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El dinero de las prostitutas

Trabajo sexual y circuitos inmigratorios
entre Río de Janeiro y Buenos Aires (1907-1920)

Cristiana Schettini

Este texto rastrea algunos recorridos del dinero obtenido con la prostitución a través de circuitos inmigratorios sudamericanos durante los años previos a la Primera Guerra Mundial. Su intención es la de contribuir a una reflexión sobre el comercio sexual en relación con los circuitos inmigratorios y laborales de hombres y mujeres en los márgenes del mercado de trabajo asalariado. En otras palabras, se trata de abordar el ejercicio y la explotación de la prostitución como parte de las posibilidades de trabajo, ahorro y comercio entre inmigrantes europeos en la América del Sur a comienzos del siglo XX. Desde esta perspectiva, los viajes sudamericanos de hombres y mujeres en función del comercio sexual son indagados como parte constitutiva de sus experiencias, a diferencia de una visión que les confiere un sentido externo y previo como “trata de blancas”.

Los historiadores que abordaron la organización social de la prostitución de este período registraron diversas percepciones contemporáneas que le atribuyeron una lógica capitalista: un mercado organizado en función de la oferta y demanda, una organización casi fabril y la cosificación de los cuerpos de las mujeres, comparadas a autómatas.[1] En parte, la difusión de este tipo de observación expresa una preocupación más amplia, característica del cambio de siglo, sobre los riesgos de una mercantilización desenfrenada de las relaciones humanas.[2] De acuerdo con esta visión, la intervención empresarial del proxeneta tenía un lugar destacable, en especial en la expansión internacional de la explotación del comercio sexual.[3] En lugar de tomar a estas percepciones contemporáneas como descripción de la realidad, conviene contrastarlas con los varios usos y sentidos del dinero obtenido con el comercio sexual.

Para eso, son de gran utilidad los juicios de expulsión de extranjeros por proxenetismo producidos por la policía brasileña desde 1907 hasta la década de 1920. Los juicios de expulsión brasileños resultaron de la aprobación de la ley conocida como Adolfo Gordo, que reglamentó la expulsión de extranjeros indeseables como una medida administrativa del Poder Ejecutivo. Eso significa que la expulsión ocurría sin necesidad de intervención del Poder Judicial.[4] La expulsión era sumaria cuando era aplicada a opositores políticos, en especial anarquistas, o a cualquiera pasible de ser considerado, por parte de las autoridades policiales, como una amenaza a la “seguridad nacional”. Sin embargo, también se preveía la expulsión por el ejercicio de prácticas contravencionales, como “vagancia y mendicidad”, e incluso delictivas, como el proxenetismo, ambas previstas en el Código Penal de 1890.

Una peculiar preocupación con la producción de pruebas para la expulsión de vagos, ladrones y proxenetas diferenció la práctica de la ley brasileña de la ley de residencia argentina, por ejemplo. En Brasil, esa preocupación llevó a la producción de una documentación similar a la de un juicio convencional. La policía buscaba fundamentar con pruebas cada decreto de expulsión firmado por el ministro de la Justicia, en un procedimiento con forma judicial, pero con contenido “administrativo”. La única posibilidad de intervención del Poder Judicial ocurría cuando el acusado tenía tiempo y condiciones de presentar un pedido de habeas corpus que arguyera la ilegalidad de la prisión, y a veces, de la ley de expulsión misma.[5] Para la historia social, la documentación producida por esas iniciativas es un rico registro de redes, conexiones y experiencias de trabajo sexual en el espacio sudamericano a comienzos del siglo XX.

A partir de los casos de expulsión de proxenetas identificados en el Archivo Nacional de Río de Janeiro, entre 1907 y 1930, este análisis parte de una muestra producida con aquellos casos en los que indiciados, testigos o víctimas habían estado en la región rioplatense antes de arribar a Brasil.[6] Ese recorte permite acompañar los desplazamientos de hombres y mujeres por América del Sur e indagar cómo esos viajes impactaron en sus vidas, experiencias de trabajo y, en particular, en las formas de apropiación del dinero obtenido en la prostitución.

En la primera parte, el texto enfoca a los acusados de proxenetismo arribados a Río de Janeiro o San Pablo. Se esbozan las características del circuito inmigratorio en el que se insertaban y las dificultades laborales con las que se deparaban. En este escenario, el dinero de las prostitutas gana una importancia propia. Las formas de circulación de ese dinero, pasando de las manos de las mujeres a la de hombres cercanos a ellas ganaban muchos sentidos y tenían muchas utilidades, identificadas en la segunda parte. Luego, el foco recae sobre el desplazamiento de las mujeres desde Argentina a Brasil en búsqueda de los sentidos de sus viajes, entre el desarraigo y la articulación de redes de apoyo. En particular, interesan los cambios de las condiciones de trabajo desde un marco legal reglamentario, en Buenos Aires, hacia un marco legal formalmente “abolicionista”, vigente en Brasil. Finalmente, se indaga sobre las relaciones afectivas que las prostitutas entablaban con sus proxenetas. Describir prácticas de circulación de la riqueza de las prostitutas en momentos en los que la principal manera de entenderlas era a través de relatos de “trata de blancas” puede indicar algunos puntos de contacto entre las nociones de explotación sexual y explotación laboral, con énfasis en sus sentidos contemporáneos. A la vez, revela algunos de los recursos y arreglos cotidianos que conformaban las experiencias de trabajo de las mujeres europeas que trabajaron en el mercado sexual a comienzos del siglo.

Ocupaciones y oficios

Muchos de los indiciados en los juicios brasileños producidos a partir de 1907 eran varones que, aun cuando podían declarar una ocupación u oficio, se encontraban en situaciones laborales precarias. En los primeros años de aplicación de la ley de expulsión, los acusados de proxenetismo eran de nacionalidades variadas: italianos, españoles, rusos, polacos, uruguayos y argentinos. Muchos eran recién llegados y habían atraído la atención policial al ser vistos circulando por casas de prostitución, mientras otros eran conocidos de los agentes policiales. Sus declaraciones tendían a ser desacreditadas y tomadas como mero disfraz para ocultar su verdadera ocupación criminal. Eso era condecente con las expectativas de las autoridades brasileñas, que asociaban la actividad de proxeneta al no trabajo, tal como sugería su cercanía a la contravención de “vagancia y mendicidad” en la letra de la ley de expulsión. Fuesen o no verdaderas, lo que es cierto es que las ocupaciones declaradas buscaban ser verosímiles. Por eso, pueden ser tomadas como una descripción contemporánea de algunos circuitos inmigratorios durante los años previos a la Primera Guerra Mundial.

En un primer momento, la aprobación de la ley de expulsión de extranjeros en Brasil parece haber sido vista por las autoridades policiales como una oportunidad de actuar contra sus sospechosos de siempre, hombres ya identificados en lo cotidiano del accionar policial carioca contra una amplia variedad de actividades pasibles de ser incluidas en el universo de la “vagancia”. En enero de 1907, pasados apenas diez días de su aprobación, la policía carioca acusó, de una sola vez, a seis hombres de diversas proveniencias, incluyendo italianos, griegos y rusos.[7] Sus antecedentes, registrados en el Gabinete de Identificación, comprueban que por lo menos cuatro de ellos habían sido arrestados en el año anterior en una campaña del 3º comisario auxiliar contra el proxenetismo. Un agente policial recordó que, en aquella oportunidad, terminaron puestos en libertad por orden del mismo comisario por “resultar infundadas las sospechas”. En otras palabras, no había pruebas para enjuiciarlos, aunque algunos eran referidos como “cáftenes conocidos”. Este comisario, entonces, parecía esperar que la ley de expulsión remediase la clásica dificultad policial de reunir pruebas.[8]

Los procedimientos de este caso expresan la incertidumbre policial sobre la aplicación de la ley. A partir de mayo de 1907, un nuevo decreto definía la ejecución de la expulsión para casos de proxenetismo: la investigación policial debería reunir “documentos de reconocida fuerza probatoria” o al menos dos testimonios de acusación.[9]

