En esta sección voy a presentar algunos de los antecedentes teóricos e investigativos en los que se inscriben los conceptos principales que dan lugar a esta la tesis. Voy a comenzar con las discusiones en torno a lo ontológico para luego reponer algunos aportes, enfoques y análisis en torno a la medicina y su relación con las normas. Por último, voy a reponer aportes que considero fundamentales en torno las corporalidades, el género y el sexo, el cisexismo y la heterosexualidad, su relación con la medicina y las normas de género.
Discusiones en torno a lo ontológico
Al plantear el problema de esta investigación en términos de ontologías, propongo retomar un problema central para la sociología: la cuestión de la naturalización de las cosas que asumimos como tales. En este caso, me propongo investigar los modos en los que la medicina produce ontologías corporales y los efectos de éstas en los quehaceres de la medicina.
Siguiendo Descola (2016), interrogarnos por las ontologías implica orientar a los estudios sociales hacia reflexiones elementales que nos llevan a interrogarnos por las realidades que asumimos. Pues, tal como señalan Harris y Robb (2012), las consideraciones ontológicas tienen la capacidad de conectarnos con nuestros juicios sobre lo “real” y lo “natural”.
Preguntarnos por las ontologías corporales supone un esfuerzo por hacer de algo que forma parte de nuestra vivencia inmediata, permanente e innata, un problema. Indagar en los cuerpos en términos de ontologías supone la problematización de la idea de que las corporalidades son algo natural y dado que puede abordarse de manera acabada. Investigar cómo se conforman las ontologías corporales nos enfrenta a la multiplicidad y a la contingencia, a la apertura y a las infinitas conexiones que dan lugar a aquello que llamamos cuerpo.
Buena parte de las producciones que se interrogan en torno a lo ontológico han sido agrupadas en lo que se dio a llamar “giro ontológico”. A continuación, organizo parte de algunas de estas discusiones situando la pregunta de esta investigación en relación con este diverso, vasto y complejo campo de estudio.
El giro ontológico y sus aperturas
Desde los ´90 en adelante, los trabajos y reflexiones que abordan lo ontológico han tomado protagonismo en las ciencias sociales. Siguiendo la propuesta de Ruiz Serna y Del Cairo (2016), podríamos pensar que las investigaciones y producciones teóricas agrupadas en lo que se dio a llamar “giro ontológico” traen consigo la problematización de algunas certezas en torno al mundo, los humanos, la cultura y la naturaleza —y sus efectos reduccionistas y etnocéntricos— forjadas en el seno del pensamiento moderno. Como señala Pedersen (2012), bajo el paraguas del giro ontológico conviven reflexiones teóricas, interrogantes y propuestas metodológicas diversas que se articulan en la inquietud compartida por los efectos, las aperturas y posibilidades que produce la desestabilización del binomio naturaleza/cultura, central en la ontología occidental moderna. Según Ruiz Serna y Del Cairo (2016), las producciones englobadas en el giro ontológico están atravesadas, justamente, por la pregunta por las realidades posibles a partir del torcimiento y desarme del binomio naturaleza/cultura como clave de comprensión y de aprehensión del mundo.
El giro ontológico no supone un cuestionamiento sobre los diferentes puntos de vista desde los que se mira una realidad, singular, dada. Esta propuesta no se limita a reconocer la diversidad de los modos de representar o puntos de vista desde los que se podría mirar al mundo. No se trata del reconocimiento de la univocidad de la Naturaleza frente a la multiplicidad de la Cultural, ni de la omnipresencia de un dominio ontológico universal frente a otro que sería particular o local. Tampoco consiste en desmenuzar la existencia de realidades dadas frente a otras instituidas, tal como pregonan los binomios cuerpo/mente o sexo/género. Al desarmar el binomio naturaleza/cultura como clave ontológica y al hacer de las ontologías un problema, se trata de problematizar el carácter unívoco, estático y esencial de la realidad, así como de la naturaleza. En este planteo es donde se inscribe el problema que da lugar a esta tesis.
Tal como señala Viveiros de Castro (2010), problematizar el binomio naturaleza/cultura implica desandar la “epistemología objetivista” que la modernidad occidental promueve y estimula como modo de mirar y estar en el mundo. Desde esta epistemología “la categoría del objeto proporciona el telos: conocer es ‘objetivar’, es poder distinguir en el objeto lo que le es intrínseco de lo que pertenece al sujeto conocedor y que, como tal, ha sido indebida o inevitablemente proyectado sobre el objeto” (Viveiros de Castro, 2010, p. 40). Esta epistemología, presente tanto en el llamado relativismo cultural o multiculturalismo, supone la existencia de “una diversidad de representaciones subjetivas y parciales, incidentes sobre una naturaleza externa, una y total, indiferente a la representación” (Viveiros de Castro, 2010, p. 54). Desde una epistemología objetivista, la representación supone la existencia de una cosa-en-sí que puede ser aprehendida, aunque sea parcialmente, por categorías que le son ontológicamente independientes.
