Encarnar la investigación: cuatro anécdotas sobre mis vínculos con la medicina
Hija
Aún guardo vívidas las imágenes de cuando, allá por los ´90, pasaba ratos en el laboratorio de análisis clínicos en el que trabajaba mi mamá. El laboratorio estaba adentro de un sanatorio privado de San Miguel de Tucumán. Dada la intensidad del trabajo, mi madre intentaba no llevarme, pero a mí me gustaba ir, así que le insistía para pasar algunos momentos allí con ella. Lo que me gustaba era estar adentro del laboratorio y no en los pasillos del sanatorio donde se veía gente enferma, ya sea sentada esperando que la atiendan o pasando en sillas de ruedas o camillas. No me gustaban sus gestos de dolor ni las expresiones de angustia de los y las familiares. Pasaba rápido por los pasillos para llegar al laboratorio que, en parte, era otro mundo. Todo me llamaba la atención: las mesadas blancas, las luces frías que intensificaban los colores fuertes de “los reactivos”, las Placas de Petri, los tubos de ensayo, todos los aparatos, especialmente el que “centrifugaba” pero más aún, el microscopio. Me pasaba largos ratos mirando por el microscopio esos puntitos violáceos y más blanquecinos de apariencia gelatinosa. Con cariño, mi madre y sus colegas me explicaban lo que era la sangre, las plaquetas, los glóbulos rojos y blancos. Recuerdo un clima de trabajo amable y demandante, recurrentemente marcado, a veces sobresaltado, por los pedidos de médicos y médicas. De guardapolvo blanco, con aspecto impecable, abrían de golpe la puerta y, en pocas palabras, amables, pero seguras y asertivas, indicaban a las bioquímicas lo que necesitaban y/o preguntaban por los resultados de análisis pedidos.
Los médicos y médicas que trabajaban con mi mamá transmitían seguridad, como si errar no estuviese dentro de las posibilidades. Su presencia parecía poderosa. A veces también arrogante y enigmática. Nunca sentí deseos de ser como ellos y ellas, ni siquiera me gustaba cuando entraban al laboratorio. Sin embargo, sentía admiración y saberles cerca, saber que trabajaban con mi mamá, me hacía sentir segura, protegida. El tiempo y mis propias experiencias con la medicina me harían matizar, incluso transformar, estas sensaciones.
Paciente
Si mal no recuerdo, empecé a ser una “paciente autónoma”, es decir, alguien que va a la consulta médica por sus propios medios, cuando fui al consultorio ginecológico. Tenía veinte años y mis experiencias sexuales habían sido todas lésbicas. Por ese entonces, llevaba poco tiempo “fuera del closet” y apenas hablaba con mi entorno sobre mi sexualidad, mis amores y deseos. Hacer una consulta en ginecología había resultado algo obvio para mis amigas heterosexuales, casi una consecuencia de haber comenzado a tener relaciones sexuales con hombres cis. En mi caso, no se entendía muy bien para qué ir. Lo que más me impulsó fue el antecedente oncológico de mi madre, quien tuvo un cáncer de ovarios del que se recuperó. El cáncer era algo que me asustaba y pensé que yendo regularmente al médico lo podía prevenir. Saqué turno y fui sola. Por ese entonces tenía una prepaga que pagaba mi padre. Estaba nerviosa y tenía miedo. El médico me preguntó mi edad, ocupación, si tenía pareja y cómo me cuidaba. Le dije que tenía novia y que no utilizaba métodos anticonceptivos. Tenso, me preguntó por mis antecedentes familiares. Le conté del cáncer de mi mamá y también del cáncer de útero de mi abuela. Anotó en la computadora, no preguntó más nada. Pasó a explicarme lo que era un Papanicolaou y a decirme que me lo tenía que hacer. Me dio una bata, me indicó donde estaba el baño. Me dijo que no deje la ropa interior en el piso porque había bacterias. Sin explicarme mucho más me pidió que me acueste en la camilla. Luego me dio una palmada seca en la pierna y me dijo “relajada, como si estuvieses tomando sol”. Me hizo el Papanicolaou. Luego, me dijo que por mis antecedentes oncológicos era recomendable hacerme una ecografía transvaginal. Salí del consultorio con una sensación sumamente extraña. No me había sentido a gusto, pero también sentía que finalmente había hecho lo que tenía que hacer: lo mismo que hacían mis amigas y cuidarme del cáncer.
