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8 Los logros del proyecto

Lo expuesto en el capítulo anterior evidencia que el grandioso proyecto original del Barón careció de base realista, tanto respecto de las dos regiones geográficas y sociales en las que se proponía influir como respecto de los métodos aplicados para llevarlo a la práctica. Cabe preguntarnos cuáles fueron, pese a esos desaciertos, los resultados positivos del proyecto, aun en las formas limitadas en que fue implementado en vida del Barón.

A continuación, resumiremos dichos logros en el ámbito de la colonización agrícola judía, para luego destacar, por una parte, su impronta en la comunidad judía y en la sociedad general de Argentina tal como se la percibe en la época inmediata posterior; y por la otra, su influencia en el proceso de la historia judía global.

1. Los alcances de la colonización judía

A su fallecimiento, el Barón dejaba en Argentina tres concentraciones agrícolas en tres provincias diferentes. Pese a que consideraba que semejante dispersión era un factor negativo —y una de las consecuencias indeseables de los problemas que afectaron al proyecto en el comienzo de su implementación—, se difundió la errada noción de que esa desconcentración era parte de sus objetivos, y paradójicamente, la misma se convirtió en el factor básico y determinante en la historiografía del emprendimiento.[1]

A fines de 1896, según los datos oficiales de la empresa, la JCA poseía 200.619 hectáreas en tres provincias: 37.384,50 hectáreas de tierras cultivadas y las restantes, de pastura o en barbecho. La población involucrada en el proyecto era de 6.757 personas en 910 granjas, distribuidas según lo indica el siguiente cuadro:[2]

COLONIA

NÚMERO
DE GRANJAS

HABITANTES

Moisés Ville 91 821
Mauricio 187 947
Grupos 44 228
Clara y San Antonio
(en conjunto)
588 4.761
TOTAL 910 6.757

Este cuadro no refleja todas las actividades de la JCA hasta ese momento, puesto que la empresa se ocupaba también de otros 1.160 inmigrantes que habían pasado por las colonias, pero luego se habían establecido, al menos en parte, en aldeas y ciudades de Argentina.[3] Tras la muerte del Barón, la población de la JCA siguió disminuyendo, ya que continuó el regreso a Europa de un número de colonos, mientras otros presionaban para lograr marcharse.[4]

Tampoco cesaron las catástrofes naturales en las regiones de la colonización judía, sobre todo en Entre Ríos, frustrando las escasas esperanzas que les restaban a los colonos. En 1896, Moisés Ville y las colonias entrerrianas sufrieron tres ataques de langostas en una misma temporada; y los cultivos que lograron recuperarse fueron azotados por lluvias torrenciales en la época de la cosecha. Aunque la empresa se recuperó de la crisis en el año en que falleció el Barón, continuaría actuando en forma restringida durante muchos años más.

El número de chacras en las colonias no aumentó tras la muerte del Barón, aun cuando hasta fines de 1900 se incorporaron no menos de 588 familias nuevas, en parte, llegadas a Argentina por sus propios medios y asentadas en Entre Ríos; en parte, traídas por iniciativa de los lituanos de Moisés Ville con ayuda extraoficial de la JCA. En 1901, había 906 chacras en todas las colonias, con 6.782 habitantes.[5]

En el área de los servicios públicos, en 1896 ya existían en las colonias modelos fijos de servicios públicos en las áreas de la salud y la educación. En los servicios de salud, hemos descrito la destacada actuación de tres médicos: Yosef Yafe y Téophile Wechsler en Mauricio, y Noé Yarcho en Entre Ríos. El servicio incluía también el trabajo en tiempo parcial de médicos locales que no integraban el personal permanente de la JCA y recibían sueldo según sus servicios. Los tratamientos en las colonias mismas y las internaciones en hospitales se cumplían, pese a los límites que les imponía la dirección de Buenos Aires siguiendo las instrucciones del Barón.

En el área educacional, continuaban existiendo las aulas privadas de educación religiosa elemental, pero ya funcionaban las primeras escuelas generales, dos en Mauricio, tres en Clara, una en San Antonio y una en Moisés Ville, y la JCA planeaba aumentar su número. Para ello solicitó de la Alliance Israélite Universelle el envío de nuevos maestros.[6] Los estudios judaicos se hallaban en apariencia bajo la supervisión de representantes de los colonos, al igual que las restantes instituciones religiosas, y a esas áreas se limitaba su influencia en los asuntos de las colonias.

En el área administrativa, el Barón no solo mantuvo a Hirsch y Cazès como directores de la oficina de Buenos Aires —a quienes se unió en julio de 1896 su amigo el maestro David Haim como secretario—, sino continuó también con el método establecido en los dos años y medio anteriores. Hirsch y Cazès manejaban los asuntos de la empresa por escrito desde Buenos Aires, con la ayuda de sus empleados, la mayoría de los cuales no eran judíos. Sus visitas a las colonias eran infrecuentes y breves, y generalmente ratificaron las decisiones de los administradores locales, ya fuera porque estaban pobremente informados sobre lo que acontecía, ya fuera porque no deseaban adoptar medidas drásticas contra los mismos. Esta actitud incrementó el distanciamiento entre ellos y los colonos, que alcanzó la ruptura completa cuando se exigió de estos que enviaran todas sus protestas a Buenos Aires únicamente por intermedio de los funcionarios locales. Dichos funcionarios, por su parte, ocupaban edificios cómodos —ya existentes cuando las haciendas fueron adquiridas o especialmente construidos más tarde—, y muchos de entre ellos se consideraban a sí mismos un factor central en la conducción de la empresa, lo que los llevaba a adoptar actitudes altaneras hacia los colonos, como si fueran sus súbditos.

Este tejido de relaciones, cuyo signo más evidente eran la tutela con fines “educativos” y la autoridad, basadas en el mantenimiento de las distancias y el ejercicio de poder, amplió y consolidó la hostilidad y enemistad entre los colonos y quienes supuestamente se ocupaban de su bienestar.[7]

Tras la muerte del Barón, el acuerdo alcanzado por Hirsch y Cazès con el Dr. Sonnenfeld, en la primera visita de este en 1896, fortaleció la posición de la administración de Buenos Aires respecto de la dirección central en París —mucho más que en tiempos del Barón—, y ello pese al papel activo que desde ese momento desempeñaron los organismos franceses (la oficina y la Comisión Directiva de la JCA) en la conducción de la empresa. A ello contribuyó también el hecho que, a partir de la primera reunión realizada después de la muerte del Barón, la Comisión Directiva se dedicó a poner en práctica los programas sobre las áreas de funcionamiento de la JCA tal como él los había definido poco antes de morir. En la reunión del Consejo Central de la JCA los días 13 a 15 de octubre de 1896, en la que participaron representantes de la Alliance, la Anglo-Jewish Association y las comunidades de París, Berlín, Francfort y Bruselas (todos accionistas de la empresa), tuvo lugar un agitado debate sobre este tema. Se decidió que, pese a que se daría preferencia a consolidar el proyecto ya implementado en la República Argentina, se comenzaría con actividades de instrucción agrícola y de colonización en Rusia, se incluiría a los judíos rumanos en los beneficiarios de los proyectos de la JCA, y —pese a la firme oposición de una parte de los presentes— se brindaría apoyo a tres colonias agrícolas en Palestina. A partir de ese momento, el ámbito de acción de la JCA se amplió. Pero, si bien en cuanto a presupuesto y alcance de sus actividades la JCA prefería otras regiones, Argentina mantuvo el primer lugar en los informes anuales presentados a los accionistas y al gran público.[8]