Hacer de las ontologías un problema, aporte central del giro ontológico, nos lleva a problematizar el carácter unívoco de lo que asumimos como lo real y como lo natural. También nos interroga sobre la posibilidad de existencias ontológicas ajenas a los efectos semióticos aparejados a los modos de representarlas. Tal como señala Viveiros de Castro, no se trata de reconocer entidades auto-idénticas diferentemente percibidas o representadas. Se trata, por el contrario, de la proliferación de “multiplicidades inmediatamente relacionales” (2010, p. 56), semióticas y materiales, dinámicas y contingentes. Esto es lo que el mencionado autor llama la “lección indígena”: un doble quiebre, materialista y especulativo, que permite problematizar qué es lo humano y lo no-humano, dar lugar al análisis de los modos en los que humanos y no-humanos se relacionan, así como también al reconocimiento de la agencia de las cosas.
¿Es posible revisar la producción de ontologías modernas y occidentales en procesos cercanos, identificados como modernos y occidentales? Latour (2007) no solo dice que sí, sino que nos alienta a hacerlo. Al afirmar que “nunca fuimos modernos” pone en evidencia el carácter hibrido de los procesos que nos constituyen. Nuestro mundo, según este autor, se compone simultáneamente “por dioses, personas, estrellas, electrones, plantas nucleares o mercados, y es responsabilidad nuestra convertirlo ora en un ‘indisciplinado caos’, ora en un ‘todo ordenado’” (Latour, 2001, p. 30).
Tal como señala Descola (2012), en Occidente, el artificio naturaleza se ha constituido como un “dominio ontológico autónomo” sumamente eficaz y con diversos efectos políticos. Problematizarlo no se reduce a hacer un problema de sus fronteras respecto al orden de la cultura. Desarmarlo y abrir paso a mundos organizados de otras maneras supone no sólo una intensa labor conceptual, sino también una apertura material en la que tienen lugar diversas relaciones entre humanos y no-humanos” (Latour, 2009, p. 2). En sintonía con Descola, Strathern (1980) señala que no es posible dar un significado único a la naturaleza o a la cultura, pues no existen dicotomías ontológicas consistentes en sí, sino más bien, una matriz de contrastes. Esta matriz configura la columna vertebral de la metafísica occidental. Según Strathern, naturaleza y cultura operan persuasivamente de modo “encapsulado” y “encapsulante” constituyendo de manera permanente los contrastes recién señalados.
¿Cómo se ordenan y estabilizan nuestros mundos? ¿Cómo llegamos al punto de que aquello que llamamos naturaleza se nos aparezca como algo autoevidente y permanente? ¿Cómo se producen esas zonas ontológicas radicalmente distintas como las que corresponderían a la naturaleza y la cultura? Según Latour, la constitución de estos dos órdenes es resultado de dos tipos de prácticas: las primeras actúan por traducción, es decir, creando “mezclas entre géneros de seres totalmente nuevos, híbridos de naturaleza y de cultura”. El segundo, por purificación, o sea, produciendo “dos zonas ontológicas por completo distintas, la de los humanos por un lado, la de los no humanos por el otro” (Latour, 2007, p. 28). Mientras consideremos estos dos conjuntos de prácticas por separado estaremos favoreciendo la proliferación de existencias constituidas por ontologías modernas, aunque éstas se desarrollen inexorablemente a través de la producción de híbridos.
Tal como señala Descola (2012), hacer de lo ontológico un problema nos enfrenta a la pregunta por cómo son y cómo operan los principios con los que los seres humanos organizamos y hacemos nuestros mundos. Este autor nos propone hacer un esfuerzo “por comprender mejor los principios en virtud de los cuales los seres humanos esquematizan de manera tan diversa su experiencia de las cosas” (2012, p. 572). Interrogarnos por las ontologías supone, entonces, “una investigación sobre la manera en la que los humanos detectan tales o cuales características de los objetos y hacen mundos con ellas” (Descola, 2016, p. 176). Pues, las ontologías, en plural, “son los resultados estabilizados de instituciones más fundamentales acerca de lo que el mundo contiene y las relaciones que mantienen sus componentes humanos y no-humanos” (2016, p. 172).
No se trata de indagar en la naturaleza ni tampoco en las naturalezas, sino en la naturaleza contingente de la realidad. Preguntarnos por las ontologías conlleva abrirnos al mundo y sumergirnos en él, así como en la red de relaciones que le dan forma y significado (Viveiros de Castro, 2014). Esta propuesta supone una aproximación no esencialista de lo ontológico, es decir, no se trata de una realidad que debe ser abordada de otra manera. Se trata de desarmar lo real como sustancia estable y regular dando lugar a su carácter múltiple. La multiplicidad, tal como señala Viveiros de Castro, se trata de la “individuación como diferenciación no taxonómica, de un proceso de `actualización de lo virtual´ distinto de una realización de lo posible por limitación y refractario a las categorías tipológicas de la similitud, de la oposición, la analogía y la identidad. La multiplicidad es el modo de existencia de la diferencia intensiva pura, esa irreductible desigualdad que forma la condición del mundo” (Viveiros de Castro, 2010, p. 102). La multiplicidad, continúa, implica “la insumisión a cualquier monarquía ontológica” (2014, p. 174), es decir, a cualquier sustancialismo que constituya parámetros de organización de lo existente en términos trascendentales. Implica también “crear condiciones para que puedan suceder el mayor número de cosas posibles (…), aumentar el número de posibilidades en el planeta, en la vida” (Viveiros de Castro, 2014, p. 191). La proliferación de formas de vida diversas sería consustancial tanto a las perspectivas y miradas posibles de y sobre ella, como a la vida como forma de la materia. Esta propuesta se inspira en la “anarquía ontológica” de Hakim Bey (Bey, 1999; Williams, 2010). Esta supone “la ausencia de principio, de trascendencia, de comando, de unidad. El principio de no principio, una ontología plana. El mundo como multiplicidad y perspectiva” (Viveiros de Castro, 2014, p. 175).
