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1 La constitución primaria de los sujetos sociales de la producción agraria

Aquí, las personas sólo existen unas para otras como representantes de la mercancía, y por ende como poseedores de mercancías […] las máscaras que en lo económico asumen las personas, no son más que personificaciones de las relaciones económicas como portadoras de las cuales dichas personas se enfrentan mutuamente. (Marx 1867a, 103-104)

1. Introducción

Desde el punto de vista que se funda en la crítica de la economía política, la caracterización de los sujetos sociales que constituyen su objeto de estudio se basa, ante todo, en el develamiento de su determinación esencial como tales sujetos, vale decir, en el develamiento de las relaciones sociales que los constituyen primariamente. El objetivo de este capítulo introductorio es, por consiguiente, rastrear la raíz de la determinación de los sujetos sociales que están presentes en la producción agraria. Dado que se trata de un camino ya trillado y allanado por la crítica marxiana este objetivo se limitará a reponer los elementos más sobresalientes de esta crítica y a profundizar sólo en aquellos puntos que resulten específicamente atinentes al objeto de estudio de la presente investigación. Por otra parte, en la medida en que se trata aún de determinaciones muy generales de dicho objeto, la exposición evitará entrar en polémicas explícitas con otras lecturas de la crítica marxiana.

El resultado general al que conduce esta reconstrucción de los fundamentos de la crítica de la economía política es que en la sociedad actual los individuos no son más que personificaciones de mercancías. Esto significa que toda acción individual se explica exclusivamente por el movimiento de las mercancías bajo cuyo control los individuos se encuentran. Bajo esta perspectiva, veremos que la investigación sobre las formas concretas que toma la acción individual de los sujetos sociales que constituyen el objeto de esta investigación encuentra una base sólida sobre la cual desarrollarse. En concreto, veremos que el reconocimiento de los individuos como personificaciones de una relación social enajenada y automática conducirá a la identificación de distintos tipos de sujetos sociales –el capitalista, el obrero y el terrateniente– de acuerdo la relación social concreta que les corresponda a cada uno personificar –el capital, la fuerza de trabajo y la propiedad territorial– en el establecimiento de la unidad de la dicha relación social enajenada y automática. En consecuencia, la investigación pasará a enfocarse directamente sobre el movimiento de estas relaciones sociales enajenadas, lo cual ocupará los siguientes dos capítulos de esta investigación.

2. La enajenación de la conciencia en la mercancía y el capital como el sujeto inmediato de la organización de la vida social

Para la crítica marxiana el punto de partida de la explicación de la determinación del comportamiento de los sujetos sociales presentes en cualquier rama de la producción social comienza por el análisis de la mercancía. Es probable que este análisis haya sido la parte más debatida de la obra de Marx. Por supuesto, no se trata de un hecho casual. A la evidente complejidad de la exposición y al hecho de constituir el punto de partida y base de toda su crítica se suma que dicho análisis avanza sobre cuestiones muy sensibles, como lo son la constitución de la relación social dominante y la determinación de la conciencia individual. Por supuesto, tal como ya se lo adelantó, no se pretende aquí presentar ni someter a discusión las variadas interpretaciones de que ha sido objeto este texto.[1] El objetivo es mucho más acotado pero no por ello menos complejo: reconocer las determinaciones particulares de nuestro objeto de estudio que surgen de la forma mercantil que adopta el producto del trabajo. Con todo, el lector formado en las controversias sobre el análisis de la mercancía podrá identificar quiénes son los interlocutores implícitos en la exposición que se realiza.

El punto de partida del análisis marxiano es la mercancía en cuanto objeto real, la mercancía que se nos presenta a la percepción inmediata, la que “tomamos en la mano”, al decir de Marx (1864-65, 108). De sus dos características esenciales, su utilidad y su cambiabilidad, nos interesa especialmente la última porque es la que la define como tal. La pregunta que se abre al análisis es, por tanto, por qué este objeto tiene un valor para el cambio.

