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1 Moneda sintiente

La economía de las sensaciones en el entramado tecnocultural contemporáneo

Héctor Ariel Feruglio Ortiz[1]

Consideraciones iniciales

Hace un par de años publicaba un artículo sobre la administración del sentir en las redes sociales para una revista de filosofía tomando como referencia el capítulo “Caída en picado” de la serie Black Mirror. “Caída en picado” (“Nosedive”) es el primer capítulo de la tercera temporada de Black Mirror, con guion de Charlie Brooker, Rashida Jones y Mike Schur y dirección de Joe Wright, y emitido el 21 de octubre del 2016. Por aquel tiempo, mi preocupación giraba en torno a las formas de explotación de la vida afectiva por parte del capitalismo visual, mediante una administración de la multiplicación técnica de la imagen cosificada en las redes sociales. En ese momento pretendía dar cuenta de una nueva forma de articulación del poder basado en la cuantificación del sentir como una unidad de vigilancia y de control de las sensaciones, que denominé “poder sensóptico”. Pasados dos años de ese artículo, este trabajo pretende volver sobre el análisis de ese capítulo de la serie, atravesado por otras lecturas e interlocuciones que me han permitido fortalecer algunas ideas y desechar otras. El planteo de “Caída en picado” nos otorgará la posibilidad de delimitar un espacio de efectuación del poder sensóptico en la lógica algorítmica que articula la economía de las sensaciones en las redes sociales. Una economía basada en el intercambio de vida afectiva con el fin de obtener valoraciones positivas que le otorguen a los usuarios una posición de privilegio en la mirada pública. A valoraciones positivas representadas como unidades mínimas de expresión como “Me gusta”, la denominamos “moneda sintiente”. Una suerte de micro-divisa universal que se obtiene como resultado de la producción, el consumo y la valoración de vida afectiva en las redes sociales de Internet.

El comercio de las sensaciones

Podríamos afirmar que las unidades mínimas de expresión como el “Me gusta” usadas en las redes sociales podrían considerarse un fenómeno de efectuación del ejercicio del poder sensóptico. Las redes sociales brindan a los usuarios un espacio de interacción donde compartir se ha convertido en un comercio de vida afectiva, y donde reaccionar es una forma de valoración (calificación) administrada por la inteligencia sensible de la técnica. “Caída en picado” recrea, en un futuro no lejano, una sociedad estructurada a partir de la administración de las calificaciones que los usuarios realizan en sus interacciones cotidianas mediante el uso de dispositivos técnicos. “En ‘Caída en picado’, cada encuentro entre las personas exige una calificación, un puntaje. Todos tienen una lentilla led en los ojos que muestra en un visor el puntaje de cada individuo con el que interactúan” (Ierardo, 2018: 123). El capítulo de Black Mirror nos muestra el escenario distópico de una sociedad derivada de estas prácticas, donde no solo calificamos mediante un “Me gusta” en las redes sociales, sino reducimos la vida a un puntaje.

Antes la gente calificaba publicaciones de otros en el ámbito común de las redes sociales mediante los “Me gusta”. La calificación se realizaba entre los sujetos en el espacio digital de la web. En el futuro que se acerca, las calificaciones no se limitarán a los posteos, sino a las acciones del otro en la vida diaria (Ierardo, 2018: 123).

Vivimos en el marco de una economía de la vida afectiva que implica formas de control horizontal senso-reactivas entre los usuarios y mecanismos de administración corporativa de la información tendientes a la obtención de beneficios económicos, sociales y políticos. Nuestras actividades cotidianas en las redes sociales, como producir (compartir), consumir (seguir) y valorar (reaccionar) vida afectiva, alimentan el poder de los regímenes psico-económicos del capitalismo audiovisual.

Antes, en el capitalismo más básico, se era por los objetos o riqueza que se acumulaba; se era por una medida o cantidad de patrimonio. Ahora se debe capitalizar también un puntaje favorable relacionado con la propia imagen en los otros (Ierardo, 2018: 123).