Investigar la producción de las ontologías interfiere con la asunción de un mundo ordenado y singular y sugiere desestabilización, escrutinio permanente, revisión y análisis de objetos aparentemente estabilizados. Abrirnos a las ontologías y hacer de ellas un problema de análisis conlleva no sólo trastocamientos epistemológicos, sino también metodológicos (Tola, 2016). Por un lado, las categorías con las que pretendemos representar y analizar el mundo no reflejan ni se encuentran en el mundo material. Por otro, los objetos materiales que se nos presentan como acabados llevan inscrita premisas ontológicas que no se desprenden naturalmente de ellos y que requieren de nuestro análisis (Woolgar y Lezaun, 2013). El desafío metodológico consiste entonces no sólo en poner en crisis cualquier sistema categorial apriorístico e independiente sino también en la exploración de los modos en los que los objetos son hechos en las prácticas. Tal como señalan Woolgar y Lezaun (2013), los objetos existentes son realizados en el curso de actividades prácticas específicas. Cuando nos acercamos a eso, “se cristalizan provisionalmente realidades particulares que invocan la acción temporal de un conjunto de circunstancias” (Woolgar y Lezaun, 2013, p. 324).
Aportes de los Estudios Sociales de las Ciencias y la Tecnología
Un aporte proveniente de los llamados Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología que tendrá un rol destacado en esta tesis consiste en la vinculación productiva entre lo epistemológico y lo ontológico. Como señala Latour (1994, 2001), cuando problematizamos las ontologías, es decir, cuando hacemos de ellas un problema, nos enfrentamos a la necesidad de revisar la independencia de nuestras aproximaciones epistemológicas. Las categorías no son ajenas a las formas del mundo material, por el contrario, lo significan, le dan forma, lo moldean haciendo de su naturaleza algo inherentemente semiótico y material.
Los imaginarios sociales se cuelan en las preguntas de investigación, así como en las categorías que organizan y dan forma a los procesos de análisis científico (Fox Keller, 2000). Como señala Haraway (1995, 2004), los problemas de investigación resultan de complejos entrecruzamientos tan semióticos como materiales y tecnológicos. Todas las categorías, incluso las científicas, tienen efectos performativos, pues participan necesariamente de la configuración ontológica de aquello que suponen describir (Lykke, 2012; Tuin y Barad, 2012). Los esquemas categoriales con los que organizamos y entendemos nuestros mundos participan activamente en su producción. Para dar cuenta de lo señalado, Barad (2014) propone un concepto compuesto: “onto-epistemologías”. Este concepto, central en el desarrollo de esta tesis, me permitirá analizar las relaciones entre los modos en los que la medicina organiza sus campos y objetos clínicos, sus metodologías de abordaje y la producción de ontologías corporales.
Otro aporte de este campo de estudios es la problematización y análisis de las relaciones entre las prácticas médicas y científicas y las ontologías. La ontología, tal como señala Mol (2002, 2010), no viene dada en el orden de las cosas. Sin embargo, las ontologías, en plural, nacen, se sostienen y perecen en prácticas sociomateriales concretas y específicas. Barad (2007) propone pensar las prácticas científicas “por dentro” de las ontologías con las que trata y produce. Esta investigadora, dedicada a los estudios sobre física cuántica, indaga en los modos en los que los quehaceres científicos, los instrumentos con los que se realizan mediciones, así como los registros en los que se vuelcan datos, intervienen dando forma a eso que supuestamente se describe. La noción de “intra-acción”, propuesta por esta autora y recuperada en esta tesis, resalta los efectos productivos de los quehaceres científicos sobre los procesos materiales que se investigan.
Otro aporte de este campo de estudios que será sustancioso para esta tesis consiste en el análisis de las relaciones entre las prácticas y los objetos, así como en la revisión del estatus ontológico de estos últimos. Los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología han demostrado que los objetos no conforman ni se conforman como algo pasivo que se manipula. Por el contrario, éstos hacen, juzgan, limitan y dan forma: “en tanto que son construidos, ellos mismos construyen” (Lash, 1999). Los objetos establecen un abanico de posibilidades, así como unidades de medida y secuencias de clasificaciones posibles constituyendo, moldeando y significado a los procesos con los que se relacionan. Latour (1994, 2001, 2008) propone pensarlos como “mediadores”, es decir, como agentes cuya intervención produce efectos sobre ellos. Así, “el término ‘mediación’/‘mediador’, contrariamente al de ‘intermediario’, indica la existencia de un acontecimiento o la intervención de un actor que no puede definirse exactamente por sus datos de entrada y sus datos de salida” (Latour, 2001, p. 366). Con este concepto Latour intenta poner sobre relieve el Papel de la mediación en los embrollos onto-epistemológicos de las prácticas.
