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2 El “gran día” en la historia del proyecto

1. La formación del aparato administrativo

En abril de 1891, el Barón y el Dr. Loewenthal mantuvieron en París deliberaciones que culminaron, el 28 de ese mes, en un acuerdo por el cual Loewenthal sería el director del proyecto en Argentina. Al día siguiente, el Barón le otorgó un poder oficial para negociar la adquisición de terrenos, con la condición de que el cierre de los acuerdos requeriría su consentimiento explícito; Loewenthal era responsable por inscribir debidamente cada operación en el Registro de la Propiedad en Argentina.

Una semana después, el 6 de mayo de 1891, Loewenthal partió hacia Buenos Aires como representante personal del Barón, provisto de sus instrucciones y favorecido por su entera confianza.

Un año y medio antes, en su memorando al rabino Zadok Kahn, Loewenthal escribió que un cuerpo administrativo eficiente y consagrado a su objetivo era condición imprescindible para el éxito del proyecto. Esa administración conduciría las negociaciones con el gobierno central y los gobiernos provinciales, supervisaría el cumplimiento de los acuerdos alcanzados, elegiría los terrenos adecuados para la colonización, se ocuparía de las necesidades materiales de los colonos hasta la primera cosecha, guiaría y educaría a aquellos que no estuvieran habituados a una disciplina de trabajo, llevaría a cabo experimentos agrícolas, y además se preocuparía de mantener sólidas relaciones con la prensa y los círculos políticos. En otras palabras, estaría consagrado en cuerpo y alma a la gran tarea. Estas eran las múltiples funciones administrativas que Loewenthal estaba llamado a organizar y dirigir a su llegada a Buenos Aires, a principios de junio de 1891.

En sus dos misiones anteriores en Argentina, Loewenthal había logrado establecer buenas relaciones con la representación diplomática alemana en Buenos Aires y con los activistas de la Congregación Israelita de la República Argentina, la primera institución judía establecida en el país y la única que existía en ese momento. En esos vínculos se apoyó para organizar los grupos de trabajo que habían de ayudar a establecer la empresa según las instrucciones del Barón.

Tras instalar provisoriamente su oficina en la casa de uno de los dirigentes de la Congregación, Loewenthal convocó a catorce de sus conocidos a una reunión el 8 de junio de 1891 para consultarles acerca de la formación de un Comité de Patrocinio que se ocuparía tanto de los colonos e inmigrantes que ya se hallaban en Argentina como de aquellos que habrían de llegar en un futuro cercano, hasta que se estableciera en el país la empresa encargada del proyecto mayor. En esa reunión, fueron designados nueve miembros para dicho comité, entre ellos el director del Banco Alemán G. E. Maschwitz, el presidente de la Congregación Simón Kramer y Martín Meyer, cuñado del presidente de la República, Carlos Pellegrini. Loewenthal y otros tres miembros del comité tomaron a su cargo la redacción del reglamento de la “Comisión Barón de Hirsch para Protección de los Inmigrantes”, basado en modelos de entidades similares que funcionaban en Argentina para otras nacionalidades. La diferencia estaba en que esta entidad no necesitaría de una campaña de recaudación de fondos, ya que el Barón había puesto a su disposición la suma de 500.000 francos.[1] La comisión se formó finalmente el 25 de junio de 1891; dos de sus miembros —Simón Kramer, vicepresidente, y Charles Levy, tesorero— estaban autorizados a firmar los cheques de la institución.

En forma paralela, Loewenthal organizó también un Comité Asesor para la compra de tierras, que incluía a una parte de los miembros del primero: G. E. Maschwitz, Ernesto Kley (hijo del rabino de Hamburgo), Adolfo Roth (hermano de un amigo del Barón) y Martín Meyer. El comité comenzó sus actividades el 9 de julio de 1891.

En su reacción al informe de Loewenthal sobre la creación del Comité de Patrocinio, el Barón aclaró que su intención original había sido que el comité se ocupase solamente de los judíos ya arribados o a punto de arribar a Buenos Aires como refugiados, a los que se ayudaría fuera del marco del proyecto de colonización o inclusive serían enviados de regreso a Europa, ya que, en su opinión, no era necesario ocuparse de mendigos profesionales. Los refugiados que resultasen adecuados para la colonización habrían de ser incorporados a una de las colonias, y con ello saldrían del ámbito de acción de ese comité, el cual no debía en modo alguno estar ligado al proyecto mayor y colaboraría con el mismo solo de modo indirecto, al impedir que inmigrantes indeseables interfirieran en sus tareas. Por ello, le parecía al Barón que para este objetivo acotado resultaba excesiva la suma adjudicada a las actividades del comité (500.000 francos) y se inclinaba a reducirla.

Pero, a pesar de que Loewenthal había prometido al Barón mantener al Comité de Patrocinio separado del proyecto central, comprobamos que de hecho semejante separación existió solo a nivel teórico. La noticia sobre la limitación de sus funciones llevó a los miembros del Comité de Patrocinio a presentar la renuncia a mediados de septiembre de 1891 y depositar sus funciones en manos de la Congregación Israelita, aunque el rabino Henri Joseph sostenía que la congregación no era capaz de asumir las tareas que correspondían al Comité de Patrocinio.

Tampoco el Comité Asesor para la compra de tierras continuó por mucho tiempo: la atmósfera de corrupción, intrigas y acuerdos clandestinos que afectaba todos los negocios de bienes raíces en Buenos Aires hizo que Loewenthal, de hecho, trabajara todo el tiempo en forma totalmente aislada, solo con la asistencia de unas pocas personas en las que confiaba. De este modo, condujo una larga negociación sobre la compra de grandes terrenos de propiedad estatal sin revelárselo a ninguno de los miembros del comité, excepto a Martín Meyer, quien le ayudó en este operativo. Solamente cuando las tratativas culminaron con éxito y estaban por salir a la luz de todos modos, convocó Loewenthal a los miembros del comité y les informó al respecto.

En conclusión, Loewenthal no halló colaboradores para sus tareas en los comités que organizó, y abandonó la idea de crear otros nuevos cuando se libró de sus socios anteriores. Al tiempo que estaba cada vez más aislado, también era mayor cada día la carga que pesaba sobre sus espaldas. Sobre ello escribió a menudo, a veces en tonos altamente emotivos. Debido a que, en sus palabras, en Buenos Aires la corrupción estaba aun más difundida que en Turquía o Rumania, y siempre había que temer que los funcionarios fueran sobornados para filtrar información, debía trabajar desde la mañana hasta después de medianoche, recibir él mismo decenas de telegramas, escribir personalmente la mayor parte de las cartas y los informes, ocuparse de los inmigrantes, examinar propuestas de agentes de bienes raíces, etc. Y, según afirmó, en las escasas horas que dedicaba al descanso soñaba con tierras o con los problemas de los colonos rusos.[2] Por esa razón, solicitó una y otra vez que se le enviaran desde Europa ayudantes en quienes pudiera confiar y que podrían reemplazarlo durante sus ausencias de Buenos Aires.

Pese a todos los inconvenientes, Loewenthal consiguió organizar la primera oficina de la Empresa Colonizadora Barón Hirsch, de la que él mismo era “Presidente”, puesto que —según informó al Barón— en Argentina todo director de una empresa de colonización ostentaba ese título.[3] De la estrecha oficina primera se mudó a una más amplia, a la que incorporó nuevos empleados: uno para la correspondencia en castellano, otro para tareas generales, varios encargados de las colonias, un experto en tierras, y más tarde también un gerente capaz, en su opinión, de actuar como su segundo y su representante.

Pero el aparato administrativo, que se fue armando lentamente, no le acarreó un alivio importante, pues no lo rescató de su aislamiento ni de la carga de sus funciones. Debido a ello, permanecía la mayor parte del tiempo en Buenos Aires y apenas si lograba liberarse para viajar a conocer los terrenos que se le ofrecían en venta o para visitar las colonias que iban surgiendo. En todo este periodo, salió de Buenos Aires solo en cuatro ocasiones, y en consecuencia dependía totalmente de las informaciones que le suministraban sus asistentes.

Loewenthal y su equipo se enfrentaban con dos conjuntos de tareas, diferentes entre sí en sus tiempos y alcances. Uno incluía la negociación con las autoridades, la adquisición de tierras y la realización de los programas relacionados con el proyecto grande; el otro, la atención de los colonos que ya se hallaban hacía tiempo en Argentina y los preparativos para recibir a nuevos inmigrantes: “trabajos hacia el futuro” y “trabajos en el presente”. El éxito en todos ellos debía constituir la base en que se sustentaría la concreción de los grandiosos proyectos del Barón. Pero Loewenthal no compartía totalmente la concepción del Barón respecto del “trabajo hacia el futuro”.

2. Discrepancias de criterios

El programa de colonización que Loewenthal presentó al rabino Zadok Kahn, tras su primera visita a Argentina, hablaba de una empresa relativamente reducida, que se encargaría de la absorción de unas 5.000 personas al año. Esa empresa —según su propuesta— no debía estar dedicada, en principio, solo a judíos, sino también a cierto número de cristianos. En su opinión, ello era deseable porque agricultores holandeses o suizos con experiencia constituirían un modelo y un desafío para los judíos rusos. De ese modo estos últimos aprenderían al mismo tiempo a trabajar en agricultura y a convivir en forma igualitaria con no judíos, como ciudadanos plenos en un país libre.

Al comienzo, estas ideas concordaron con las del Barón en cuanto al futuro deseable para los judíos de Europa oriental. Pero cuando las opiniones del Barón cambiaron y lo llevaron a buscar un territorio continuo y autónomo para los judíos de Rusia, ese mismo cambio no se produjo en las ideas de Loewenthal. Es así como lo hallamos, ya en septiembre de 1891, en áspera disidencia con el rabino Henri Joseph, quien sostenía que la intención del Barón era mantener a los colonos en su fe y en su idiosincracia judía, y que ello era ciertamente un objetivo deseable. Loewenthal, por el contrario, sostenía que la desgracia de los judíos rusos se originaba precisamente en su aislamiento respecto de sus vecinos no judíos, y por lo tanto, si procurasen mantener ese aislamiento también en Argentina, habría de llegarse a una situación indeseable. Aun luego de enterarse de que las intenciones del Barón eran convertir su empresa de colonización en la piedra basal de un gran proyecto de autonomía, Loewenthal no abandonó sus convicciones y continuó creyendo que sería un error limitar la colonización a un marco religioso o nacional. Cuando el Barón le informó sobre la creación de la JCA, Loewenthal propuso que en Argentina el proyecto siguiera denominándose “Empresa Colonizadora Barón Hirsch” —es decir, que no figurara en su nombre la palabra “judío”—, arguyendo que la inclusión de colonos cristianos era de interés para el proyecto en su totalidad, aunque solo fuese como ejemplo para los colonos rusos y para que no fuera percibido como la creación de un “Estado judío”.[4]

Un segundo criterio, ya insinuado en el memorando al rabino Zadok Kahn, consideraba que el proyecto debía ejecutarse precisamente en las provincias del norte argentino, cuyas condiciones naturales proporcionaban las mayores probabilidades de éxito. Loewenthal sostenía que el trabajo agrícola en las regiones del norte, más cálidas, resultaría más fácil y daría frutos inmediatos; además, los judíos rusos, debido a sus características, se adaptarían mejor a lo que denominaba “labores parcialmente perezosas”. Inclusive estaba persuadido de que en el norte sería posible establecer el doble de habitantes sobre 1.000 leguas de tierra, en fincas dedicadas a ramos agrícolas diversos, mientras que en las regiones del centro del país, que fundamentalmente se ocupaban del cultivo de cereales y de pastoreo, cada colono necesitaría de un terreno grande y de mayores inversiones básicas, lo cual no permitiría el asentamiento de numerosos inmigrantes. También los gastos de mantenimiento de los colonos hasta su independencia económica serían mucho más reducidos en el norte que en las regiones cerealeras; en su opinión, en el Chaco bastaría con el 50% de las inversiones necesarias en la provincia de Buenos Aires.[5]

3. Las “tierras del futuro”

Loewenthal estaba, pues, persuadido de que el futuro de la colonización masiva se hallaba solamente en el norte del país. El Barón aceptó ese supuesto y lo transformó en la piedra basal de sus consideraciones y de las instrucciones a sus funcionarios. En las que envió a la delegación de estudio integrada por Loewenthal, Cullen y Van-Vinkeroy a fines de 1890, el Barón mencionó un terreno de 10.000 leguas en esa zona, que debía examinarse para luego negociar su compra, y volvió a hablar de un terreno de esa magnitud también al año siguiente, en agosto de 1891.

