¿Podemos aún hablar de memoria individual en la era de la hiperconectividad?
Elizabeth Reyes Garzón[1]
Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer.
En el abarrotado mundo de Funes
no había sino detalles, casi inmediatos.
J. L. B.
Introducción
La memoria fue siempre objeto de reflexiones y especulaciones desde diferentes enfoques y perspectivas. Se encuentran antecedentes en la antigüedad, en la filosofía griega, en la de Descartes y en el positivismo del siglo XIX. Pero hubo que esperar hasta el siglo XX para que se convirtiera en una cuestión relevante en el ámbito de las ciencias sociales. La primera conceptualización que podemos señalar aquí es la de memoria eidética o mnemotécnica, que consiste en la acumulación de información o de recuerdos. Este tipo de memoria puede ser útil y funcional para reconstruir escenas del pasado, pero también puede estar vacía de sentido, como ocurre con los discos rígidos de las computadoras o los dispositivos actuales de almacenamiento de datos, y, por qué no, también en algunos casos con personas que pueden recordar o retener una cantidad importante de información, pero que no pueden relacionarla entre sí. ¿Cuántos de nosotros no ha aprendido de memoria cosas a las que fue imposible imponerles un sentido o recordarlas luego de un tiempo? Sería por ejemplo el caso del personaje del cuento de Borges, Funes el memorioso, quien era capaz de ¿recordar? todo:
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños (Borges, 1944, “Funes el memorioso”).
Luego van a aparecer dos propuestas o vías para el estudio de la memoria, así como de la diversidad de los dominios que ocupa y su polisemia. Una es la vía biológica, donde se destacan los trabajos y avances en neurociencias en la segunda mitad del siglo XX. La otra es la psicológica-cognitiva, en particular la huella mnemotécnica, que, al ser combinada con enfoques sociológicos, permite hablar de una memoria en términos de acumulación de recuerdos y al mismo tiempo como estructura y construcción de las representaciones sociales. Esta vía va a desarrollarse con fuerza a partir de los años 60 gracias a los modelos establecidos por Atkinson y Schiffrin, quienes van a crear el sistema modal conformado por el registro sensorial, la memoria a corto y largo plazo. Ellos van a basar sus trabajos en el aporte de filósofos empiristas británicos, Hume en particular, quien partía de la experiencia y de la percepción sensorial en sus teorías.
Las prácticas de recuerdo y olvido no son solo individuales, sino que muchas de ellas son compartidas por un grupo, o una comunidad de pertenencia. Es por ello por lo que hablamos de una memoria colectiva o social. Halbwachs (1992[1925] y 2004 [1959]) es quien introduce la noción de memoria colectiva al afirmar que, para la conformación de nuestras memorias, es imprescindible formar parte de un grupo, estar en contacto con este, identificarnos con él y confundir nuestro pasado con el suyo. Uno solo recuerda a condición de situarse en el punto de vista de uno o más grupos, y, aunque exista una separación o distancia con ellos, el recuerdo perdura si todavía experimentamos las sensaciones e intuiciones comunes. El pasado se reconstituye a partir de los objetivos ideológicos, políticos y éticos de la sociedad del presente, convirtiéndose así en una intersección y un punto de encuentro. Los sujetos reaccionan, para Halbwachs, en un sistema de interpenetración y correlación con la sociedad o la “tribu”, y es el discurso de esta lo que convalida el recuerdo individual.
La lengua es el lugar de la interpretación del pasado, donde la “imagen producida” y la “imagen comprendida” tienen lugar a través de una escritura figurativa, que, de acuerdo con Didi-Huberman, es portadora y productora de imágenes. La interpretación reproduce y a la vez es productora de pasado, porque manifiesta una dualidad: es una imagen donde el ayer y el hoy se encuentran fugazmente para formar una constelación que rompe las vestiduras del pasado, revelando su carácter novedoso, abierto y hasta inédito
Recordar en tiempos de hiperconectividad
Ahora bien, ¿qué ocurre en la actualidad con nuestros recuerdos y nuestros olvidos, al tener a nuestro alcance dispositivos que “guardan o borran” por nosotros? ¿Cuántos no hemos recibido correos electrónicos de Google para recordarnos qué lugares visitamos en un período de tiempo determinado, con quiénes estuvimos, o recordatorios de Facebook para cumpleaños, aniversarios de amistades (no siempre reales sino virtuales) o publicaciones de años anteriores? ¿Cómo afectan a nuestra memoria estas nuevas formas de memoria mediadas por la tecnología? ¿Se alteran o no nuestros recuerdos? ¿Recordamos de la misma manera? ¿Tenemos diferentes sensaciones ante un recuerdo que nos asalta de manera involuntaria o ante un correo o un mensaje que nos pone enfrente de algo que quizás no fue tan significativo?