Esa experiencia de contacto ampliado por experiencia de conectividad que se manifiesta en las relaciones de intercambio de la vida afectiva en las redes sociales se transforma en un espacio de lucha por el control de la información cuantificada emergente de la valoración de los usuarios. El control de esta información cuantificada como puntaje o tendencia estadística permitirá a los administradores de las redes sociales anticiparse, gestionar y administrar electrónicamente la vida.

Internet es por definición una máquina de vigilancia, divide el flujo de la información en operaciones pequeñas, rastreables y reversibles y así ubica a cada usuario bajo vigilancia real o posible. Internet crea un campo de visibilidad, accesibilidad y transparencia total (Groys, 2014: 135).

Pero ¿qué implica la lucha por el control de la información con el fin de lograr una mayor capacidad de anticipación, gestión y administración electrónica de la vida? Implica ingresar en una economía de las sensaciones donde la producción, recepción y comercio de las imágenes de la vida afectiva son capaces de otorgar, a un usuario, un grupo o una comunidad, un lugar favorable o desfavorable ante la mirada social. A esa capacidad de gobernar el modo de expresión de los seres y las cosas como imagen mediante la administración de la información emergente de los procedimientos técnicos de control, vigilancia y valoración que los usuarios realizan entre sí, la denominamos “poder sensóptico”. Una capacidad que no es nueva, pero que en la actualidad se ha ampliado en forma exponencial debido al desarrollo de la inteligencia sensible de la técnica y al avance del capitalismo audiovisual. Un régimen económico que se estructura sobre la base de la producción de imágenes de la vida afectiva como mercancía para el consumo, en el marco de la cultura de la conectividad.

“Solo serás un puntaje…” es el título que Esteban lerardo utiliza en su libro Sociedad pantalla, Black Mirror y la tecnodependencia para iniciar su análisis sobre el capítulo “Caída en picado” ( Ierardo, 2018: 123). La descripción es muy elocuente y refiere al planteo que el capítulo hace sobre la posibilidad de reducir la vida a cuantificaciones, porcentajes y valores como cantidad. El puntaje se transforma en una forma de control social recíproco y horizontal entre los usuarios que califican unos a otros sus interacciones cotidianas.

El poder se horizontaliza, porque todos pueden y deben calificarse entre sí. Existe un temor al poder que el otro tiene sobre uno a través de la puntuación. Por lo que cada uno hará lo debido, repetirá las buenas costumbres: mostrarse civilizado y respetuoso, atento, aunque íntimamente sienta lo contrario (Ierardo, 2018: 24).

Controlar la imagen que se vuelve pública se convierte en una lucha por obtener el reconocimiento social, en un contexto marcado por la hipocresía y la apariencia, donde se busca una calificación positiva con el fin de obtener los privilegios que otorga tener un alto puntaje. Lacie, el personaje principal del episodio, experimenta la tensión entre la búsqueda del reconocimiento mediante la construcción de una imagen agradable, y el repudio a la falsedad que implica el control permanente de su imagen para lograr agradar. “Caída en picado” nos enfrenta con fenómenos posibles como la cuantificación de la vida, la horizontalización del poder, la dominación recíproca de unos sobre otros, la escenificación de la vida pública, y el paso de la inautenticidad a la autenticidad como rebelión social (Ierardo, 2018: 125). Es interesante tomar estos ejes de reflexión para desprender nuestra hipótesis sobre la economía de la vida afectiva.