Por influencia de Hirsch y Cazès, y siguiendo la tendencia a convertir a la JCA en una institución de beneficencia constructiva y multifacética, en el proyecto de colonización en Argentina se fue acentuando el carácter filantrópico y productivista de las actividades. Quienes se hallaban al frente del mismo se consideraban como tutores de los colonos, cuyo objetivo era educarlos, conservar sus costumbres, controlar que no se desviaran de las actividades agrícolas y ayudarlos en forma material en momentos de crisis. El carácter comercial de la JCA, que tanto había sido destacado en sus comienzos, se volvió secundario, y de este modo el proyecto pasó a ser el único en su especie dentro del área de la colonización en Argentina.

2. La relevancia del proyecto en el marco de la agricultura argentina

En 1895, existían 549 colonias agrícolas en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, que junto con los poblados en la provincia de Buenos Aires cultivaban un total de 3.510.662 hectáreas.[9] En 1896, las colonias judías en esas provincias cultivaron 37.384 hectáreas, un 1,06% del total, y constituían una minoría de muy escasa importancia en las tres provincias.

Pese a ello, las colonias judías poseían relevancia local, particularmente las que se hallaban en tres distritos de Entre Ríos: Villaguay, Colón y Uruguay. En 1891, había en ellas 9.122 habitantes en unas 20 colonias, con una superficie cultivada de 39.255 hectáreas.[10] Los 4.989 judíos que se les sumaron hasta 1896 constituyeron un crecimiento del 54,7% respecto de la población en 1891, y las 25.590 hectáreas cultivadas en las colonias judías en 1896 constituyeron un aumento de cerca del 65% respecto del terreno cultivado en 1891. En la provincia de Santa Fe, la colonización judía no se destacaba por su número, pero la ubicación de Moisés Ville y sobre todo de Monigotes en el borde de las regiones de colonización agrícola le otorgaba una importancia local superior a su incidencia cuantitativa.[11]

2.1. La JCA en comparación con empresas privadas

La singularidad de la colonización judía era mayor que su importancia numérica. A diferencia de otras empresas colonizadoras en Argentina en esos años, la JCA hizo grandes esfuerzos para arraigar a los colonos en sus tierras y convertirlos en buenos agricultores, capaces de sacar provecho de sus parcelas aunque estas fueran relativamente más pequeñas. La JCA tenía toda la intención de entregar las fincas en propiedad a sus colonos, y vio en esto la meta de su emprendimiento. Si bien imitó a otras empresas colonizadoras cuando redactó los contratos con sus colonos, lo hizo a partir de su enfoque filantrópico y autoritario, sin la menor intención de disfrutar de las ganancias que los contratos podrían concederle. Con ello la JCA difería en forma notable de las restantes empresas colonizadoras en Argentina.

Un investigador que afirmó haber examinado 102 contratos de colonización, halló en la mayoría de ellos condiciones semejantes: precio fijo de la tierra en pesos oro, según su valor el día de la firma del contrato; obligación de pagos en fechas fijas con un interés de 8%, e interés adicional en caso de atraso en los mismos; retención de un tercio de la producción como garantía del pago anual y embargo total de la finca hasta la liquidación total de la deuda, embargo que incluía todas las mejoras que el colono hubiese introducido en su unidad; derecho del vendedor a expulsar al colono sin indemnización alguna en caso de suspensión de pagos.[12] Esas condiciones posibilitaban a los propietarios aprovechar el trabajo de los colonos para el mejoramiento de las tierras y el aumento de su valor, y luego librarse de ellos. Un estímulo para este manejo residió, sin duda, en la gran especulación en bienes raíces durante la década de 1880, ya que entregar un terreno a un colono con una tarifa fija significaba perder dinero.

Estas dificultades sufridas por los colonos se incrementaron tras la crisis de 1890, que llevó a los propietarios a preferir el arriendo y la aparcería a la venta de las tierras. En la primera mitad de la década, esa fue la tendencia dominante en la agricultura de la provincia de Buenos Aires, que en 1896/1897 comprendía el 85% de todas las fincas. En la de Santa Fe, arrendatarios o aparceros trabajaban el 50,7% de las fincas, y el sistema se había extendido también a Entre Ríos. Ello satisfacía el deseo de los propietarios de aprovechar a trabajadores temporarios que limpiaran sus tierras de malezas y sembraran hierbas de pastura, mejorando de ese modo su calidad. Y también satisfacía las intenciones especulativas de buena parte de los inmigrantes, que estaban dispuestos a invertir sus ahorros y su labor en un emprendimiento a corto plazo con el fin de reunir un capital, “hacer la América” y retornar a sus hogares en Europa. Dado el carácter individual de los acuerdos de arrendamiento y el deseo del colono de trabajar terrenos lo más grandes posibles en el tiempo limitado del que disponía —lo cual coincidía con el deseo del propietario de realizar acuerdos con el menor número posible de agricultores—, los arrendatarios se hallaban mucho más aislados unos de otros que los radicados en las colonias. La mayoría prefería residir en el centro de los extensos terrenos que cultivaban, como si se tratara de una isla en un mar de tierra. Dado que toda mejora y construcción que introducía el arrendatario pasaba a propiedad del dueño de la tierra sin compensación alguna, los arrendatarios preferían conformarse con condiciones de vida muy elementales: chozas de barro y ramas, piso de tierra apisonada y techo de lata, sin infraestructura para luz y calefacción, sin instalaciones sanitarias, y con un mobiliario muy tosco y elemental.

En este contexto, la JCA se destacaba por sus diferentes objetivos y métodos de acción. Pese a que oficialmente era una empresa de responsabilidad limitada, fue la única entre las entidades privadas que se ocupaba de proveer a sus colonos de servicios médicos y educacionales, y los ayudaba sistemáticamente en los años de desastres naturales.[13]

2.2. La JCA en comparación con empresas colonizadoras estatales

La política de colonización agrícola que ejercía el gobierno argentino apuntaba a objetivos semejantes a los de la JCA, en cuanto no se proponía obtener ganancias directas de la misma. Si lo comparamos con esa política, el proyecto judío no dejó de presentar logros importantes (aun pese a sus numerosos fracasos). Para percibirlo, examinaremos la historia de una de las pocas colonias establecidas por el gobierno federal fuera de los territorios nacionales que se hallaban bajo su administración directa.