La respuesta que ofrecen los agentes de la producción y, en consecuencia, la economía vulgar es que las mercancías tienen valor porque son objetos útiles y escasos (Samuelson y Nordhaus 1948, 29-30). El hecho que la utilidad y la escasez sean características materiales de las mercancías, existentes en sus cuerpos mismos, nos presenta una serie de problemas respecto de su condición de fuente del valor o del precio. En primer lugar, existe una multiplicidad de objetos que no tienen precio y son igualmente útiles y escasos que otros objetos que sí tienen precio. Es el caso, sin ir más lejos, de un plato de comida en una mesa familiar y el mismo plato en la mesa de un restaurant, ambos materialmente indistinguibles (Iñigo Carrera 2007a, 15-18). En segundo lugar, la utilidad y la escasez son propiedades existentes en la mayoría de los objetos que ha necesitado consumir el ser humano para reproducir su vida a lo largo de toda su historia como género y, sin embargo, sólo en los últimos siglos esos objetos se han transformado en mercancías. Por su parte, la economía política clásica trasciende la apariencia de la utilidad y la escasez como fuente del valor y propone al trabajo como el fundamento esencial del mismo (A. Smith 1776, 31-34, Ricardo 1817, 9-12). No obstante, esta solución cae en los mismos problemas de la propuesta de la economía vulgar: hay un sinfín de objetos que tienen trabajo incorporado y no tienen precio, y el hombre siempre trabajó para producirse los objetos que necesitaba para reproducirse mientras que éstos sólo modernamente han adquirido su condición de valores mercantiles. Es evidente por lo demás que, en cuanto el precio de la mercancía es un atributo social, su fuente no puede residir en un atributo natural suyo.

Entre los marxistas, es común considerar al trabajo abstracto como la fuente del valor. Sin embargo, esta respuesta contrasta con la definición del trabajo abstracto como “gasto de fuerza de trabajo humana sin consideración a la forma en que se gastó la misma” (Marx 1867a, 47), o sea, con la definición del trabajo abstracto como una condición natural del hombre. Frente a este hecho, los marxistas han optado de manera masiva por reinterpretar, y en algunos casos directamente por transformar, la definición del trabajo abstracto en una acorde a su condición de fuente del valor. Así, surgen las interpretaciones que sostienen que el trabajo abstracto corresponde al trabajo que ha sido socialmente “igualado” bajo la forma específica del intercambio mercantil (Rubin 1928) o las que lo consideran que corresponde a un trabajo enajenado porque “abstrae” de la experiencia vital de los trabajadores (De Angelis 1995). Estas interpretaciones, y las que se basan en ellas, se fundan, tal como lo observa Starosta, en el error de considerar que el análisis de la mercancía que presenta Marx finaliza con el descubrimiento del trabajo abstracto como la sustancia del valor (Starosta 2008, 307).

Tal como lo pone de manifiesto Iñigo Carrera (2007a, 228), la respuesta que Marx ofrece a la pregunta a por qué los productos tienen valor es bastante simple y directa: “Si los objetos para el uso se convierten en mercancías, ello se debe únicamente a que son productos de trabajos privados ejercidos independientemente los unos de los otros.” (Marx 1867a, 89). Las consecuencias que se derivan de este resultado del análisis son notables. Veámoslas con detenimiento.

La realización de un proceso de trabajo de manera privada e independiente del resto de los trabajos que componen el trabajo social global significa que nadie puede imponerle al individuo qué y cómo producir; significa, pues, que el individuo productor de mercancías es, y necesita verse a sí mismo como, un individuo libre. Esta realización privada del trabajo excluye, por tanto, toda relación social directa entre los individuos para tomar a su cargo la organización del proceso global de trabajo. Bajo estas condiciones, los individuos no tienen otro vínculo posible entre sí como no sea el que puedan establecer, post festum, mediante el intercambio de sus productos, o sea, mediante la transformación de éstos en mercancías. En consecuencia, el punto de partida de la organización del trabajo social, y por tanto de la vida social en general, tiene que ser necesariamente esta relación de intercambio mercantil. Así, cuando los individuos logran intercambiar sus propias mercancías por otras muestran que el trabajo privado que efectuaron para producirlas era un eslabón efectivo del trabajo social en su conjunto. A través del vínculo de las mercancías, se realiza, por tanto, el vínculo entre los trabajos privados que componen el trabajo social global. La relación social dominante, esto es, la relación social básica que establecen los individuos para organizar su proceso de vida social, resulta ser una relación indirecta, mediada por las mercancías: una relación social entre cosas. Marx lo sintetiza de la siguiente manera,

El complejo de estos trabajos privados es lo que constituye el trabajo social global. Como los productores no entran en contacto social hasta que intercambian los productos de su trabajo, los atributos específicamente sociales de esos trabajos privados no se manifiestan sino en el marco de dicho intercambio. O en otras palabras: de hecho, los trabajos privados no alcanzan realidad como partes del trabajo social en su conjunto, sino por medio de las relaciones que el intercambio establece entre los productos del trabajo y, a través de los mismos, entre los productores. A éstos, por ende, las relaciones sociales entre sus trabajos privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino por el contrario como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas. (Marx 1867a, 89).