El valor de la vida afectiva

Para Esteban Ierardo, el planteo del capítulo “Caída en picado” de Black Mirror nos sitúa en primera instancia en una cuantificación de la vida mediante un puntaje. Esto, que podemos visualizar actualmente en diversas aplicaciones donde valoramos cuantitativamente servicios, personas y productos, tiene como consecuencia una forma de alienación. “Reducir a las personas a una cantidad de estrellas, a un puntaje determinado y cambiante, pero constante, supone que lo humano se aliena, o se hace algo extraño ajeno a sí mismo” (Ierardo, 2018: 125). Pero ¿cómo es posible cuantificar la vida?, o, en todo caso, ¿qué es lo que se cuantifica? La respuesta a esto podría ser la siguiente: se cuantifica el valor de la vida afectiva de los usuarios. Este valor se obtiene a partir de las calificaciones que otros usuarios realizan mediante el uso de unidades mínimas de expresión en aplicaciones técnicas capaces de procesar, administrar y socializar la información en las redes sociales. Según Serrano Marín, las plataformas digitales como Facebook se han convertido en “máquina de los afectos”, con dos características o rasgos que la diferencian de otros medios de comunicación masiva. La primera refiere a un usuario activo, no un mero receptor, que produce e interactúa con otros usuarios. El segundo rasgo que distingue a Facebook de otras redes sociales es la “integridad afectiva del dispositivo en forma de álbum” (Serrano Marín, 2016: 16). Se articulan dos dimensiones, una forma de producción horizontal en red y una producción de la intimidad desde la intimidad.

Nos encontramos con un nuevo formato de producción que excede a la posibilidad de ser analizado bajo las categorías clásicas de los procesos económicos. Los productores de vida afectiva no son asalariados, no operan bajo el viejo modelo industrial, sino que son receptores de un servicio gratuito, al menos en apariencia.

El motor de riqueza que genera es esa información producida y el precio es esa cesión. Los usuarios pagan el servicio en su condición de productores de información, pero son productores, en el sentido de trabajadores que pagan por producir, que pagan en términos de información (Serrano Marín, 2016: 20).

Lo novedoso de Facebook desde esta perspectiva sería su capacidad de integrar de forma inédita la máquina en la vida afectiva, lo cual genera lo que Serrano Marín describe como una máquina capitalista donde la mercancía es la afectividad misma. Estas relaciones de intercambio se estructuran en una economía de la vida afectiva, un sistema basado en el comercio de vida sensible producida y compartida con el objetivo de obtener valoraciones positivas. Estas valoraciones se manifiestan como unidades mínimas de expresión que progresivamente se han convertido, como afirma Rudder, en una micro-divisa universal.

Facebook aportó cierto grado de edición a una red social que ya era sólida y, para bien de los creadores de contenido, facilitó que cualquiera pudiese añadir ese iconito del pulgar para aprobar su trabajo. Crearon una nueva micro-divisa universal: a lo mejor no te pago por tu texto, tu música o lo que sea, pero te doy un estímulo en forma de aprobación y difundo lo has creado entre mis amigos (Rudder, 2016: 233).

La expresión “Me gusta” popularizada por la plataforma Facebook, una mano con un dedo pulgar hacia arriba, emula una forma de aprobación frente a un acontecimiento representado mediante una foto, un mensaje, un comentario. Si bien el “Me gusta” se aplica en Facebook para cualquier tipo de expresión, aun la más trivial siempre conlleva, según Serrano Marín, una suerte de escrutinio moral.

La mayoría de los usuarios esperan esa aprobación y viven más o menos pendientes de ella. No es que se les vaya la vida en ello de la forma en que ocurría en el circo romano, pero sí les va un cierto bienestar, una considerable reafirmación de sí mismos y de su identidad en la red (Serrano Marín, 2016: 61).

De este modo, estas unidades mínimas de expresión son más que un mero signo de comunicación, encierran un juicio moral que tiene consecuencia sobre los otros. La aprobación tiene que ver con un estado de bienestar básico que estimula o desanima nuestras capacidades de acción, fortalece o debilita nuestra sensación de pertenencia a un grupo o comunidad, incrementa o disminuye el valor de nuestra imagen pública[2]. Desde este punto de vista, el botón del “Me gusta” tiene una condición moral profunda vinculada a la aprobación sobre cosas aparentemente intrascendentes.

