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7 Juventudes, generación y estudiantado

Nuevas figuras: juventudes, generación y estudiantado

Teniendo en cuenta la amplia bibliografía existente sobre el imaginario juvenilista de los años sesenta, en este capítulo pretendemos explorar algunos componentes contestatarios ligados al clima de ideas de la época, y visualizar cómo el FEN se posiciona dentro de las categorías de juventud y del estudiantado, que aparecen en su discurso, considerando que esta agrupación reivindicó constantemente su carácter de tendencia estudiantil universitaria y su militancia juvenil.

Dentro de este bloque con espesor histórico que abarca los años sesenta y setenta el surgimiento del FEN tiene que ver también con el protagonismo de las juventudes y el estudiantado, ligados a la idea de cambiar la sociedad a partir de su irrupción dentro de un tiempo contestatario. Según Nicolás Casullo, aparecen nuevas figuras para esa conciencia colectiva, que operan también de manera mítica, como por ejemplo la idea de generación y de juventud (Casullo, 1999: 170).

Sin embargo, según Mónica Bartolucci (2006), aun cuando la edad de quienes protagonizaron estos años marcó las características de la nueva cultura, lo generacional no termina de explicarlo todo. Sino que sobre todo la cuestión parecía resolverse entre aquellos que habían logrado una comprensión de esa realidad nueva y entre aquellos que permanecían atados a un mundo de valores más tradicionales. Es decir, aparece una distinción entre aquellos capaces de romper con los convencionalismos sociales y aquellos empeñados en conservarlos. Y esa ruptura estaba asociada precisamente a una “cultura de la contestación” que también menciona Casullo (1999: 179). No se trataba entonces de unirse simplemente por su condición de jóvenes, sino más bien por la afinidad frente a los problemas de la realidad de ese presente cambiante. Y a su vez, un punto importante de esta cultura y esta cosmovisión fue la sensibilidad social hacia los pobres, encontrando en ellos, los que no eran de su clase ni mantenían sus mismas costumbres, otro ojo desde donde mirar el mundo.

Precisamente respecto al FEN, por un lado aparece la dimensión generacional como algo muy fuerte y que de alguna manera los convocaba, pero, por otro, se destacaba la especificidad de un cierto sector de la juventud. Es decir, no los articulaba su mera condición de jóvenes, que aparecía como insuficiente para definir una identidad colectiva, sino que se trataba de un sector de la juventud que se proclamaba “comprometido” con las necesidades sociales, “involucrado” con el acontecer político del país. En este sentido resulta significativo un testimonio de una militante respecto a una idea de juventud ineludiblemente ligada a la militancia:

Y bueno, empiezo a militar con (…) porque medio era (…) muy difícil no militar en esa época (…) era como un paso necesario de la vida, era imposible no militar, no participar de ese proceso tan utópico, eufórico que era ya, que era posible todo ya, y bueno ahí me incorporé al FEN.[1]

Cuando Casullo se refiere a estas nociones sostiene que “por primera vez, surge fuertemente la idea de generación, no ya de clase, ya no de Nación, sino de generación”. El autor afirma que aparece “de manera rotunda, colectiva, política, la idea de juventud, como una nueva subjetividad con sus razones, sus valores, sus sentidos históricos, con sus significados culturales” (Casullo, 1999: 170). En todo caso, para el autor, el “joven” no es ni burgués ni trabajador: “se asume como una figura que trata de deslindarse de la historia de sus padres, que no es el trabajador” y en tal sentido ubica a la juventud por encima de divisiones clasistas u otro tipo de consideraciones (culturales, sociales, geográficas, etc.) (Casullo, 1999: 170). Si bien acordamos con el autor en la fuerza de estas cuestiones generacionales, creemos que es necesario trazar diferencias entre una juventud con acceso a la educación superior, fuertemente ligada a la militancia universitaria, y una juventud trabajadora, que parecía circular por otros carriles. Además, habría que matizar esta idea de novedad y de irrupción primera, teniendo en cuenta toda una tradición vinculada a la noción de juventud y a la teoría de las generaciones que se remonta al movimiento de la reforma universitaria en América Latina en las primeras décadas del siglo XX.

