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3 Continuidad y cambios

1. Tres compromisos del Barón

Las decepciones sufridas en el primer año no afectaron el interés del Barón en el proyecto argentino ni lo disuadieron de continuarlo. A su juicio, lo ocurrido había sido consecuencia de la elección de la persona inadecuada, error que se volvía trágico en vistas de la grave situación de los judíos en Rusia. Estaba persuadido de que Loewenthal era el único responsable de la frustración de sus expectativas, y por lo tanto no había razones para pensar en un fracaso del proyecto en sí. Aun cuando debió postergar la realización de la reunión cumbre de los dirigentes judíos, continuó trabajando en sus planes en tres frentes, a la vez distintos y traslapados entre sí, que revestían gran importancia tanto para su prestigio como para el futuro de su patrimonio: el estatus legal y la reestructuración administrativa del proyecto en Argentina; la organización y formalización de las actividades en Rusia; la conducción de la Jewish Colonization Association y sus actuaciones en ambos países.

Ante todo, el Barón se propuso consolidar los marcos legales necesarios para la implementación de su programa en Argentina. El trámite destinado a obtener la personería jurídica y el reconocimiento oficial de la JCA había comenzado en tiempos de Loewenthal y culminó el 17 de enero de 1892, al publicarse el correspondiente decreto firmado por el Presidente de la República. En sus considerandos, el decreto mencionaba que los objetivos de la empresa colonizadora servían a las necesidades del país. A partir de ese momento, la Jewish Colonization Association reemplazó a la Empresa Colonizadora Barón Hirsch, que hasta ese momento representaba al Barón en Argentina.[1]

Su segundo frente se hallaba en Rusia, donde su delegado, Arnold White, no cejaba en sus esfuerzos por obtener un permiso oficial para sus actividades. El 20 de mayo de 1892 (8 de mayo según el calendario juliano), el Zar aprobó la resolución del Consejo de Ministros según la cual no hallaba inconveniente en autorizar la actividad de la JCA relacionada con la emigración de judíos del Imperio Ruso. La decisión del gobierno le permitió al Barón establecer los marcos necesarios para sus actividades. Ahora la JCA podía designar un comité central en San Petersburgo y comités locales en otras ciudades con el fin de organizar la emigración. Los miembros del Comité Central serían designados por el Barón con la aprobación del ministro del Interior, quien se reservaba el derecho de supervisar sus actividades y obtener un informe anual de las mismas. A su vez, los gobernadores de las provincias supervisarían a los comités locales, que informarían de sus decisiones al Ministerio del Interior, el cual podría revocarlas si lo juzgaba necesario. A fin de colaborar con la JCA, el gobierno ruso eximía a los emigrantes judíos del impuesto al pasaporte y también del servicio militar obligatorio (sin que los exentos tuvieran que hallar un reemplazante judío, como lo fijaba la ley). Por el mismo acuerdo, el Barón se comprometía a depositar en el Banco Estatal de Rusia la suma de 100.000 rublos, como garantía de que los judíos que salieran de Rusia en el marco de su proyecto no retornarían al país. De esa suma se deducirían los gastos provocados por quienes decidieran regresar, y el Barón se comprometía a renovar el depósito cada vez que el mismo bajara a 25.000 rublos.

Dadas las limitaciones legales vigentes en el Imperio para las organizaciones no religiosas de judíos, esta nueva situación resultaba excepcional. El Consejo de Ministros tomó en cuenta, además del carácter filantrópico de la JCA y de sus recursos financieros, las actividades realizadas hasta ese momento y sus proyectos futuros. En ese sentido, se destacó el hecho de que el Barón ya había establecido a judíos rusos en 25.000 hectáreas en la provincia de Buenos Aires, y había adquirido —según informara su representante Arnold White— otras 360.000 hectáreas en Formosa y 3.250.000 hectáreas en Chaco y Misiones. El Consejo de Ministros también declaró, basándose siempre en la información suministrada por White, que la JCA se proponía sacar de Rusia en el término de 25 años a no menos de 3.250.000 judíos, operativo que comenzaría en ese año de 1892 con la emigración de 25.000 personas.

Como ya se dijo en el capítulo anterior, cuando el gobierno ruso publicó su resolución, ya habían sido anulados los proyectos de compra de las “tierras del futuro” en el norte argentino. Además, a principios de 1892, el Barón tenía claro que no podría organizar una emigración de Rusia del alcance mencionado. No obstante, no se retiró de las negociaciones con el gobierno zarista, aun cuando con ello estaba arriesgando su prestigio. Tampoco lo disuadió la posibilidad de que la autorización fuera revocada por el Ministerio del Interior si al cabo de dos años la JCA no hubiese cumplido sus compromisos. A fines de diciembre de 1892, el Barón depositó los 100.000 rublos en el Banco Estatal de Rusia, pese a que en todo ese año ningún nuevo emigrante había sido incorporado al proyecto.[2]

Cuando se desataron los disturbios antijudíos en Rusia a comienzos de la década de 1880, los principales dirigentes de la colectividad, en reuniones mantenidas en San Petersburgo en septiembre de 1881 y abril de 1882, se pronunciaron en contra de la emigración como solución al problema. Diez años después, el Barón se dirigió al grupo más fuerte de opositores para elegir de entre sus miembros a los candidatos para el Comité Central de su proyecto. El agravamiento de la situación y de las persecuciones legales en Rusia, junto con el éxito del Barón en obtener un acuerdo con el gobierno, atenuaron las reservas de muchos. Ante ellos se planteaba una alternativa incómoda: colaborar con un proyecto en el que no creían o luchar contra él y perjudicar la existencia de una institución excepcional en la que muchos judíos depositaban sus esperanzas. El primero que se decidió a colaborar con el proyecto fue el barón Horace Günzburg, que se había opuesto a la organización y el estímulo de la emigración en los años ochenta, y ahora aceptó la presidencia del Comité de San Petersburgo. Ello le facilitó a David Feinberg —designado por el Barón como secretario general del Comité— el contacto con otras personalidades que estarían dispuestas a participar en el proyecto, en tanto apertura de una oportunidad para una actividad judía en un marco nuevo.[3]

Pero todo ello no significaba que el entusiasmo del Barón por la idea de la gran emigración se contagiaba necesariamente a sus nuevos colaboradores. El mismo David Feinberg, su mano derecha en San Petersburgo, no aceptaba la idea de que la salida masiva de judíos fuera posible o aun deseable, e inclusive publicó un artículo en el que declaraba que el objetivo del proyecto no consistía en la emigración de judíos, que contradecía el vínculo patriótico de estos con Rusia, sino en la demostración de su capacidad para el trabajo agrícola.

Los contactos del Barón con los dirigentes judíos rusos continuaron durante varios meses también después de la autorización oficial. El Comité Central fue establecido en San Petersburgo en enero de 1893. Este marco de cooperación, de enorme importancia para el proyecto del Barón, se convertiría con el tiempo en una de las instituciones fundamentales en la vida del judaísmo ruso.

El tercer y más decisivo compromiso del Barón fue el que estableció con la misma JCA el 26 de agosto de 1892, cuando depositó en manos de esta la mayor parte de su fortuna a fin de que la institución la utilizara, tras su muerte, en el beneficio de los judíos rusos en general, y en especial para que estimulase su emigración hacia diversas zonas del continente americano y otros países fuera de Europa; reasentamiento que se realizaría, preferentemente, como colonización agrícola. El capital transferido a la JCA incluía: bonos de diversas clases, por un valor de 5.340.000 libras esterlinas, 10.000.000 de marcos y 37.000.000 de francos; acciones de bancos estatales en Bélgica (200), en Austria-Hungría (200) y en Alemania (400); 3.000 acciones de la Empresa Ferroviaria Holandesa, y 750 de la Empresa Minera Austríaca. El acuerdo estipulaba que el Barón podía seguir administrando ese capital mediante órdenes de compra, venta e inversiones, y la JCA se comprometía a respetar su voluntad y seguir sus instrucciones. También se reservó el derecho vitalicio de disfrutar de las rentas derivadas de los bonos, que de hecho constituían amortizaciones del fondo original. La JCA se comprometía a administrar los fondos y a invertir las ganancias en la realización de los objetivos fijados por el Barón, que eran de hecho idénticos a los de la empresa según los había definido su acta de fundación el año anterior. De ese modo, ligaba el Barón la mayor parte de su fortuna a los proyectos de la JCA, nexo que no podría anularse fácilmente.