Como lo señaláramos en la fundamentación de nuestro proyecto, las nuevas formas de comunicación basadas en la conectividad han producido un replanteo de los dominios de lo público, lo privado y lo corporativo. Se tiende a llegar a administrar la vida sensible mediante fenómenos técnicos y artificiales. De esta forma, nuestra sociabilidad comienza a ser dirigida mediante algoritmos que permiten gestionar nuestras vidas y las de los otros en función de intereses políticos, económicos o sociales. Nos adentramos en una nueva forma de relacionarnos con el mundo que se define por una ontología que articula técnicamente la vida en un estado de ambigüedad epistémica.
Yo soy lo que Google sabe (mi ontología es la epistemología de Google). Mis búsquedas y mis desplazamientos online, mis consultas y mis preferencias, mis correos electrónicos y mis fotos, mis mensajes privados y públicos, todo lo que compone mi identidad lo gestiona Google para mi bien” (Ippolita, 2012: 15)
De este modo, la tecnología afecta nuestra vida mediante un proceso de mediación que ha desplazado el centro de gravedad ontológica que articulaba la realidad mediante un fenómeno-técnico natural, para situar la vida sensible en un espacio medial diferente, sin centro de gravedad ontológica, que modula la realidad mediante un fenómeno-técnico artificial.
Y esto nos obliga a repensar de qué manera se está reestructurando la articulación de la vida afectiva a partir de nuevas formas de intercambio y cómo la memoria o las memorias pueden ser distorsionadas o, por el contrario, convertidas en una supermemoria que no nos permita olvidar nada.
La serie británica Black Mirror llegó a la televisión a finales de 2011 y se convirtió en un fenómeno mundial. De manera muy novedosa, retrató algunas de las problemáticas de una actualidad en la que la tecnología digital ya no era un fenómeno aislado, sino que había venido para quedarse. A lo largo de sus temporadas, la serie fue abordando variados interrogantes tecnológicos y existenciales y extendiéndolos hacia muchas otras conductas e instituciones humanas. El filósofo argentino Esteban Ierardo analizó el programa considerándolo como un prisma desde el cual se pueden examinar los conflictos y las paradojas de una sociedad “hechizada por el brillo magnético de las redes informáticas y las pantallas”.
“Toda tu historia” (“The Entire History of You”) es el tercer y último episodio de la primera temporada de la serie. Se estrenó el 18 de diciembre de 2011, y la temática cambia completamente con respecto a los dos primeros. En el presente trabajo, que tiene como corpus de análisis este capítulo, intentaremos analizar cómo la concepción de memoria, categoría teórica estudiada desde la antigüedad y abordada fuertemente en el ámbito de las ciencias sociales en los siglos XX y XXI, sufre o puede sufrir evoluciones significativas frente al uso de las nuevas tecnologías.
El episodio trata sobre un invento revolucionario que cambia la forma de vida de los ciudadanos. Consiste en un dispositivo pequeño como un grano de arroz que se implanta al nacer detrás de la oreja y que permite a los individuos registrar todo lo que hacen, ven, escuchan y experimentan. Todo se graba y puede ser visualizado luego en una pantalla o a través de los propios ojos mediante un proceso al que llaman “revisar”. Ese aparato y las constantes revisiones que lleva a cabo Liam, un joven y exitoso abogado, provocará una crisis de pareja, eje central de la historia, que tendrá un final inesperado. A partir de una reunión de amigos, él empezará a analizar cada escena grabada, cada gesto, cada intención oculta durante la cena una y mil veces, pues sospecha que su mujer Ffion mantiene una relación mucho más intensa de lo que pensaba con Jonas, un antiguo amigo de ella.
Liam no se contenta con las explicaciones de Ffion, e insiste en repasar imágenes. Estas nuevas revisiones lo llevan a la verdad: su mujer le fue infiel y la hija que creía suya no lo es. Al final del episodio, vemos a Liam vagando alrededor de su casa, ahora vacía, revisando sus recuerdos felices con Ffion y Jodie. Frente al espejo del cuarto de baño, con instrumentos caseros se arranca violentamente el dispositivo de memoria mientras “revisa” imágenes antiguas de su relación con Ffion. La pantalla de repente se obscurece y aparecen los créditos.
En realidad, los recuerdos no siempre son certeros. Muchas veces, por diferentes razones, los manipulamos u omitimos partes, y lo que recordamos años después de un suceso no es el suceso en sí, sino las sensaciones o las impresiones que quedaron plasmadas en nuestra mente. En este episodio, la posibilidad de una memoria instantánea y sin alteraciones nos acerca a una posibilidad algo tenebrosa: ¿es necesario revivir todo siempre? ¿No se convierte en una conducta malsana vivir eternamente en el pasado y olvidarnos del presente?
Como en “Funes el memorioso”, Liam parece atrapado por la memoria de un implante que le sirve para vivir, sí, pero en el pasado, lo que lo lleva inexorablemente a un infierno, a una vista sin fin de imágenes que quizás no convendría traer a un presente en el que su realidad es otra.
