Escribo estas líneas un día de enero. En la tele dice que la sensación térmica es de casi 30 grados. Mi hijo Santiago de 3 años revolotea a mí alrededor y Dante patea en mi panza de casi 8 meses. Caos y alegría. Saturación y satisfacción. Calor y calidez. Lo que ocurre hoy aquí en mi casa es precisamente el estado que me imaginaba para el momento en que “por fin” escribiera los agradecimientos. Pensaba justamente en que sería un estado que combinara todo el esfuerzo que implicó hacerla mezclado con una profunda sensación de satisfacción y agrado. Qué más lindo que escribir los agradecimientos!
Escribir esta investigación fue un arduo e intenso trabajo. Hubo momentos de angustia propios de la redacción, de afrontar la estructura, de no saber cómo y por dónde empezar; momentos de angustia y desazón al escuchar una y otra vez relatos que expresaban padecimientos e historias que no pueden más que llegarte al corazón; y momentos de satisfacción y alegría por poder finalmente cumplir con un deber ético y político de poner esas historias en tensión, en articulación dentro de un campo tan complejo como lo es el de las “drogas”.
Voy a empezar la lista de agradecimientos mencionando a todos esos jóvenes usuarios de drogas que han accedido a “prestarme” sus historias; a sus familiares que me abrieron sus casas; a los/as referentes comunitarios; y a todos los profesionales que también brindaron sus testimonios y me abrieron sin ningún tipo de restricciones sus instituciones para poder llevar a cabo esta investigación.
A mi maestra, María Epele, que no sólo dirigió esta investigación sino que acompañó en cada momento y por mucho tiempo mis altibajos, asesorando, poniendo el hombro, respetando, exigiendo, enseñando.
A Susana Murillo, quien con sus halagadores comentarios sobre mi proyecto de tesis me dio una “inyección” de energía para finalmente terminarla.
Al CONICET y a la Comisión Nacional Salud Investiga/ Ministerio de Salud, por financiar esta investigación y mis estudios doctorales. Gracias inmensas a la universidad pública y a quienes consideraron que la inversión en la ciencia debía ser una política de estado.
A mis colegas y amigos/as. A Gabriela Irrazabal por asesorarme, escucharme, entenderme. A Claudia Cesaroni, por contagiarme su lucha incansable por los derechos humanos de las personas más vulnerables. A Cecilia Touris, con quien inicié mi trabajo de campo y discutí mis primeros interrogantes sobre esta temática. A Ana Cervio, por convertirse en una de mis referentes en esta última etapa de escritura. A mis compañeros/as y docentes de la Maestría en Políticas Sociales y el Doctorado en Ciencias Sociales con quienes he discutido algunos nudos temáticos de la tesis.
A mis amigas “históricas”, quienes compartieron cada etapa de este proceso y sin ser propiamente “del palo” quisieron leerla y dar sus comentarios.
A mi familia. Mi mamá y mi papá que me apoyaron en todo momento. Mi hermana que fue mi sostén, mi analista, mi compañera.
A Santi, mi pequeño -que espera alguna vez poder leer el “cuento” que está escribiendo mamá- por tanto aguante, por las horas que le quito al escribir, por las horas que nos damos, por tanto amor.
A Dante, que sin haber nacido aún, fue el que más energía le puso a esta última etapa. Mi inspiración te la debo eternamente.
A Dani, mi compañero, por compartir cada etapa, respetando, acompañando.
A todos/as y cada uno/a, gracias.