Si bien el acuerdo no cambió de inmediato el estado financiero de la JCA, puso de manifiesto la completa fe de su presidente y conductor en el éxito de sus objetivos. Pese a las dificultades surgidas en ese año, el Barón no dejó de creer en la empresa. Cuando dos años después, en octubre de 1894, consideró, junto con sus asesores, la posibilidad de registrar a la JCA en otro país, a fin de evadir las numerosas restricciones en las nuevas leyes de herencia promulgadas en Inglaterra, no planteó siquiera la posibilidad de modificar los objetivos del fondo.[4]

En conjunto, los tres acuerdos realizados en 1892 vinculaban el prestigio y la fortuna del Barón con la empresa de colonización judía en Argentina.

La opinión pública judía mundial aguardaba con impaciencia las actuaciones de la JCA en Argentina; la prensa judía, y con ella parte de la prensa general, seguían de cerca el desarrollo de los acontecimientos. Los cambios personales en la conducción, los informes y evaluaciones de activistas y visitantes, así como las cartas personales de los colonos, eran ampliamente publicados y comentados en periódicos judíos de Rusia y Europa occidental. En la Zona de Residencia surgió una profusión de folletos en ídish, destinados a las masas que no leían hebreo ni ruso, en los que se proporcionaba información sobre la Argentina y se daba cuenta de lo que ocurría en sus colonias judías.

El panorama que describían las cartas de los colonos publicadas en la prensa judía rusa, y también el sugerido en los folletos, era a menudo muy grave y hasta inquietante. Las difíciles condiciones en que se hallaron los primeros colonos, junto con la imposibilidad de los editores de verificar la información, aumentaron la confusión y produjeron un aluvión de noticias que se contradecían entre sí. En la prensa judía en Rusia abundaban las denostaciones, frente a unos pocos informes positivos, y tanto las unas como los otros alegaban basarse en testigos presenciales de los hechos, pero es posible percibir que a menudo las diferentes posiciones de los testigos coincidían con las que los distintos diarios habían ya asumido ante el tema de la colonización en Argentina. En cuanto a Europa occidental, el público recibía una información continua basada en fuentes no judías, en parte argentinas, y también allí los testimonios provenían de diversos actores cuyas posiciones diferían entre sí. Debido a las dificultades que enfrentaba el proyecto, a menudo también se difundían rumores en el sentido de que el Barón estaba por retirarse del mismo. En este contexto, se destaca la inalterada adhesión del Barón a sus objetivos: su involucramiento en la conducción de la JCA se incrementó, y sus cartas a funcionarios evidencian de modo inequívoco que continuaba viendo en ella el instrumento que modificaría la vida de cientos de miles de judíos, “masas oprimidas” a las que el proyecto ayudaría en gran medida.[5]

Esa gigantesca tarea dependía, a juicio del Barón, de un progreso significativo en varias áreas principales. La primera y principal era el establecimiento en Buenos Aires de un cuerpo administrativo eficiente, imbuido de su visión y consagrado a implementar los fundamentos del proyecto bajo su conducción personal. Pero la realización de esta fundamental condición tardó mucho en concretarse.

2. La directiva en Buenos Aires

La reorganización de la oficina de la JCA en Buenos Aires incluyó una nueva estructura en su cúpula directiva, diferente de la que había existido en tiempos de Loewenthal. Según la misma, a su frente se hallarían dos apoderados del Barón, definidos como “Representante” y “Gerente”. El primero estaría autorizado a representar a la empresa ante las autoridades, negociar con ellas respecto de la compra de terrenos estatales, dirigir al personal y supervisar lo que ocurría en las colonias. El gerente estaría autorizado a ocuparse de la compra de tierras privadas, adquirir los equipos y suministros necesarios y participar en la supervisión de las colonias. Todas las operaciones implementadas por el representante deberían contar con el consentimiento y la firma del gerente y con la autorización del Barón; toda adquisición de tierras realizada por el gerente y toda compra particularmente grande de suministros estaría sujeta al consentimiento y la firma del representante, así como a la autorización de París. La separación de las áreas de responsabilidad, junto con la necesidad del trabajo conjunto de ambos funcionarios y de ellos con el Barón, fueron los principios sobre los que este deseaba consolidar el funcionamiento de la oficina de Buenos Aires. Los mismos se basaban en el supuesto de que los directores trabajarían en forma armónica, honesta y consagrada a los objetivos del proyecto, supuesto que pronto se revelaría como no realista.

2.1. Los días de Adolfo Roth

Adolfo Roth —quien se describía a sí mismo como persona de conciencia recta y empeñosa— era a ojos del Barón un hábil hombre de negocios que además conocía la Argentina, razón por la cual lo nombró gerente de la oficina de Buenos Aires. Hasta que se designara un representante, colocó a su lado en forma provisoria a Cullen, quien había de dirigir una colonia modelo en el Chaco. Pero los conflictos y disputas que surgieron entre Roth y Cullen cuando ambos regresaron a Argentina, así como la revelación de las mistificaciones incluidas en los informes de este último sobre el Chaco, hicieron que ya el 7 de febrero de 1892 el Barón decidiera destituirlo. Cullen recibió la notificación de despido, junto con una invitación a viajar a París, mientras estaba reponiéndose de un accidente sufrido en Entre Ríos, y por esa razón continuó residiendo en su cuarto, en el mismo edificio donde se hallaba la oficina de la JCA, desde donde informaba sobre las negligencias de su excolega.[6]

Roth se convirtió de hecho en el único directivo de la empresa y el único autorizado a firmar en su nombre, durante los 90 días que transcurrieron desde su llegada a Buenos Aires el 6 de enero de 1892 como gerente de la JCA, hasta la llegada del nuevo representante, el coronel Albert Goldsmid. Según constaba en la autorización que obraba en su poder, Roth debía, entre otras cosas, adquirir unas 40 leguas en la provincia de Entre Ríos, construir allí una colonia y administrarla. Efectivamente, apenas arribado a Buenos Aires, Roth se ocupó de la compra, y en poco tiempo puso en poder de la JCA 38 leguas en tres terrenos diferentes, junto con sus edificios y un abundante equipo; pero, en cambio, no se apresuró a reorganizar la colonia existente.

Al poco tiempo, el Barón comenzó a recibir rumores sobre la personalidad de Roth y sobre sus manejos. Un familiar que se hallaba en contacto directo con financistas argentinos le contó que en Buenos Aires se rumoreaba que Roth se había asociado con el vendedor de las tierras, Dr. Bunge, quien era también el abogado de la JCA, para aumentar el precio de las mismas en 5.000 pesos la legua y compartir con él esa diferencia. El Barón se negó al principio a dar crédito a esos rumores. Pero su funcionario Alexander Charlamb, enviado a investigar los negocios de la JCA en Buenos Aires, tras estudiar los documentos de la empresa y conversar largamente con el mismo Roth y otras personas, descubrió que por lo menos diecisiete negocios cerrados por Roth resultaban sospechosos. Entre ellos destacaba la gran compra de tierras de la empresa Agricultura, tratativas que habían finalizado aun antes de que Roth viajase a Europa para encontrarse con el Barón, y que habían sido el principal objetivo de su viaje.

El Barón comenzó a desconfiar de Roth ya con las primeras informaciones sobre sus irregularidades, y no lo convencieron las garantías ofrecidas por el hermano de este, Louis Roth, quien como ya dijimos era uno de sus allegados. El 8 de abril de 1892, aún sin disponer de todas las confirmaciones, el Barón preparó un telegrama para Goldsmid, recién llegado a Buenos Aires, en que le advertía que los hechos probaban que Roth era peor que Loewenthal y que había que tener muchísimo cuidado con él; agregaba que estaba dispuesto a ampliar las prerrogativas de Goldsmid cuando este lo solicitara. Pero temiendo que el cable llegara a manos de Roth antes que a las del coronel, prefirió esperar una semana y envió otro, más moderado, en que aconsejaba a Goldsmid aguardar unos días y “afirmarse en la montura” antes de decidir el futuro de Roth.[7] A fines de mayo, Roth fue destituido y el coronel Albert Goldsmid pasó a ser director general de la JCA.

