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4 Las concepciones dominantes sobre el tipo de sujetos sociales imperantes en la producción agraria

[L]as relaciones sociales […] no son relaciones entre un individuo y otro, sino entre el obrero y el capitalista, entre el arrendatario y el propietario de la tierra, etc. Suprímase esas relaciones y se habrá destruido toda la sociedad y vuestro Prometeo quedará convertido en un fantasma sin brazos y sin piernas. (Marx 1847, 59).

1. Introducción

En el examen de las formas que adopta el capital hemos visto que en determinadas ramas de la producción es posible encontrar exclusivamente pequeños capitales, y que éstos pueden ser tan pequeños que quienes tienen a su cargo personificarlos sean, al mismo tiempo, productores directos, es decir, personificaciones de su propia fuerza de trabajo. Por su parte, en el examen de la propiedad de la tierra hemos visto que en aquellas ramas donde el capital no alcanza a controlar las condiciones naturales de la producción, esta forma particular de propiedad adquiere una importancia fundamental, interviniendo directamente en el proceso de valorización del capital y engendrando la necesidad de una personificación particular, el terrateniente. La producción agraria tiene la peculiaridad de comprender estas dos situaciones particulares. De ahí, que los tipos de sujetos sociales imperantes en ella adopten una forma distintiva. En efecto, encontramos en ella, además de simples terratenientes, capitalistas y obreros, personajes que cumplen papeles simultáneos: capitalistas-terratenientes, capitalistas-obreros y capitalistas-terratenientes-obreros. De acuerdo con el enfoque en que se basa la presente investigación, dichos personajes sólo pueden explicarse a partir del vínculo entre las relaciones económicas que tienen a su cargo personificar. En consecuencia, para avanzar en la explicación de esta “estructura social” peculiar y para juzgar su potencialidad histórica debemos, pues, adentrarnos en la cuestión de la persistencia del pequeño capital en la producción agraria y el vínculo entre el capital –pequeño y normal– con la propiedad de la tierra. Antes de ello, o mejor dicho, como primer paso en el desarrollo de nuestra explicación, nos detendremos en algunas de las principales posiciones sobre el tema presentes en la literatura especializada.

En la teoría marxista esta problemática ha girado esencialmente en torno a la cuestión de la persistencia y potencialidad histórica de la figura del campesino, esto es, de aquel personaje social que es, a un mismo tiempo, pequeño capitalista, obrero y, en muchas ocasiones, también pequeño terrateniente. La cuestión del vínculo entre el capital y la propiedad de la tierra, en cambio, ha recibido un tratamiento marginal. De manera general, puede decirse que las diversas concepciones en torno a la persistencia del campesinado han tendido a dividirse entre quienes la explican por la existencia de límites históricos particulares a la entrada del capital normal a la producción agraria, que en tanto tales es esperable que desaparezcan con la evolución del capitalismo, y aquellos que la explican por la existencia de un modo de producción específico de la producción agraria, que como tal no necesariamente debe tender a desaparecer e incluso a entrar en contradicción con el desarrollo del capitalismo. La primera de estas concepciones se enraíza en los trabajos clásicos de Kautsky (1899) y Lenin (1899), mientras que la segunda lo hace en los trabajos de Chayanov (1924, 1925). Como veremos, a pesar de la abundante literatura existente sobre la cuestión, aún no se ha logrado avanzar en una explicación que trascienda los términos del problema presentados por estos autores. Por este motivo, nos detendremos inicialmente y con mayor profundidad en el escrutinio de estos textos fundacionales.

2. Las explicaciones de los autores clásicos

2.1. La explicación kautskiana-leninista

Como lo han hecho notar varios autores (Byres 1986, 7-10, Araghi 1995, 340, Akram-Lodhi y Kay 2010, 184-185), la explicación de la persistencia del campesinado ofrecida por los primeros marxistas encuentra un primer antecedente en los últimos trabajos de Engels sobre el campesinado, en particular en su texto La cuestión campesina en Francia y Alemania de 1895.[1] En efecto, en este trabajo es posible encontrar al menos tres problemáticas que serán fundamentales en la construcción de la versión clásica de la llamada “cuestión agraria”. La primera es la concepción de la cuestión agraria como una cuestión eminentemente política. Se trata de la evaluación del “poder político” del campesinado, de su fuente y de su potencialidad histórica, con el objetivo de diagramar un programa político que incluya a este sujeto social (Engels 1895a, 398 y ss.). Asociado de modo inmediato a esta cuestión, la segunda problemática que presenta Engels es la del carácter capitalista o pre-capitalista de la producción agraria y, en consecuencia, del campesinado. Según su posición, el campesinado es un “vestigio de un modo de producción propio de tiempos pretéritos”, de modo que con el inevitable desarrollo del modo de producción capitalista, su propio papel social, y en consecuencia su poder político, “está condenado irremisiblemente a desaparecer” (Engels 1895a, 400-401). Por último, la tercera problemática, también vinculada a la evaluación del poder político del campesinado y su perspectiva histórica, es la del proceso de “diferenciación” entre tipos de campesinos –donde encuentra pequeños campesinos, campesinos medianos y campesinos grandes– y otros sujetos sociales, como los terratenientes o los capitalistas agrarios (Engels 1895a, 408-415).