Se trata de Yeruá, colonia ubicada en la provincia de Entre Ríos en el departamento de Colón, a 22 km de la ciudad de Concordia, a orillas del río Uruguay entre los ríos Yuquerí y Yeruá. El terreno (unas 45.680 hectáreas) fue adquirido por el Estado en 1888, y la colonia fue establecida por ley del Congreso el 20 de noviembre de 1888. El objetivo, según lo declaró el presidente Juárez Celman, era alentar la inmigración al país ofreciendo terrenos para asentamiento a precios razonables en zonas cercanas a líneas de transporte. Tal como ocurría con las colonias estatales en los territorios nacionales, Yeruá se basaba en la Ley de Colonización de 1876, que condicionaba la obtención de una finca al compromiso de radicarse en ella y cultivarla. Tras la aprobación del Congreso, el ministro de Relaciones Exteriores determinó ubicar el poblado a orillas del Uruguay. Allí se erigirían una municipalidad, cuatro escuelas, una comisaría, una iglesia católica grande y una protestante más pequeña.

El 7 de febrero de 1890, el gobierno fijó las condiciones para los interesados en establecerse en Yeruá: 1) las fincas tendrían una extensión de 100 hectáreas; su precio sería de 57 pesos por hectárea e incluiría también una vivienda, un pozo de agua y el alambrado; 2) solo serían aceptados inmigrantes que pudieran demostrar que eran agricultores y poseían un mínimo de 500 pesos para la compra de equipos y semillas; 3) su deuda con el Estado se distribuiría en ocho pagos, a partir del tercer año, más un interés de 8%; 4) la finca pasaría a propiedad del colono luego de la liquidación de la deuda o, si abonaba toda la suma de antemano, al cabo de un año de su establecimiento en el lugar.

La colonia Yeruá suscitó gran interés en Argentina. El embajador británico informó sobre el proyecto a su cancillería, dado que el Ministerio del Interior argentino había prometido un mínimo de 100 unidades para inmigrantes ingleses. Ello suscitó críticas en un sector de la prensa, que consideraba que la distribución no se estaba realizando con criterios correctos.[14]

Pero en la práctica —y pese a que, en opinión de un inspector del Departamento de Tierras, era difícil hallar una colonia con mejores condiciones— el progreso de Yeruá fue lento y cargado de deficiencias; en parte, semejantes a las que afectaron el proyecto del Barón. Hubo estafas en la erección de la infraestructura: las casas se construyeron con materiales baratos de menor calidad y en sitios bajos expuestos a inundaciones; en los alambrados se colocaron menos postes de los necesarios; el revestimiento interior de los pozos de agua no fue debidamente reforzado, etc. Pese a que habían pagado por todo ello precios relativamente altos, que engrosaban sus deudas con el Estado, los colonos se vieron obligados a construirlo todo de nuevo o a gastar sumas elevadas en refacciones. La administración de la colonia no era eficiente; de hecho, hasta 1895 funcionó sin reglamento alguno y sin normas expresas para sus funciones y atribuciones. El tranvía que debía comunicar las distintas secciones de la colonia no fue instalado y su concesión fue revocada. Las iglesias y parte de las escuelas comenzaron a construirse solo en el año 1900.

Por el lado de los colonos, aunque habían declarado ser agricultores, resultó evidente que su experiencia en el área era muy limitada, e inclusive algunos nunca tuvieron la intención de trabajar la tierra por sí mismos y se apresuraron a arrendar sus fincas. Pese a la presión por obtener parcelas al comienzo del proyecto, en 1892 había en Yeruá solo 1.950 personas. La langosta y otras plagas, así como las lluvias torrenciales que asolaron las colonias judías, cayeron también sobre Yeruá, desesperando a sus habitantes. En 1896, el año en que falleció el Barón, el gobierno se vio forzado a modificar la ley original sobre el poblamiento de la colonia: se estableció que las parcelas se venderían también a no inmigrantes, y que el precio de la tierra podría variar —aumentar o disminuir, según las circunstancias—, aun cuando ya se habían concedido repetidas prórrogas para los pagos anuales por las fincas.[15]

En 1901, debido al atraso de sus habitantes en la amortización de las deudas, el viceinspector general de colonias estatales fue enviado a Yeruá, donde permaneció cuatro meses, tras los cuales presentó un informe con la historia de la colonia y una descripción de su situación en ese momento. Un año después, en agosto de 1902, llegó a Entre Ríos el Dr. Sonnenfeld, director general de la JCA, junto con otro alto funcionario de la empresa, con el fin de informar sobre el estado de las colonias judías y las posibilidades de ampliarlas y mejorarlas. Esas dos visitas de inspección, a Yeruá y a las colonias judías, tuvieron lugar en años sumamente difíciles para la agricultura en Entre Ríos, debido a los frecuentes ataques de langosta y a las prolongadas sequías; por ende, una comparación entre los informes derivados de las mismas puede servir de testimonio parcial en cuanto al éxito de los dos emprendimientos. Nos centraremos en las colonias judías que estaban a razonable distancia de Yeruá —Clara y San Antonio—, sin tomar en cuenta las de la zona de Basavilbaso, mucho más alejadas.

El inspector halló en Yeruá a 2.038 habitantes que disponían de 39.645 hectáreas, pero solo 6.306 (16%) habían sido trabajadas. En Clara y San Antonio, Sonnenfeld halló 3.032 habitantes que disponían de 52.000 hectáreas, de ellas 16.000 trabajadas (31%). Los colonos de Yeruá habían cultivado un promedio de tres hectáreas por persona, mientras que los colonos de La JCA habían cultivado cinco hectáreas por persona. En cada finca de Yeruá, había unas 100 cabezas de ganado, incluidos caballos y cerdos, lo que la acercaba al modelo de granja de pastura, mientras que las fincas judías poseían un promedio de 35 animales, incluidas las bestias de trabajo.

En cuanto a las condiciones naturales, las de las colonias judías eran inferiores a las de Yeruá. Los terrenos de esta se extendían a lo largo de 21 km de costa fluvial, y sus campos de pastura se hallaban a un máximo de seis horas de caminata de los importantes ríos Yeruá y Yuquerí. San Antonio y Clara se hallaban lejos de las vías de comunicación y sus animales bebían en abrevaderos de agua de lluvia (tajamares), razón por la cual durante la sequía de 1901 se perdió un 10-15% del ganado. Pese a ello, la producción agrícola de Clara y San Antonio, aun en años de crisis, fue mayor que la de la colonia estatal.

También en el área de servicios (sobre todo educacionales) la situación era mejor en las colonias judías. El inspector halló en Yeruá solo dos de las cuatro escuelas estatales prometidas, y junto a ellas varias escuelas privadas sumamente primitivas, organizadas y mantenidas por los habitantes; aun así, había niños analfabetos. En ese mismo periodo, la JCA mantenía en Clara y San Antonio nueve escuelas y se ocupaba de que los colonos enviaran a sus hijos a ellas en forma regular.

Hallamos que las dos entidades colonizadoras se habían fijado objetivos semejantes, pero justamente la estatal tenía dificultades en lograrlos, pese a que su colonia poseía ventajas geográficas, económicas, organizativas y legales.

