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Conclusiones

La misión de la Conducción Política es fabricar la montura propia para cabalgar la Evolución Histórica, sin caernos (Juan Domingo Perón, Conducción Política, 1998 [1952]).

Vivimos en un mundo aceleradamente cambiante (…) Esta comprobación nos compromete a efectuar cambios en profundidad, muchas veces dolorosos, para reencontrarnos con el presente mundial y aspirar al futuro (…) El mundo, aceleradamente cambiante, se traduce también en palabras que pueden no gustarnos: ‘reconversión’, ‘ajuste’, pero que marcan el necesario paso de una situación a otra (…) Toda la sociedad y, en especial, su dirigencia, debe debatir y asumir este tiempo de cambio. No es posible abstenerse, aislarse o lo que es peor, anteponer intereses personales o sectoriales frente a una realidad que exige una nueva estructura institucional, una nueva estructura productiva, una armoniosa e inteligente conjunción de la sociedad (Carlos Reutemann, Discurso ante la Asamblea Legislativa, 1/5/93).

El peronismo ha constituido y constituye uno de los fenómenos más transitados por los estudios académicos, no sólo en nuestro país. Ante un panorama fecundo en investigaciones, esta obra se propuso colocar la mirada sobre un espacio-tiempo territorial, social, político y cultural (la provincia de Santa Fe) donde esta fuerza política ha tenido una rica y convulsionada vida interna y donde gobernó ininterrumpidamente entre la apertura del ciclo democrático argentino en 1983 y el año 2007. Sin embargo, esa arraigada y poderosa presencia del peronismo en el centro del gobierno provincial santafesino ha sido escasamente reflejada en pesquisas científicas sistemáticas, más allá del abordaje de coyunturas o problemas puntuales.

Dada esa circunstancia, el trabajo que realizamos en esta investigación tuvo un doble propósito. Por un lado, reunir las parcelas de avances existentes en el conocimiento del fenómeno y generar otras nuevas. Por otro lado, integrar y sistematizar –a partir de un conjunto adecuado de herramientas teóricas y metodológicas– los distintos aspectos de un único objeto: el peronismo como organización partidaria, identidad política y mecanismo generador de potentes liderazgos entre la primera y la segunda década de nuestra democracia reciente, particularmente el período que correspondió con la primera gobernación de Carlos Reutemann (1991-1995). En lo que sigue, entonces, reflexionamos a modo de síntesis sobre los hallazgos de la investigación y proponemos una posible línea que continúe futuras exploraciones.

Organización, gobierno y líderes: el peronismo santafesino entre los ochenta y los primeros noventa

¿Qué nos mostró la organización partidaria del PJSF? Recuperando la pregunta que se hace Fernando Balbi (2014) sobre qué lugar ocupan las estructuras partidarias (formales e informales) del peronismo para los propios actores que integran la organización, o qué legitimidad tienen para ellos, nos encontramos con que el peronismo santafesino del periodo democrático halló en el desarrollo periódico –y temprano en relación a otros distritos– de elecciones internas directas el modo de transitar y procesar sus conflictos, en el marco de una organización con múltiples agrupaciones, líneas internas y –sobre todo– liderazgos de referencia. En efecto, el análisis del caso del PJSF hasta el año 1995 (cuando se realizan las últimas elecciones directas para elegir candidatos y autoridades partidarias) nos muestra que lejos de encontrar en este mecanismo una imposibilidad para resolver –o una potenciación de– los conflictos internos (Maina, 2016), el PJSF halló en él la manera de transitar la lucha encarnizada que atravesó al partido hasta la estabilización que supuso la consolidación del liderazgo de Reutemann. Por lo tanto, el procedimiento “democrático” de las elecciones directas más que responder a un posicionamiento ideológico de la fuerza durante los años del alfonsinismo (o, parafraseando a Carlos Altamirano [2004], corresponderse con una “lucha por la idea”), tuvo un propósito instrumental y pragmático de tramitar la ausencia de liderazgo crítica para un partido de tipo carismático. Tratamos, entonces, de advertir qué funcionalidad, significado y operatividad tuvo una institución, un procedimiento o unas reglas en una estructura de relaciones político-partidarias situada social e históricamente.