Silvia Sigal sostiene que si bien en un momento de auge de esta perspectiva centrada en la idea de generación el acento estaba puesto en la equivalencia casi automática entre juventud y cambio social, más tarde la reflexión dentro del campo intelectual pasó a estar dominada por los términos de clase o de nación. Efectivamente, en los años cincuenta y sesenta la noción misma de juventud comenzó a ser objeto de polémica:

Cuando David Viñas admite que la ‘generación del 45’ se había equivocado, Arturo Jauretche le responde ‘¿desde cuándo los estudiantes son la generación del 45? También eran generación del 45 los jóvenes peones, los jóvenes empleados, los jóvenes seminaristas y los jóvenes cadetes. Y esa generación del 45 no se equivocó, estuvo en su posición. El que estuvo en la posición equivocada fue el fubismo de los universitarios. (Sigal, 2002: 54)

Es decir, también eran jóvenes los trabajadores, los obreros, etc., y no sólo un segmento de clase media universitaria. Sin embargo compartían otros valores y creencias, a pesar de tener una pertenencia generacional en términos de edad, y no se consideraban parte de “la juventud”. Lo que se critica es la posición ideológica de aquella juventud universitaria de tradición antiperonista que estuvo en “el lugar equivocado”, y que durante los años sesenta se acercó al movimiento popular.

El FEN postula esa distinción entre esa “juventud maravillosa” ligada al movimiento estudiantil, los sectores medios el quehacer intelectual y profesional, y por otro lado, la juventud trabajadora.

De manera que los militantes del FEN se ubican dentro del estrato de los jóvenes como segmento generacional, pero a su vez se sitúan como parte de una juventud ligada al movimiento estudiantil, una juventud universitaria, caracterizada por el acceso a la educación superior, por un vínculo con la intelectualidad y a la vida académica, distinta en términos de lejanía y de extrañeza con respecto a la juventud trabajadora que a su vez reivindican como “real”.

Es decir, si bien entienden que son parte de la “juventud” como segmento etario, también ponen de manifiesto las dificultades de tomar a la juventud sólo en tal sentido, es decir, de considerar a los jóvenes como un todo en el cual entran todos aquellos individuos que pertenecen a una misma franja generacional, sin tomar en cuenta otras cuestiones vinculadas a vivencias, ámbitos de acción, etc. Por estos motivos preferimos hablar de juventudes.

En tal sentido, en su discurso introducen esta distinción entre juventud universitaria y juventud trabajadora, al punto que cuando hablan de juventud aluden específicamente sólo a un sector de la misma, que consideran “mayoría” y que pertenece a los sectores populares, trabajadores, que circulan por los carriles de la “realidad”, de la resistencia. En cambio, para hacer referencia a ese otro sector de la juventud que es la juventud universitaria de clase media, prefieren hablar de “estudiantado”.

Teniendo en cuenta estas diferenciaciones, vemos que el concepto de juventud es ciertamente impreciso, esquivo, ambiguo. La naturaleza misma de la condición de joven se altera en cada sector social, por las profundas diferencias en la distribución de recursos que provienen de las desigualdades económicas, sociales, étnicas, migratorias, etc. (Margulis y Urresti, 2000). Son numerosos los autores que señalan la polisemia de la noción de juventud como categoría social, en tanto que las personas que etariamente podrían considerarse jóvenes no constituyen un grupo homogéneo, no comparten los modos de inserción en la estructura social y sus esquemas de representación configuran campos de acción diferenciados y desiguales.

Es que precisamente, tal como lo indican numerosos autores, entre ellos también Klaus Allerbeck y Leopold Rosenmayr, cuando se habla de juventud suele aludirse a un determinado grupo de edad. Pero las dificultades surgen cuando se intenta indicar de manera más precisa, general y válida lo que realmente significa joven y juventud, porque resulta que las edades, y sobre todo la cronológica, no se prestan para una determinación universalmente válida de los límites de la juventud. Los autores creen que esto es así porque el uso de estas palabras comunica más que sólo ciertas edades medidas en años. (Allerbeck y Rosenmayr, 1979: 20)