El precio por una hectárea de terreno sin construcciones fijado por el Estado era de 26,50 pesos, mientras que la JCA fijó 36 pesos por hectárea en las zonas más alejadas y 70 en las zonas próximas al ferrocarril. A diferencia de la JCA, el gobierno no condicionó la obtención de títulos de propiedad al cultivo continuado de las tierras, ni se encargaba de supervisar de cerca las actividades agrícolas de los colonos; estos, por su parte, se sentían obligados ante todo a trabajar la tierra y a cumplir con los pagos previstos. Pese al régimen liberal de su colonización —o quizás debido a él—, en 1901 se descubrió que los objetivos originales de Yeruá no se habían cumplido: los inmigrantes a quienes se había destinado la colonia eran minoría, frente a una mayoría de argentinos nativos (695 contra 1.343); muchos habían arrendado sus fincas, inclusive aquellos que habían logrado obtener varias unidades de terreno; algunas parcelas habían cambiado de mano seis o siete veces sin que las autoridades fuesen informadas al respecto, y los propietarios originales se habían marchado a las ciudades, a países limítrofes y hasta a Europa. También los asuntos financieros de Yeruá presentaban deficiencias: tras sus primeros diez años de existencia, plazo en el cual las colonos habrían debido saldar totalmente sus deudas, solo habían sido liberadas 18 fincas con una superficie total de 3.479 hectáreas, todas en una misma zona, a orillas del Yuquerí; la deuda acumulativa de los colonos llegaba a 1.884.209 pesos; y de los pagarés por un total de 399.926 pesos que el inspector llevó consigo, solo logró cobrar la suma de 22.484 pesos, es decir, el 5,6%.

La situación financiera de la JCA en Entre Ríos era peor: de 422 colonos con contratos que se hallaban en Clara y San Antonio (otros 287, en su mayoría colonos nuevos, carecían de los mismos), solamente dos habían cumplido con todos los pagos anuales, quince habían abonado una sola cuota o poco más, y todos los restantes no habían completado una cuota completa, incluidos 95 que no habían efectuado pago alguno. Pero la JCA era más consecuente en su lucha por el cumplimiento del trabajo agrícola y por el arraigo en el lugar, que por los compromisos financieros de los colonos. Pese a la enorme deserción que sufrieron las colonias de Entre Ríos —hasta fines de 1901 se marcharon 841 familias y quedaron solo 709—, la JCA mantuvo el régimen de tierras y la estructura de las actividades agrícolas que se había fijado en el comienzo.

El Departamento de Colonización argentino se limitó a invertir en Yeruá sumas pequeñas de dinero fuera de la compra de las tierras, la construcción de las viviendas y el mantenimiento de la administración, mientras que la JCA gastó en sus colonias de Entre Ríos (incluida la zona de Basavilbaso y Lucienville) —solo por asentamiento, manutención y administración (sin el costo de las tierras)— la suma de 5.284.466 pesos en el quinquenio 1896-1901. De esa suma, 1.577.718 pesos fueron dados por perdidos, ya que los colonos en que se habían invertido habían abandonado las colonias.[16]

Hallamos que la empresa colonizadora judía basada en los fondos del barón Hirsch contribuyó mucho más al poblamiento de Argentina, en el espíritu de la Ley de Colonización, que otros emprendimientos, tanto privados como estatales. Esta es la singularidad de ese proyecto en el panorama de la agricultura argentina.

3. El aporte de la colonización a la comunidad judía de Argentina

Por sus características, el proyecto de colonización habría debido constituir una fuente de prestigio para la colectividad judía de la Argentina, y efectivamente, a lo largo del tiempo, los agricultores judíos fueron mencionados toda vez que se hizo necesario destacar el arraigo de la comunidad en el país y su especial contribución a la economía de base del mismo. Pero además de ello, en vida del Barón, el proyecto agrícola contribuyó a la conformación misma de la comunidad judeo-argentina de manera decisiva, en dos dimensiones: la consolidación demográfica y la singularidad social.

La JCA asumió la responsabilidad de ayudar a la absorción de los grupos de colonos autónomos en Palacios, Monigotes y Moisés Ville en la provincia de Santa Fe, luego de que los recursos financieros de los mismos se agotaron; hizo venir a la Argentina buques repletos de inmigrantes colonos, y a veces absorbió en sus colonias a inmigrantes llegados por otras vías.

La importancia de esta decisiva contribución se manifestó explícitamente en el segundo Censo Nacional, realizado el 10 de mayo de 1895, en el que se preguntó a los censados también por su religión.[17] La exhaustiva investigación recientemente realizada por Yaacov Rubel, basada en las fichas personales de los censados en todo el país, establece que en 1895 se hallaban en Argentina a lo sumo 9.393 judíos, de los cuales solo 2.212 residían en la capital.[18] En la provincia de Entre Ríos fueron censados 4.607 judíos; si les sumamos los colonos de Mauricio (provincia de Buenos Aires) y de Moisés Ville (provincia de Santa Fe), hallamos que la población de las colonias de la JCA era de 6.658 personas, la mayoría absoluta de la comunidad judía argentina de ese momento. En otras ciudades y poblaciones del país se hallaban —según el estudio de Rubel— 482 judíos, 256 asquenazíes y 226 sefarditas y marroquíes; sumados a los de la capital, hallamos un total de 2.694 judíos urbanos en el país, entre los cuales seguramente se contaban las familias que habían abandonado las colonias, no todas las cuales habían regresado a Europa.

En los años siguientes, se redujo la incidencia del proyecto dentro del total de la población judía del país. Un censo privado, que llevó a cabo la JCA en 1909 para determinar el estado de la educación judía en todo el país, indicó que en la capital y las provincias vivía un total de 55.000 judíos, de los cuales se encontraban en las colonias solo 15.771, incluyendo colonos y trabajadores asalariados.[19] Aun cuando todavía era importante la presencia de los excolonos en la población judía de la capital y las ciudades de provincia, resulta evidente que la creciente inmigración urbana, en comparación con la rural, se había vuelto la más importante desde el punto de vista demográfico. Pero no ocurría lo mismo desde una perspectiva social judía.

Los inmigrantes judíos establecidos en los centros urbanos se hallaron desde el primer día en el contexto de la sociedad y la cultura dominantes, obviamente no judía. En cambio, en los amplios territorios que conformaban las colonias de la JCA, existían conjuntos de heims[20] donde los judíos convivían entre sí y de hecho constituían, localmente, una sociedad mayoritaria. Los habitantes de Mauricio —donde la JCA poseía 25.000 hectáreas— debían llegar hasta la estación ferroviaria y el pueblo de Carlos Casares para percibir la atmósfera de la sociedad general; y aun en dicho pueblo había una destacada concentración de judíos. Las 7.714 hectáreas que los colonos de Mauricio cultivaron el año en que murió el Barón constituían una parte menor del total de los territorios de la JCA, pero la ausencia de vecinos cristianos hacía que de hecho vivieran en un contexto social judío. Lo mismo ocurría en las restantes colonias en Entre Ríos y Santa Fe.