Aunque la noción de vagancia sobrevolaba el procedimiento, las ocupaciones y oficios declarados por los indiciados en 1907 eran variados: Dressler declaró ser “negociante ambulante de joyas”; Bluchtein, ruso de Odessa, era “sastre”; el napolitano D’Onofrio, “barbero y peluquero”. El desafío de los acusados era comprobar que entraban en la categoría de extranjeros honestos y trabajadores. El de la policía era verificar si esas ocupaciones y oficios no pasaban de excusa de los delincuentes. Se trataba de una corrida contra el tiempo antes de que la expulsión fuese decretada sumariamente por el Poder Ejecutivo. En este caso, al menos Bluchtein logró algo: su socio en la sastrería de la calle Riachuelo nº 145, junto con dos comerciantes portugueses y un farmacéutico pernambucano, declararon que él era un hombre serio y trabajador en su oficio de sastre. Más dificultad tuvo Alfano Vicenzo, identificado en la comisaría como un agrimensor griego, y en el pedido de habeas corpus que logró presentar, como un dibujante italiano. La disparidad entre ambas identificaciones vuelve a sugerir la falta de cuidado o de conocimiento de la policía frente al procedimiento y a sus sospechosos. Al final, ninguna de las estrategias de los dos hombres tuvo éxito: Bluchtein fue expulsado (aunque no hay referencias sobre su embarque), y Vicenzo, luego de más de 34 días de arresto ilegal, terminó embarcando (por “iniciativa propia”) con destino a Buenos Aires.

Aun en el marco de este uso inicial persecutorio, la aplicación de la ley de expulsión podía terminar revelando algo de la experiencia de ciertos hombres recién llegados. El neoyorquino Max Burckner, de 32 años, había desembarcado en Río de Janeiro en octubre de 1907 y declaró a la policía que estaba a la espera de una posición en la compañía canadiense, concesionaria del servicio de electricidad, transporte público y telefonía de la ciudad, Light & Power Co.[10] Acusado de proxenetismo, al mes tuvo que embarcar a Nueva York. En 1911, el también norteamericano Morris Muller, de 42 años, declaró ser colocador de cables telefónicos de la misma empresa, pero su contacto con prostitutas alemanas y austríacas en una pensión elegante y sus viajes previos a Buenos Aires justificaron la medida policial de expulsión.[11] Como tantas otras ramas de la industria carioca, la Light se beneficiaba a comienzos del siglo de un mercado laboral casi ilimitado, caracterizado por una gran rotación.[12] Los trabajadores podían acercarse por la fama de la nueva empresa y su carácter moderno e innovador, y en este caso con la expectativa de que el dominio del inglés los acercaría a puestos más altos. Pero sus prisiones indican el riesgo que corrían en estos primeros momentos en los que buscaban establecerse en la nueva ciudad.

Casos como estos refuerzan la mala fama de la ley de expulsión, denunciada por contemporáneos y caracterizada por la historiografía por conferir a la policía amplios poderes discrecionales.[13] Acusada de inquisitorial, la ley habilitaba persecuciones a anarquistas y militantes del movimiento obrero, y también, como demuestran los registros de expulsión, a cualquier extranjero que no pudiera comprobar ocupación. Con eso, como observa Lená Medeiros de Menezes, registraba indirectamente la experiencia de un amplio grupo de trabajadores precarios, aquellos que ella denomina como los “extranjeros pobres” que formaban parte de la trama laboral internacional del capitalismo de comienzos del siglo.

Expedientes sumarios y sospechados de haber sido armados contrastan con la inesperada información detallada sobre recorridos laborales que surge en otros casos, muchos de los cuales referidos a hombres más viejos. En 1917, por ejemplo, Saul Flanser, o Choel Flancer, a los 41 años, austríaco y sastre, tuvo oportunidad de relatar, en su defensa, un intrincado recorrido laboral e inmigratorio que logró realizar en un breve lapso.[14] Había llegado a Río de Janeiro desde Europa en noviembre de 1916. Por cinco meses estuvo empleado en un gran negocio de ropas, el Parc Royal, como oficial de sastre. Luego de ahorrar seiscientos mil réis, partió para la Argentina en búsqueda de una colocación mejor. A bordo, conoció a Gabriel Sapaca, con quien decidió entablar una sociedad. Juntos, desistieron de probar la vida en Buenos Aires y resolvieron asociarse en el negocio de mercería en San Pablo. Finalmente, luego de un año, Saul, o Choel, deshizo la sociedad y volvió a Río de Janeiro.

Con este relato, buscaba contrarrestar la acusación de proxenetismo, puesto que siempre era visto en compañía de una joven prostituta de la Lapa, que algunos pensaban que era su hija. Corría el año 1917. Luego de una década de vigencia de la ley de expulsión, el comisario, al contrario del procedimiento adoptado en las primeras expulsiones, consideró necesario profundizar la investigación. Para averiguar las declaraciones del indiciado, contactó al representante de la firma Parc Royal y a la 4ª comisaría auxiliar de San Pablo. El primero le aclaró que la firma nunca contrataba oficiales de sastrería o costureras. Eran los contramaestres quienes adquirían sus servicios de forma autónoma. A su vez, la policía paulista confirmó que en la dirección mencionada había efectivamente una firma “Sapag e Irmão”. Pero no había ningún registro escrito de la participación de Saul o Choel, a esta altura con el apellido escrito como “Francez”. La ausencia de registros era esperable por la propia dinámica del mercado laboral en el que Saul, como oficial de sastre, y Gabriel, como negociante ambulante, se insertaban.

La imposibilidad de comprobar el relato empeoró su situación frente a las autoridades brasileñas. Pero no por eso se vuelve menos revelador de la historia de las características inciertas, informales e inconstantes de ciertos circuitos inmigratorios durante las primeras dos décadas del siglo XX. Ocupaciones como “negociantes”, “negociantes ambulantes”, “negociantes de joyas” eran habituales entre los inmigrantes provenientes de Europa central y oriental; no era raro que las casas de prostitución estuviesen entre sus clientelas preferenciales. Así, las ocupaciones declaradas indican los contornos de una cierta experiencia inmigratoria se caracterizaba por la frontera porosa con actividades consideradas delictivas, o difícilmente registrables como trabajo.[15]

En suma, muchos de los hombres atrapados por las fuerzas policiales brasileñas como sospechosos de ejercer el proxenetismo en los primeros años del siglo XX estaban insertos en un circuito inmigratorio que integraba a Río de Janeiro, San Pablo, Santos y Buenos Aires, entre otras ciudades sudamericanas, por las que pasaban luego de haber dejado Europa. Sus trabajos podían ser más o menos especializados, y más o menos comprobables, pero sus identidades eran inciertas cuando sus experiencias quedaban registradas en los juicios de expulsión: no estaban establecidos; recién llegaban o buscaban formas de volver a partir; instalados en hoteles o pensiones, tenían pocos recursos propios y contactos precarios con otros inmigrantes o con prostitutas. Una mirada detenida sugiere un perfil distinto a la idea del apache, la noción francesa, conocida de las policías argentina y brasileña, que designaba, originalmente, grupos de jóvenes franceses que optaban por estar afuera del mercado de trabajo, al menos durante una fase de sus vidas, viviendo en delito y del dinero de sus amantes.[16] Los hombres arrestados por la policía carioca en los primeros años de la ley de expulsión, cuya relación con prostitutas podía ser más o menos comprobada, estaban entre los 25 y 45 años; muchos tenían oficio y eran experimentados, mientras otros se dedicaban a circuitos laborales inestables y nómades, como los vendedores ambulantes.

El dinero de la prostitución

No es difícil imaginar la importancia de los recursos obtenidos por las prostitutas para un amplio rango de inmigrantes como los hombres brevemente presentados. Quizás, para muchos de ellos, el dinero de las prostitutas haya sido una gran oportunidad para acceder a recursos para realizar una inversión inicial, o incluso para garantizar la supervivencia inmediata. Vale la pena, entonces, sugerir algunos de los caminos de este dinero.

