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7 El proyecto del Barón:
de la visión a la implementación

Grandes esperanzas fueron depositadas en los planes y actuaciones del Barón en favor de los judíos de Rusia. La creación de la JCA, la enorme fortuna puesta a su disposición, el prestigio de su promotor como exitoso hombre de negocios de renombre internacional y su conducción personal del proyecto: todos esos factores estimularon las expectativas de un éxodo salvador guiado por “un segundo Moisés”. Pero el resultado fue un emprendimiento de dimensiones limitadas que debía luchar por su continuidad y su misma existencia. ¿Por qué no se concretaron esas grandes esperanzas, al menos en parte? ¿Debido a las circunstancias reales prevalentes en Argentina y en Rusia? ¿Debido a la adopción de un método equivocado? ¿Debido a todas estas razones en conjunto?

Procuraremos dilucidar esas preguntas al resumir el proceso de cuyos detalles nos hemos ocupado en los capítulos anteriores.

1. Los fundamentos utópicos del proyecto

Pese a que el Barón se proponía sustentar su proyecto en el análisis sistemático y detallado de todos los factores relevantes, y pese a que expresiones como “programa”, “hombres de negocios”, “ver con claridad” se reiteraban continuamente en sus escritos, el seguimiento histórico que realizamos en los capítulos anteriores muestra que de hecho la programación fue deficiente y limitada.

En cuanto a la situación en Argentina, los informes del Dr. Loewenthal —tanto el que redactó tras su primera gira unipersonal en el país, como el posterior sobre el trabajo de la delegación que él mismo presidió— no suministraron una información comprehensiva y actualizada que permitiera la planificación eficiente de un proyecto de semejante envergadura. También vimos que, debido a los eventos que tuvieron lugar en Rusia en 1891, el Barón amplió sus planes más allá de los límites que Loewenthal estaba dispuesto a aceptar como razonables, tanto en el área política como en la presupuestaria. Además de los datos de sus funcionarios, el Barón se basaba en información sobre Argentina que le suministraban personas de su entorno. Pero tampoco así alcanzaba a obtener un panorama completo y serio que nos permita considerar que su programa estuvo basado en una perfecta planificación.

En lo referente a Rusia y a los judíos a quienes deseaba establecer en Argentina, las ideas del Barón se basaban en una información endeble y en una planificación aun peor. Tanto la opinión de su emisario Arnold White sobre las capacidades de los judíos rusos para el trabajo físico duro como las observaciones e informes de David Feinberg sobre sus propias actuaciones en Rusia no llegaron a conformar un examen a fondo del alcance potencial y de la idiosincracia de los futuros colonos. El resultado fue que tampoco los criterios fijados por el Barón para evaluar y seleccionar a los candidatos se sustentaban en un estudio sistemático.

La conclusión es que el grandioso programa del Barón estuvo basado no en una planificación sino en ideas, y corresponde examinar en qué medida esas ideas se correspondían con la realidad en Argentina y en Rusia, y en qué medida fueron aprovechadas las oportunidades concretas que contenían en potencia esas realidades.

1.1. Argentina: supuestos y realidades

La decisión del Barón de concentrar su proyecto en Argentina se basó en dos conjuntos de consideraciones: sociales y políticas, por una parte, geográficas y económicas, por la otra. Entre las primeras, figuraba la asegurada simpatía del gobierno argentino por un gran proyecto colonizador; la posibilidad de concentrar masas de inmigrantes judíos en una zona amplia y circunscrita (concentración que obtendría en el futuro su autonomía local); y las garantías que la Constitución ofrecía contra la discriminación y las persecuciones antisemitas. Entre los factores geográfico-económicos, destacaban la existencia en el país de grandes extensiones deshabitadas; la fertilidad del suelo y el clima benigno; y la crisis económica por la que atravesaba Argentina, que posibilitaría, en su opinión, adquirir las tierras a precios muy convenientes. Pero lamentablemente la mayoría de esos datos no se correspondían con la realidad argentina, tal como el Barón debió reconocerlo en el transcurso de sus actuaciones en el país.

a. Consideraciones sociopolíticas. Los problemas que afectaron a la economía argentina durante la crisis de 1890-1891 hicieron que el Barón adoptase la opinión de Loewenthal según la cual el gobierno vería con simpatía su proyecto. Pero esas expectativas se basaban en una incomprensión básica de la política y la sociedad argentinas. La primera puesta a prueba tuvo lugar al plantearse la compra en gran escala de tierras estatales promovida por Loewenthal. No cabía duda de que el presidente Carlos Pellegrini veía con buenos ojos esa operación, porque reconocía los beneficios económicos que de ella obtendría el país. En este sentido, el Barón podía considerar con razón que el negocio contaría con el apoyo de las autoridades. Pero paralelamente también se le reveló que en Argentina no bastaba con el apoyo del Poder Ejecutivo sin el del Congreso y el de la opinión pública. El acuerdo de las tierras fue revocado, y en adelante no volvió a procurar el consentimiento explícito y directo de las autoridades nacionales para su proyecto; y ello, aun cuando el prestigio del que gozaba la JCA y sus contactos comerciales con varias personalidades destacadas en la vida política argentina quizás habrían podido ayudar al Barón a conseguir dicho apoyo.