A diferencia de Casullo, que habla de la preponderancia de la idea de juventud por encima de cuestiones clasistas, podemos percibir que en el discurso del FEN, si bien la idea de juventud aparece con fuerza, no se borran, sin embargo, las procedencias de clase y que a su vez estos orígenes están ligados a cuestiones de pertenencia ideológica y política: juventud trabajadora peronista/juventud universitaria de clase media históricamente antiperonista. La primera actúa en el escenario de la Resistencia y la lucha en las calles, mientras que la segunda tiene como ámbito de acción la universidad. Para Sigal “la juventud es un ejemplo, entre otros, de la movilización de jóvenes pertenecientes a los sectores ‘intelectuales’ de la burguesía, que desde siempre hablaron en nombre del pueblo y que en los años sesenta iniciaron acciones revolucionarias guiados por un voluntarismo socialmente indeterminado” (2003: 146). Bartolucci (2006) habla de estos últimos en términos de “sectores juveniles de clase media ilustrada”, entendiéndolos como aquellos que participaron del triunfante imaginario de la “vida moderna” a través del consumo de nuevas tecnologías y de los nuevos medios de comunicación e industrias culturales durante los años del gobierno de Onganía. Y por otra parte, respecto a su emergencia como sujeto, sostiene que la juventud –como categoría social indiferenciada y policlasista– fue durante esos años objeto de estudio privilegiado de autores provenientes de diversos campos de análisis. Los escritos políticos, psicológicos, sociológicos y religiosos los integró inmediatamente a sus preocupaciones adjudicándoles desde características culturales específicas hasta responsabilidades históricas frente al mundo que debían cambiar.[2] Sin embargo, desde la visión de esta autora, con la cual concordamos, persiste la distinción entre ambas juventudes, la trabajadora y la universitaria, la percepción de los segundos como jóvenes que rechazaban la sociedad de sus mayores y deseaban que la universidad no fuera más el bastión del conservadorismo, sino el foco de un radicalismo revolucionario.

Y de allí, en este caso concreto, los matices y heterogeneidades dentro de esa “juventud de los años sesenta”. En la misma perspectiva que aquí sostenemos, Pierre Bourdieu habla de la juventud como una categoría construida socialmente y ligada a factores de lucha y de poder propias de cada campo, que hacen que no se la pueda tomar como un segmento homogéneo y que el recorte generacional dependa de cada ámbito de acción. De modo que, según él, para saber cómo se definen las generaciones “hay que conocer las leyes de ese campo, las apuestas de la lucha y cuáles son las divisiones que crea esa lucha” (Bourdieu, 1984: 164).

De manera que coincidimos con el autor en que hay que tener en cuenta estas diferencias entre diversas juventudes, o al menos entre las dos juventudes: la del estudiante burgués y la del joven obrero que ni siquiera tuvo adolescencia, más un abanico de configuraciones intermedias entre ambos extremos, considerando que es un abuso tremendo del lenguaje colocar bajo el mismo concepto universos sociales que no tienen casi nada en común, lo que hace difícil que se pueda hablar de los jóvenes como de una unidad social, de un grupo constituido.

Precisamente, romper con la institución universitaria como instrumento de reproducción, sistema de privilegios y elemento de manipulación de las aspiraciones sociales forma parte de la denuncia del FEN y de los sectores que preconizaban una universidad para el pueblo y de postular el rol del estudiante como sujeto activo y comprometido con las luchas populares.

De manera que la cuestión de la reproducción o no de determinados círculos, expectativas, etc., tiene que ver con la distinción entre juventud burguesa o de clase media y juventud trabajadora, y con las dificultades de universalización del concepto de juventud, pero también con determinados procesos sociales vinculados a la socialización y a los mecanismos activos puestos en práctica por parte de los sujetos para modificar esa sociedad en la cual está inserto.

En cuanto a la primera cuestión (las heterogeneidades dentro de la juventud), en la sociedad actual no encontramos una figura idéntica de la juventud en todos sus estratos. Aquí una vez más Allerbeck y Rosenmayr hablan de “juventud extendida”, desde el punto de vista cultural, en el caso de las clases superiores, y, en contrapartida, de “juventud abreviada” en el caso de los jóvenes proletarios. Es decir que de manera coincidente con lo que señalaba Bourdieu, si bien ha habido en la mayoría de las sociedades industriales una cierta ampliación del período de la juventud, persisten diferencias bastante drásticas entre las capas sociales en lo que se refiere a la existencia de una fase juvenil (Allerbeck y Rosenmayr, 1979: 26). O sea que subsisten las cuestiones de clase que complejizan los modos de categorizar a la juventud y tornan problemático un concepto universalmente válido para nombrarla, así como un criterio único para definirla, introduciendo matices que tienen que ver con procesos, campos, vivencias, experiencias de los sujetos con sus trayectorias y procedencias sociales. Cuestiones que en el discurso del FEN son puestas de manifiesto a la hora de “ubicarse” con todo ese bagaje (de pertenencias sociales, de orígenes familiares, de hábitos de consumo, opciones educativas, etc.) dentro de la juventud.