En 1908, el español Ramón López, de 35 años, que declaró ser “conductor de tranvía en la cia. Santa Isabel” en Río de Janeiro, venía de un largo recorrido: había estado en Cuba, donde había obtenido algunos ahorros, no se sabe cómo; se mudó a Buenos Aires, en donde abrió un bar, al que no le fue bien.[17] En Río de Janeiro, no era el magro sueldo del trabajo de conductor lo que le permitía vivir, sino los recursos de las dos españolas que él había traído de Buenos Aires –su esposa y su prima– para instalarse como prostitutas en las rótulas de la calle del Nuncio.[18] Como a López sus emprendimientos nunca le iban bien, su plan parece haber sido el de vivir del dinero de las mujeres. Pero tampoco este emprendimiento resultó bien. No era parte del plan que las dos mujeres se enfermaran. Temerosas de sus amenazas para que siguieran aportándole dinero, las dos mujeres terminaron por denunciarlo a la policía.

Como él, muchos de los acusados de proxenetismo en Brasil usaban el dinero de la prostitución para iniciar pequeños emprendimientos. El austríaco Mauricio Goldran había tenido un bar en la calle Libertad, en Buenos Aires, hasta que terminó fotografiado por la policía porteña porque su establecimiento era “mal frecuentado”.[19] En 1912, desembarcó en San Pablo con la intención de abrir un negocio de barbería con los recursos de su mujer, quien ya había llegado antes y había tenido tiempo de instalarse en una casa de prostitución. Con su antecedente en la policía porteña, Goldran no tardó en ser considerado un cáften por la policía paulistana, que acabó por expulsarlo. En el mismo año, Isaac Rotman hizo el recorrido inverso, al viajar de Río de Janeiro a Buenos Aires para formarse como peinador de mujeres con el dinero de su amante, la polaca Fela Gutzatz.[20] Ella pensaba que él se iba a casar con ella a la vuelta, pero él confesó a una conocida en común que sólo le gustaba su dinero y no tenía ninguna intención de comprometerse.

Los registros de expulsión iluminan una vida económica alimentada por la prostitución, cuyo aspecto más visible eran los bares y cafés en las calles de concentración de burdeles, pero que también incluían muchas otras actividades. En 1910, José Zelicovitch, polaco-ruso naturalizado argentino, declaró a la policía carioca que había vivido como vendedor de cuadros y espejos durante los últimos tres años en Río de Janeiro.[21] Pero las prostitutas de la calle de São Jorge declararon que, desde que había arribado de Buenos Aires, se ganaba la vida trabajando como escritor de cartas. Por cada carta, las mujeres le pagaban dos o tres mil réis. Sus ingresos mejoraron cuando pasó a vivir con Regina Domps, una rusa de 38 años recién instalada en Río de Janeiro. Pero todo volvió a empeorar cuando, embarazada, ella dejó de darle dinero y, amedrentada por sus amenazas, lo denunció como cáften a la policía.

El espectro de actividades alrededor del comercio sexual era amplio. En 1911, el francés Louis Leblanc fue acusado de proxenetismo porque convivía con prostitutas, “ladrones y pasadores de moneda falsa”. En realidad, luego de haber perdido el trabajo como obrero, su actividad principal era oficiar de “mensajero y secretario” de prostitutas, a las que prestaba diversos servicios.[22] En el mismo año, el filipino Adolfo Sumsi, proveniente de Buenos Aires, empezó a ganarse la vida en Brasil como peluquero de prostitutas.[23]

El límite entre apropiarse del dinero de la prostitución y trabajar para prostitutas era difuso. De hecho, no todos estos hombres fueron acusados de proxenetismo. A nadie se le hubiese ocurrido, por ejemplo, acusar al italiano Francisco Sandre, portero de la conocida “pensión de artistas” de Tina Tatti. Él cumplía una función fundamental para el negocio, al controlar la entrada y la salida de clientes y amantes de las mujeres, un trabajo que implicaba una especial capacidad de clasificación de esos hombres.[24] Tampoco nadie acusó de proxenetismo a los italianos que poseían “pensiones de artistas” en San Pablo, como la Pensión Dorée o la Montecarlo, en las que se hospedaban las mujeres contratadas para cantar en cabarets o teatros de variedades.[25] La regla implícita de las giras de las artistas era que se hospedaran en este tipo de establecimientos en donde podían “recibir visitas” de sus admiradores. Todos parecían saber que las pensiones de artistas en San Pablo integraban un circuito artístico, dominado entonces por emprendedores italianos dedicados al negocio del entretenimiento. Eran hombres que vivían del dinero que ganaban estas mujeres con sus frecuentadores. En otras palabras, su sostén era el universo de las variadas actividades económicas alimentadas, en diversos grados, por el comercio sexual. Que estuvieran fuera del alcance de la policía denota la evidente incidencia de criterios de clase en la construcción de la figura del proxeneta y las fronteras difusas entre las actividades comerciales consideradas “respetables” e “inmorales”.

Aun corriendo el riesgo de llamar la atención de la policía, esos hombres parecían considerar que las ventajas propiciadas por el mundo de la prostitución compensaban los riesgos. En 1913, el negociante ambulante ruso Samuel Rosemberg le explicó con precisión al comisario brasileño encargado de investigarlo que, tanto en la República Argentina como en Brasil, “trabajó siempre con la venta ambulante de mercaderías, ropas, telas, etc., y de preferencia las vende en casas de tolerancia por ser más rentable y más fácil negocio”.[26] Rosemberg llevaba ocho meses en San Pablo, tiempo suficiente para reunir testimonios favorables de otros negociantes rusos, además de presentar una serie de recibos y facturas que comprobaban una intensa actividad comercial. Con eso, procuraba defenderse de las acusaciones de un comerciante sirio, a quien había conocido en Buenos Aires. El sirio vio su foto en un diario argentino como rufián. Sus fluidos contactos con el mundo de la prostitución, la nacionalidad rusa, la identidad judía, la ocupación de “negociante ambulante” y, para colmo, su condición de recién llegado de Buenos Aires, contribuyeron para que terminara expulsado como proxeneta.

Esas acusaciones sugerían en qué medida el mundo de relaciones en torno al comercio sexual era un nicho importante para actividades tan diversas como las ejercidas por sastres, peluqueros, escritores de cartas, mensajeros, porteros de pensión, dueños de bares y hoteles, negociantes de telas, de ropas y de joyas. Al considerar como proxenetismo cualquier acción que se incluyera en la amplia fórmula de “auxiliar, facilitar y proveer habitación” a prostitutas, tal como la definía el Código Penal, la legislación brasileña potencialmente incluía a todos estos hombres en la categoría de proxeneta. De hecho, en Brasil, tanto los juicios criminales de proxenetismo como los de expulsión fueron empleados para reprimir ciertas modalidades de encuentros sexuales y para incidir en la localización de la prostitución en el entramado urbano.[27] Pero con el paso del tiempo, los juicios de expulsión por proxenetismo pasaron a ser empleados de forma más consistente contra hombres que entablaban relaciones amorosas con las prostitutas. En otras palabras, podía ser acusado de proxenetismo el hombre que recibía dinero de las prostitutas en un marco de relación afectiva, lo cual explica que una parte significativa de este universo de relaciones económicas sostenidas por el comercio sexual quedara afuera de la aplicación de la ley. A través de los años, el protagonista de los juicios de expulsión deja de ser sólo el hombre recién llegado, sin vínculos y sin recursos.

El escenario compuesto por un mercado laboral que venía de un intenso período expansivo hacia una súbita retracción con la Primera Guerra le da una dimensión particular a estas historias que se desarrollaban en las fronteras del mercado de trabajo asalariado, la iniciativa emprendedora y el delito. En este contexto, los desplazamientos internacionales de estos hombres y mujeres, desde una ciudad en la que la prostitución era una actividad regulada a otra en la que el proxenetismo era criminalizado de una forma más amplia, vuelven visibles algunos de los circuitos de circulación de personas y de intercambio de dinero en los que muchos hombres y mujeres buscaron una vida mejor. Pero, cuando, por alguna razón, sus historias llegaban a los oídos de las autoridades policiales brasileñas, podían terminar registradas en juicios de expulsión. Este instante de visibilidad, si bien no permite vislumbrar las situaciones de consenso tanto como aquellas conflictivas, sí permite indagar sobre un segundo momento del circuito de trabajo y apropiación del dinero de la prostitución: cuando este puede ser recuperado por quien lo ganó.