Por esto mismo, en otro momento histórico la regla formal de las elecciones internas pasó a ser el chivo expiatorio en el discurso de los actores para explicar e inteligir la crisis organizacional y representativa que empezó a experimentar el peronismo de este distrito hacia finales de la década del ochenta. El “internismo descarnado” (expresado institucionalmente en la realización de comicios internos regulares), se ubicó como el eje de interpretación de la crisis que atravesó el partido tanto hacia su interior como de cara a la sociedad santafesina. Dicha crisis se manifestó tanto en la incapacidad de las diversas corrientes de acordar candidatos (y, luego, de apoyarlos en las elecciones generales) como en las derrotas electorales ocurridas en noviembre de 1989 en las ciudades de Rosario y Santa Fe. Esas elecciones municipales marcaron un antes y un después en la dinámica de relaciones internas de la organización partidaria.

A partir de allí, la propia coalición dominante del PJSF fue capaz de darse su propia resolución de la crisis: en lo organizacional promovió la sanción de la Ley de Lemas (que supuso el cese del –problemático entonces– mecanismo de elecciones internas de candidatos) y en lo representativo buscó figuras con renovado potencial electoral (visto el desprestigio moral y político en que cayeron las primeras líneas del partido/gobierno hacia fines de los ochenta). El objetivo era, como en todo partido electoralista, que el peronismo (que venía gobernando desde 1983) no sea desbancado del gobierno provincial en 1991.

El hallazgo y la consolidación de la figura de Reutemann resolvieron todos los problemas. O, más bien, el único problema –aunque medular– de la organización: la ausencia de un único liderazgo que se sobrepusiera por encima de una multiplicidad de liderazgos, representados por la llamada Cooperativa. Como lo reconoció categóricamente un entrevistado:

Es muy difícil entender el Reutemann político si no entendés el peronismo. Esta mirada simplista de Reutemann como un gringuito del campo, rubio de ojos celestes, que manejaba un Fórmula Uno, y que eso lo catapultó a la fama, es de una simpleza mayúscula. ¿Qué estaba pasando en el peronismo santafesino en ese momento? Una crisis de liderazgo. ¿Cómo se resuelve una crisis de liderazgo en el peronismo? Ganando una elección (Marcelo Gastaldi, diputado provincial entre 2003 y 2011. Entrevista con la autora, 24/8/16).

Sin embargo, el liderazgo reutemannista supuso mucho más que “ganar una elección”. En efecto, en muchos otros distritos durante esta época el peronismo resolvió sus crisis internas y de liderazgos a través de modificaciones en el sistema electoral o de otro tipo de estrategias con el objetivo de continuar gobernando. Ahora bien, como lo demuestra un caso como el del peronismo jujeño de aquellos años (Vaca Ávila, 2017), ganar elecciones no significa lograr estabilidad gubernamental. Una de las peculiaridades del proceso peronista santafesino fue que el PJ logró, a través de la figura de Reutemann, encontrar un conductor que estabilizara y liderara la fuerza a lo largo de cuatro periodos gubernamentales entre 1991 y 2007.

¿Qué factores hicieron que “El Lole” se convirtiera en el líder partidario y de gobierno del peronismo, constituyendo una figura extranjera al mundo político-partidario? Los mismos que le permitieron a la organización sortear su crisis. Un primer elemento fue de tipo organizacional: Reutemann se inscribió en un partido carismático que operó como condición de posibilidad del despliegue de su ambición política como líder de la fuerza. El segundo elemento fue de tipo institucional: la ley de Lemas permitía a los outsiders presentarse como candidatos y, además, contar con los votos de todas las líneas internas mediante la sumatoria de todas ellas. A partir de allí, esta inesperada figura política comenzó a capitalizar su potencial representativo y electoral. Desplegando nuevos formatos de vinculación con la ciudadanía (lo que puede identificarse como un tercer factor para la consolidación de su liderazgo) la figura representativa de Rutemann constituyó una efectiva antesala de los formatos que se desplegarán con mayor fuerza en la década siguiente en otros distritos del país (Annunziata, 2012a). La presencia en el territorio, la cualidad de la escucha, la ausencia de promesas, la presentación como “comprovinciano” y “vecino”, la valoración de las virtudes morales por sobre las político-ideológicas, la alteridad construida con respecto a los “políticos tradicionales”, etc., estructuraron un lazo representativo que moldeó la política local más allá de su figura y del propio peronismo.

