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Desclasamiento y decisión de emigrar

En este capítulo se analizan los procesos de desclasamiento ocurridos en los años previos a la emigración de los entrevistados, teniendo en cuenta las particularidades que ha tenido que afrontar cada una de las fracciones analizadas en páginas precedentes. Recapitulando lo indagado hasta aquí, se podrían identificar cinco factores de desclasamiento que amenazaban con interrumpir las trayectorias de los sujetos: la devaluación de la moneda; la depreciación salarial; la devaluación de las titulaciones; la alteración del tejido productivo (desindustrialización) y la imposibilidad de acceder a los patrones de consumo –condiciones de posibilidad de los estilos de vida–que se estaban consolidando para definir la pertenencia a las clases medias ascendentes, ganadoras o exitosas (Svampa, 2005).

Lejos de actuar como detonantes de la emigración, estos factores han ido haciendo mella en las trayectorias de los sujetos durante periodos de tiempo, variables de acuerdo con los grupos de edad, sea en su propia trayectoria o en la del medio social inmediato (familiar y/o de grupo). Sin embargo, la respuesta migratoria –como otras respuestas del habitus[1]– no ha de entenderse necesariamente como la elaboración por parte de los agentes de un plan intencionado de ascenso social, aunque haya estado motivada por situaciones reales o potenciales de desclasamiento.

El desclasamiento puede ser analizado desde la perspectiva de la trayectoria familiar, de acuerdo con las posiciones de clase de partida (como se analiza en el capítulo anterior, y que los estudios de estratificación social abordan como movilidad intergeneracional). Sin embargo, la trayectoria de los propios agentes también puede haber padecido oscilaciones que alteraran la pendiente esperada. Estas oscilaciones de la trayectoria se hacen más patentes entre los sujetos adultos de la muestra, al haber recorrido un itinerario más prolongado en el espacio social de origen. Las trayectorias de los adultos, al situarse en el tramo intermedio o final del vector –entre las posiciones marcadas por el origen social y en las que ellos mismos serán fijados han transitado ya por los diferentes acontecimientos que marcan la entrada en la etapa adulta: acceso a la autonomía económica y residencial, transmisión de la herencia, formación de una familia de reproducción (Mauger, 1995). Aunque estos hitos no sean definitivos, y los sujetos hayan vuelto, tras divorcios o separaciones, a las casas paternas y/o maternas, o hayan requerido de diversas ayudas o soportes económicos de sus familias de origen.

Los jóvenes, en cambio, al encontrarse en la edad de los enclasamientos (Mauger, 1995) –o contar con una especie de moratoria social y vital[2] (Margulis y Urresti, 2000)– pueden permitirse ciertas demoras y extravíos, entre los que puede encuadrarse el propio proyecto migratorio. El tiempo o crédito temporal del que disponen los jóvenes es utilizado como tiempo de experimentación, en el que los sujetos pueden realizar idas y venidas entre proyectos más modestos o más ambiciosos, más realistas o más fantasiosos. Como la trayectoria es más importante que la posición actual en el caso de los jóvenes, puesto que son sujetos en tránsito: no se sabe en qué región del espacio social terminarán asentándose, se encuentran en el momento de poder crear –o ensayar– su proyecto vital, que además parece relativamente indeterminado (Gouirir, 1998).

Para acceder al momento de los itinerarios en que se definió la opción emigratoria, se exploraron en la investigación los motivos de la migración[3]. Ello supone situar la interrogación sobre los razonamientos lógicos que los agentes movilizaron para tomar una decisión tan contundente, que involucra, al menos en un primer momento, grandes costes económicos, afectivos y temporales. Las preguntas teóricas que surgieron entonces (por oposición a las indagaciones que guían las prácticas) fueron: ¿qué motiva a los agentes a movilizarse al punto de emigrar?, ¿qué cosas están en juego en una estrategia de estas características?, ¿cómo se constituye la libido o illusio emigratoria, cuya expresión extrema los entrevistados condensan en la frase la única salida es Ezeiza[4]?

La emigración supone una ruptura en la cotidianeidad de las personas. Por ello, este tipo de prácticas implican todo tipo de cuestionamientos y crisis de los habitus (Lahire, 2004) y obligan a los agentes al retorno discursivo y reflexivo sobre sus acciones. El inmigrante es un ser cuestionado, tanto en la sociedad de origen como en la de destino (Sayad, 1989), y por ello ya ha tenido que dar(se) razones sobre el proceso migratorio, incluso antes de formar parte de un proceso de investigación sociológica.

Paralelamente, al tener que dar cuenta de sus migraciones, los entrevistados realizaron una racionalización después de la toma de una decisión (Bourdieu, 2011). En esta racionalización está involucrada la propia situación de entrevista, con las censuras estructurales que atraviesan la relación entre entrevistadora y entrevistados, así como con la presentación de sí que los entrevistados dan. La situación de entrevista tiene así un importante papel de filtro de las experiencias que merecen ser explicitadas y las que son silenciadas (Lahire, 2004). Pero también está en juego la perspectiva que el agente tiene desde el presente acerca de su trayectoria –que puede teñirlo de manera más optimista o pesimista, en función de su situación actual–. Se trató, entonces, en esta pate de la investigación, de considerar las representaciones de los agentes al momento de tomar la decisión de emigrar, pero reconstruidas desde la situación de entrevista, dado que en esta el pasado cobra un valor específico, en función de los condicionamientos del presente.

Desde estas premisas traté de reconstruir, en un primer momento, el entramado en que la estrategia migratoria cobra relieve por sobre las demás estrategias de reproducción social –mudarse, estudiar, independizarse de los padres, casarse, trabajar– disponibles, composibles en la coyuntura en que se toma la decisión de emigrar. En un segundo momento, la pregunta por los motivos de la emigración apunta a identificar las representaciones que los propios agentes movilizaron al momento de tomar la decisión de emigrar, que analizaremos como diferentes proyectos pre-migratorios. Es decir: ¿cómo se representaban la apertura del haz de posibles emigrando?

A partir de estas consideraciones, analizo a continuación cómo ha afectado el potencial desclasamiento a las distintas fracciones de las clases medias, delineando las estrategias migratorias en cada caso. Se señala en estas trayectorias la influencia de los diferentes grupos de edad (jóvenes/adultos) en los casos en que esta variable sea más relevante, así como la incidencia del género en la configuración de la decisión de emigrar.

Cambiar de actividades o perecer (pequeña burguesía patrimonial)

La frágil e inestable estructura productiva de Argentina descrita en páginas precedentes ha impelido a los agentes de la fracción económica a estar en alerta permanente para reconvertir entre unas actividades y otras, hacia las que fueran más rentables. Algunos autores remarcan la importancia de cierto capitalismo aventurero en Argentina, compuesto por un amplio número de actores minoristas, involucrados en diversos negocios financieros (Sidicaro, 2001). Entre los entrevistados que cuentan con un capital económico en la trayectoria familiar, la mutación constante de rubros dentro de las actividades comerciales o productivas a pequeña escala ha sido constante. Sin embargo, en el contexto de inestabilidad económica reinante en Argentina, los pequeños empresarios tarde o temprano han recurrido además a la pequeña inversión financiera o inmobiliaria como reaseguro: compra de dólares o de plazos fijos, compra de algún local o departamento, tener más de una vivienda para alquilar o para dejar a los hijos. Estas apuestas por el capital patrimonial rentístico en el que se han resguardado sus activos, se han ido produciendo de manera simultánea y en paralelo a los procesos de acumulación obtenidos de actividades manufactureras o comerciales.

Sin embargo, no solo los miembros de esta fracción han recurrido a la compra de bienes inmobiliarios para asegurar ahorros. También la fracción más rica en capital cultural ha realizado este tipo de inversiones, que se suman a otras prácticas económicas –plazos fijos, ahorros en dólares, colocaciones financieras, etc.– muy difundidas entre las clases medias argentinas. Margulis et al. (2007) caracterizan a los sectores medios por la primacía de valores fáusticos, en oposición a los valores pantagruélicos de los sectores populares. A pesar de las resonancias culturalistas que tienen estos rótulos, rescato las condiciones de posibilidad que pudieran generarlos. Así, al contar las clases medias con un pequeño excedente económico, éste se traduce en capacidad de ahorro que permite una gestión diferente de los recursos, del tiempo y de la planificación de ambos.

Mantenimiento en la fracción

Dentro de esta fracción, se evidencian diferentes trayectorias por grupos de edad. Mientras que los adultos pudieron continuar con las actividades económicas en Argentina antes de emigrar, los jóvenes tuvieron que tornarse asalariados, al no haber podido quedar a cargo de los negocios familiares, por diversas razones. Entre los adultos de la muestra se encuentran las trayectorias de Daniel, Esteban y Antonio, quienes han permanecido en esta fracción.

En la trayectoria familiar de Daniel los reaseguros a través de la inversión inmobiliaria han estado vigentes desde las incipientes acumulaciones del abuelo paterno, un inmigrante judío procedente de Polonia. Primero, como pintor de obra, “él pintaba a toda la comunidad judía”, comenta el entrevistado. Luego compró la maquinaria del pequeño taller textil que explotó el padre de Daniel[5]. Sin embargo, paralelamente fue adquiriendo propiedades –locales, departamentos– que dejó en herencia a los descendientes. Este modelo fue emulado por el padre de Daniel, y más tarde por Daniel, quien compró un departamento de su abuela a muy buen precio, después de la pesificación de la moneda en la época del corralito.

Los diferentes trabajos como vendedor, de ropa confeccionada por el padre al principio, y luego con apuestas más ambiciosas y arriesgadas: próximo a una mafia en la venta de camiones y camionetas; más tarde en la venta de oro –negocio en el que murió asesinado un compañero, y en el que él fue asaltado con armas–; le permitieron a este entrevistado sumar un incipiente capital que invirtió antes de emigrar. Así como supo aprovechar algunas ventajas que le brindaba el contexto de la post-devaluación –por ejemplo, comprar cuando era conveniente–, también supo retirarse a tiempo. En el último de sus negocios –el de venta de oro, regulado por el patrón dólar–, tal y como cuenta: “entonces no sabías si comprar, vender, y ya era un quilombo todo, ya no le pagaban a nadie…”. Es entonces cuando decide su emigración, primero a Israel, y posteriormente a España.

Otro caso representativo de estas trayectorias de permanencia en la fracción de clase es el de Antonio. Durante los últimos quince años antes de emigrar había consolidado una pequeña empresa de instalaciones eléctricas y de albañilería en Argentina, que trabajaba en sociedad de una empresa grande que aportaba el capital como garantía para lograr los contratos de obras importantes. Además, Antonio se dedicó paralelamente a la compraventa de vehículos, como actividad secundaria[6].

El hijo mediano ya había comenzado a trabajar con él, aprendiendo las labores propias de la empresa de electricidad, de la que se hizo cargo por completo al emigrar Antonio, proporcionándole, además de un medio de vida, una fuente de acumulación de capital (se pudo construir su casa propia, comprar un coche nuevo y una moto, sin recurrir a endeudamiento). En la entrevista con él pude apreciar el pesar que ha significado para Antonio el proceso de delegación en el hijo de su –quizá– mayor logro económico: su propia empresa.

Antonio –Mi hijo, bueno mi hijo ya te conté antes, está con la misma empresita, con la misma…. No sé si la misma empresa, porque la empresa no es una… la empresa en sí, cualquier empresa, chica o grande, pero si es chica se nota muchísimo más. Una empresa es el nombre, el nombre muchas veces es una persona, es una cara, es una actitud. Sabés que en cualquier negocio no siempre se hace todo por escrito, y si algo queda en el aire, vos sabés qué persona tenés enfrente, y qué lo que podés llegar a acordar o corregir, o si se van a respetar los términos. Viste, la palabra tiene que valer tanto o más que lo escrito. Entonces, al no estar yo […]. Pero no es lo mismo: es la misma empresa, pero no es la misma empresa. Así es que, también hay que reconocer que él también se ha hecho, se va haciendo un nombre, se va haciendo espacio.

Al fin y al cabo, aunque Antonio capitalice la empresa –vía remesas– ésta ya no cuenta con su saber hacer, ni con su nombre ni, por lo que se deduce de la entrevista, con su palabra. Además de esta pequeña empresa, Antonio financia una academia de enseñanza de su hija mayor (que estaba cambiando de rubro al momento de la entrevista, de enseñanza de inglés a cocina) y costea los estudios universitarios del hijo pequeño. En el siguiente capítulo analizaré los conflictos que mantiene Antonio por los destinos y desvíos del dinero que envía a sus hijos.