El Barón ordenó a la oficina de Buenos Aires la preparación de pruebas judiciales contra Roth. Este no fue menos firme y exigió de la JCA 1.500 libras esterlinas en concepto de sueldo e indemnización, más 10.000 pesos como devolución de gastos. Roth debió quedarse en Buenos Aires por orden del Barón durante varios meses, hasta la conclusión de los trámites por los terrenos que había comprado, y partió hacia Europa el 3 de septiembre con la intención de reclamar los pagos solicitados. En ese momento se descubrió que, pese a su gravedad, los informes de Charlamb no bastaban para abrir juicio contra Roth. Debido a ello, y tras dirigirse personalmente a todos los miembros influyentes de la comisión directiva de la Alliance Israélite Universelle, Roth consiguió convencer al asesor jurídico de la JCA de que era necesario atender sus reclamos. Por orden del Barón, Roth recibió una indemnización de 25.000 francos (1.000 libras esterlinas), y a cambio de ello desistió de las restantes demandas. Ese arreglo, en el que Roth no era acusado explícitamente de nada, no lo alejó de la actividad de la JCA. Con la ayuda de sus conocidos y amigos, tras su retorno a Argentina continuó intrigando contra la empresa —de lo que el coronel Goldsmid se quejó con frecuencia—, pero los rumores acerca de las razones de su despido afectaron su reputación en los círculos comerciales argentinos. Siete años después, renovó su demanda contra la JCA por la indemnización que según él continuaban adeudándole. Nueve años más tarde —y, según una versión, tras haberse convertido al cristianismo—, Roth se suicidó el Día del Perdón (Yom Kipur) de 1909.[8]

2.2. Los doce meses del coronel Goldsmid

El nombramiento del teniente coronel Albert Edward Williamson Goldsmid como representante del barón Hirsch en Argentina fue, aparentemente, resultado de la amistad entre este y el Príncipe de Gales Eduardo, heredero de la corona británica. Nacido en la India en 1846, Goldsmid era hijo de un importante funcionario de la administración inglesa en el subcontinente. Hasta que conoció al Barón, a los 45 años, había pasado la mayor parte de su vida en el ejército de Su Majestad y alcanzado el máximo grado militar obtenido por un judío declarado. Por su rango y el estatus de su familia, pertenecía a la élite militar de Inglaterra y compartía su estilo de vida. Por otra parte, descendiente de conversos, Goldsmid había retornado al judaísmo a los 24 años y asumido al respecto una postura nacional antes que religiosa. Ya a principios de la década de 1880, se hizo conocer como miembro entusiasta de los Amantes de Sion, precursores del Movimiento Sionista.

Tanto su experiencia militar como su devoción por las causas judías fue lo que llevó al Barón a ofrecerle el cargo de representante en la Argentina. Al principio el coronel vaciló; el Barón lo presionó prometiéndole libertad de acción y ello, sumado a la posibilidad de actuar a favor de “miles de nuestros hermanos de fe”, lo convencieron de aceptar el cargo, para lo cual solicitó una licencia de un año en el ejército británico.

El acuerdo entre ambos se cerró el 22 de diciembre de 1891,[9] y a mediados de abril de 1892 el coronel Goldsmid llegó a la oficina en Buenos Aires, tras verse obligado a aguardar en el barco, durante dos semanas, el fin de la cuarentena debida a la epidemia de cólera que azotaba a Europa en ese momento.

Su elevado estatus social en Inglaterra le facilitó una rápida aproximación a los más altos rangos gubernamentales de Argentina. El presidente electo Luis Sáenz Peña y su familia lo favorecieron con su amistad. El presidente anterior, Carlos Pellegrini, lo invitó al desfile militar del 9 de Julio y más tarde a su palco en la ópera. El exclusivo Círculo de Armas lo recibió como miembro de honor y Goldsmid manifestó allí, en nombre del Barón, su voluntad de participar en actividades filantrópicas. Como cabía a un miembro de la clase alta, el coronel organizaba de tanto en tanto recepciones para sus amistades, y también pudo continuar con su interés en las carreras hípicas, no menos difundidas en Argentina de lo que lo eran en Inglaterra.

Goldsmid armó su equipo de colaboradores con conocidos viejos y nuevos. En manos del inglés B. Borgen depositó todas las áreas de ejecución: ingeniería, construcción y aprovisionamiento. En las de Munroe, hijo de un militar que fungía de cónsul británico en Montevideo, puso el funcionamiento de las oficinas, incluidos los asesores y supervisores. Estos y otros nombramientos, entre ellos el de su secretario privado, tenían en común que se trataba de personas no judías. Lo mismo ocurrió con los empleados de rango menor, debido a lo cual se hizo necesario emplear traductores para los contactos con la población de las colonias.

Las comunicaciones a los colonos se organizaron mediante “ordenanzas generales” enviadas a los funcionarios de la administración local, que habían de transmitir su contenido a los colonos, o mediante “panfletos” en ídish directamente dirigidos a estos. Los primeros estaban redactados en estilo cuasimilitar, y en los panfletos predominaba un emotivo tono judío.[10] Pese al enfoque autoritario, era evidente que quien conducía todas las actividades era una persona de sentimientos sinceros, preocupado por el destino de los colonos. También su actitud para con sus asistentes era de respeto y evidente nobleza.

El Barón alentaba grandes esperanzas respecto de Goldsmid. Las prolongadas conversaciones entre ambos lo persuadieron de que el coronel había comprendido sus objetivos y lo esencial de sus ideas respecto del proyecto y su ejecución. La total independencia en sus actuaciones y la amplia responsabilidad personal que le otorgó muestran su convicción de que por fin tendría en Argentina a un general en jefe talentoso que ejecutaría sus planes con lealtad y autonomía. Por su parte, el coronel Goldsmid ciertamente concordaba con las principales ideas del Barón, pero al parecer se proponía mantener su derecho a disentir con él cuando las circunstancias lo justificaran.

El primer punto en que difirieron las posturas de ambos fue el firme empeño de Goldsmid en cuanto a su derecho de nombrar por sí mismo a sus funcionarios, inclusive cuando el Barón manifestaba su oposición. Goldsmid consideraba que la empresa argentina debía ser conducida desde Buenos Aires y no desde París, donde era imposible manejar eficientemente los problemas suscitados por la realidad local. El coronel manifestó su posición ante el Barón, al principio con delicadeza y pronto con un tono enojado, y en determinado momento, cuando consideró que el Barón estaba por adoptar decisiones equivocadas, llegó a proponerle que viniera personalmente a Buenos Aires para medirse con los problemas en el lugar.

Estas disidencias en cuanto a los límites de la “mano libre” prometida al coronel no tardaron en agravarse. El Barón insistía en que la dirección en París tenía derecho a exigir que en Argentina se siguieran los lineamientos especificados de antemano en sus conversaciones, y no veía que ello contradijera la autonomía prometida a Goldsmid. A comienzos de agosto de 1892, cuando el Barón creyó percibir que las actividades se desviaban notoriamente del camino que le parecía deseable, protestó amargamente a oídos de su representante. A sus ojos, le escribió, su situación se parecía a la de una persona que había encargado a un arquitecto la construcción de una vivienda rural; pero por un error de interpretación, el arquitecto había construido una casa en la ciudad, y le pedía a su cliente que modificara su estilo de vida estableciéndose en ella. Con todo, el Barón seguía manteniendo un tono educado en sus negociaciones con el coronel. Por ejemplo, cuando en cierta ocasión lo acusó de mostrar cobardía en su trato con los colonos, se apresuró a manifestar su esperanza de que Goldsmid no viera en su observación sino una muestra de su preocupación por el objetivo común.[11]

Este cuidado por respetar al coronel se destaca particularmente frente a la dureza con que había tratado a sus representantes anteriores. Pero ello no le impidió al Barón actuar en forma directa en el momento en que le pareció que no era posible concertar las opiniones de ambos. Con ese fin, decidió superar su total dependencia de las estimaciones y consideraciones de Goldsmid, y para ello envió a la Argentina una delegación especial que le informaría sobre la marcha de los asuntos.