Me hice la ecografía, busqué los resultados, pero cambié el médico. Fui con una médica. Los resultados: normales. “Volvé el año que viene”, me dijo y volví puntualmente al año. Me hizo el Papanicolaou y me pidió de vuelta una ecografía transvaginal, pero le agregó la mamaria. Me hice todo y volví al consultorio: “está todo normal, venite a control el año que viene”. Luego de hablar con una amiga lesbiana, al tercer año decidí cambiar nuevamente de médica e ir a la que iba ella, una médica “amigable”. Y realmente fue amigable, me preguntó por mi novia, por mis estudios, trabajo, familia y vida en general de un modo empático. Aunque, al igual que en las consultas anteriores, me hizo el Papanicolaou y volvió a indicarme las ecografías transvaginal y mamaria.
Por la indicación médica y el miedo al cáncer, durante seis años, es decir, desde los veinte a los veintiséis años de edad, me realicé ambas ecografías de modo regular. Luego, a partir de información que encontré por mis medios, decidí no volver a hacerme esos estudios hasta cumplir por lo menos los treinta y cinco años.
Activista
Junto con otros y otras activistas, en el 2008 comenzamos a darle forma a lo que en 2009 se llamaría “Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto” (LyF) y a su principal proyecto, la línea telefónica “Aborto: más información, menos riesgos”. Nuestros objetivos principales eran sumarnos a la lucha por la legalización del aborto, la democratización de la información respecto del aborto medicamentoso y, con ello, favorecer el acceso a métodos de aborto seguros. A través de la línea difundíamos información sobre el uso del misoprostol, un medicamento para realizarse abortos de manera segura hasta la semana doce de embarazo. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud había publicado en el 2003 una guía llamada Abortos sin riesgos, esa información no circulaba ni en espacios activistas, ni centros de salud o espacios educativos. Lejos de eso, difundirla era sospechado de delito.
Antes de lanzar la línea telefónica de manera pública pasamos por un intenso proceso de formación. Los temas centrales fueron el uso del misoprostol, los derechos que competen a las y los pacientes, así como las obligaciones éticas y legales de los equipos de salud. También aprendimos sobre anticoncepción. Aunque la formación más radical llegó con la atención de la Línea y de la mano de las mujeres que llamaban. Con el tiempo escuché a cientos de mujeres cis contar sus experiencias respecto de sus embarazos no deseados. Sus vivencias eran variadas, así como lo eran los contextos y recursos con los que contaban. Escuchándolas aprendí sobre el funcionamiento encarnado (no apriorístico) de los métodos anticonceptivos, o sea, sobre la distancia que separa la información sobre su uso y las tantas cosas que pueden ocurrir en su uso. Escuché lo que muchas mujeres cis sintieron con los embarazos no deseados y, en algunos casos, cómo fueron sus experiencias en los abortos. También pude oír múltiples experiencias de mujeres cis de distintas edades, clases sociales, ubicación geográfica, con el sistema de salud, especialmente con los servicios de ginecología. Buena parte de ellas narraban situaciones de maltrato médico, tanto psicológico como físico. En algunos casos, los niveles de violencia que escuchamos fueron aterradores. Otras pocas contaban experiencias positivas, en las que “sus” ginecólogos o ginecólogas habían sido más o menos aliados.
En 2010 organizamos la primera jornada sobre uso de misoprostol en el Primer Nivel de Atención dirigida a equipos de salud. La convocatoria fue notable, los cupos se agotaron a las pocas horas de lanzada su difusión. Quienes más concurrieron fueron médicos y médicas generalistas, trabajadoras sociales y profesionales del campo psi. El activismo en relación con el aborto me hizo conocer parte de la heterogeneidad del sistema de salud, en general, y de la medicina en particular. Inclusive pude ver cómo el ejercicio médico puede tomar la forma de una trinchera para quienes la ejercen: adentro de ese campo tienen lugar prácticas sumamente variadas y a veces en disputa. Con el tiempo, desde LyF, fuimos estrechando vínculos con ciertas organizaciones profesionales de médicos y médicas generalistas, con residencias de trabajo social y con organizaciones sociales.
En 2011 publicamos Todo lo que querés saber sobre cómo hacerse un aborto con pastillas, un manual elaborado desde una perspectiva de educación entre pares y redactado en un lenguaje directo. Hicimos dos ediciones, cada una con una tirada de diez mil ejemplares impresos. El archivo en formato digital estuvo disponible en la web desde el primer momento y obtuvo, hasta donde pudimos contabilizar, más de cien mil descargas en los primeros meses. La experiencia de la línea telefónica y del manual fueron sumamente desafiantes y gratificantes. Ambas supusieron maneras de quebrar las barreras que nos separan y alejan de la información supuestamente “médica”. También un modo de entender que “lo médico” no necesariamente es distante, difícil o inalcanzable.