El Barón estimó que, cuando el número de colonos judíos llegara a 60.000 personas concentradas en un territorio que todavía no había alcanzado el estatus de provincia, sería posible establecer allí una autonomía provincial. Pero esa estimación carecía de base alguna, porque la Constitución Argentina no establece que todo territorio nacional deba forzosamente ser convertido en provincia. La Ley 1.532 de Territorios Nacionales promulgada en 1884, que estableció la administración de Chaco y de Formosa, enumeraba las condiciones en las cuales un territorio nacional tendría derecho a un voto parlamentario que le otorgara estatus provincial, pero ello dependería de una legislación especial promulgada por el Congreso. En el caso del Chaco, por ejemplo, el estatus provincial fue alcanzado muchas décadas después, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón.[1]

No solo en la cuestión de la autonomía se equivocó el Barón. También carecía de base el supuesto de que una comunidad que contara con cientos de miles de judíos concentrados en un territorio y que viviera de acuerdo a su cultura específica sería bien recibida en Argentina. La política inmigratoria argentina se basaba en el concepto del “crisol de razas”, según el cual la inmigración masiva produciría un florecimiento económico que beneficiaría materialmente a la población veterana, al tiempo que esta impondría a los extranjeros sus costumbres, tradiciones y cultura. Los sectores oligárquicos se oponían firmemente a que los inmigrantes participaran de la vida política del país antes de haberse asimilado completamente al pueblo argentino y a su idiosincracia. Esa postura halló su expresión en las palabras del Dr. Juan Alsina, quien se halló al frente del Departamento de Migraciones durante todo el periodo que estudiamos y también en los quince años siguientes. Alsina estableció que el destino de los inmigrantes era asimilarse e integrarse totalmente a la sociedad local, y que solo cuando hubiesen adoptado todos los principios y tradiciones propios de los argentinos fundadores, les estaría permitido adquirir la ciudadanía.[2]

Esas tendencias fueron puestas a prueba en el caso de los inmigrantes ruso-alemanes llegados a la Argentina a fines de la década de 1870. En 1878, el expresidente y entonces senador Domingo F. Sarmiento afirmó que, debido a su bajo nivel cultural, su separatismo religioso y su conservadurismo agrícola, esos inmigrantes constituían un factor negativo para el desarrollo argentino. Sarmiento expresó su esperanza de que inmigrantes de ese tipo no continuaran arribando al país, y con ello sin duda se constituyó en vocero de gran parte de la sociedad argentina.[3]

Otro caso de reacción hostil fue la que provocaron inmigrantes provenientes de Turquía, en su mayoría sirios, que comenzaron a llegar en pequeños grupos en la década de 1880. Su carácter “asiático” y el hecho de que se ocuparan casi exclusivamente del pequeño comercio provocaron el rechazo de gran parte de la población e inclusive de las autoridades. Un sector de la prensa abogó por una limitación de sus actividades, y el Dr. Alsina consideraba que un incremento en esa inmigración obligaría a tomar serias decisiones gubernamentales que podrían llegar hasta su prohibición.[4]

La suposición del Barón en cuanto a que no existía antisemitismo en Argentina era demasiado simplista: ya en 1881 se produjeron brotes antisemitas tras el nombramiento de un agente encargado de alentar la inmigración de judíos rusos. El debate resurgió cuando llegaron los inmigrantes judíos en el buque Weser, y se intensificó al comenzar a implementarse el proyecto del Barón. Lo prueba el hecho de que, el 24 de agosto de 1891, el diario La Nación comenzó a publicar la novela La Bolsa de Julián Martel, en la que la crisis económica de 1890 era atribuida a los especuladores judíos, retratados con todos los rasgos clásicos de la literatura antisemita. No cabe duda, pues, de que la hostilidad antijudía estaba presente en Buenos Aires. El Barón, por cierto, no pudo seguir desentendiéndose de esa situación, y comenzó a albergar el temor de que la “peste europea” del antisemitismo se difundiría fácilmente en Argentina, aunque más tarde alcanzó una visión más clara de sus alcances.[5] Al mismo tiempo, el Barón desconocía completamente el concepto del “crisol de razas” y la aspiración argentina a una completa homogeneidad social y cultural. En otras palabras, sus programas no tomaron en cuenta para nada el conflicto futuro entre una sociedad que rechazaba la diferencia y el pluralismo, y una minoría judía importante y concentrada deseosa de mantener su singularidad religiosa, cultural y social.

Es pues evidente que, contra sus expectativas, el gran proyecto del Barón, cuyos detalles el gobierno desconocía, no habrían contado con el beneplácito del mismo y mucho menos con el apoyo de la opinión pública; esto se desprende de los informes anuales del Dr. Juan Alsina, que resumían el desarrollo del proyecto limitado que se estaba implementando y apenas si manifestaban alguna simpatía por su futuro. Pero, al mismo tiempo, las leyes vigentes permitieron la inmigración de gran número de personas, entre ellas judíos, y la abigarrada realidad social que prevalecía en el país durante el periodo al que nos referimos —y continuaría en los veinte años siguientes— facilitó de hecho su absorción. Si bien las circunstancias atentaban contra el éxito a largo plazo del grandioso proyecto del Barón, no fue esa la causa de la frustrante reducción que sufrieron sus planes.

b. Consideraciones geográfico-económicas. El clima y el suelo en los territorios del norte y del sur de la Argentina no se correspondían, como ya vimos, con los planes del Barón. En cuanto a las provincias andinas, las descartó porque las plantaciones en la zona requerían la instalación de sistemas de riego. Quedaban solo, pues, las provincias de la Pampa Húmeda, cuyas tierras eran mejores y por lo tanto más caras: Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, y zonas limitadas de Córdoba y del Territorio Nacional de La Pampa. Ello afectó sus expectativas de adquirir grandes extensiones a bajo precio.