Recuperando los aportes de Henare, Holbraad y Wastell (2007), poner a los objetos en el centro de nuestras investigaciones, considerarlos como actores y pensar a través de ellos, conlleva la apertura de posibilidades para la emergencia de ontologías. Pensar a “través de las cosas” supone una aproximación abierta y heurística que predispone a la producción de supuestos teóricos plurales y emergentes. Implica pensar “cómo los objetos se hacen en prácticas relacionales múltiples, fluidas y más o menos desordenadas o indeterminadas, provisionales y específicas” (Law y Lien, 2013, p. 365).
Law y Lien (2013) proponen indagar en las composiciones “coreográficas” que tienen lugar en las relaciones entre objetos y prácticas. Éstas suponen un conjunto más o menos sostenido y coordinado de prácticas que se constituyen como tales en sus relaciones con objetos. Esta idea será retomada en el primer capítulo, en el análisis de las prácticas que tienen lugar en el campo de la ginecología, especialmente respecto de la regularidad de los controles ginecológicos.
Las nociones de “redes” y “asociaciones” provistas por los Estudios Sociales de las Ciencias y la Tecnología también serán fundamentales en esta tesis. Lo social, al igual que lo biológico, no conforman estados permanentes; son más bien resultados contingentes de los efectos de asociaciones entre humanos y no-humanos. Haciendo propio el planteo de Latour (2007), en esta tesis no se pretende dar cuenta de campos o entidades fijas y apriorísticas sino del funcionamiento de relaciones y asociaciones entre las prácticas médicas y los cuerpos.
Las distintas vinculaciones productivas y redes en las que las ontologías surgen y toman forma, conviven entre sí tramando conexiones más o menos parciales, de dependencia, complementariedad y también de inconsistencia (Mol, 2013b). Estas relaciones producen distintos tipos de efectos pudiendo potenciarse, solaparse, así como interferir entre sí. Como veremos a lo largo de la tesis, en el campo médico se conforman múltiples asociaciones y redes relacionadas con el surgimiento de ontologías diversas. Pero también se realiza mucho trabajo para dar coherencia y armonizar a los diferentes procesos, niveles y unidades corporales que su propia práctica produce y moldea como verdades, a veces exclusivas (Mol, 2013b).
Las ontologías, los cuerpos y la medicina
¿Se puede hablar del cuerpo en singular? Un cuerpo, ¿conforma una unidad? Según Harris y Robb “las personas nunca tienen una manera única y exclusiva de entender el cuerpo” (2012, p. 671). Pues éstos no son en abstracto, sino que existen en comportamientos materiales y prácticas específicas involucradas en la constitución de la realidad en determinadas circunstancias. Sin referirse de manera particular a las prácticas médicas, Tola (2012) propone hablar de los cuerpos como “regímenes de corporalidad”. Pues éstos conformarían resultados circunstanciales y cambiantes de “las manifestaciones, las combinaciones y los agenciamientos de personas que son pensadas como compuestas de extensiones corporales y componentes desterritorializados del cuerpo” (2012, p. 34).
¿Cómo se hacen los cuerpos de las mujeres cis en sus relaciones con la ginecología? ¿Cómo se hacen los cuerpos de los hombres cis en sus conexiones parciales con los quehaceres de la urología? ¿Cómo es la sexualidad en sus relaciones con las prácticas de la sexología médica? ¿Cómo funcionan y qué efectos tienen, por ejemplo, los métodos anticonceptivos y el Viagra? Siguiendo a Mol (2002), al interrogarnos por los modos en que las prácticas médicas abordan a los cuerpos con los que tratan, abrimos nuestros análisis a la emergencia de múltiples dimensiones que atraviesan y conforman las ontologías de los cuerpos. A través de la noción de “practicalidades” [practicalities] esta autora intenta, justamente, poner en primer plano la relación dinámica, productiva y co-constitutiva entre las prácticas médicas, los objetos, los cuerpos y sus procesos. Según Mol (2002), los cuerpos, los diagnósticos, así como las enfermedades no son hechos unilateralmente por el médico ni están determinados a priori por definiciones médicas. Éstos son, más bien, construcciones que se hacen en las vinculaciones entre médicos y médicas, pacientes, posibilidades y limitaciones institucionales, características de los consultorios, disponibilidad de equipos, utensilios, camillas, capacidad para realizar ciertos estudios, disponibilidad de medicamentos.