No hay un solo fin que determine las acciones, sino que hay tantos fines como deseos posea el individuo. Los fines en ese sentido tienen que ver con lo que uno aprueba, y lo que uno aprueba es el elemento constitutivo esencial que deben regir las acciones del mundo moral (Serrano Marín, 2016: 64-65).

En el marco de una economía de la vida afectiva, las redes sociales constituyen verdaderas fábricas de producir (compartir) vida afectiva. Son sitios de interacción que, en algunas plataformas como Facebook, permiten una integración de la vida afectiva en forma de biografía. También constituyen espacios de vigilancia y de control con el objetivo de administrar la información de los usuarios. Las unidades mínimas de expresión como el “Me gusta” constituyen el senso-data que alimenta las cadenas de montaje mediático del poder sensóptico. Cuando uno se conecta a una red social, ingresa en un entramado tecnocultural donde, como afirma Serrano Marín (2016: 67), los afectos se transforman, mediante procesos algorítmicos, en un dato estadístico que afirma una posición moral y produce un registro biográfico. Byung-Chul Han sugiere que el uso del botón “Me gusta” implica formar parte de un entramado tecnocultural de dominación del capitalismo. “El botón de ‘Me gusta’ es su signo. Uno se somete al entramado de poder consumiendo y comunicándose, incluso haciendo clic en el botón de ‘Me gusta’. El neoliberalismo es el capitalismo del ‘Me gusta’” (Han, 2014: 17). A diferencia de Han, Serrano Marín no considera que se ingrese en un entramado con un esquema de dominación que contiene un fin vinculado a la obtención del poder político, a posicionarse en el mercado o al rendimiento económico. Desde su perspectiva, lo que brinda un “Me gusta” estaría vinculado no a un fin económico, sino a un fin moral y ético capaz de articular la vida afectiva con la gestión de la identidad personal, mediante la búsqueda de un signo de aprobación de esta y la evitación de desaprobaciones.

Descubrimos una capa final y más profunda de por qué el “Me gusta” excluye el “No me gusta”. Si en el mundo moderno la felicidad se construye a partir de la acumulación constante de alegría, o, para ser más precisos, de sus sucedáneos, de afirmaciones y la evitación de desaprobaciones, es decir, a partir de aprobaciones hacia lo que somos, por tanto, del Me gusta, entonces como dispositivo es el recipiente perfecto donde el usuario puede acercarse a una felicidad que resulta esquiva e imposible en el mundo real (Serrano Marín, 2016: 68-69).

Sin embargo, es posible encontrar en el planteo de Serrano Marín una suerte de reduccionismo del “Me gusta” a un problema ético y moral que omite ciertas formas de articulación del poder basado en aspectos estéticos y emocionales del sistema productivo de la “gubernamentalidad algorítmica”.

En la medida en que los algoritmos se vuelven cruciales en la formación del cuerpo social, la construcción del poder social se desplaza del nivel político de la conciencia y la voluntad, al nivel técnico de los automatismos localizados en el proceso de generación de intercambio lingüístico y en la formación psíquica y orgánica de los cuerpos (Berardi, 2017: 49).

Para Franco Berardi, el objetivo de semiocorporación es establecer una relación maleable entre la máquina y el trabajador cognitivo tendiente a la apropiación y dominio del tiempo y de la experiencia. “Estamos atrapados, además, en un frenesí de socialización forzada. Producir y trabajar implican estar conectados. La conexión es trabajo. La obsesión económica provoca una permanente movilización de la energía productiva” (Berardi, 2017: 49). Dada la gran cantidad de fuentes de estimulación nerviosa generadas por el mercado de la información, la atención se vuelve un recurso escaso. Se ha erosionado la capacidad de atención consciente, y el tratamiento de la información, así como la toma de decisiones, es cada vez más automática. Somos gobernados por alternativas binarias que generan un empobrecimiento de la experiencia que conduce a una reducción de la sensibilidad. “Mas allá de un cierto límite, la experiencia de aceleración produce una contracción del tiempo disponible para la elaboración consciente y, por consiguiente, una pérdida de sensibilidad (que también tiene consecuencias éticas)” (Berardi, 2017: 49).