El intento de conseguir entre 5.000 y 10.000 leguas de terrenos estatales en concesión o compra mediante negociaciones directas, le parecía a Loewenthal inaplicable por motivos políticos. Al mismo tiempo, veía la posibilidad de aprovechar la coyuntura creada en el mercado de bienes raíces en Buenos Aires por la legislación económica que siguió a la Revolución del Parque de julio de 1890. Tras la suspensión de la gigantesca venta de 24.000 leguas en los mercados europeos, el gobierno comenzó a examinar en qué medida quienes ya habían obtenido concesiones sobre terrenos estatales habían cumplido con sus compromisos. Según la Ley 817 de inmigración y colonización de 1876, los dueños de concesiones estaban obligados a establecer a por lo menos 500 colonos cada 16 leguas; el decreto del 7 de diciembre de 1890 —que, según lo indicado en los contratos, obligaba a informar sobre el avance de la colonización— sorprendió a muchos de esos concesionarios y los colocó en una situación difícil. En ese momento el valor de los terrenos en el mercado de inmuebles sufría cierta caída, al tiempo que la crisis en el crédito impedía toda posibilidad de implementar un operativo apresurado de colonización. Finalmente, se emitió otro decreto, el 25 de enero de 1891, que anulaba las concesiones cuyos titulares no las habían anotado en el Registro Oficial, no habían pagado en los plazos previstos y no se habían ocupado de la medición de los terrenos. Ese decreto también abolía todas las concesiones superiores a las 32 leguas otorgadas a una única persona, así como los acuerdos de venta que no se hubiesen realizado en el marco de la ley. En consecuencia, el 14 de abril de 1891 se revocaron concesiones de terrenos por 1.200 leguas, y el 21 de mayo de 1891, poco antes del retorno de Loewenthal a Argentina, se suspendió toda entrega de terrenos hasta que se aprobara una ley general de ventas.[6] Esta situación, sumada a la grave crisis del crédito que dominaba el mercado financiero argentino, fortaleció los planes de Loewenthal —quien disponía de grandes sumas en efectivo— para conseguir las “tierras del futuro”.

A solo tres meses de su retorno a Buenos Aires, el 1º de septiembre de 1891, Loewenthal se consideraba en condiciones de asegurar los terrenos necesarios para el proyecto mayor. En esa fecha, congratuló por escrito al Barón por la exitosa finalización de las conversaciones iniciales que, en sus palabras, prometían al proyecto “tierras del futuro” únicas en el mundo, tanto desde el punto de vista de su calidad como de su precio reducido. Según él, se trataba de por lo menos 2.468 leguas cuadradas de tierras, parte de ellas gratuitas y parte de ellas al precio de 2.000 pesos moneda nacional (2.500 francos) por legua o de un franco por hectárea.[7] Las explicaciones que seguían a sus optimistas previsiones nos muestran que la posibilidad de estas compras era el fruto de varios acuerdos complejos y sujetos a condiciones políticas, manejados por él en tres grupos de tratativas de los que se venía ocupando en ese momento.

El primer grupo de tratativas comprendía concesiones cuyos dueños se encontraban presionados por la exigencia gubernamental de poblar lo antes posible los terrenos obtenidos. A ellos les propuso Loewenthal que el Barón proporcionaría los pobladores exigidos y financiaría su establecimiento en las tierras de la concesión, a condición de recibir dos tercios de la superficie total, o sea 21 leguas de cada 32. Los concesionarios que deseaban conservar al menos parte de sus terrenos, pero ante todo necesitaban dinero en efectivo, recibirían del Barón un préstamo hipotecario de 8.000 francos, con un interés del 12% por un plazo de tres años, por cada una de las 11 leguas restantes. El préstamo daría al Barón el derecho a adquirir los otros predios pasados los tres años, por un precio convenido por adelantado de 25.000 francos la legua.

Este acuerdo surgió de las conversaciones de Loewenthal con un grupo de concesionarios en el Territorio Nacional de Formosa. De sus terrenos eligió dos, de 32 leguas cada uno, que se encontraban a unos 10 km del río Paraná y a 25 km de la ciudad de Formosa, en los cuales ya se había completado el trabajo de medición y por lo tanto, a su juicio, se hallaban listos para la colonización. A cambio de asentar allí a 2.000 colonos y proveer a su establecimiento según lo exigido por la ley, el Barón habría de recibir en el futuro 42 leguas de cada 64, y daría a los dueños de las concesiones 176.000 francos en préstamo, a cuenta de las 22 leguas que quedarían en poder de ellos. En opinión de Loewenthal, era posible ampliar el acuerdo también a concesiones adicionales, que poseían esas mismas personas, que alcanzaban las 392 leguas.

Un acuerdo semejante fue propuesto por él a los concesionarios de Candelaria y Santa Ana, regiones cercanas a la capital de Misiones, Posadas. En esos sitios se habían levantado en el pasado dos colonias estatales que fracasaron, dejando solo dos núcleos limitados de población agrícola. También hizo un ofrecimiento parecido al representante de la Sociedad Colonizadora del Chaco Central, propietaria de 128 leguas (es decir, cuatro concesiones de 32 leguas), la cual manifestó interés en la propuesta.

En total, pues, el Barón había de obtener “gratis” ocho unidades territoriales de 21 leguas (168 en total), a cambio de la financiación de la colonización y el establecimiento de 800 colonos.

El segundo grupo de tratativas tuvo lugar con quienes habían obtenido la concesión para construir el ferrocarril que habría de partir de San Cristóbal, en la provincia de Santa Fe, y continuar a lo largo del territorio del Chaco hasta la pequeña población de Presidencia Roca, a orillas del río Bermejo. Se trataba de los hermanos Hume y sus socios londinenses John Meiggs & Co., conocidos del Barón. La concesión incluía una amplia franja de tierras estatales que se extendían a ambos lados de las vías férreas previstas, además de unas 900 leguas que ya habían sido ofrecidas en venta anteriormente y que según Loewenthal eran terrenos de buena calidad.

El tercer grupo consistía en tratativas entabladas con el gobierno mismo. Los vínculos personales de Loewenthal con el gobernador del Territorio Nacional del Chubut, general Luis Jorge Fontana, le permitieron presentarle una oferta según la cual el Barón construiría una línea ferroviaria de trocha angosta a lo largo del río Chubut y recibiría a cambio 40 leguas de tierras estatales en los valles de ese y otros ríos. Al ser informado por el gobernador de que la propuesta había sido positivamente considerada en una reunión de su gabinete, Loewenthal la incluyó en la lista de terrenos que había conseguido poner a disposición del proyecto.

Paralelamente, Loewenthal utilizó la ayuda de Martín Meyer para establecer contactos directos con su cuñado, el presidente Carlos Pellegrini. El 23 de agosto de 1891, Loewenthal se encontró con Pellegrini en casa de Meyer para una primera conversación, y tres días después Meyer le trajo un poder presidencial que permitía a Loewenthal examinar las listas de tierras estatales y las concesiones revocadas o a punto de revocarse. Meyer le dijo, en nombre del presidente, que debido a las dificultades monetarias por las que atravesaba su gobierno, este tenía interés en venderle terrenos al Barón. Loewenthal se apresuró a revisar los registros de tierras y al día siguiente, 27 de agosto, se entrevistó con Pellegrini, presentándole una serie de diversas propuestas. El presidente exigió que la compra abarcara unas 1.000 leguas, las que Loewenthal podría seleccionar entre los terrenos estatales. A su vez, Loewenthal planteó la exigencia de que el gobierno autorizara también los dos grupos de acuerdos precedentes; es decir, la transferencia de las concesiones de los titulares actuales al Barón y la plena propiedad de las tierras de Hume y Meiggs, una vez finalizadas las negociaciones con ellos. Cuando el presidente presionó a Loewenthal para que le dijera qué precio estaba dispuesto a pagar por las tierras estatales, Loewenthal indicó la suma de 2.000-2.500 francos por legua. En sus palabras, esa fue una gran osadía de su parte, ya que, para las 24.000 leguas que Argentina deseaba vender en Europa, el congreso había fijado en su momento el precio de 25.000 francos por legua, o sea diez veces más de lo que él estaba ofreciendo.

El 31 de agosto, el general Fontana le informó a Loewenthal que su propuesta había sido tratada en la reunión de gabinete de la que participaron él mismo y el director de la Oficina de Tierras y Colonias de la Nación, Nicasio Oroño, y que la propuesta había sido aprobada en principio. Sin embargo, Loewenthal sabía que tanto ese acuerdo como los dos anteriores debían ser sometidos al Congreso de la Nación, y que una legislación especial debería tanto aprobar la transferencia de las concesiones al Barón como autorizarle a disponer de más de una concesión y a establecer familias de inmigrantes en todo sitio que hallara conveniente dentro de ese marco. Aun así, Loewenthal veía en el consentimiento de principio otorgado por el gobierno una razón suficiente para sentirse muy optimista. Además, confiaba en obtener la realización de nuevos acuerdos al mismo precio que había ofrecido por 1.000 leguas, a los que denominó —pasando por alto los compromisos del Barón respecto de los mismos— “acuerdos gratuitos”.[8]

Confiado en el éxito de sus negociaciones, Loewenthal se apresuró a informar al Barón sobre las mismas como si fueran tratos ya cerrados. Presentó la adquisición de las 144 leguas que eligió entre los terrenos ofrecidos en Formosa como si su concreción dependiera solo de la autorización del Barón, quien por cierto se apresuró a concederla. Otra negociación que mantenía en ese momento con el dueño de la colonia Montelindo, a orillas del río Paraguay, fue presentada como ya concluida; lo mismo hizo respecto de los contactos que mantenía con diversos propietarios para adquirir la totalidad de sus terrenos. Loewenthal no destacó el hecho de que era necesario esperar la autorización del gobierno, la cual a su vez dependía de la aprobación del Congreso, sin la cual ninguna de esas negociaciones tenía valor alguno. El caso era que esa autorización tardaba en llegar. El gobierno argentino no aceptó separar el debate sobre la transferencia de las concesiones privadas del relativo a los acuerdos por las 1.000 leguas que deseaba venderle. Loewenthal se vio obligado a presionar al Barón para que satisficiera lo antes posible las demandas del gobierno.

La posición del gobierno argentino no le pareció correcta al Barón, quien vio en ella un chantaje. Su furia se incrementó cuando se persuadió, tras los informes de Loewenthal, de que la única posibilidad de establecer inmediatamente a los numerosos inmigrantes que, como veremos más adelante, estaban llegando a las costas argentinas, dependía de la obtención de un permiso gubernamental a los acuerdos. Pronto resultó evidente que las cosas no eran sencillas y que la colonización de las “tierras del futuro” no podría realizarse a breve plazo. Al mismo tiempo, estaban disminuyendo también las ofertas de venta de concesiones. Al final, quedaron en poder de Loewenthal solamente dos programas concretos de compra: 27 leguas en la frontera entre la provincia de Corrientes y el territorio de Misiones, y más de 100.000 hectáreas en la zona del Alto Paraná.[9] Pero, finalmente, tampoco esas compras se concretaron.

El bajo precio por legua propuesto por Loewenthal le parecía a él mismo, como dijimos, una osadía. Efectivamente, pronto comprendió que el gobierno no estaba dispuesto a aceptar esa oferta. En una nueva reunión con el presidente, este le informó que el gobierno aceptaba todas las restantes condiciones, pero no podría transferir los terrenos por menos de 6.250 francos (250 libras esterlinas) por legua, es decir, un cuarto del precio fijado para las 24.000 leguas ofrecidas en venta en Europa. Loewenthal propuso entonces adquirir un total de 3.000 leguas, un tercio de ellas por el precio fijado por el gobierno y 2.000 por un precio menor, que abarataría el costo promedio de cada terreno. Cuando también esta propuesta fue rechazada, debido a que se trataba de una superficie muy grande, el Barón mismo propuso, como última oferta, adquirir 1.300 leguas a 200 libras esterlinas cada una (5.000 francos). El presidente y sus colaboradores aceptaron esta oferta. Y nuevamente Loewenthal felicitó al Barón, en forma un tanto patética, por su triunfo en esa “batalla”.[10]

Loewenthal se apresuró a redactar el borrador del contrato, con la ayuda de Martín Meyer, para presentarlo lo antes posible. El documento estuvo listo el 5 de octubre de 1891, pero debió esperar a que el presidente regresara de sus vacaciones, y también que finalizara una crisis política que por un momento puso en duda la estabilidad del gobierno. El 17 de octubre de 1891 el contrato fue tratado en la reunión de gabinete, y el 20 de octubre por la tarde lo firmaron Loewenthal, como apoderado del Barón, y el ministro del Interior José V. Zapata como representante del gobierno argentino.