2.3. La delegación

El 2 de septiembre de 1892, Goldsmid aceptó recibir una delegación enviada por el comité central de la JCA para examinar el estado del proyecto, con dos condiciones: que sus miembros no tuvieran poder de decisión y que, si alguno de ellos se comportara al estilo de Adolfo Roth, tendría derecho a despedirlo. El Barón le prometió que la delegación no haría nada sin su autorización, pero pronto fue evidente que a sus ojos el propósito de la misma no se limitaba a transmitir información y colaborar en las tareas del coronel.

¿Cómo pensaba el Barón cumplir su explícita promesa de respetar las prerrogativas de Goldsmid, cuando la delegación poseía esas mismas prerrogativas? La respuesta está en su carta a los delegados del 19 de diciembre, tras su enfrentamiento con el coronel, cuando estos ya se encontraban en Argentina. El Barón describía en la misma sus funciones: primero debían viajar a las colonias, interiorizarse de su situación, verificar las medidas implementadas y sus consecuencias buenas o malas, y enviarle un informe secreto al respecto. Luego, habrían de encontrarse con Goldsmid, demostrarle que la información recogida por ellos era correcta, y convencerlo de poner en práctica sus recomendaciones. Sus propuestas solo serían aplicadas una vez que obtuvieran la autorización de Goldsmid y los poderes necesarios. En el caso de que el coronel Goldsmid no aceptase los cambios sugeridos ni las recomendaciones, deberían telegrafiar al Barón y solicitar su posible intervención.[12] En otras palabras, la autonomía de la delegación residía en sus vínculos personales y secretos con el Barón, mientras que su relación con Goldsmid consistía en que debían persuadirlo de que la información recogida en las colonias era confiable y de la conveniencia de actuar según sus indicaciones. Este arreglo devolvía al Barón el poder de decisión final, el mismo que, según Goldsmid, no le correspondía por el hecho de no hallarse físicamente en la Argentina y no conocer de primera mano lo que ocurría en las colonias.

Para que este delicado equilibrio de atribuciones y relaciones funcionara, era imprescindible que los miembros de la delegación poseyeran ciertas capacidades personales. El Barón había comenzado a seleccionarlos ya a mediados de agosto y, tras numerosas consideraciones, su elección recayó en el ingeniero Maxim Kogan como jefe del grupo, en Abraham Birkenheim y en Emil Korkus. Kogan le había sido recomendado por David Feinberg, su representante en Rusia, como ingeniero versado en agricultura, experto en el manejo de bienes inmuebles y, por encima de todo, persona consagrada con toda su alma a las causas judías. Otra recomendación no menos entusiasta le llegó al Barón desde una persona muy cercana a él, su amigo Sir Ernest Cassell, conocido hombre de finanzas londinense y accionista de la JCA, quien inclusive mantuvo con Kogan largas conversaciones acerca de las funciones que le esperaban en Argentina. Kogan viajó a Londres y luego a París, donde se encontró con el Dr. Sonnenfeld y con el Barón. Este quedó bien impresionado por él, lo nombró jefe de la delegación, le otorgó un poder para distribuir las tareas dentro de la misma y puso en sus manos instrucciones escritas, al tiempo que se reservaba el derecho de modificarlas cuando fuera necesario.[13]

Emil Korkus se había incorporado un año antes a la oficina en París y gozaba de la confianza del Barón. Abraham Birkenheim, doctor en química por la Universidad de Moscú, fue recomendado por Kogan como hombre recto, modesto y serio, con experiencia en asuntos judíos. Este nombramiento fue por cierto apresurado, antes de que el Barón lo conociera personalmente.

A mediados de octubre de 1892, el Barón despidió a la delegación, en la seguridad de que en solo pocos días el coronel se convencería de la gran utilidad que, bajo sus órdenes, acarrearía a la empresa, y comprendería que mediante su intervención sería posible organizar las colonias de una manera que liberaría a la empresa de todas sus preocupaciones.

Kogan y sus compañeros llegaron a la Argentina el 13 de noviembre de 1892. Cuatro días después ya habían alcanzado a manifestarse en términos muy severos acerca de lo que ocurría en las oficinas de la empresa, y también acerca de la personalidad y el carácter del coronel Goldsmid, sus capacidades y su prestigio en Argentina. Kogan no se proponía influir en la marcha del proyecto mediante consejos a Goldsmid, sino utilizar las prerrogativas concedidas por el Barón, que colocaban a la delegación en pie de igualdad con el coronel y aun en una posición más fuerte, dado que eran tres frente a uno.

Goldsmid se manejó con prudencia respecto de los delegados. Sus amigos ingleses le habían hablado muy bien de Kogan, y estaba real y sinceramente dispuesto a beneficiarse de la cooperación de los tres cuando llegara el momento. Pero mientras tanto los veía un tanto “verdes”, carentes de conocimientos y experiencias locales, necesitados de aprender cuáles eran los problemas concretos, y estaba dispuesto a escuchar sus propuestas siempre que la autoridad permaneciera en sus manos. Era por lo tanto inevitable que sus relaciones desembocaran en un enfrentamiento.[14]

El pretexto fue la decisión del coronel, ya aprobada por el Barón, de reducir drásticamente o incluso liquidar la colonia de Moisés Ville. Cuando los delegados arribaron a Buenos Aires, Goldsmid había llegado a la conclusión de que la escasa producción prevista en esa colonia no justificaba los gastos necesarios para la cosecha. Los miembros de la delegación apelaron dicha decisión aún antes de conocer Moisés Ville, hacia la que se trasladaron, con el consentimiento de Goldsmid, el 19 de noviembre. Cuatro días después, el 23 de noviembre, Kogan le escribió al coronel que todo lo que había visto y oído en ella, de fuentes muy fidedignas, sobre la eficiencia de la administración y el buen funcionamiento de la colonia desde sus primeros días, superaba todo lo que había imaginado antes de conocerla. Los judíos rusos trabajaban duramente y el menos dotado de ellos, en su opinión, valía más que todos los administradores juntos.[15]

Goldsmid se indignó y les ordenó regresar inmediatamente a Buenos Aires. Cuando se negaron, les informó que hasta recibir órdenes explícitas de París tenían prohibida la entrada a las colonias, y que todo perjuicio que resultara de sus actuaciones sería de su entera responsabilidad. También expuso su enojo ante el Barón, y le informó de que en las circunstancias generadas por la delegación no podría continuar desempeñando sus funciones. Dado que, de todos modos, su contrato vencía el 9 de marzo de 1893, solicitaba del Barón instrucciones telegráficas sobre los arreglos necesarios para su reemplazo.

Esas noticias sorprendieron al Barón. Al principio creyó que se trataba de un exceso de sensibilidad de Goldsmid y trató de aplacarlo recordándole que los delegados pertenecían a un estrato social inferior al suyo. Al mismo tiempo, presionó a ambas partes para que alcanzaran una solución: al coronel le propuso dejar a Moisés Ville bajo la responsabilidad exclusiva de Kogan y sus compañeros, y a estos últimos les ordenó que no hicieran nada en contra de la voluntad de Goldsmid, regresaran a Buenos Aires y conversasen con él para obtener un poder amplio en lo que tuviera que ver con Moisés Ville.