Conexiones: “allá” y “acá”

La importancia de las denuncias de mujeres para la elaboración de juicios de expulsión de extranjeros por proxenetismo en Brasil se fue consolidando a medida que los funcionarios policiales se dieron cuenta de que la ley de expulsión no podía ser tan ampliamente usada como los comisarios intentaron hacer durante los primeros meses de su vigencia. La reglamentación de la ley en mayo de 1907 y la oposición social frente a una medida que le garantizaba tal autonomía al poder ejecutivo, sumada a los pedidos de habeas corpus que demandaban la presencia del Poder Judicial parecen haber contribuido para que las autoridades brasileñas se preocuparan cada vez más con la forma de las investigaciones que sostenían la expulsión.

También parece haber jugado un rol importante el interés de los funcionarios del Ministerio de Justicia y Negocios Interiores en tener bajo control las acciones del jefe de Policía y sus subordinados. Eso quedó evidente en el caso del chauffeur catalán Amadeo Bernardes en 1912.[28] Luego de vivir un tiempo en Buenos Aires, Bernardes pasó dos meses en Río de Janeiro en los que iba a dormir en compañía de una prostituta francesa de la Lapa. Esta situación se extendió hasta que la policía le dio orden de expulsión. Como la orden fue dada por el jefe de Policía, sin pasar por el ministro de la Justicia, los burócratas del Ministerio, a modo de represalia por haber sido ignorados, decidieron prestar una atención especial a la elaboración de la investigación. Encontraron que las pruebas obtenidas eran frágiles: “las imputaciones hechas al acusados no me parecen bien comprobadas en la investigación”, comentó uno de ellos. Las tres prostitutas que declararon como testigos nada sabían de ciencia propia, sino por deducción y por escuchar hablar. Más raro era que la dueña de la pensión en la que vivía la francesa ni siquiera fue llamada a declarar, a diferencia de otros casos. A pesar de esas fragilidades, el funcionario del Poder Ejecutivo concedía que, puesto que el acusado venía de Buenos Aires y que sus antecedentes eran desconocidos, estaba en condiciones de ser expulsado.

Identificar los términos e intereses en juego en la construcción policial de la acusación se vuelve un paso ineludible para comprender la noción de explotación en juego para los propios involucrados, acusados y víctimas. La obsesión por un pasado en Buenos Aires por parte de la policía, así, llama la atención sobre los sentidos de los viajes entre ciudades brasileñas y argentinas para estos hombres y mujeres vinculados al comercio sexual.[29]

Para rastrear los sentidos de las historias que contaban sobre sus viajes, es necesario volver a recuperar la diferencia entre los marcos legales sobre la prostitución vigentes en las ciudades de Buenos Aires y Río de Janeiro. Al no regularla, el marco legal brasileño sobre la prostitución posibilitó la producción de los expedientes de expulsión a partir de la idea de que ciertas formas de apropiación del dinero de la prostitución eran ilegales. Con eso, los expedientes brasileños registraron algunas de las diferencias y las similitudes entre ambos contextos legales y sus impactos en las vidas, y en especial, en el trabajo, de estas personas. Desde luego, importa llamar la atención sobre las similitudes de la organización del mercado sexual en ambas ciudades. En primer lugar, era evidente que había proxenetas activos en ambas ciudades. Es decir, hombres que se apropiaban de las ganancias de la prostitución de una mujer con la que solían desarrollar vínculos afectivos. Las pensiones de prostitución regenteadas por mujeres eran lo habitual en ambas ciudades, aunque no hubiese una regla escrita sobre eso en Brasil, como ocurría con las ordenanzas vigentes en Buenos Aires, que formalizaron la figura de la regenta. En Río de Janeiro, no sólo las casas comunes de prostitución solían ser manejadas por mujeres, sino también las pensiones “de artistas”, eufemismo de casa de prostitución elegante, como la de Tina Tatti o la Richard. Pero en San Pablo, como se ha visto, se podían encontrar “pensiones de artistas” manejadas por varones sin que la policía los molestara.

Entre las principales diferencias entre ambas ciudades estaba la obligatoriedad de inscribirse en la municipalidad y someterse a exámenes médicos en el caso de que la mujer entrara en la modalidad de la prostitución regulada en Buenos Aires. La alternativa era ejercer la prostitución clandestina, en la que las mujeres, conocidas como “girantas”, buscaban a sus clientes en la calle, o en bares y cafés, en los que podían trabajar como camareras. Los juicios de expulsión registran poco y nada de las percepciones de las prostitutas respecto a esas diferentes modalidades. En una rara mención, en 1911, la rusa María Bagmutova, de 22 años, declaraba que, para ella, la diferencia básica entre Buenos Aires y Río era que, mientras vivía en la Argentina, ella tenía que rendir cuentas al callista y masajista ruso Alexandre Robinson cada lunes, pues en la casa en la que vivía, las mujeres “hacían las cuentas semanalmente”, declaración que indica que ella había estado en un burdel regulado en Buenos Aires.[30] En cambio, en Brasil, todos los días Robinson aparecía para recoger el dinero. En su estancia en Río, quizás a partir del contacto con otras mujeres, ella tuvo la idea de ofrecerle la pequeña fortuna de un conto y quinientos mil réis (1:500$000) para que él se fuera a Europa y la dejara en paz. Robinson aceptó el dinero, se fue, pero no tardó en volver, más furioso que nunca: la citó en su consultorio de callista y la amenazó de muerte para que le entregara más dinero: dos contos de réis (2:000$000) o 100 libras esterlinas. “Viéndose en la inminencia de hechos más graves cada día”, conforme relató al comisario, ella decidió denunciarlo a la policía. No se registró la versión de Robinson, excepto por su identificación como “masajista y callista”, con consultorio en la avenida Mem de Sá, en el barrio de Lapa. Expulsado, terminó embarcando nuevamente para Hamburgo.

Una referencia más explícita al sistema de regulación vigente en Buenos Aires en los juicios de expulsión brasileños aparece en la denuncia de una mujer italiana a Pascoal Garzulo en 1914. Mientras vivieron en la capital argentina, Garzulo obligó a su pareja a inscribirse en un “quilombo”.[31] Para escapar a su control y tener acceso a sus ganancias, ella se empleó en un bar en el que ejercía la prostitución clandestina. Como era previsible, el napolitano no desistió de perseguirla. Su viaje a Río de Janeiro, con un “hijo menor”, puede ser entendido como una tentativa desesperada de escapar del acoso. Pero mal se había instalado en una pensión de prostitutas en Río, el italiano volvió a encontrarla. Decidido a sacarle dinero para iniciar un negocio de restaurante, le dijo a los gritos que ella tenía la obligación de seguir ganando dinero para él, en una discusión que fue escuchada por la dueña de la pensión. Temerosa de las amenazas de que le cortaran el rostro con una navaja, la mujer italiana se escondió con el hijo en el hotel Italia-Brasil, el mismo que había recibido a tantos sospechosos de proxenetismo en los años anteriores. Con menos de 15 días en la capital brasileña, el italiano fue expulsado, aunque no hay registros de que haya embarcado efectivamente.

Cualquiera que fuese la motivación para viajar, la estancia en Río parecía ampliar el margen de acción y las posibilidades de una mayor autonomía para las mujeres. Así, por ejemplo, Anita Rapaport, casada con Simão Symplack en Varsovia por la religión israelita, había vivido como prostituta en Buenos Aires desde 1911 hasta 1914.[32] En el año que pasó en San Pablo, por orden de su marido, siguió dándole el dinero ganado en la prostitución. Fue cuando ella consideró que su vida estaba en peligro que lo denunció a la policía.