En cuanto a su presunción de que la grave crisis de 1890 produciría una baja en los precios de la tierra, la misma era teóricamente correcta, pero de hecho se cumplió en escasa medida. La cotización del oro aumentó drásticamente en Argentina y llegó en mayo de 1891 a un pico de 422,73 pesos papel por 100 pesos oro, lo cual beneficiaba enormemente a los compradores que pagaban en oro; pero esa cotización no volvió a repetirse en vida del Barón.[6] El mercado de valores de la Bolsa, que se hundió en 1890, volvió a sufrir grandes descensos a partir de mediados de 1891. Pero esa caída, que afectó también a bonos asegurados por bienes inmuebles, no produjo una caída en el mercado de estos bienes, como lo suponía el Barón. Este mercado, en el que la demanda provocó en los años ochenta una rápida alza de precios, consiguió mantener un cierto equilibrio también durante la crisis de la década de 1890, y contra lo esperado no tuvo lugar un brusco descenso de precios.

Ello muestra que el Barón exageró en su apreciación de las ofertas que se presentarían en el mercado de bienes inmuebles a causa de la crisis. Además, parece que no tomó en cuenta que precisamente la demanda creada por sus compras en gran escala provocaría aumentos en los precios de las tierras. Vimos cómo la adquisición de los terrenos para Mauricio benefició a los vendedores; también indicamos la desconfianza que acompañó su compra de las grandes extensiones en Entre Ríos. Otras “tierras del presente” examinadas por los funcionarios del Barón eran más caras o bien se hallaban en zonas más marginales que los de las colonias de JCA.

Las tierras del presente adquiridas por el Barón, a las que siempre consideró excepcionales por su ubicación y por su elevado precio, constituyeron de hecho la norma en cuanto a las posibilidades de compra que ofrecía la Argentina. Aun cuando en esas condiciones no podía llevarse a cabo la gran empresa con que soñaba, abundaba en ellas el suelo fértil y apto tanto para los cultivos como para la cría de ganado —base de la riqueza del país—, y habría sido posible concretar una colonización de alcance mucho mayor de la que de hecho se realizó. Por lo tanto, la reducción dramática del proyecto no se debió a la falta de terrenos apropiados para la colonización.

1.2. Rusia: supuestos y realidades

Según el programa del Barón, los colonos que sentarían las bases del gran proyecto debían servir como ejemplos vivientes para las masas de judíos que serían transferidas a la Argentina. Estos pioneros debían ser personas con experiencia en agricultura, por lo cual la JCA no necesitaría ocuparse de su capacitación. Su origen homogéneo y su experiencia laboral les posibilitarían organizar su asentamiento por sí mismos, mediante un sistema de ayuda mutua y un autofinanciamiento parcial. También esperaba que estuvieran dispuestos a trabajar duramente y a mantener un nivel de vida “campesino”. El Barón estaba persuadido de que colonos de ese tipo podían encontrarse mediante una selección basada en criterios claros y establecidos de antemano.

El censo de la población judía que realizó la JCA en Rusia unos tres años después de la muerte del Barón (1898-1899), mostró que en teoría su expectativa de hallar en el país colonos de ese tipo estaba justificada. Fueron censadas unas 150.000 personas que vivían total o parcialmente de la agricultura en toda la Zona de Residencia, especialmente en las provincias de Jersón, Ekaterinoslav y Besarabia, y con ellas otras 25.000 consideradas “urbanas”, de hecho habitantes de pequeñas aldeas. Esa colonización judía había sido alentada por las autoridades rusas desde comienzos del siglo XIX, pero se volvió objeto de una legislación antisemita desde comienzos de la década de 1880.[7] Existía en Rusia, pues, tal como lo entendía el Barón, un público judío con experiencia agrícola cuya situación se había deteriorado, lo cual justificaba la ayuda financiera de la JCA. Además, la asociación para la ayuda mutua parecía garantizada por el tipo de organización de la aldea rusa y el mir autónomo.[8] Los judíos veían cómo los campesinos rusos otorgaban a sus autoridades electas la atribución de redistribuir periódicamente las tierras de cultivo y de intervenir en las cuestiones de la comunidad. El sistema era bien conocido por los representantes del Barón en Rusia, que aluden explícitamente al mismo. En este contexto, la asociación autónoma de agricultores judíos en Argentina, basada en la cooperación mutua, constituiría una perspectiva plausible. Es posible que David Feinberg, que trazó las bases de la organización de los grupos, tuviera en cuenta estos factores al elaborar sus sugerencias al Barón, quien las adoptó y trasformó el autogobierno en la piedra angular de su proyecto.

Pero un examen del censo de 1898 nos revela que, si bien el Barón habría podido encontrar varios miles de candidatos para esa clase de pionerismo en la colonización argentina, es dudoso que los mismos hubiesen podido cumplir con las misiones que él les asignaba basándose en la experiencia rusa.

Por empezar, la reducción de la parcela familiar a consecuencia de la legislación antisemita que prohibía a los judíos comprar tierras —y la consecuente disminución de su rendimiento económico— hizo que muchos campesinos judíos rusos abandonaran en parte el trabajo agrícola y adoptaran oficios que completaban o reemplazaban sus ingresos. También las expectativas basadas en la experiencia de ayuda mutua habían de sufrir una gran decepción. El mir en su forma clásica, basada en la redistribución periódica de los terrenos cultivables, no era aplicado en las colonias judías de Rusia, lo cual eliminaba la posible expectativa del Barón en cuanto a que los agricultores judíos tuviesen experiencia en organización autónoma; además, no habrían podido conceder a sus representantes atribuciones mucho más amplias que las que concedía el mir a los suyos, especialmente porque, a diferencia de estos últimos, los representantes de los grupos autónomos no contaban con apoyo alguno por parte de las autoridades locales.