En efecto, el “fenómeno Reutemann” trascendió su propia coyuntura de emergencia. Y es allí donde aparece la articulación entre liderazgo y fuerza partidaria, entre Reutemann y el peronismo, como dos caras del mismo fenómeno. Este ex deportista revirtió su condición de outsider y se embarcó en la disputa político-partidaria como un profesional de la política. Como lo expresa el propio Perón: “Los medios que [sirven a la Conducción] especialmente [son] la obediencia partidaria y la disciplina partidaria. Porque cuando se habla de unidad de acción, para asegurarla, el conductor puede hacer la mitad; la otra mitad deber ser hecha por los conducidos” (Juan Domingo Perón, 1998: 180 –cursivas en el original–).

Así, distanciándonos tanto de los enfoques institucionalistas sobre los outsiders (que los conciben como meros emergentes excepcionales que se mantienen fundamentalmente al margen de las estructuras partidarias tradicionales) como de ciertas conceptualizaciones del liderazgo político en tiempos de crisis de representación (que tipifican a los líderes de la era democrática argentina como “popularidades evanescentes y transitorias”), buscamos dar cuenta de otro tipo de resolución de crisis políticas y de generación de liderazgos resultantes de ellas. En efecto, el análisis de la figura de Reutemann permite advertir la constitución de un exponente sui generis: Reutemann no fue ni un outsider pasajero ni tampoco optó por mantenerse al margen de la disputa político-partidaria. Su liderazgo generó vinculaciones duraderas con la ciudadanía santafesina como así también disputó y ganó la jefatura de la fuerza política bajo la cual había “arribado” al mundo político. En el mismo sentido, lideró el gobierno sacando ventaja de su condición de extranjero político al designar un gabinete inicial multiplartidario con nuevos criterios de reclutamiento que incluían la confianza personal y las capacidades técnicas de los individuos, pero también a personalidades con aceitadas experiencias en la práctica político-partidaria y gubernamental. Su consolidación como jefe peronista impactó en la composición ministerial al promediar su mandato, buscando una peronización del mismo pero bajo las nuevas condiciones de su liderazgo político y de los objetivos gubernamentales.

Como vimos, los cambios en el gabinete provincial también constituyeron un efecto de las interacciones entre las distintas escalas de gobierno. Los propósitos del gobernador confluyeron –en este punto– con las ambiciones del presidente de la Nación quien, a su nivel, también se proponía consolidar su liderazgo a través de la reforma Constitucional y la reelección presidencial. En el cruce de ambas estrategias, la afiliación al PJ de dirigentes santafesinos a-partidarios y extra-partidarios provocó la peronización de gran parte del gabinete reutemannista y al mismo tiempo la provisión de nuevos cuadros políticos para garantizar los objetivos presidenciales de Carlos Menem.

En suma, las circunstancias históricas, los contextos institucional y organizacional, la ambición política individual de Reutemann y las relaciones entre escalas de gobierno son –en su interacción– los elementos diversos que hicieron a la configuración y la dinámica del peronismo santafesino de los años noventa.

Identidad y representación en el peronismo santafesino

Pero el peronismo no es sólo un partido, sus dirigentes y sus líderes. Es, también, una identidad política que hunde sus raíces como tradición en la historia de nuestro país. Desde esta perspectiva, analizamos la configuración de la identidad peronista en Santa Fe entre 1983 y 1995. Así, observamos en las imágenes, los significados y los sentidos que adoptó el peronismo como identidad política para advertir sus desplazamientos entre el periodo de gobierno de la Cooperativa y el periodo reutemannista. El propósito se situó en trascender la mirada negativa o pesimista sobre lo sucedido con las identidades políticas en tiempos de grandes transformaciones en la política, la sociedad y la economía de nuestro país. En este sentido, inscribimos nuestra mirada en la reflexión que Gerardo Aboy Carlés hace sobre los análisis sobre la “crisis” de las identidades, el “vaciamiento” y el “hiato” entre un campo identitario (símbolos, tradiciones, identificaciones) y sus representaciones. Dice el autor:

