Rosana Paula Rodríguez, Sofía da Costa y Victoria Pasero
Escribimos y re-escribimos en un momento histórico muy particular. Los mecanismos biopolíticos de control y desposesión que se han materializado en los cuerpos, se encuentran en su despliegue máximo. Una pandemia afecta cada rincón del mundo, los gobiernos ensayan medidas, se refuerza el miedo y la paranoia, la vigilancia se disemina en lo más íntimo de las subjetividades y toda nuestra existencia se precariza, se hace presente de manera inaudita la fragilidad de los (nuestros) cuerpos.
Les otres se vuelven potenciales enemigos; el mínimo contacto puede exponernos a un riesgo desconocido, trazamos fronteras, límites y distancias con el fin de protegernos.
En este contexto, hablar de sanación, de prácticas alternativas y populares, puede resultar ingenuo; o bien, funcional a una discursiva new age neoliberal, que promueve el “sálvese quien pueda” de individualidades “empoderadas”.
Lejos de eso, nuestro deseo consiste en aportar a la recuperación del poder sobre nuestros cuerpos y la autonomía de la sanación, entendida como un proyecto integral y político, una sanación colectiva de todos los cuerpos que conforman el tejido social. Nuestro deseo es que se dejen de aplicar intervenciones tortuosas e innecesarias, y que se priorice un camino orgánico con los procesos de salud-enfermedad-cuidado. Dimensionar, por último, que no hay sanación posible en un contexto de muerte lenta como el que imponen en nuestros cuerpos-territorios, a partir de modelos y prácticas extractivistas, contaminantes y saqueantes.
Por ello resultan urgentes nuevas maneras de reconfigurar las relaciones con otras/es/os, con la tierra y sus habitantes de otras especies, en medio de una devastación ecológica; una desestructuración de los estados, del trabajo y sus marcos regulatorios; una desindustrialización, primarización y financiarización de las economías; un aumento de la desocupación, de la precarización laboral y de la pobreza; una crisis de los sistemas políticos y familiares; un avance de las redes de narcotráfico; y un aumento desmedido de la violencia patriarcal y dominio de “territorios de crueldad”.
En este contexto, el sistema de dominación y explotación se fortalece de una necropolítica de género (Wright, Melissa, 2011; Sayak, Valencia, 2012; Shild, Verónica, 2016) que selecciona mediante criterios de raza, clase, etnia, sexo, los cuerpos de mujeres y feminizados que no importan, expulsados de humanidad, considerados desechables, descartables, “nuda vida”.
De esta manera, rescatamos los recorridos, saberes, prácticas y experiencias de cada una de las mujeres sanadoras con las que hilvanamos escrituras y conciencia crítica respecto de nuestra salud como un acto político de cuidado y autocuidado problematizando la singularidad y la pluralidad. Las contribuciones de las sanadoras consisten en incluir una perspectiva que contempla y excede una visión “biopsicosociocultural” de salud.
Las prácticas de las sanadoras populares y terapeutas recuperan saberes ancestrales y medicinas basada en un conocimiento respetuoso de la biodiversidad. Integran la salud social humana, al cuidado del medio ambiente y en defensa de una espiritualidad no institucional, y establecen el punto de inicio para la construcción de lo que Donna Haraway (2013, 2019) define como “alianzas de entidades multiespecies” para explorar relaciones con esa otredad significativa. Esta relación entre humano y no humano desarrollado por algunas de las sanadoras resulta todavía una cuestión poco reflexionada en el ámbito académico.
La descripción de las medicinas, las técnicas, los rituales y los objetos y las plantas medicinales utilizados en los procesos de sanación por nuestras interlocutoras, y que también son parte de las autocorpobiografías, conjugan elementos de distintas procedencias y sentidos, recuperan memoria ancestral y rescatan esos esfuerzos para impulsar soberanía y seguridad alimentaria y nutricional.
La danza de estos elementos desplegada en los relatos es diferente en cada caso, da cuenta de un acercamiento a la sanación desde la singularidad, desde la conexión con las personas. No definen formas protocolizadas de dar cuenta del malestar porque reconocen que está hecho de la miríada de factores internos y contextuales que constituyen la vida de una persona. Por lo tanto, no hay remedios estandarizados. Existe regularidad en ciertos rituales, en ciertas palabras u oraciones, pero esto no produce un efecto de alejamiento e intento de objetivación. Las sanadoras populares “sienten” las dolencias de sus consultantes y pueden identificarlas por caminos alternativos a la empiria como es entendida desde la ciencia hegemónica.