Una dificultad adicional provino de la concentración de muchos agricultores judíos rusos en los ramos de jardinería, producción de leche y plantaciones diversas, en terrenos limitados y mediante métodos intensivos. Esas condiciones reducían aun más su capacidad de convertirse, por sus propios medios y sin haber recibido una instrucción básica, en agricultores exitosos de los cultivos extensivos que constituían la norma en Argentina. De hecho, aun la experiencia de quienes en Rusia se habían dedicado a la agricultura cerealera no podría garantizar su éxito en Argentina, ya que en Rusia disponían de parcelas limitadas y las trabajaban en forma muy primitiva. Si sumamos a ello condiciones climáticas radicalmente distintas, resulta claro que la experiencia agrícola rusa servía de poco para la Argentina. Por lo tanto, los supuestos en que se basaba el Barón, debido a los cuales se oponía en forma terminante a organizar en su empresa servicios regulares de instrucción agrícola, resultaban del todo inoperantes.

Pese a ello, no cabe duda de que esa población sí estaba acostumbrada al trabajo físico duro y a lo que se denominaba “nivel de vida rural”, si bien había una gran diferencia entre lo que los campesinos judíos por su parte y el Barón por la suya entendían como tal; y a ella se sumaban las radicales diferencias entre las circunstancias generales de vida en el campo ruso y en el campo argentino.

El Barón basaba su visión de las futuras colonias argentinas en sus directas observaciones de los agricultores en Europa continental y en Inglaterra: campesinos turcos, italianos, húngaros y hasta alemanes que se mantenían con una alimentación extremadamente modesta. Con el mismo criterio, le vimos establecer el nivel de los servicios médicos, inclusive en caso de epidemias, ya que el campesino húngaro o ruso jamás recurría a hospitales o a médicos, sino que, en palabras del Barón, “se las arreglan por sí mismos”. Esa actitud le hizo reaccionar con satisfacción al enterarse de que muchos niños en las colonias judías argentinas no asistían a la escuela porque sus padres les hacían trabajar en los campos durante las temporadas de mayores tareas agrícolas. En resumen, la colonia judía en Argentina debería asemejarse a las aldeas de Europa oriental, tanto en el nivel de vida como en su estructura económica, brindar plena ocupación a toda la familia a lo largo de todo el año y satisfacer todas sus necesidades.[9]

Pero a esa concepción se oponían varios hechos básicos y decisivos. El primer factor que no fue tenido en cuenta era el aislamiento de los poblados en las enormes extensiones argentinas y la ausencia casi total de mercados urbanos cercanos para sus productos, a diferencia de la concentración territorial de las aldeas judías en Rusia y su relativa cercanía a una ciudad. Las 3.187 familias que, según el censo de la JCA en Rusia de 1898, vivían en las 21 colonias judías en la provincia de Jerson, formaban parte de los 2.732.832 habitantes de la provincia, que poblaban varias ciudades, encabezadas por Odesa, el gran puerto del Mar Negro.[10] El debate sobre la forma de la colonización, que agitó y estorbó el programa de los grupos, se originó en el intento de asimilar la imagen de la aldea, tal como la poseían los candidatos a la colonización, a la realidad argentina, y se basó en la ignorancia de hechos básicos en la vida rural argentina.

Otro factor al que no atendió el Barón fue la diferencia entre un campesino judío y un campesino ruso. También en Rusia existía diferencia en el nivel de gastos, que para el agricultor judío era mayor en un tercio, debido a la preocupación judía por otorgar a sus hijos la mejor educación a su alcance y por la existencia de servicios sociales y religiosos. Está claro que los candidatos a la colonización en Argentina no preveían un descenso en esos aspectos hacia el nivel de vida del campesino ruso, sino una mejora en todas esas áreas. Esa expectativa era sin duda mayor entre quienes poseían medios económicos y podían sufragar por sí mismos parte de los gastos de asentamiento.

En conclusión, los agricultores judíos rusos, aun cuando estaban habituados a una vida de trabajo intenso, carecían de toda preparación para la realidad rural argentina y para el tipo de vida que para ellos concebía el Barón.

El Barón consideraba que una eficiente selección traería a su proyecto a los candidatos más adecuados, y veía en ella una de las bases del mismo. Por ende, no atribuyó su decepción respecto de los primeros inmigrantes —los que se establecieron en las colonias veteranas— a los límites objetivos de una buena selección, sino a la falta de capacidad y aun a las malas intenciones de los comités alemanes de frontera. Por ello mismo depositó toda su confianza en David Feinberg, seguro de su devoción por el proyecto y su capacidad personal para seleccionar adecuadamente a los integrantes de los grupos. El Barón estaba persuadido de que claros criterios de evaluación y un equipo eficiente producirían resultados positivos. Creía que cuestionarios correctamente preparados permitirían evaluar por anticipado la capacidad agrícola y el comportamiento social de los examinados.

Lamentablemente no comprendió, por un lado, que la ignorancia de los examinadores respecto de la realidad en que tendrían que vivir y actuar sus entrevistados había de invalidar todas sus buenas intenciones; y, por el otro, que los resultados de la selección no eran, de hecho, sino el fruto de impresiones recogidas en una única entrevista entre candidatos y evaluadores, entrevista que solía realizarse en contextos artificiales e improvisados. En resumen, tampoco el principio de la selección estricta en el que tanto confiaba el Barón soportó la prueba de la realidad.

1.3. Conclusiones

La brecha entre las concepciones del Barón, por una parte, y la realidad argentina y las condiciones reinantes en Rusia, por la otra, era tan grande que habría impedido la concreción de su gran proyecto si el Barón hubiese llegado a empezar su implementación. Con todo, la realidad en ambas áreas todavía habría posibilitado la realización de un proyecto mucho mayor del que se logró. Las posibilidades de traer colonos judíos a la Argentina y de adquirir para ellos tierras fértiles, así como la de hallar en Rusia personas con experiencia agrícola, no fueron realmente aprovechadas al máximo. Por ello, no bastan los errores del Barón en la evaluación de la situación real en Rusia y Argentina para explicar el reducido alcance en que se hallaba el proyecto a la hora de su fallecimiento.