La versión clásica de la “cuestión agraria” que se construirá a partir de los textos de Kautsky (1899) y Lenin (1899), se montará directamente sobre estas tres cuestiones. Como es evidente, para ambos autores la “cuestión campesina” era el problema de qué acción política adoptar respecto del campesinado, lo cual ponía el foco en la fuente de su poder político y la potencialidad histórica de su existencia.[2] Al igual que Engels, el punto de partida de su análisis va a ser la asociación de la existencia del campesinado a “formas precapitalistas y no capitalistas de la agricultura … [a] vestigios de sistemas de producción precapitalistas que se han conservado hasta nuestros días” (Kautsky 1899, CIX y 3), motivo por el cual “la acción transformadora del capitalismo […] se pone aquí de manifiesto con la mayor lentitud y gradación” (Lenin 1899, 177-178). Esto es, en la versión clásica de la “cuestión agraria”, el campesinado es visto como un “vestigio” de un modo de producción precapitalista. Por tanto, se trata de una concepción donde la existencia masiva de la figura del campesino se explica no como una forma concreta de la existencia del capitalismo sino, al contrario, como el producto de un modo de producción históricamente anterior y contrapuesto a éste. Como veremos, éste será uno de los puntos clave en torno al cual girarán los debates posteriores sobre la “cuestión agraria”.

Bajo esta perspectiva teórica, toda la cuestión pasa por la velocidad con que el capitalismo pueda penetrar en la producción agraria; una velocidad que queda definida, a su turno, por los diversos obstáculos que dicho modo de producción pueda eventualmente encontrar en su camino. La primera conclusión, por tanto, es que el campesino está destinado a desaparecer como sujeto social característico de la producción agraria. No obstante, como ya se dejaba entrever en el análisis engelsiano, en esta “transición” al modo de producción capitalista, su metamorfosis en “proletario” o “capitalista” se llevará adelante a través de un proceso de “diferenciación” del campesinado. Lenin lo resume en un párrafo conocido:

El conjunto de todas las contradicciones económicas existentes en el seno de los campesinos constituye lo que nosotros llamamos diferenciación de éstos. Los mismos campesinos definen este proceso con un término extraordinariamente certero y expresivo: ‘descampesinización’. Dicho proceso representa la destrucción radical del viejo régimen patriarcal campesino y la formación de nuevos tipos de población del campo […] Además de diferenciarse, el viejo campesinado se derrumba por completo, deja de existir, desplazado por tipos de población rural totalmente nuevos, por tipos que constituyen la base de la sociedad donde dominan la economía mercantil y la producción capitalista. Esos tipos son la burguesía rural (en su mayoría pequeña) y el proletariado del campo, la clase de los productores de mercancías en la agricultura y la clase de los obreros agrícolas asalariados (Lenin 1899, 178)

Antes de seguir adelante con la versión clásica de la “cuestión agraria”, conviene ya notar dos aspectos llamativos de esta caracterización. En primer lugar, es notable que incluso bajo su forma más desarrollada este proceso de diferenciación resulta en una situación donde predomina el pequeño capital, esto es, “la burguesía rural” que “en su mayoría” es “pequeña”. De este modo, pareciera que finalmente lo que desaparece con el desarrollo del capitalismo en la agricultura no es el pequeño capital como tal sino el pequeño “pequeño capital”, esto es, el campesino pobre. Esta visión es consistente con textos posteriores de Lenin donde el sujeto social que resulta predominante con el desarrollo del capitalismo es el “campesino rico”, esto es, un sujeto cuya determinación social definitoria es representar la unidad del capital agrario y la fuerza de trabajo agraria; en sus palabras “patronos capitalistas de la agricultura, que trabajan sus explotaciones capitalistas [… pero que] están relacionados con los ‘campesinos’ por su nivel cultural poco elevado, por su modo de vivir, por su trabajo personal manual en su explotación.” (Lenin 1920, 432). En consecuencia, aun considerando su tendencia histórica, la “descampenización” no alcanza a ser absoluta; esto es, la presencia masiva del pequeño capital continúa siendo una característica de la producción agraria que no encuentra explicación por la propia dinámica del desarrollo de la acumulación de capital. Como veremos, este es un problema que se arrastrará hasta las interpretaciones modernas de la persistencia del pequeño capital agrario.

