Una dialéctica de la técnica.
Pesimismo cultural y tecnologización social
Naím GarnicaLicenciado en Filosofía. Profesor adjunto de la cátedra de Epistemología I, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, UNCa. y Franco Dre[1]
Kulturkritik y pesimismo cultural
La abundante bibliografía que circula en formato de libros, scientific papers, comentarios en blog, redes sociales u opiniones en revistas digitales parece consensuar en su hipótesis sobre la serie de Charlie Brooker Black Mirror: la intervención técnica ha conducido, está conduciendo y conducirá a la dominación de las experiencias vitales humanas. La gran mayoría de estos trabajos tienden a resaltar de qué modo la intervención técnica en la cultura lleva a la alienación y pérdida de relación con el mundo. Para muchos de los analistas y comentaristas de esta serie, lo más destacado que ella logra mostrar es el costado oscuro, perverso y aterrador de las tecnologías en la sociedad del espectáculo. Tal hecho se puede constatar si advertimos el recurso que varios capítulos de la serie explotan, con audacia, en el final de cada episodio. Nos referimos a remitir a la concreción de un futuro dominado por completo por la técnica. Este recurso, a su vez, se ve potenciado por la ambientación terrorífica, referencia a los finales de los episodios de The Twilight Zone, que consigue mirar la intervención técnica con cierta perturbación. Aunque se puede rastrear la presencia de una crítica radical a los medios de comunicación y democracia británicos, en especial por la estética y ambientación que la serie presenta, el hilo conductor de los capítulos muestra un futuro que ya está ocurriendo, en el cual la técnica avanza de forma autónoma y sin control alguno.
En esta línea argumentativa, podemos observar que la propia serie fue promocionada bajo estos supuestos. La cadena televisiva que la emitió en sus inicios describe a Black Mirror como una serie que refleja el “malestar” que las sociedades contemporáneas estarían atravesando producto de la intervención técnica. En esta promoción se señala lo siguiente:
En los últimos diez años, la tecnología ha transformado prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas antes de que podamos pararnos y reflexionar. En cada casa, en cada despacho, en cada mano –una pantalla de plasma, un monitor, un Smartphone– un espejo oscuro de nuestra existencia en el siglo XXI. Nuestros lazos con la realidad están cambiando. Adoramos los altares de Google y Apple. Los algoritmos de Facebook nos conocen más íntimamente que nuestros propios padres. Tenemos acceso a toda la información en el mundo, pero no tenemos capacidad cerebral para absorber nada mayor que un tweet de 140 caracteres. Black Mirror refleja el malestar colectivo acerca de nuestro mundo moderno[2].
El spot parece lamentarse de los cambios que la tecnología introduce en las relaciones humanas, además de reclamar sobre el momento histórico en el cual se enmarca. Precisamente, si pensamos en el nombre de la serie como un “espejo oscuro”, como muchos han sostenido, forma parte de una alegoría relacionada a una imagen distorsionada de la realidad y desesperanzadora en relación con la condición humana en la sociedad contemporánea. En un artículo que se encuentra en la dirección antes mencionada, se explica que el tópico principal de la serie debe analizarse en función de aquello que la tecnología nos muestra que ya no controlamos. Se indica con cierto pesimismo:
El espejo negro es una alegoría, como indica Greg Singh (2014: 122), del reflejo que nos devuelven las pantallas apagadas de ordenadores, móviles, tabletas y televisores. Es una imagen oscura de nosotros mismos que percibimos en la tecnología cuando no está conectada. Cuando la tecnología está en funcionamiento, esta imagen oscura y distorsionada es sustituida por un reflejo más brillante y, seguramente, más distorsionado de la sociedad, pues nos ofrece “un mundo que ya no puede reconocerse en lo que debe ser o ha sido, sino en una imagen espectacularizada de sí mismo”.
Una mirada como esta no ha sido ajena a una extensa tradición crítica que ha advertido, en términos de desarrollo cultural y civilizatorio, que el avance prometeico de la razón trae aparejado la conquista del cientificismo técnico sobre la naturaleza. Dicha tradición se podría rastrear en las críticas del romanticismo a la Ilustración y su promesa de progreso histórico orientado por la razón científica hasta Nietzsche y su oposición al positivismo, como también a los desarrollos críticos de pensadores algo disímiles entre ellos, como Heidegger, Adorno y Horkheimer, así como Hans Blumenberg y Arnold Gehlen.[3] El abordaje de estos autores sobre el avance técnico sobre el mundo parece estar marcado por un fuerte pesimismo que cree que la cultura ha sido completamente conquistada por la administración científico-técnica.