¿Cuáles eran los detalles del acuerdo logrado entre Loewenthal y el Presidente de la República?

En sus primeros artículos (1-8), el acuerdo establecía la venta de 1.300 leguas a 200 libras esterlinas cada una, que el comprador podría elegir de entre las tierras estatales en Chaco y Misiones. Los terrenos serían entregados al comprador, medidos y demarcados, y se destinarían exclusivamente a la colonización. El comprador no podría transferirlos hasta cumplidos diez años de su inscripción en el Registro de la Propiedad. El pago por toda la superficie (260.000 libras esterlinas) se realizaría el día de la firma del contrato definitivo. Hasta la obtención de los terrenos, el comprador gozaría de un interés del 5%, que sería pagado por el Estado sobre toda suma por la cual el comprador no hubiese obtenido tierras. Al cabo de cuatro años, el vendedor devolvería al comprador el saldo que le correspondiera o prolongaría el plazo de la compra.

En los artículos siguientes (9-11), se establecían los privilegios legales especiales que el contrato otorgaba al comprador: una opción por cuatro años a la adquisición de todo terreno que el Estado pusiera a la venta en Chaco y Misiones; el Estado se comprometía a otorgarle las concesiones que desease adquirir de concesionarios privados; el comprador tendría el derecho de establecer a las 750 personas que la ley exigía asentar en cada concesión de 32 leguas, con la distribución que le pareciera conveniente, en toda la extensión de las 1.300 leguas.

A continuación (artículos 12-15), se detallaban los privilegios económicos y la política adoptada: se aseguraba al comprador, por diez años, todas las facilidades vigentes al momento de la firma para entidades colonizadoras y compañías constructoras de vías férreas; el traslado de los colonos desde el puerto de Buenos Aires al lugar de su asentamiento correría por cuenta del Estado; las colonias estarían exentas del impuesto directo durante diez años desde el día de su fundación. Los colonos se organizarían en cuerpos de guardia urbana para la autodefensa, bajo el comando de las autoridades nacionales, y el Estado los proveería de armas. Asimismo, los colonos gozarían de las leyes vigentes de autogobierno en lo referente a la elección de jueces de paz, etc.

Los tres artículos finales establecían que el contrato estaba sujeto a la aprobación de la Cámara de Diputados; que el comprador estaba exento del impuesto al papel sellado; y que el contrato quedaba desafectado de todas las reglamentaciones legales que contradecían su contenido.

Ahora, la autorización final del contrato dependía del Barón y del Congreso de la Nación. Al día siguiente, fue presentado ante este último, y lo que había sido tema de conversaciones secretas entre el gobierno y Loewenthal se convirtió en el centro de un debate público, que cobró importancia debido a las luchas políticas que tenían lugar en el país: desde que comenzaron a filtrarse las primeras noticias sobre el acuerdo, tanto la opinión pública como el Congreso reaccionaron con enojo ante las facilidades que iban a ser otorgadas a la empresa del barón Hirsch. A consecuencia de ello, Martín Meyer —que había participado en todas las etapas de preparación del contrato— se asustó, y a último momento se negó a firmarlo junto con Loewenthal.[11]

Al conocerse públicamente los detalles del acuerdo, la reacción negativa de la prensa se intensificó. Varios artículos publicados en El Diario del 29 de octubre, y en El Argentino, La Nación y La Prensa al día siguiente, atacaron su contenido con diversos argumentos y también, personalmente, a sus redactores y a los firmantes por parte del Estado. Ante esta reacción de la opinión pública, Loewenthal perdió su seguridad en la ratificación del acuerdo. Dos semanas después de su presentación y tras el primer debate sobre el mismo, escribió al Barón que nadie podía saber cuál sería finalmente la decisión del Congreso y que todo dependía, ante todo, de si la mayoría con que contaba el gobierno en la Cámara de Diputados se mantendría unida cuando el contrato volviese de la comisión al plenario.[12]

Mientras tanto el Barón, llevado por las noticias y congratulaciones enviadas por Loewenthal el 4 de octubre, tras completar el acuerdo, y de su telegrama del 21 de octubre sobre la firma del mismo, entendía que todo lo que restaba por hacer era pagar y elegir los terrenos. Por lo cual depositó en el Banco Rothschild de Londres las 260.000 libras esterlinas que se pagarían a la orden del Ministerio de Hacienda de Argentina, según las instrucciones de Loewenthal, y comenzó a planear la puesta en práctica del contrato. Solo al recibir, el 18 de noviembre de 1891, una carta en que Loewenthal describía detalladamente todo lo que faltaba para la firma, comprendió el Barón que el acuerdo todavía no estaba cerrado y que su aprobación final dependía de un debate en la Cámara de Diputados. Si bien ya antes había tenido dudas sobre la disposición del gobierno argentino ante su proyecto, las noticias lo afectaron profundamente. Cuando se sumaron nuevas decepciones, basadas en otras cartas de Loewenthal que arribaron en el mismo paquete de correo, el Barón decidió retirarse totalmente del convenio. En el telegrama que envió a Loewenthal el 19 de noviembre, le informaba que no aceptaría el contrato con el gobierno y que propondría por carta arreglos diferentes. Loewenthal recibió el telegrama el mismo día en que se vio obligado a notificar al Barón que la Cámara de Diputados había postergado por tiempo indeterminado su decisión respecto de la venta de las 1.300 leguas.[13]

La retirada simultánea de las dos partes significó la anulación del gran convenio que habría proporcionado a la empresa de colonización 3.250.000 hectáreas en los territorios del Chaco y Misiones, junto con los derechos a adquisiciones parciales de una superficie adicional semejante. De ese modo, desaparecía la base sobre la que Loewenthal había erigido toda la política de compra de las “tierras del futuro”.

Con todo, ambas partes dejaban abierta una posibilidad de retomar los contactos. En carta a Loewenthal, destinada al gobierno argentino, explicó el Barón que no tenía intención de abandonar la adquisición de terrenos estatales, pero que no le interesaba examinar opciones varias sino comprar en forma inmediata terrenos concretos, cuyo pago se efectuaría a cambio de títulos definitivos de propiedad. La Cámara de Diputados, en su reunión del 18 de noviembre, aprobó la propuesta del Senado según la cual se autorizaba al gobierno a vender 1.000 leguas en el Chaco y Misiones al precio de 1.000 pesos oro (200 libras esterlinas) por legua, pero sin mencionar, explícita o implícitamente, el convenio con el barón Hirsch.[14]

El camino hacia la adquisición de vastos territorios en el norte del país no se había cerrado del todo, pero nuevas situaciones de emergencia en el área del “trabajo del presente” relegaron esas tareas a un nivel secundario.

4. La absorción de los primeros inmigrantes

En sus conversaciones en París, el Barón y Loewenthal acordaron que durante el primer año la oficina de Buenos Aires se concentraría en los preparativos requeridos para la absorción de inmigrantes, y solo después se comenzaría en Europa con el envío de los futuros colonos a Argentina. Pero la amenaza que significó para los judíos de Rusia la expulsión de Moscú, junto con los rumores sobre los grandiosos planes del Barón, difundidos a raíz del viaje de Arnold White a San Petersburgo y a las poblaciones de la Zona de Residencia, impulsaron a miles de judíos a abandonar sus hogares en Rusia y encaminarse hacia el oeste. El Barón envió una circular a las comunidades judías de Rusia, advirtiéndoles que no debían dejar sus lugares de residencia mientras no estuviesen claras las posibilidades del proyecto en Argentina. Ecos de esa circular pueden hallarse en periódicos y publicaciones especiales en Rusia y Polonia, junto a las noticias sobre los planes del Barón. Pero todo ello no detuvo la creciente corriente migratoria en la primavera y verano de 1891. La presión que la misma ejercía sobre los comités de ayuda en Occidente, sobre todo en Alemania, los llevó a plantear la posibilidad de que una parte de esos migrantes hallara su lugar en Argentina a la brevedad. El 20 de junio de 1891, solo unos veinte días después del arribo de Loewenthal a Buenos Aires, el Barón le escribió preguntándole cuántos inmigrantes, entre ellos artesanos y jornaleros, podrían contar con condiciones temporarias de absorción antes de que se organizara su ubicación definitiva.

En ese año, Argentina atravesaba una difícil situación económica y laboral, por lo que Loewenthal consideró que sería imposible establecer inmigrantes judíos en la ciudad, ni siquiera en forma temporaria, y debía elaborarse un proyecto de absorción rural. Tras un breve debate en el Comité de Patrocinio, Loewenthal manifestó su disposición a absorber entre 1.000 y 2.000 inmigrantes en forma permanente de una de las siguientes maneras: a) su asentamiento en la colonia La Vitícola, que poseía 10 leguas listas para la colonización inmediata, a 15 km de la ciudad de Bahía Blanca. Esta colonia, destinada a campesinos irlandeses, había sido abandonada por estos (según Loewenthal) debido a una administración inadecuada; b) su empleo como subarrendatarios en dicha colonia o en otras cuyas tierras Loewenthal estaba procurando adquirir; sus propietarios proporcionarían el terreno y las herramientas de trabajo a cambio de la mitad de la cosecha, y el Barón proveería al sustento de los colonos, los materiales necesarios para las tareas agrícolas y los gastos administrativos. Este procedimiento, además, serviría para comprobar la calidad de las tierras y evitar errores en compras apresuradas.

El Comité de Patrocinio hizo varias propuestas adicionales, a saber: el asentamiento de inmigrantes en lotes de tierra que se adquirirían en la zona de Moisés Ville o Monigotes; su organización en grupos por oficios de 15-20 familias en colonias veteranas y en centros campesinos no judíos; su empleo en industrias relacionadas con la agricultura (como el engorde de ganado y la fabricación de ladrillos y otros productos) en terrenos arrendados; o bien su asentamiento intensivo en “granjas de trabajo” (como la que existía en Sunchales), en la proximidad de centros urbanos.

La disposición de principio a ocuparse de los inmigrantes y las propuestas que la acompañaron se sustentaban en dos supuestos básicos: a) que la partida de los inmigrantes desde los puertos alemanes sería inmediatamente telegrafiada a Buenos Aires, lo que permitiría a Loewenthal y sus asistentes completar todo lo necesario para su absorción en las tres o cuatro semanas que duraba el viaje marítimo; b) que el Comité de Patrocinio tomaría a su cargo las responsabilidades y tareas involucradas, lo cual le permitiría a Loewenthal concentrarse en los preparativos relacionados con el proyecto central.[15]

Desafortunadamente, muy pronto se evidenció que tanto esas posibilidades como los supuestos en los que Loewenthal había basado su consentimiento a recibir miles de inmigrantes carecían de verdadero fundamento. Se descubrió que en la colonia La Vitícola las condiciones del clima y del suelo no eran buenas, y esa había sido la causa principal de la deserción de sus pobladores, de modo que Loewenthal debió retractarse de su propuesta de compra pese a que el Barón se había apresurado a aprobarla. Las ventajas financieras previsibles de la concentración de los inmigrantes en terrenos arrendados que se comprarían posteriormente se revelaron como dudosas, sobre todo porque la colonización misma haría elevar sus precios. La adquisición a breve plazo de terrenos en la zona de Moisés Ville resultó impracticable debido a que se les fijó un precio excesivo. Algo semejante ocurrió con las propuestas de establecer a los artesanos en centros veteranos, en las industrias agrícolas o en la agricultura intensiva.