Sólo un cerrado institucionalismo dejaría de advertir que detrás de todo ‘distanciamiento’ –si un proceso de estas características efectivamente tiene lugar– no hay más que la lógica de constitución de una nueva identidad política sobre las dimensiones aquí expuestas: una dimensión de alteridad (generalmente respecto del sistema político, los partidos, las dirigencias o la actividad política misma tal como es conocida en una situación dada), una dimensión de representación y una perspectiva de la tradición. Las diversas formas de la llamada ‘alienación política’, el antipoliticismo o el apoliticismo mismo, no escapan a la lógica de constitución identitaria tal como la misma ha sido aquí desarrollada (2001a: 73).

En efecto, una mirada rápida y convencional sobre el peronismo santafesino de los noventa (como en todo el país) replicaría los diagnósticos sobre la “pérdida de la política”, el “debilitamiento de las identidades partidarias”, la crisis de la “palabra política” y tantas otras maneras de designar las transformaciones de la representación y las identidades políticas en el tiempo del consenso neoliberal en Argentina. Ahora bien, como afirma Aboy Carlés, las identidades no tienen un contenido fijo y sustancial sino que se definen en términos formales y (tendencialmente) vacíos; la práctica política es ese campo en permanente devenir sobre el cual se articulan operaciones de identificación e identidad (“hegemónicas”) según los elementos disponibles para que las equivalencias (o formas de agregación social) se conformen. Cierto es que ya no existen las condiciones para la constitución de identidades con fuertes certezas y rígidos límites (como los espacios de la religión, la clase, la nación o los partidos de antaño) pero también es cierto que ninguna operación de representación es posible sobre un vacío identitario. En esta clave, sostuvimos que la identidad peronista en el periodo analizado en Santa Fe experimentó transformaciones y desplazamientos y que ello supuso alguna forma de persistencia imaginaria. Así, en el discurso pre-reutemista la identidad peronista fue repuesta en términos “tradicionales”; es decir que recuperaba de manera central elementos del pasado y de la historia del movimiento peronista constituidos desde sus mismos orígenes (v.gr., la historia de militancia política y sindical, el “pueblo” como principal sujeto de identificación, la democracia como “justicia social” y la centralidad de las figuras de Perón y Eva).

Bajo el discurso de Reutemann la identidad peronista mutó hacia lo que denominamos una legitimación “individualizante” o “privatizadora” del sentimiento peronista. Se abandonaron los elementos de la tradición peronista relativos a la historia de lucha y de militancia colectiva y se moldeó una identidad más atada a las experiencias del pasado reciente (v.gr. el “peronismo corrupto” que gobernó la provincia hasta 1991) y a los componentes que imprimieron los atributos del nuevo liderazgo. La experiencia del “ser peronista” se volvió estrictamente subjetiva e inter-personal y se desvinculó de una visión que integrara un sujeto colectivo. Desaparecieron, entonces, el pasado lejano, la dimensión colectiva (y, dentro de ella, una idea de justicia social) y el valor de la militancia y la lucha político-sindical (muy presentes en el periodo anterior) y se inscribieron nuevos límites identitarios que apuntaron al pasado reciente, a una dimensión inter-personal (de construcción uno-a-uno) del vínculo político y a una revalorización del clivaje moral (“el peronismo honesto y transparente”). Todos estos elementos conformaron una nueva inscripción identitaria del peronismo en la provincia de Santa Fe bajo los límites que diseñó el liderazgo de Reutemann y su estilo de representación.