El hecho de que el vínculo social primario y esencial que establecen los individuos para reproducirse sea el vínculo mercantil significa que su acción individual es, ante todo, la acción de un productor de mercancías, esto es, una acción cuyo cometido es producir valor. En consecuencia, todas las acciones ulteriores que realice el individuo son forzosamente derivadas de esta condición suya. En este sentido, antes de ser personas, los individuos son personificaciones de las mercancías. Tal como lo resume Marx unas páginas más adelante, “[a]quí, las personas […] no son más que personificaciones de las relaciones económicas como portadoras de las cuales dichas personas se enfrentan mutuamente” (Marx 1867a, 104). En otras palabras, el comportamiento de los individuos como personas es la forma en que realizan su comportamiento como personificaciones de las mercancías. Iñigo Carrera ha presentado esta conclusión de Marx desde un punto de vista donde el carácter absoluto de la determinación de la acción individual por la mercancía queda aún más manifiesto: el punto de vista de la conciencia y la voluntad del individuo (Iñigo Carrera 2003, 10-12, 2007a, 55-62). En efecto, si consideramos que la conciencia y la voluntad es lo que especifica al trabajo humano (Marx 1867a, 216), el establecimiento de la unidad de los trabajos individuales a través del mercado significa que la conciencia y voluntad libres que caracteriza a los productores mercantiles en cuanto productores privados, autónomos e independientes no es sino la forma concreta en que se realiza la enajenación de dicha conciencia y voluntad en la mercancía; en síntesis, que la conciencia libre es la forma concreta en que se realiza la conciencia enajenada.[2] En palabras de Iñigo Carrera:

Necesitada de producir valor, la libre conciencia y voluntad individual del productor que organiza privada e independientemente su trabajo se encuentra sujeta a una determinación que le es históricamente específica. Debe someterse a la necesidad que le impone la forma de valor tomada por su propio producto material. Debe actuar como personificación de su mercancía. El productor se encuentra libre de toda servidumbre personal porque es el sirviente del carácter social de su producto. Así como la voluntad del productor tiene pleno dominio sobre el ejercicio privado e independiente de su trabajo individual, se encuentra sometida por completo a las potencias sociales del producto de este trabajo. Desde el punto de vista de la participación del productor privado e independiente en el trabajo social, su conciencia y voluntad sólo cuentan en cuanto él personifica las potencias de su mercancía. La potencia productiva de su trabajo social se enfrenta a los propios productores como una potencia que les es ajena, como una potencia encarnada en sus mercancías. La conciencia y voluntad libres del productor de mercancías son las formas concretas en que existen su conciencia y voluntad enajenadas. (Iñigo Carrera 2003, 11).

Se comprende ahora la importancia de tomar a la mercancía como objeto y punto de partida del análisis. No se trata de dar cuenta ni de la determinación de los precios tomada por sí, ni de la asignación de recursos escasos, ni de un proceso abstractamente económico. Se trata de dar cuenta de la relación social dominante o general: la relación básica que necesitan establecer los seres humanos para llevar adelante su reproducción social. La llamada “teoría del valor” de Marx es por eso, ante todo, una explicación las relaciones que establecemos los seres humanos para reproducirnos como tales.

El desarrollo ulterior de la crítica marxiana muestra que el movimiento de las mercancías, bajo cuyo control los individuos se encuentran, no es el simple intercambio mercantil sino el intercambio que tiene por finalidad la acumulación del capital, es decir, el movimiento del dinero que funciona como capital (Marx 1867a, 179-190). En este contexto, el valor ya no aparece como una figura evanescente cuyo resultado es la producción de valores de uso sino como un “sujeto automático” (Marx 1867a, 188). “Si nos fijamos”, escribe Marx, “en realidad, el valor se convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual, cambiando continuamente las formas […] se autovaloriza.” (Marx 1867a, 188). Desde el punto de vista de la condición de personificaciones de mercancías que tienen los individuos en esta sociedad lo que nos presenta este nuevo resultado es que los individuos no sólo han enajenado la capacidad para organizar su vida social en un proceso que no controlan, sino que al mismo tiempo este proceso tiene la capacidad para ponerse en marcha por sí mismo, esto es, para actuar como el sujeto de su propio desarrollo. Esto significa que la relación social general no sólo se ha enajenado en el producto del trabajo de los individuos sino que, al mismo tiempo, se ha automatizado. Bajo el movimiento del capital, pues, la enajenación de la capacidad para regir la vida social y, en consecuencia, la enajenación de la conciencia y la voluntad de los individuos, alcanza su forma plena. “El capital”, como sostiene Iñigo Carrera, “se encuentra determinado así como el sujeto concreto inmediato de la producción y el consumo sociales.” (Iñigo Carrera 2003, 12).[3]