Al mismo tiempo, resultó que también la expectativa de Loewenthal en el sentido de que el Comité de Patrocinio se encargaría de las tareas relevantes carecía de fundamento real. De hecho, todo recaía sobre sus hombros, y ante la falta de alternativa debió dedicar la mayor parte de su tiempo a la busca de un terreno adecuado para la absorción de los inmigrantes que estaban por llegar. Ni siquiera su esperanza de recibir, con la debida anticipación, el anuncio de su partida de Europa se cumplió: el 28 de julio de 1891, al regresar a su oficina tras una exploración de terrenos en venta, recibió la noticia de que 48 personas acababan de llegar a Buenos Aires en el buque Don Pedro.[16] A esa noticia siguió la del inminente arribo de otros tres grupos, en los buques Lisabon, Rosario y Río Negro, por lo cual la absorción inmediata de un total de 250 personas se convertía en un operativo de emergencia. Ello se hizo aún más urgente debido a la reacción negativa de las autoridades de inmigración ante la llegada del primer grupo. Loewenthal temía que una prolongada permanencia del mismo en el Hotel de Inmigrantes afectaría el prestigio del proyecto del Barón.

El 1º de agosto de 1891, Loewenthal envió un telegrama al Barón exigiendo detener por un tiempo la partida de los grupos siguientes. Mientras tanto, convocó a los comités de Compra y Patrocinio a una reunión de emergencia con el fin de hallar alguna solución para los inmigrantes que ya se hallaban en Buenos Aires. El cuadro presentado en la reunión fue ciertamente pesimista: pese a todas las búsquedas de tierras adecuadas para la colonización inmediata, Loewenthal solo pudo recomendar, sin gran convicción, un terreno contiguo a la estación ferroviaria La Cautiva, en el sur de la provincia de Córdoba. Pero incluso esta posibilidad se diluyó cuando el experto enviado a evaluar esas tierras dictaminó que no eran aptas.

El Comité de Patrocinio decidió solicitar a las autoridades una prolongación del permiso de estadía para quienes se hallaban alojados en el Hotel de Inmigrantes, más allá de los cinco días fijados por la ley. Mientras tanto, sus miembros recorrieron los alrededores de Buenos Aires y procuraron arrendar en uno de los suburbios un terreno apto para una finca mixta, en la que proyectaban establecer una colonia temporaria de producción de verduras. Hubo una propuesta de emplearlos en los hornos de cal de la colonia Hernandarias en la provincia de Entre Ríos, y también la de enviar a una parte de ellos, en forma experimental, a las plantaciones de caña de azúcar en Misiones. Pero esas propuestas no prosperaron. Mientras tanto, crecía el número de inmigrantes judíos llegados a Buenos Aires: el 6 y 7 de agosto de 1891 arribaron dos buques, y el 15 de agosto Loewenthal fue informado de que hasta esa fecha ya habían sido enviadas a Argentina 775 personas y otras 4.000 estaban listas para partir, por lo cual se le solicitaba que informase cuándo y en qué número iba a poder absorberlos.

El Barón mismo ordenó a Loewenthal que dejara de lado los proyectos provisorios y concentrara sus esfuerzos en la compra de terrenos que permitieran un asentamiento inmediato y definitivo para todos los inmigrantes. Pero justamente entonces aumentaron las dificultades de semejante compra por un precio razonable, debido a que los vendedores, conocedores de los problemas que enfrentaba Loewenthal, querían aprovecharse de la situación y no se apresuraban a cerrar negocios con él.

En esas condiciones, transcurrió casi todo el mes de agosto, y solo a fines del mismo logró Loewenthal un primer acuerdo con Rómulo Franco, propietario de tierras en la provincia de Buenos Aires, sobre la compra de diez leguas junto a la estación ferroviaria de Carlos Casares, en el departamento Nueve de Julio. Loewenthal informó inmediatamente de ello al Barón como si se tratara de una compra cerrada, junto con sus felicitaciones por la fundación de la primera colonia, bautizada “Mauricio” en su homenaje. El 26 de agosto Loewenthal envió a Mauricio al primer grupo de colonos, al que se sumaron otros dos grupos los días 27 y 30. En total, se trataba de unas 700 personas.[17]

Loewenthal continuó sus tratativas con Rómulo Franco, pero la presencia de centenares de inmigrantes en sus tierras le otorgaba a este una posición ventajosa para negociar. Varias veces condicionó su consentimiento a registrar el terreno bajo el nombre de sus nuevos dueños a nuevas formas de pago, que elevaban el precio muy por encima de los 625.000 pesos acordados al principio. De hecho, el registro de las tierras se efectuó solo en la primera mitad de octubre, pero todavía en enero de 1892 continuaban las negociaciones sobre la forma de saldar la hipoteca que pesaba sobre la propiedad. Tampoco ahí terminaron los problemas, porque a partir del 7 de julio de 1892 —y por más de cuatro años— la JCA debió enfrentar un largo y costoso juicio entablado contra ella por Franco, en nombre de los anteriores ocupantes de las tierras, debido a que cultivos realizados antes de la venta fueron cosechados ilegalmente por colonos de la JCA o dañados por ellos, juicio que finalmente Franco ganó.[18]

Este operativo de compra, precipitado en su comienzo y demorado en su fin, hizo que se retrasaran los trabajos de medición y parcelación de esas tierras, y opacó la fundación de la primera colonia creada por la JCA en Argentina.

5. Dificultades en la práctica

El 17 de agosto de 1891, informado de que 775 refugiados ya estaban viajando hacia Argentina y otros 4.000 en Europa esperaban su partida, Loewenthal envió un telegrama en que pedía retener a los nuevos contingentes hasta fines de septiembre. Tras esa fecha, afirmaba, sería posible enviar grupos de 200-300 personas por semana. Este pedido colocó al Barón y a los comités de migraciones en Alemania en una situación difícil, pero al mismo tiempo vieron en el mismo el compromiso explícito de Loewenthal de preparar hasta comienzos de octubre todo lo necesario para la absorción de 4.000 refugiados.

En Argentina, Loewenthal continuaba con sus intentos de compra inmediata de terrenos adicionales. En Europa, el Barón y los comités de ayuda a los emigrantes esperaban con impaciencia la renovación de los embarques hacia Argentina. Al principio, pareció que el proceso de compra y preparación de terrenos sería rápido. Muchos intermediarios, junto con los miembros del Comité de Compras, asediaron a vendedores que, debido a las presiones o a sus propias necesidades, estarían supuestamente dispuestos a vender terrenos a precios bajos. Pero en la segunda mitad de septiembre, cuando Loewenthal hizo el balance de las posibilidades de compra inmediata, debió reconocer que ninguna de las propuestas estaba madura, al tiempo que el arribo de nuevos inmigrantes era inminente. En la vecindad de Mauricio le ofrecieron 8.000 hectáreas, pero al precio de 100.000 pesos la legua, y el propietario no estaba apurado por vender ni dispuesto a bajar el precio. La propuesta de venta de 24 leguas en Entre Ríos resultó irrelevante; 40 leguas ofrecidas cerca de Monigotes no eran aptas para la colonización; las tierras de Palacios, junto a Moisés Ville, eran demasiado caras (50.000 pesos la legua); y 200 leguas de la empresa Colonizadora Argentina en la misma zona, si bien eran más baratas, requerían de seis a nueve meses de preparación para el asentamiento. Lo mismo ocurrió con otra propuesta en la zona de Mar Chiquita, en la provincia de Córdoba.

En esas circunstancias, Loewenthal decidió proponer al Barón un giro radical en los programas operativos y establecer a los inmigrantes que estaban por llegar en las que se habían definido como “tierras del futuro”.

Una de ellas, apta para la colonización según Loewenthal, era una concesión en la zona de Montelindo en Formosa, a orillas del río Paraguay. Loewenthal envió a tres de sus asistentes para que examinaran el lugar, y al recibir su respuesta positiva se propuso conversar con el presidente de la República para recibir su consentimiento a la transferencia de esa concesión. El lugar le parecía adecuado también porque su distancia de Buenos Aires dificultaría a colonos insatisfechos el regreso a la capital, donde los inmigrantes que habían abandonado las colonias procuraban mantenerse mediante la mendicidad, la venta de baratijas o “hasta cosas peores”, lo cual afectaba el buen nombre del proyecto en general.

Loewenthal se sintió alentado tanto por el consentimiento del Comité de Compras, como por un telegrama enviado por el Barón el 16 de septiembre, en el cual este, sin conocer sus proyectos, le recomendaba concentrar el grueso de sus esfuerzos en lograr un acuerdo con el gobierno respecto de las “tierras del futuro”. Mientras se realizaba el examen de suelos, Loewenthal comenzó negociaciones con uno de los concesionarios y también con el gobierno. En forma paralela, mantuvo conversaciones con el director del Departamento Nacional de Migraciones, Dr. Juan Alsina, y ambos acordaron que los nuevos inmigrantes serían directamente transferidos a un buque fluvial que los llevaría al lugar de su asentamiento. Loewenthal estaba seguro del éxito del operativo y le escribió al Barón, con optimismo excesivo, que pronto podría absorber a 10.000 o inclusive 15.000 refugiados.[19]

Mientras tanto había expirado el plazo de demora en el envío de inmigrantes pedido por Loewenthal, y comenzaron a preguntarle desde París si estaba en condiciones de recibirlos. Esta vez pidió detener los contingentes hasta que el gobierno autorizara el traspaso de los derechos. Este pedido tomó por sorpresa al Barón, porque había considerado que el mensaje del 17 de agosto constituía el compromiso inequívoco de recibir inmigrantes a fines de septiembre, y en consecuencia había ordenado su partida.

De este modo, Loewenthal se vio frente al hecho de que la llegada de inmigrantes se renovaría a principios de octubre. Pese a que todavía no contaba con el consentimiento del gobierno, no perdió su convicción de que lo obtendría de una manera u otra aún antes de que llegase el primer contingente, y podría absorber adecuadamente a los 4.000 viajeros en grupos semanales de 300 personas.[20]

Pero su calma no duró mucho. La delegación que revisó la concesión de Montelindo le informó el 15 de octubre que las tierras requerían mediciones y acondicionamientos que seguramente tomarían tres o cuatro meses, por lo que no sería posible trasladar inmediatamente hacia allí a los colonos. Al mismo tiempo, tuvo el disgusto de enterarse de que un primer grupo de 104 inmigrantes ya había llegado en el buque Bahía, sin el previo aviso de los comités alemanes. A ello se sumó, el 15 de octubre, el anuncio del Dr. Sonnenfeld sobre la urgencia de evacuar a 800 refugiados que habían sido detenidos en Estambul en su camino a Palestina, a quienes el Barón había decidido enviar a Argentina además de los 4.000 que se hallaban en Alemania, los cuales serían embarcados a razón de 300 personas por semana.

Por temor a una reacción negativa de la opinión pública argentina y para evitar escándalos innecesarios, Loewenthal decidió enviar a todos los inmigrantes a Mauricio, estuviesen o no capacitados para el trabajo agrícola. Al mismo tiempo, y pese a sus fracasos, continuó con sus intentos de conseguir un terreno apto para la colonización inmediata. También informó al Barón y al Dr. Sonnenfeld que estaba dispuesto a recibir a los 800 refugiados de Estambul, pero esa afirmación optimista estaba acompañada de una observación melancólica, según la cual, aunque todavía no sabía dónde ubicar a esos 800, en el sitio en que se organizaran los 4.000 habría también lugar para ellos.[21]

A partir de ese momento, la busca de tierras para colonización se convirtió en una carrera contra el tiempo: debía obtenerse la posesión de las mismas antes de que el buque anclara en el puerto de Buenos Aires. Pero, lamentablemente, la cantidad de terrenos relevantes disminuía. De las 28 leguas en Mar Chiquita (Córdoba), solo la mitad era apta para el cultivo de trigo, mientras que la otra mitad era boscosa y únicamente servía para pastura y para la cría de cerdos. Y aun cuando Loewenthal estuvo dispuesto a comprarlas en esas condiciones, el precio exigido resultó inaceptable. Santa Catalina —finca estatal entre las ciudades de La Plata y Buenos Aires, de 800 hectáreas, con viviendas permanentes para 2.000 personas o más— le pareció el lugar adecuado como estación de tránsito y de adiestramiento en agricultura intensiva para todos los inmigrantes. Los expertos que la examinaron indicaron que el precio razonable iba de 450.000 a 600.000 pesos, pero su propietario —el gobierno de la Provincia de Buenos Aires— no estaba interesado en venderla o arrendarla; además, el Barón se opuso a esta compra. Trece leguas en la zona de Carlos Casares, vecinas de la colonia Mauricio, fueron puestos en venta en ese momento, pero con un precio muy elevado: al principio 100.000 y más tarde 85.000 pesos por legua, mientras que el Barón estaba dispuesto a pagar 60.000 por legua siempre que la colonia estuviese lista para el asentamiento.