Sin embargo, no todos los agentes han podido realizar inversiones que les permitan sostener emprendimientos económicos en el tiempo. Las disposiciones económicas no están presentes del mismo modo en todos los agentes, ni igualmente arraigadas. La condición de clase, como conjunto de propiedades o atributos vinculados a unas condiciones de existencia, orienta el sentido de la inversión económica –habitus empresarial– respecto a los negocios (en los casos de Daniel y Antonio), que no tiene la misma raigambre en todos los sujetos. La devaluación de la moneda –que en la década de los noventa era nominalmente equivalente al dólar– fue un factor de descapitalización y desconcierto para muchos pequeños empresarios desprevenidos después del 2001.

Esteban, por ejemplo, tuvo diferentes emprendimientos económicos desde los años ochenta: primero un quiosco de venta de diarios, luego un negocio de embutidos, más tarde un puesto de comidas elaboradas, y, por último, una pequeña tienda de alimentación. En todos ellos contó con mano de obra familiar, pero realizó pequeñas inversiones en maquinaria o alquileres de locales. El último de sus negocios, improvisado en una parte de la casa, corresponde a su descenso social previo a la emigración. Sin embargo, las inversiones de Esteban –especialmente de tiempo– se centraban desde hacía años en otros canales de acumulación vigentes en la Argentina de las últimas décadas: los últimos diez años antes de emigrar fue puntero del partido político que ocupaba el poder en Santiago del Estero desde hacía cinco décadas[7]. A pesar de que consiguieron, de acuerdo con su relato, una de sus dos casas en la provincia de esta manera, y su esposa consiguió trabajo estable a través de estos medios –de lo que se deduce alguna eficacia de este tipo de estrategias–, él no ha podido acceder al tan anhelado empleo público.

Esteban –[mi esposa] comenzó a trabajar en política como es allá, como se mueve allá, que si no trabajas para un político no entras a trabajar, no sos empleado público digamos… Y bueno, mi esposa comenzó a trabajar para una mujer de ahí, de nuestra provincia y luego de esto consiguió un puesto de trabajo […] nos adjudicaron una casa de… una casa en un barrio. Nos dieron una casa también, así que tenemos dos. Que también esto se logró por política, paralelamente a esto yo también comencé a trabajar… He estado trabajando en política primero yo y bueno con un político de ahí… de… de la provincia y todo ese tema… Y bueno, y al ver que no me daba nada a mí, yo le dije a mi esposa que trabajara ella también.

Es significativo que estas estrategias de reproducción social tienen un límite muy preciso en la temporalidad. Los agentes establecen unos plazos para cumplimentar sus objetivos: si no dan fruto las tácticas implementadas en cierto tiempo, éstos cambiarán de rumbo, planteándose otras estrategias, incluso emigrar. En este caso, los fallos provienen de su estrategia de acumulación de capital social –en su variante política–, que no dio todos los resultados esperados (“no me daba nada a mí”, dice Esteban) en el tiempo estimado.

Los no-herederos

Diferentes son las circunstancias que han tenido que sortear los jóvenes de esta fracción, que han quedado excluidos del legado de los negocios familiares. Son los casos de Luciano y Andrea. Ambos quedaron sin las respectivas herencias familiares para las que habían sido preparados, mediante largos y continuados procesos de formación práctica –pequeños comercios y taller textil, respectivamente–. En el caso de Luciano, los emprendimientos fueron fagocitados en la transformación de la estructura productiva y comercial del país durante los años noventa. Los negocios familiares provenían de los abuelos, y los otros dos hermanos parecen haber asumido sus carreras fuera del ámbito familiar de una manera bastante ajustada. Su experiencia como vendedor en Argentina sufrió suerte muy dispar. En su mejor inserción se desempeñó como comercial de Telefónica, uno de los empleos mejor pagados que ha tenido –incluso respecto a su trayectoria en España– y que abandonó, por considerar que había entrado en una “etapa mística”. Luego, en torno al año 2000, los salarios decayeron abruptamente, siendo en su última etapa antes de emigrar equivalentes a la tercera parte de lo que fueron en su mejor época.

Desde entonces, sus posibilidades de inserción laboral se fueron reduciendo, según él, a “ser un trabajador”, por cuenta ajena y sin titulación. Los fallos en el proceso de reconversión desde el capital económico al escolar –que en sus hermanos resultó eficaz– lo arrinconan a la opción de ser un asalariado. La migración a España se le plantea, así, como la búsqueda de un contexto en el que un trabajador asalariado puede gozar de mejores condiciones laborales.

El otro caso es el de Andrea, cuyo hermano mayor fue el elegido para heredar la empresa familiar. Así, después de intentar ponerse por su cuenta con una pequeña empresa de uniformes en Buenos Aires, Andrea y su pareja emigraron a Estados Unidos, donde permanecieron durante casi cuatro años. Al no poder conseguir los papeles para residir legalmente, volvieron a Argentina, donde su esposo consiguió un empleo en Telefónica y pidió un traslado en 2002 hacia la sede en España, y reagrupó a Andrea. Ya en España Andrea intentará trasladar sus disposiciones emprendedoras al nuevo contexto, asumiendo cierta singularidad respecto a su hermano: ella hace, según sus palabras, “diseño” y “cosas muy exclusivas”; por oposición a su hermano a cargo del negocio familiar, que hace “la parte más masiva”.

Es llamativo que la entrevistada procurará incidir en aspectos puramente electivos para sus dos migraciones. Así, apela a su “espíritu aventurero”, aquel del que su hermano carece. Lo interesante es la homología que presenta en esta cuestión con su marido. El hermano de éste se quedó también a cargo del negocio familiar (venta de productos de iluminación y telefonía), y no posee, como el hermano de Andrea, ese “espíritu aventurero” que ellos tienen. Según el relato, sendos hermanos serían personas que se quedaron siempre en el mismo lugar, trabajando en respectivos negocios familiares (“y es igual que como… como mi hermano… se quedó siempre en su lugar, trabajando con su papá”). Este paralelismo entre las historias de los miembros de esta pareja da indicios sobre el entramado familiar en el cual las estrategias de reproducción social, en este caso la emigración, tienen lugar.

Estrategias familiares: el espíritu de cuerpo de la fracción económica

Los entrevistados que pertenecen a la pequeña burguesía patrimonial han debido resistir los envites de las nuevas reglas del juego del campo económico en la Argentina de las últimas décadas. Durante los años noventa, el cambio de las condiciones de competitividad por la apertura de la economía; después del 2001, por la devaluación de la moneda.

La suerte dispar en la empresa de resistir las turbulencias que supusieron estas transformaciones tiene relación con el arraigo que tuvieran en los agentes las disposiciones económicas, la capacidad de anticiparse y orientar las inversiones –en este caso, económicas– de manera adecuada y a tiempo. Estas disposiciones engendran estrategias económicas, que, como bien señala Bourdieu, responden a:

[…] una configuración singular de indicadores positivos o negativos, inscritos en el espacio social: allí se expresa una relación específica entre el patrimonio poseído y los diferentes mercados, es decir, determinado grado de poder actual y potencial sobre los instrumentos de producción y reproducción (Bourdieu, 2011: 87).

Así, se entiende que no sea solo la antigüedad en la fracción de clase –caso de la empresa de la familia de Luciano– ni la dimensión del patrimonio –en la historia de Gerardo, cuyo padre fue un empresario importante de transportes– los pilares que garanticen la permanencia en la condición y en la posición de clase; sino un sentido del juego con el que los agentes orientan sus elecciones con cierto realismo, con informaciones en ocasiones informales –cuándo comprar o vender dólares o departamentos, qué actividades son más convenientes en un momento dado–. En la historia argentina de las décadas analizadas, las exigencias de cálculo y de previsión propias del habitus económico han tenido que ocurrir en un entorno cambiante, en proceso de constante transformación e inestabilidad.

Asimismo, como se trata de pequeñas empresas familiares, su capacidad de acumulación es muy reducida, y ante todo se impone la necesidad de no desaparecer. En un escenario así, los miembros de la familia que resultan no rentables encuentran buena vía en la emigración, al modo que ha sido analizado para las pequeñas explotaciones rurales y la migración rural-urbana por Bourdieu (1989) o por García Martínez (2004). Las estrategias migratorias se relacionan así de manera armonizada con las estrategias del resto de la familia. Padres que dejan vía libre a los hijos –como una anticipación de herencia–; hermanos que se sacrifican para que otros sean los herederos de explotaciones familiares –aunque puede plantearse al revés: hermanos que se sacrifican al heredar por otros–; esposas que siguen a sus maridos en sus migraciones; hijos que asumen bien su condición (¿de supernumerarios de un patrimonio pequeño?) arrogándose cualidades que hacen de necesidad virtud (“espíritu aventurero”). Aunque, como se verá más adelante, no todos los agentes armonizan su estrategia migratoria con el resto de las estrategias familiares de reproducción, ocasionándose también situaciones conflictivas. Se entiende bien que, en el caso de los poseedores de cierto capital económico, la familia tienda a funcionar más como cuerpo –aunque también como campo, al excluirse a algunos miembros (Bourdieu, 1997)–. Una familia que funciona como cuerpo garantiza que la ganancia económica, de producirse, termine redundando directa o indirectamente en beneficios para todos los miembros. El capital económico, al fin y al cabo, admite fraccionamiento y una rápida transmisión (cosa que no sucede con los demás capitales), y es más posible el planteamiento de jugadas donde todos ganen.

La emigración se elabora para los sujetos de esta fracción de manera diferenciada según las edades. Los adultos que han podido permanecer en la pequeña burguesía patrimonial recurren a la estrategia migratoria para lograr una reproducción ampliada (hacer diferencia) y poder capitalizar sus negocios. Sea como medio de aprovechar la asimetría de monedas (euro/peso argentino) en inversiones en el contexto de origen, como las que han realizado Daniel y Antonio. Sea para invertir en emprendimientos en España, como en el caso de Esteban, quien ha puesto un comercio de golosinas, aprovechando la fortaleza de la moneda[8].

Asimismo, los jóvenes que no han podido mantenerse en la fracción de clase, buscarán en el contexto español unas condiciones en las que ser un trabajador asalariado se presentan como más prometedoras, que en el siempre inseguro e inestable contexto argentino. Aunque, como analizo en el siguiente capítulo, no renunciarán a intentos, inscritos en sus habitus, de establecer algún negocio por su cuenta.

Aumento de títulos cada vez más desvalorizados (clase media de servicios)

Uno de los factores que más hizo peligrar las posiciones de la clase media de servicios ha sido la devaluación de las titulaciones, principal capital con el que cuentan los miembros de esta fracción para competir en el mercado de puestos de trabajo. Ante este requerimiento de perpetuar las inversiones en credenciales, encontré entre los entrevistados dos reacciones, una creyente y una escéptica. El tipo de respuesta creyente consiste en armarse aún con más titulaciones, de postgrado o idiomas, ante la potencial devaluación. Especializaciones dentro de la formación adquirida en el grado, o estudios de idioma (principalmente de inglés), se presentaron como requisitos para conseguir, mantener o mejorar sus empleos. Por ejemplo, Gerardo, un ingeniero electromecánico egresado de universidad privada, además de realizar un máster en Organización y Dirección Empresarial en la Universidad de Buenos Aires, acudía todos los días a una academia de inglés antes de entrar a su trabajo en CABA, en el que tenía un cargo jerárquico de planificación en la empresa de Trenes de Buenos Aires. A continuación, en un fragmento de la entrevista que mantuve con Gerardo, se visualiza una jornada habitual de un profesional de la clase media de servicios a finales de los años noventa.

Gerardo –Vivíamos en L. Por eso viajaba todos los días. Pero, además, como el inglés era un punto muy flojo en ese momento, muy muy flojo, eh, iba a hacer un curso de inglés a la mañana. Entonces yo me levantaba, también, otra vez, a las cinco y pico de la mañana, me duchaba, café y en el coche. Llegaba y dejaba el coche ocho menos cuarto, ocho menos veinte ahí, en el parquin del trabajo, en Retiro. Me iba caminando, pasaba la peatonal y me iba a ICANA, no sé si lo conocés, para aprender inglés…Instituto Nacional de Inglés Aplicado, y tenía dos horas de inglés, volvía a la oficina a las diez y cuarto y trabajaba de diez y cuarto hasta las ocho de la noche. Agarraba el coche y me volvía.

Estas jornadas extenuantes no representan un caso aislado. Alicia también había asumido ese ritmo de vida los últimos años antes de emigrar. Licenciada en publicidad, realizó un máster en empresariales y luego otro en neurolingüística, ambos en instituciones privadas. Su horario de trabajo en el sector de las telecomunicaciones – donde sólo le quedaba ascender al puesto de gerente, en Telecom– también superaba las diez horas diarias.

A pesar de las buenas inserciones laborales de estos profesionales de alta categoría, la emigración se les presenta como la búsqueda de un medio en el que poder valorizar mejor sus credenciales. Aunque sus estrategias son diferentes, como se verá en los siguientes capítulos, ambos responden al perfil profesional que se expandió como modelo de éxito[9] en los años noventa: estudios universitarios en universidad privada, postgrados, manejo de idiomas, competitividad.