2. Entre programación efectiva y filantropía autocrática

El análisis pormenorizado de la historia del proyecto pone en evidencia una larga cadena de errores y negligencias en cada una de las áreas en las que se produjeron los conflictos que determinaron su destino: la administración, los asentamientos y la imagen colectiva de los colonos.

2.1. Las colonias

a. La administración. El intento del Barón de manejar el proyecto desde Europa dictando órdenes a sus representantes en Buenos Aires lo llevó a tomar una serie de decisiones que afectaron la estabilidad de su administración en Argentina. A fin de hacer un seguimiento y comprobar si sus instrucciones eran puestas en práctica, el Barón requirió sucesivos informes secretos: el de Roth sobre el desempeño de Loewenthal; el del maestro y administrador David Haim sobre las actuaciones de Roth y Goldsmid; el de Kogan y su delegación sobre las del coronel, y el de Korkus —miembro de la delegación de Kogan, que poseía también funciones ejecutivas— sobre las de sus colegas en la misma delegación.

Al final del periodo que analizamos, cuando se decepcionó de la actuación de Hirsch y Cazès, buscó el modo de enviar a un nuevo emisario que le informara sobre lo que ocurría en Argentina e inclusive actuara en forma paralela a sus representantes oficiales; todo ello en las condiciones de comunicación de su tiempo, en el que transcurrían muchas semanas hasta que un informe emitido en Buenos Aires llegaba a París, y otro tanto hasta que las instrucciones emitidas a continuación arribaban a su vez a Buenos Aires. Parece que el Barón supuso que podría hacer funcionar con éxito a su comandante en jefe en Buenos Aires aun sin que él mismo conociera de primera mano el campo de batalla; ello lo llevó a apoyarse excesivamente en su “servicio de información” privado y provocó los frecuentes cambios de funcionarios y, en última instancia, su total dependencia de estos.

No menos inoperante era su programa de autonomía administrativa de los grupos. La idea de que los representantes de estos podrían llevar a cabo su asentamiento contrariando a la oficina en Buenos Aires y, al mismo tiempo, contarían con su aprobación y apoyo, era totalmente contradictoria. El Barón parece haber ignorado el simple hecho de que ningún cuerpo administrativo tiende a reducir por propia voluntad el alcance de su autoridad. Por ese motivo, no se concretaron sus ideas sobre el “autogobierno” de las colonias (veteranas o nuevas), también porque su noción del administrador ideal —tal como se desprende de sus cartas— era la de una persona autoritaria que sabría imponerse a los colonos, evaluarlos, obligarlos a trabajar, etc. Esa figura es muy diferente a la del “supervisor”, que inspecciona y orienta las actuaciones de los representantes de los grupos pero no interviene directamente en ellas. Finalmente, el Barón debió abandonar el programa de autogobierno, lo que aumentó su amargura hacia sus delegados y lo llevó a declarar que, hasta que ese programa no fuese puesto en práctica, no podría comenzar con el proyecto mayor.

La administración local de las colonias estaba compuesta en su mayor parte por funcionarios no judíos o por judíos que no entendían el idioma de los colonos y no conocían su estilo de vida. Inclusive aquellos que sabían ídish menospreciaban la visión de mundo y las costumbres del sector religioso de los colonos que se hallaban a su cargo. Pero todos los funcionarios compartían la noción de que los colonos debían someterse totalmente a sus órdenes.

El régimen autocrático de conducción de las colonias y la personalidad de gran parte de los funcionarios hizo que los colonos atribuyeran todas sus adversidades a la administración, tanto la local como la de Buenos Aires, suponiendo que el Barón solo suministraba el dinero e ignoraba lo que hacían sus empleados. Ya en 1892 los representantes de los colonos se apresuraron a viajar a París para contarle al Barón sus cuitas, y en 1895 se esforzaron por eliminar todas las mediaciones que los separaban de este, a fin de presentarle directamente sus peticiones en torno al tema de los contratos. Por lo cual es irónico advertir que, aun cuando los administradores en Argentina transmitieron al Barón más de una vez una imagen deformada de los colonos, las exigencias más graves —como la depuración, el asentamiento forzoso y las duras condiciones de los contratos— provenían del Barón y era precisamente la oficina de Buenos Aires la que procuraba moderarlas.

b. El asentamiento. Las negligencias de los funcionarios en Buenos Aires y las colonias, así como los frecuentes cambios de personal, provocaron repetidas demoras en el trabajo concreto y la pérdida de las primeras temporadas de siembra. En Mauricio, la primera cosecha importante fue la de 1893/1894, pero la impericia de la oficina de Buenos Aires en su venta, sumada en parte a la inexperiencia de los colonos en la recolección y la trilla, la convirtió en una nueva decepción. El trigo sembrado en 1894/1895 fue afectado por la helada poco antes de la cosecha, y la mala racha solo concluyó con la excelente cosecha de maíz de 1895. En otras palabras, los agricultores de Mauricio solo comenzaron a disfrutar del resultado de su labor cuatro años después del establecimiento de la colonia.

Los colonos de Clara y San Antonio también perdieron la temporada agrícola de 1892/1893. La cosecha de 1894/1895 fue parcialmente afectada por lluvias torrenciales; y la de 1895/1896, cuya siembra se efectuó en el momento más álgido de la crisis de los contratos, resultó insuficiente. Por lo tanto, a cuatro años de su llegada a Argentina, los primeros colonos de Entre Ríos seguían sin obtener los frutos de su trabajo.

Los colonos de Moisés Ville no pudieron aprovechar la cosecha 1893/1894 en todo su alcance. La de 1894/1895 no tuvo éxito, y la de 1895/1896 fue destruida por lluvias torrenciales que asolaron la región poco antes de la recolección.