El caso de Rapaport pone de relieve otra dimensión de esos desplazamientos: ellas podían ir a Brasil por cuenta propia o a instancias de la pareja, pero no solían estar solas para instalarse en la nueva ciudad y tampoco cuando decidían denunciar a un cáften. Anita Rapaport tuvo el apoyo de su compatriota Regina Goldberg, a quien conocía desde Buenos Aires. También uno de sus frecuentadores habituales, el empleado en el comercio Isaac Klabin, quien la venía ayudando a establecerse en San Pablo, y que muy cautelosamente se presentó en la comisaría como un cliente bien intencionado, confirmó su relato. Finalmente, un negociante ambulante, Juda Charack, que conocía a la pareja desde sus tiempos en Avellaneda, también respaldó a Anita.[33] Era una red de hombres y mujeres de origen judío movilizada en torno a Anita. En su defensa, Simão Symplack explicó que necesitaba la presencia o al menos un poder de su mujer para retirar un depósito de 1200 pesos en el Banco Alemán que se encontraba a nombre de los dos. Con la acusación, entonces, Anita Rapaport le impedía tener acceso a este dinero.

Como se vio, la identidad judía, o “israelita”, como aparecía con más frecuencia en estos documentos, de la pareja y de los testigos era relevante para la acusación, junto con la proveniencia de Symplack de Buenos Aires. La visibilidad judía en las historias de prostitución internacional a comienzos del siglo fue atribuida a los sentimientos antisemitas difundidos en las sociedades sudamericanas. También se la consideró como una especie de efecto colateral de la activa reacción de la comunidad judía organizada para separar a los “impuros”.[34] Además, a comienzos del siglo XX, los hombres y mujeres de la comunidad judía vinculados a la prostitución estaban mucho más organizados en asociaciones que otros grupos de inmigrantes.[35] En Río de Janeiro, también contribuía a esta visibilidad el desplazamiento de dueñas de casas de prostitución brasileñas y portuguesas por rusas-polacas a comienzos del siglo XX. Se trataba de un proceso que fue de la mano con la acción policial para concentrar la prostitución en un conjunto específico de calles, cercanas al centro de la ciudad. Entonces, las “rusas polacas” fueron las que se ocuparon de una negociación cotidiana con la policía, encargada de definir los lugares de la prostitución en la capital brasileña.[36]

En conjunto, estas circunstancias contribuyen a la comprensión del rol destacado de las “rusas polacas” en denunciar a proxenetas a la policía en Río de Janeiro y San Pablo. Hay diversos indicios de que estas mujeres asumían un papel activo en la negociación cotidiana, con los poderes públicos, en particular la policía, y también con los propios proxenetas, poniéndoles límites. En 1907, la rusa Nille Vitte, de 37 años, instalada en la calle de la Conceição, parece haber sido determinante para que la argentina Laura Martínez, de Entre Ríos, denunciara a Generoso d’Amato como su ften.[37] Generoso esperaba que Laura lo acompañara, le diera algo de dinero, o por lo menos pagara su pasaje para volver a Buenos Aires. Laura le comentó a Nille que estaba cansada “de darle dinero y de sus malos tratos, y que absolutamente no le daría más cosa alguna”. Más experimentada, Nille (o Nelly, cuando se presenta como “argentina”), la acompañó a la policía.

De forma casi simultánea, Nelly también participó de la denuncia que la española Jesusa Batez realizó en contra de Antonio Martínez como su proxeneta.[38] En este caso, Nelly personalmente informó a la policía que Antonio estuvo acompañando a Jesusa por Buenos Aires, San Pablo y Río de Janeiro, siempre apropiándose de su dinero. Jesusa confirmó los dichos de Nelly. Ambas se conocían desde Buenos Aires, y Jesusa la buscó cuando sintió que estaba en riesgo. En ambos casos, la cercanía de Nelly a la policía carioca jugó un rol fundamental en el inicio de las dos investigaciones.

La casi simultaneidad de los dos casos sugiere que pueden tratarse de juicios de expulsión armados por la policía. Pero la acción policial no borraba la expresión de los intereses de las mujeres en poner límites a esos varones. Una y otra vez vecinas, dueñas de casas y frecuentadores diversos desfilan por la comisaría para dar declaraciones que refuerzan la acusación de las mujeres en contra de los proxenetas. También en el ya mencionado juicio contra el español Ramón López, la dueña de la casa que recibió su esposa y prima respaldó las denuncias de ambas. En el caso de la rusa Regina Domps, el consejo de su vecina de la misma nacionalidad la impulsó a realizar la denuncia contra el escritor de cartas José Zelicovitch. La misma vecina terminó oficiando de traductora para las declaraciones de Regina en la comisaría, pues esta todavía no dominaba el portugués. Embarazada, Regina contó con el activo apoyo de otras mujeres en el conflicto con su pareja.

Así, agentes de policía, frecuentadores, compañeras de casa y vecinas tenían un rol importante en la concreción de las denuncias. En 1910, el “encuadernador” Heyman Lichtesntein, llegado a comienzos de septiembre a Río de Janeiro en búsqueda de María Washawski, la encontró instalada en una elegante pensión de la calle Senador Dantas. Juntos habían dejado Lodz para vivir en Buenos Aires y en Bahía Blanca, lugares en los que ella había ejercido la prostitución.[39] Su decisión de dejarlo y partir a Río de Janeiro fue motivada por la aparición de otra mujer, también polaca, de nombre Rosa, quien se identificó como la verdadera esposa de Heyman y madre de su hijo. Rosa había salido de Polonia en busca de su marido, habiendo pasado una temporada en Río, yendo a Buenos Aires y volviendo a Río. El escándalo desencadenado por su llegada a Buenos Aires fue tan grande que Heyman terminó arrestado. Cuando él fue a Río en búsqueda de María, se encontró con muchos otros conocidos: su exmujer Rosa, quien también ejercía la prostitución para mantener su hijito, según un agente policial; la alemana Rosa Sibelberg, quien había conocido a Heyman mientras vendía y arreglaba ropas blancas de mujeres en Buenos Aires; y otra prostituta rusa, quien había acompañado el periplo de Rosa en búsqueda de su marido. Esta enmarañada situación que involucraba parejas, exparejas, hijos y compañeras de trabajo, lejos de indicar que el desplazamiento significaba siempre un desarraigo, sugería que muchas veces los vínculos humanos se deshacían y se rehacían en estos circuitos laborales específicos, en los cuales eran siempre las prostitutas quienes terminaban financiando sus propios viajes, los de sus hijos y los de sus parejas.

En este contexto, gana relevancia la figura de la dueña de la casa de prostitución. Su palabra tenía un valor especial no sólo para la policía, sino también para otras moradoras y vecinas. En el caso de la acusación de la francesa Jeanne a su amante catalán Amadeo Bernardes, fue la prohibición de la dueña de la casa de que él se sentara a la mesa para hacer las comidas y que anduviera por allí, “para no tener problemas con la policía”, la que definió su status de caften a los ojos de las otras mujeres de la casa. En 1913, la rusa Sara Praigreti, luego de haber empeñado sus joyas y pedido 30 libras esterlinas a la dueña de la casa en el que vivía para traer al italiano Vicente Grassi, tuvo que endeudarse nuevamente con Ana Gold, la dueña de su casa en aquel momento, para “despacharlo” de vuelta a Buenos Aires.[40] Gold empeñó un anillo y juntas compraron un pasaje para el italiano.

Sin embargo, la alianza entre dueña de la casa y las inquilinas no era automática. En uno de los pocos casos en los que la dueña de la casa fue denunciada, en 1907, momento en el que los comisarios estaban testeando los usos de la ley de expulsión, se puso de relieve su rol ambiguo hacia las inquilinas. La polaca Augusta Nudelman, de 34 años, fue blanco de las acusaciones de muchas otras “polacas”, inquilinas actuales y antiguas.[41] Por los testimonios acusatorios, era evidente que las polacas no la querían. El comisario a cargo del juicio hizo hincapié en su acción como intermediaria de proxenetas instalados en la Argentina. Ella incentivaba a sus inquilinas a mandarles dinero y oficiaba de prestamista. Pero como afirmó la inquilina Augusta Goldman, de 24 años, el problema no era sólo ese, sino que Nudelman cobraba 15% de interés, mientras que la casa de empeño de joyas cobraba 4%. Dora Goldemberg declaró al comisario que le pagaba siete mil réis diarios por una habitación, valor exorbitante, que no incluía ningún otro gasto ni criada. Para las inquilinas, ahí estaba la explotación.