En cuanto a lo segundo (los procesos de socialización y las posibilidades de cambio), la sociedad trata de formar a sus nuevos miembros de modo que se le incorporen sin problemas, con las implicancias que eso tiene respecto al lugar social en el que se ubican y las consecuentes limitaciones respecto a las opciones de esos jóvenes y a sus horizontes de expectativas. Pero a su vez, la juventud que entra en la sociedad trata de reformarla de acuerdo con sus ideas, es decir, no sólo tratará de incorporarse con la menor fricción posible al mundo tal como lo encuentra, sino que además tratará de cambiarlo (Allerbeck y Rosenmayr, 1979: 17). Y esto tiene que ver con una nueva cosmovisión, una nueva manera de mirar el mundo y la realidad política que no implica necesariamente una lucha con el mundo adulto, sino contra los sistemas e instituciones que el mundo adulto pretende conservar inmutable. En este sentido, Bartolucci señala que muchos autores de la época definían a la juventud de los años sesenta como los poseedores de un “don”, la posibilidad de cambiar el mundo, de jugar y cambiar su papel en el escenario de su existencia, posibilidades que en el contexto analizado se vieron acrecentadas. En efecto, las potencialidades de transformación social parecían infinitas y, en el caso del discurso militante del FEN, se vinculan con la idea de una universidad ligada al pueblo, con la reivindicación de las luchas populares.

Respecto a los años sesenta y en cuanto a estas posibilidades de cambio y transformación, de comportamientos críticos y contestatarios, los autores señalan que después de 1968, ligado a los acontecimientos internacionales y el clima de contestación de la época, ambas juventudes –los universitarios y la juventud no académica– comienzan a asemejarse. La aspiración de los jóvenes a un cambio de las condiciones políticas y sociales era mucho más intensa, así como su predisposición a participar en actos de protesta de toda índole; y en cambio se agudizan las diferencias entre generaciones. Esto nos acerca a la idea de una “juventud” que irrumpe como sujeto indiferenciado que señalaba Casullo. De todas maneras creemos, con los autores, que este acercamiento entre ambas juventudes no significa la unificación de ambos universos, sino que simplemente implica algunos corrimientos y una acentuación de las diferencias generacionales que serían más marcadas en las clases media y superior (Allerbeck y Rosenmayr, 1979: 139).

Respecto a este cambio o quiebre que se dio a partir de fines de la década del 60, María Mancuso (2007) señala que precisamente en este período el marco internacional fue muy gravitante sobre la juventud, y más concretamente sobre la juventud universitaria ligada al movimiento estudiantil. Algunos de los hitos que pueden mencionarse en tal sentido estuvieron ligados a una serie de reivindicaciones vinculadas a una mayor participación estudiantil en los gobiernos académicos y una modernización de las estructuras universitarias; pero además muchas luchas trascendían el ámbito estudiantil, como las luchas raciales norteamericanas o el Mayo Francés, sumadas a episodios con un alto grado de violencia que se dieron en Brasil, México y Uruguay; además de procesos como la guerra de Vietnam o las luchas de descolonización, que destacan la violencia, la opresión, y la necesidad de transformación social. Todo ello influyó en los estudiantes argentinos en esos años, que se caracterizaron por la dura represión estatal y por grandes revueltas obrero estudiantiles, y llevaron a que los debates dentro del movimiento estudiantil comenzaran a centrarse cada vez más en la cuestión revolucionaria.

La idea de hacer este recorrido conceptual no tiene como objetivo traer a escena un debate teórico ni un exhaustivo análisis de los distintos posicionamientos, sino simplemente poner de manifiesto algunas características del imaginario de la juventud, específicamente su irrupción como figura en los años sesenta, vinculada sobre todo al énfasis en aspectos generacionales, en el caso de autores como Casullo, y a un clima mundial de movilización y radicalización de las juventudes, como destaca Mancuso. Pero también la visualización de marcadas contradicciones vinculadas a cuestiones de clase, como en el caso de Bartolucci y Bourdieu, que se engarzan con elementos de índole cultural, ideológica, familiar, etc.; y, por otro lado, la percepción de ciertos acercamientos en base al componente etario que no alcanzan a borrar diferencias sociales, en el caso de Allerbeck y Rosenmayr.