Podemos sentirnos identificados con Liam, o con la situación planteada en el capítulo, en particular con la necesidad de recordar, en situaciones que son especialmente significativas –por lo traumáticas o lo maravillosas–, hasta el más minino detalle, sin darnos cuenta de que ese momento jamás volverá a ocurrir, a ser igual, porque nosotros ya no somos los mismos.
La tecnología a la que accedemos actualmente y a la que quizás accedamos en un futuro no muy lejano nos brinda o brindará la posibilidad de no olvidar nada. Y si bien esto no tiene por qué ser malo per se, no excluye la posibilidad de un dominio total de nuestras vidas o comportamientos, lo cual parece ser el mensaje final del episodio. El dispositivo que aquí se muestra es quizás un paso más en la cadena de las redes sociales, donde toda nuestra vida y la vida de los otros, mostrada a través de fotos, videos, comentarios, recordatorios, se asemeja a una película constante en la que narramos sin cesar todo lo que nos acontece.
Hay un detalle más, que no es menor en este episodio: la idea de control. Todos los personajes cuentan con el dispositivo de memoria, menos una chica que participa en la cena. Para el resto de los protagonistas, ella es la rara. Pero no advierten que es la única libre, la única que no está sometida a un control constante, propio y ajeno. Todos viven en una realidad aparentemente perfecta y exitosa, pero atados a un pasado sin fin, al que necesitan volver una y otra vez.
En búsqueda de posibles conclusiones…
Otras producciones cinematográficas han tratado de cierta manera esta posibilidad de memoria o desmemoria. Podemos mencionar aquí la película de Tavernier La muerte en directo (La Mort en direct, 1980), en la que el cineasta francés exploró las posibilidades narrativas y las consecuencias éticas de un adelanto tecnológico similar, pero allí el énfasis residía en el papel de Roddy como voyerista y en una crítica sin concesiones a la deriva del medio televisivo.
Un poco más cerca en el tiempo, El eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), del director Michel Gondry, nos muestra el temor que tenemos los humanos de enfrentar nuestros propios sentimientos y atravesar los procesos naturales para poder superar momentos dolorosos como son las pérdidas. Joel y Clementine son una pareja que, por voluntad propia, decide borrar de su memoria toda su relación en un intento de escapar del sufrimiento que puede ocasionarles la ruptura definitiva. Pero, luego de ver la película, es inevitable preguntarnos: ¿se puede lograr algo así sin que existan consecuencias? ¿Si nuestra memoria se borra o se altera por completo, seguimos siendo los mismos?
En toda Black Mirror se apunta a la humanidad en general y a la aparente incapacidad de la época de mantenernos alejados de lo que proyectan las pantallas de los diferentes dispositivos que utilizamos a diario. Esta suerte de “pantallización” altera, sin que nos demos cuenta quizás, nuestra percepción de la realidad, la percepción del presente y también la del pasado, porque no logramos de verdad conectarnos, aunque sintamos que la conexión es permanente.
En Sociedad de la pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia (2018), Ierardo propone identificar lo que Black Mirror ofrece como “catalizador” para la imaginación de una sociedad que, aunque en el transcurso del siglo XXI ya ha sido digitalizada, todavía se atreve a cuestionar asuntos como el neuromárketing, la clonación, la transformación de la vida en un espectáculo, la vigilancia informática, la extinción de la intimidad y el uso político de las redes sociales como territorio para la manipulación. Y como el mismo Ierardo se pregunta: “En un futuro no muy lejano, ¿la vida será solo dentro de las pantallas?”.
¿Cuánto de nuestra memoria, entendida como el cruce de lo individual y lo colectivo, va a permanecer inalterable frente al avance de la tecnología? ¿Es Google nuestra nueva memoria?
Bibliografía
Arfuch, L. (2010). “Espacio, tiempo y afecto en la configuración narrativa de la identidad”. En DeSignis n.º 15, Tiempo, espacio e identidades, coordinado por María Teresa Dalmasso y Lucrecia Escudero Chauvel. La Crujía: Buenos Aires.
Borges, J. L. (1944). “Funes el Memorioso”. En Ficciones. Editorial Sur: Buenos Aires.
Didi-Huberman, G (2011). Ante el tiempo. Historia del arte y anacrónica de las imágenes. 3.° edición. Adriana Hidalgo Editora.
Ippolita (2012). El lado oscuro de Google. Enclave: Madrid.
Ierardo, E. (2018). Sociedad de la pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia. Editorial Continente: Buenos Aires.
Sarlo, B. (2012). Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI Editores: Buenos Aires.
- Profesora superior en lengua y literatura francesa con estudios de postgrado en lectura y escritura, teoría lingüística contemporánea, interculturalidad, estudios culturales y otros lenguajes de la cultura. Departamento de Frances. Facultad de Humanidades. UNCa.↵