Si ahora volvemos sobre la pregunta con que inicia esta investigación, esto es, si nos volvemos a preguntar cuál es el tipo de sujetos sociales que están presentes en la producción agraria pampeana, tenemos por primera respuesta que éstos son tales sujetos sociales por ser personificaciones de mercancías, que el comportamiento social de los individuos que analizamos resulta exclusivamente de su condición de personificaciones o encarnaciones de las mercancías que poseen. Al mismo tiempo, sabemos que el tipo y el movimiento concreto de las mercancías que personifican surgen de la unidad del movimiento del capital como sujeto concreto de la organización de la vida social y que, por tanto, los individuos que analizamos son, en última instancia, personificaciones del movimiento de la acumulación de capital. En consecuencia, para avanzar en la caracterización de los sujetos sociales que están presentes en la producción agraria debemos considerar el tipo de personificaciones que surgen del establecimiento de la unidad de la producción y el consumo sociales a manos del capital.

3. Los sujetos sociales de la producción

Retomemos el punto en que dejamos a los individuos como simples productores mercantiles. Para que el trabajo privado realizado por el productor de mercancías se afirme como parte del trabajo social no basta con que su producto se vincule simplemente con otro producto de otro trabajo privado. Para afirmarse como un trabajo social es necesario que su producto se vincule, al mismo tiempo, con todos los productos del trabajo social. La resolución de esta contradicción está dada por la separación de una mercancía particular como el equivalente general del conjunto de ellas: el dinero (Marx 1867a, 105-106).[4] Mediante su intercambio con el dinero, la mercancía se vincula, en un solo movimiento, con todo el mundo de las mercancías. Esta forma particular que asume el intercambio mercantil –intercambio de mercancías por dinero y dinero por mercancías– determina la realización de papeles sociales específicos por parte de los individuos que personifican este movimiento. De simples poseedores de mercancías, los individuos pasan a ser compradores, si es que tienen que personificar al dinero, y vendedores, si es que tienen que personificar a la mercancía (Marx 1867a, 135). Se trata, evidentemente, de dos comportamientos sociales contrapuestos: en el papel del vendedor, el poseedor de mercancías debe buscar entregar la menor cantidad de valor de uso y recibir la mayor cantidad de valor posible, y a la inversa, en el papel de comprador, el poseedor de mercancías debe buscar entregar la menor cantidad de valor y recibir la mayor cantidad de valor de uso posible. Asimismo, el desarrollo de las funciones del dinero como representante general de la comunidad mercantil imprime nuevos caracteres sociales a los poseedores de mercancías. La función del dinero como tesoro reclama la aparición en escena del atesorador, guardián impiadoso del valor mercantil, sea en la forma sustantivada de dinero, sea en la prosaica forma mercantil (Marx 1867a, 159). Por su parte, la función del dinero como medio de pago, allí donde opera, transforma a los papeles del comprador y vendedor en los del deudor y acreedor respectivamente, individuos que deben lidiar por sus valores mercantiles como si se tratase de una libra de su propia carne (Marx 1867a, 165).

Estos papeles sociales que surgen del intercambio mercantil simple parecen ser tan evanescentes y fugaces como lo es este mismo proceso de intercambio. Por otra parte, en cuanto se trata de papeles sociales que son representados alternativamente por un mismo individuo según el tiempo y el lugar, estas personificaciones muestran tener un carácter circunstancial. Es suma, se trata de papeles sociales que no son ni fijos ni específicos de ningún individuo ni rama de la producción social. Para dar con los sujetos sociales que buscamos debemos, por tanto, ir más allá de la esfera de la circulación mercantil simple de la que sabemos, por el análisis precedente, que no es más que la forma de manifestación invertida del proceso social de producción. La puerta de salida de esta circulación simple está abierta por la función del dinero como capital (Marx 1867a, 179).

3.1. El capitalista

En cuanto analizamos la circulación del dinero como capital vemos que, con el trastrocamiento de la circulación mercantil simple que ella lleva consigo, se trastruecan de modo radical los papeles sociales que les conocíamos a los poseedores de mercancías. En el intercambio mercantil simple el objetivo manifiesto del movimiento era la satisfacción de las necesidades del consumo individual de los poseedores de mercancías. En cambio, en el movimiento del dinero como capital el objetivo es la pura valorización del valor, donde el principio y el fin del movimiento es el dinero mismo, y donde, por ende, no hay término ni límite del proceso (Marx 1867a, 186). Para llevar adelante este nuevo movimiento se necesita, pues, de un comportamiento social completamente distinto al que demandan los otros procesos de intercambio mercantil. Así es como se desarrolla el capitalista como un sujeto social específico en la organización de la vida social. Como lo presenta Marx,

En su condición de vehículo consciente de ese movimiento el poseedor de dinero se transforma en capitalista. […] el contenido objetivo de esa circulación –la valorización del valor– es su fin subjetivo, y sólo en la medida en que la creciente apropiación de la riqueza abstracta es el único motivo impulsor de sus operaciones, funciona él como capitalista, o sea como capital personificado, dotado de conciencia y voluntad. (Marx 1867a, 186-187).