La acumulación de credenciales fue también una herramienta utilizada por tres mujeres de la muestra (Inés, Mónica y Sandra) que tienen en común haber estudiado psicología. Las tres habían realizado en los últimos años antes de emigrar diversas especializaciones y posgrados, para contar con más opciones a la hora de ser seleccionadas para un puesto de trabajo. En estos casos los trabajos no requerían una dedicación tan exclusiva como en los primeros (Gerardo y Alicia), al ser de menor jerarquía. Sin embargo, poco a poco tuvieron que ir insertándose en trabajos simultáneos, que les permitieran acrecentar los ingresos a medida que sus salarios se iban desvalorizando.

Respecto a la respuesta escéptica, dentro de esta fracción hay casos de quienes se conformaron con sus titulaciones obtenidas en estudios superiores (título universitario o diplomatura), y no consideraron continuar invirtiendo en más certificaciones, quedando relegadas a inserciones más precarias. Así, Lucrecia, con una diplomatura de perito calígrafo, se vio obligada a compatibilizar sus esporádicos peritajes con el trabajo de dependienta de un pequeño comercio de su ciudad natal. Y Juana, quien después de estudiar ciencias de la comunicación no logró insertarse como periodista, también desertó de la posibilidad de continuar acumulando credenciales.

Juana –Entonces ya estaba muy desilusionada, no tenía ganas de trabajar de cualquier cosa en mi país, o sea, era algo que no soportaba. En ese momento no soportaba trabajar de camarera, que es lo que vine a hacer acá, pero en Argentina no lo soportaba []. Yo me vine para acá, sintiendo que fracasé en Argentina. Es un sentimiento muy mío, que no tiene nada que ver con nada. Yo siento que fracasé, que no pude ejercer mi profesión y que de alguna manera hui.

En España, como se verá en los siguientes capítulos, los trabajos que suponen una fuerte descualificación respecto a los estudios serán más soportables, temporalmente, por inscribirse estas inserciones laborales en el marco de la experiencia migratoria, que diluye las fuertes adscripciones clasistas que le asignaría el espacio social de origen. Para esta entrevistada trabajar de camarera en Argentina era algo que no entraba en sus umbrales de tolerancia, algo que, sin embargo, terminó realizando en España. La invisibilización social que permite la emigración es una condición de posibilidad de importantes reconversiones de clase o fracción.

Erosión de las posiciones, permanencia en la condición de clase

Los efectos que tiene la desvalorización salarial al ir desgastando gradualmente el poder adquisitivo producen un desajuste entre el estatus –valor simbólico– y la condición de clase que portan los sujetos que siguen ocupando los mismos puestos de trabajo –profesionales de diverso tipo, por ejemplo–. Algunos autores han atendido a la crisis subjetiva que supuso el empobrecimiento de las clases medias durante los años 1990:

[…] la nueva pobreza se caracterizó al comienzo por el mantenimiento, aún relativo, de la situación socio-profesional en forma paralela a la pérdida progresiva de ingresos. Esto comporta un resquebrajamiento de la relación estatus-rol tradicional, puesto que ya no se obtienen las respuestas socialmente ‘normales’ asociadas con los roles socio-profesionales: no sólo salario o beneficios sociales, sino también prestigio social y reconocimiento en las interacciones. Los nuevos pobres definen su estatus de acuerdo a los códigos culturales que regían sus expectativas en el pasado, pero el empobrecimiento degrada progresivamente el conjunto de las respuestas asociadas a sus estatus (Kessler, 2003b: 4).

Como factor de desclasamiento, la depreciación salarial tiene importantes consecuencias que vinculan entre sí algunos de los ítems que analicé en capítulos anteriores. La disminución salarial entre los años 1980 y 2001 ha sucedido a través de tres vías: 1) la no equiparación de los salarios sobre la inflación (especialmente, en la crisis de 1989); 2) la supresión de primas sobre el salario de base; y 3) el aumento de jornada, sin pago de horas extra (Kessler, 1998).

Al valorizarse menos el mismo puesto de trabajo que en un estado anterior del campo, los agentes reaccionaron: a) acrecentando su capital (titulaciones) de cara a mantener los puestos –esto colabora con la devaluación de las titulaciones–; y b) buscando más puestos simultáneos, para mantener las posiciones (pluriempleo). A pesar de los esfuerzos por estabilizar la situación, apelando a más horas de trabajo para llegar al nivel –o estilo de vida– que disfrutaban en el pasado, muchos agentes fueron perdiendo posiciones, no pudiendo siquiera mantener lo que habían heredado de la generación anterior.

La problematización del desmejoramiento de las condiciones de vida –se deterioraban los salarios y los productos que podían consumir– es muy intensa en una de las entrevistadas adultas: Inés. Trabajó como psicóloga durante veinticinco años de titular en un equipo de orientación psicopedagógico en la provincia de Buenos Aires, siendo esa su ocupación principal. Durante los años noventa, después de divorciarse, comienza a trabajar en paralelo impartiendo talleres a docentes, como trabajo secundario. Años antes de emigrar además se insertó en una Defensoría de Menores y Adolescentes (tercer trabajo). En este último empleo, tuvo problemas para cobrar, hasta que terminaron –ella y otros afectados– claudicando en sus reclamos. La vivencia del deterioro, de la declinación social, de ir “siempre, cada vez, un poquito peor”, se intensifica en esta entrevistada al darse cuenta, según su relato, de que se iba acostumbrando, rebajando las expectativas de lo que podía hacer desde su posición. Inés comenta las dificultades para realizar el mantenimiento del hogar y para renovar el vestuario:

Inés: –En enero, al principio de año hacía el listado de todo lo que había para hacer… Y un día la [hija] chiquita me dice “mamá, ¿para qué hacés eso, si después al final no podemos comprar nada?” […]. Claro, ponía prioridades, qué era más urgente, y alguna cosa siempre podía. Claro, cuando tuve el trabajo de la Defensoría pude hacer muchas cosas. La casa la tenía, viste, [que] pintar, esas cosas, cambiar los colchones, plastificar el piso. En esos meses, no sabés la cantidad de cosas que hice, aproveché… No llegué igual, a toda la lista, no llegué a todo lo que quería hacer, porque me duró poco.

Esta especie de desajuste sobre las cosas por hacer con los escasos ingresos, pareciera ser producto de las disposiciones plurales de las que habla Lahire (2004), puesto que los agentes cuentan con stocks heterogéneos de esquemas de acción. Esta entrevistada, aunque fue socializada en una trayectoria familiar ascendente –padre inmigrante que se hace con un pequeño negocio–, ha vivido en la propia trayectoria vital la decadencia social. La inestabilidad de la estructura social del país de las últimas décadas tiene consecuencias en la incertidumbre que genera en los sujetos, que no saben (no ya a la hora de hacer apuestas razonables, sino incluso de ajustar sus disposiciones y expectativas más personales, como las ligadas a la presentación de uno mismo a través de la ropa y al mantenimiento del hogar) con qué carta quedarse, qué grado de renuncias deben hacer y qué pueden mantener.

Se podría pensar que, ante una caída social colectiva –en este caso, de la clase media– las clasificaciones se reestructurarían en bloque, matizando los efectos sobre el conjunto social: si caen todos, o casi todos, se sigue estando al interior de la clase al mismo nivel. Sin embargo, ocurre que los habitus se forjan en un estado anterior del sistema, que para estos entrevistados se corresponde con lo que Kessler (2003b) identifica como modelo generacional. Además, la existencia de una clase media en ascenso profundizaba, relacionalmente, la intensidad del deterioro de los sectores perdedores[10] (Svampa, 2005). Estas dos cuestiones acrecientan el desajuste de los agentes, tanto respecto a las representaciones de su posición social en su dimensión temporal (la trayectoria social, relacionada con el linaje social, se encontraría interrumpida); cuanto a la dimensión espacial (grupo profesional, de residencia, los próximos sociales).

Aunque los sujetos pudieran mantener las posiciones provisionalmente, todos los próximos sociales –los familiares, los padres de las amigas de las hijas, que han ido a los mismos colegios, todos ellos “profesionales” o “comerciantes”, comenta Inés en el siguiente extracto– iban descendiendo vertiginosamente, poniendo en jaque la propia posibilidad de las posiciones medias. El horror que produce entre los pertenecientes a este grupo social de quedar homologado a los pobres –en el plano de las necesidades y en el de las representaciones–, a la población objetivo de las políticas públicas, queda puesto de manifiesto en el siguiente fragmento de la entrevista.

Inés: –Era peligroso que yo me quedara quieta, en ese momento […] yo me tenía que mover, tenía que hacer algo. Además, bueno, veía a una prima con cáncer, que la hija no le podía conseguir los remedios, como con una sobrevida muy mala, muy mala, me dio miedo. Compañeras de una de mis hijas, que ella, la mamá era arquitecta y el padre era comerciante, que se quedó con el culo a dos manos, y ella estaba con un socio que se fue al exterior, y se quedó sin estudio… No tenían ni para comer […]. Yo empecé a ver gente conocida mía… Otra, que el papá de la nena tenía un comercio, y la señora haciendo cola, lo mismo que la arquitecta y otra gente que conocía, para obtener ese plan de familia, no sé si eran doscientos pesos, doscientos cincuenta [Plan Jefas y Jefes de Hogar]. Porque en realidad, yo me vine por mí… que vos me digas, además por mis hijas, es otra historia, pero en primer lugar yo me vine por mí. Me sentía muy insegura […]. Allá me sentía, que, si te morías, te morías. No había ningún recurso. Entonces es caer sin red, acá caés con red, allí era caer sin red. Así que me asusté mucho. Era una cuestión de peligro, la luz roja de peligro se me encendía a mí.

La red a la que hace referencia esta entrevistada tiene diversas dimensiones. Por un lado, la existencia de un Estado de Bienestar que, como analicé brevemente en el capítulo dos, estaba desmantelado en el contexto argentino posterior al 2001[11]. Por otra parte, también hace referencia a un marco normativo más estable, al que se refirió en otro momento de la entrevista, donde los precios –de productos a consumir, pero también de salarios– fueran más estables y no obligaran a los agentes a estar en permanente adaptación. Por último, hace referencia también a un capital social que ya no sería eficaz en Argentina, fomentando la búsqueda de otros recursos –como, en su caso, el contar con ciudadanía española–. Ciudadanía que, para ella, no se limitaba a la posesión de pasaporte español. Para viajar a España elaboró una compleja estrategia, que aprovechó los sistemas de seguridad social de los dos países: se informó, a través de un contacto privilegiado en el consulado, de la posibilidad de tramitar un seguro de desempleo como repatriada –del Estado español– con el que se pudo sostener económicamente durante los dos primeros años de su estancia. Esta información, evidentemente, no ha estado disponible para todos los sujetos que se han encontrado en situaciones equivalentes. Luego, como le quedaban pocos meses en su trabajo de Argentina para poder solicitar la jubilación, retornó temporalmente para finalizar el plazo de cotización y pudo tramitar su jubilación –que es cobrada por su hermana, que permanece en Argentina, en una especie de arreglo familiar similar a las remesas–. En el próximo capítulo profundizo sobre los arreglos y las remesas en las familias migrantes.

Desempleo y desindustrialización

Además de las situaciones de pluriempleo (por ejemplo: Inés, Mónica, Lucrecia, Sandra) y de sobre-exigencias de los puestos de trabajo (como en los casos de Gerardo o Alicia); también los entrevistados de esta fracción se han visto afectados por la falta de actividad. El desmantelamiento del aparato industrial de Argentina durante las últimas décadas afectó tanto a sectores trabajadores (obreros) como a parte de las clases medias, insertadas en diversos puestos intermedios del tejido productivo (técnicos y profesionales). Es el caso de Hernán, quien tuvo una extensa y variada experiencia en este sector, pero en los años previos a su migración estuvo zigzagueando entre trabajos temporales, periodos de desocupación y de actividad en una empresa mediana. Con su título de técnico químico, los recorridos por algunas industrias lo han llevado por diversas inserciones laborales. Desde trabajar en una gran empresa papelera, donde las condiciones de trabajo eran tan buenas que “te pagaban hasta el lavado de la ropa”, como cuenta Hernán; hasta la precarización de trabajar dos días por semana en una empresa de autopartes poco antes de venirse.

Hernán –Estaba trabajando en una empresa de autopartes, en Caseros […] encargado de laboratorio. Me dedicaba a toda la parte de investigación y desarrollo, y tenía a cargo el laboratorio y la gente del laboratorio. Era uno, un analista, pero bueno, tenía personal a cargo. Eh, el sueldo era una porquería […] la empresa no cerró, pero… empezó a achicar, empezó a pagar en negro, eh… empezó a estirar los días de laburo. O sea, de los cinco días de la semana, laburabas una semana dos, la otra semana tres… y cobrábamos en consecuencia.