La moneda sintiente

Para abordar el problema de la mutación de la experiencia producto de nuestro vínculo con la tecnología, Berardi señala una diferencia semántica en la lengua inglesa entre sensibility y sensitivity. La primera refiere a la sensibilidad como habilidad para detectar significado, las implicaciones morales y conceptuales provenientes de gestos, enunciaciones no verbales, situaciones existenciales. La segunda designa la habilidad de detectar implicaciones significativas vinculadas a experiencias táctiles, estímulos epidérmicos e insinuaciones sexuales. Desde esta perspectiva, el ingreso al entramado tecnocultural contemporáneo ha generado una suerte de disonancia entre las esferas de la sensibilidad y la sensitividad, de la estética y del erotismo, producto del vínculo entre el placer y los signos estéticos artificiales. La implicación inicial es la siguiente: no hay posibilidad de disociar la dimensión natural y la artificial desde el punto de vista de la respuesta emocional. De este modo, un “Me gusta” conformaría la integración entre una unidad mínima de expresión sensible y sensitiva en un dispositivo técnico. Un dispositivo capaz de estimular una sensibilidad administrada técnicamente con sus implicaciones morales y conceptuales, y de excitar una sensitividad simplificada a una reducción de la experiencia táctil a reaccionar, es decir, presionar el botón “Me gusta”.

Nos produce bienestar que nuestra vida afectiva sea aprobada por los otros a través de un “Me gusta”, dadas las implicaciones morales y conceptuales que estos signos de aprobación designan respecto de nosotros ante la mirada social. Pero también nos excita la experiencia táctil de calificar (reaccionar) la vida afectiva de otros, en una forma simple de adhesión automatizada que nos empodera mediante una lógica algorítmica.

El organismo adopta herramientas de simplificación y tiende a uniformar su respuesta psíquica y a reestructurar su comportamiento afectivo en un marco afectivo y veloz. El punto principal de este proceso de desensibilización es la producción del tiempo disponible para la elaboración de emociones (Berardi, 2017: 99).

Vincenzo Cuomo utiliza la categoría de aturdimiento estético para caracterizar esa suerte de fitness ambiental que implica una coordinación entre los individuos y el info-ambiente a partir de la adquisición de hábitos tecno-operacionales complejos, pero no simbólicos.

Vincenzo Cuomo (2014) ha utilizado la noción de “aturdimiento estético” confrontada con la noción de “atención estética” para caracterizar un aspecto de la vida en los ambientes mediales informáticos. La diferencia entre aturdimiento estético y atención estética estaría relacionada con su característica de despotenciar el universo simbólico, en un juego retórico que emparenta la inmersividad en ambientes mediales informáticos como una imposibilidad de apertura al mismo. Una obturación simbólica producto de un fitness ambiental que impide el acordamiento emocional-cognitivo que implicaría la puesta en movimiento de superficies libidinales articuladas en una economía de las sensaciones como espacio de efectuación de unidades de control del poder sensóptico (Feruglio, 2017: 48).

Esa lógica interna del aturdimiento estético (algorítmica y no apofántica) articula la vida en los ambientes informáticos en un vínculo comando-reacción. “La logica de la informazione (l`interazione uomo-ambiente informatizzato) è, infatti, una lógica cibernética, un logica algorítmica in grado de stabilire una fitness ambientale efficace” (Cuomo, 2014:94).