Sus instrucciones dieron resultado y el 17 de diciembre, tras dos semanas de negativas, los miembros de la delegación aceptaron volver a Buenos Aires. Kogan y el coronel mantuvieron largas conversaciones, a cuyo término este último informó al Barón que Kogan respetaba sus órdenes, y por consiguiente él colocaba en manos de la delegación la organización de Moisés Ville con atribuciones especiales, según el pedido del Barón.[16]

Y entonces, precisamente cuando en Buenos Aires parecían resolverse las tensiones, comenzó el Barón a albergar dudas respecto de sus delegados. El 31 de diciembre de 1892 manifestó su decepción ante su desempeño, y le pidió a su amigo Ernest Kassel que reprendiera a Kogan sobre su forma de actuar en Argentina. El jefe de la delegación recibió fuertes críticas, tanto del Barón como de Kassel, y sobre todo de este último.[17]

Mientras tanto, llegaron al Barón las cartas que Goldsmid había escrito en el clímax del conflicto, donde indicaba que estaba dispuesto a dejar sus funciones. Ello colocaba al Barón ante la alternativa de permitir que el coronel se marchara de Buenos Aires en un momento muy inadecuado, u ordenar el regreso de la delegación a Europa. La primera opción —un nuevo cambio de director en poco tiempo— habría sido muy perjudicial para el buen nombre de la empresa. Para evitarlo le prometió al coronel, en carta del 13 de enero de 1893, que estaba autorizado a decidir sobre el futuro de los delegados cuando estos terminaran su trabajo en Moisés Ville. Pero temiendo que ello no bastara para frenar su renuncia, dos días después envió a la delegación un poder que la habilitaba para dirigir temporariamente los asuntos de la JCA en la República Argentina durante la ausencia del coronel Goldsmid y, si esas fueran las circunstancias, también hasta la llegada de un nuevo director en su reemplazo. De este modo, justamente cuando aumentaban sus dudas sobre la capacidad y lealtad de la delegación, el Barón se vio forzado a otorgarle plenas atribuciones.

Mientras tanto, los delegados se ocupaban activamente de la reorganización de Moisés Ville. En sus relaciones con Goldsmid, y a pesar de que no lo valoraban positivamente, se manejaban con respeto a su autoridad, y también el coronel era correcto en su trato con ellos, aunque no se consideraba responsable de lo que hacían y no aceptaba que, a sus espaldas, informaran al Barón sobre sus actuaciones y negligencias. Pero, al mismo tiempo, no escatimaba el reconocimiento a sus logros; cuando visitó Moisés Ville y conoció de cerca los resultados de su trabajo, elogió su talento, su adaptación a las circunstancias y su capacidad de resolver problemas.[18]

Sin embargo, fue justamente cuando Goldsmid expresó su satisfacción por el trabajo de la delegación que esta llegó al fin de su existencia. El 26 de febrero de 1893, tras un intercambio secreto de cartas con Emil Korkus, Goldsmid informó al Barón que, para su confusión y sorpresa, existían disensiones entre los delegados mismos y el grupo se hallaba en proceso de disolución. El Barón no se extrañó. Tanto él como el Dr. Sonnenfeld habían mantenido todo el tiempo correspondencia con Korkus, quien les informaba sobre las actuaciones de Kogan. Por él supieron que, apenas llegados a Argentina, la intransigencia de este hacia el coronel y hacia sus codelegados los habían colocado, a él y el Dr. Birkenheim, ante la alternativa de renunciar, o callar y ser pasivamente responsables de lo que ocurríiera. Por el bien del proyecto y para evitar un escándalo, ambos eligieron la segunda vía. Según Korkus, Kogan decidía todo por sí mismo, y si toda la autoridad fuera a parar a sus manos, a él, personalmente, le habría sido imposible continuar en el grupo.

Es así como, cuatro meses después del arribo de la delegación a Buenos Aires, el Barón se hallaba ante el mismo problema del comienzo, a saber: organizar en Argentina una administración que fuese capaz de poner en práctica la colonización judía según sus principios. Disuelta la delegación, se hacía urgente hallar un reemplazante, aunque fuera provisional, del coronel Goldsmid, quien, si bien había desistido de renunciar y hasta obtenido una prolongación de su licencia en el ejército, insistía en que le era necesaria una conversación personal con el Barón antes de tomar una decisión definitiva.

En el intercambio de correspondencia, el Barón sugirió que Korkus y otros dos funcionarios se hicieran cargo de la conducción temporaria de la oficina de Buenos Aires. Al coronel no le gustó el nombramiento de Korkus; en un telegrama al Barón sostuvo que Kogan poseía el doble de inteligencia y aplicación que Korkus, y proponía designar a su antiguo contrincante como director de la oficina, en una especie de “comité provisorio” con dos de sus principales asistentes.[19]

El apoyo del coronel y la negativa de Korkus a trabajar junto con Kogan otorgaron a este último el primer rango dentro de la oficina de Buenos Aires, y el Barón estipuló que todas las comunicaciones emitidas por la JCA requerirían en adelante su firma.

El 11 de mayo, Goldsmid y su familia partieron hacia Europa. Tras un año de desempeño, marchaba hacia un encuentro con el Barón, decisivo en cuanto a su continuación dentro del proyecto de colonización en Argentina. El coronel deseaba esa continuación, y así lo evidencian los arreglos que hizo en Buenos Aires antes de viajar. Pero al mismo tiempo no estaba dispuesto a ello si el Barón no aceptaba sus principios. También el Barón, en sus cartas a Goldsmid, se refería a ese viaje como a unas vacaciones, suponiendo que terminarían entendiéndose en la mayor parte de las cuestiones. Sin embargo, el examen de la correspondencia entre ambos muestra que las posibilidades de superar sus diferencias eran muy escasas. El encuentro en junio de 1893 devino en un enfrentamiento entre caballeros y una despedida honorable. Goldsmid retornó a su carrera militar y a su activismo en el movimiento Amantes de Sion. Los colonos recordarían su sorpresa ante ese “viaje secreto, sin despedirse […] sin que nadie le augurase buen viaje”.[20]

2.4. Los seis meses de Maxim Kogan

Al día siguiente de la partida de Goldsmid, Kogan solicitó del Barón que definiera claramente cuáles eran sus atribuciones. El 13 de mayo este escribió al comité provisorio de Buenos Aires que, contra las instrucciones del coronel, Kogan debía firmar todos los cheques y cartas; ningún empleado sería contratado o despedido sin su autorización explícita, y lo mismo regía en cuanto a adquisiciones y trabajos de construcción.[21] Un mes después, los otros dos miembros del comité provisorio, viendo reducidas sus funciones, presentaron sus renuncias al Barón.

La “dirección temporaria” de la JCA en Argentina a cargo del ingeniero Maxim Kogan comenzó el 13 de mayo de 1893 y finalizó en octubre del mismo año, al mes y medio del arribo a Buenos Aires de dos nuevos directivos. Fue la única oportunidad en que al frente de la empresa se halló un judío ruso, cuya visión de mundo era la de los judíos ilustrados e integrados en la cultura rusa de ese momento.

A sus 50 años, Kogan veía su función en Argentina como una misión destinada a ayudar a los judíos de Rusia, y consideraba que el fracaso de la administración de Goldsmid era el fracaso de ingleses que pretendieron ocuparse de problemas que no comprendían. Se sentía como el responsable en Argentina no solo ante la JCA y su presidente, sino ante todo el judaísmo ruso, y en el ejercicio de su cargo se evidenció a menudo un pathos idealista. Pese a que hizo las cosas lo mejor que pudo, no creía realmente que el proyecto de colonización fuera a resolver el problema de las masas judeo-rusas, ni que la emigración y la colonización fuesen soluciones factibles. En la empresa argentina veía ante todo un marco en el cual los judíos rusos podrían demostrar a ojos del mundo su capacidad de convertirse en un factor productivo, al tiempo que se despojaban de su fanatismo religioso. Más allá de estas nociones (comunes a todos los judíos ilustrados), caracterizaban a Kogan su carácter enérgico y altanero y su gran confianza en sí mismo, que provenía de su experiencia en la conducción de negocios independientes. Todas esas características influyeron en sus relaciones con sus empleados y con sus superiores.

Al contrario de lo que había ocurrido con los nombramientos anteriores, generalmente acompañados por el optimismo del Barón, el de Kogan adoleció de temores y reparos explícitos desde el primer momento. El Barón no dudaba de que Kogan fuese un hombre honesto con real interés en el proyecto, pero tenía claras las diferencias entre sus propias ideas y las opiniones de su funcionario. En gran medida, veía en ese nombramiento el menor de los males, y confiaba en que Kogan se adaptaría a las instrucciones explicitadas en una carta enviada en marzo de 1893, que preveían un plazo determinado para su implementación. Si, por una parte, le concedió prerrogativas ilimitadas, por la otra, le informó claramente de que las mismas eran temporarias y le solicitaba utilizarlas con mesura y prudencia.