El hecho de que la prosecución acrecentada del movimiento del dinero como capital se haya convertido en el objetivo último del proceso hace que el papel social del capitalista como representante del capital subsista en el ámbito del consumo individual. Sucede que, en estas condiciones, todo gasto para su persona se le aparece de inmediato como una abdicación de su condición de capitalista, incluso como una malversación que, de excederse, le puede costar su aparentemente tan logrado papel social. “Su propio consumo privado”, dice Marx, “se le presenta como un robo perpetrado contra la acumulación de su capital, así como en la contabilidad italiana los gastos privados figuran en la columna de lo que el capitalista ‘debe’ al capital.” (Marx 1867b, 732). Cuando se trata de la personificación de un capital exitoso y en pleno desarrollo, el consumo individual del capitalista en cuanto persona adquiere cierta flexibilidad y puede presentarse incluso bajo la figura de la suntuosidad y fastuosidad. Ocurre que “el capitalista debe practicar, incluso como necesidad del negocio, cierto grado convencional de despilfarro, que es a la vez ostentación de la riqueza y por ende medio de crédito. El lujo entra así en los costos de representación del capital” (Marx 1867b, 733). En cambio, cuando se trata de la personificación de un pequeño capital, es vital que el consumo privado del capitalista se restrinja, constreñido por la salvaje competencia de sus cofrades, al mínimo posible. Y si en el caso del capital normal su personificación incluye la frívola conciencia de la ostentación y el lujo, en el caso del pequeño capital incluye la conciencia miserable de la abstinencia, el ahorro y la acumulación.

Cuando no está consumiendo para reproducirse como capitalista, el individuo que personifica al capital está actuando efectivamente como capitalista. De manera general, encontramos que, en el primer movimiento del dinero como capital, debe asegurarse de comprar las mercancías que son aptas para el proceso de valorización y asegurarse que lo haya hecho en su proporción correspondiente (Marx 1885a, 36). Luego, en tanto el proceso de valorización se efectúa dentro del proceso de producción, el capitalista debe continuar con sus funciones a todo lo largo de la jornada productiva. Allí, ante todo, “[e]l capitalista [debe] vela[r] por que el trabajo se efectúe de la debida manera y los medios de producción se empleen con arreglo al fin asignado.” (Marx 1867a, 224). Por último, cuando la mercancía está apta para dar su doble salto mortal y convertir al dinero en capital, también el capitalista debe cargar con la funciones de la venta, las negociaciones con los acreedores y con la competencia.[5] En suma, vemos que la condición de personificación del capital ocupa todo el tiempo vital del individuo que hace de capitalista, esto es, personifica al capital tanto cuando consume individualmente como cuando ejerce su papel en el proceso inmediato de producción. Por eso, a diferencia de las personificaciones que surgían del intercambio mercantil, aquí podemos concluir que el capitalista es un sujeto social distintivo de la sociedad actual.

En relación a estas funciones del capitalista en la producción y circulación del capital encontramos también diferencias que surgen del tamaño del capital. En el caso del pequeño capital, el capitalista personifica al capital, como dice Levín,

[…] en todas sus relaciones: los nexos de ‘affectio societatis’, teñidos de paternalismo o nepotismo, el ejercicio de autoridad sobre los ‘dependientes’, los vínculos de clientela con compradores y proveedores, los derechos contra deudores y las responsabilidades y obligaciones ante acreedores, las negociaciones, las transacciones de compraventa, el mando y el control sobre empleados y operarios (con quienes acaso comparte algunas tareas). (P. Levín 1997, 336).

En cambio, en el caso del capital normal, estas funciones están mayormente a cargo de una fracción del obrero colectivo (Iñigo Carrera 2003, 15 y ss), y el capitalista individual tiende a restringir su papel al de puro fiscalizador general de dichas funciones (Marx 1861-63b, 297).

Como es evidente, del mismo modo que el capitalista en cuanto personificación del capital debe batallar contra sí mismo en cuanto persona para limitar el consumo individual de plusvalor, también debe enfrentarse contra todo otro sujeto social, sea en la circulación o en la producción, que le reclame una parte del plusvalor. En definitiva, como celoso guardián de la prosecución en escala ampliada de la acumulación de capital que es, el capitalista debe enfrentarse a todo el resto de los sujetos sociales. Porque, como es evidente, el capitalista no es el único sujeto social engendrado por la circulación del dinero como capital.