Atajos contra la desvalorización social, emigración

En esta fracción de las clases medias, la emigración se presenta como una manera de hacer frente a la desvalorización social a la que estaban expuestos los agentes con titulaciones, afectados por la devaluación de las credenciales educativas. Como ha señalado Bourdieu:

Las estrategias con las que los más expuestos a la devaluación se esfuerzan por luchar a corto plazo (en el curso de su propia carrera) o a largo plazo (mediante estrategias de escolarización de sus hijos) contra esta devaluación constituyen uno de los factores determinantes del aumento de las titulaciones distribuidas, factor que a su vez contribuye a la devaluación. La dialéctica de la devaluación y de la recuperación tiende así a alimentarse a sí misma (Bourdieu, 1998: 134).

Esta devaluación se expresa en la depreciación salarial, que lleva a que los agentes tengan que recurrir a más empleos, en situaciones de poca actividad y altas tasas de desempleo. Anticipándose de algún modo a un probable descenso social, algunos entrevistados optaron por emigrar para buscar inserciones más adecuadas a sus expectativas, con mejores condiciones salariales, que se correspondieran con sus esfuerzos en formación y con las responsabilidades que habían asumido en las empresas (son los casos de Gerardo, Carolina, Alicia, Hernán; todos ellos jefes en Argentina y con personal a cargo). El caso de Gerardo es muy significativo a este respecto. Este entrevistado, a pesar de que estaba satisfecho con su trabajo –no ha tenido en España trabajos que se asemejen a aquel– emprendió la emigración por considerar que se lesionaba la distancia social con los subordinados. En una sección de la entrevista expresa con claridad su punto de vista, que contaba con el contraste de la situación conocida en España, a través de un curso de especialización que realizó un año antes de plantearse su emigración.

Gerardo –…O sea que el trabajo estaba bien, lo que pasa es que en la época del 1 a 1 [convertibilidad], estaba muy bien pago, pero con la devaluación se deterioró mucho el sueldo.

Cecilia –¿Cuánto cobrabas, más o menos?

Gerardo –Eh, alrededor de 3000 dólares por mes, eso es antes de la devaluación. Pero después se pierde… se pierden dólares, además con la movida que había de reclamos salariales, como los sindicatos tienen mucho poder, digamos, se les pagaba… no es que… a ver, a los supervisores se les pagara más, pero la diferencia o la proporción que tiene que haber, por responsabilidad, por dedicación y todo, estaba diluida. Entonces eso “bueno, ¿qué es esto? No, no. Así no…”, a mí no me cerraba […]. Y de ver, que hay un tema que yo tenía muy claro, y es que… a ver, como que había sido un error, haber estudiado ingeniería, haber estudiado cosas, haber hecho cursos, haber hecho los másteres, a la hora de insertarte laboralmente, bueno, con suerte te insertás, pero a la hora de la retribución económica, comparado con por ahí otras personas, que no sé si porque habían trabajado, o porque tienen responsabilidad, o mucho mas rango, según mi opinión y mi gusto, no estaba bien retribuido. Todo ese esfuerzo de tener por ahí más responsabilidad, más conocimiento, más conocimiento para tomar más responsabilidades, tomar las decisiones apropiadas, no era retribuido eso adecuadamente, y decidí venirme….

Cecilia –¿Estaba muy nivelado el salario?

Gerardo –Estaba muy nivelado. Mirá, cuando yo… en la época del uno a uno ganaba el triple que lo que ganaba un operario mejor calificado. Y cuando me vine ganaba creo que 500 pesos más… Y lo otro eran 3000 dólares contra 1000 dólares. Y esto era, no sé, por ahí eran 4000 pesos, no sé, puede haber sido mucho menos, te digo 4000 porque no me acuerdo… contra 3500. Entonces no, el tema económico me pesaba. Pero bueno, no solamente era el tema económico, yo creo que son, aunque la decisión era por el tema económico, la decisión es porque no había futuro, siempre lo veía peor, hay un montón de cosas.

Otros agentes, en cambio, acudieron a la opción migratoria como una huida (Lahire, 2004), un mecanismo de ocultamiento del propio “fracaso”, en palabras de Juana, al tener una titulación sin inserción laboral acorde (sea por falta de más credenciales, o por falta de capital social adecuado para encontrar empleos). Estos son los casos de Juana y de Lucrecia, quienes encontrarán en el contexto español un medio propicio para realizar reconversiones hacia nuevas profesiones o nuevos empleos. En otros casos, finalmente, fue la percepción de que su propio ser social se encontraba cuestionado, aquello que se entiende como diferenciador de la clase media –frente a las clases populares– lo que motivó la emigración. En el caso de Inés tratado en páginas anteriores, caer con o sin red, se tornó en el eje diferenciador entre estar en Argentina o en España, motivando su emigración.

Contracción del haz de posibles (clase media-baja)

Esta fracción se vio afectada por los mismos obstáculos que las anteriores para delinear trayectorias ascendentes, pero tuvo que asumirlos desde una escasez relativa de recursos. Entre estas posiciones lo que se amenazaba con las transformaciones ocurridas en las últimas décadas en Argentina era la posibilidad de ascenso, antes que el desclasamiento desde posiciones ya consolidadas.

Las apuestas escolares se constituyeron en su principal baza para realizar intentos de medrar socialmente. El recorrido por el sistema educativo de esta fracción ha sido de logro de estudios secundarios, sin embargo, esto sucedió en ocasiones de modo interrumpido, teniendo que ser los mismos en muchos casos culminados en escuelas para adultos[12]. Algunos de los entrevistados han realizado, además, incursiones en estudios superiores, especialmente los jóvenes, aunque no pudieron finalizarlos.

En esta fracción volvemos a encontrar diferencias relevantes de acuerdo con los grupos de edad. Mientras que para los jóvenes la migración se plantea en cierto modo como una prolongación del tránsito a la vida adulta; los adultos tienen otras urgencias, como tener que sostener a sus familias –tanto a antecesores como a sucesores– o, cuanto menos, poder ayudarlos eventualmente.

El desencanto: “un poco como que te vas apagando”

Entre los jóvenes de esta fracción están los casos de Diego, Nicolás, Facundo. Sus inserciones laborales anteriores a la emigración los habían reducido a ser sólo trabajadores, sin tiempo libre ni motivación para desarrollar otras actividades: estudiar, tocar con un grupo de música, etc. El trabajo fue considerado por ellos como un medio de vida, para poder realizar otros ámbitos de interés, y no como un espacio donde desplegar sus potencialidades. Apartados, de este modo, del discurso de la realización profesional, propio de las fracciones de las clases medias con capital cultural arraigado en las trayectorias familiares, estos jóvenes han quedado desilusionados con su paso por diversas experiencias educativas universitarias frustradas –intento de realizar diferentes carreras de Facundo; falta de orientación sobre la importancia de los estudios por parte de los padres de Diego; negación a realizar estudios superiores de Nicolás–. En cambio, el tipo de discurso aludido (ascender, prosperar, crecer, acreditar) está muy presente entre los entrevistados de la clase media de servicios (Gerardo, Alicia, Sandra, Mónica, Hernán). Entre la pequeña burguesía patrimonial se traduce en la capacidad de acumulación y progreso, como de modo ejemplar se aprecia en el caso de Daniel.

Si se observan las inserciones laborales de estos jóvenes durante los años previos a la emigración –cuyos puestos eran de encargado de fábrica, empleado administrativo, teleoperador o miembro de cooperativa–; éstas los iban relegando crecientemente hacia posiciones de bastante precariedad e inseguridad, en trabajos informales o formales, pero en constante riesgo de quedar expulsados por las reestructuraciones empresariales. Sin embargo, estas condiciones podían ser toleradas en tanto y en cuanto permitieran el despliegue de aficiones (música) o inversiones escolares (como en el caso de Facundo, quien estaba convencido de que en Argentina “hay que estudiar para ser alguien”). Esto es, siempre que les dejara tiempo libre, o, por lo menos un excedente monetario que les posibilitara sostener otras actividades (compra de instrumentos, de equipos, pago de matrículas).

A pesar de que Diego mencionó que en el trabajo que tenía antes de emigrar estaba de puta madre”, ganaba un buen sueldo, le quedaba cerca de su casa –donde vivía con los padres–, y “estaba bien catalogado” como encargado; la emigración emergió entre otras posibilidades que se le planteaban en ese momento (por ejemplo, seguir estudiando una carrera o comprarse un departamento para independizarse del hogar materno).

Diego –…Y bueno, yo creo que tanto eso, y el trabajo, cada vez más tiempo, y un poco como que te vas apagando. Porque, ese trabajo para mí era simplemente un medio para obtener dinero para todo lo demás.

Cecilia –Para lo que te gustaba, claro…

Diego –Entonces, claro, yo estaba. Y claro, no dejaba de ser una fábrica, con lo cual, sin ofender, el nivel intelectual de la gente que trabajaba ahí no era muy alto… Con lo cual, cualquier máquina que venía, si había que manejar, cualquier programa de informática, yo sabía informática también […]. Esa informática, entonces yo estaba bien catalogado en la empresa… Entonces yo estaba muy bien… trabajaba muy poco, era encargado, ¡tenía veinte años y era encargado!

Sin embargo, hay un acontecimiento que puede echar luz para comprender la deserción de este entrevistado del trabajo, del grupo de música y del noviazgo para emigrar. Poco antes de decidir emigrar, falleció su padre. Su hermano se había independizado ya del hogar familiar, y todo parecía indicar que él tendría que ocuparse de su madre. Son las pequeñas crisis de las que habla Lahire (2004), en este caso ocasionadas por una ruptura biográfica (muerte del padre) que marcaría la trayectoria de Diego. Es decir, dificultades para independizarse en esas circunstancias, habida cuenta que la madre siempre fue ama de casa, y podría asignársele a Diego el rol de sustituto funcional del padre como proveedor.

También Facundo comenta que su último trabajo lo había reducido a ser un mero trabajador, a “vivir para sobrevivir”, sin importarle ya estudiar. Esto lo fue limitando a reproducir su fuerza de trabajo, sin poder desplegar estrategias que le permitieran ascender o cambiar de situación.

Facundo –La cosa es que llegué al 2002, a noviembre del 2002 ya sin trabajar desde marzo del 2002 y nada, y cansado ya de Buenos Aires, porque ya ese último año que había trabajado, había trabajado en un lugar lejos de la ciudad, lejos de mi casa y tenía que viajar mucho por poca plata; al final ni siquiera podía estudiar otra cosa, porque tampoco… había empezado a estudiar cocina, pero había tenido que dejar también por cuestiones económicas […]. Igual en Neuquén averigüé, por la cantidad de plata que cobré [en indemnizaciones laborales], averigüé la posibilidad de terminar cocina, seguir viviendo con mis viejos como para decir “bueno hago el, el, cómo se llama, el estudio, la carrera sin tener, sin problemas de trabajar, empiezo a hacer pasantías y demás, sin tener que preocuparme”, porque de última casa y comida tengo, y porque no me lo van a… digamos, aportar no es lo mismo que tener que bancarme, “… y ya después arranco”. Pero ya la carrera, bue, puse en la balanza, en realidad puse en la balanza las dos posibilidades porque eran casi posibles las dos. Puse en la balanza las dos y decantó hacia el venirme para acá [España], porque de última yo me quedo allá sigo una carrera y demás pero, ¿y después?

Al irse apagando o aburriendo del espacio de posibles ofrecido en Argentina –que abarca desde cuestiones laborales, políticas o personales en los relatos de estos entrevistados–, comienza a emerger la posibilidad de emigrar a España, que algunos ya conocían porque habían viajado en alguna ocasión anterior. Nicolás se refirió del siguiente modo al momento bisagra que supuso el inicio de milenio, y que detonó su emigración:

Nicolás –¿Viste que se apagó la luz antes del 2001? O sea, por lo menos bajó… Yo creo que vi la noche que se venía y dije “no, no”. La onda era: me quedo, empiezo a matar gente, o me voy. Sí, me quedo y empiezo a ser un activista del PUC, del POC, del PAC, del PIN, del MS no sé qué, o de Quebracho; o me voy.

Ahora bien, irse apagando es de alguna manera una condición para comenzar a orientar las ilusiones hacia otro lugar, canalizando de este modo la creencia (la illusio) hacia la opción emigratoria. La ruptura de la complicidad entre las disposiciones de los agentes y los contextos a los que tendían a ajustarse produce pequeñas crisis de adaptación, que propician en estos casos una salida a través de la emigración. Al cambiar de contexto, estos jóvenes podían cambiar las fuerzas que actuaban sobre ellos, generándose a través de la emigración una apertura del haz de posibles (Lahire, 2004: 88).