Las esperanzas del Barón no se cumplieron. Kogan estaba persuadido, aun más que el coronel Goldsmid, que desde Francia era imposible dictar y ni siquiera programar actividades en la Argentina, y su rígida personalidad le impidió aceptar instrucciones contrarias a sus propias opiniones.

El primer choque entre Kogan y el Barón tuvo lugar cuando este quiso nombrar a un hombre de su confianza para dirigir según sus indicaciones la colonia Mauricio. Se trataba del maestro David Haim, quien había llegado a Argentina todavía en los tiempos de Adolfo Roth con el fin de establecer escuelas de la Alliance Israélite Universelle en las colonias. Apenas arribado a Buenos Aires, Haim comenzó a informar a Isidore Loeb, secretario de la Alliance, sobre todo lo que veía y oía. Copias de sus informes llegaron al Dr. Sonnenfeld y al Barón y, a pedido de este, en abril de 1892 Sonnenfeld le instó a comunicarse en forma directa con la presidencia de la JCA, prometiéndole que sus informes se mantendrían en total secreto. A partir de ese momento, las cartas y evaluaciones de David Haim constituyeron una de las fuentes extraoficiales de información del Barón respecto de lo que ocurría en Argentina bajo las conducciones de Roth y de Goldsmid.[22]

Cuando Kogan asumió la conducción de la oficina de Buenos Aires en mayo de 1893, David Haim se hallaba en París, adonde había llegado en abril. Sus explicaciones y sugerencias hicieron fuerte impresión en el Barón, y en base a las mismas este estuvo dispuesto a modificar en parte el presupuesto programado y a poner en sus manos la tarea de reorganización de Mauricio. Oficialmente, el Barón sometió su nombramiento a la aprobación de Kogan, pero cuando este le informó que David Haim se ocuparía solo de las escuelas, el Barón decidió por su cuenta que su cargo sería administrativo y no meramente pedagógico. El Barón conversó largamente con David Haim en París sobre la reorganización de la colonia y las relaciones con sus habitantes, y quedó persuadido de que su interlocutor había entendido sus intenciones y propósitos e informaría de ellos a Kogan en Buenos Aires. Para que este no se sintiera afectado por un nombramiento que lo pasaba por alto, el Barón empleó un lenguaje a la vez sucinto y persuasivo. Aun así, Kogan reaccionó en forma áspera y burlona a las ideas de reorganización, y finalmente nombró a Haim solo como asistente de Burkenheim, el miembro de la delegación que, por acuerdo entre el coronel Goldsmid y Kogan, era el administrador de Mauricio. El Barón no quedó satisfecho, pero debió conformarse con expresar su esperanza de que Kogan se arrepintiese de no haber hecho mejor uso de las capacidades de David Haim.

Como veremos más adelante, el enfrentamiento más violento del Barón con su representante en Buenos Aires se suscitó en torno a los planes para la nueva colonización. Kogan se oponía a la propuesta de los colonos de formar poblaciones concentradas de unas 50 familias cada una. Insistía en que la colonización se realizara mediante fincas dispersas y que cada colono residiera en su parcela. Este enfrentamiento, y en especial la actitud provocativa mantenida por Kogan, tendrían serias consecuencias para la historia de la nueva colonización. Y aun peor fue el enfrentamiento de ambos en torno a la conducción permanente de la oficina en Buenos Aires.

Ya en su misiva del 13 de mayo de 1893, poco después de haber depositado en él la dirección de la JCA, aclaró el Barón que, si bien no ponía en duda la dedicación y el amor de Kogan por el proyecto, no estaba dispuesto a dejarlo solo en la conducción del mismo. La experiencia pasada le había enseñado que era imposible basar toda la actividad de la JCA en un único hombre. Por lo tanto, decidía establecer en Buenos Aires un “Consejo Directivo” de tres miembros, del que además de Kogan y de otra persona que sería designada más adelante, participaría Samuel Hirsch, exdirector de Mikveh Israel, la primera escuela agrícola judía en Palestina, fundada y mantenida por la Alliance Israélite Universelle. Kogan rechazó con firmeza la idea, arguyendo que no podría someterse a la voluntad de personas que entendían del tema menos que él y que más adelante le cargarían con alguna responsabilidad por los resultados. Kogan advertía a la administración central de la JCA que no podrían contar con su colaboración en el marco de la conducción colectiva y que debían encontrar a otra persona en su lugar. Cuando se enteró de que, además de Samuel Hirsch, el Barón había nombrado también a David Cazès, exdirector de las escuelas de la Alliance en Túnez, se negó a colaborar con ellos y anunció que ya poseía suficiente experiencia como para creer en los milagros de “ese tipo de Sanedrín”. Tras esa áspera crítica, el enfrentamiento se hizo inevitable.[23]

Samuel Hirsch llegó a Buenos Aires el 2 de septiembre de 1893, y pese a la moderación que evidenció al principio, las cosas comenzaron a cambiar muy rápido. Tras el arribo de David Cazès, el 22 de septiembre, estallaron disputas entre ambos y Kogan, y tuvieron lugar, según Hirsch, escenas que no condecían ni con sus gustos ni con su educación. Kogan propuso al Barón que ordenara a los “tres practicantes” (incluía también a David Haim) que hicieran las maletas y regresaran a Europa. Pero la decisión del Barón fue otra. El 30 de septiembre informó mediante un telegrama a Hirsch y Cazès que les otorgaba un poder total para actuar en su nombre, y dado que eran mayoría, el control de la empresa en Argentina quedaba en las manos de ambos. A Kogan le exigía que actuase de manera colegiada o abandonase la JCA luego de transferir ordenadamente todos los asuntos de la oficina.[24]

2.5. La estabilización administrativa: Samuel Hirsch y David Cazés

David Cazès y Samuel Hirsch llegaron a la Argentina directamente desde sus cargos docentes en el marco de la Alliance Israélite Universelle. Cazès, de 42 años, había comenzado como maestro y planificador pedagógico, y en 1878 fue designado director de las escuelas de la Alliance en Túnez, donde destacó también su labor en la creación de la organización comunitaria oficial de los judíos en el protectorado francés. También había publicado investigaciones históricas sobre los judíos tunecinos y su literatura. Todo ello le había valido reconocimiento público y títulos honoríficos. Samuel Hirsch, de 48 años, comenzó a desempeñarse en 1867 como maestro en la escuela de la Alliance en Tánger, y a partir de 1881 dirigió durante diez años, como ya indicamos, la escuela agrícola Mikveh Israel en Palestina.

Cazès poseía experiencia en la docencia, la administración escolar y la organización comunitaria; Hirsch poseía también experiencia en administración económica. Cazès había trabajado con judíos orientales y sefardíes, mientras que Hirsch, como representante primero de la Alliance y luego del barón Rothschild, había tenido contactos con los inmigrantes llegados a Palestina desde Rusia y Rumania, y conocido los problemas surgidos en los proyectos de asentamiento destinados a los mismos. Pero ello no hacía de él un experto en agricultura, ni modificaba el sentimiento de extranjería que experimentaba respecto de los inmigrantes y colonos del Este europeo. Aunque su cargo era más elevado que el de Cazès, la diferencia no llegaba a establecer un rango jerárquico entre ambos. En consecuencia, ambos actuaron en equipo al frente de la empresa.

En sus posiciones ante el proyecto de colonización, Hirsch y Cazès se identificaban más con los principios sustentados por Kogan que con los del Barón. Estaban de acuerdo con el establecimiento de muchos miles de judíos en nuevos países, pero se oponían a que centenares de miles fuesen ubicados en un territorio continuo de millones de hectáreas, como lo pretendía el Barón. También disentían de este en cuanto al modo de implementar la colonización y, nuevamente, en esto sus visiones se parecían a las de sus predecesores. De modo que cabía esperar enfrentamientos entre ambos directores de Buenos Aires y el amo de París, situación que vino a remediar paradójicamente el mismo Kogan, ya que su esfuerzo por perjudicarlos contribuyó a consolidar sus posiciones.