Estos perjuicios sufridos por los colonos veteranos provenían del cielo, pero también en buena medida de las negligencias de la oficina de Buenos Aires y los administradores locales. Pero en el caso de los grupos organizados, el fracaso de su asentamiento se debió en buena medida al debate generado por los programas del Barón.

Los representantes de los grupos llegaron a Buenos Aires en abril de 1893, pero la oposición de Kogan demoró su asentamiento hasta mayo de 1894. Su primera cosecha, en 1895/1896, en el clímax de la lucha en torno a los contratos, se perdió en su mayor parte por las mismas lluvias torrenciales que afectaron a todos los agricultores de Santa Fe y Entre Ríos.

Las temporadas 1891/1892, 1892/1893 y 1893/1894 fueron excelentes para la agricultura argentina. La exportación de trigo creció de 470.110 a 1.608.249 toneladas,[11] y esas cosechas habrían podido constituir una buena señal y un estímulo para los colonos judíos. Pero para ellos esos años fueron totalmente desperdiciados. Las temporadas 1894/1895 y 1895/1896, en que el proyecto de colonización alcanzó cierta estabilidad, trajeron consigo catástrofes naturales que diezmaron las cosechas y revelaron las graves consecuencias de la baja en el precio del cereal. Esos años flacos pusieron también de relieve otra negligencia en el desempeño de la conducción radicada en Buenos Aires: la debilidad de la planificación en la que se basaba la economía de las colonias veteranas. Por errores en las previsiones, los colonos de Entre Ríos fueron asentados en parcelas pequeñas (unas 37,5 hectáreas por granja), parte de las cuales estaba concentrada en poblados grandes que en 1903, tras diez años de labor, debieron ser subdivididos o reducidos en su población.

La dirección no supo cómo aumentar la rentabilidad de la parcela puesta a disposición del colono. Tampoco organizó su capacitación como agricultor. Se dejaba todo a la iniciativa del colono, partiendo del supuesto de que la agricultura se aprende con el tiempo.

Las demoras, fracasos y negligencias en el proceso de la colonización constituyeron la norma que conformó la imagen de los colonos que participaban del proyecto y pusieron al descubierto las debilidades de la colonización misma.

c. La imagen de los colonos. El Barón, como vimos, creía que los comités de frontera en Alemania que seleccionaron a los primeros colonos enviaron a Argentina solo a los aptos para el proyecto. De hecho, la “evaluación” no impidió que viajaran elementos negativos y hasta personas sospechosas de antecedentes delictuosos. Los emigrantes que partieron desde Estambul en el Pampa poseían otras características: se trataba de frustrados emigrantes a Palestina cuya entrada al país fue denegada por las autoridades turcas, lo que los transformó en refugiados satisfechos por la ayuda que les otorgaba el Barón. Al mismo tiempo, no puede dudarse de que, entre los miles de emigrantes del comienzo, hubo muchos que deseaban sinceramente convertirse en agricultores. De todos modos, unos y otros, una vez llegados a las colonias, quedaban librados a las condiciones reinantes, cuyos signos más claros eran la provisoriedad y la dependencia económica.

El primer grupo de inmigrantes arribó antes de que se hubiera concretado la compra de terreno alguno, lo cual generó desde el comienzo condiciones de precariedad. Las negligencias de la conducción en cuanto al progreso en la construcción de las casas, la lentitud del asentamiento en el terreno y la pérdida del producto en las primeras temporadas prolongaron esa precariedad, ya que lo único importante que estaba asegurado era el subsidio en productos o dinero que administradores, siempre cambiantes, distribuían entre los colonos. Esas circunstancias, sumadas a la sensación de su total dependencia de los funcionarios locales, sin que el Barón conociera su situación, debilitaron la iniciativa personal y la buena voluntad de los mejores, y parte de ellos abandonó las colonias. Por otra parte, las condiciones reinantes fortalecían a aquellos primeros inmigrantes que se habían visto atraídos por el proyecto argentino debido a la “filantropía”, el apoyo prometido, sin que tuvieran el deseo o la capacidad de convertirse en agricultores. La desocupación forzosa y los episodios de corrupción en la administración local estimularon a los elementos negativos de la población. La precariedad, y más tarde las actuaciones parciales y deficientes de la administración, hicieron que los honestos no lograran demostrar su buena disposición, y por fuerza participaron del enfrentamiento continuo con los funcionarios.

El Barón tendió todo el tiempo a ignorar esta dinámica. Su insistencia en la depuración, basada en una división estática entre “buenos” y “malos”, lo impulsó a buscar colonos ideales mediante el método de grupos organizados antes de la emigración. Pero también estos grupos atravesaron un proceso parecido al de los contingentes anteriores. El sincero entusiasmo de la mayoría durante las selecciones del verano y otoño de 1892, y su fuerte deseo de alejarse de Europa, no lograron mantenerse durante los largos meses de espera que mediaron, en 1893 y 1894, entre su inclusión en el proyecto y el comienzo concreto de su asentamiento. Algunos quedaron en la ruina, la mayoría se decepcionó por haber sido establecidos en granjas aisladas y no en aldeas, y todos se enfurecieron ante las grandes diferencias entre el esquema de contrato que se les había presentado en Rusia y el que se les exigía firmar al llegar a Argentina. Fueron estas circunstancias lo que los convirtió de “buenos” en “malos”, mucho más que las concesiones y errores del equipo de Feinberg durante las evaluaciones. También sus representantes, que tanto impresionaron al Barón y a sus colegas en Londres en marzo de 1893 por su personalidad y entusiasmo, fueron más tarde influidos por los cambios en su estatus y las demoras en la ejecución de sus funciones.