Entre estos entrevistados, entonces, la emigración se plantea como búsqueda de proletarizarse en mejores condiciones; o “laburar de peón” con más “derechos y garantías”, como comenta Nicolás. Contrastando su experiencia laboral en el empleo informal en Mar del Plata –en una cooperativa de mensajería que tenía con varios amigos–, la principal ventaja de sus inserciones en España es la posibilidad de disfrutar de tiempo libre, que él aprovecha para estudiar por su cuenta durante los períodos de desempleo entre unos trabajos y otros (“simplemente en un sistema que te puede sostener, que te da el paro”, comenta). En el siguiente capítulo se desarrollan los usos estratégicos del tiempo en periodos de desempleo.

Mencioné en el capítulo anterior la situación desencantada de Nicolás respecto a la educación formal, que tiene una conexión clara con su desclasamiento –recordamos que sus padres, ambos profesionales, tenían buenos trabajos y posiciones dentro de la clase media de servicios–. A pesar de contar con apoyo familiar, el no continúa estudios superiores, mezclando desencanto e indecisión en su relato.

Nicolás –Fue un año de…claro, terminás el colegio, el secundario, y entonces, bueno, yo no quería estudiar ya en ese momento. Antes pensaba estudiar biología, pero ya no quería estudiar más. Me dediqué a la música ya, y viste como que medio respondés a una situación del país “para qué vas a estudiar, si…”, ¿no?, “si al final de cuentas…”, ¿viste? Como forma espiritual, yo estudio por mi cuenta, ¿viste?, como forma de enriquecimiento personal. Y de hecho siempre lo hago, siempre leo […]. Es más, lo tenía planeado desde hace muchos años, agarrar la mochila y salir. Y eso fue lo que hice… Después volví a Mar del Plata, estuve estudiando un año derecho, después lo dejé… Estuve estudiando en el conservatorio.

Aunque en la trayectoria de Nicolás aparece más claramente –posiblemente por sus orígenes sociales–, los jóvenes de esta fracción parecen padecer cierto diletantismo, expresado en las dificultades que manifiestan acerca de las inversiones a realizar para poder establecerse de manera autónoma de sus padres. Indecisión sobre la necesidad de estudiar y qué carrera elegir, dedicación a la música como hobby o como profesión; en fin, todos ellos titubeos que parecen casar bien con las definiciones que realiza Bourdieu sobre la generación desengañada por el sistema escolar, que:

[…] conduce a una especie de denuncia de unos supuestos tácitamente asumidos en el orden social, a una suspensión práctica de la adhesión dóxica a las metas que éste propone, a los valores que profesa, y al rechazo de las inversiones que constituyen la condición sine qua non para su funcionamiento (Bourdieu, 1998:145).

De ahí que el autodidactismo se presente como modo de aproximación a unos saberes que, de aprenderse de modo institucionalizado, quizá les proporcionarían mayores réditos. Aunque en estos casos la suspensión sobre los valores en los que se sustenta el orden social no solo se refiere al aprendizaje escolar, sino que abarca también cierta denuncia a los estilos de vida que se habían consolidado como legítimos en los últimos años antes de emigrar, a los que estos sujetos no sólo no podían acceder, sino que los rechazaban abiertamente. Facundo, que en su ambiente laboral respiraba a diario este modelo de éxito –una financiera de coches en Puerto Madero, la zona más cotizada de CABA–; no encajaba en los cánones, “portaba rostro”[13], “era sospechoso de todo todo el tiempo”, y se resistía a creer que “sos lo que tenés, sos como te vestís”.

Facundo –O sea, que [en España] la dignidad no pasa por la 4×4 o la casa en el country, y allá [en Argentina] pasa por la 4×4 o la casa en el country, que si no tenés, en Neuquén mismo, la cantidad que en estos últimos cinco años o en realidad después del 2000 con la aparición de Sobisch como gobernador, la cantidad de countries que se hicieron, de barrios privados y ahora lo que se estaba dando era que había escuelas ya dentro de los mismos barrios privados o sea… ¡¡gueto absolutamente, loco!! Los pibes viven ahí, se crían, se reproducen.

Por último, estos jóvenes han podido concretar sus proyectos migratorios por diferentes oportunidades que ellos presentaron como “golpes de suerte”, y que, como los indicios positivos o negativos, no se dirigen a cualquiera (Bourdieu, 1999a) permitiéndoles así financiar el viaje sin tener que asumir deudas. Una sanción favorable en juicios laborales (Facundo) y el pago del seguro por el robo de un coche (Diego). Facundo, antes de emigrar, tuvo dos juicios con diferentes empleadores. Uno por impago de las horas extra de jornadas extenuantes en la sección financiera de una importante empresa de venta de coches; y otro por indemnización por despido de una empresa donde trabajó de teleoperador. Ambos juicios se resolvieron favorablemente, y con ese dinero se planteó su estrategia migratoria.

Soltando amarras: entre la ayuda a las familias y la ruptura de vínculos

Muy diferente a la situación de estos jóvenes es la que debieron afrontar quienes tenían responsabilidades familiares, como es el caso de los adultos de esta fracción. Responsabilidades que no sólo se tienen con los descendientes, sino que se asumen también con los progenitores –aquellos que han quedado al descubierto de los sistemas de protección social. Entre los empobrecidos de las últimas décadas, los jubilados y pensionistas tienen una representación importante. De acuerdo con el análisis realizado por Minujin (1997: 27), los ingresos de los jubilados cayeron un 48% entre 1975 y 1988, y hay una fuerte correlación entre hogares con jefe jubilado y hogares empobrecidos.

Ayudar a padres, suegros, o incluso a hermanos desaventajados es un factor de empobrecimiento para los miembros de esta fracción o, cuanto menos, constituye un freno para lograr ciertas acumulaciones de capital. La ayuda a las familias es una práctica que está presente en todas las fracciones de las clases medias, sin embargo, entre la clase media baja se presenta en los discursos con más fuerza y de manera más explícita. Esto puede ser producto de ciertas estrategias de simulación por parte de las clases medias más asentadas, o, por qué no, de una necesidad menor de recurrir a estas prácticas. De hecho, en las otras fracciones algunos entrevistados comentaron que, antes que enviar remesas, ellos las habían recibido desde Argentina, desde que se asentaron en España.

Así, entre estos adultos la emigración se presenta como respuesta al dilema de tener que ayudar a las familias, desde una escasez relativa de recursos. Esto reviste dos formas, que no son excluyentes, y se superponen paradójicamente en las estrategias migratorias. Por un lado, la emigración es un medio para poder ayudar a las familias (nucleares o extensas) a cubrir una subsistencia digna, enviando remesas, que pueden ser ocasionales o permanentes (como se verá en el siguiente capítulo). Por otro lado, es un modo de irse desvinculando poco a poco de esos papeles y obligaciones de sustentadores.

Las frágiles inserciones ocupacionales de algunos adultos de esta fracción (trabajos informales que fluctuaban según la demanda y que se desvalorizaron notoriamente después de la pesificación: pintor de obra, albañil, repostería, mecanógrafa de periódico, secretariado externo para escribanía) se compensaban con toda una red de apoyos familiares, que garantizaban un mínimo de condiciones de vida. De este modo, las soluciones que encontraban en el día a día para resolver sus necesidades (trabajar, atender casa e hijos) habían de contar con la organización del resto de lo integrantes. Semi-cohabitación con el cuñado y su familia, en una casa cedida por el suegro en Buenos Aires, en el caso de María, apoyándose ambas concuñadas (María y la esposa de su cuñado) para el cuidado de los niños y poder compatibilizar así con trabajos por horas –en limpieza de hogares, o venta de repostería casera–. O tempranas inserciones laborales de Mario y sus hermanos, para restituir la ausencia del sostén paterno, y que, actualmente, se compensan al ser la madre un apoyo para su propia esposa e hijos en Mendoza. En el caso de Patricia, menor de nueve hermanos, ella comenzó a trabajar con 12 años –cuidando primero de los hijos de la hermana mayor, luego los de una amiga de ésta– para ayudar en la economía doméstica, y tuvo que pedir una autorización en la policía para que la dejaran asistir a un colegio de adultos (nocturno) para sacar adelante sus estudios en Córdoba. En todos estos casos las redes de intercambio entre parientes son herramientas fundamentales para suplir la inseguridad social (Pedone, 2003), al haberse desmantelado el sistema de bienestar que garantizaba unas condiciones de vida similares para las clases medias y las clases populares (Svampa, 2005).

Ahora bien, al quedar algún miembro sobrecargado en este reparto de funciones –resultando pesado para los integrantes que actuaban como sostén permanente– puede gestarse la inquietud de emigrar. Este fue el caso de Patricia. Unos años antes de emigrar había conseguido un trabajo con buen salario, pero debido a las necesidades de los familiares, como ella expresa, “te hacía bajar un poco el rinde”.

Patricia –Y bueno, ahí estábamos alquilando, ya el ultimo tiempo el tema de los niños y demás, de haber incrementado todo. Como subió de precio y todo eso, ya el vivir se hacía muy duro. Por el hecho de que… como te decía antes, yo tenía un muy buen sueldo, pero lamentablemente tenía la tercera parte de mi familia, que, mi madre que es una mujer muy mayor, que vive de una jubilación que es una miseria […]. Y bueno, entonces eso también, quieras o no, te hacía bajar un poco el rinde en tu casa, porque a la hora de tener que empezar a repartir, a compartir un poco de lo que uno tenía para que los otros subsistan también.

La madre de Patricia y una de sus ocho hermanos eran asistidas de manera permanente con su buen salario, que acababa por no alcanzarle para su propia familia, dos hijos y esposo –quien, como analizo en el próximo apartado, cobraba menos que ella–.

Así, las propias necesidades emergentes de la consolidación de las familias de destino (o familias de reproducción; García Borrego, 2007), también son un desencadenante para plantearse emigrar, al encontrar en el extranjero una fuente de acumulación para cimentar el propio proyecto familiar, conformando en algunos casos familias transnacionales.

Distinto entramado de condiciones se encuentran las personas adultas que, tras divorcios y emancipación de los hijos, han quedado relativamente desvinculadas de estas redes familiares y, quizá por esta razón, pueden plantearse emigrar. Susana también estaba pluriempleada en el momento de decidir la emigración. Trabajaba de secretaria externa para una escribanía durante las mañanas en CABA, en la que llegó a ganar importantes honorarios que le permitieron reunir los ahorros necesarios para emigrar, primero a Estados Unidos y luego a España. Durante las tardes trabajaba de mecanógrafa para un periódico, y ocasionalmente vendía algo de ropa también. Desde mediados de los años noventa estuvo planteándose que “el país en menos de diez años no saldría adelante”, contrastando su experiencia en Argentina con otros países, a través de viajes al extranjero. En ese momento, impulsa que sus hijos tramitasen la nacionalidad española, puesto que el padre de éstos es español. Esta previsión es lo que posibilitó que Susana ingresara a España reagrupada por su hijo, algunos años más tarde (2001).

Poco que perder: “porque cuando no tenés nada, pues, te tirás a la pileta”

La fracción de la clase media-baja, al tener un volumen global de capitales inferior que las otras dos fracciones de las clases medias pudo apuntar a la emigración como una apuesta para que su trayectoria social tuviera más posibilidades de resultar ascendente. Ascenso que, de otra parte, parecía inviable en el contexto de decadencia argentino en torno al año 2000: escasa valorización de trabajos de poca cualificación, desempleo, dificultades para adquirir bienes, etc. Los entrevistados de esta fracción no tenían viviendas en propiedad en Argentina, ni tampoco, en su mayoría –a excepción de Diego y Patricia–, contaban con empleos que les proveyeran de algún tipo de carrera de ascenso, o tan siquiera estabilidad.

La migración se plantea, para los miembros adultos de esta fracción, como una manera de posibilitar la reproducción de las familias, garantizando además unos ingresos extra para cubrir gastos extraordinarios o imprevistos para los antecesores –que viven de sus pensiones o jubilaciones–, como la compra de electrodomésticos o equipamientos que se estropean. Aunque también, en algunos casos, para sostener desde gastos de alquiler hasta la compra de alimentos de familias transnacionales (como la de Mario). Evidentemente, los entrevistados que tienen hijos también encuentran en ellos la razón para emigrar, al buscar un lugar donde poder “forjar un futuro a los hijos” (relata Patricia), en el caso en que emigre toda la familia. O cuanto menos, evitarles que padezcan lo que ellos en el pasado, aunque con el sacrificio de postergar indefinidamente el presente. Como dice Mario, “mi madre trabajaba todos los días y hasta los domingos, a veces, no podíamos compartir una comida ni cosas así”. Paradójicamente, este entrevistado está ausente[14] (Sayad, 1989) de su familia de reproducción, al haber emigrado él solo, permaneciendo su esposa e hijos en el país de origen.

Para los jóvenes entrevistados, en cambio, la emigración es un modo de suspender o prolongar el estadio de tránsito hacia la vida adulta, en momentos de agotamiento de las posibilidades (“apagarse”, le llamó uno de los entrevistados), resolviendo provisionalmente situaciones conflictivas o pequeñas crisis (Lahire, 2004).