Tal pesimismo cuestiona tanto el modelo científico de las ciencias, como la pretensión científica de alcanzar una filosofía que abandone sus presupuestos especulativos y devenga ciencia positiva (por ejemplo, los círculos de Viena y de Berlín). La convicción de esta crítica hunde sus raíces en aquello que en la filosofía alemana se podría designar como Kulturkritik, esto es, un enfático anticientificismo que denuncia de qué modo la exigencia de rigor del método de la ciencia ha sido trasladado a la existencia del hombre como exigencia de vida. Tal exigencia prometida al hombre para su salvación, en la medida en que logra distanciarlo de sus fuentes irracionales y violentas, en realidad le propone una objetivación en nombre del culto a la exactitud y a la perfecta disponibilidad. Esta tendencia crítica de la cultura y la civilización occidental, explica Gérard Raulet en La filosofía alemana después de 1945, supone que:
[…] ninguna visión global del mundo puede ya proporcionar una orientación para la acción. El saber esta desmembrado, sectorizado, la ruptura entre la cultura de los expertos y la cultura profana es irreversible, nos beneficiamos de los progresos infinitos de las ciencias y técnicas, pero el dominio cultural de la innovación solo ha cedido su lugar a una agitación sin destino ni referencias.
Un autor representativo de esta tendencia ha sido Arnold Gehlen, quien, en su texto Anthropologische und sozialpsychologische (Reinbeck, Rowohlt, 1986), denuncia la omnipotencia de la razón y la ideología del progreso técnico. Tal crítica se unía a las críticas de Adorno a la creciente industria cultural, lo que llevó a ambos a la coincidencia acerca de que la cultura moderna está caracterizada por la pérdida de experiencia, la masificación y la privatización de las esferas de la vida humana. Estas características beneficiaban la llegada de una cultura dominada por la manipulación de lo vivido mediante la intervención de la técnica. Gehlen, en el texto El hombre, señala en esta misma dirección:
La diferencia entre hombre-cultural y hombre-natural es equívoca. Ninguna población humana vive en regiones incultas de lo que dan esas regiones, sino que todas tienen técnicas de caza, armas, fuego, utensilios, etc. Tampoco admitimos la distinción habitual entre cultura y civilización, que, además, solo puede formularse en muy pocas lenguas culturales. Para nosotros cultura va a ser esto: la totalidad de las condiciones de la naturaleza dominadas, transformadas y aprovechadas por el hombre mediante su trabajo y actividad, incluyendo las habilidades y artes descargadas, que solo son posibles sobre aquella base.
Este diagnóstico pesimista, según el cual ya nada peor podía suceder, además colaboraba en una crítica radical al individuo moderno, el cual mostraba una insatisfacción profunda que lo llevaba a buscar experiencias nuevas en el consumo y la producción técnica. Ese subjetivismo exacerbado mostraba la debilidad del yo sumergido en su propio narcicismo y vulnerable a los esquemas autoritarios de los medios de comunicación que lo llevaban a la adhesión irracional a lo colectivo. Como explica Raulet:
Para Adorno, al igual que para Gehlen, el desarrollo del capitalismo detenta toda la responsabilidad. Ambos comprenden este desarrollo como el de una forma de racionalidad, y ambos proponen una reconstrucción antropológica. A la tesis de la Dialéctica de la Ilustración, según la cual tiene su origen en las estructuras míticas del intercambio mágico, le corresponde en Urmensch und Spätkultur la interpretación de la magia como prefiguración de la técnica.
Todas estas consideraciones muestran de qué modo la Kulturkritik intenta mostrar los peligros de la dominación planetaria de la técnica. En esa dirección, los sugerentes episodios de la serie Black Mirror muestran la consumación de dichos peligros en un futuro distópico, pero cercano. De hecho, Charlie Brooker, su creador, ha señalado que la serie trata de mostrar “cómo la tecnología destroza nuestras vidas”.
En un reciente libro publicado en nuestro país dedicado a esta serie, Esteban Ierardo, su autor, sostiene que “somos cada vez más dependientes de la tecnología digital; y cada vez estamos más atrapados por la sociedad del espectáculo”. De hecho, la serie es analizada a partir de la tecnodependencia que los actuales medios producen. El autor indica que los temas que se desprenden de los capítulos de la serie son la tecnología “vivida como amenaza, invasión de la privacidad, pérdida de la libertad, espectáculo constante, deshumanización. Tecnodependencia”. Tanto Black Mirror como los análisis que se derivan de su examen invitan a entender el desarrollo técnico de forma pesimista. La integración de la tecnología en términos culturales es entendida como una forma de degradación, depresión y pérdida de aquellos elementos que son constitutivamente humanos, particularmente, si nos detenemos en las primeras temporadas de la serie.