3.2. El obrero

Cuando el plusvalor se convierte en el objeto inmediato de la producción social, la pura capacidad para trabajar, y por tanto para generar valor, se convierte en un valor de uso en sí mismo, y como tal, en un valor de uso posible de ofrecerse en el mercado como una mercancía más.[6] Como toda mercancía, la capacidad o fuerza de trabajo necesita que su poseedor personifique sus necesidades específicas. Es necesario, por tanto, que el poseedor de esta virtuosa mercancía desarrolle un papel social específico; de simple poseedor de mercancías debe devenir trabajador u obrero. Así, anota Marx:

[E]n el mismo sentido en el que el poseedor de dinero como sujeto y portador del trabajo objetivado, del valor que en sí mismo se mantiene, es capitalista, así en tanto mero sujeto, mera personificación de su propia capacidad de trabajo, es él trabajador. (Marx 1861-63d, 112).

El consumo individual del trabajador u obrero, a diferencia del que efectúa el capitalista, consiste en la producción directa de su mercancía, la fuerza de trabajo. En su condición de personificación de esta capacidad suya, el obrero debe consumir los valores de uso necesarios para reproducirla en las condiciones en las que el capital las demanda, y dado que el salario del obrero está determinado por la suma del valor de dichos valores de uso, el obrero no conoce otro consumo que no sea el que le determina el capital.[7] Por eso, siempre, “el consumo individual del obrero es improductivo para él mismo” (Marx 1867b, 705), pues el obrero, lo mismo que el capitalista, aun “cuando está fuera del proceso laboral directo es un atributo [Zubehör] del capital, a igual título que el instrumento inanimado de trabajo.” (Marx 1867b, 705, traducción modificada).

La relación de compra venta de la fuerza de trabajo se distingue de la generalidad de los intercambios mercantiles, entre otras cosas, en que el valor de uso que se comercia no pasa de manera inmediata, de una vez y para siempre, al comprador del mismo. En este caso, la apropiación del valor de uso –y por tanto la realización del valor– se efectúa en el transcurso de toda la jornada laboral, de modo que el obrero y el capitalista quedan vinculados de manera directa, en una relación antagónica, por la sustanciación de los términos del intercambio.[8] Por tanto, la personificación de la fuerza de trabajo, en especial en su enfrentamiento con el capital, abarca también el momento en que la fuerza de trabajo se efectiviza como trabajo. En suma, otra vez vemos, al igual que en el caso del capitalista, que la condición de personificación de la fuerza de trabajo abarca todo el tiempo vital del obrero. Y, otra vez, podemos decir que, a diferencia de las personificaciones que surgen de la circulación mercantil, la personificación de la fuerza de trabajo o el obrero es un sujeto social distintivo de la sociedad actual.[9]

3.3. El terrateniente

Hasta aquí vimos que la forma de valor que distingue a las mercancías está dada por el trabajo abstracto, realizado de manera privada, materializado en ellas. Pero resulta evidente que hay una mercancía que constituye la base del proceso de producción y que cuyo valor no proviene de ser un producto del trabajo: la tierra (Marx 1867a, 125). Es necesario, entonces, analizar esta mercancía particular y dar cuenta de cómo es posible que se presente como si tuviese un valor intrínseco.

Por un lado, tenemos que la tierra es un objeto socialmente útil, en especial como medio de producción. Además, como valor de uso, la tierra puede ser asible de tal modo que se impida su apropiación por otros, situación que no ocurre, al menos en condiciones normales, con otro tipo de valores de uso como, por ejemplo, el aire. Por otro lado, tenemos que en una sociedad donde la relación social dominante es la relación entre los individuos como poseedores de mercancías, el intercambio mercantil, esto es, la realización de la relación social misma, sólo puede llevarse a cabo mediante el establecimiento de una relación jurídica de carácter general que reconozca la propiedad privada sobre los objetos que se comercian (Marx 1867a, 103). En este contexto, los objetos aparecen afirmándose como mercancías, no por ser el producto de trabajos privados, sino por ser sus poseedores simples propietarios privados de ellas. “Para vender una cosa,” dice Marx, “todo cuanto hace falta es que la misma sea monopolizable y enajenable.” (Marx 1894c, 810). Por lo tanto, la tierra, que es un valor de uso social y que al mismo tiempo puede ser apropiada privadamente, se puede presentar, al igual que el resto de las mercancías, como un ejemplar más de la comunidad mercantil, pese a no ser en esencia una mercancía.