En cuanto a éste último, constituyó un proceso singular que incluyó y trascendió la nueva significación del peronismo como identidad. En efecto, la figura de Reutemann expresó una transformación en los formatos y en los elementos de la representación política en la provincia de Santa Fe que constituyó una antesala de cambios similares que se consolidarán en la escena pública en otros distritos del país luego de la crisis nacional de 2001. Por un lado, desplegó un formato de proximidad (Annunziata, 2012a y 2013b) del político con respecto a los ciudadanos, edificado en torno a tres elementos: la presencia en el territorio, la escucha sin promesas ni discursos y la presentación como “comprovinciano” y “no-político”. Desde el punto de vista de la relación de representación, este formato configuró un vínculo que enfatizó el principio de la identidad del representante con respecto a los ciudadanos y electores (los representados), contrarrestando la imagen del político como un “estratega” o “estadista” para presentarse como un “comprovinciano” más entre los santafesinos. Por otro lado, delineó una serie de imágenes o figuras representativas que le dieron un contenido específico a aquél formato en función de elementos presentes en la sociedad santafesina. Estas imágenes fueron la del “hombre de campo” y la del “ídolo deportivo”. Ambos tipos refieren a rasgos socio-económicos y socio-culturales cuyo sustrato se encuentra en las actividades agrícola-ganaderas de gran parte del interior de la provincia de Santa Fe, por un lado, y en el automovilismo como un deporte popular muy arraigado, también, entre la población rural.

Reutemann supo moverse con habilidad desplazándose a través de diversas figuras, atributos y modelos, dándoles contornos y límites propios. De cada uno de ellos (del deportista, del empresario, del hombre de campo, del santafesino) seleccionaba atributos y cualidades diversos que formaban, en conjunto, una imagen sui generis de su persona representativa. Siendo un ex corredor de Fórmula Uno, no era visto ni como un farandulero ni como una persona mediática. Siendo un empresario agropecuario adinerado, se valoraba su austeridad y su vida sencilla y reservada. Cada una de esas figuras era capitalizada por el líder para extraer ciertos atributos y cualidades que cumplían una función específica en la construcción del vínculo frente a la ciudadanía, tanto en su faceta de candidato como en la de gobernante en ejercicio (de ahí las imágenes de “austeridad”, “eficiencia” y “prudencia” que sirvieron al gobierno para justificar su accionar frente a las políticas de reforma del Estado y de la economía). Del empresario agropecuario capitalizó las ideas de la “buena administración” y de la “austeridad y el control del gasto público”, mientras que del corredor de Fórmula Uno se valorizaba la faceta popular de su liderazgo y los atributos del “cálculo” y el “riesgo” necesarios para la práctica del gobierno.

A su vez, cada imagen reforzó distintos aspectos del formato del vínculo de representación. Si bien ambas figuras promovían la identificación con los ciudadanos y lograban una relación próxima y cercana, al mismo tiempo mantenían en torno de la persona de Reutemann una distancia que no era totalmente borrada por la estrategia de proximidad. Tanto su condición de celebrity como su aspecto de hombre reservado y parco (atribuido a cierto temperamento prototípico del hombre rural) abrían un espacio de separación entre el común de la gente y el gobernador. En este sentido, sostuvimos que su estrategia representativa –que penduló entre el vínculo de proximidad o narcisista y el de distancia o erótico (Abadi y Losiggio, 2017)– se correspondió con una época en la que empezaban a delinearse nuevos formatos de la política (como también lo hicieron en la figura del presidente Menem, por ejemplo) pero que tendrán una cristalización más aguda en la pos crisis de 2001. Es por ello también por lo que su figura resguardó el ámbito de intimidad del político (en su sentido “tradicional”, el político que es algo distinto de sus representados y no se muestra con total transparencia) y la distancia necesaria propia del “profesional” de la política que requiere para su ejercicio de un ámbito de autonomía, de invisibilidad, de ocultamiento, de secreto. En el marco de la aplicación de medidas de reforma y de ajuste estructural, ese aura de separación fue fundamental para el ejercicio de su liderazgo gubernamental en orden a no minar su legitimidad, frente a la multiplicidad de conflictos, oposiciones y obstáculos que el gobierno debió afrontar tanto desde las autoridades nacionales (que lo urgían a aplicar las medidas de manera más rápida y extendida) como desde los actores organizados de la política y de la sociedad civil santafesinas que se oponían a su implementación. De esta manera, Reutemann “cabalgó” las circunstancias y las pruebas que como líder del gobierno se le presentaban.