Consideramos que la convergencia de saberes populares, ancestrales y científicos presentada permite entrever la multiplicidad constituyente de los procesos de cuidado y de sanación. E, inevitablemente, expone la heterogeneidad de las miradas sobre el cuerpo y sus procesos, como así también de las variadas formas de habitar/ser.
La investigación acción-creación-feminista y el ejercicio de la reflexividad situada incluyó un momento de trabajo grupal, que denominamos experiencia creativa. El trabajo en círculo, con el modelado de arcilla, nos puso en contacto con una dimensión muy sutil de la sensibilidad. La mayoría de las integrantes del equipo de investigación no habíamos trabajado con este material y, en general, no teníamos experiencia con la práctica manual artística. Moldear/modelar cuerpos en arcilla implicó poner en juego nuestras miradas acerca de nuestra experiencia encarnada de sanación al mismo tiempo que nos disponíamos a una tarea distinta a la habitual, dispuestas/os a encontrar(nos) con lo imprevisto/inesperado. Fue un espacio distendido, en el que intercalamos anécdotas familiares y personales con relatos más profundos acerca de las experiencias de salud, enfermedad y sanación. El silencio y la risa estuvieron habilitados, y el ritmo de la palabra fue, de alguna manera, marcado por la particular concentración que requiere el trabajo de amasar.
Al finalizar la actividad realizamos un intercambio respecto de los sentimientos que nos despertó y tras ese compartir amoroso nos retiramos a nuestros hogares, cargando nuestras piezas moldeadas en arcilla. Pero al llegar descubrimos una sorpresa, en el barro habían diseminado semillas de flores, idea que nació de les compañeres que tramaron el taller. Para que nuestras pequeñas obras se fundieran transformándose al florecer.
La hechura de las autocorpobiografías como reflexividad encarnada abrió un universo de matices acerca de nuestros cuerpos, sus procesos, sus malestares, las formas en las que gestionamos los procesos y ciclos vitales. Al mismo tiempo, nos conectó con un abanico de emociones y sentires que se ponen en juego al indagar en los procesos vinculados a la salud-enfermedad-cuidados.
Esta inmersión fue, asimismo, una apertura al universo de las mujeres sanadoras, una suerte de sintonía con los registros variados, diversos e, incluso, misteriosos con los que nos encontramos en cada intercambio.
El proceso de investigación se vio desafiado con otras prácticas para comprender el mundo y habitarlo que se distancian de la racionalidad moderna. Hicimos el ejercicio de forzar los límites epistemológicos y metodológicos para hacer espacio a lo que la ciencia se esfuerza en mantener a raya: los sentires, los secretos, los misterios. Escriturase, como forma de navegar en lo íntimo, de sacar iras, dolores, malestares y también de sanar, las palabras en el cuerpo fluyeron como creación, como voluntad de la ficción que se afana en nombrar lo sofisticado inasible; como terapia, reclamando ese lugar-poder de la voz encarnada, el coraje testimonial que activa la autoconciencia y el reconocimiento entre mujeres creando heterografías (escritura de otra(s) como base de la escritura propia); como denuncia, resistencia y subversión contra los mandatos, la subordinación, contra la persistencia del orden simbólico universal patriarcal; y como contraescritura, una narrativa de oposición que desestabiliza y desplaza las representaciones, imaginarios y significados heterónomos desiguales y excluyentes de las estructuras masculinistas. Las corpobiografías nos permiten reconocer las herramientas o el “kit de supervivencia feminista” (Ahmed, Sara, 2017), la dotación de recursos con las que contamos para vivir y compartirlos.
El análisis y las interpretaciones que les presentamos en este libro son una síntesis posible que no pretende de ningún modo clausurar sentidos y debates. Más bien lo contrario, nuestro esfuerzo estuvo orientado a organizar una constelación de registros, palabras, imágenes y sensaciones en los términos de un escrito multifacético que sea comprensible y pasible de ser compartido, pero alejado de cualquier tipo de cierre, porque sanar es conectar con lo sutil y lo violento del dolor, ya que allí reside nuestra fuerza, nuestra energía no develada, oculta, aletargada, es donde radica una potencialidad sanadora. Para poder indagar en el dolor, tenemos que salir de los esquemas metodológicos habituales, porque la sanación entre mujeres se despliega colectivamente cuando el dolor producto de las violencias patriarcales es compartido y la palabra acuerpada contiene, repara, calma, alivia, libera.