Por el carácter específico de esta mercancía, el individuo que la personifica adquiere caracteres sociales que lo distinguen del resto de los poseedores de mercancías y en particular del capitalista y el obrero. A diferencia de éstos, su papel social no surge de la mercancía que tiene en la mano –porque de hecho no tiene ninguna– sino de un título jurídico sobre un valor de uso social. En esta relación social particular que tiene a su cargo personificar se ha invertido el curso de la relación social general, porque en vez de ser la relación económica el contenido de la relación jurídica, es ésta el contenido de aquélla; aquí, el individuo tiene una mercancía porque es propietario, en vez de ser propietario por tener una mercancía. Por este motivo, el individuo que personifica a la tierra como si fuese una mercancía adquiere el papel social de propietario de la tierra o, más sintéticamente, de terrateniente.

Como lo que tiene es un título jurídico y no determinada cantidad de dinero o una mercancía, el terrateniente no se ve compelido a producir ni dinero ni mercancías. Por ende, a diferencia del capitalista y el obrero, su consumo individual, no le resta ni le suma nada a la existencia de la tierra que ofrece como mercancía. Su consumo no tiene más límite cuantitativo que el que surge del monto absoluto de su renta y, al mismo tiempo, no hay nada ni nadie que le diga qué, cómo y cuándo tiene que consumir. De hecho, esta es la base sobre la cual se le puede quitar una parte considerable de la renta de la tierra, mediante un impuesto o cualquier otro mecanismo, sin afectar el proceso de producción social. Porque si al capitalista se le afecta su ganancia, se atrofia la capacidad de acumulación de su capital o bien, si tiene la oportunidad de hacerlo, se va a otra rama de la producción social; y si al obrero se le afecta su salario, no puede reproducir su fuerza de trabajo y, en el extremo, directamente no puede trabajar; en cambio, por mucho que al terrateniente se le afecte su renta de la tierra, el valor de uso de la tierra –y por tanto su papel en el proceso de producción social– se mantiene, en sí y para sí, intacto.

Como el terrateniente no produce nada, la reproducción de su existencia se hace enteramente a expensas del producto social. Mientras que el capitalista, que tampoco es en sentido estricto un productor, reclama su participación en el apropiación de plusvalor sobre la base de que, como explotador directo del trabajador, cumple el papel general de funcionario de la producción (Marx 1861-63b, 33 y 297), el terrateniente, en cambio, “posee […] un título que le permite embolsarse una parte de este surplus labour o del surplus value sin haber contribuido en nada a la dirección ni a la creación.” (Marx 1861-63b, 297). Por este motivo, a diferencia del capitalista, el terrateniente se presenta de inmediato como “una mera superfetación, como una excrecencia sibarítica o un brote parasitario de la producción capitalista, una especie de pulgón que se le mete en la piel.” (Marx 1861-63b, 297).

Su papel como personificación de la propiedad de la tierra lleva al terrateniente a un enfrentamiento directo con el capitalista que le alquila la tierra. Como en toda relación mercantil, el vendedor debe lidiar con el comprador por obtener el máximo valor posible por la entrega del menor valor de uso posible. Esto se expresa, por un lado, en que el terrateniente debe buscar arrancarle al capitalista la mayor cantidad de plusvalor posible y, por otro lado, en que debe velar por la subsistencia de los atributos naturales de la tierra. Por otra parte, a través de su relación con el capitalista, el terrateniente también está enfrentado al obrero de cuya explotación se nutre. Como es evidente, pues, el terrateniente es otro sujeto social distintivo de la sociedad actual.

4. Conclusiones

A primera vista, los papeles sociales del capitalista, el obrero y el terrateniente se diferencian de los que surgen de la circulación simple de mercancías por su carácter permanente; mientras que unos duran poco más que el proceso de intercambio, los otros abarcan tanto el momento de la circulación mercantil como el de la producción y el del consumo individual. Visto más de cerca, no obstante, salta a la vista que, en realidad, aquellos efímeros papeles sociales de la circulación simple no son otra cosa que papeles sociales específicos que llevan a cabo el propio capitalista, obrero y terrateniente cuando personifican a sus mercancías en la circulación. “Con anterioridad al proceso de producción”, leemos en Marx, “todos ellos se enfrentaban como poseedores de mercancías y mantenían entre sí únicamente una relación monetaria; dentro del proceso de producción se hacen frente como agentes personificados de los factores que intervienen en ese proceso” (Marx 1864-65, 54-55). En consecuencia, no se trata de dos tipos diversos de sujetos sociales, uno vinculado a la circulación y otro a la producción, sino de uno solo. En síntesis, los simples productores y poseedores de mercancías que nos puso adelante el análisis de la mercancía eran, en realidad, capitalistas, obreros y terratenientes disfrazados de cándidos compradores, vendedores y otros personajes semejantes. Ocurre que, efectivamente, la producción social no es realizada por abstractos productores de mercancías sino por el capital. El capitalista, el obrero y el terrateniente son, pues, los verdaderos sujetos sociales de la producción y, por tanto, de la circulación. En suma, son sujetos sociales básicos de la sociedad capitalista.