Los esfuerzos del Barón por establecer en sus colonias de Entre Ríos grupos homogéneos en cuanto a su origen, posibilitaron el traslado orgánico de conglomerados que traían con ellos todo su bagaje cultural judío específico. Una expresión simbólica de esta transferencia halló el autor del presente libro durante su visita a la comunidad judía de Basavilbaso (Entre Ríos) en el año 1965. Allí hojeó el libro de actas de la Jevre Kadishe,[21] en cuyas primeras páginas figuran las normas tradicionales respecto del cuidado de enfermos, el fallecimiento, la purificación antes del entierro, etc., todo bajo el título: “Copiado del registro de la Jevre Kadishe de la aldea de Novopoltavke”. Las normas fueron anotadas por el administrador de la sinagoga en dicha colonia judía de la provincia de Jerson, Rusia, cuyos emigrantes llevaron consigo el libro de actas a Argentina, junto con un rollo de la Torá “de cinco palmos, escrito en Jerusalén Ciudad Santa en el año 5688 [1888]”. En ese volumen —como era costumbre en las comunidades judías de Europa oriental—, anotaron los colonos durante las décadas siguientes los acontecimientos más importantes de su vida comunitaria. Ese caso de continuidad integral de los valores y las prácticas tradicionales no fue único: los judíos lituanos que llegaron a Moisés Ville trajeron consigo a sus líderes y enseres religiosos, y antes de ellos hicieron lo propio los viajeros arribados en el buque Weser en 1889. También en las colonias menos homogéneas en cuanto a origen se mantenían las pautas religiosas que habían caracterizado la vida judía en la antigua patria.

Estos contingentes no debieron esforzarse por mantener su estilo de vida tradicional, ni sufrieron las graves crisis que atravesaron quienes se radicaron en las ciudades y vivían en el contexto de la sociedad general. Aun cuando, en las generaciones siguientes, se establecieron en las colonias filiales de partidos políticos o grupos militantes de izquierda que alteraron el espíritu judeo-tradicionalista de las colonias, los enfrentamientos ideológicos e institucionales resultantes tuvieron lugar en islas de sociedad mayoritaria judía, creadas en su momento por la JCA.

Más allá de los matices judaicos dentro de las comunidades relativamente cerradas en las áreas de colonización rural, estaba implícita en ellas la posibilidad de proyectar pautas de actividad judía también hacia las comunidades urbanas. Otra contribución de la colonización judía a la estructura social del judaísmo argentino, indirecta y paradójica, fue el desarrollo de una capa de profesionales e intelectuales entre los hijos de colonos. Ya el 18 de febrero de 1896 —en las postrimerías de la época del Barón—, señalaron Hirsch y Cazès el hecho de que un número de jóvenes se marchaban de las colonias para estudiar en la Universidad de Buenos Aires. Los directores compartían la idea del Barón en cuanto a que la instrucción de los hijos de los colonos debía limitarse a las necesidades de un campesino, e inclusive se propusieron hacer todo lo posible para demorar esa deserción de los jóvenes, pero no lograron detenerla.[22] El número de médicos, ingenieros y abogados judíos en Argentina que nacieron en las poblaciones agrícolas, cursaron sus estudios primarios en las escuelas de las colonias, se marcharon a otras poblaciones para sus estudios secundarios y luego llegaron a las universidades en las grandes ciudades, fue ciertamente importante. Este proceso, esquematizado por el conocido dicho de que “En las colonias judías se sembraba trigo y se cosechaban doctores”, era imposible de detener y obviamente hizo disminuir la población rural judía. Pero, al mismo tiempo, sus protagonistas llevaron consigo a sus nuevos ámbitos y estilos de vida, las vivencias cotidianas de esos núcleos de sociedad mayoritaria judía en los campos argentinos.

4. El proyecto de colonización en el marco de la historia judía

El gran programa de colonización judía en Argentina se propuso, como hemos visto, constituir el motor que rescataría a masas de judíos de las leyes discriminatorias y las persecuciones de la Rusia zarista, y los conduciría a un país libre. Al mismo tiempo, los rescataría también de las restricciones en sus actividades económicas, generadas por esas mismas leyes, y les abriría las posibilidades de un área central y básica de trabajo que para la mayoría resultaba totalmente nueva: la agricultura. De ese modo, dos cuestiones centrales en la historia de los judíos rusos se integraban entre sí: emigración y productivización, cambio espacial y cambio en sus medios de subsistencia. Si partimos de las expectativas que abrigaba el Barón en 1891 respecto de la emigración, vemos que, en el transcurso de los años que siguieron, el alcance cuantitativo del proyecto se fue reduciendo, al mismo tiempo que iba acentuándose el segundo objetivo: la transformación de judíos rusos en agricultores arraigados en sus tierras.

Cabe preguntarnos cuál fue el aporte del proyecto implementado en Argentina por el Barón —y por la Jewish Colonization Association, que heredó casi toda su fortuna y continuó ampliando su programa— a la historia general del pueblo judío en ambos aspectos: la migración y la productivización.

4.1. Inmigración

A fines de la Primera Guerra Mundial, ya residía en la Argentina una población judía considerable, estimada en 1920 en 126.700 personas,[23] y cabe preguntarse cuál fue el papel del emprendimiento del Barón en el desarrollo de semejante presencia judía en el país.

El informe del Ministerio de Agricultura sobre la inmigración en el año 1901, presentado al Congreso por el ministro Wenceslao Escalante, decía: “Entre los inmigrantes entrados hay 1.205 israelitas, quienes constituyen una inmigración de buena calidad que se dirige principalmente a las colonias de la benéfica asociación protectora creada para ellos, denominadas Clara, Mauricio y Moisés Ville”. De ese modo, el rol directo (y positivo) de la JCA en la inmigración general quedó pues a la vista de las autoridades.[24]

El hecho de que la mayor parte de los judíos inmigrados a Argentina se dirigiera a las colonias de la JCA continuó durante los años previos a la Primera Guerra Mundial, en determinados años incluso con cifras muy superiores a las de 1901-1902. Pese a ello, tras el final de la guerra, en 1920, hallamos en todas esas colonias solamente a 26.544 personas, poco más de un quinto (21%) de todos los judíos del país.[25]