La percepción de juventud como espacio heterogéneo y contradictorio es la que más acentuadamente se plasma en el discurso del FEN, en base a una distinción entre juventud trabajadora y juventud universitaria que, en cierta medida, aparece como una distancia que se condena, como algo vergonzante, como algo que es necesario revertir, y que se vincula a una especie de error histórico de los jóvenes de clase media de haber andado otros caminos y la necesidad de acercarse a los carriles de la “realidad” por los que transita la juventud trabajadora y la clase obrera en general. Lo interesante de la posición del FEN es, precisamente, que más allá de determinada dimensión generacional y de un imaginario de cambio social que impregna la idea de juventud, existen componentes de clase insoslayables a la hora de definirse a sí mismos como jóvenes.

Estudiantes, estudiantado y movimiento estudiantil

Respecto a la categoría de estudiantado también algunos autores señalan la dificultad de abarcar con ella un medio tan heterogéneo y de hablar de la “condición de estudiante” como algo unificado, homogéneo e integrado. Aunque, sin duda, ciertos elementos aglutinadores se ponen en juego a la hora de situarse socialmente como parte de un grupo. Por ejemplo, los estudiantes pueden tener en común prácticas, como es el caso del cursado de materias, sin que se pueda por eso concluir que comparten una experiencia idéntica y sobre todo, colectiva (Bourdieu y Passeron, 2006: 27-28). Y por otro lado, no es el espacio común donde se llevan adelante esas prácticas lo que le confiere a los estudiantes su carácter de grupo, ni la mera coexistencia en el espacio, sino el uso de ese espacio, regulado, ritmado, con sentido, etc. Bourdieu se pregunta si el solo hecho de adecuarse a las mismas reglas de derecho universitario, de estar sujeto a las mismas formalidades administrativas, de experimentar juntos la falta de espacio, sufrir las esperas, las exigencias del mismo programa, etc., alcanzarán como criterios para definir a un grupo entero y a una condición profesional. Y al respecto sostiene que un grupo que está en perpetua renovación, cuyos miembros difieren tanto por su pasado social como por su futuro profesional y que, al menos en su presente como estudiantes, no viven como una “profesión” o un “trabajo” la preparación para la profesión, es muy posible que se defina a sí mismo más por la significación y la función simbólica que le confiere a su propia práctica que por la unidad o la cohesión que puedan lograr en el ejercicio de la misma (Bourdieu y Passeron, 2006: 49).

Por otra parte, el autor sostiene que estos componentes simbólicos, si bien no resultan suficientes como para definir la condición de estudiante, sí resultan necesarios para los sujetos en tanto les permite reconocerse y situarse socialmente. Se trata sobre todo de actos, comportamientos, hábitos, por medio de los cuales el estudiante muestra ante los demás y ante sí mismo su status, sobre todo porque se encuentra en una condición transitoria y preparatoria, un proyecto de lo que será en el futuro: aspirantes a intelectuales, con un trabajo o profesión indeterminada, con una relación conflictiva con un futuro que es incierto e incluso ficticio, porque resulta impalpable, creándose a sí mismos como productores y reproductores) de cultura (Bourdieu y Passeron, 2006: 86).

En los primeros escritos que podemos encontrar de las agrupaciones LIM-TAU, cuando aún estaban en proceso de transformación hacia el FEN, aparece una caracterización del estudiantado que lo define como un sector social con cierta indeterminación o con un status especial: parte de la cultura dominante pero no a su servicio, parte de la intelectualidad como aspirantes a intelectuales que son, con cierta independencia del sistema capitalista en tanto no son trabajadores al servicio de la producción, etc.

El estudiantado constituye un sector particular dentro de la sociedad capitalista, pues está encajado dentro de las instituciones que constituye la superestructura cultural del régimen, la que forma los profesionales liberales que el sistema requiere, sus técnicos e investigadores, los cultores de la “intelligentzia” burguesa en todos los terrenos. Les corresponde lo mismo y durante el período que son estudiantes, un status especial: están sí, dentro de la intelectualidad del sistema, pero sin estar directamente a su servicio como modo de subsistencia. Es por ello que tiene una doble forma de desapego a la clase de la que proviene. Primero por ser un intelectual, delante del cual desfilan todas las concepciones del mundo y la crítica, y segundo, por no soportar en forma directa la presión de la objetividad que engendra la mentalidad del “tendero”, es decir, la concepción pequeñoburguesa del mundo (…) Su independencia (mientras es estudiante) de las relaciones de producción del régimen capitalista, le confiere dentro de la intelectualidad, paralelamente, un notable grado de independencia política…[3]