La historia de Nudelman, quien finalmente escapó de ser expulsada por estar embarazada (de un hijo que nacería brasileño), sugiere que la dueña de la casa podía ser una intermediaria de proxenetas ausentes, tal como solía ocurrir en el sistema de burdeles regulados en Buenos Aires. Pero en otros casos, ellas apoyaban a sus inquilinas, por “no querer problemas con la policía” y por buscar evitar escenas de violencia en su hogar. Entonces, es destacable que el rol de las dueñas de casas de prostitución en Río, como intermediarias entre la acción de los proxenetas, de un lado, y de la policía, de otro, no parecía ser tan distinto de aquel rol de las regentas de las casas de prostitución reguladas en Buenos Aires. Se trataba, fundamentalmente, de una figura que garantizaba orden y discreción puertas adentro, y que contaba con la protección policial en el reconocimiento de esta función.

En todo caso, la solidaridad que frecuentadores y compañeras prestaban a las denunciantes era fundamental para que ellas pudieran interrumpir una situación que consideraban insoportable. Estas no eran relaciones que ocurrían al margen de los circuitos de circulación de dinero, sino todo lo contrario: el rol de las dueñas de casas como prestamistas y de los negociantes de joyas y casas de empeño a los que recorrían esas mujeres, además de los gestos de protección y apoyo de algunos clientes, podían conformarse, en ciertos momentos, como verdaderas redes de protección sin dejar de ser parte del mecanismo que mantenía en movimiento la circulación del dinero que ellas ganaban.

Palabras de amor y de odio

La acusación de maltratos, amenazas y extorsiones, en particular la amenaza de cortar el rostro con navaja, era parte fundamental de la construcción de la acusación de proxenetismo y suele estar presente, prácticamente como una fórmula, en la mayor parte de los juicios de expulsión. Los casos en los que la mujer decidía denunciar son los más reveladores de cómo esas parejas consideraban sus arreglos. Además, indican cómo la circulación por ciudades brasileñas y argentinas incidió en los términos de esos acuerdos afectivos, reforzándolos o interrumpiéndolos.

Las cartas eran la principal forma de comunicación entre parejas. Todas las inquilinas de Augusta Nudelman vieron cuando Dora Goldemberg, de 24 años, recibió carta de su ften Wolf Goldemberg, instalado en Buenos Aires, en la que le pedía que le enviara dinero para su manutención, puesto que estaría enfermo. Cartas como esas, que las mujeres presentaban como prueba de la explotación a que estarían sometidas, permiten un mayor acercamiento a los términos de estas relaciones de pareja y revelaban las expectativas, afectivas y económicas, que componían esas relaciones.

En 1908, el joven francés Antoine Piouffle, de 21 años, arribó a Río desde Buenos Aires en búsqueda de su querida Jeanne Dumont, a quien había conocido en el barco que los había traído de París dos años antes.[42] Mientras ella vivía en una pensión elegante en Río, él le mandaba cartas de amor dramáticas desde Buenos Aires. Ella no las contestó, alertada por una amiga rusa-polaca, quien ya lo conocía desde París, de que el joven no quería otra cosa que vivir a sus expensas. En las seis cartas que ella entregó al comisario como pruebas, Antoine le contaba sus planes de que ella fuera juntarse a él en Buenos Aires. Le prometía buscar trabajo y le aseguraba que allá ella ganaría tanta plata como en Río, e incluso que su vida sería más fácil. Al preguntarle sobre “la petite Rosa” y sobre una polaca que en aquel momento trabajaba en el Casino, las cartas también evidenciaban las redes de conocimiento que los unían a otros inmigrantes asociados al comercio sexual. A medida en que las misivas se sucedían, la desesperación y el tono dramático de Antoine iban en aumento: “Estoy sin dinero”, se lamentaba. Le escribía en la madrugada (e insistía en registrar el horario: “Mi adorada, son las dos, ves”), resentido por la falta de respuesta, lamentando los momentos de felicidad del pasado y, principalmente, la falta de dinero para pagar la pensión. Alternaba entre imaginar cómo sería la vida de los dos reunidos en Buenos Aires y reprocharle su falta de amor: “contigo no puedo contar, porque me amas muy poco en este momento”. Lamentaba no tener dinero para salir a las noches y anunciaba que iba a tener que vender sus pocas pertenencias para llegar a fin de mes. En otra carta, amenazaba usar su revólver en un momento de desesperación. De alguna forma, consiguió dinero para ir a Río. Pero no tuvo suerte el francés. Jeanne lo denunció con el respaldo de su compañera rusa y del encargado de la pensión en la que vivía. En pocos días Antoine dejó la ciudad, embarcando para Liverpool.

Sin haber tenido tiempo de entablar una relación estable con Jeanne, que era joven y parecía trabajar bien en una elegante pensión de artistas, Antoine no tenía otra cosa que sus palabras para convencerla de que le mandara algo de dinero. Prácticamente no había vínculo afectivo entre ambos, o este era muy débil. De este modo, quedaba en evidencia el abismo entre sus palabras desesperadas, sus sentimientos, sus sueños de la madrugada, y la realidad.

Muy distinto era el caso de la pareja formada por los franceses Lucien e Irene Lautier.[43] Ella admitió que ejercía la prostitución en la elegante pensión de Mme. Susana, en Río de Janeiro, pero no quiso acusarlo de explotarla. Al contrario, garantizó al comisario que vivía “tranquilamente con su marido”, y que él se hacía cargo de los gastos de su familia: hijo, padres y hermano. La acusación de proxenetismo parece haber venido de la francesa Eugene Buffette, “artista dramática” y empresaria de una compañía de “canzonetistas francesas”, de gira por Brasil en aquel momento. Ella tenía negocios con Lucien, quien, a su turno, declaró trabajar en un banco. Quizás Buffette fue quien tuvo la iniciativa de entregar a la policía las cartas de Lucien a Irene.

En las cartas, la idea de varón proveedor construido por la esposa para el comisario cede espacio a una intensa relación en la que afecto y negocios eran indisociables. Las cartas son llenas de palabras de amor y de agradecimiento por el “sacrificio” de la mujer por la futura felicidad de ambos. Lucien exalta la dedicación amorosa de su esposa, comparándola con una madre, pero también con una hermana y con una hija: “Lo que sufro nada es para tu sufrimiento y tú todo lo haces riendo, aunque tu corazón esté rasguñado y a veces herido por todos esos brutos que no pueden adivinar los tesoros de dedicación que tú personificas”. Al lamentar su ausencia, él se reprocha: sabe que ella no puede estar con él, porque “trabajas por nuestro futuro”.

Las palabras de amor van dando lugar a cuestiones corrientes de la vida cotidiana: referencias a cartas para mandar al padre y a la madre, consultas sobre personas del círculo de convivencia de ambos, explicaciones sobre las “pequeñas cosas” que ella había pedido que se le mandaran. De ahí, la carta pasa a ser una secuencia de consejos prácticos de tono tutelar. En primer lugar, que no jugara en el club para ganar más dinero: “esto envenenaría a nuestro amor”. En segundo lugar, sobre los negocios: “no seas demasiado pesimista ni demasiado confiada”. En particular, que no creyera tanto en su belleza: “necesitas siempre arreglarte y cambiarte el peinado”. Cuidado con la dueña de la casa, no convenía llenarla de regalos. Cuidado con los italianos: “No me gustan los italianos. Son pérfidos y zonzos”. Finalmente: “no exageres en las madrugadas. Descansa más”. El amor y los negocios no se separan: “qué sería de mí si tú cayeras enferma y yo no pudiera ir a tratarte. Sería horrible”.