La causa de ese cambio residía en la severa política restrictiva de la JCA en cuanto a los candidatos aceptados como colonos en cada uno de esos años. La directiva de la JCA en París y sobre todo la de Buenos Aires se oponían firmemente a subsidiar el viaje de los candidatos, debido a su mala experiencia con los colonos traídos en el marco de los grupos que debieron ser expulsados de las colonias o las abandonaron voluntariamente, llevados por la desesperación y la desesperanza, y la JCA se había visto obligada a pagar las elevadas sumas de su regreso a Europa. Por esa razón, se decidió buscar candidatos a colonos entre los inmigrantes que llegaban por propia cuenta y que demostraran que poseían experiencia en trabajos agrícolas. También se los buscó entre quienes se habían empleado como asalariados en las colonias y evidenciado su adecuación a las tareas dentro de las mismas. Pero en este último caso, la JCA no se ocupó de un seguimiento ordenado de esos trabajadores, que continuaron enfrentando por sí solos condiciones desfavorables: salarios bajos en las temporadas activas, desocupación en los periodos “muertos” y viviendas de pésima calidad durante todo el año. Esa situación de los inmigrantes-obreros fue percibida por la administración de la JCA solo a partir de 1908, y en los años siguientes se comenzó la construcción de un número limitado de viviendas para ellos; pero el bajo presupuesto destinado a la misma produjo edificios de mala calidad, y de hecho hizo surgir barrios de emergencia en los límites de las colonias. La misma oficina de Buenos Aires reconoció en su carta a París del 24 de agosto de 1916 que la construcción autorizada de 62 viviendas se había realizado en condiciones de aglomeración y baja calidad, cuya consecuencia era el surgimiento de “guetos tan sucios que nos avergüenza mostrar a los visitantes esa parte de nuestro proyecto”.[26]

Tampoco los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires gozaron de estímulo o apoyo alguno por parte de la JCA. El enfoque básico de los directores era que esos inmigrantes no eran su responsabilidad, y la ayuda a su absorción debía provenir de las organizaciones comunitarias judías de la capital. La JCA era consciente de que estas organizaciones eran débiles. Una de esas entidades era la Congregación Israelita de la República Argentina (CIRA), que fue el marco religioso-social al que pertenecieron los directores de la oficina durante su periodo de trabajo en Buenos Aires. Esta primera organización comunitaria de los judíos argentinos se manejaba según el modelo de la Sinagoga Central de París, y, aunque a partir de 1905 la JCA solventó el salario del rabino Samuel Halfón, enviado desde Francia para dirigirla, el estímulo a la inmigración no se contaba entre sus objetivos.

Una organización local llamada Sociedad de Beneficiencia Ezra (“ayuda”), que brindaba apoyo a los judíos ya radicados en Buenos y también a los nuevos inmigrantes, obtuvo de la JCA un subsidio insignificante de 3.000 pesos por año. Pero la relación terminó cuando la entidad comenzó a ocuparse de ayudar a los judíos de Buenos Aires en el área de la salud, lo que culminaría con la fundación del Hospital Israelita Ezrah en 1916.

Otra iniciativa local que reunió a varios círculos asquenazíes en Buenos Aires se propuso establecer un marco unificado de ayuda social que sería apoyada por la JCA. Pero, tras dos años de fatigosas negociaciones, los contactos se suspendieron por una diferencia de 4.000 pesos entre lo solicitado y el monto con el que la JCA estaba dispuesta a contribuir. Sin duda, esa suma era mínima en el marco de los presupuestos de la JCA en Argentina, pero tras esa diferencia se hallaba el enfoque principista de cada una de las partes. La JCA consideraba que la ayuda social a inmigrantes era obligación de la comunidad local, aun en el reducido marco de sus miembros y posibilidades económicas; a su vez, la comunidad veía en la JCA al apoderado de todo el proceso de inmigración y asentamiento.

El efecto inmediato de la ausencia de una entidad de ayuda era que los inmigrantes solían encontrarse a su arribo, ante todo, con los impuros. Así lo afirmó en cierto momento el rabino Halfón, a quien le dolía la negligencia de la JCA, aun cuando, como dijimos, esta pagaba su salario.

Por lo tanto, la JCA fue, por su misma existencia, un factor que inducía a los inmigrantes a trasladarse a la Argentina y le daba a parte de ellos la posibilidad de establecerse; pero, para que la colonización se transformara en el motor estimulante de la inmigración e incrementara la absorción en Argentina, los directores de la empresa habrían debido adoptar una política activa en esa dirección, cosa que prácticamente no ocurrió en los años previos a la Primera Guerra Mundial.[27]

Algo semejante ocurrió con la actividad de la JCA en Brasil. En 1901, debido a diversos problemas locales que dificultaban la expansión de la colonización judía en Argentina, la JCA decidió establecer un proyecto de colonización en el estado brasileño de Rio Grande do Sul. Aunque ese intento tuvo dimensiones reducidas y las colonias —Filipson y Quatro Irmãos— fueron erigidas con grandes dificultades, ese operativo orientó la atención de inmigrantes judíos a esta parte del mundo, en tiempos en que todavía se abrían ante ellos otros caminos.[28]

En resumen, el proyecto del barón Hirsch, en forma indirecta y pese a sus limitaciones, ayudó a colocar a los dos mayores países latinoamericanos en el mapa de la migración judía. Debe recordarse que la actitud liberal de los Estados Unidos frente a la inmigración, que era dominante a finales del siglo XIX, se fue agotando en el periodo previo a la Primera Guerra Mundial. En una primera etapa, los inmigrantes judíos provenientes de Europa oriental hallaron en este país condiciones favorables de absorción, y cuando su número creció produjeron un cambio considerable en el panorama de la diáspora judía mundial. Pero durante esa guerra y sobre todo en los años que le siguieron, en Estados Unidos se desarrollaron políticas que tendían al cierre de fronteras, las cuales culminaron con reducciones drásticas de las cuotas inmigratorias para emigrantes de Europa oriental en 1921 y sobre todo en 1924.

Si la inmigración a América Latina se hubiese mantenido en el marco de la iniciativa personal y espontánea, como ocurrió antes de la creación de la JCA, no se habrían formado en Argentina y en Brasil —justamente en el extremo sur del continente americano— colectividades de significantes alcances, en un periodo en que otros objetivos territoriales más atractivos resultaban accesibles. Esta inmigración fue resultado de una organización “artificial”, tanto en su orientación como en la preparación de una base para la absorción de numerosos inmigrantes. Ello hace que la impronta del proyecto del barón de Hirsch en la historia de la migración de los judíos durante el fin del siglo XIX y comienzos del siglo XX sea mucho mayor que la representada por la población de sus colonias.

4.2. Productivización

Otro aspecto significativo del proyecto tuvo que ver con las ideas y las esperanzas depositadas en la creación de condiciones que posibilitaran la “productivización” de muchos judíos. Si bien las intenciones del Barón de formar en Argentina una amplia clase de campesinos judíos arraigados en sus tierras —y de ese modo demostrar al mundo entero las aptitudes del judío en tanto agricultor— se cumplieron solamente en forma limitada, su proyecto consiguió establecer en la colectividad judeo-argentina un estrato significativo de trabajadores de la tierra, y de ese modo diferenciarla de otras comunidades judías de Occidente. Esta población campesina alcanzó logros notables en el área de la producción, y además se destacó en el desarrollo del cooperativismo agrícola en el país. Efectivamente, la primera cooperativa agrícola de la Argentina se estableció en 1900 en la colonia Lucienville en Entre Ríos, y le siguieron otras cooperativas en casi todas las restantes colonias judías.

Pese a esos logros, hacia 1910, cuando la generación de los primeros colonos llegaba al ocaso de sus vidas, ya eran visibles los puntos vulnerables de la colonización judía: la falta de estabilidad de muchos de los agricultores y los numerosos cambios en la población de las colonias.