Por ende, el sistema de los grupos y sus representantes, que ya en su enunciación original resultaba utópica, no fracasó solamente porque no se correspondía con la capacitación agrícola y la situación social de los colonos, sino debido a las negligencias administrativas que acompañaron su realización. Las intervenciones perjudiciales de Kogan y las variables actitudes del Barón deformaron y sofocaron el experimento con nueve grupos en Entre Ríos, aun antes de descubrirse sus debilidades esenciales, e impidieron su adaptación a las condiciones en las que ese experimento podría haber tenido éxito. La crisis surgida en torno a los contratos, causada por la incapacidad del Barón de presentar ante los representantes de los colonos, en junio de 1893, un texto final y consensuado, no le permitió percibir que el sistema de los grupos en su formulación mejorada podía traer al proyecto agricultores habituados al trabajo y socialmente homogéneos. Por ello, no hubo continuación del asentamiento exitoso de los lituanos en Moisés Ville, logrado gracias a los amplios trabajos de preparación realizados por el administrador con la anuencia pasiva de los representantes de los colonos y a la elección de una fecha adecuada.

La crisis de los contratos puso también en evidencia la brecha entre las concepciones del Barón y las de los colonos en cuanto al significado de la filantropía sobre la que se sustentaba el proyecto. Por una parte, quienes veían en la generosidad del Barón un acto de caridad se sorprendieron de que se les exigiera devolver toda su deuda e inclusive pagar un interés por la misma. Por la otra, quienes veían en la JCA una empresa guiada por criterios comerciales y esperaban que el contrato propuesto se basara en derechos y obligaciones mutuas, descubrieron que dichos criterios estaban limitados por razones filantrópicas, y que el contrato en sí los dejaba librados para siempre a la buena voluntad de la empresa.

En resumen, en vida del Barón el proceso de colonización en Argentina generó en los colonos profundos sentimientos de frustración y decepción, que provocaron desmoralización, el éxodo de muchos de los mejores y la tendencia de otros a considerar al proyecto y a sus ejecutores como factores hostiles. A ojos del Barón, todo ello constituía la prueba de que los malos prevalecían, y con base en este supuesto tomó repetidas decisiones sobre demoras y reducciones en las actividades. Debido al choque entre las posiciones de ambas partes, se desperdiciaron oportunidades muy valiosas, que habrían permitido concretar un proyecto mucho mayor. Las grandes posibilidades que objetivamente brindaban, por una parte, la Argentina en tanto país interesado en la colonización y, por la otra, los agricultores judíos rusos interesados en emigrar, no fueron aprovechadas.

2.2. El método: filantropía autoritaria

Como hemos visto, una larga serie de errores provenía de las decisiones del Barón, en buena medida debido al método en el que basó su proyecto y a la forma autocrática en que lo manejó. Esta última tenía que ver con la noción de filantropía, en la que la voluntad personal del benefactor determina el proceso de acción. En el caso de la colonización judía en Argentina, esa voluntad personal cobró significación especial, ya que a diferencia de otros proyectos filantrópicos —en que la práctica recae en funcionarios independientes, con escasa intervención del donante—, el Barón quiso conservar la conducción en sus propias manos, lo cual aumentó la incidencia del método autocrático en su desarrollo.

Una de las razones era que el Barón se veía a sí mismo (y de hecho lo era) como miembro de la aristocracia europea en cuyos medios sociales se movía, y fue consciente en todo momento de la diferencia de estatus entre él y sus funcionarios, con la posible excepción del coronel Goldsmid. (Lo cual no impidió que mantuviera una relación cordial y en apariencia igualitaria con la delegación de representantes de los grupos rusos encabezada por Gregorio Rapaport, porque veía en ellos a los realizadores de su idea sociocolonizadora.) Pero lo cierto es que, en lo atinente al proyecto, y pese a sus cualidades personales, el Barón se hallaba aislado en el seno de los círculos dirigentes de la colectividad judía.

La Alliance Israélite Universelle, aun cuando dependía de su apoyo financiero, se opuso al proyecto, y el hecho de que sus dirigentes se integraran al Concejo Central de la JCA a título personal o estuvieran dispuestos a colaborar en la obra educacional en las colonias, no llegó a modificar esa postura de la institución. La Anglo-Jewish Association —cuyo rol en la comunidad judía de Inglaterra era equivalente al de la Alliance en Francia— adoptó una posición semejante. El Comité Central por los Judíos de Rusia que funcionaba en Berlín, aun cuando describía su vínculo como “colaboración”, se negó a incorporarse a su iniciativa y no vaciló en criticarla públicamente. También en Rusia la “elite” judía tuvo reparos ante el programa del Barón; algunos los manifestaron abiertamente desde el primer momento, y otros adoptaron esa actitud más tarde en forma disimulada. A siete meses de su fundación, el Comité Central de San Petersburgo le propuso al Barón que modificara los objetivos de su empresa colonizadora y la transformara en una empresa de migración y de apoyo a quienes deseaban abandonar sus países y establecerse en nuevos lugares. Cuando aumentaron las dificultades en Argentina, el comité le aconsejó cambiar de rumbo y examinar las posibilidades de colonización dentro de Rusia misma.[12]

Ni siquiera los directivos, que eran sus colaboradores directos, compartían totalmente la visión del Barón: Loewenthal, Hirsch y Cazès se opusieron a la idea de que el proyecto se encaminara al establecimiento de una autonomía provincial; Kogan y quizás también David Feinberg negaban la posibilidad de llevar a cabo un proyecto tan grande. El Barón, pues, se quedó solo con sus ideas, y en el mejor de los casos obtuvo de sus principales funcionarios un apoyo escéptico.