Una línea de investigación a futuro: el problema de la sucesión en el peronismo santafesino

Uno de los grandes problemas que ha atravesado la vida política argentina y especialmente el peronismo, es el de la sucesión del liderazgo. En un país presidencialista como el nuestro, la figura y el rol que desempeñan los líderes presidenciales es una cuestión medular, tanto para vida institucional como para los discursos y las prácticas políticas. Desde mediados del siglo XX el dilema de la sucesión estuvo signado o bien por la gravitación del liderazgo de Perón o bien por la interrupción del juego democrático y la imposición de regímenes militares a través de los golpes de Estado. Con la estabilización del régimen democrático a partir de 1983, el problema del surgimiento y del reemplazo de los liderazgos se volvió una cuestión a procesar por parte de las instituciones y de la propia ciudadanía. En efecto, desde ese momento, la convivencia entre líderes e instituciones democráticas volvió a ser parte del horizonte de lo posible (Novaro, 2000) y, por tanto, la sociedad debió gestionar el surgimiento, la permanencia y el relevo de sus líderes otorgándoles legitimidad a través de una doble vía: la del voto y la de la aprobación cotidiana del ejercicio del gobierno.

Estos interrogantes han sido analizados por una vasta literatura en Argentina y en la región latinoamericana, interesada en el análisis del liderazgo presidencial desde distintos enfoques: el de la representación política (Mainwaring, Bejarano y Pizarro Leongómez, 2008; Novaro, 1994; Rodríguez, 2014), el de los vínculos entre el Presidente y el Congreso (Camerlo, 2013; Carreras, 2010), el del análisis del discurso (Canelo, 2011b; Montero, 2011; Verón, 1987), el de las identidades políticas (Aboy Carlés, 2001; Barros, 2006; Melo, 2012), el del vínculo entre el Presidente y su coalición política (Abranches, 1988; De Luca, 2008; Zelaznik, 2011), el de las trayectorias y carreras políticas (Canelo, 2011a; Jones et. al., 2001; Lodola, 2009), entre muchos otros.

Estos dilemas han sido, empero, menos analizados en los casos empíricos subnacionales. En efecto, el problema del reemplazo en el cargo de quienes ocupan la máxima autoridad ejecutiva en los Estados provinciales –es decir, los gobernadores– se vuelve un aspecto significativo por el rol político preponderante que tienen estas figuras en un Estado Federal como el argentino (Almaraz, 2010; Lodola, 2015). Sólo algunos pocos estudios, por cierto, han abordado esta cuestión, y lo han hecho desde diferentes perspectivas. Por un lado, desde la ciencia política neoinstitucionalista, se ha abordado el tema de la ambición reeleccionista de los gobernadores, sus condiciones de posibilidad y sus efectos sobre los sistemas políticos provinciales, a partir de estudios agregados de todas las provincias (Almaraz, 2010; Cardarello, 2012; Lucardi, 2006). Por otro lado, desde la sociología, la antropología y la historia política se ha estudiado el dilema de la sucesión de importantes líderes provinciales en casos específicos como Buenos Aires (Ollier, 2007), Santiago del Estero (Farinetti, 2012), Salta (Maidana, 2013), Misiones (Abdulhadi, 2013) o Jujuy (Kindgard, 2007). Un elemento relacionado con el problema de la sucesión del liderazgo aparece cuando se constata que la mayor parte de los gobernadores argentinos desde el retorno democrático pertenece al Partido Justicialista (Campomar y Suárez, 2014; Lodola, 2015). En efecto, se ha sostenido que el peronismo cuenta con una marcada estabilidad en el umbral de votos (Torre, 2003) pero que sus elites son presa de una alta rotación, motivo por el cual está expuesto a un proceso de sucesión permanente (Calvo, 2013).

Teniendo en cuenta estos avances de investigación sobre el tema de la sucesión en Argentina y, en particular, en las provincias, proponemos como línea de indagación a futuro abordar el proceso de sucesión entre Carlos Reutemann y Jorge Obeid, quienes se alternaron en el gobierno de la provincia de Santa Fe en dos oportunidades. El primero gobernó en 1991-1995 y 1999-2003 mientras que el segundo lo hizo en 1995-1999 y 2003-2007. Más precisamente, podríamos enmarcar el análisis en el problema de la “rutinización” del carisma según la perspectiva weberiana (1992 [1922]). En esta línea, una pregunta que guíe la indagación podría girar en torno a si en Santa Fe –debido a que la Constitución provincial no permite la reelección inmediata del gobernador– los atributos del liderazgo de Reutemann, conductor político del peronismo en este distrito durante el periodo mencionado, atravesaron (o no) un proceso de estabilización y transferencia hacia su sucesor, en un sentido similar a la “rutinización” del carisma weberiano.