El activismo en LyF marcó un antes y un después en mi vida, así como un antes y un después en mi modo de entender el ejercicio de la medicina. Posteriormente, a veces sola y a veces con compañeras y compañeros, investigué y escribí sobre aborto, activismo, sistema de salud y formación médica (Mines Cuenya, 2015; Mines Cuenya y Rodríguez, 2011; Mines Cuenya, Villa, Rueda, y Marzano, 2013). El aborto estará presente en esta tesis más a partir de esta experiencia, es decir, como una vivencia que ha dado forma a supuestos sobre el sistema de salud local, la medicina y la autonomía corporal, que como tema de investigación específico. Esta decisión se debe a distintas cuestiones. La principal se vincula con la configuración actual del aborto como asunto sanitario, específicamente en la Ciudad de Buenos Aires: por lo menos desde 2013, su abordaje excede a los servicios de ginecología, especialidad analizada en esta tesis. Asimismo, lo que se hace y deja de hacer en los consultorios ginecológicos guarda relación con la coyuntura política, con la labor de las redes feministas de acompañamiento, con la proliferación de colectivos sociales y políticos que emiten información sobre aborto con medicamentos y, sobre todo, con el rol que desempeñan médicos y médicas generalistas y trabajadoras y trabajadores sociales en los servicios de salud. Por ello, creo que la relación de las prácticas ginecológicas con el aborto requiere de investigaciones que abarquen coordenadas específicas, amplias y distintas a las propuestas en esta tesis.
Profesional
Desde el 2014 trabajo como docente en la carrera de Medicina de la Universidad Nacional de la Matanza (UNLaM) en un escenario curricular llamado Aprendizaje Basado en Problemas. En este marco me reencontré con distintas personas que conocí durante las actividades llevadas a cabo en el marco de LyF. El diseño curricular de esta Carrera supone cambios estructurales respecto de la propuesta académica llevada adelante por los currículos “clásicas” como, por ejemplo, el de Carrera de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Algunas de sus diferencias se vinculan con las maneras en las que se enseñan los contenidos otrora “biomédicos” y “clínicos”, los cuales no son solamente impartidos en abstracto mediante el dictado de clases teóricas, sino también comprendidos a partir de problemas y casos clínicos específicos. Asimismo, las prácticas en servicios de salud tienen lugar desde el primer año de cursada llevándose a cabo, primero, en centros de Atención Primaria y, a partir de cuarto año, en ámbitos hospitalarios. Durante los cinco años que llevo trabajando en esa institución, he interactuado con docentes médicos y médicas de distintas especialidades y he escuchado anécdotas de distinto tipo sobre su trabajo. Me frustré y enojé con su arrogancia, pero también conocí de sus frustraciones pudiendo entender que, en no pocos casos, la labor médica puede consistir en un trabajo solitario y cuesta arriba, que demanda mucho esfuerzo. También me he encontrado con médicos y médicas pensando sobre el futuro del ejercicio de la medicina y reflexionando con apertura y ganas sobre nuestra labor docente en el proceso de formación médica.
En 2018 el Instituto Universitario del Hospital Italiano comenzó a dictar una Carrera de Medicina cuyo diseño curricular se inspiró en el de la Universidad Nacional de La Matanza. Desde su inicio, trabajo como docente en una unidad académica llamada Atención Primaria Orientada a la Comunidad. En este espacio docente también he podido trabajar en interactuar con médicos y médicas de distintas especialidades, aunque principalmente con quienes se dedican a la medicina familiar.
Estas experiencias docentes me han ubicado por dentro de procesos de formación de futuros médicos y médicas, en una posición de cercanía, sumamente desafiante, que ha agregado matices y dimensiones a mi modo de entender e interactuar con el campo médico.
Buena parte del trabajo de campo realizado durante la investigación que da lugar a esta tesis se llevó a cabo durante mi último año como parte del colectivo de LyF y en paralelo a mi trabajo docente de la Carrera de Medicina de UNLaM. El recorrido señalado en este prefacio supone un intento por situar y, sobre todo, por “encarnar” (Haraway, 1995), el proceso de aproximación y de configuración de los objetos que se analizan en esta tesis.