Frente a estos planteos, creemos que es posible identificar algunas otras tendencias que nos permitan repensar tales visiones. No solo por su perspectiva unilateral, sino también por el abandono de un proyecto racional capaz de pensar en la emancipación colectiva que no aborte a la técnica. Un pesimismo de esta naturaleza podría limitar las posibilidades subjetivas para construir un espacio donde la técnica no sea entendida únicamente como una forma de dominación y sometimiento. El pesimismo de Black Mirror, si bien puede ser entendido desde una mirada crítica, también colabora en una mirada desesperanzadora del cambio cultural y social a partir de los desarrollos técnicos. Por tales razones, creemos, es posible recuperar otros aportes que reconsideran el papel de los medios técnicos en la sociedad.
Ciencias de la cultura y filosofía de los medios
A inicio de los años 90, la posición pesimista sobre la técnica también fundamentaba una mirada limitada sobre la cultura. La aparición de los Cultural Studies obligaba a repensar la condena de la cultura producida por la industria cultural como una forma de economía. Esto se constataba en las diversas manifestaciones culturales que mostraban que, pese a ser parte de la industria, podían ser una forma de resistencia a las formas dominantes. El rock, el punk, el pop y las diversas formas de contracultura mostraban también que la intervención técnica no necesariamente connotaba una forma de dominación, sino que podían ser resignificadas históricamente.
De ese modo, la cultura no puede abstraerse del entorno técnico que por esos años, con la globalización, se volvía cada vez más creciente. En esa dirección, la cultura se constituye con el ambiente técnico. Una de las tendencias más representativas que aparecía en ese momento es la filosofía de los medios o Medienphilosophie, la cual sostendrá, en el marco de la estética alemana, que los medios técnicos constituyen la cultura. Frente al pesimismo de la Kulturkritik, la tendencia de la filosofía de los medios afirma que no se puede pensar en la cultura si no es a partir de la técnica como fundamento mismo de la cultura. Raulet ha explicado que “las nuevas tecnologías han expulsado al espíritu fuera de las ciencias del espíritu y la tarea de una filosofía de los medios de comunicación consiste en manifestar a las ciencias del hombre su a priori técnico-mediático”.
Si seguimos la orientación de esta tendencia, podemos ver que la serie Black Mirror mantiene una posición kulturkristische demasiado enfática. El desenlace de varios de sus capítulos mantiene una mirada apocalíptica sobre la intervención tecnológica, en cuanto la dimensión humana queda sometida o imposibilitada frente a la técnica que administra o regula las relaciones humanas. A contrapelo, la filosofía de los medios busca mostrar la relevancia que tienen en nuestras culturas los medios en cuanto constituyen una forma ontológica, es decir, una determinación de la existencia de la condición humana. Esto parece haberlo reconocido el propio creador de la serie, quien, en una entrevista previa al lanzamiento de la temporada de 2017, sostenía que últimamente Black Mirror no busca mantener una mirada antitecnológica. En dicha entrevista, Brooker sostiene que no cree que su serie sea antitecnología:
A menudo representamos que suceden cosas malas, pero en general se debe a que alguien da un mal uso a algo, más que porque las tecnologías sean malas. […] en Black Mirror no hay un mensaje, realmente nos centramos en la historia y hay todo tipo de temáticas. Pero en la actualidad la serie tiende a ser, creo, relativamente no crítica.[4]
En virtud de esta observación, Brooker puntualiza que los últimos avances técnicos en nuestras vidas muestran que la sociedad está “luchando más abiertamente con las ramificaciones de la tecnología de lo que lo hacíamos cuando empezamos”, mostrando cierto optimismo de cara a los avances futuros. Pese a ello, reconoce que:
[…] quizá lleguemos a un punto en el que examinemos más críticamente si las nuevas tecnologías son malas. No sé si tener un teléfono que no tienes que tocar será algo bueno, creo que probablemente nos estamos volviendo más escépticos como especie.
