En tanto obra que enarbola la solidaridad como camino, me interesa comenzar agradeciendo al pueblo de México, infinitas personas e instituciones, que me han cobijado durante algunos meses.
Quiero dejar expresa gratitud al Grupo Cooperativo Quali y a Alternativas y Procesos de Participación Social por su completa disposición para que el trabajo de estudio científico fuera posible, al abrir sus puertas en diversas ocasiones y dando su tiempo y lugar.
Reconocer, a su vez, a los muchos campesinos que permitieron que esta obra tenga encarnadura humana, sus voces abrieron mis ojos a un universo de sentido con anclaje local, sonidos, sabores, colores y aromas.
Agradecer a la Dra. Blanca Rubio del Instituto de Investigaciones Sociales (UNAM), que me ha permitido comprender, aun siendo foráneo, un poco mejor las contradicciones profundas de nuestro agro latinoamericano. Al Dr. Juan José Rojas Herrera de la Universidad Autónoma de Chapingo (UACh) por los comentarios a la primera presentación en el coloquio que daría lugar a esta obra, así como por tejer lazos de labor mancomunada entre los extremos del continente.
A mi familia, en particular a “la flaquita” Agustina Quiroga, que a la distancia y con Olivia germinando, sostuvo (sostuvieron) lo que hago y me apasiona.
En nombre de tres personas, dar gracias a los múltiples amigos, amigas y colegas con quienes mi estancia en México se hizo más vibrante. Marcela Jeréz, con quien compartimos charlas y preocupaciones; Tania Monserratt Téllez, amiga de debates acerca de la ciencia y el hacer; Dardo Neubauer, fraterno compañero.
Último, pero no menos importante, al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que aun ante el deterioro político y social que vivió la Argentina, sostuvo la posibilidad de un pensar crítico y soberano.