Incidencia de roles de género en la emigración

Así como la diferenciación de grupos de edad entre jóvenes y adultos se ha mostrado fructífera para despuntar algunas líneas de análisis –iluminando condiciones de posibilidad diferentes para cada una de las fracciones de las clases medias–, el género también marca su incidencia en el conglomerado de variables que inciden en la adopción de la estrategia migratoria. Examino en este apartado los sentidos detectados en que el género está presente en el momento de tomar la decisión de emigrar.

A diferencia de otros movimientos migratorios latinoamericanos (ecuatorianos, colombianos, bolivianos) el de argentinos de principios de siglo XXI no ha sido un flujo feminizado, pues la tasa de masculinidad era en torno al 51,8% al año 2007 (Actis: 2010a). Como mostré en el capítulo cuatro, el comportamiento de este contingente responde a una pauta de movilidad donde emigran familias nucleares, o bien hombres y mujeres individualmente, con leve preponderancia masculina (Actis y Esteban, 2008).

En los relatos producidos a propósito de las entrevistas emergieron problemáticas que se encuadran en la división de los roles de género, y de las expectativas generadas a partir de los mismos en los propios agentes, pero también en los medios sociales donde estaban inmersos–. Ciertas imágenes sociales inciden sobre lo que se espera de cada uno de los géneros y afectan a los diferentes grupos de edad, condensándose con el conjunto de motivos que impulsan la emigración.

Es interesante resaltar que, en casi todos los casos, este tipo de temáticas fueron presentadas por los entrevistados como “motivos personales”, que serían los que se encontraban detrás de la toma de decisión de emigrar. Los motivos personales, reducto íntimo de defensa del sujeto de acción, del sujeto subjetivo, que se mueve a sí mismo por unas causas intrínsecas, elude el encuadramiento de la emigración como fenómeno social (impulsado por condicionamientos estructurales). Sin embargo, cuando se despliegan las dimensiones de lo personal hacia explicaciones más sociológicas, se encuentran diversas expectativas familiares que no se quieren (o no se pueden) cumplir. Esto dificulta el doble tránsito de los jóvenes (de la familia de origen a la de reproducción, y de la escuela al mercado de trabajo; Mauger, 1995), especialmente para quienes están inmersos en medios sociales rígidos. Medios sociales que marcan una pauta de comportamiento modélica para independizarse de las familias de origen; tanto respecto a los trabajos (“trabajar de lo que te recibiste”, Juana) cuanto a la formación de las familias de destino (largos noviazgos y excesivo control de los progenitores).

En la misma dirección apunta la investigación realizada por González y Merino, quienes señalan que en la emigración de argentinos (principalmente de los jóvenes) inciden fuertes mandatos familiares para estudiar carreras, con un mercado de trabajo inaccesible para ellos, a pesar de su preparación (González y Merino, 2007). Esto genera grandes frustraciones, ya que las expectativas de los padres se ven incumplidas en las trayectorias de los hijos.

Los motivos personales que presentaron los entrevistados son de dos tipos: por un lado, los discursos sobre los supuestos fallos en los procesos de transición familiar, especialmente entre los sujetos clasificados como jóvenes; y por otro, las rupturas conyugales (con matrimonio previo o no) en las familias de destino, donde se encuadran algunas experiencias de los adultos.

Salir de casa casada… o emigrar

El despegue de las familias de origen se ha presentado de manera especialmente problemática para las mujeres jóvenes de pequeñas ciudades o medios sociales donde primaban modelos tradicionales respecto a la división del trabajo entre géneros, marcando un ámbito femenino ligado a las tareas de reproducción, y otro masculino vinculado a la producción. Muchas de estas entrevistadas remarcaban la incidencia de “familias pulpo”, “familias simbióticas” o “familias tradicionales” en su decisión de emigrar. La combinación de distintas variables, como el género, el grupo de edad y las zonas de procedencia –originarias de pequeñas ciudades de diversas provincias– refuerzan cauces de acción y expectativas extremadamente rígidos.

La emigración se presenta entonces como una apertura de los posibles, como un mecanismo de salida que suaviza la conflictividad de una emancipación fuera de los cauces esperados por la familia. Es el caso de Sandra, quien estuvo intentando ingresar a la universidad de Tucumán para ejercer docencia, mientras daba clases en colegios secundarios. Así, nos comentó que en su decisión de emigrar un factor clave fue el “emocional”, que puede vincularse con el marco en que tenía que desarrollarse, que ella misma calificó como “tradicionalista”. Para ella, las opciones eran, en su etapa de doble tránsito, salir de casa casada o emigrar.

Sandra –[…] Y después desde el punto de vista emocional, yo estaba en ese momento sin pareja, ahí, que me pegara una atadura para que me quede, y otra que era una forma de poder cortar el cordón umbilical con mi familia, en el sentido de que, hay determinados, tú, que eres de provincia y no de ciudad, como Buenos Aires, o Santa Fe o Córdoba, más o menos, no podés decir “me voy a vivir sola”, y vivir sola, porque, por las cuestiones, digamos, de familia, es como que te tienes que casar… Tal vez hoy por hoy si decís “me voy a vivir en pareja” no lo vean mal, pero en ese entonces sí lo veían mal.

En otros casos fue la interrupción del proceso de consolidación de familias de destino, al producirse rupturas de parejas tras largos noviazgos, donde toda la familia estaba de algún modo involucrada. Lucrecia, por ejemplo, había planificado toda su vida alrededor de un proyecto matrimonial, incluso para la elección de la carrera –una diplomatura en peritaje– tuvo en consideración el tiempo libre del que dispondría para ocuparse de su futura familia de destino. Este tema tan personal, al que ella refirió como motivos “puramente sentimentales”, fue soslayado al principio de la entrevista, y se retomó hacia el final, cuando se generó el clima propicio.

Cecilia –Al principio de la entrevista algo sugeriste de que viniste un poco por razones personales… yo no quiero ahondar en la herida… pero, digo, ¿tenías un proyecto con alguien… y se rompió?

Lucrecia –No un proyecto ¡Fue una historia de culebrón, te digo! ¡Ah, ja, ja, ja!

Cecilia –Bueno, si quieres entrar, si no, no…

Lucrecia –¡Sí…! No me importa… no, no… Esto es de la hist… Mirá, es que yo había estado 10 años de novia con un chico, me había puesto de novia a los 15 años y hasta los 25 estuve… Prácticamente…

Cecilia –¿De tu pueblo?

Lucrecia –Sí. Pero, ya por suerte… yo miro hacia atrás… ahora y evidentemente yo era otra persona. O sea, yo… es como si fuera de otra vida, yo no… que no, no sé, yo era muy diferente en mi manera de pensar, de que… Yo tenía un proyecto con él y [quería] comprar un terreno… casarnos algún día nos íbamos a casar, pero bueno, digamos que era bastante tradicional, lo típico, ¿no?: Que querés casarte, querés tener hijos, tener tu casa. Pero bueno, además, lo típico en muchas cosas que aprendí después, o sea, yo me quería casar, pero con la casa gigante, en el terreno enorme… Todas cosas que ahora no se me ocurriría… ahora no se me ocurriría querer… pretender tanto… ¿Entendés? Pero bueno, son golpes que te da la vida también. Así que yo tenía toda una historieta montada en mi casa.

En algunos medios sociales tradicionalistas, el matrimonio aún constituye uno de los proyectos vitales más importantes para las mujeres. Los largos noviazgos conducentes al matrimonio se sustentan en la idea del amor romántico (Jelin, 2006), que enfatiza ciertas virtudes de la femineidad (comprensión, entrega, sacrificio, cuidado) destacando su papel de mujer de la casa e idealizando el trabajo reproductivo (Ponce, 2007).

Cuando este esquema de acción (casarse, tener una gran casa, trabajar algunos días por la semana para poder conciliar vida laboral y familiar) se viene abajo, todo el planteamiento vital se tambalea. Los modelos tradicionales en que se sustenta “lo típico” que comenta Lucrecia imponen a los agentes unos cauces de acción notablemente rígidos. Tanto en el formato temporal –los plazos a conseguir ciertos objetivos: casarse, tener hijos, etc.–, cuanto en sus contenidos: “yo me quería casar, pero con la casa gigante, en el terreno enorme”, comenta esta entrevistada. Para su funcionamiento, estos esquemas requieren de unas predisposiciones de sumisión en las mujeres (Bourdieu, 2000) que, en el caso analizado, se corresponden con la elección de la carrera. Así, se comprendía bien la estrategia de reproducción familiar, en tanto ella pudiera casarse con alguien que fuera el principal sostén económico. A lo que ella aportaría, entre otras cosas, su disposición de perfil bajo profesional (mujer trabajadora, como perito calígrafo, sólo unos días por semana) para tener tiempo que dedicar a la hipotética familia. La emigración colabora en reformular estas disposiciones, como se analiza más adelante: en la actualidad, la entrevistada se replantea hasta la exigencia de ser madre por el hecho de ser mujer.

La desubicación que puede producir esta trayectoria interrumpida –ni la pareja se consolidó, ni el trabajo resultó como ella esperaba– se resuelve en este caso, emigrando. En parte, por suceder todo esto en un espacio reducido, donde todos se conocían (“estaba en un pueblo… Pesa… nos conocemos todos, sabemos que… no hay nada, que no vale la pena ahí… y sabés quién vale la pena y quién no…”, comenta Lucrecia), y una chica podía portar cierta marca, después de una relación frustrada, para presentarse nuevamente en el mercado matrimonial local.

En medios sociales tan reducidos –desde el punto de vista de la combinación de relaciones posibles– como los que relatan estas mujeres jóvenes procedentes de pequeñas ciudades, se entiende bien el funcionamiento de mecanismos de control (que las entrevistadas refieren desde calificativos como “familias pulpo” o “tradicionalistas”); puesto que las alianzas matrimoniales constituyen un importante instrumento dentro de las estrategias de reproducción social (Bourdieu, 2011). Para ello las familias implementan ciertos controles sobre las hijas, resguardando sutilmente el honor familiar, de acuerdo con ciertas pautas de respetabilidad –muy corrientes en estos sectores sociales[15]–. Algunos de estos controles son: tener que casarse para poder independizarse de la familia de origen, o la exigencia de casarse con alguien que sea conocido (de la misma ciudad, y del mismo medio social), resguardando y seleccionando –mediante largos noviazgos, que constituyen auténticas pruebas– la ampliación del capital social.

En cambio, los hombres jóvenes que han pasado por situaciones de rupturas en sus proyectos de conformación de pareja, no los vinculan de un modo tan fuerte al proyecto migratorio[16]. Los modelos de masculinidad, a diferencia de los de femineidad, asignan a los varones creatividad, independencia, inteligencia, y la autorrealización a través de logros individuales (Juliano, 2010); representándose como únicos artífices de sus proyectos. Sin embargo, el tema de las rupturas afectivas no estuvo del todo ausente en sus interpretaciones de su emigración. Uno de los entrevistados, Carlos, también había terminado una relación de siete años, con una chica con la que convivía; y si bien alude a este episodio como parte del repertorio de motivos para emigrar; no le adjudica las mismas consecuencias sociales que sí le adjudican algunas de las mujeres jóvenes.

¿Perdiendo los papeles? No, emigramos

Para las mujeres adultas de la muestra la asunción de los papeles de género aparece de forma menos oculta, configurando parte del conglomerado de motivos para emigrar. La emigración en estos casos se ha planteado por resultar insostenible para el grupo familiar que las mujeres fueran el sostén económico de las familias, en épocas de desempleo o salarios insuficientes de los varones. Son notables estos casos, y nos aportan indicios para comprender la dimensión familiar –y simbólica, al afectarse el honor de los hombres– de las migraciones. Estos discursos aparecieron en los relatos de las diferentes fracciones analizadas: un caso por fracción, dos testimonios femeninos, puesto que las propias entrevistadas se encontraban en esta situación (Patricia y Mónica); y un testimonio masculino (Esteban).

Las mujeres tenían buenas situaciones laborales al momento de emigrar, sin embargo, tuvieron que renunciar a sus carreras y ocupaciones en Argentina, porque se lastimaba la honorabilidad de sus maridos, al estar mantenidos por sus mujeres o al tener salarios inferiores al de ellas.

Cuando la empresa del marido de Mónica se descapitalizó después de la crisis de 2001, primero emigró el hijo de ambos, iniciador de una cadena migratoria familiar (Pedone, 2010). A Mónica, que en ese entonces tenía tres trabajos –dos en el sector público, y además pasaba consulta privada como psicóloga– la migración le vino de algún modo sobrevenida: no fue su elección sino la de su marido, que no soportaba encontrarse en Argentina sin trabajo.

El esposo de Patricia, en cambio, sí tenía trabajo al momento de emigrar, como profesor en una escuela de cocina. Sin embargo, el sueldo de Patricia como conductora de transporte público en la ciudad de Córdoba casi duplicaba el de aquél. Esta situación, más las ansias de crecimiento profesional del marido, impulsaron la emigración de todo el grupo familiar.