Pese a las cartas que Kogan continuaba enviándole y de cuyo contenido disentía totalmente, el Barón alentaba a Hirsch y Cazès y les prometía que se haría todo para no afectar sus prerrogativas y prestigio. Mientras tanto, Kogan arribó a París, donde se encontró con el Dr. Sonnenfeld y los miembros de la directiva central, y a comienzos de diciembre viajó a Hungría para encontrarse con el Barón en su finca. Los resultados de ese encuentro fueron la primera puesta a prueba de las relaciones entre el Barón y sus nuevos funcionarios.

El 8 de diciembre, Hirsch y Cazès recibieron un telegrama donde el Barón les informaba acerca de su encuentro con Kogan, y también les ordenaba interrumpir la “limpieza” de las colonias existentes, así como proceder con cuidado, e incluso con cierta desconfianza, en sus contactos con los representantes de los nuevos colonos que (como veremos) mientras tanto habían llegado a Argentina. Aunque ya habían preparado programas detallados para la nueva colonización, ambos funcionarios debieron reorientar las etapas previstas para mantener dichos programas sin dejar de obedecer al Barón. Poco después recibieron la orden expresa de suspender una buena parte de los preparativos ya concretados y aguardar instrucciones expresas para la continuación de los trabajos. El telegrama mencionaba una razón de “fuerza mayor” no especificada, y suscitó las sospechas de ambos, sobre todo porque estaban persuadidos de que en todo ello andaba la mano de Kogan. Por esa razón respondieron con amargura que, si el Barón lo pedía en forma oficial, ellos ordenarían en su nombre suspender los trabajos y se desentenderían de toda responsabilidad; y en caso de que Kogan siguiera ejerciendo su influencia destructiva sobre el proyecto, se verían obligados a solicitar el relevo de sus funciones.

Al verse ante otra probable crisis de la conducción en Argentina, el Barón se apresuró a tranquilizarlos, asegurándoles que gozaban de toda su confianza. Muy poco después, en una carta detallada les escribió que en modo alguno le interesaba el suicidio que habría significado permitir que una influencia negativa estorbara sus actividades.[25]

Mientras tanto, también el Comité Central de San Petersburgo había comenzado a enfrentarse con Kogan, y por influencia de todos esos factores decidió el Barón alejarlo del proyecto; inclusive prohibió a los funcionarios de la JCA en Argentina transmitirle información alguna. Kogan reclamó de la empresa el resto de su sueldo y la indemnización que, a su juicio, le correspondía por la suspensión de su asesoría antes del plazo estipulado en su contrato. También pidió una compensación determinada por su trabajo como director de la oficina de Buenos Aires, aun cuando oficialmente su cargo era solo el de jefe de la delegación. Cuando el Barón rechazó sus exigencias, Kogan presentó una demanda judicial contra la JCA, cuyos procedimientos se prolongarían durante mucho tiempo.[26]

Hirsch y Cazès eran ahora los directores de la empresa en Argentina, y el Barón no volvió a intentar cambios. En una carta a ambos destacó que su propia función era ayudarles en todo sin causarles dificultades, y todo indica que esa afirmación se convirtió en el principio básico sobre el que a partir de ese momento se asentaron sus actitudes ante la administración de Buenos Aires. En una ocasión, ese principio fue justificado con el argumento de que Hirsch y Cazès estaban en el lugar y conocían la situación mejor que él mismo y la directiva en París. Este enfoque se manifestó también en el estilo verbal que el Barón utilizó al dirigirse a ellos y en las prerrogativas que les concedió. Cada vez que deseaba hacer una crítica o sugerir una corrección, se apresuraba a agregar una nota que se volvió reiterada en sus mensajes: que no se trataba de una orden oficial de su parte, sino solamente de una “observación”.

La visible ampliación de las atribuciones de la oficina de Buenos Aires, así como el cambio de estilo en los mensajes del Barón, podrían tal vez considerarse una manifestación de su indiferencia o de su cansancio ante el proyecto. Pero sus cartas demuestran que nada más lejos de él que un desinterés por su emprendimiento. De hecho, tanto sus cartas como las de la dirección central en París exigían todo el tiempo recibir información continua sobre lo que ocurría en Argentina. Esa información llegaba al Barón, entre otras fuentes, mediante resúmenes estadísticos cuyo modelo se había fijado en la época de Kogan, pero que solo comenzaron a enviarse regularmente bajo la conducción de Hirsch y Cazès. La exigencia del Barón de saber todo lo que acontecía en sus colonias —en algunos casos, inclusive día a día— había existido también en los tiempos de Loewenthal, Goldsmid y Kogan, pero solo se satisfizo en forma creciente mediante los buenos servicios de Hirsch y Cazès, lo cual aparentemente influyó en buena medida en las relaciones cordiales que se fueron estableciendo entre el Barón y sus dos representantes.

Tras un primer periodo de aprendizaje, Hirsch y Cazès reforzaron su posición, y mediante sus especiales relaciones con el Barón se convirtieron rápidamente en factores centrales en la conformación del proyecto en Argentina.

3. El final de los altibajos

Las tempestuosas relaciones entre el Barón y sus representantes se aplacaron en el periodo de Hirsch y Cazès. Por primera vez desde el comienzo del proyecto, desaparecieron las tensiones entre París y Buenos Aires, con lo que se cumplía la primera de las condiciones estipuladas por el Barón y se abría la posibilidad de ampliar el emprendimiento.

La primera razón para el cambio tuvo que ver, sin duda, con la personalidad de los nuevos delegados. El Dr. Wilhelm Loewenthal era un científico y un aventurero; Adolfo Roth, un astuto comerciante; el coronel Albert Goldsmid era militar; y Maxim Kogan, un contratista e ingeniero independiente. En cambio, Samuel Hirsch y David Cazès eran funcionarios y educadores, para quienes recibir órdenes, interpretarlas según su propio criterio y ponerlas en práctica ya formaba parte de sus hábitos de trabajo antes de conocer al Barón. Como funcionarios, conocían su puesto en la jerarquía social y no estaban expuestos, como algunos de sus predecesores, a aspiraciones excesivas e inevitables decepciones. Su cultura francesa se manifestaba en un estilo de vida y un modo de proceder que les facilitaron adaptarse a los proyectos y concepciones del Barón. Además, se esmeraban en satisfacer sus exigencias: le enviaban informes continuos sobre lo que ocurría; eran prudentes al tomar decisiones, aunque no involucraran cuestiones de principio, y se apresuraban a allanar dificultades y atenuar cuestiones que pudieran llevar a disidencias con su patrón.

El segundo factor de la convivencia armónica residió, por supuesto, en el mismo Barón: tras una serie de decepciones con sus representantes anteriores y la obvia imposibilidad de “corregirlos”, se volvió cauto y prudente ante cada situación que pudiera llevarlo a un enfrentamiento con sus funcionarios y arriesgar la estabilidad de la empresa. Cuando por primera vez tuvo lugar un choque con Hirsch y Cazès, el Barón moderó su posición o incluso la modificó completamente, aun cuando esos mismos problemas lo habían llevado a enfrentamientos con sus predecesores. Hirsch y Cazès ya no tuvieron que aducir, como estos, que existía una disparidad entre las concepciones del Barón y la realidad fáctica en la Argentina.

La tercera razón residió, sin duda, en el progreso que había tenido lugar en el proyecto bajo los otros directores, quienes habían resuelto buena parte de los problemas de fondo cuando Hirsch y Cazès asumieron sus cargos.

Estas tres razones reunidas hicieron que el estilo cordial y generoso que el Barón había utilizado en su correspondencia con el Dr. Loewenthal, Adolfo Roth y el coronel Goldsmid al principio de sus desempeños, se mantuviera a lo largo de toda la actuación de Hirsch y Cazès.