Si bien la medicina interactúa con realidades “complejas, caóticas y contingentes” (Savransky y Rosengarten, 2016), esta disciplina organiza y da forma a esas realidades adecuándolas a realidades unívocas y mecanicistas (Harris y Robb, 2012; Savransky y Rosengarten, 2016). A través de diversas prácticas asociadas a múltiples objetos, los quehaceres médicos homogeneizan, estabilizan y unifican procesos complejos, híbridos y contingentes reduciéndolos y adecuándolos a esquemas mecanicistas apriorísticos (Savransky y Rosengarten, 2016). Como señalan Harris y Robb, el modelo ontológico del cuerpo construido y utilizado en la medicina moderna es el de la maquina funcional: “cuando una parte del mecanismo se enferma el objetivo [de la medicina] es restaurarla en su funcionalidad original” (2012, p. 674). Cuando un tratamiento falla, la medicina no se repregunta por la naturaleza singular del proceso de salud y enfermedad, no se permite aprender de él y de sus particularidades. Por el contrario, responsabiliza a las circunstancias desfavorables de aplicación del tratamiento propuesto (Savransky y Rosengarten, 2016).
Savransky y Rosengarten (2016) problematizan los compromisos ontológicos sobre los que la medicina asienta sus supuestos. Esta propuesta implica suspender las verdades a priori respecto de las ontologías corporales y los modos regulares de abordarlas por parte de la medicina y nos invita a pensarla en un diálogo “especulativo” con los procesos y las cosas con las que se relaciona. O sea, a entender a la medicina como “arte pragmático de las consecuencias” (Savransky y Rosengarten, 2016, p. 166).
La medicina y las normas
En el apartado anterior he presentado un breve recorrido por las discusiones en torno a las ontologías, los cuerpos y la medicina. En este apartado me interesa recuperar herramientas analíticas que permiten pensar la producción ontológica y el ejercicio médico a la luz de las normas que los regulan.
Los cuerpos y la normatividad
En sintonía con lo planteado por Savransky y Rosengarten (2016) comentado en el apartado anterior, Canguilhem (2011) afirma que más que una ciencia propiamente dicha, la medicina es “un arte situado” en el que se entrecruzan aspectos técnicos y conocimientos teóricos de distintas disciplinas científicas. La medicina conforma un arte situado porque los procesos de salud y enfermedad que aborda se conforman de modo particular en cuerpos específicos sujetos a diversas dimensiones.
Si bien los métodos de abordaje clínico de la medicina no pueden, en última instancia, generalizarse, es decir, independizarse de las particularidades de los casos, los métodos clínicos se constituyen y organizan ubicando como eje la preservación y el restablecimiento del “estado normal” de los cuerpos. Autores como Canguilhem (2009, 2011), Le Blanc (2004) y Macherey (2011) señalan que los cuerpos humanos son dinámicos, particulares y contingentes, resultado del entrecruzamiento de distintos tipos de normas.
Según Macherey (2011), los cuerpos están sujetos a procesos “normativos”. Son regulados por normas que, si bien los anteceden, sólo tienen lugar en sus efectos. La idea de normatividad señala también la simultaneidad de los procesos normativos: su despliegue produce efectos ontológicos sobre los cuerpos y, al mismo tiempo, esos efectos dan forma al funcionamiento concreto de las normas. Como veremos en el primer capítulo, la relación de las mujeres cis con los controles ginecológicos tiene carácter normativo y los efectos concretos de esas regulaciones, es decir, los modos en los que cada una de esas mujeres lleve adelante sus controles ginecológicos, están sujetos a las condiciones múltiples singulares y contingentes de cada una de esas mujeres.
El carácter consustancial e inmanente del funcionamiento de las normas, forma parte de las coordenadas teóricas en las que se inscribe esta tesis. En el apartado que sigue, será recuperado para pensarlo específicamente en relación con el género y el modo en el que éste se relaciona con los cuerpos.
Los cuerpos y el funcionamiento normativo del género
¿Qué supone hablar de las normas de género? Estas normas, ¿cómo se hacen lugar en los cuerpos?, ¿cómo funcionan? Para Butler (2006), el género conforma una matriz a partir de la cual se modelan prácticas sociales que dan forma a los cuerpos. El género “es una forma de poder social que produce el campo inteligible de los sujetos y un aparato que instituye el género binario” (2006, p. 78). Su funcionamiento, así como sus efectos productivos, suponen su naturalización y la invisibilidad de su funcionamiento.
En sintonía con Macherey (2011), Butler piensa las normas de género como regulaciones que, por un lado, exceden y anteceden a los procesos singulares que regulan mientras que, por otro lado, sólo tienen lugar en sus efectos concretos, específicos e inmanentes. El género opera como norma en la medida en que tiene lugar en prácticas concretas; se re-idealiza y se reinstituye en y a través de rituales sociales diarios de la vida corporal. La norma “no tiene estado ontológico independiente; sin embargo, no puede ser fácilmente reducida a sus casos: ella misma es (re)producida a través de su incorporación” (2006, p 78). La norma es indisociable a sus efectos, “no es externa al campo de su aplicación (…), sino que se produce ella misma en la producción de aquel campo” (2006, p. 83. Cursivas en el original).