Ante la falta de alternativa, Loewenthal volvió a revisar las primeras ofertas de venta que habían visto y debatido en varias ocasiones miembros de la delegación del Barón. Se trataba de tierras linderas con Moisés Ville y Monigotes. Pero, pese a las urgentes necesidades financieras de los propietarios, estos no consintieron en reducir sus exigencias en forma significativa y, en el aprieto en que se hallaba, Loewenthal se vio forzado a aceptarlas. Renovó su contacto con el Dr. Pedro Palacios, y luego de tratativas prolongadas ambos alcanzaron el siguiente acuerdo: Loewenthal compraría de Palacios dos leguas deshabitadas a 50.000 pesos la legua (o 20 pesos la hectárea) y, por el mismo precio, las dos leguas en las que ya se hallaban establecidos los veteranos habitantes de Moisés Ville llegados en el Weser, quienes se habían comprometido a pagar a Palacios 40 pesos por hectárea más un interés anual de 8% a 12%. En otras palabras, Loewenthal recibiría, a cambio de 200.000 pesos, dos leguas de tierras nuevas más las deudas de los colonos de Moisés Ville por un total de 230.000 pesos. De esta manera pensaba resolver los problemas de todas las partes: Palacios estaba interesado en un pago en efectivo; los habitantes de Moisés Ville gozarían de una reducción del interés por las deudas al 5% y se librarían de las amenazas de expulsión de Palacios; y Loewenthal recibiría compromisos financieros superiores a la suma abonada, además de 5.000 hectáreas de tierra. Ahora sería posible establecer, en la vecindad de una colonia judía ya existente, a por lo menos varios centenares de entre los inmigrantes que se hallaban en camino a Buenos Aires.

Loewenthal propuso agregar a esta compra la de otras 9 o aun 17 leguas, que podrían otorgar a Moisés Ville una superficie continua hasta las vías ferroviarias, lo que inclusive posibilitaría construir una estación de tren entre Palacios y Monigotes. En su opinión, la compra de esas áreas era obligatoria como reserva territorial en la zona de Moisés Ville y Mauricio para los hijos y familiares de los colonos que ya se hallaban en Argentina y para otros que se les sumarían.

Pero, para su gran sorpresa, el Barón se negó categóricamente a autorizar esas compras y también informó a Loewenthal, el 25 de octubre de 1891, que ya había ordenado interrumpir el envío de contingentes a Argentina, con lo que el problema de la absorción se limitaba a los que ya se habían embarcado en Hamburgo y a los 800 que venían de Estambul (en total, 1.268 personas según los cálculos de Loewenthal). El Barón también ordenaba interrumpir, hasta nuevo aviso, la compra de terrenos adicionales.

6. Las relaciones entre el Barón y el Dr. Loewenthal

Al comienzo, las relaciones entre el Barón y Loewenthal se caracterizaron por la confianza y el respeto mutuos. Ya en la época en que Loewenthal integró el grupo de exploración que viajó a Argentina, el Barón aceptaba sus consejos, valoraba su pericia, lo prefería entre sus compañeros y le brindaba beneficios materiales. La confianza no se alteró aun cuando personas allegadas al Barón insinuaron que Loewenthal “se creía inteligente”, y que no debería haberle confiado la conducción de los asuntos en Argentina. También hubo quienes lo acusaron de despilfarro en el desempeño de la mencionada delegación. El momento más alto y claro de esa confianza fue aquel en que el Barón puso a su disposición un fondo de 200.000 libras esterlinas, autorizándolo a utilizarlo según las necesidades que surgieran en el proceso de sus funciones. Por cierto, el Barón le advirtió explícitamente que era la primera vez en la larga trayectoria de sus negocios que obraba de ese modo, y que estaba persuadido de que Loewenthal sabría responder a esa confianza del modo adecuado.[22] Poco después le otorgó un poder para adquirir las “tierras del presente”, con el requisito de ser notificado de antemano, pero sin exigirle que aguardara su respuesta antes de completar la operación. Efectivamente, hallamos que el Barón le autorizó por vía telegráfica a adquirir 144 leguas según su propuesta, aun antes de saber dónde se encontraban esos terrenos.

Durante todo ese periodo, hasta comienzos de octubre de 1891, el Barón consideró a Loewenthal el responsable directo de todo lo que se hacía en Argentina, mientras que él mismo y la directiva de la JCA en París solo debían colaborar, aconsejar y supervisar, pero no interferir en los detalles de los operativos.

Mientras tanto, comenzaron a llegar a oídos del Barón algunas noticias preocupantes (y verdaderas) sobre lo que ocurría en Mauricio, y gradualmente el tono de confianza absoluta que caracterizaba sus cartas anteriores comenzó a modificarse. El estilo del Barón se volvió autoritario; por ejemplo, en una carta exigió de Loewenthal “meterse bien en la cabeza” los principios y objetivos de la empresa colonizadora. Y cuando lo exhortó, el 7 de octubre, a ocuparse menos de las operaciones de compra y concentrarse en las de colonización, acompañó esa orden con la observación de que con ello podría Loewenthal probar que realmente era el hombre cierto en el lugar cierto.

A partir de ese momento, las intervenciones del Barón en los detalles del trabajo de Loewenthal se hicieron más frecuentes, y hasta llegó a interesarse en la forma en que este distribuía su tiempo. Sin embargo, el 22 de octubre, al referirse a la compra de la hacienda estatal Santa Catalina —destinada a constituir un centro de capacitación y adaptación para miles de colonos—, a la que el Barón se había opuesto por cuestiones de principio, se manifestó dispuesto a retirar su opinión y a confiar en el juicio y la prudencia de Loewenthal.

Tres días después, el 25 de octubre, el Barón recibió de Argentina un portafolio con informes que hicieron vacilar su confianza en Loewenthal. Los mismos le revelaron que los habitantes de la primera colonia no solo no trabajaban con la disciplina militar que él esperaba de ellos, sino que no trabajaban del todo; que su asentamiento en el lugar era provisorio, que no ganaban su sustento ni aseguraban su futuro, y que se los subsidiaba de una manera que a sus ojos constituía un derroche injustificado. En amarga reacción, advirtió a Loewenthal que sus cartas e informes, recibidos ese mismo día, parecían una copia de las noticias que estaban llegando desde las colonias del barón Edmond de Rothschild en Palestina, en las cuales los colonos eran mantenidos completamente por su benefactor; y que él se valoraba demasiado a sí mismo y a su experiencia en los negocios como para aceptar que en su nombre se adoptase esa vía tan desdichada. En opinión del Barón, la culpa de haber alcanzado semejante situación era de Loewenthal, y no le ahorró su invectiva. Consideraba que Loewenthal no era suficientemente estricto con los colonos, que los malcriaba con beneficios prescindibles y hasta toleraba sus rebeliones, adoptando ante ellos una actitud paternalista y vacilando en adoptar las medidas drásticas necesarias; que desperdiciaba su tiempo ocupándose de detalles y ampliando sin cesar su campo de actividades. A pesar de todo ello, el Barón afirmaba que no había perdido del todo su confianza en él, no deseaba desesperarlo ni ignoraba sus logros. Su objetivo era advertirle de la situación y exigirle que demostrase sus capacidades.[23]

Pero la distancia entre esos reproches y una manifestación de total desconfianza no era muy grande. Varios de los informes adicionales de Loewenthal llegados a manos del Barón a principios del noviembre, cuando regresó a París desde su hacienda húngara de St. Johann, junto con testimonios de otras personas que le llegaron a mediados de ese mes, inclinaron la balanza y lo llevaron a pasar de la intervención directa y personal en los asuntos argentinos a la manifestación explícita de su falta de confianza en la capacidad personal de Loewenthal en tanto director del proyecto.

6.1. Las nuevas instrucciones del Barón

Como preámbulo a la serie de instrucciones dirigidas a Loewenthal, el Barón le aclaró que, si él mismo había obtenido algún éxito en sus negocios, ello se debía ante todo a su energía y su capacidad de decisiones rápidas, que siempre le llevaron a cambiar de rumbo (couper court, cortar por lo sano) en el momento en que sentía que no se hallaba en buen camino. La primera de esas instrucciones llegó a Loewenthal en un telegrama del 27 de octubre de 1891, que le ordenaba no comprar terrenos más allá de los necesarios para absorber a los inmigrantes que ya habían partido de Europa o estaban por hacerlo desde Estambul. El Barón le exigía organizar en los asentamientos un cuerpo de vigilancia eficiente con la mayor economía posible, privar de provisiones a los haraganes, alejar a los intrigantes, e imponer a los colonos una intensa jornada de trabajo y un régimen sencillo de alimentación.

A fin de poner en práctica esas normas, el Barón le aconsejaba designar para la colonia a un director enérgico, en lo posible un militar acostumbrado a ordenar y ser obedecido. Una vez nombrado, sería necesario limpiar la colonia de “malas hierbas” y dejar en ella solamente a las personas adecuadas y dóciles, aun si ello reducía el número de colonos a la mitad. Solo implementadas esas medidas, sostenía el Barón, sería posible pensar en la continuación del proyecto de inmigración y colonización. Por lo tanto, estaba exigiendo de Loewenthal que dejase de lado todas sus otras ocupaciones y se dedicara exclusivamente a reorganizar a Mauricio como colonia agrícola.

Persuadido de que sus instrucciones eran cumplidas, el Barón comenzó en noviembre a elaborar programas que se implementarían en Argentina más allá del periodo de organización. Pero los informes siguientes de Loewenthal, de los que dedujo que su primera intervención no había provocado cambio alguno en la situación de Mauricio, le impulsaron a enviar el 18 de noviembre un telegrama más tajante que el anterior, en el que detallaba en forma explícita sus órdenes: reemplazar al administrador de Mauricio, Garbel, por el experto en suelos Koenekamp; construir 600 viviendas y distribuir todo el terreno en parcelas familiares en el término de un mes; establecer un régimen militar de trabajo, y expulsar a los inmigrantes llegados a Argentina por propia iniciativa junto con todos los elementos dudosos.[24]

Esas órdenes amargaron a Loewenthal y su respuesta fue dura: Koenekamp no estaba capacitado para ser director de Mauricio ni estaría dispuesto a ello; las casas no se podrían construir en un mes; y en cuanto a la ejecución de las medidas de “cribado”, obligarían a emplear medidas de fuerza contra centenares de inmigrantes y provocarían el derrumbe total del proyecto. En consecuencia, solicitaba saber si el Barón se mantenía firme en esas exigencias, pese al daño que habían de acarrear. En caso positivo, las ejecutaría sin asumir responsabilidad por las consecuencias. El Barón respondió que debía poner en práctica las instrucciones, pero de un modo que no perjudicase al proyecto, y Loewenthal continuó trabajando en Mauricio tal como lo venía haciendo hasta ese momento. El administrador Garbel fue destituido de su cargo pero en forma temporaria, y aun ello solo a fines de diciembre; el reparto de las tierras y la construcción de casas avanzaban con lentitud.

Mientras tanto, en Estambul y en Hamburgo se completaban los preparativos para el envío de más de 1.000 emigrantes, e inclusive algunos ya habían partido. Para evitar que la situación en Argentina se complicase, el Barón decidió frenar la ola de emigración o transferirla a otros puertos. Pero al menos un buque, el Pampa, estaba a punto de zarpar de Estambul con 817 refugiados judíos, y no era posible detenerlo, lo cual hacía ineludible la absorción de los mismos en Argentina.

El Barón se mantuvo en su idea de que Loewenthal debía reducir sus actividades de compra de terrenos y limitarlas a las necesidades inmediatas. En su opinión, la adquisición de cuatro leguas en la zona de Moisés Ville, sobre la que ya le había informado Loewenthal, bastaría para satisfacer esas necesidades. En esa superficie (de la que solo la mitad estaba desocupada) y en la zona no poblada de Mauricio sería posible ubicar a todos los inmigrantes que se hallaban en camino a Argentina. En consecuencia, el 18 de noviembre ordenó suspender totalmente la compra de nuevos terrenos.