Aparece una distinción, que ya habíamos señalado, entre el estudiantado como categoría social más amplia vinculada a todos aquellos que atraviesan la experiencia de “pasar por la universidad”, y el movimiento estudiantil, que es aquel segmento del estudiantado vinculado a una activa participación y militancia ligada a cuestiones académicas, pero también, en el caso concreto del FEN, que exceden ese marco de lo meramente reivindicativo para dar paso a una mayor politización (Sarlo, 2007: 87-91), es decir, a una acción que es inescindible de la política y la realidad nacional, y que, en el marco epocal en el que estamos centrados está ineludiblemente ligada a la cuestión del peronismo. De esta manera, el estudiantado aparece como aquel sector al que se dirige el discurso, integrado por aquellos que aún no se han sumado a la lucha, o bien, que aún no han sido capaces de comprender al movimiento obrero y a su forma de expresión, el peronismo. Se trata, de este modo, de ejercer una función de persuasión, hacia el estudiantado indiferente o que se mantiene fuera del juego de la militancia estudiantil, o alejado del compromiso con la lucha popular, mientras que, por otro lado, quienes enuncian el discurso se ubican como parte del movimiento estudiantil “en proceso de nacionalización”, “comprometido con las luchas populares”.

Esto condice con la distinción entre los estudiantes universitarios como grupo social, en el sentido de aquellos que poseen acreditaciones para pasar por el proceso social del conocimiento enmarcado y organizado por la institución universitaria, de lo que es el movimiento estudiantil. Según Miguel Talento (2007), éste supone una lógica de “movimiento social”, un grado de identificación con determinados objetivos, una lectura de la realidad y una concepción común de la sociedad y la institución específica de la universidad, y un marco mínimo de reivindicaciones, además de trabajar para tornar “crítica” y no meramente natural una práctica cotidiana, en sentido gramsciano.

La existencia de reivindicaciones de elementos que afectan a su condición de estudiantes universitarios, producto de la lectura que realizan éstos en el marco específico de la institución y la construcción de una identidad, son centrales para que se constituyan como movimiento estudiantil universitario. Se asume esa identidad con relación a la situación social o institucional en la que se encuentra y, a partir de ahí, sobreviene la generación de una acción colectiva como sentido para corregir, modificar o transformar una realidad que aparece a los ojos de ese actor como una entidad negativa a sus intereses.

Aparece en esta instancia y vinculada al tema de la distinción entre reivindicaciones puramente académicas y la política nacional, la polémica, dentro del movimiento estudiantil, entre los sectores que pretendían mantener el debate en el plano reivindicativo y en el ámbito académico y los sectores que planteaban que debía politizarse el debate, salir de esa isla y vincular estas cuestiones universitarias, que eran sentidas de cerca por los estudiantes, con la realidad política de ese momento en la Argentina.

En los primeros documentos de la agrupación se ve reflejada la idea de cómo combinar los agrupamientos reformistas con aquellos que no se movían por esta lógica, y sumar así la reforma universitaria a la lucha popular, desarrollando una estrategia donde el estudiantado no se movilizara solamente por reivindicaciones sectoriales sino por la situación general, y resultara en una aproximación de acción nacional. En un principio, se trataba de ir a buscar ese encuentro, desde una posición que aún era una cuestión vinculada a lo que los mismos protagonistas denominaban nacionalización, y no una pertenencia. En esta línea, la nacionalización implicaba la comprensión del peronismo y de su trayectoria de lucha:

Es un deber de los estudiantes argentinos analizar el proceso histórico de lucha de nuestro Pueblo y así interpretar el cúmulo de sus necesidades, sentimientos y grado de conciencia real para integrarnos a dicho proceso en la perspectiva de apuntalar las actuales y futuras luchas por la Liberación Nacional y Social de nuestra patria.[4]

La categoría de movimiento estudiantil permite, por una parte, dar cuenta de un conjunto de intereses compartidos, ligados a la lucha por ciertas reivindicaciones universitarias, y también a aquellos sectores que consideran que esa lucha puede exceder el marco de la institución en la que surgen, en un proceso de creciente politización y ligazón con las luchas de otros sectores de la sociedad, como es el caso del FEN. Y, por otra parte, encierra heterogeneidades en tanto comprende diferentes corrientes ideológicas, estrategias, luchas de poder, etc.