En nuestra tesis de maestría analizamos el liderazgo de Reutemann como emergente y como solución de la crisis de representatividad que atravesaba el peronismo gobernante de la época. Allí argumentamos que su figura instituyó un nuevo vínculo político con la ciudadanía santafesina centrado en la “anti-política”, la “proximidad” y la “moralización” como principales clivajes de identificación política (Lascurain, 2016). A su vez, en la presente investigación producto de una tesis doctoral, sostuvimos que los atributos del nuevo formato representativo se expresaron en el ejercicio gubernamental de Reutemann y que transformaron asimismo los vínculos hacia el interior del PJSF, el cual experimentó un proceso de centralización de la toma de decisiones en torno a su persona y de renovación de sus principales cuadros dirigentes bajo la conducción que le imprimió el nuevo líder.

Una nueva instancia de investigación podría indagar si esos atributos (es decir, los rasgos que le son atribuidos a la persona representativa de Reutemann) continuaron estructurando el vínculo político con la ciudadanía santafesina y con el peronismo local en virtud de su transmisión al sucesor, Jorge Obeid, y si éste desplegó nuevos criterios de legitimidad distintos a los de aquél. En esa indagación habría que tomar en cuenta tres elementos fundamentales. Primero, que Reutemann no logró reformar la Constitución santafesina para imponer su reelección y, por lo tanto, debió buscar un sucesor[1]. Segundo, que luego del gobierno de Jorge Obeid (1995-1999), Reutemann volvió a ser gobernador con el 58% de los votos (EL, 9/8/99), ganando en algunos departamentos con más del 70% (un hecho inédito en la provincia), en el mismo año en el que la Alianza UCR-FREPASO (una fuerza opositora al signo político provincial) obtenía la presidencia de la Nación, lo cual revalidó con creces su legitimidad electoral y su liderazgo político. En efecto, este segundo elemento se vuelve central para el problema que plantamos puesto que, según la teoría weberiana, la rutinización carismática en las modernas democracias de masas se corrobora, antes que nada, a partir de la vía electoral plebiscitaria. Por último, que el sucesor al finalizar el segundo mandato reutemannista volvió a ser Jorge Obeid (2003-2007), cuestión que refuerza la hipótesis de la rutinización del carisma del líder en la persona del sucesor.

Las preguntas que estructurarían una posible indagación futura serían, entonces, las siguientes: ¿Cuáles son los atributos carismáticos portados por la figura de Reutemann? ¿En base a qué criterios seleccionó a su sucesor? ¿Cuáles de sus atributos lograron transmitirse a Obeid? ¿Qué rol ocupó y de qué tipo fue la relación de Reutemann con su sucesor y con el PJSF mientras se mantuvo por fuera del gobierno provincial? Y, por último, ¿de qué modo se produjo una rutinización del carisma en la persona de Obeid y en qué medida esos atributos mutaron durante su ejercicio de la gobernación? Nuestra hipótesis es que, efectivamente, Obeid logró seguir representando los atributos vinculados a la moralización de la actividad política (honestidad, anti-corrupción, decencia, etc.) y a la eficiencia en la gestión del gobierno (control del gasto, equilibrio fiscal, avances de obras públicas, etc.)[2], y, en menor medida, los vinculados al componente de la “proximidad” y de la “anti-política” presentes en Reutemann, debido a su densa trayectoria política y militante en el peronismo[3].


  1. Cfr. la nota: “Reutemann lamenta no haber aprovechado las mayorías” (EL, 7/5/94).
  2. Obeid enunciaba con frecuencia una frase como lema de su gobierno que rezaba: “No robar, no mentir, no holgazanear” (Discurso ante la Asamblea Legislativa, 1/5/96).
  3. Obeid militó activamente en el PJ desde los años setenta en la Juventud Peronista de Santa Fe. Sobre su trayectoria, cfr. Lascurain (2018).


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