Butler también asigna a la negatividad de la norma un rol preponderante. Desviarse de las normas del género “es producir el ejemplo aberrante que los poderes reguladores (…) pueden rápidamente explotar con el fin de reforzar las razones fundamentales para la continuidad del propio celo regulador” (2006, p. 84). Sin embargo, la idea de funcionamiento normativo supone un despliegue dinámico; la norma no opera coaccionando a los procesos que se escaparon de su positividad, no supone la idea de re-institución de un orden previo, sino la idea de cambio y readecuación. Por eso, retomando la propuesta de Butler, supongo que allí yacen oportunidades para la emergencia de identidades, procesos corporales y existencias disímiles y divergentes respecto a la binariedad sexo-genérica constituida y regulada por las normas de género.
A lo largo de la tesis voy a analizar las relaciones entre los quehaceres de la medicina y las ontologías corporales atendiendo especialmente a las maneras en las que estas relaciones y sus efectos son regulados por las normas de género. Como veremos, estas regulaciones inciden en la permanente producción del sexo biológico en tanto realidad unívoca, binaria y originaria de los cuerpos, así como en la producción de cuerpos de “varón” y de “mujer” como naturaleza. Específicamente, voy a analizar los modos en los que las normas de género dan forma las relaciones entre las prácticas de la ginecología, urología y sexología médica y los cuerpos con los que trata en términos de heterosexualidad. Esta aproximación me permitirá analizar los modos en los que los cuerpos dan forma a los quehaceres médicos transformando la matriz de inteligibilidad y el campo ontológico regulado en términos cisheterosexuales.
Debates en torno a los cuerpos, el sexo y el género
En este apartado voy a reponer algunos debates provenientes de los estudios sociales sobre los cuerpos, haciendo énfasis en su dimensión sexo-generizada. Partiendo de la propuesta de Lash (2007), voy a referirme primero a algunos trabajos que enfatizan en el funcionamiento de regulaciones normativas ubicando a los cuerpos principalmente (aunque no únicamente) como efectos de esas regulaciones. Luego me referiré a las producciones que ponderan el carácter “activo” de los cuerpos. Por último, y a modo de cierre de los antecedentes teóricos en los que se apoya esta tesis, voy a referirme a algunos trabajos enmarcados en producciones feministas, la teoría queer y los estudios trans.
Las regulaciones corporales
De Lauretis (1989) y Butler (2006, 2007, 2008) abrazan la idea de que el sexo y el género constituyen dimensiones inescindibles en la configuración de los cuerpos. Además, ambas toman distancia de las teorías feministas que identifican el sexo y el género como términos fijos y estables correspondientes a la naturaleza y a la cultura. El género constituye una dimensión productiva que, lejos de describir realidades corporales, actúa, da forma y modela la materialidad de los cuerpos.
De Lauretis (1989), analiza el funcionamiento de “las tecnologías del género”. Esta autora afirma que “el género no es una propiedad de los cuerpos o algo originalmente existente en los seres humanos, sino el conjunto de efectos producidos en los cuerpos, los comportamientos y las relaciones sociales” (1989, p. 8. Cursivas en el original). Además, propone pensar al género como producto de un conjunto de tecnologías sociales, de aparatos tecno-sociales o biomédicos.
Butler retoma de Foucault (2002) la noción de sexo como “ideal regulatorio”. Propone pensar al género como dimensión constitutiva de una matriz de inteligibilidad cultural heterosexual que antecede al sexo y que, de hecho, le da forma y sustrato. Mediante esta propuesta, impugna la posibilidad de pensar el sexo como un dato biológico dado y al género como el edificio cultural que se construiría sobre él. El género no sólo antecede al sexo, sino que opera como matriz productiva que construye cuerpos y deseos en correspondencia con un ordenamiento heterosexual (Butler, 2007).
Butler (2008) señala también que “los cuerpos sólo surgen, sólo perduran, sólo viven dentro de las limitaciones productivas de ciertos esquemas reguladores en alto grado generizados” (2008, p. 14). La diferencia sexual, es decir, las diferencias de los cuerpos que supuestamente hacen a mujeres y hombres no deberían tratarse como datos estables y fijos, ajenos a procesos culturales y discursivos en los que tienen lugar. Para Butler, lejos de constituir un sustantivo, el sexo se materializa y re-materializa a través de procesos productivos que se llevan a cabo de manera incesante a lo largo del tiempo, haciendo de la materialidad de los cuerpos un efecto de poder. Eso es a lo que Butler denomina “perfomatividad del género”, es decir, de la repetición “mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra” (2008, p. 20). Estos aportes serán retomados en el capítulo cuatro en el análisis de las formas en las que la medicina produce el sexo como “dato semiológico” y los efectos de esta construcción sobre las prácticas clínicas.