A raíz de estas consideraciones, parece necesario advertir que ese pesimismo que la serie mantiene, a pesar de lo señalado por su creador, la perspectiva de la filosofía de los medios permite dialectizar este enfoque. Justamente, según uno de sus representantes más conocidos como Friedrich Kittler, germanista, estudioso de los medios y uno de los primeros académicos alemanes en conectarse con el posestructuralismo francés, el a priori técnico ha dependido del papel que han jugado los conflictos bélicos. Según explica Raulet, para Kittler:
Todo el progreso de la civilización resulta ser una escalada de tecnologías militares respecto a la cual los usos civiles son simplemente repercusiones, incluso parásitos. La estructura binaria 0/1 esconde la esencia misma de esta genealogía: presupone la oposición fundamental de Carl Schmitt entre amigo y enemigo, e inscribe en la propia lógica del funcionamiento de los medios de comunicación una guerra fría que vuelve siempre presente la guerra de manera imperceptible.
Kittler, discutiendo y pensando un conjunto de tradiciones provenientes del romanticismo alemán, los estudios literarios, Foucault, Lacan y McLuhan, pretende identificar las profundas modificaciones de la técnica en las relaciones humanas desde una mirada menos pesimista. Su enfoque, sin embargo, evidencia una determinación todavía más profunda que las antes indicadas, relacionada con las teorizaciones de la cibernética de Shannon y Weaver. El enfoque de Kittler evidencia la intención de explicar la comunicación a partir de una mirada matemática a partir de conceptos como los de “entropía”, “información”, “medida”, entre otras categorías que reducen la comunicación a la estadística y lo cuantificable.
En ese contexto, la propuesta de Kittler está orientada a pensar ya no en las máquinas o en lo humano, sino en una constelación de relaciones con objetos, tecnologías e información que incrementan nuestro poder. A su juicio: “La comprensión de los medios -a pesar del título de McLuhan- sigue siendo imposible, precisamente, porque las tecnologías de la información dominantes en nuestro presente controlan toda comprensión, así como sus ilusiones”. La tecnología parece ser más una condición que una intervención ajena que se impone como elemento externo.
En esa dirección, en una entrevista Kittler reconoce las dificultades del análisis de la Kulturkritik de Adorno y Horkheimer por su crítica totalizadora y el descuido del análisis de los medios. Indica ante la siguiente pregunta:
Entrevistador: This is not exactly the most typical media critique in the philologies. Horkheimer and Adorno’s chapter on the “Culture Industry: Enlightenment as Mass Deception” still seems to be read as the suitable description of our current cultural landscape. The technologies which, in their view, make “man” possible also make possible the literal end of mankind in Auschwitz and Hiroshima. In contrast to the Frankfurt School’s pessimistic assessment, one has the technological positivism of media theorist Norbert Bolz’s remark: “The face-to-face conversation does not function better than a teleconference. On the contrary, the more technological the communication is, the more progress communication is making”.
Kittler: I don’t want to tie myself down with the question, apocalypse now or not. I think Dialectic of Enlightenment is quite clear on that point. Horkheimer and Adorno treat Goebbels’s war propaganda and Hollywood propaganda as two facets of the same phenomenon. One is military and the other commercial, but the authors examine them as parallel aspects. That’s the appalling thing about the book. But it also makes sense because it establishes a sort of system theory. It would be nonsense to say that the technological media are all fatal and apocalyptic because the apocalyptic dangers which we constantly activate and engage are not only provoked by the media, but can also be discovered by them. For instance, no one would know about the hole in the ozone without the media. On the one hand, we’re probably the first humans to have torn a hole in the ozone? Maybe men in the ice age did too, we don’t know? While computers, on the other hand, are the one tool with which we can describe and analyze the ozone layer. Without the computer we wouldn’t know what an ozone layer is.
Según este autor, no podemos entender a los medios como una intervención ajena a las condiciones humanas, pues “los medios determinan nuestra situación”. La perspectiva antihumanista de Kittler permite repensar el lugar del desarrollo técnico en la sociedad contemporánea. A contrapelo del enfoque apocalíptico antes descripto, las máquinas, o el desarrollo tecnológico, se convierten en el registro necesario de nuestro vínculo con el mundo y entre nosotros.
En esta misma dirección, pero menos radical que Kittler, Norbert Bolz también trata de mostrar el tratamiento de la cultura ya no como un efecto y lenguaje simple del medio, sino al médium como elemento constitutivo de la cultura. Los medios de producción, como ya había insistido Benjamin en La obra de arte en su época de la reproductibilidad técnica, modifican la percepción de la cultura, pero no son vistos desde la crítica de las ideologías del marxismo occidental, según la cual los medios como el cine y la fotografía colaboraban en la falsa conciencia.