Patricia –Y bueno… si bien el sueldo… si bien era yo quien ganaba el sueldo más grande y bancaba prácticamente la casa, pero no era tampoco lo que queríamos para nuestro futuro. Imaginate cómo se siente un hombre a la hora de decir “yo no puedo bancar a mi familia, y es mi mujer la que me mantiene”.

Desde la perspectiva masculina, el testimonio de Esteban es muy revelador de los roles de género asumidos por algunos adultos de la muestra. En el momento de emigrar, Esteban se encontraba sin un trabajo estable en Santiago del Estero. El pequeño negocio que había instalado en su casa tuvo que cerrarlo después de la devaluación del peso-dólar: al desestructurarse el sistema de precios establecido, no sabía cuánto valían los productos. Y, si bien su esposa tenía un puesto de trabajo estable en salud pública, para él la situación era insostenible.

Esteban –Entonces todo eso ya me empezaba a poner mal, a abrumar a mí. No sé a agobiarme y todo ese tema de, y de saber que mi esposa nomás trabajaba y yo no, ¿me entendés? [] Y a mí nunca me gustó que trabajara mi esposa y yo no.

La necesaria complicidad con que se acoplan las disposiciones de estos hombres y mujeres da muestras de la primacía de la representación androcéntrica de la división sexual del trabajo –y de la representación que de la misma se emite–. Al funcionar como parte del sentido común, busca incluso la complicidad de la entrevistadora – “¿me entendés?”, “imaginate” – para recubrir de legitimidad esas situaciones que, en esta investigación, no entienden de diferencias entre las fracciones de clase[17].

Sin embargo, los hombres también son presas de esta representación dominante que les asigna la principal tarea de provisión. Cuando ocurren rupturas familiares y/o los hijos se independizan, los padres corren el riesgo de quedar sin función ni lugar social, al no poder ejercer los habituales papeles patriarcales para los que fueron preparados (principalmente, de sustentadores materiales). Por ejemplo, Antonio, quien desempeñó durante más de veinte años de matrimonio un papel de sostén principal de la familia (su exesposa era maestra), se divorció cuatro años antes de emigrar, y comenta su desubicación para relacionarse, a partir de entonces, con sus hijos. La dificultad para establecer un proyecto vital fuera del ámbito familiar tal y como había acontecido hasta el divorcio, se torna un motivo para delinear su emigración.

Antonio –Mis hijos ya pasan de mí, mis hijos están más preocupados por lo que comen todos los días, por sus salidas, por su hijo, por su sobrino que por mí. Están mas preocupados por el día a día, por el día de trabajo, del día siguiente que por mí. Ehh… cuando son chiquitos: “mirá quien viene, el burro que te mantiene”. Decía la broma, ¿no? Entonces los papás proveedores de alimentos… que es lo que pasa aquí en España. Más somos padres cuando son pequeños, niños, que es un descuido, pero es que la vida te lleva a que sea así, que son todos más proveedores de bienestar económico que de formación real.

Si bien la mayoría de los entrevistados adultos habían pasado por divorcios o separaciones antes de emigrar, estas rupturas no estuvieron en todos los casos vinculadas a la toma de la decisión de emigrar. Es decir, el nivel de incidencia de estas rupturas estaría situado en un momento anterior en el tiempo –y de la trayectoria–, puesto que influyen directamente sobre el empobrecimiento de las familias y de los sujetos.

Proyectos pre-migratorios

Hasta aquí se analizaron los motivos que pueden encuadrar el estudio de las migraciones desde sus configuraciones causales, en línea con lo que Schutz (2004) denomina motivos porque, que no se refieren sólo a factores estructurales, sino más bien a cómo los mismos son decodificados por los agentes. Haciendo una separación analítica de los diferentes momentos, una vez que los sujetos han tomado la decisión de emigrar, se indagan en este apartado los motivos para, pero no desde el punto de vista de los resultados finales, sino desde la perspectiva de aquello que los agentes pensaban que podrían hacer en España. Es decir, ¿cómo se representaban a sí mismos en el nuevo escenario, en el país de destino? Para ello utilizo el concepto de proyectos migratorios[18] (Sayad, 1989), que supone la evaluación que los migrantes hacen de los recursos de que disponen, desde su representación de la posición que ocupan en el espacio social de origen.

Como, siguiendo a Bourdieu (1997: 148) “no se puede transformar el trayecto en proyecto” –de acuerdo con los resultados de las prácticas–, catalogué estas representaciones como proyectos pre-migratorios. Con esto me interesa rastrear el sentido en que el migrante se piensa como tal, y que orienta el despliegue de ciertas prácticas (García López y García Borrego, 2002) y no de otras, al momento de decidir la emigración. El proyecto es, en tanto práctica de representación, un producto del habitus, que se elabora en base a la percepción que los sujetos tienen de la situación en que se encuentran en un momento dado, y de los recursos de los que disponen –en función de las posibilidades y de las expectativas–. Involucra, por tanto, una dimensión temporal, que es sopesada en diferentes momentos –por acontecimientos importantes en la vida de los sujetos– y reformula los cauces de acción. Y también expresa, de algún modo, las ilusiones y ficciones necesarias del grupo social, apoyadas en ciertas dosis de mala fe colectiva (Sayad, 1989), illusio o creencia en el juego (Bourdieu, 1997), que funcionan como combustible de los juegos sociales, en este caso, de los procesos migratorios.

Al principio de este capítulo enuncié la eficacia de cierta illusio migratoria, que detecté en las entrevistas bajo el slogan “la única salida es Ezeiza”: la creencia colectiva apuntando a la emigración como solución a diferentes tipos de crisis. Esta creencia contaba, además, con el veredicto de la generalización, que reforzó la percepción de los agentes: todos se iban (“por donde anduvieses o con quien hablases había alguien que se iba”, comentó Facundo). Sin embargo, este cliché no surge espontáneamente. Algunos autores remarcan la importancia que tuvieron los medios de comunicación en el contexto de la crisis del corralito para difundir esta opinión, cargando las tintas hacia la salida migratoria (González y Merino, 2007). Asimismo, antes de la crisis argentina de 2001 ya se había fraguado un poso de opinión sobre la emigración de argentinos, dado que el fenómeno tiene varias décadas de antigüedad. Como bien señala el estudio sobre brain drain realizado por Aruj, los diarios de gran tirada difundían las buenas condiciones de acogida para los profesionales cualificados[19] (Aruj, 2004). O el trabajo de Castiglione y Cura (2007) que hace un examen del tratamiento de la emigración de argentinos en dos de los diarios más importantes (Clarín y La Nación), que dan una imagen de la emigración como inevitable en torno al año 2000[20]. Incluso hay quienes inciden en el papel del cine en la creciente tematización del fenómeno emigratorio de argentinos a España[21] (Schmidt, 2009).

La gestación de la illusio migratoria

Entrar en el juego es creer en la importancia de lo que se juega en él, depositar la creencia o illusio en aquello que está en juego. El juego social de los enclasamientos en el contexto de decadencia que se viene analizando en los capítulos anteriores, interpeló a vastos sectores sociales a moverse, ante el riesgo de declinar socialmente. Ahora bien, esta illusio, como manera de estar en el mundo y ocupados por el mundo, hace que los agentes puedan estar afectados por una cosa muy lejana, aunque ésta forme parte del juego en el que están implicados (Bourdieu, 1999a: 179). La illusio migratoria enfoca la creencia de los sujetos hacia la emigración como modo de resolver diferentes tipos de crisis y desajustes ante situaciones problemáticas. Como sugiere Lahire, los sujetos tienen tres alternativas para reaccionar frente a contextos que les exigen cosas que no pueden darles: a) adaptación mínima al contexto; b) transformación radical para que sea más vivible; o c) huida, cambio de contexto (Lahire, 2004: 88). La emigración se inscribiría en esta última opción. Además, al ser eficiente en un espacio o campo de clases sociales que traspasa las fronteras nacionales, esta illusio pergeña trayectorias transnacionales.

Asimismo, el buen jugador anticipa, porque lleva el sentido del juego incorporado, tiene sentido de las tendencias del juego, de la historia del juego (Bourdieu, 1997). Los agentes creyeron que la salida (a una situación real o probable de desclasamiento) estaba en Ezeiza (en la emigración), y esta creencia se cimentó en ellos desde diferentes condiciones de posibilidad que podían redondearla, amplificarla y dotarla de realismo. Poseer la ciudadanía española o de algún país europeo se interpretó entonces como “una puerta abierta” (Patricia) para insertarse en España. Disponer de ahorros –en un contexto de inseguridad financiera– se entendió como un sostén que proveería lo necesario mientras se definía la situación (Alicia); o como la oportunidad para realizar negocios (Antonio). Tener titulaciones y credenciales se pensó como una llave que garantizaría, cuanto menos, no estar peor en España que en Argentina. Como Gerardo lo expresa: lo que sí tenía claro es que lo que estaba allá [en Argentina] no lo quería”.

Temporalidades, edades y migración

Los agentes pre-vieron en el campo de las clases sociales su desclasamiento, que en algunos casos estaba en estado potencial, pudiendo anticiparse[22] a los acontecimientos, emigrando. Dado que los agentes toman decisiones en función de su apreciación de las probabilidades objetivas, las estrategias no se elaboran de manera abstracta, como si respondieran a un estado del mercado de trabajo o escolar en base a unos beneficios medios. Más bien, las estrategias:

[…] se definen respecto a unas solicitaciones, inscritas en el propio mundo en forma de indicios positivos o negativos que no se dirigen a cualquiera, sino que sólo son “elocuentes” (por oposición a todo lo que “no les dice nada”) para unos agentes caracterizados por la posesión de un capital y de un habitus determinados (Bourdieu, 1999a: 292).

Una vez más en Argentina, amplios sectores de las clases medias se vieron obligados a cambiar para conservar posiciones, contando con el apoyo de las familias, que justificaron estas ausencias desde diferentes ángulos, extrañándose años más tarde muchos padres de que, aunque pasara el tiempo, sus hijos no regresaran.

Es claro que, siendo en la elaboración de proyectos fundamental la dimensión temporal, los jóvenes de todas las fracciones de las clases medias que participaron en la investigación tuvieron relativas ventajas a la hora de diseñar sus proyectos migratorios, puesto que sus prácticas, aún sin ser reversibles, tienen más posibilidades de rectificación.

Algunos jóvenes, aprovechando su crédito temporal (Margulis y Urresti, 2000), desplazaron –en el tiempo y en el espacio– decisiones que los estaban apremiando en el contexto de origen, sobre uniones, emancipaciones, adquisiciones. Otros, se aferraron a un habitus cosmopolita legítimo (Wagner, 1990) y emprendieron el viaje para viajar –conocer Europa o destinos exóticos (Carolina) –mientras se trabajaba de “cualquier cosa” (como cuenta Juana).

Algunas excusas oficiales frente a los miembros de la familia fueron esgrimidas como motivos legítimos para embarcar la emigración, en el caso de algunos jóvenes de la fracción cultural. Son los casos de Juana, Alicia y Sandra, quienes presentaron a sus padres el proyecto de ir a España a estudiar posgrados o especializaciones, que después no se realizaron.

Para los jóvenes que querían dedicarse a la música, la disyuntiva entre emigrar desde diversas ciudades argentinas –donde se encontraban– a CABA o a España, les marcó este segundo itinerario como más tentador (Carlos, Nicolás). Esta opción aunaba las ansias de conocer –toma así la migración el carácter de viaje iniciático–, junto con la posibilidad de buscar nuevos horizontes donde desarrollarse artísticamente.

Al fin, todos compartían la idea de un mercado de trabajo en España que tenía buenas condiciones para insertarse, donde sería fácil encontrar empleo (“trabajás de lo que quieras, hay muchísimo trabajo, podés elegir trabajo, ganás de puta madre”, le comentaron sus amigos pioneros a Luciano), y donde podrían trabajar “en cualquier cosa” apenas llegar, sin necesidad de tener papeles o algún estatus legal –la mayoría de los jóvenes de la clase media de servicio y de la clase media baja, llegó sin más cobertura que el visado de turista–. Todos conocían a alguien que los recibió y hospedó durante las primeras semanas, y en algunos casos, les consiguieron los primeros trabajos.

Los adultos, con menos tiempo que perder, dibujaron unos proyectos mucho más informados y precisos. Desde saber el “precio del pan” en España (Antonio) hasta contactar por internet con una familia peruana que proporcionó el primer trabajo y vivienda (Esteban), los proyectos de los adultos entrevistados parecen haberse precisado notablemente antes de emigrar. Algunos de estos adultos viajaron con pleno conocimiento de las ayudas públicas de las que podían beneficiarse, en su calidad de ciudadanos españoles retornados[23] (Inés). Otros, pudieron iniciar los trámites de homologación de títulos desde el país de origen (Gerardo), opción que no todos los miembros de la fracción cultural conocían.