Pero esa orden se contraponía a los planes de Loewenthal, que en ese momento se hallaba negociando la adquisición de unas 11 leguas en la zona de Palacios y en la colonia Arrufo, al norte de aquella. Loewenthal le respondió al Barón que tanto la necesidad de conservar en Mauricio tierras para las familias de los “solteros” —hombres que habían llegado solos y aguardaban la venida de sus familiares— como la inconveniencia de instalar a los refugiados de Estambul en una colonia de habitantes desalentados, lo obligaban a comprar las tierras de Arrufo. Pero el Barón no cedió y desautorizó la adquisición. En cuanto a los “solteros” y su futuro en Mauricio, puso como condición un examen que verificara si esas personas eran aptas para la colonización. Si llegase a faltar lugar, precisó para estupor de Loewenthal, habría que buscar un arreglo temporario para los nuevos inmigrantes, por ejemplo, el arriendo de haciendas cuyos dueños estuviesen de acuerdo con el proyecto, y para ello sería necesario apelar a la ayuda de los miembros de la Congregación. De nada le sirvió a Loewenthal argüir que no se hallarían hacendados dispuestos a aceptar a inmigrantes recién llegados como arrendatarios, y que los miembros de la Congregación no tenían la menor posibilidad de ayudar en ese asunto. El Barón no cambió de idea y a Loewenthal solo le restó informar, en tono de humillación y amargura, que él suspendía sus iniciativas y se limitaría a la obediencia pasiva, desentendiéndose de toda responsabilidad.[25]

El Barón propuso a Loewenthal que enviara a los nuevos al Hotel de Inmigrantes de la ciudad de Paraná, a fin de evitar su permanencia en Buenos Aires. La Congregación, a la que el Barón solicitó el 27 de noviembre que colaborase con Loewenthal en la absorción de los refugiados de Estambul, propuso a este algunas soluciones temporarias y pidió que los viajeros del Pampa no se alojaran en el Hotel de Inmigantes de la capital, sino que fueran trasladados de inmediato al sitio que les estaba destinado. Pero Loewenthal decidió que, tras una breve estadía en dicho Hotel, la mayor parte sería alojada en un hotel aislado en la costa atlántica, cerca de la ciudad de Miramar.

El 15 de diciembre de 1891, llegaron a Buenos Aires los refugiados de Estambul, tras una larga y fatigosa travesía. Su fortaleza ante los percances sufridos suscitó la admiración del capitán del barco y tuvo ecos positivos en la prensa de Buenos Aires. En el puerto, los aguardaban el rabino Henri Joseph y otro miembro de la Congregación, quienes se asombraron al ver que los recién llegados eran trasladados al Hotel de Inmigrantes, sin la presencia de Loewenthal o alguno de sus asistentes. Ambos les explicaron que serían establecidos en forma provisoria, hasta que se fijase su residencia definitiva. La decepción de los viajeros se convirtió rápidamente en furia, y camino al Hotel de Inmigrantes decidieron rechazar el asentamiento provisorio, porque el mismo contradecía las promesas obtenidas al zarpar de Burdeos. Sus temores y su amargura aumentaron cuando un número de inmigrantes veteranos —algunos de ellos, elementos criminales y tratantes de blancas que, más tarde, la comunidad denominaría “los impuros”;[26] otros, desertores fracasados de Mauricio— lograron infiltrarse en el grupo y describir con colores tétricos las desiertas llanuras argentinas adonde estaban por arrojarlos. Al tercer día, Loewenthal se presentó ante ellos en el Hotel de Inmigrantes, con un severo discurso sobre su obligación de trabajar y de obedecer a sus superiores. Muchos vieron en sus palabras una confirmación de lo que les habían descrito los infiltrados, y estalló una revuelta. La decisión unánime fue no abandonar el Hotel de Inmigrantes si no se cumplían las promesas recibidas en cuanto a su asentamiento definitivo en un sitio preparado especialmente para ellos.

La revuelta continuó por unas dos semanas, tras las cuales, y por mediación de miembros de la Congregación, los inmigrantes aceptaron suspender su huelga, a condición de que el Dr. Loewenthal declarara por escrito que los arreglos temporarios respondían a órdenes del Barón y que ese periodo transitorio no superaría los tres meses. Una vez depositado ese documento en la Congregación, salieron al camino. Unas 600 personas viajaron en cinco caravanas a su residencia temporaria, y las restantes se dirigieron a Moisés Ville.[27]

6.2. La destitución de Loewenthal

Al tiempo que Loewenthal veía con amargura cómo el Barón rechazaba sus propuestas, este ya comenzaba a pensar en su reemplazo. Una primera alusión al respecto figura en su carta a Loewenthal del 19 de noviembre de 1891, enviada tras su severo telegrama del 18, con el objeto de explicarle las razones de las drásticas instrucciones. El Barón consideraba que, a fin de verificar que Loewenthal sabría adaptarse a sus programas, sería necesaria una conversación personal de ambos en París, una vez satisfechos sus requerimientos. Pero el Barón no esperó ese encuentro, y pocos días después, ese mismo mes, redactó la carta oficial de despido, la cual confió a principios de diciembre a Adolphe Roth y Édouard Cullen, designados como nuevos directores del proyecto.

¿Qué indujo al Barón a esa medida extrema? En la carta de despido menciona haber recogido, de tres fuentes distintas, información sobre la falta de capacidad organizativa y de tacto de Loewenthal, así como sobre su actitud ante los negocios. Esas fuentes eran: los informes del mismo Loewenthal, “otras fuentes”, y testimonios de distintas personas en Buenos Aires a las que se había dirigido para conocer su opinión acerca de las actuaciones de su representante. No existen datos que permitan identificar a esas “personas de Buenos Aires”, pero en cambio conocemos bien los informes de Loewenthal y los materiales en su contra que el Barón pudo haber deducido de ellos. También podemos señalar al menos algunas de las “otras fuentes”, que no eran sino los dos nuevos representantes del Barón en Argentina.

Adolphe Roth, quien trabajaba junto a Loewenthal en el Comité de Patrocinio y en el Comité de Compras, había sido recomendado en su momento por el mismo Barón, al parecer a pedido de su amigo y hermano de aquel, Louis Roth. A principios de octubre, Adolphe Roth partió de Buenos Aires rumbo a Europa, tras haber recorrido Mauricio y estando al corriente de todos los manejos administrativos de Loewenthal y los problemas que enfrentaba. Loewenthal le había entregado una carta detallada y una guía de temas para que conversara en su nombre con el Barón; pero poco después se arrepintió de la confianza depositada en él, al enterarse de que —en oposición a los elogios que le había manifestado sobre la situación en Mauricio—, en conversaciones con otras personas, Roth había expresado su indignación ante la situación de la colonia; también supo que se había apresurado a transmitir al director del Banco Alemán detalles de sus negociaciones con el gobierno, que Loewenthal había compartido con él exigiéndole que los mantuviera en secreto.

Édouard Cullen, compañero de Loewenthal en la delegación exploradora de 1890, quien había completado su visita al Chaco y permanecido un tiempo en Buenos Aires antes de regresar a Europa, también conocía de cerca la situación de Loewenthal, ya que este se ocupó de explicarle en detalle todos sus problemas con la esperanza de que lo defendiera ante el Barón. Pero, de hecho, Loewenthal no valoraba en mucho la capacidad de Cullen de comprender la situación, y este percibió muy bien esa actitud altanera.[28]

Por lo tanto, los dos nuevos enviados del Barón estaban provistos de información completa sobre lo que ocurría con el proyecto, y también llenos de resentimiento hacia Loewenthal. Sus testimonios acerca de Mauricio —a los que el Barón se refiere explícitamente en la carta de despido— completaron y confirmaron la impresión creada por los informes de aquel.

Poco antes de la salida de ambos enviados hacia Buenos Aires, el Barón descubrió otro defecto en las actuaciones de Loewenthal, que seguramente constituyó un último incentivo para su relevo: tanto el Barón como el Consejo de la JCA se enteraron con sorpresa de que Loewenthal había transferido los fondos puestos a su disposición a una cuenta personal en el Banco Alemán. Pese a su confianza declarada en la honestidad de Loewenthal, el hecho despertaba serias sospechas, y se le ordenó abrir inmediatamente una cuenta a nombre de la JCA y transferir a la misma dichos fondos. Loewenthal explicó por telegrama (y también en una carta que llegó a destino después de su despido) que se había visto obligado a hacerlo porque en ese momento la JCA no tenía personería jurídica en Argentina, e inclusive destacó que había solicitado varias veces —sobre todo a través de Adolphe Roth— que se acelerase el registro oficial de la empresa, cosa que no se había realizado. Pero la explicación no modificó la opinión del Barón, que vio en ello una cuestión de principios y un fracaso administrativo de Loewenthal.

El 4 de diciembre de 1891, partieron hacia la Argentina Roth y Cullen, los nuevos representantes del barón Hirsch, llevando la carta de despido del Dr. Loewenthal.

¿Temía el Barón que Loewenthal se rebelara ante su decisión? ¿Tomó en cuenta la posibilidad de un sabotaje al proyecto o de su negativa a transferir sus funciones? El modo en que fue llevada a cabo su destitución refuerza esas hipótesis, ya que presenta rasgos de un operativo militar que incluye maniobras de desorientación, asedio y sorpresa.

Tras los dos telegramas en los que el Barón manifestaba su falta de confianza en sus actuaciones (25 de octubre y 18 de noviembre de 1891), Loewenthal halló el primer indicio de las quejas en su contra en la mencionada carta del 19 de noviembre, llegada a sus manos el 21 de diciembre, en la que lo invitaba a viajar a París. En respuesta, Loewenthal escribió que estaba dispuesto a partir de Buenos Aires a fines de diciembre, pero se le respondió inmediatamente que debía esperar el arribo de Roth y Cullen, que llevaban “instrucciones” cuya naturaleza el Barón no aclaró ni en sus telegramas ni en la carta que le había enviado el 1º de diciembre, en la que escribía que confiaba en que se verían a la brevedad. Loewenthal oyó de boca de varios miembros de la Congregación la posibilidad de que aquellas instrucciones fuesen del estilo “A rey muerto, rey puesto”, pero no dio importancia a dichos rumores.

El 6 de enero de 1892, llegaron los enviados a Buenos Aires, y al día siguiente comenzaron a poner en práctica las explícitas instrucciones del Barón: por la mañana presentaron en el Banco Alemán sus acreditaciones y la orden del Barón de transferir a sus manos la cuenta bancaria de la JCA. Luego Cullen se apersonó ante Loewenthal en su despacho y para su total sorpresa le entregó la carta de despido. Loewenthal se sintió profundamente ofendido, pero ocultó su enojo y acordó con Cullen que más tarde viniera junto con Roth para recibir de sus manos la oficina. En el encuentro de los tres, Loewenthal no calló su furia contra Roth, al que consideraba el principal factor de su despido. Pero no pudo poner en duda la autorización que obraba en manos de sus sucesores, a la que ambos se habían ocupado de adjuntar una legalización notarial obtenida del cónsul argentino en Londres. Loewenthal no tuvo más remedio que entregarles las llaves. Los nuevos delegados informaron al personal de la oficina acerca de las instrucciones emitidas por el Barón el 10 de diciembre, y desde ese momento se convirtieron de hecho en los directores del proyecto.[29]

En los días que siguieron, mientras revisaban la documentación y realizaban los trámites para transferir a la JCA todos los bienes que estaban inscritos a nombre de Loewenthal, ambos delegados informaron en detalle al Barón sobre sus hallazgos; no ahorraron ni las dudas sobre acciones y descuidos de su predecesor, ni las sospechas sistemáticas contra su desempeño. Loewenthal llegó a Europa a fines de febrero, al parecer provisto de cuantos documentos logró salvar de su oficina, a fin de justificar sus actuaciones ante el Barón. Pero aun antes de su encuentro, ambas partes alcanzaron a aclarar sus posiciones por escrito.