¿Cuáles fueron las causas del alcance reducido de la colonización y, sobre todo, las de su inestabilidad? Varias y diversas respuestas procuraron dar cuenta de ello a lo largo del tiempo. Algunos vieron la fuente del problema en el sistema de patrocinio filantrópico que aplicaba la JCA, lo cual perturbaba la voluntad de los hijos de colonos de constituirse en trabajadores aplicados. Otros autores hallaron el problema en la ausencia de corrientes de ideologías sociales innovadoras (como las que existieron en los movimientos de colonización en Palestina).

Al mismo tiempo, es posible discernir ciertas incoherencias en el origen mismo de la idea de la productivización de los judíos. Resulta evidente que esa ideología, que se proponía convertir a judíos pobres en campesinos y obreros, había surgido entre personas que, por su nivel social y educacional, obviamente no la implementarían por sí mismos. A esa situación contribuyeron los criterios de selección de candidatos en el marco del proyecto del Barón, que redujeron a priori la posibilidad de incluir a portadores de esa ideología innovadora. Efectivamente, la exigencia de que los futuros colonos poseyeran experiencia agrícola previa y que contaran en su familia con algunos trabajadores adicionales, eliminaba de entrada la candidatura de judíos urbanos que deseaban mejorar sus condiciones mediante un trabajo productivo, pero cuyas familias eran pequeñas. Además, la imagen del “campesino ideal” que visualizaba el Barón no se correspondía con las aspiraciones de jóvenes educados, por lo cual su incorporación a las colonias aparecía como un riesgo social y una probable fuente de insubordinación. La productivización, según el Barón, estaría motivada por condiciones de vida difíciles y modestas que constituirían un estímulo para el progreso individual, y esa motivación le pareció preferible a la incorporación voluntaria por razones ideológicas.

Pese a todo ello, no faltaron en la colonización en Argentina partidarios entusiastas de la productivización. Las escasas personas formalmente educadas que se incorporaron al proyecto poseían gran conciencia social y transmitieron sus principios a su entorno. Entre ellos, pueden mencionarse el narrador de la historia de Mauricio, Marcos/Mordejái Alpersohn; Noé Cociovich, quien ayudó a la expansión de Moisés Ville y luego fue uno de sus principales dirigentes (pese a que, al comienzo, fue rechazado como candidato a colono, por no responder a los criterios de selección);[29] y los creadores del cooperativismo en Entre Ríos, Miguel Sajaroff e Isaac Kaplán.

Sin embargo, para que esas tendencias se mantuvieran a lo largo del tiempo y de las generaciones, eran necesarias una serie de condiciones auxiliares. En primer lugar, es necesario considerar el tipo de producción agrícola prevalente en la época en Argentina. En lugar de cultivos intensivos en terrenos pequeños con una producción agrícola variada y destinada a un mercado fijo, cercano y conocido —como era habitual en Europa—, el colono en Argentina desarrollaba cultivos extensivos en terrenos grandes y producía un número reducido de productos, los cuales estaban destinados a mercados mundiales donde los precios eran fijados sin que él pudiera influir en ellos. En otras palabras, la recompensa por su labor dependía de condiciones que él no conocía y además estaba sometida a manejos especulativos. Este hecho básico, sumado a las numerosas peripecias naturales en Argentina, transformaron a la agricultura en una especie de juego de azar, carente de estabilidad y seguridad. El desarrollo de las ciudades en esa misma época con su demanda de especialistas en intermediación y oficios diversos —áreas en las que se ocupaban muchos conocidos y parientes de los colonos—, les ofrecían oportunidades para abandonar la agricultura. El aumento del valor de las tierras y la consecuente alza en el de su posible arrendamiento, junto con el hecho de que la deuda con la JCA permanecía fija y no reflejaba esos cambios en el mercado, facilitaron a muchos colonos los recursos financieros para amortizar su deuda con la JCA y liberarse de su control, y más tarde marcharse a las ciudades.

A todo ello se sumaron los efectos sociales de las condiciones de residencia y producción del colono judío en Argentina. Por una parte, las grandes distancias entre las fincas dispersas y la baja densidad de población en los poblados limitaban la vida social y espiritual de los agricultores y generaron su aislamiento. Por la otra, parece que la gran idea de la productivización no interesaba mayormente al público judío general en el país. Además, la gran diferencia en el nivel de modernización entre el campo y la ciudad también parece haber influido en el estatus del agricultor judío a ojos de sus correligionarios urbanos y a los suyos propios, no precisamente para bien. Todo ello probablemente incidió de forma negativa en el arraigo multigeneracional de los campesinos judíos en sus tierras.

Esfuerzos adicionales de la empresa colonizadora en las áreas de organización y financiación, y otros por parte de los mismos colonos, podrían haber moderado los efectos indeseables de los factores mencionados. Es por cierto necesario investigar la historia de la colonización judía en Argentina después de la muerte del barón Hirsch, a la luz de los intentos que se hicieron para lograr su continuidad.[30] Pero aun si hubiese existido una administración eficiente y adecuada a las circunstancias, por una parte, y por la otra una unión y cooperación total entre los colonos, cabe dudar de si se habría podido eliminar el impacto de las condiciones económicas y sociales adversas ya mencionadas.

El proyecto de colonización del barón Hirsch en Argentina —sin duda uno de los mayores proyectos que en la historia moderna del pueblo judío enarbolaron la consigna de la productivización— constituye, por todas estas razones, más un testimonio de los límites objetivos de las ideas de productivización mediante la agricultura que el relato de un fracaso de esas ideas.

5. Conclusiones

El “puente” tendido por el barón Mauricio de Hirsch entre la historia judía y la historia de la República Argentina durante los años de su vida fue ciertamente estrecho e inestable, y en la masa total de la población argentina no resultó especialmente visible la incidencia de los miles de judíos que lo atravesaron en los primeros años del emprendimiento. Pero esa presencia judía fue clara y destacada, cuantitativa y cualitativamente, en las regiones donde se establecieron las colonias judías. El proyecto de colonización judía adquirió, todavía en vida del Barón, un significado argentino general debido a la orientación y actuaciones de la JCA, la cual constituyó un fenómeno positivo y excepcional dentro del conjunto de las empresas colonizadoras en el país. Ese peso fue aumentando en la época posterior al Barón, cuando la comunidad judía, gracias en buena parte a su proyecto, se desarrolló hasta convertirse en una de las minorías etno-religiosas más notables de la sociedad argentina.