Esta diversidad tiene que ver también con trayectorias, experiencias, orígenes sociales, etc. De ahí la relevancia, en este sentido, de las consideraciones de clase en este campo, tal como lo mencionábamos respecto a la juventud. Tomando en consideración los orígenes sociales, el FEN siempre distinguió al estudiantado como un sector social proveniente, en su mayoría, de las clases medias y ligadas a una ideología antiperonista. Pero también es permanente en su discurso la prédica por una autocrítica respecto a posiciones albergadas en el pasado, por un abandono del antiperonismo, y un reencuentro con el movimiento obrero peronista.

Es fundamental analizar la situación objetiva del estudiantado, como sector social que, al igual que todos los sectores afectados por el proceso de monopolización, se halla en crisis. El paulatino empobrecimiento de la clase media, de donde provienen la mayoría de los estudiantes, contribuye a esa situación. Pero lo que interesa recalcar aquí, en lo que atañe al encuentro del movimiento estudiantil con el movimiento obrero y popular, es la superación de los límites del reformismo en lo que hace a un aspecto esencial para los trabajadores argentinos: el peronismo.[5] [Las cursivas son nuestras]

Incorporar aquí estas conceptualizaciones teóricas en torno a la noción de estudiantado nos ha permitido destacar algunas características que están presentes en las reflexiones de los autores, y que a su vez aparecen en el discurso del FEN. El estudiantado, es entendido así no como un colectivo homogéneo sino como una heterogeneidad de procedencias de clase, de posiciones ideológicas, de grados de compromiso social, de intervención política. Pero también aparece una necesidad de construir una identidad en tanto estudiantes tomando ciertos elementos simbólicos, como una experiencia común, prácticas y vivencias compartidas, etc. Y, por otra parte, se presenta como parcialmente ligado al sistema dominante, lo cual le otorga cierta autonomía de conciencia, le abre posibilidades de transformación social, de incorporarse a un proceso de movilización y politización creciente excediendo su mera posición de estudiantes para ser parte de un movimiento.

El discurso del FEN hace hincapié en ello, en la idea de formar parte de un colectivo más amplio, ligado a las luchas populares. De manera que prevalece en el discurso la función persuasiva, y la argumentación gira en torno a tres cuestiones: pasar de una actitud pasiva a la movilización, de pasar de lo meramente reivindicativo a una lucha más vasta, nacional y popular, y pasar de posiciones reformistas o ultraizquierdistas a lograr un frente nacional, que es la línea que impulsa el FEN. De algún modo el discurso apuntaba a acercar a los distintos sectores del estudiantado, así como también a las dos juventudes, incorporando a todos a la luchas del pueblo.

En definitiva, intentaba aglutinar, homogeneizar, sumar voluntades a la propia causa, lograr la confluencia de los distintos sectores dentro del estudiantado y de las distintas corrientes dentro del movimiento estudiantil, convergiendo hacia el movimiento obrero, para formar parte de él.

El FEN como tendencia estudiantil se plantea la confluencia efectiva de los estudiantes a esas luchas. Esta confluencia deviene de la toma de posición del estudiantado que, como parte del pueblo, enfrentan a los enemigos que avasallan nuestra economía, nuestra soberanía política y nuestra cultura. [Las cursivas son nuestras][6] 

Sin embargo, esta cuestión de la homogeneización dentro del movimiento estudiantil y de la convergencia con el movimiento obrero es retomada, desde otra perspectiva, por Pablo Bonavena (1998). El autor critica no sólo a las teorías que intentan una aproximación abstracta al movimiento estudiantil, sino también a aquellas agrupaciones que basaron sus estrategias de acción en el mismo proceso idealista de acercamiento al movimiento obrero como un objeto abstracto, al movimiento obrero ideal, construido “a la medida de las fantasías populistas del movimiento estudiantil”, en términos del FEN. Es decir que el autor critica, por un lado, la esencialización (en el sentido de abstracción, de cosificación) del movimiento estudiantil, que al captarlo como esencia lo pierde, justamente, como “movimiento real”, y por otro lado, la homologación entre movimiento estudiantil y movimiento obrero en base a su tratamiento como objetos abstractos, conceptuales, esto es, como “esencias” que sufren idénticas metamorfosis. De allí que la unidad obrero-estudiantil sea apriorísticamente considerada como una necesidad abstracta y no como resultado del trabajo humano subjetivo.