El Barón, como presidente de la JCA, informó a Loewenthal, a través de la oficina de la empresa, que su despido había entrado en vigencia el 7 de enero de 1892 y que los arreglos financieros finales se harían de acuerdo con el contrato entre ambos, luego de recibidos los resultados de la investigación detallada sobre sus actuaciones que se estaba realizando en Buenos Aires. A esto respondió Loewenthal que no se consideraba empleado de la JCA, sino funcionario del Barón, quien lo había designado director del proyecto por cinco años, y según el contrato que obraba en su poder le correspondía una indemnización de 80.000 francos en caso de incumplimiento. El Barón no aceptó su argumento respecto de la JCA, pero reconoció que su demanda era legal, si bien demoraría el pago porque primeramente era necesario obrar por vía judicial para reparar el perjuicio que sus actuaciones habían causado a la empresa; proponía, por tanto, que Loewenthal llevase su demanda ante los tribunales y aportara pruebas de que había desempeñado su cargo con honestidad y lealtad.[30]

Las estrechas relaciones entre el barón Maurice de Hirsch y el Dr. Wilhelm Loewenthal, iniciador del proyecto en Argentina, concluyeron en una vulgar demanda judicial de indemnización.

7. El final de las “tierras del futuro”

Unos meses antes, el 13 de septiembre de 1891, el Barón recibió un informe de Cullen sobre su expedición al Chaco, junto con la descripción detallada de las adversidades que lo acosaron a lo largo de los 1.342 kilómetros que recorrió. El informe contenía una evaluación positiva y entusiasta sobre la calidad de las tierras en la región. Cullen afirmaba “con total seguridad” que esa tierra era la más hermosa que había visto desde su llegada a Sudamérica; parte de los terrenos eran tan espléndidos y adecuados a la colonización que se inclinaba a pensar que incluso superaban a los mejores valles cerealeros del Canadá, que él conocía a fondo.

El Barón consideró que el informe era superficial, producto de un aficionado y no de un “hombre de negocios”, y en consecuencia propuso a Loewenthal que despidiera a Cullen.[31] Pero esa impresión se modificó totalmente después de su encuentro con Cullen a principios de noviembre en el que este le transmitió su informe de viva voz. Esta vez, el Barón quedó totalmente persuadido de la fertilidad de las tierras del Chaco y, debido a las dificultades que enfrentaba la adquisición de terrenos en zonas más pobladas, se inclinó a considerar que era el único territorio en la República Argentina en que se podría concentrar el proyecto de colonización. Basándose en la información de Cullen, según la cual el río Bermejo era navegable, elaboró un programa de compras que incluiría terrenos estatales, los de Meiggs y Hume y otros de concesionarios privados, los cuales, una vez reunidos, constituirían un territorio continuo a lo largo del Bermejo. La ejecución de su plan dependía de un examen de las condiciones de navegabilidad del río, tarea que le encomendó al ingeniero Herman Werren, quien trabajaba hacía mucho al servicio del Barón y contaba con su gran aprecio.

Al mismo tiempo, el Barón le pidió a Cullen que preparase un programa detallado para erigir la primera colonia experimental, cuya organización y conducción estaba dispuesto a poner en sus manos. Su idea era establecer tres colonias de ese tipo y confiarlas a tres administradores distintos que las manejarían cada uno a su manera, para de ese modo aprender de los resultados de sus experiencias cuál era el método que había de constituir la base del programa global de colonización. Cullen redactó su propuesta durante su residencia en la finca del Barón en St. Johann; el Barón la aprobó con entusiasmo, y poco después acordaron formalmente las condiciones de trabajo de Cullen como administrador de la primera colonia que se levantaría en el Chaco.[32]

El 18 de noviembre, como ya se dijo, el acuerdo de la gran compra de tierras estatales fue revocado, pero el Barón no desesperó, y consideró que la adquisición de terrenos en el Chaco a 200 libras esterlinas la legua era una posibilidad razonable por la que convenía entrar en negociaciones. Mientras tanto, se comunicó con la empresa Meiggs & Hume a fin de comprar sus concesiones. A mediados de noviembre, condujo conversaciones con John Meiggs en Londres, y el 21 de ese mes ambas partes alcanzaron un acuerdo de principio en cuanto a la transferencia de la concesión de 928 leguas a manos del Barón, por el precio de 150.000 libras esterlinas, que incluía los gastos pertinentes a la obtención de la correspondiente autorización del gobierno argentino. La empresa Meiggs & Hume se ocuparía de obtener las facilidades legales que exigía el Barón, y el contrato final sería cerrado dos meses después. Pero el mismo día en que en Londres se alcanzaba ese acuerdo, en Argentina se anunciaron nuevas leyes que modificaban las condiciones para la transferencia de concesiones. La ley 2.875 del 21 de noviembre de 1891 establecía que los concesionarios tendrían derecho, mediante un pago al tesoro nacional, a convertirse en propietarios de esos bienes. En vista de la nueva situación, el Barón consintió en aumentar el precio de compra a 200 libras la legua (por un total de 185.600 libras), a condición de que el registro de las propiedades a su nombre fuera inmediato y sin gastos adicionales, fuera del costo de las mediciones que efectuaría John Meiggs por 12.000 pesos en una concesión de 32 leguas. Loewenthal recibió la orden de verificar la estimación de ese costo, y el Barón le informó que cuando se firmara el contrato con Meiggs se pagaría al tesoro nacional la retribución exigida. Loewenthal le aconsejó al Barón apresurarse y aprovechar la nueva ley para comprar otras concesiones privadas y estatales, y así obtener un terreno continuo de 2.400 leguas a lo largo del Bermejo. Pero el Barón rechazó la propuesta aduciendo que hasta no conocer las condiciones de navegabilidad del río no compraría en el Chaco otras tierras fuera de las de Meiggs & Hume.

A mediados de diciembre de 1891, llegó a Buenos Aires el ingeniero Herman Werren. El 28 de diciembre el Barón, a punto de completar el contrato de compra de las 928 leguas de Meiggs, le telegrafió pidiéndole una primera estimación de la calidad de los terrenos. Werren se hallaba en el Chaco y Loewenthal respondió en su lugar diciendo que, en opinión de Werren, Cullen había escrito sus informes bajo influencia de los propietarios de las tierras pero que, aun así, todo indicaba que también la evaluación de Werren sería positiva. Ante la falta de una opinión clara, el Barón decidió postergar todo lo posible el fin de la negociación con Meiggs hasta obtener el informe de Werren.

Mientras tanto, llegaron a oídos del Barón serias críticas a la confiabilidad de Cullen y sus informes, a las que se sumaron las dudas que él mismo había experimentado al conversar con él. En la última semana de enero de 1892, para estupor del Barón, se confirmaron sus peores sospechas. Dos telegramas de Werren del 21 y 23 de enero revelaban que entre los informes optimistas de Cullen y la realidad del Chaco no existía la menor correlación. El Barón se enfureció. Describió su dolor ante la situación a sus enviados de Buenos Aires y, fiel a su principio de couper court cuando la realidad lo exigía, decidió inmediatamente que era preciso abandonar todos los planes basados en el Chaco, entre ellos, obviamente, los acuerdos respecto de las tierras de Meiggs & Hume.[33]

Ese fue el final, por el momento, de los planes acerca de las “tierras del futuro”.

8. El ocaso del “gran día”

El Barón se había propuesto realizar en enero de 1892 una “reunión cumbre” judía con el fin de presentar y debatir su gran proyecto. Confiaba en poder mostrar los primeros logros positivos de su empresa. Pero, para su desazón, justamente ese mes llegaron a su fin muchas de sus esperanzas y expectativas.

El exagerado optimismo de Loewenthal en cuanto a una rápida compra y preparación de las tierras para la colonización hizo que la emigración organizada hacia la Argentina comenzara antes de que nada estuviera listo para recibirla. A este problema fundamental se sumó el carácter heterogéneo y en parte negativo de las personas que inmigraron bajo los auspicios de la JCA. Por lo tanto, no era posible todavía considerar a Mauricio, el primer asentamiento de la empresa, como colonia agrícola: sus habitantes dependían totalmente de la JCA para su subsistencia, y no podían hacer nada para independizarse. En la misma situación se hallaban los otros inmigrantes de la JCA, arribados en el buque Pampa, que ni siquiera habían llegado a los terrenos de su asentamiento, sencillamente porque no habían sido adquiridos todavía.

La confusión en los proyectos de compra dejaba en manos de la JCA, al final de este periodo, solo 14 leguas en dos provincias alejadas entre sí. La adquisición de uno de los terrenos, de 10 leguas, acarreó además un prolongado conflicto judicial. La compra de los otros cuatro en Moisés Ville, si bien liberó a los colonos —llegados en el Weser antes de la creación de la JCA— de los abusos del propietario original, no resolvió sus restantes problemas, por lo cual también ellos seguían dependiendo de los subsidios de la empresa. Pese al carácter “cooperativo” que Loewenthal le atribuía en sus informes, la producción agrícola de Moisés Ville no aumentó y sus colonos estaban muy lejos de hallarse arraigados en el lugar.

La única región de Argentina donde en este periodo se pensó en adquirir grandes territorios fue el Chaco. Loewenthal confiaba en hallar allí lo que quería el Barón, a saber, tierras fértiles y clima benigno, abundancia de agua potable y fácil acceso a vías de comunicación cómodas. Pero las condiciones climáticas de la zona no se correspondían en absoluto con las expectativas del Barón. El calor, la humedad y los vientos del Chaco y Formosa se cuentan entre los más intensos del país, especialmente en la parte occidental. En el Chaco, la diferencia entre las estaciones es muy marcada y son numerosas las noches de helada. La parte oriental del Chaco es boscosa y en ella era explotado el árbol del quebracho para la extracción del tanino utilizado en la industria del cuero, por lo cual, hasta que no se completara la tala de los bosques, el terreno libre para la agricultura era muy escaso. Del lado occidental, la tierra era pobre y las condiciones climáticas, como ya indicamos, dificultaban la agricultura. A ello se sumaba el peligro de los ataques de los indios, que hacia finales del siglo XIX convirtieron a la región en una zona de frontera. En teoría, el Bermejo podría haber servido de vía de transporte en los territorios que el Barón estaba por comprar, pero su corriente no es uniforme a lo largo del año, y durante varios meses la erosión y restos de árboles obstaculizan su cauce con bancos de arena y otros escollos, por lo que habrían hecho falta enormes inversiones para volverlo realmente navegable.[34]

De hecho, gran parte de la información general sobre el Chaco se hallaba en libros de viajeros e investigadores. Los informes oficiales del equipo enviado a estudiar la región en 1876 y de la delegación científica que acompañó a la conquista de la misma en 1884, daban cuenta, por ejemplo, de la limitada fertilidad de la zona de Encrucijada, en los territorios de Hume, en oposición a los elogios prodigados por Cullen.[35] Loewenthal no pudo ignorar la existencia de esos informes, pero en la amplia documentación por él redactada no incluyó referencia alguna a ellos. Cullen, por intereses personales, no los mencionó para nada en los suyos: ambos prefirieron destacar sus propias impresiones y los testimonios de los lugareños. Loewenthal visitó el norte argentino en septiembre y octubre de 1889 y recorrió la zona oriental a lo largo del Alto Paraná y el Paraguay, pero no se internó en los territorios de Chaco, Formosa y Misiones. Cullen pasó por el centro del Chaco en los meses de mayo a julio. Ninguno de los dos conoció esas regiones en la estación de máximo calor, y sus opiniones fueron finalmente invalidadas por la del ingeniero Werren, quien estuvo en la zona en diciembre, en pleno verano.

El proyecto del Chaco fue totalmente anulado y con él toda idea de dirigir la colonización judía hacia el norte del país. En adelante, sería necesario buscar las “tierras del futuro” en otras regiones de la Argentina.

El balance negativo al cabo del primer año de actividades era muy distinto de lo que el Barón imaginaba cuando redactó la plataforma de la reunión cumbre. En enero de 1892, se vio forzado a admitir que la “piedra basal” de su gran proyecto todavía no era firme, y ese fue uno de los motivos por los que decidió postergar ese encuentro internacional, al menos por un tiempo. La culpa fue atribuida ante todo al Dr. Wilhelm Loewenthal, impulsor y director del proyecto en su “gran día”.