Otro problema tenía que ver, como ya indicamos, con la información con la que contó el Barón antes y durante la implementación de su proyecto. Su decisión de llevarlo a cabo en Argentina se basó en informes parciales y datos confusos proporcionados por Loewenthal y sus compañeros tras su investigación; elaboró el plan para el Chaco en base al resumen superficial y distorsionado de Cullen; conformó el programa de autogobierno pese a las advertencias de Roth, Charlamb, Goldsmid y Kogan, en el sentido de que los colonos no estaban capacitados para el mismo; no prestó atención a los informes de Feinberg sobre la formación de los grupos y los forzosos compromisos que había debido aceptar en la composición de los mismos.

Además, dado que a veces adoptó criterios contradictorios, elaboró con ellos posiciones contradictorias. A pesar de su reiterada exigencia de colocar al colono en su parcela y permitirle arreglarse solo, su temor ante el destino de sus inversiones lo llevó a exigir un control prácticamente cotidiano de lo que ocurría en las colonias, y de allí a la tutela total la distancia no era grande. Por una parte, planeaba el establecimiento de formas de amplia cooperación intensiva entre los colonos y, por la otra, proponía como modelo para sus colonias a las atrasadas aldeas de Rusia y los Balcanes. Pese a conocer las limitaciones de sus funcionarios en las colonias y reconocer que parte de las quejas contra ellos estaban justificadas, aceptó que los mismos erigieran una valla insalvable entre él y los colonos.[13] Al basarse en la información que llegaba a París, y carecer de un marco que le permitiera una visión más completa y multilateral y una evaluación correcta de las cuestiones, la empresa del Barón quedó expuesta a todos los defectos de la autocracia. El resultado fue que, en el ocaso de su vida y pese a sus sinceros sentimientos filantrópicos para con los judíos rusos, desistió del programa que había ideado a raíz de la expulsión de Moscú, y hasta llegó a planear la “expulsión” de una parte de los colonos en Argentina; la posibilidad de que deambularan de frontera en frontera en su intento de volver a Rusia no lo disuadió.

3. Conclusiones

El método autocrático constituyó el factor de base del proyecto. Este método estorbó la estabilidad administrativa y provocó demoras en los asentamientos, por lo menos en Entre Ríos y en Moisés Ville; generó una estructura jerárquica que provocó numerosas distorsiones y negligencias en la vida de las colonias; influyó negativamente en la imagen de los colonos y sus relaciones con la JCA, e impidió todo contacto directo entre aquellos y el Barón. Comparados con todo esto, los fracasos agrícolas pasan a ser factores secundarios en el desmoronamiento del proyecto. Unos y otros llevaron a reducir su alcance y a desaprovechar todas las oportunidades objetivas que existieron tanto en Argentina como en Rusia.


  1. El art. 13 de la Constitución establece que pueden admitirse nuevas provincias en la Nación, con la autorización del Congreso; véase Araya (vol. I, p. 204). Los arts. 4 y 49 de la Ley de Territorios Nacionales (1884, con las modificaciones Nº 2262, 31.10.1889; Nº 2735, 29.9.1890; Nº 3575, 28.9.1891) otorgan a los territorios el derecho a erigir legislaturas provinciales y a obtener estatus de provincia, pero esos derechos no son automáticos. La ley determina que toda población de mil habitantes puede elegir a sus Jueces de Paz y sus Consejos Municipales, que se ocuparán de asuntos de policía, salubridad, bienestar social, caminos, etc. Véase Gómez (pp. 99-108).
  2. Alsina, 1910 (pp. 183, 201).
  3. Sarmiento (pp. 65-66).
  4. El Argentino, 4.9.1891; Alsina 1910 (pp. 91, 206).
  5. Sobre ese debate véase Mirelman, 1988 (pp. 58-59). JCA/LON (302), carta del Barón a Loewenthal, diario administrativo, 20.9.1891, 9.10.1891, 25.10.1891.
  6. La Bolsa de Comercio… (p. 204), detalles de los altibajos en la cotización del oro. Otro punto máximo de 1891 se registró en septiembre con 420,89 pesos. Es de señalar que en vida del Barón el precio del oro no volvió a alcanzar las cifras de mayo-septiembre de 1891 (420,89-422,73). Su programa, confeccionado precisamente en esos meses, se basó eventualmente en esos datos maximalistas.
  7. JCA Recueil, vol. 1, p. 52; vol. 2, tabla 34, descripción de la historia de todas las colonias en los diez distritos/provincias en el oeste de Rusia, y alcance de las tierras que fueron tomadas de cada concentración judía.
  8. Mir: en Rusia, comunidad campesina cuyas tierras se poseían y labraban en común. Las parcelas se asignaban a cada familia en función de su tamaño. El término no figura en las cartas del Barón; Feinberg escribió, cuando estaba terminando la selección de los grupos, que ese sistema regía en colonias y aldeas rusas, y “nuestros colonos están habituados a él” (JCA/LON [Rusia 1], carta del 25.11.1892).
  9. JCA/LON (362), cartas del Barón a Buenos Aires, 16.2.1894, 1.3.1895 y otras.
  10. JCA Recueil, vol. 1, pp. 65, 86. Recordemos que el censo nacional de la República Argentina de 1895 arrojó un total de 3.954.911 habitantes en el país.
  11. La Bolsa de Comercio… (p. 193).
  12. El Comité de San Petersburgo presentó su propuesta sobre emigración ya en septiembre de 1893. JCA/LON (Rusia 2ª), protocolo de la reunión del Comité Central de San Petersburgo, 24.2.1894.
  13. CAHJP, JCA Argentina… (Buenos Aires/3), carta del Barón a Hirsch y Cazès, 7.10.1893, donde reconoce que la fuente de la oposición de los colonos era su desesperación ante una administración que evidenciaba su falta de capacidad práctica.


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