El FEN, precisamente, concebía el proceso de acercamiento al movimiento obrero como un tránsito que se vincula con lo que los actores postulan como la necesidad de cuestionar esa mirada europeísta típica de la universidad y la intelectualidad, que había llevado a la incomprensión de la especificidad del peronismo. Es aquí donde los protagonistas relatan que empezó a tomar forma el acercamiento al peronismo porque “nosotros no llegábamos”, porque “nosotros veníamos de un lenguaje de izquierda nacional, si querés universitaria o marxista, Gramsci, qué se yo (…) y veíamos que el movimiento universitario en sí mismo se agotaba y no tenía buen destino, que había que anclarse en la gente”[7]. En otras palabras, porque, según su autocrítica, en nombre de un proletariado platónico y abstracto, el de los libros de Marx, los intelectuales de la izquierda argentina habían sido incapaces de reconocer al proletariado real, “un proletariado grosero, impuro y mal educado que desfilaba en alpargatas tocando el bombo”.[8]

Sobre todo, lo que los actores manifiestan es que ingresar sin escalas y de golpe en el peronismo era hacer elitismo, porque el estudiantado todavía no quería vincularse con este movimiento sino que persistía cierta idea de venir a salvar al pueblo, llegar para suplir esa falta de conciencia de la clase obrera. Pero este supuesto fue cambiando gradualmente y en gran parte la posición del FEN era la que alentaba esta posición crítica respecto a no tratar de “cambiarle la cabeza a la clase obrera” y de cierta humildad respecto a ese “dejarse transformar”. En este sentido, la agrupación explicitaba una posición de movimiento de masas de “acompañamiento” del peronismo, de priorizar esta opción por encima de proyecciones vanguardistas, de destacar la especificidad de su origen universitario posicionando la lucha estudiantil como parte de la lucha nacional, etc.

La ubicación que dimos a la lucha universitaria como parte de las luchas y reivindicaciones populares […] Unirnos con los trabajadores se convirtió en un imperativo.[9]

Emerge hoy un estudiantado que cobra conciencia cada vez más profunda de su condición de pueblo.[10]

En 1971, ya logrado el contacto con Perón en el exilio a través de uno de sus líderes, el FEN-MBP adquiría preponderancia como fuerza política para entrar finalmente al peronismo, a partir de la OUTG y tomando distancia de la Tendencia Revolucionaria (cada vez más hegemonizada por Montoneros). Hasta aquí llega su vida como tal, licuándose luego en lo que constituyó el Trasvasamiento.

Sin duda estos procesos están atravesados por lo que Mario Toer caracteriza como el “drama del movimiento estudiantil”, es decir, el hecho de imaginar un proyecto de universidad y de país que le dé un lugar al movimiento obrero mayoritariamente peronista, y a su vez las limitaciones históricas que no posibilitan esa convergencia, y que sobre todo en la década del sesenta se traducen en la reticencia de la clase obrera a ubicarse en los términos imaginados por el movimiento estudiantil (1988). Sin embargo, creemos que, de alguna manera, el proyecto del FEN se presentó como un intento de superación de este “drama”, en el sentido de no ir en busca de un movimiento obrero a la medida de la imaginación del movimiento estudiantil, sino, en sus palabras, “aceptarlo tal como era”.

Creemos que el discurso del FEN se construyó en torno a la identidad militante, por lo cual exaltó la figura del joven militante, del estudiante comprometido, así como la ubicación de las luchas universitarias dentro de las luchas populares. También se configuró en torno a un carácter altamente polémico y crítico respecto al sistema político en general y universitario en particular, en un marco contestatario, e inscribió ese discurso dentro de un clima de época caracterizado por la idea de cambio revolucionario y las posibilidades de transformación de una sociedad injusta.


  1. Testimonio de Catalina, recogido por Ángeles Anchou, durante el período abril 2005-julio 2006 (Anchou, 2007).
  2. Bartolucci se refiere a textos como el de Ochoa Campos (1973), Palenque Carreras (1970 y 1967) y Thenon (1961)
  3. “Declaración de Principios de TAU”. Buenos Aires: TAU, 1965, p. 6.
  4. “Por un 17 combativo…”. Buenos Aires: FEN, 1969.
  5. “Periódico del FEN…” FEN, Buenos Aires, 1970. Pág. 6.
  6. “A los compañeros estudiantes y al pueblo de Córdoba”. Córdoba: FEN, 1968.
  7. Testimonio de Catalina, entrevistada por Anchou (2007: 45)
  8. Se trata de una frase de Ernesto Sábato. Citado en Altamirano ( 1997: 9)
  9. “Otro golpe presente y de nuevo el pueblo ausente”. Córdoba. 1970.
  10. “Periódico del FEN…”, Nº 1. Buenos Aires: FEN, 1970.


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