Asimismo, los adultos que provienen de la clase media de servicios tenían una imagen de un mercado de trabajo español que funcionaría en arreglo a unos mecanismos objetivos –de selección, de promoción y de recompensas–, que reconocerían adecuadamente sus méritos. En cambio, la visión de los adultos de la pequeña burguesía patrimonial se sustentaba en una imagen de la economía española como fuerte, sólida y estable (era la época del España va bien), donde sería fácil “crecer más rápido” (como dice Esteban). Por último, muchos de los proyectos de los adultos se sustentaron en la búsqueda de un entorno más fiable y seguro que el que ofrecía Argentina entonces, sin más pretensiones que poder “caer con red”, como tan nítidamente lo expresa Inés, asentados en la imagen de un Estado de Bienestar de un país europeo, que proporcionaría, cuanto menos, alguna pensión en el futuro (como los casos de Susana e Inés).

A pesar de lo disruptiva que puede parecer la práctica migratoria, la misma se encontraba en el haz de posibles que manejaban los agentes, dado que podían recuperarla de los acervos de conocimiento (disponibles por las historias familiares). Al fin y al cabo, los abuelos o padres habían hecho lo mismo, aunque en sentido inverso.

Los procesos de transformación social que impactaron en el desclasamiento de los migrantes en las décadas previas a la migración fracturaron la complicidad ontológica entre los agentes y el mundo, rompieron la experiencia dóxica del mundo, a no ser que el mundo ampliara sus fronteras, se expandiera.

No obstante, como muestro en los siguientes capítulos, la salida que supone la emigración no necesariamente es una salida a los juegos de los enclasamientos, ya sea en el interior de los campos en los que estuvieran inmersos –con homologaciones y continuidad de las actividades-; ya sea que hubieran reconvertido actividades y capitales. Los agentes, tarde o temprano, quedan atrapados tanto en los sistemas clasificatorios de la sociedad de origen, como en los sistemas clasificatorios de la sociedad de destino.


  1. Como señala Bourdieu, aunque las respuestas del habitus se acompañan de un cálculo estratégico en el que se estiman probabilidades, esas respuestas se definen “en relación con potencialidades objetivas, inmediatamente inscritas en el presente, cosas por hacer o no hacer, decir o no decir, en relación con un porvenir probable que, al contrario del futuro como «posibilidad absoluta» […] se propone con una urgencia y una pretensión de existencia que excluye la deliberación” (Bourdieu, 1991: 93).
  2. La moratoria social presenta diferencias por clases sociales: mientras que los jóvenes de sectores medios y altos tienen más oportunidades de estudiar y postergar su ingreso a la vida adulta; los jóvenes de sectores populares “carecen del tiempo y del dinero –moratoria social– para vivir un periodo más o menos prolongado con relativa despreocupación y ligereza” (Margulis y Urresti, 2000:17). No obstante, todos cuentan con un excedente de tiempo o “crédito temporal” como condición general que se plasma de manera diferente según la clase y el género. Así, según el género, los créditos temporales difieren entre hombres y mujeres, al estar marcados de diferente manera por los ciclos de la reproducción biológica. A su vez, éstos se tamizan y procesan por condicionantes históricos, culturales y sociales que imponen distintos ritmos y urgencias según se sea hombre o mujer (Margulis, 2007:15).
  3. Los motivos, de acuerdo con Alonso no se reducen a la escala psicológica, sino que abarcan “el sentido de la acción situada en la naturaleza relacional de los comportamientos humanos y por ello convertidos en guía de la interpretación” (Alonso, 1998: 57).
  4. Autoras como Jofré (2003) identifican que este tópico está presente en el imaginario de los argentinos, como “solución a todos los males”. En síntesis, significa que la única solución a la crisis –individual, social, económica, etc.– se resuelve emigrando: Ezeiza es el aeropuerto internacional de Argentina, el que vincula al país con el “Primer Mundo”.
  5. La pequeña empresa de la familia de Daniel –un taller textil– requería de un conjunto de disposiciones con los que ha de contar una explotación familiar, respecto a las pretensiones –salariales, de manejos del tiempo, etc.– de la mano de obra familiar. Mientras que el padre trabajó hasta casi los treinta años para el abuelo, sin pretender más ganancias que comida y cama; Daniel fue ambicioso más joven, y buscó autonomizarse de los negocios familiares poco después de los veinte años. Estas diferencias generacionales imprimen distintas condiciones de posibilidad para lograr rentabilizar un taller de estas características, similar a la producción mercantil simple (Torrado, 2002).
  6. A pesar de ser enunciada por el entrevistado como actividad secundaria, se invertía en la misma considerables dosis de tiempo, y una organización que involucraba a varias personas: “Una actividad secundaria. Surgía la posibilidad de salir a comprar algún vehículo en Tierra del Fuego y venderlo en Buenos Aires, me llamaban por teléfono amigos e iba o íbamos, depende del vehículo o los vehículos. Íbamos en avión, comprábamos y solíamos volver en vehículos, o si no enviar los coches, con camiones, con los mosquitos [vehículos especiales para transportar coches] que le llamábamos, eso era mas o menos lo que hacía.” (Antonio).
  7. El régimen cuasi-feudal que implementaron algunos gobernadores generó amplias redes clientelares, conocidas como clientelismo político, que funcionaban como una especie de capital social institucionalizado. El puntero es un mediador entre los recursos públicos y los clientes –agentes con necesidades de bienes o servicios–, quienes muestran su gratitud apoyando a los políticos a quienes deben esos bienes; por ejemplo, acudiendo a actos (Auyero, 2003). Un dato contextual que hay que considerar en la trayectoria de Esteban: en el 2004, un año antes de su emigración, hubo una intervención de la provincia de Santiago del Estero por parte del gobierno nacional, interrumpiendo algunos de los mecanismos que habían funcionado hasta entonces.
  8. Es interesante resaltar que Esteban, antes de migrar en el año 2005, viajó a España en el año 2001, para ver el panorama, y entonces decidió que no era conveniente, puesto que en Argentina aún estaba vigente el peso-dólar y en España la peseta. Recién en 2005 concretó su inmigración a España, al considerar que la correlación entre las monedas le era más favorable.
  9. El estudio etnográfico sobre las clases medias profesionales porteñas realizado por Jon Tevik destaca que “los profesionales adscriben fuertemente y reproducen una moralidad de la auto-superación, y una lógica de la meritocracia, y por ello son muy conscientes de ciertos estándares de vida como fruto del esfuerzo personal” (Tevik, 2006: 96; cursiva mía). De acuerdo con este autor, los discursos que sostienen estas fracciones sobre las obligaciones y los derechos están anclados en la moralidad de clase sobre las responsabilidades y expectativas intergeneracionales. El escaso tiempo libre de que disponen después de jornadas de diez horas diarias, estos profesionales jóvenes suelen destinarlo a acudir a cursos de posgrado por la noche.
  10. Svampa plantea que a partir de los años noventa las clases medias se fragmentaron, y se generó una amplia franja de “perdedores”, víctimas de procesos de movilidad social descendente. Otra franja logró mantener posiciones, gracias a sus titulaciones. Y, por último, hubo un sector de “ganadores” dentro de las clases medias, que buscó diferenciarse de los empobrecidos, mediante el consumo suntuario y nuevos estilos de vida (Svampa, 2005).
  11. La crisis del Estado de Bienestar, que hasta entonces había tenido un modelo de intervención equiparable al de los países desarrollados, se plasmó en un gran deterioro de las prestaciones públicas, marcando un acceso diferenciado a los servicios sociales (Minujin y Cosentino, 1993). Recordemos, además, que el Estado de Bienestar fue uno de los principales promotores de la formación de las clases medias, especialmente las asalariadas. Así, en los sectores de la administración pública, en educación y salud, se reclutó a amplias franjas de profesionales y funcionarios públicos. A partir de la década de 1980 este modelo entra en crisis, con los planes de ajuste y la reestructuración del Estado (Minujin y Anguita, 2004; Svampa, 2005).
  12. Si bien los entrevistados tienen todos culminados los estudios secundarios, para el conjunto de la población argentina sólo el 33% de los adolescentes de los estratos de obreros calificados –de los que provienen algunos de los miembros de esta fracción– se encuentran escolarizados en el nivel secundario. Esto responde a que las inserciones laborales de los hijos de las familias obreras suceden tempranamente. Los jóvenes de entre 14-24 años de familias completas comienzan su actividad en una proporción del 47%; mientras que en las familias monoparentales estas inserciones ascienden al 55% (Torrado, 2003: 513). Según Minujin y Anguita (2004: 162) la deserción escolar de los jóvenes de 16 y 17 años de las familias de las clases medias bajas y pobres (los llamados nuevos pobres y los estructurales) supera el 40%.
  13. “Portar rostro” equivale a estar estigmatizado por el aspecto físico, especialmente por los rasgos fenotípicos que presupone la construcción social de ciertas etnicidades. Facundo estaba convencido de que otra sería su suerte “si yo tuviese el pelo un poco mas claro seguramente que mi historia hubiese sido otra, pero soy un morocho tirando a negro, tengo tez un tanto morenita y unas facciones un tanto… eh… ¿cómo se diría? Rudas, por decir, no sé, ¿no? digo… Y todo eso hace que… y además nunca me procuré, si lo querés, vestirme bien, o sea me vestía bien como yo consideraba que era vestirse bien, entonces es a eso, es a ese clasismo pedorro que hay allá [en Argentina]”.
  14. Como señala Sayad, el emigrante sufre una contradicción de orden temporal y espacial: está presente físicamente aquí (país de inmigración), sin estar totalmente ausente allí (país de emigración) material y moralmente; por tanto, tampoco está presente plenamente aquí (Sayad, 1989).
  15. Incluso en las grandes ciudades. En la investigación sobre las clases medias profesionales argentinas de Jon Tevik (2006) se refiere al funcionamiento de una “moral de respetabilidad” entre estos sectores, al vivir los jóvenes con los padres hasta edades avanzadas. Un ejemplo que llamó la atención de este investigador es la existencia de “albergues transitorios” para mantener relaciones sexuales prematrimoniales entre los miembros de la pareja, muy presentes en todas las ciudades argentinas.
  16. Esto puede haber sido por efecto del sesgo que introducía el que yo fuera mujer, y se tuviera reparos de presentar por parte de los entrevistados varones signos de debilidad.
  17. La mujer profesional con postgrados tanto como la auxiliar de enfermería –esposa de Esteban– o la conductora de transportes.
  18. Partiendo de la diferenciación de Husserl sobre las relaciones con el futuro, Bourdieu sitúa al proyecto en el plano contingente, que puede ocurrir o no; mientras que la protensión consiste en una anticipación pre-perceptiva, inscrita en el casi presente, en el por-venir (Bourdieu, 1997). Los proyectos caen del lado de las aspiraciones soñadas o deseadas, que pueden advenir o no, y se oponen a las aspiraciones efectivas, que orientan las prácticas y están dotadas de una probabilidad razonable de surtir efecto (Bourdieu, 2011). Como esta diferenciación pone en juego de algún modo los resultados de las acciones –algo en lo que no entraré en esta sección–; me limito aquí al plano de las representaciones de los agentes, al margen de los efectos.
  19. Por ejemplo, el suplemento Zona de Clarín del 19/9/99 sobre fuga de cerebros, y mitos al respecto, especialmente, de las condiciones de los países de acogida (Aruj, 2004).
  20. El tema de la emigración de argentinos fue tratado por estos diarios de modo diferente entre 2000-2003, y entre 2003-2005. En el primer lapso alcanzó su máxima frecuencia de publicaciones, especialmente en el primer semestre del año 2001 –año de profundización de la crisis económica y política–. A partir del gobierno de Kirchner (2003), sin embargo, los periódicos cambian el tono respecto a la temática, y se vuelve levemente disuasivo: marcando, por ejemplo, la importancia de tener todos los requisitos para emigrar en regla. También se ocupan de resaltar las tareas de negociación del gobierno argentino con el español, respecto a la cuestión migratoria (Castiglione y Cura, 2007).
  21. Schmidt (2009) analiza el tratamiento cinematográfico de la migración argentina a España y a otros lugares, entre los años noventa hasta el primer lustro del siglo XXI. Se trata de obras en ocasiones coproducidas entre los dos países, que relatan la migración desde distintas aristas.
  22. La relación práctica de los agentes con el mundo social les permite cumplir unos fines sin planteárselos como tales. Las anticipaciones del habitus, “especies de inducciones prácticas basadas en la experiencia anterior”, son producto del sentido del juego incorporado (Bourdieu, 1997: 145-146).
  23. El principio de ius sanguis proporciona a los hijos de españoles –y desde 2007, a los nietos– nacidos fuera de España derechos como retornados, cobrando, según los casos, subsidios por retorno al Estado español (Gil Araujo, 2010).


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