  1. República Argentina, Departamento del Interior, Registro Nacional (vol. I, 1902, p. 267); Mirelman 1971.
  2. La publicación en el diario oficial de Rusia (11.6.1892), traducida en el periódico hebreo Hatzfirah, 14.6.1892, y el reglamento de la JCA, de 27 artículos, publicado en el diario oficial en fecha posterior y también traducido al hebreo en Hatzfirah, 165, 7.8.1892, llevaron esos detalles al conocimiento de multitudes de judíos en Rusia y fuera de ella, incrementando las expectativas de prontas y decisivas actuaciones. Véase JCA/LON (Rusia 1A), protocolo de la reunión del comité de San Petersburgo, en el que figura el depósito de 100.000 rublos el 23.12.1892.
  3. JCA/LON (Rusia 1), carta de Feinberg, 28.6.1892, con un listado de intelectuales y personas pudientes de San Petersburgo y sus primeras reacciones ante el proyecto.
  4. JCA/LON (308). En nombre de JCA, firmaron el acuerdo con el Barón los miembros de su Consejo, S. H. Goldschmidt (presidente de la Alliance Israélite Universelle) y Herbert Lousada. Grunwald (p. 73) afirma que el valor de todos estos bienes alcanzaba los 8.000.000 de libras esterlinas. Véase IWO (JCA/Arg. 1), carta del Barón al abogado Joly, 24.10.1894, y debate en torno a los cambios derivados de las nuevas leyes de herencia en Inglaterra.
  5. El 26.10.1892, el Times londinense informa sobre rumores acerca del derrumbe del proyecto y el desmentido de los mismos. JCA/LON (307), carta del Barón a Cullen, 11.3.1893; carta del Barón a Hirsch/Cazès, 26.9.1893.
  6. Cullen esperaba, al parecer, la llegada del coronel Goldsmid, que había sido nombrado representante del Barón, con quien se escribía regularmente. Pero ese contacto no le valió cargo alguno en la empresa. En julio de 1893, recibió del Barón una indemnización de 600 libras esterlinas y una carta que afirmaba que su despido se debía exclusivamente a la anulación del proyecto en el Chaco. JCA/LON (302), carta del Barón a Cullen, 21.7.1893, y recibo por las 600 libras.
  7. JCA/LON (358), carta del Barón a Goldsmid, 18.4.1892; carta secreta del Barón a Goldsmid Nº 1, 27.4.1892; JCA/LON (304), cartas de Charlamb a JCA París, 26.6.1892; 20.7.1892; 24.8.1892.
  8. CAHJP, JCA Argentina… (Buenos Aires/Caja 2), carta de Sonnenfeld a Goldsmid, 12.11.1892, Nº 87, con el recibo de Roth del 16.11.1892; carta del Louis Roth al Barón, adjunta a carta del Barón a Goldsmid Nº 138, 13.4.1893; Louis Roth escribe que su hermano está arruinado, solo posee 2.000 francos, y pretende solamente tranquilidad y rehabilitación de su nombre. En el folleto que publicó en Buenos Aires, Adolfo Roth incluyó sus cartas a Narcisse Leven, 9.4.1899, 14.8.1899, 30.10.1900 (JCA/LON 299). Véase JCA, Séances d’Ad., 1899 (p. 132); sobre su muerte, véase Alpersohn, 1992 (p. 82).
  9. Acerca de su padre y su carrera militar, véase The Jewish Encyclopaedia, “Henry Edward Goldsmid” y “Albert E. W. Goldsmid”. Henry Goldsmid llegó a ser primer secretario del gobernador británico en India. Véase Emden (p. 146). Sobre el acuerdo con el Barón, JCA/LON (307), carta de Goldsmid al Barón, 22.12.1892.
  10. JCA/LON (317), colección de sus instrucciones sobre cuestiones administrativas y agrícolas (roturación de la tierra, etc.); y panfletos (“Para los colonos de Clara”, 19.1.1893, etc.). Véase el panfleto difundido en sus primeros días en Buenos Aires: “Mijael de los hijos de Israel”, en Adler-Rudel (p. 55).
  11. JCA/LON (358), carta del Barón a Goldsmid, 19.8.1892, Nº 60. El Barón mantuvo ese estilo amable también cuando ya estaba tomando medidas contra el coronel e inclusive después de que este abandonó su cargo.
  12. JCA/LON (307), carta del Barón a Goldsmid, 3.9.1892, Nº 66, p. 7; carta del Barón a la delegación, 19.12.1892, escrita tras el enfrentamiento con Goldsmid; en ella el Barón critica a sus enviados por haber actuado contra las instrucciones que habían recibido de él y especifica las suyas propias.
  13. JCA/LON (308), correspondencia de Sonnenfeld con Kogan y Korkus antes de su nombramiento oficial, septiembre 1892. El Barón recibió una buena impresión de Kogan y consideró que había entendido cómo actuar y cómo manejar sus relaciones con Goldsmid. En un memorándum oficial, anotó la posibilidad de emplearlo en la JCA cuando finalizara la labor de la delegación. JCA/LON (305), carta del Barón a Kogan, 27.9.1892.
  14. JCA/LON (307), carta del Barón a la delegación, Nº 1, 1.11.1892. JCA/LON (304), carta de Kogan al Barón, 17.11.1892, Nº 2.
  15. JCA/LON (307), cartas de Kogan y la delegación a Goldsmid, 24.11.1892 y 28.11.1892.
  16. JCA/LON (358), carta personal del Barón a Goldsmid, 1.12.1892; carta del Barón a Goldsmid, 3.12.1892: “los miembros de la Delegación no son ‘gente de mundo’, y ello introduce un matiz que es necesario tomar en cuenta”. JCA/LON (309), telegrama de Goldsmid, 23.12.1892.
  17. JCA/LON (304), carta del Barón a la delegación, 11.1.1893, y carta del Barón, 13.1.1893. Las dudas del Barón sobre la delegación no solo se originaron en sus afirmaciones mezquinas contra Goldsmid, sino también en sus ilimitados elogios a los colonos, que le parecían no menos sospechosos. Ibídem, carta del Barón a la Delegación, 18.1.1893. Nº 8. JCA (309), telegrama del Barón a Goldsmid, 13.1.1893. JCA (304), poder otorgado a la delegación el 15.1.1893, con ligeras correcciones manuscritas, sin firma.
  18. JCA/LON (307), carta de Goldsmid al Barón, 27.1.1893, Nº 67.
  19. JCA/LON (309), telegrama de Goldsmid al Barón, 10.3.1893.
  20. Véase Alpersohn, 1992 (pp. 135-138), sobre el recuerdo que Goldsmid dejó entre los colonos.
  21. JCA/LON (307), telegrama secreto de Kogan al Barón, 12.5.1893; JCA/LON (309), telegrama del Barón a Buenos Aires, 13.5.1893.
  22. Véase su primera carta, del 23.2.1892, en JCA/LON (305). En sus primeros meses en Argentina envió no menos de ocho largas cartas, de seis y siete carillas. En carta del 4.4.1892, Sonnenfeld lo elogió por su gran dedicación al proyecto y por su descripción clara y objetiva de los hechos. Véase Alpersohn, 1992 (pp. 171-172), sobre el método con el que acostumbraba reunir información en Mauricio, que le ganó los apodos de “el jesuita blanco” y “el espía francés”.
  23. JCA/LON (304), carta personal de Kogan al Barón, 14.6.1893, Nº 3; carta personal de Kogan al Barón, 15.5.1893, Nº 1, sobre sus reservas acerca de la candidatura del maestro Haim como organizador de Mauricio; carta secreta, 27.7.1893, Nº 9, con su negativa a colaborar.
  24. JCA/LON (304), carta de Kogan al Barón, 28.9.1893, Nº 12; JCA/LON (307), carta de Hirsch al Barón, 28.9.1893. CAHJP, JCA Argentina… (Buenos Aires/1), telegrama del Barón a Buenos Aires, 30.9.1893.
  25. JCA/LON (309), telegramas del Barón y de Hirsch y Cazès de diciembre 1893 y enero 1894; JCA/LON (362), carta secreta del Barón a Buenos Aires, 14.1.1894.
  26. Véase IWO (JCA/Arg. 1), demanda presentada por Kogan a la Corte Suprema, 26.10.1894. Reclamaba 5.511 libras esterlinas además de la indemnización por despido. JCA/LON (362), carta del Barón a Hirsch y Cazès, 12.12.1894, en que les pide que reúnan documentos que prueben las negligencias de Kogan, para ser utilizados en el juicio.


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