Por último, quisiera referirme a los trabajos de Foucault. En su vasta obra podemos detectar investigaciones en las que se destaca el funcionamiento de tecnologías disciplinarias que ubican a los cuerpos como sus destinatarios, es decir, como efectos de regulaciones de distintos dispositivos (Foucault, 2012b). En otros trabajos, Foucault (1992) también abre la posibilidad abordar a los cuerpos en su dimensión activa, específicamente, en su ejercicio de “contrapoder”. Pues, el funcionamiento del poder sobre los cuerpos es relacional y dinámico; “de golpe, aquello que hacía al poder fuerte se convierte en aquello por lo que es atacado… El poder se ha introducido en el cuerpo, se encuentra expuesto en el cuerpo mismo” (Foucault, 1992, p. 112). El poder produce contra-efectos. A cada movimiento del poder le responde un nuevo movimiento de resistencia. Para Foucault, el poder y la resistencia no conforman momentos diferentes ni guardan una relación de exterioridad entre sí. Cuando en la Historia de la sexualidad afirma “donde hay poder hay resistencia” (2002, p. 116) se refiere justamente a ello. En su propuesta, la resistencia no conforma una sustancia, no es anterior al poder ni se le opone. Por el contrario, es “coextensiva y rigurosamente contemporánea de él” (Foucault, 2001, p. 161).
Los cuerpos activos
Buena parte de las producciones que enfatizan en la ontología vital y activa de los cuerpos humanos se inspiran en los trabajos de Nietzsche. Un ejemplo son los trabajos de Deleuze, para quien el cuerpo conforma, por un lado, una superficie de interacción de fuerzas planas, libidinales, equivalentes, y, por otro, el resultado de fuerzas sociales exteriores: el cuerpo “es el juego recíproco entre estas dos fuerzas que le confieren su forma y sus cualidades específicas” (Citado en Lash, 2007, p. 106).
Otras producciones que dialogan con la idea de cuerpo activo, son aquellas que se enmarcan en lo que Alaimo y Hekman (2008b) llaman “Feminismo material” [Material feminism]. Para estas autoras los cuerpos se constituyen de una “fuerza agenciada que interactúa y cambia con otros elementos componiendo un coctel que incluye a no-humanos” (Alaimo y Hekman, 2008, p. 12). En esta misma línea es posible ubicar los trabajos de las ya citadas Barad y Haraway, así como los de Hird (2012), quien analiza específicamente el proceso del metabolismo corporal, proceso en el que se entrecruzan de manera inescindible dimensiones sociales, tecnológicas, biológicas: el proceso digestivo desdibuja de manera activa las fronteras estables entre lo orgánico y lo inorgánico, lo interno y lo externo, así como entre lo vivo y lo muerto. Los minerales que introducimos en nuestros cuerpos al alimentarnos no estaban vivos y, sin embargo, nos dan vida. Algo similar hace Haraway (1978) cuando afirma que la vida de los cuerpos humanos no sería posible sino conviviéramos con millones de bacterias que trabajan de manera permanente en los procesos que hacen posible nuestro hálito vital. Por eso Haraway, irónicamente, afirma que cuando hablamos de nuestros cuerpos, más que referirnos a un “yo”, deberíamos referirnos a un “nosotros”. Pero nuestros cuerpos no son activos sólo porque convivimos con diferentes expresiones de lo viviente. Nuestros cuerpos son activos porque componen “una interfaz tecno-orgánica, un sistema tecnovivo segmentado y territorializado según diferentes modelos (textuales, informáticos, bioquímicos, etc.)” (Haraway y Goodeve, 2000, p. 162). Para Haraway (1995), el cuerpo es estructurante y activo; un agente y un recurso. En sus palabras, “los cuerpos como objeto de conocimiento son nudos generativos materiales y semióticos. Sus fronteras se materializan en interacción social” (1995, p. 345).
Aportes del feminismo, la Teoría Queer y los Estudios Trans para pensar las ontologías corporales
Desde distintas coordenadas, el feminismo, la Teoría Queer y los Estudios Trans han hecho aportes promisorios al problema de las ontologías corporales, especialmente en lo que refiere a los cuerpos sexuados y, en muchos casos, a su relación con la medicina. Entre sus aportes conceptuales y políticos, me gustaría destacar el análisis de las materialidades corporales y su relación con las biotecnologías, vínculo que será trabajado en varias ocasiones a lo largo de la tesis.
Como señala Fausto-Sterling (2006), sin bien los estudios feministas y de género han identificado críticamente la relevancia de la dimensión biológica para el abordaje de las corporalidades, no han avanzado hacia la elaboración de herramientas concretas para su análisis. El “cuerpo biológico” sigue siendo un campo de conocimiento ajeno para buena parte de los estudios feministas, focalizados en investigaciones en torno a las representaciones corporales. Al mismo tiempo, lo biológico se conforma como campo fecundo para la exploración y el desarrollo de investigaciones y políticas impulsadas por corporaciones biofarmacéuticas. Al igual que Cabral (2009) y que Haraway (1995, 1999), Fausto-Sterling alienta al feminismo a adentrarse, problematizar y disputar el terreno de lo biotecnológico, dimensión que resulta imprescindible para pensar lo que los cuerpos son, así como sus condiciones de existencia.