  1. Véase JCA-Its Work… (pp. 5-8); Frischer (pp. 459-488).
  2. JCA, Ra. d’Ad., 1896 (p. 7).
  3. Sobre la colonización urbana de la JCA, véase Bar Shalom, 2014.
  4. JCA, Séances d’Ad., vol. I (p. 2). En la reunión del 13.10.1896, el miembro de la comisión Alfred Cohen protestó por los gastos de repatriación y exigió anular esos operativos, pero la comisión rechazó su demanda.
  5. JCA, Ra. d’Ad, 1900 (pp. 6.11.23). Sobre el número de colonos establecidos y desertores —según el informe de Sonnenfeld en septiembre de 1902—, véase más adelante. Sobre la llegada de nuevos colonos a Moisés Ville, véase Cociovich, 1987 (pp. 237-247).
  6. JCA, Séances d’Ad., vol. I, sesión del 4.7.1897 (p. 52); sesión del 19.1.1902.
  7. JCA, Séances d’Ad. vol. II, material para la reunión del 8.11.1902, p. 72, informe de Sonnenfeld sobre su visita a Entre Ríos en 1902. Ibídem, informe final de Sonnenfeld sobre las deficiencias de la oficina de Buenos Aires. Ese informe anuncia también la finalización del periodo de Hirsch y Cazès; pero las propuestas que incluye para el periodo siguiente aseguran la continuidad de las normas establecidas por estos.
  8. JCA, Séances d’Ad., vol. I (pp. 1-24), reunión del 13-15.10.1896; en el debate sobre el apoyo a las colonias en Palestina las ideas estuvieron muy divididas y solo la firmeza del rabino Zadok Kahn hizo que la JCA aprobara dicho apoyo, al menos hasta que se examinara la situación en dicho territorio. Sobre el programa destinado a orientar las actividades centrales de la JCA hacia Rusia, véase Feinberg (pp. 64-65).
  9. Los datos del censo de 1895 están tomados de Di Tella, Germani y Graciarena (p. 24).
  10. República Argentina, Dirección de Tierras…, Boletín del Departamento Nacional de Agricultura, vol. XV, 1891 (pp. 373-374), con datos del Comité de Inmigración de Paraná sobre la colonización en Entre Ríos. El distrito menos poblado era Villaguay, con solo 1.947 habitantes que trabajaban un total de 9.181 hectáreas.
  11. Compárese con Schallman, 1964, en cuanto a las condiciones en la fundación de Monigotes. En el censo de 1895 no se menciona a San Cristóbal (donde estaba Moisés Ville) entre los distritos cerealeros, porque todavía era en su mayor parte zona boscosa y de pastura.
  12. Gori, 1958 (pp. 14-16).
  13. Scobie (p. 35). Bejarano (pp. 130-131) se refiere con amplitud a las actuaciones de las empresas privadas y destaca los diferentes métodos aplicados en la colonización por la mayoría de ellas y la JCA.
  14. Para documentos relativos a Yeruá, véase República Argentina, Ministerio…, La colonia Yeruá… Para el decreto del 7.2.1890, véase Tierras, Colonias y Agricultura (p. 209). Este decreto se publicó, junto con un informe del embajador inglés en Buenos Aires, en Great Britain, Foreign Office… Nº 165. Sobre Yeruá en el contexto de las colonias estatales en general, véase Alsina, 1910 (p. 12). Véase en El Argentino, 30.7.1891 y 9.9.1891, críticas al método de implementación del asentamiento.
  15. Véanse en República Argentina, Dirección…, Boletín del Departamento…, vol. XVI, 1892 (p. 53), la lista de los 236 compradores de parcelas, por un total de 27.381 hectáreas y un valor de 1.734.330 pesos, del cual solo 11.428 pesos fueron abonados en efectivo; vol. XVII, 1893, preparativos para combatir la langosta; vol. XIX, 1895, definición de las tareas de la administración. Sobre la situación de hecho en el lugar, véase Vedia (pp. 24, 45 et passim).
  16. JCA, Séances d’Ad., informe de Sonnenfeld, material para la reunión del 8.11.1902, vol. I (pp. 71-72); en los anexos, datos sobre las inversiones de la JCA y la deserción de sus colonias. Véase también JCA, Ra. d’Ad., 1902, sobre la superficie cultivada, etc. Es de destacar que la visita de Sonnenfeld tuvo lugar tras la deserción de decenas de familias de las colonias entrerrianas y su asentamiento en Médanos, en la cercanía de Bahía Blanca. El informe muestra la gravedad de la crisis: Sonnenfeld habla de animales muertos que halló desparramados en los campos. En cuanto a la venta de terrenos, observa el director de la Dirección de Tierras y Colonias, Ing. Octavio S. Pico, al final del informe del inspector J. J. de Vedia, que los 57 pesos que cobra el gobierno por la tierra y las instalaciones exceden en 15 pesos los 42 por los que vendieron los suyos los propietarios privados en la zona de Yeruá. En comparación, los precios de JCA resultan exorbitantes, y Sonnenfeld, en su informe, destaca que el peso de la deuda y la imposibilidad de librarse de la misma se contaron entre los factores que provocaron el abandono de la colonia, por lo cual sugiere que esos precios sean revisados.
  17. El ítem en el censo decía: “Si no es católico, qué religión tiene”. Esa pregunta no había figurado en el primer Censo Nacional de 1869. Véase https://bit.ly/2OwkYsw (acceso: 20.3.2018).
  18. Rubel, 2013 (pp. 119-148, esp. pp. 133-134, 145); Rubel, 2017 (pp. 71-110, esp. pp. 76-77, 80, 85, 87, 90). El censo se realizó aproximadamente un año antes del fallecimiento del Barón; en ese año, continuaron llegando inmigrantes a las colonias, pero también tuvieron lugar procesos de “depuración” y un número de colonos fueron enviados fuera de Argentina. Ambos procesos se compensaron entre sí, como lo prueba el hecho de que a la muerte del Barón había, como ya indicamos, 6.757 habitantes en todas las colonias.
  19. JCA, Ra. d’Ad., 1909 (pp. 305-307).
  20. En ídish, hogar, forma habitual de designar el sitio de arraigo y pertenencia.
  21. “Sociedad santa” (ídish), entidad que se ocupa de los sepelios según los ritos funerarios judíos.
  22. CAHJP, JCA Argentina… (Buenos Aires/6), carta de Julius Plotke al Barón, 30.12.1895, y respuesta del Barón, 7.1.1896. JCA/LON (326), reacción de Hirsch y Cazès a esas cartas, 18.2.1896.
  23. DellaPergola (pp. 85-133; Table 63, p. 92).
  24. República Argentina, Ministerio de Agricultura, Memoria… (cap. 2, pp. 24-25).
  25. Avni, 1983 (pp. 535-548).
  26. CAHJP, JCA Argentina… (Buenos Aires/copiador externo 13, p. 252), carta de Veneziani, Nº 2070, 24.8.1916.
  27. Avni, 2005 (pp. 162-184).
  28. Sobre la decisión de llevar la colonización al Brasil, véase JCA, Séances d’Ad., vol. II (pp. 109-120), 16.6.1901, 12.10.1901. Sobre el desarrollo de esa colonización, véase JCA, Ra. D’Ad., desde 1903 en adelante.
  29. Cociovich, 1987 (pp. 59-61).
  30. Bar Shalom, 2018, analiza la política de tierras de la JCA respecto de la segunda generación de colonos, como un factor central en la falta de continuidad de la colonización judía en Argentina.


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