La carta termina con una breve rendición de cuentas:

… tengo todavía el dinero que me diste la última vez y no tengo gastos, excepto por los diarios, tranvías y tabaco. Tomo agua común porque me cobraban más por la otra y esta es tan buena como la otra. Nada tienes que pagar por el automóvil. Pagué en París 1495 francos. Sólo tienes que pagar la Aduana.

Arreglos afectivos y negocios eran tejidos en el cruce de expectativas mutuas. La manifiesta desigualdad de la situación –mientras ella cobra por tener sexo y entablar relaciones con otros hombres, él se compra un automóvil en Francia y “ahorra” con la marca del agua– parece atenuarse con el reconocimiento del “sufrimiento” y de los “sacrificios” de la esposa. Mientras ella trabaja, él le promete amor eterno, vela por su hijo y sus padres, se preocupa por la salud y promete acompañarla en la enfermedad.

El incumplimiento de estas expectativas era lo que daba lugar a la ruptura de los arreglos y a las denuncias: la enfermedad y el embarazo eran las principales situaciones en las que la mujer dejaba de darle dinero a la pareja, quien, a tu turno, no sólo no ofrecía ninguna ayuda, sino que, al contrario, amenazaba y golpeaba. Los cuidados de Lucien para con su esposa y con el buen andar del negocio, entonces, se fundaban en expectativas que aparecían también en otros casos. En 1915, Ramón Bouzada, de Chascomús, se defendió de las acusaciones de agresiones a su pareja, una española de 22 años, con el argumento de que, desde su punto de vista, ella tenía la obligación de mantenerlo.[44] Él la había sacado de un sanatorio en Buenos Aires, adonde estuvo internada. Como él ya había gastado “mucho dinero” con ella, no le parecía raro que ella lo mantuviera a él durante los últimos tres meses en los que él estaba desempleado. El español Ramón López también consideraba normal que su prima y esposa le diesen dinero pues, tal como un intermediario laboral, él había realizado los gastos de pasajes y ropas necesarios para que ambas se instalaran en Río de Janeiro.

En el mismo sentido, es posible rastrear algunas expectativas de las mujeres que entablan este tipo de relación afectiva, laboral y de negocios. Para Rosita, que pasó por Río de Janeiro, fue a Buenos Aires y volvió a Río en búsqueda de Heyman Lichtenstein, su marido que la había abandonado en Europa con un hijo chico, la expectativa era que el hombre se hiciera cargo de ambos. Esta postura era compartida por la nueva esposa de Heyman, Marie Washawski. Al descubrir que él ya tenía mujer e hijo en Europa, Marie lo dejó y partió sola a Río de Janeiro. A su vez, cuando Irene Lautier confirmó al comisario que su marido mandaba dinero a sus familiares en Europa, quizás creyera que esta información atenuaría su complicada situación con la policía carioca.

Hacerse cargo de la familia parecía ser un importante componente de los arreglos entre estos hombres y mujeres. En 1920, Sender Niedzvesky, polaco de Varsovia, naturalizado argentino e instalado en Buenos Aires, pasó seis meses en Río de Janeiro en compañía de la rusa Mascotte Grinberg, de 31 años.[45] Cuando la policía sospechó que se trataba de un proxeneta y pasó a investigarlo, se descubrió que su principal actividad era la de cuidar de la hija de la pareja, interna en un distinguido colegio de Botafogo, quien se encontraba en vacaciones escolares. Padre e hija vivían instalados en una pensión familiar, mientras Grinberg poseía una casa en la calle del Nuncio ocupada por una mujer brasileña, negra, y una austríaca. Lejos de acusar a su pareja, ella negó cualquier insinuación de que fuera explotada, pero aun así Niedzvesky terminó expulsado. En Buenos Aires, él era un explotador de casas de prostitución y estaba en la lista de socios de la Zwi Migdal, la asociación de ayuda mutua judía que reunía a muchos hombres y a algunas mujeres dedicados al negocio de la prostitución. En el arreglo entre los dos, entonces, él cuidaba de los negocios en Buenos Aires mientras ella se hacía cargo en Río de Janeiro. Las vacaciones de la hija interrumpió este orden de cosas.

Los juicios de expulsión registraban un amplio rango de arreglos, en los que mediaban, en diferentes grados, violencia, amenazas y extorsiones, pero también, en otros casos, vínculos afectivos y familiares que se sostenían con el dinero de la prostitución. Es improbable que esta diversidad de situaciones que sostenía las prácticas de apropiación de las ganancias de la prostitución por parte de sus parejas pueda ser reducida a una única fórmula de explotación. De forma similar, la motivación para desplazarse de Europa a la América del Sur, y luego de Argentina a Brasil, tampoco era unívoca.

Conclusiones

A pesar de las diferencias legales en ambos países, existieron formas de apropiarse del dinero obtenido en la prostitución tanto en Argentina como en Brasil. La figura del cáften era omnipresente, y se favorecía del sistema formalmente abolicionista, y de vigilancia policial, en el caso de Río, y reglamentario, de perfil municipal-higienista, en el de Buenos Aires. Ambos incidían en las formas y lugares de organización del comercio sexual. En ambos contextos, es notoria la visibilidad de los hombres y mujeres de origen ruso-polaco en la organización de este mercado en las primeras décadas del siglo XX, tanto en la interlocución con las autoridades locales como en la atención social que atraía la inversión destinada a adquirir casas para la prostitución.

Tal como percibieron los contemporáneos en sus denuncias y temores sobre el tráfico de mujeres, las historias de estas páginas comprueban que había una relación entre el desplazamiento internacional, la organización del negocio del comercio sexual, y las formas de apropiación del dinero obtenido por las prostitutas en su comercio. Abordar tales conexiones como parte de una historia del trabajo en perspectiva transnacional trae consecuencias en dos sentidos fundamentales. En primer lugar, ilumina dimensiones desconocidas de los circuitos inmigratorios constitutivos de momentos de precariedad y marginalidad de diversos grupos de trabajadores europeos en momentos de alternancia entre expansión y retracción del mercado de trabajo. De este modo, pone de relieve el impacto potencial del dinero obtenido en la prostitución en un momento peculiar de las vidas de ciertos hombres. En segundo lugar, el reconocimiento de las diversas motivaciones que llevaban a las prostitutas a desplazarse por diferentes ciudades permite identificar cómo ellas perdían y, con alguna suerte, a veces, recuperaban el control sobre sus ganancias. El dinero de la prostitución alimentó una economía informal que empleó a muchos inmigrantes en un amplio rango de pequeños emprendimientos; fue reinvertido en la adquisición de propiedad urbana, tanto en Buenos Aires como en Río de Janeiro; y, finalmente, sostuvo el mantenimiento de familias que quedaban en Europa y de las nuevas familias que se formaban en estos circuitos sudamericanos.