Tal como señalan Edelman y Zimman (2014), Haraway (1995), Stryker (1994) y Stryker y Whittle (2006), las existencias corporales suponen sucesivos pasajes por procesos biotecnológicos de transformación, moldeamiento y adecuación establecidos de acuerdo con los cánones de lo humano. Si sus efectos se corresponden con los parámetros normativos del género, las marcas de estos pasajes se mimetizan como parte de la naturaleza corporal. Sino lo hacen, darán forma a corporalidades marcadas por lo artificial, lo menos natural y menos verdadero.
Los Estudios Trans, como los recién citados, señalan que las nociones de naturaleza corporal constituyen al sexo como un dato innato de los cuerpos invisivilizando los efectos productivos de las permanentes prácticas que les dan forma de naturaleza. La constitución de los cuerpos como naturaleza unívoca y verdadera supone, como contracara, que los cuerpos que varían respecto de ella son menos verdaderos, más artificiales.
Un concepto clave para el análisis de esta distinción es el “cisexismo” (Serano, 2016). Este concepto, acuñado por la teórica y activista trans Julia Serano, pone de relieve los permanentes procesos productivos que tienen lugar en la conformación de los cuerpos cis, es decir, de aquellos cuerpos a los que al momento de su nacimiento se les asignó el mismo género con el que viven.
La noción de cisexismo permite traslucir los mecanismos de producción de la naturaleza no marcada de los sexos de “el hombre” y “la mujer” e indagar en los modos en los que éstos se producen materialmente, así como en las maneras en las que se invisibilizan las marcas de su producción. Si algo tienen en común los cuerpos cis y trans es que ambos son resultado de sus relaciones con las biotecnologías y los quehaceres médicos (Cabral, 2009; Maffía y Cabral, 2003; Shildrick, 2015; Stone, 2004; Stryker, 1994).
Según Serano (2016), el cisexismo supone un sistema de relaciones que constituyen a los cuerpos y géneros de las personas cis como superiores y más auténticos que los cuerpos de las personas trans. En palabras de Radi (2015), el cisexismo conforma “un sistema de exclusiones y privilegios simbólicos y materiales vertebrado por el prejuicio de que las personas cis [es decir, aquellas que no son trans] son mejores, más importantes, más auténticas que las personas trans”.
El concepto de cisexismo, como veremos, supone una herramienta central en el desarrollo de esta tesis. En efecto, uno de sus objetivos consiste en mostrar los modos en los que los quehaceres de la ginecología, urología y sexología médica se relacionan productivamente con los cuerpos con los que tratan, como veremos, mayormente de hombres y mujeres cis. El concepto de cisexismo también nos permitirá indagar en los modos diferenciales en los que las especialidades médicas analizadas se relacionan con las corporalidades, según sean cis o trans. Haciendo propias las palabras de Stryker, esta tesis supone un esfuerzo por irrumpir, desnaturalizar, articular y visibilizar los “vínculos normativos que en general asumimos como existentes entre la especificidad biológica del cuerpo humano diferenciado sexualmente, los roles y estatus sociales esperados para determinados cuerpos” (Stryker, 2006).
En los capítulos uno y dos voy a analizar ciertos aspectos de la relación de la ginecología y de la urología con los cuerpos trans. La salud trans, tal como señala Hanssmann, “implica un amplio rango de interrogantes políticos, estratégicos y conceptuales sobre muchas de las configuraciones de la biomedicina” (Hanssmann, 2016, p. 123). En el caso de la ginecología, la demanda de hombres trans conlleva la puesta en crisis de los parámetros cisexistas que la constituyen.
Según Edelman y Zimman, “mientras los modelos de la medicina actual pueden ser considerados por muchos como descripciones precisas y objetivas de los ‘hechos’ de la naturaleza, la noción de que cualquier cuerpo es clasificable como ‘femenino’ o ‘masculino’ está abierta a la disputa” (2014, p. 679). Las demandas en los servicios de salud por parte de las personas trans, pero también de los hombres y mujeres cis que no se ajustan a los parámetros normativos del género dan cuenta de ello. Como intentaré mostrar, lejos de ser un punto de partida, la identificación entre cuerpo de mujer-vagina-heterosexualidad-reproducción y la de cuerpo de hombre-pene-heterosexualidad-virilidad, son resultado de una construcción de largo aliento de la que las especialidades médicas que aquí investigo forman parte. En el análisis de los quehaceres de la sexología, desarrollado en el capítulo tres de esta tesis, volveremos sobre esto.
Interrogarnos en torno a los procesos de producción corporal es fundamental para analizar las naturalizaciones ontológicas con las que vivimos en nuestro presente. Tal como señala Cabral, con quien voy a finalizar este apartado, asistimos a un presente caracterizado por la tensión entre la vigencia de “la diferencia sexual como ideal regulativo y la maleabilidad de los cuerpos destinados a encarnarla por un sistema médico cuya omnipresencia (…) abre continuamente oportunidades impensadas para la apropiación y la subversión, por la implicación mutua y la indistinción absoluta entre los órdenes del órgano y de la prótesis, de la naturaliza y del artificio” (Cabral, 2009, p. 124).