Al traducir nuestras sensaciones en unidades mínimas de expresión en las redes sociales, devenimos, parafraseando a Klossowski, una moneda sintiente. Convertirnos en moneda sintiente implica la articulación de una sensación expropiada que encuentra, en el tráfico cuantificado de las emociones de las redes sociales, su equivalente simbólico: “Me gusta”, “Me encanta”, “Me enoja”, “Me entristece”, “Me disgusta”. Al socializar las sensaciones, se artificializa el sentir (alegría, tristeza, enojo, molestia) a través de ciertos signos capaces de expresar un fenómeno sensorial y afectivo. Las unidades mínimas de expresión en las redes sociales adquieren la forma del dinero, convirtiendo nuestro sentir personal, íntimo y privado en una moneda sintiente que expresa su carácter impersonal, neutro y anónimo en su “carácter cuantificado”. Para Klossowski, la moneda inerte se estructuraba en la época esclavo-industrial mediante una “relación estrecha entre su presencia corporal y el dinero que la produce”, mientras que una moneda viviente implicaba que el esclavo sustituyera “la función del dinero convirtiéndose él mismo en dinero: a la vez riqueza y equivalente de riqueza” (Klossowski, 2010: 40).

El “Me gusta” es la moneda sintiente de economía de la vida afectiva que articula las redes sociales. Un signo que expresa un fenómeno sensorial y afectivo inorgánico administrado por la lógica algorítmica de los ambientes informáticos. Esta lógica algorítmica se estructura en el marco de un capitalismo audiovisual que basa sus formas de producción en una progresiva de-simbolización psico-económica mediante un aturdimiento estético. La de-simbolización psico-económica de las formas de vida contemporánea es el resultado de la administración cibernética de las sensaciones y emociones. Dicha administración cibernética se efectúa mediante la cuantificación de las unidades mínimas de expresión que representan, en los regímenes psico-económicos del capitalismo audiovisual, una micro-divisa universal de intercambio: la moneda sintiente. Esta moneda que obtenemos a cambio de ceder información de nuestra vida afectiva nos posiciona, de mejor o peor manera, frente a la mirada pública en función de la cantidad que seamos capaces de obtener. La economía de la vida afectiva en las redes sociales ocurre gracias a una lógica algorítmica que administra la sensibilidad individual y colectiva. Se administra esa habilidad de captar significados con implicaciones morales y conceptuales mediante un vínculo comando-reacción capaz de cuantificar las unidades mínimas de expresión.

Del mismo modo, esa lógica algorítmica ha desplazado el lugar de la experiencia sensitiva orgánica hacia una experiencia inorgánica mediante un proceso de aturdimiento estético. Nos encontramos con subjetividades teledirigidas e identidades comando artificiales producto de una transformación de las formas de vigilancia y de control del modelo panóptico hacia nuevas formas de control y vigilancia del modelo sensóptico. En el modelo panóptico, la constitución de individuos es la dimensión conflictiva, situada entre los sistemas de dominación y el ejercicio de la libertad, y, en el sensóptico, el problema se resitúa en el ámbito de la movilidad y la conectividad, y la dimensión conflictiva es la constitución de dividuos (sensodata).

Pasamos, pues, a ser definidos y valorados en función de nuestra conectividad, de nuestra capacidad de participar en esas superficies de ensamblaje que genera la información a partir de hardware, software y webware, que se despliegan insertándose por entre nuestra existencia (Moreu y Tirado Serrano, 2006: 38).

Las redes sociales se han convertido en un espacio de comunicación donde los usuarios son capaces de compartir información de su vida, calificar entre sí su mirada y construir una imagen que le otorgue una posición de privilegio ante la mirada pública. Pero también las redes se han convertido en un espacio de vigilancia y de control horizontal entre los usuarios que generan la información necesaria para que las corporaciones administren su vida electrónicamente.