Los medios técnicos de producción modifican la interacción social y los roles que se cumplen en los espacios democráticos. El pesimismo cultural, en consecuencia, muestra sus límites para comprender los marcos culturales actuales. Si la ciencia y la técnica devinieron en las formas productivas actuales, la crítica de las ideologías debe reemplazarse por un análisis de los medios o de la técnica. Como sostiene Raulet:
Desde sus referencias a Benjamin, la filosofía de los medios de comunicación ha hecho suya una «barbarie positiva», una aceptación de la huida hacia delante de las fuerzas técnicas productivas y una propensión a la provocación, que se expresa todavía en las últimas obras de Bolz, como el Manifiesto consumista del 2002, a los conformistas del no-conformismo y a los Kulturkritiker. Bolz les alega que el consumismo es «el sistema inmunizado» que «protege a la sociedad contra el virus de las religiones fanáticas». De su tesis doctoral sobre la estética de Adorno, escrita bajo la dirección de Jacob Taubes, y de su habilitación sobre El extremismo filosófico en el periodo de entreguerras, le queda a Bolz, hoy en día profesor de Ciencias de los Medios de Comunicación en la Universidad Técnica de Berlín, una sensibilidad para el extremismo y el apocalipticismo.
En un texto traducido al español, Comunicación mundial, Bolz sostiene que su posición ya no puede estar orientada por una teoría crítica de la sociedad, porque tal diagnóstico ha mostrado ser insuficiente. La sociedad ya no puede describirse como el fundamento ontológico que conforma el lazo humano. En todo caso, cree Bolz, el fundamento es la comunicación. En Black Mirror este fenómeno comunicativo mundial se ve como una forma de gobierno y perversión capaz de destruir cualquier ámbito de la vida. A contramano, Bolz sostiene:
Así pues, mi tesis es la siguiente: la modernidad, que se ha reflejado y reafirmado en la propia posmodernidad, es la era de la comunicación mundial. Ya no está bajo el signo de Prometeo (la producción), sino de Hermes (la comunicación). La era de la comunicación mundial se caracteriza, sobre todo, por que la percepción de la comunicación sustituye a la percepción del mundo. “Comunicación mundial” significa “El mundo es todo lo que es comunicado”. Éste no es el concepto de mundo (de la vida) de la fenomenología, o sea “el mundo en el cómo de los hechos de la experiencia” de Husserl. Tampoco es el concepto de mundo de la teoría de sistemas (más allá de que en lo sucesivo nos guiemos por ella), es decir, una fórmula para lo no enmarcado y lo no observable. En lugar de ello, entendemos el mundo como el marco de la asequibilidad comunicativa.
Para finalizar, nos parece adecuado advertir que estas dos tendencias que hemos utilizado para pensar en Black Mirror podrían ponerse en tensión, a los efectos de habilitar las posibles miradas que se desprenden de dicha serie. Creemos que la enfática mirada pesimista que se desprende de su creador como de la literatura sobre la serie está inspirada en la Kulturkritik y podría tender a un enfoque reductivo. Abrir la posibilidad de un enfoque como el de los autores mencionados en la última parte podría dialectizar nuestra mirada en relación con la tecnología y sus consecuencias. El destino de la tecnología en nuestras sociedades parece todavía impredecible como para diagnosticar que Black Mirror o ficciones parecidas representan un futuro inmediato o un presente actual. Tal fenómeno se presenta con una complejidad aún por pensar, y, creemos, el enfoque de autores como Kittler y Bolz podría colaborar en problematizar el papel del desarrollo tecnológico en las sociedades actuales.
Bibliografía
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- Abogado. Estudiante de Filosofía, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, UNCa.↵
- Promoción de Black Mirror en Channel 4, noviembre de 2011.↵
- Cabe aclarar, a los efectos de una historia intelectual de esta tendencia, que entre 1950 y 1960 se publicarán diversos textos que muestran su pesimismo sobre la técnica. En 1953, Heidegger expuso ante la Academia de Bellas Artes de Baviera sus tesis sobre el “problema de la técnica”, como también vio la luz la traducción alemana de Brave New World, de Aldoux Huxley. Asimismo, el ensayo de Günther Anders “Kafka, pro und contra” era publicado en 1951, y en 1953 los libros de Alfred Weber Der dritte oder her vierte Mensch y el del hermano de Ernst Jünger, Friedrich Georg, Die Perfektion der Technik. Si se quiere, entre estas décadas se instala el cuestionamiento al prometeísmo técnico.↵
- Disponible en https://bit.ly/2VoY49a.↵