Si volvemos ahora sobre la pregunta por el tipo de sujetos sociales que están presentes en la producción agraria tenemos, pues, no sólo que se trata de sujetos cuyo comportamiento está dado por su condición de personificaciones de mercancías en general sino que se trata de sujetos sociales específicamente determinados como capitalistas, obreros y terratenientes, y que su comportamiento, en consecuencia, está dado por el movimiento concreto de las mercancías específicas que tienen a su cargo personificar: el capital, la fuerza de trabajo y la propiedad territorial. Los sujetos sociales básicos presentes en la producción agraria son, por consiguiente, el capitalista, el trabajador y el terrateniente agrarios.

El reconocimiento de la constitución primaria de los sujetos sociales de la producción agraria como personificaciones de estas mercancías específicas enfoca a la investigación directamente sobre las formas concretas que toman estas mercancías en la unidad del proceso general de acumulación de capital. En efecto, en cuanto los sujetos sociales de la producción agraria están constituidos como personificaciones de mercancías, toda particularización de los mismos debe surgir de la particularización de las mercancías que tienen a su cargo personificar. De ahí que nuestro próximo paso sea avanzar en el análisis de estas mercancías y sus relaciones recíprocas en la unidad del movimiento del capital. Dado que, como veremos luego, la clave de esta particularización está dada por el movimiento conjunto del capital y la propiedad de la tierra, en los próximos dos capítulos la investigación se centrará en el análisis separado de cada una de estas relaciones sociales particulares.


  1. Un desarrollo en este sentido puede consultarse en Iñigo Carrera (2007a, cap. 6), Starosta (2008, 2015, caps. 4, 5 y 6) y Kicillof & Starosta (2007a, 2007b).
  2. Para una lectura detallada del texto de Marx sobre la base del enfoque de Iñigo Carrera, véase Fitzsimons (2016).
  3. La idea de que el capital es el verdadero sujeto de la sociedad capitalista ha sido presentada por varios autores en las últimas décadas (Postone 1993, Robles Baez 1996, Arthur 2002a, Fausto 2002, por ejemplo). En particular, ha tenido una amplia difusión a través de la producción del ISMT (International Symposium on Marxian Theory) que funcionó de manera activa desde inicios de la década de 1990 hasta el año 2015. Sin embargo, en ningún caso se ha profundizado en las implicancias que tiene este resultado tanto para la organización material de la producción social como para la constitución de la conciencia y voluntad individuales. En este sentido, pienso que la presentación que realiza Iñigo Carrera (2003, cap. 1, 2015) constituye la exposición definitiva de esta idea. Para una exposición más centrada en el texto de Marx y en la contraposición con otras perspectivas dentro del marxismo puede consultarse a Starosta (2015, cap. 7).
  4. Para una discusión más amplia sobre este punto véase Caligaris y Starosta (2016a).
  5. A esta altura, el proceso social de producción de plusvalor se le aparece absolutamente invertido en la conciencia al capitalista como un logro personal. “[P]ara el capitalista individual” observa Marx, “el plusvalor realizado por él mismo depende tanto de la logrería recíproca como de la explotación directa del trabajo.” (Marx 1894a, 50).
  6. Para una discusión más amplia sobre la naturaleza mercantil de la fuerza de trabajo, véase Starosta y Caligaris (2016).
  7. Sobre la composición de la canasta de consumo del obrero, véase Starosta y Fitzsimons (2017) y Starosta y Caligaris (2017, capítulo 4).
  8. Marx lo sintetiza de este modo: “El consumo de la mercancía cambiada por el capital (de la capacidad de trabajo), la utilización de su valor de uso constituye aquí una relación económica específica, mientras que en la simple compra y venta de mercancías el valor de uso de la mercancía, lo mismo que la realización de este valor de uso –el consumo– es en sí mismo indiferente para la relación económica. En el intercambio entre capital y trabajo es el primer acto un intercambio (compra o venta) que recae por completo en el terreno de la circulación simple. Quienes intercambian se enfrentan sólo como compradores y vendedores. El segundo acto es un proceso cualitativamente distinto del intercambio. Es esencialmente otra categoría.” (Marx 1861-63d, 119).
  9. Para una discusión más amplia sobre la constitución de la figura del obrero como un sujeto social característico de la sociedad actual, véase Caligaris (2013).


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