Loewenthal no solo fue destituido de su cargo, sino también calumniado por sus sucesores en la conducción del proyecto, y anatematizado por el Barón y la directiva de la JCA en París. Durante largos meses, se realizó en Buenos Aires una investigación sobre sus actuaciones, y pese a comprobarse que en todas ellas, incluso en las equivocadas, había procedido con rectitud y sinceridad,[36] el Barón no modificó su actitud negativa hacia él. La total confianza, sin precedentes en la historia de sus negocios, que había depositado en Loewenthal al principio, y la profunda decepción que sufrió al final, imposibilitaron al Barón una actitud ecuánime hacia él. La verdad es que Loewenthal fue un hombre honesto y un visionario que se preocupaba por los problemas de su pueblo, pero al mismo tiempo era orgulloso y altanero, por lo cual asumió atribuciones directivas que no se correspondían con sus capacidades ni con sus posibilidades de realización.

El Wilhelm Loewenthal que retornó a su vida anterior era un hombre vencido y destrozado. Murió en Berlín el 24 de abril de 1894, a los 44 años, antes de que terminara el examen judicial de sus demandas de indemnización contra el barón Hirsch.[37]


  1. JCA/LON (302), carta de Loewenthal al Barón, 9.6.1891. Desde la década de 1880 existían en Buenos Aires organizaciones de ayuda a inmigrantes franceses, italianos y españoles que mantenían diversos servicios, incluidos los de salud y hospitales. Véase, por ejemplo, M.A.E. París (Argentine Corr. Con. y Com.), informe consular, 23.2.1888 (pp. 79-90).
  2. JCA/LON (302), carta Nº 13 de Loewenthal al Barón, 27.9.1891 (p. 5).
  3. JCA/LON (302), carta Nº 19 de Loewenthal al Barón, 3.11.1891 (p. 19).
  4. JCA/LON (302), p. 10; JCA/LON (305), carta de Loewenthal al Barón, diario administrativo, 15.9.1891 (p. 29). Al proponer al Comité de Compras criterios para sus actuaciones, Loewenthal determina que es preferible que las colonias estén dispersas, porque ello agradará a las autoridades y a la población general (JCA/LON 305, Loewenthal al Barón, informe Nº 5, 5.6.1891, p. 2). Véase JCA/LON (302), resumen de las instrucciones de Loewenthal a Adolfo Roth con vistas a su encuentro con el Barón, anexos a la carta Nº 15 de Loewenthal al Barón, 4.10. 1891.
  5. JCA/LON (302), diario administrativo de Loewenthal al Barón, 17.9.1891 (p. 44); también en el memorando al rabino Zadok Kahn, IWO (JCA/Arg. 1).
  6. El 19.8.1890, unas dos semanas después de la renuncia de Juárez Celman, Carlos Pellegrini y Julio A. Roca ordenaron suspender la gran venta en vista de su fracaso debido a la depresión económica en Europa y a la crisis en la economía argentina; además, habían surgido en el país numerosas críticas a dicha ley. La ordenanza fue ratificada por el Congreso el 27.6.1891. Véase Cárcamo, [1925] 1971 (vol. I, pp. 361-366); 1972 (vol. II, pp. 271-281). Los debates en torno a la aplicación del decreto se reflejan también en los informes de Loewenthal del 4.6.1891 y 19.7.1891 (JCA/LON 302).
  7. JCA/LON (302), carta Nº 10 de Loewenthal al Barón, 1.9.1891.
  8. Las 2.468 leguas se sumaron, por lo tanto, a las 168 de los concesionarios privados, las 900 leguas de la concesión Hume-Meiggs, las 400 en Chubut y las 1.000 leguas de tierras estatales. Las concesiones de Hume-Meiggs de hecho abarcaban 928 leguas.
  9. JCA/LON (302), carta Nº 19 de Loewenthal al Barón, 3.11.1891 (p. 7). El segundo terreno comprendía unas 58 leguas paraguayas (legua paraguaya = 1.800 hectáreas).
  10. JCA/LON (302), carta Nº 15 de Loewenthal al Barón, 4.10.1891 (p. 1).
  11. El 14.10.1891, una semana antes de la firma del convenio entre Loewenthal y el ministro del Interior, el diputado cordobés Castro mencionó, en un debate del Congreso, las tierras que se vendieron a los judíos: 1.000 leguas a su elección. República Argentina, Libro de Sesiones…, 14.10.1891. Véase en JCA/LON (302), en carta Nº 17 de Loewenthal al Barón, 15.10.1891, el informe sobre la disputa entre Martín Meyer y el editor del Deutsche Handelszeitung en torno al convenio.
  12. JCA/LON (302), carta Nº 19 de Loewenthal al Barón, 3.11.1891.
  13. JCA/LON (302), carta Nº 3 de Loewenthal, 20.11.1891, a la que se adjuntó el telegrama del Barón a Loewenthal del 18.11.1891.
  14. JCA/LON (302), carta del Barón a Loewenthal, 19.11.1891. República Argentina, Libro de Sesiones…, 18.11.1891; se trata del art. 16 de la Ley 2.875, firmada por el Presidente de la República el 24.11.1891. Véase Tierras, Colonias y Agricultura (p. 302).
  15. JCA/LON (302), carta Nº 4 de Loewenthal al Barón, 4.7.1891 (p. 1); informe Nº 6, 8.7.1891 (pp. 2-3).
  16. JCA/LON (302), informe Nº 8 de Loewenthal al Barón, 29.7.2891 (p. 9), agregado del 1.8.1891.
  17. JCA/LON (302), carta Nº 10 de Loewenthal al Barón, 1.9.1891 (pp. 1-2).
  18. La primera etapa del juicio concluyó el 28.8.1895; Franco obtuvo 89.783 pesos más intereses desde el 1.3.1892, y 20.000 pesos de honorarios para su abogado (El Diario, 28.8.1895). La apelación concluyó el 18.9.1896 con un pago de 100.000 de la JCA a Franco; JCA/LON (325), copia de la sentencia y recibo de Franco por la suma mencionada.
  19. JCA/LON (302), diario administrativo de Loewenthal al Barón, 1.10.1891.
  20. JCA/LON (302), carta de Loewenthal al Dr. Sonnenfeld, 27.9.1891 (p. 2), incluye el telegrama de Sonnenfeld del 25.9.1891; diario administrativo del Barón a Loewenthal, 22.9.1891 (p. 5).
  21. JCA/LON (302), carta Nº 17 de Loewenthal al Barón, 15.10.1891 (p. 12).
  22. JCA/LON (302), carta del Barón a Loewenthal, 31.7.1891 (p. 7).
  23. JCA/LON (302), carta secreta del Barón a Loewenthal, 25.10.1891.
  24. JCA/LON (302), telegrama del Barón del 2.10.1891, citado en carta Nº 19 de Loewenthal al Barón, 3.11.1891; telegrama del Barón a Loewenthal, 18.11.1891, citado en carta Nº 19 de Loewenthal a JCA, 20.11.1891.
  25. JCA/LON (302), telegrama de Loewenthal en su carta del 20.11.1891; telegrama del Barón e intercambio de telegramas en anexo a carta de Loewenthal al Barón del 26.11.1891.
  26. Sobre los “impuros”, eufemismo con el que se denominaba a los judíos tratantes de blancas, véase Avni, 2014.
  27. CIRA (Correo entrante, documento 13), carta del Barón del 27.11.1891. JCA/LON (299), carta de Henri Joseph a Cullen, 17.1.1892; carta de Roth a JCA, 17.1.1892. Sobre el viaje de los inmigrantes del Pampa a la Argentina escribieron los periódicos Standard, 19.12.1891, y Argentiner Tageblatt, 18.12.1891. La carta de Joseph a Cullen es un informe oficial sobre el episodio de la ubicación de los inmigrantes, informe según el cual una copia de la declaración de Loewenthal fue puesta en manos del director de Migraciones, Juan Alsina. Véase la versión de Loewenthal en JCA/LON (302), telegrama de Loewenthal al Barón, 20.12.1891 (anexo a carta de Loewenthal a JCA, 22.12.1891), y carta de Loewenthal a JCA, 3.1.1892. Aquí preferimos la versión de Joseph por las siguientes razones: a) su carácter oficial y el menor involucramiento de Joseph en comparación con Loewenthal; b) Loewenthal confirmó la ayuda prestada en este asunto por Joseph y el presidente de la Congregación; c) la carta de los viajeros del Pampa a la Congregación, 23.12.1891, en que agradecen su intervención, atestigua la confianza de estos en sus activistas (CIRA, Correo entrante, documento 1-2); d) la declaración de Loewenthal a los inmigrantes del Pampa, con fecha 28.12.1891, figura en el archivo de la CIRA (documento 24). Compárese con Schallman, 1971, que informa con extensión sobre el episodio y se inclina por la versión de Loewenthal.
  28. JCA/LON (305), carta de Loewenthal a Sonnenfeld, 27.9.1891 (pp. 1-2). Con todo, Loewenthal no pone en duda la honestidad de Cullen, e incluso recomienda su designación como inspector de las colonias, sujeta al consentimiento del Barón.
  29. JCA/LON (308), instrucciones del Barón a Cullen y Roth, 1.12.1891. JCA/LON (299), informe sobre ejecución de las instrucciones en la carta de Roth a JCA del 17.1.1892 y en la de Cullen, 21.1.1892.
  30. JCA/LON (302), carta del Barón a Loewenthal, 7.3.1892; carta de Loewenthal a JCA, 16.3.1892; carta del Barón a Loewenthal. 24.3.1892.
  31. JCA/LON (305), informe Nº 23 de la delegación, firmado por Cullen, 12.7.1891 en Presidencia Roca (Chaco), y reacción al informe en diario administrativo del Barón a Loewenthal, 13.9.1891 (p. 15).
  32. JCA/LON (305), carta Nº 13 del Barón a Loewenthal, 10.11.1891. El programa fue impreso en un cuadernillo de 19 páginas; véase Cullen. JCA/LON (305), carta del Barón, 1.12.1891: el acuerdo con Cullen le otorgaba 1.000 libras esterlinas por año en pagos mensuales a partir del 1.12.1891.
  33. JCA/LON (358), carta Nº 9 del Barón a la directiva de la JCA en Buenos Aires, 3.2.1892.
  34. Miranda, 1961 (pp. 49-63); Miranda, 1955 (p. 198.) En 1891, cuando el ejército fue evacuado del Chaco tras la revuelta de julio de 1890, los indios regresaron a amplias extensiones que habían estado bajo control del gobierno. Tostado, pueblo fundado en esa época en el extremo occidental de Santa Fe, todavía estaba expuesto a ataques de los indios. Cullen necesitó de escolta militar en su viaje a Reconquista, al norte de la provincia de Santa Fe; véase JCA/LON (305), informe Nº 21 de la delegación a Loeb, 6.5.1891. En 1894, el control de todo el Chaco volvió a quedar en manos del gobierno central. Véase Gómez (pp. 113-115; 109). Sobre la navegación del Bermejo entre 1911 y 1941, véase Miranda 1961 (p. 79).
  35. Véanse Seelstrang y Donegani. Loewenthal se basó, al parecer, también en el informe del experto en suelos Gustav Niederlein, en que se hablaba de la colonización en el norte, publicado en Buenos Aires en 1892 con referencia explícita al barón Hirsch. Sin embargo, Loewenthal no menciona ese informe.
  36. Cuando se le exigió a Roth que presentara pruebas judiciales sobre las estafas de Loewenthal, demoró su respuesta. El 19.3.1892, lo justificó diciendo que Loewenthal se había llevado consigo todo el material cuando se marchó de Argentina, y que de todos modos podría aducir que actuó según su mejor saber y entender y, por lo tanto, no podría ser culpado; véase JCA/LON (299), carta de Roth al Barón, 19.3.1892. La evidente contradicción entre esta afirmación y su primer informe sobre el descubrimiento de las estafas en documentos hallados en la oficina, así como la intervención del hermano de Roth, quien participó de uno de los encuentros entre Loewenthal y el Barón y pidió por telegrama el envío inmediato de esos documentos con autenticación notarial, no hicieron avanzar la cuestión. Un funcionario especial, Alexander Charlamb, enviado a investigar las actuaciones de Loewenthal (y de Roth), eximió a Loewenthal de toda acción deshonesta: véase JCA/LON (304), cartas de Charlamb a JCA París, 26.6.92 y 30.7.1892.
  37. Véanse en Jewish Chronicle, 10.1.1897 y 15.10.1897, las cartas de Max Nordau, destacado autor y dirigente judío, amigo cercano de Loewenthal, en que afirma que negoció personalmente con el abogado del Barón a fin de llegar a un acuerdo en la demanda judicial de Loewenthal.


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