  1. Rago, M., Os Prazeres da Noite. Prostituição e códigos de sexualidade feminina em S. Paulo, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1991; Medeiros de Menezes, L., Os Indesejáveis – desclassificados da modernidade. Protesto, crime e expulsão na capital federal (1890-1930), Río de Janeiro, Eduerj, 1996; Donna Guy identifica y contextualiza esa percepción para el caso de Buenos Aires como parte de disputas más amplias en torno a la familia, el trabajo femenino, la ciudadanía y la nación, en El Sexo Peligroso: la prostitución legal en Buenos Aires, Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
  2. Dru Stanley, A., “Wages, sin and slavery. Some thoughts on free will and commodity relations”, Journal of the Early Republic, 24, 2004.
  3. Trochon, Yvette, Las rutas de Eros. La trata de blancas en el Atlántico Sur. Argentina, Brasil y Uruguay (1880-1932), Montevideo, Taurus, 2006.
  4. Sobre la ley de expulsión y sus usos en Brasil: Medeiros de Menezes, L., Os Indesejáveis: desclassificados da modernidade. Protesto, crime e expulsão na Capital Federal, 1890-1930, Río de Janeiro, Eduerj, 1996; Schettini, C., “Exploração, gênero e circuitos sul-americanos nos processos de expulsão de estrangeiros (1907-1920)”, Tempo, 33, 2012, pp.51-73; Galeano, D., Criminosos Viajantes. Circulações transnacionais entre Rio de Janeiro e Buenos Aires, 1890-1930, Río de Janeiro, Arquivo Nacional, 2016.
  5. Bonfá, R. L. G., Com lei ou sem lei: as expulsões de estrangeiros e o conflito entre o Executivo e o Judiciário na Primeira República. Tese de Mestrado em História, Universidade Estadual de Campinas, Campinas, 2008.
  6. La muestra está compuesta por 70 juicios. En la investigación de Lená Medeiros de Menezes, con el mismo fondo documental, seleccionó 194 casos de proxenetas a partir de una muestra general de 531 casos de expulsión. Medeiros, Os Indesejáveis, p. 18.
  7. Arquivo Nacional (en adelante AN), Ministerio de la Justicia. Expulsión de Alfano Vicenzo y otros, IJJ7 -131, 1907.
  8. De hecho, es lo que dijo claramente al intentar expulsar a unas prostitutas conocidas de la “zona de las ladronas”, sobre las que había muchas quejas, pero “carencia de testigos”. Schettini, C., “Exploração…”, op. cit., p. 64.
  9. Medeiros de Menezes, Lena, Os Indesejáveis, p. 207. Para una discusión sobre los procedimientos de un juicio de expulsión en Brasil y su forma judicial, en contraste con el procedimiento adoptado en Argentina, cf. Schettini, C., “Exploração…”, op. cit., y Albornoz, M. y Galeano, D., “El momento Beastly: la policía de Buenos Aires y la expulsión de extranjeros (1896-1904), Astrolabio, 17, 2016.
  10. AN, Expulsión de Max Buckener, IJJ7 – 143, 1907.
  11. AN, Expulsión de Morris Muller, IJJ7 – 144, 1911.
  12. Para el caso de Río de Janeiro, al contrario de San Pablo, esa rotación parece haber disminuido en el trabajo tranviario a partir de 1905, cuando se estableció el monopolio en el área del transporte urbano. João Marcelo Pereira dos Santos, Energia elétrica e poder político. Trabalhadores da Light. São Paulo, 1900-1935 San Pablo, Outras Expressões, 2015, p. 51-52.
  13. Medeiros de Menezes, L., Os Indesejáveis; p. 221 y ss.; Bonfá, L., Com lei ou sem lei.
  14. AN, Expulsión de Saul o Choel Flanser, IJJ7 – 146, 1917.
  15. La ocupación de comerciante, fuese como empleado en el comercio o negociante autónomo, era vista con gran suspicacia por los contemporáneos. Popinigis, F., Proletarios de casaca: trabalhadores no comercio (Rio de Janeiro, 1850-1920), Campinas, Ed. da UNICAMP, 2007, cap. 1.
  16. M. Perrot, em “Na Franca da Belle Époque, os “Apaches”, primeiros bandos de jovens”, Os Excluidos da Historia, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1988, destaca el carácter territorializado de los apaches franceses; Kalifa, D., “Arqueologia do Apachismo: Bárbaros e peles vermelhas no século XIX”, Projeto Historia, n. 40, 2010. Galeano analiza los usos de la expresión entre las policías argentina y brasileña en Galeano, D., Criminosos viajantes, p. 254 y ss.
  17. AN, Expulsión de Ramón López, IJJ7 – 150, 1908.
  18. Rótulas era la denominación de las ventanas características de estas casas en las que se concentraba la prostitución del centro de la ciudad. Nuncio, São Jorge y Conceição conformaban un conjunto de calles notorias por la concentración de prostitutas provenientes de la Europa Central. Schettini, C., “Que Tenhas Teu Corpo”: uma historia social da prostituição no Rio de Janeiro das primeiras décadas republicanas, Río de Janeiro, Arquivo Nacional, 2006, cap. 1.
  19. AN, Expulsión de Mauricio Goldran, IJJ7 – 144, 1912.
  20. AN, Expulsión de Isaac Rotman, IJJ7 – 156, 1912.
  21. AN, Expulsión de José Zelicovitch, IJJ7 – 160,1910.
  22. AN, Expulsión de Louis Leblanc, IJJ7 – 176, 1911.
  23. AN, Expulsión de Adolfo Sumsi, IJJ7 – 129, 1911.
  24. A las 3:30 de una madrugada de 1913, él intentó evitar que el español José Miguez entrara en busca de su amante Marcelle de Kellen, sin éxito. AN, José Miguez, IJJ7 – 160, 1913.
  25. Los italianos dueños de pensión de artistas aparecen especialmente en las expulsiones de Arthur Van Der Est, IJJ7 – 128, 1912 y de Henrique Resta, IJJ7 – 154. Analicé los circuitos artísticos en los que se insertaban esas pensiones en Schettini, C., “South American Tours: work relations in the entertainment market in South America”, International Review of Social History, 57, Special Issue, 2012, pp. 129-160.
  26. AN, Expulsión de Samuel Rosemberg, IJJ7 – 147, 1913.
  27. Sobre los juicios de proxenetismo, Schettini, C., Que Tenhas Teu Corpo, cap. 1.
  28. AN, Expulsión de Amadeo Bernardes, IJJ7 – 128, 1912.
  29. Schettini, C., “Exploração…”, op. cit.
  30. AN, Expulsión de Alexandre Robinson, IJJ7 – 129, 1911.
  31. AN, Expulsión de Pascoal Garzulo, IJJ7 – 149, 1914.
  32. AN, Expulsión de Simão Symplack, IJJ7 – 146, 1914. Para una interpretación de los casamientos en la religión israelita como un recurso de las mujeres para lograr alguna movilidad (y no solo como una forma de engaño de proxenetas), Yarfitz, Mir, Polacos, White Slaves and Chuppahs: Organized Prostitution and the Jews of Buenos Aires, 1890-1939, Tesis de Doctorado, Los Angeles, University of California, 2012.
  33. Para una descripción sobre Avellaneda como un lugar de concentración de acción mafiosa y delictiva en el período, “Al margen de la ley”, Sherlock Holmes, 30 de enero de 1912. Caimari, L., Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.
  34. Bristow, E., Prostitution and Prejudice. The Jewish Fight Against White Slavery, Oxford, Clarendon Press, 1982.
  35. Yarfitz, M., Polacos…, op. cit.; Kushnir, B., Baile de Máscaras – mulheres judias e prostituição: as polacas e suas associações de ajuda mútua, Río de Janeiro, Imago, 1996.
  36. En otra oportunidad, analicé la historia de Norma Cohn, una polaca judía que a comienzos del siglo XX fue identificada en una nota especial del Correio da Manhã como una gran negociadora con la policía. Además, participaba de la dirección de la Associação Beneficente e Funeraria Israelita en Río de Janeiro. Schettini, C., Que tenhas teu corpo, op. cit., cap. 2. En Buenos Aires se observa también un temor de que la riqueza y la inversión inmobiliaria se concentrara en las manos de los “tenebrosos israelitas” (sic) y sus intereses comerciales. “15.000 tenebrosos en Buenos Aires”, Sherlock Holmes, 25 de enero de 1912.
  37. AN, Expulsión de Generoso D’Amato, IJJ7 – 152, 1907.
  38. AN, Expulsión de Antonio Martinez, IJJ7 – 130, 1907.
  39. AN, Expulsión de Heyman Lichtenstein, IJJ7 – 154, 1910.
  40. AN, Expulsión de Vicente Grassi, IJJ 7 – 140, 1913.
  41. AN, Expulsión de Augusta Nudelman, IJJ 7- 131, 1907.
  42. AN, Expulsión de Antoine Piouffle, IJJ7 – 129, 1908. Las citas de las cartas en castellano son traducciones mías.
  43. AN, Expulsión de Lucien Lauthier, IJJ7 – 128, 1912.
  44. AN, Expulsión de Ramón Bouzada, IJJ7 – 150, 1915.
  45. AN, Expulsión de Sender Niedzvedsky, IJJ7 – 146, 1920.


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