable sin un lenguaje público. En efecto, como veremos a continuación, el lenguaje articulado y público no solo potencia capacidades preexistentes sino que abre posibilidades completamente nuevas. Es preciso pues agregar en este esbozo de esquema gradualista las capacidades que claramente no poseen los animales no humanos y que dan cuenta de nuestra denominada “cultura material”. En este caso, se trata de capacidades claramente integradas en la dimensión técnica humana (de modo que su ubicación en una escala de apariencia jerárquica es en cierto modo arbitraria):

  1. Lenguaje público y articulado mediante el cual no solo transmitir sino especialmente legar y acceder a la comprensión de la funcionalidad de los objetos técnicos. Entendemos aquí por lenguaje un sistema articulado de signos que permite combinar sus unidades, de modo tal que cada combinación (potencialmente infinita) da lugar (o puede darlo) a una nueva unidad de sentido.[3]
  2. Cultura acumulativa: en el ámbito técnico, la tradición humana, lingüísticamente potenciada, da lugar a linajes de entidades técnicas. Así, los artefactos devienen no solo colección de memoria colectiva de gestos e intenciones sino también un soporte objetivo material para la acumulación de información heredable.
  3. Capacidad de creación de nuevos artefactos sobre la base de una tradición técnica recibida (variabilidad de la técnica). La tecnicidad humana se caracteriza fuertemente por este rasgo, al punto que en las culturas modernas prácticamente no existe fabricación de artefactos que no introduzca alguna clase de variación respecto de las entidades precedentes en el linaje.

Un párrafo accesorio requiere la capacidad lingüística, ya que, como hemos afirmado, esta no solo potencia capacidades previamente existentes sino que permite abrir facetas nuevas de la tecnicidad. Esto es así porque el lenguaje permite la identificación, reidentificación y transmisión de las intenciones inscritas en los objetos, es decir, de sus funciones. Podemos ilustrar esto último a través de una anécdota relatada por Preston:

[…] in a restored eighteenth-century house I was touring recently, I came across a puzzling object: a large glass globe with a long neck open at the top, set on a metal base. On inquiring, I was told that the globe was meant to be filled with water, and then a candle would be set behind it. The water amplified the candlelight for sewing or reading. […] In these cases, we may indeed be able to individuate the object categorically as a tool, but not specifically as a particular kind of tool, without independent knowledge of the normal use history (p. 519).

¿De qué otro modo, si no es mediante una explicación lingüística, podríamos identificar la función auténtica de objetos como este, al menos cuando están aislados de un contexto de sentido que ya no existe? Como hacen los arqueólogos, es preciso el lenguaje siquiera para equivocarse y asignar una función que el objeto en verdad nunca tuvo. Y por otra parte, al atribuirle al lenguaje capacidades inéditas respecto de la técnica, no estamos a nuestro modo de ver estableciendo una brecha tajante entre la tecnicidad animal humana y no humana, entre otras cosas porque la comunicación y la inteligencia social son algo más amplio que la comunicación lingüística.

Bibliografía

Beck, B. (1980). Animal Tool Behavior: The Use and Manufacture of Tools by Animals. New York and London: Garland STPM Press.

Boesch, Christophe y Boesch, Hedwige (1990). “Tool Use and Tool Making in Wild Chimpanzees”. Follia Primatologica, 54, 86-99.

Gibson, J. (1979). The Ecological Approach to Visual Perception. Boston: Houghton-Mifflin.

Margolis, E. y Laurence, S. (eds.). (2007). “Animal Artifacts”. En Creations of the Mind. Theories of Artifacts and Their Representation (249-266). Oxford and New York: Oxford University Press.

Ingold, Tim (2000). The Perception of the Environment. Essays on livelihood, dwelling and skill. London/New York: Routledge.

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  1. Elegimos la denominación “realismo reflexivo” (Crelier/Parente 2011) para indicar que los artefactos son entidades cuya existencia es dependiente de las intenciones humanas pero no por eso menos real. Se trata de una perspectiva ontológica defendida actualmente por autores como A. Thomasson y J. Baker.
  2. Una idea similar es la de “realizabilidad múltiple” de las funciones, según la cual diferentes estructuras y principios operacionales pueden cumplir una misma función, como sucede con diferentes clases de sacacorchos o relojes.
  3. No introdujimos aquí el problema de la atribución de capacidades conceptuales sin lenguaje, pues entendemos que se trata de un tema altamente debatido que no cambia sustancialmente nuestro esbozo gradualista. De hecho, el corte entre lo conceptual y lo no conceptual puede ser ubicado más arriba o más abajo de nuestra escala sin que la separación entre dos modos de tecnicidad se vea afectada.


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