Tanto en el lenguaje ordinario como en el debate académico, la práctica de “vigilar” se ha convertido en una metáfora de todas las demás actividades de monitoreo. Por lo tanto, la comprensión de la vigilancia no se limita a una práctica visual; más bien involucra todos los sentidos, la recolección de datos y la mediación tecnológica. La metáfora visual implica una jerarquía espacial donde el observador se coloca sobre el observado. Sin embargo, esto no significa que la vigilancia sea necesariamente una relación de poder jerárquica en la que el observador controla lo observado. Similar a la ampliación del concepto para incluir todos los sentidos, la recopilación de datos y la mediación tecnológica, la vigilancia se puede ver como una relación “plana” o incluso a favor de la persona bajo vigilancia, ya sea negativamente como resistiendo activamente la mirada o positivamente como empoderamiento exhibicionista (Albrechtslund, 2008: 6).

Si bien los procesos de vigilancia en general están asociados a una práctica visual, es posible afirmar que involucran todos los sentidos, la recolección de datos y la mediación tecnológica. En las redes sociales se realizan en forma horizontal (usuarios-usuarios) y vertical (corporaciones-usuarios), por lo cual generan prácticas de empoderamiento laterales y verticales. El empoderamiento lateral se produce por formas de vigilancia realizadas entre individuos (entre pares) y abarcan un espectro general de la vida afectiva que va desde lo más íntimo hasta lo más público.

Vigilancia lateral, o monitoreo de igual a igual, entendido como el uso de herramientas de vigilancia por individuos, en lugar de por agentes de instituciones públicas o privadas, para realizar un seguimiento de uno a otro, cubre (pero no se limita a) tres categorías principales: Intereses románticos, familiares, y amigos o conocidos (Andrejevic, Albrechtslund, 2008: 6).

Anders Albrechtslund denomina a este fenómeno “vigilancia participativa”, afirmando que la práctica de las redes sociales en línea puede verse como un empoderamiento, ya que es una forma de participar voluntariamente con otras personas, construir identidades y compartir contenidos. Sin embargo, como afirma el colectivo Tiqqun en su texto “La hipótesis cibernética”, existen en la actualidad una mixtura de dispositivos de vigilancia y dispositivos de aprehensión (captura de datos).

Los primeros están inspirados en la prisión, en cuanto ésta introduce un régimen de visibilidad panóptico, centralizado. Han sido durante mucho tiempo el monopolio del Estado moderno. Los segundos están inspirados en la técnica informática, en cuanto ésta aspira a un régimen de cuadriculado descentralizado y en tiempo real” (Tiqqun, 2012: 31).

Existe una forma de empoderamiento corporativo basado en procesos de captura, gestión y administración electrónica de la información de los usuarios que permite “la reconstrucción de los hábitos de la persona, preferencias, formas de vida, movimiento” con el objetivo de aquello que Éric Sadin (2018) denomina “silicolonización del mundo”. Un proceso de mercantilización de la vida cotidiana que implica el uso de aplicaciones como las redes sociales con el fin de una organización algorítmica de la existencia. “Esta cuantificación computacional orienta el juicio mediante el uso de software ‘de ayuda a la decisión’, que da cuenta de un entrelazamiento creciente entre política y arquitecturas robotizadas” (Sadin, 2017: 136). La mercantilización de vida cotidiana y la organización algorítmica de la existencia implica un avance sobre la esfera íntima de las personas mediante una automatización decisional de la técnica.

Yo soy lo que Google sabe (mi ontología es la epistemología de Google). Mis búsquedas y mis desplazamientos online, mis consultas y mis preferencias, mis correos electrónicos y mis fotos, mis mensajes privados y públicos, todo lo que compone mi identidad lo gestiona Google para mi bien (Ippolita, 2012: 15).

Emerge lo que Éric Sadin (2017: 137) denomina “gubernamentalidad algorítmica”, no solo aquella que permite la acción política sobre la base de algoritmos estimativos y predictivos, sino aquella que gobierna la existencia individual y colectiva de los usuarios en su vida cotidiana.

Consideraciones finales

La gubernamentalidad algorítmica es una política técnica que se sostiene no solo en la gestión electrónica de la vida mediante dispositivos técnicos (política de la técnica), sino también en la posibilidad de efectuar la mercantilización de la vida a través de un sistema de intercambio. Este sistema de intercambio basado en una lógica algorítmica (comando-reacción) constituye lo que denominamos “economía de las sensaciones”, una economía que encuentra su efectuación en las redes sociales mediante el uso de unidades mínimas de expresión como “Me gusta”. Esta unidad mínima de expresión, que integra una dimensión sensible y una sensitiva, se convierte en una micro-divisa universal que denominamos “moneda sintiente”, un equivalente simbólico cuantificado de las emociones expresadas en las redes sociales. Se obtienen monedas sintientes a cambio de información que compartimos sobre nuestra vida a nivel individual y colectivo: fabricamos vida afectiva. La cantidad de moneda sintiente que seamos capaces de acumular nos otorga una posición más favorable o menos desfavorable ante la mirada social. Este comercio de vida sensible implica formas de vigilancia peer to peer que empodera a los usuarios como consumidores que usan la moneda sintiente como forma de retribución. Las formas de vigilancia generan la información necesaria para que las corporaciones mediáticas establezcan un comercio cuyo objetivo es la administración electrónica de la vida con fines políticos, económicos y sociales. A esa capacidad de gobernar el modo de expresión de los seres y las cosas como imagen mediante la administración de la información emergente de los procedimientos técnicos de control, vigilancia y valoración que los usuarios realizan entre sí la denominamos “poder sensóptico”.

Bibliografía

Albrechtslund, Anders (2008). “Online Social Networking as Participatory Surveillance”. Disponible en https://bit.ly/2IidjJS.

Byung-Chul Han (2014). Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Herder: Barcelona.

Cuomo, Vincenzo (2014). Eccitazioni mediali. Forme di vita e poetiche non simboliche. Kaika Edizioni: Roma.

Feruglio, Héctor Ariel (2017). “Ocupar las pantallas. La administración del sentir en las redes sociales”, en Voces alternativas: investigación multidisciplinar en comunicación y cultura. Egrerius: Sevilla.

Groys, Boris (2014). Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Caja Negra: Buenos Aires.

Ippolita (2012). En el acuario de Facebook. El resistible ascenso del anarcocapitalismo. Enclave de Libros: Madrid.

Klossowski, Pierre (2010). La moneda viviente. Las cuarenta: Buenos Aires.

Rudder, Christian (2016). Dataclismo. Amor, sexo, raza e identidad: lo que nuestra vida online muestra de nosotros. Aguilar: Barcelona.

Serrano Marín, Vicente (2016). Fraudebook. Lo que la red social hace con nuestras vidas. Plaza Valdez: Madrid.

Sadin, Éric (2017). La humanidad aumentada, la administración digital del mundo. Caja negra: Buenos Aires.

Sadin, Éric (2018). La silicolonizacion del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital. Caja negra: Buenos Aires.

Berardi, Franco (2017). Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva. Caja Negra: Buenos Aires.

Turcke, Christoph (2012). La società eccitata. Filosofia della sensazione. Bollati Boringhieri: Turín, Italia.

Videografía

Brooker, C. (productor) y Wright, J. (2016). Black Mirror. T03E01: “Nosedive”. Endemol Shine UK: Reino Unido.


  1. Doctor en Ciencias Humanas. Profesor adjunto de la cátedra de Filosofía de la comunicación, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, UNCA.
  2. Plataformas como Facebook ofrecen en su interfaz unidades mínimas de expresión que se caracterizan por representar una valoración positiva, o, en todo caso, reforzar el “Me gusta” con alguna variante de este, como “Me asombra”, “Me encanta”, “Me entristece”, “Me enfada”, y no su contraria. Esto radica, según Serrano Marín, en un argumento que esgrimen los creadores de estas dinámicas de valoración que pretende evitar la negatividad en la red, o en todo caso no facilitarla.


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