Como decíamos más arriba, la velocidad con que el modo de producción capitalista alcanza a desarrollarse en la agricultura depende de los “obstáculos” que encuentra el capital a su inversión en dicha rama. Estos obstáculos, son desarrollados con mayor precisión por Kautsky.[3] Según este autor, un primer obstáculo está dado por una serie de “ventajas económicas” que tiene la “pequeña explotación” campesina frente a la “gran explotación” capitalista. Se trata, por un lado, del “sobretrabajo” y el “subconsumo” que caracterizan a la pequeña explotación (Kautsky 1899, 124). Así, Kautsky destaca la “mayor laboriosidad y cuidados más asiduos del trabajador que trabaja para sí mismo, en contraste con el trabajador asalariado” por una parte, y “la sobriedad del pequeño campesino, que supera aun al del obrero agrícola” (Kautsky 1899, 124), por otra; a lo cual se suma “el trabajo de los niños” y el de los “ancianos” (Kautsky 1899, 130), es decir, de trabajadores que desgastan de manera prematura su fuerza de trabajo, atrofiándola definitivamente, o de aquellos que ya la tienen atrofiada por haber agotado la vida útil normal de la misma.[4] En síntesis, se trata de trabajadores cuyos ingresos –adopten o no la forma de salario– no les alcanza para reproducirse normalmente, lo cual reduce los costos en fuerza de trabajo de la “pequeña explotación” por debajo de los costos normales, esto es, de los correspondientes a la “gran explotación”. Por otra parte, Kautsky señala que “el campesino […] que no es propiamente capitalista, sino simple productor de mercancías, calcula de otro modo” al del capital. “Cuando el producto de sus ventas le alcanza para […] vivir, puede renunciar al beneficio y a la renta” (Kautsky 1899, 200), renuncia que el capital no puede hacer. Así, los campesinos “son todavía, exteriormente, propietarios de su tierra, pero no son más campesinos libres” (Kautsky 1899, 333).

A estas “ventajas” de la “pequeña explotación” se suman las “desventajas” que tiene “la gran explotación” dada la especificidad de la “expansión de la empresa” agropecuaria. Según este autor, dado que esta expansión “significa una mayor extensión de la superficie de la empresa”, significa al mismo tiempo “mayores pérdidas de material y un mayor gasto de fuerzas, de medios y de tiempo, tanto para el transporte de la fuerza de trabajo como para el de los materiales”, y asimismo “más difícil se hace la vigilancia de los obreros aislados” (Kautsky 1899, 171-172). Por este motivo, “a partir de [cierto] límite toda ampliación ulterior de la superficie de explotación disminuye [los] rendimientos” de la misma (Kautsky 1899, 172). Así y todo, antes de llegar a este límite, para Kautsky, la “gran explotación” debe enfrentar una limitación anterior: “la limitación del suelo”. Esto es, la “gran explotación” debe encontrar suelo lindante disponible para ampliar su producción. Sin embargo, “allí donde […] domina completamente la pequeña propiedad, la única forma por la cual una gran explotación puede apropiarse de […] la tierra, es concentrando en su ámbito un cierto número de pequeñas propiedades” siendo de este modo, “la desaparición de este número de pequeñas explotaciones [su] la premisa necesaria”; e incluso así, “esto no basta: es necesario que las pequeñas explotaciones formen [además] una superficie continua” (Kautsky 1899, 169-170).

Notemos que estas “desventajas” de la “gran explotación” sólo existen si se supone, o se verifica prácticamente para el caso particular que se analice, que la ampliación de la escala de la producción sólo puede realizarse a través de la extensión de superficie contigua. No se trata, pues, de una determinación de carácter general. Es decir, allí donde la ampliación de la escala del capital no implique la ampliación de la superficie contigua, las limitaciones presentadas como “desventajas” de la “gran explotación” no rigen en absoluto. El propio Kautsky presenta esta posibilidad cuando, analizando el latifundio, considera la unificación de diversas explotaciones “en una sola mano” sin modificar “la extensión de cada una de las haciendas”, es decir, una pura “centralización de la administración” (Kautsky 1899, 181). Y, más aún, reconoce a esta forma como la que “abre el camino hacia el modo de producción más elevado de que sea capaz la agricultura moderna”, una forma que “no conoce límites, como tampoco la conoce la concentración del capital” (Kautsky 1899, 182), de modo tal que incluso se puede afirmar que es ésta la tendencia general del desarrollo de la acumulación de capital en la agricultura.

Esta intuición de Kautsky abre una problemática en la que vale la pena detenerse. Se trata de cuál es la tendencia general del vínculo entre el capital y la propiedad sobre la tierra. Porque, tal como lo presenta en estos párrafos que analizamos, la ampliación de la escala de la producción pareciera ir ineludiblemente ligada a la ampliación de la propiedad sobre la tierra; de ahí, de hecho, que caracterice el caso como de “latifundio”. Sin embargo, en otros pasajes, Kautsky afirma lo contrario, esto es, que dichas formas sociales tienden a separarse (Kautsky 1899, 102 y 106). En este punto, la explicación que ofrece el autor es terminante: “donde predomina el sistema de arriendo, el inversor agrícola puede destinar su capital exclusivamente a la hacienda”, de modo que “en este sistema la agricultura puede desplegar del modo más completo su carácter capitalista; el arriendo es la forma clásica de la agricultura capitalista” (Kautsky 1899, 135). Así considerado, pues, la unidad del capital y la propiedad de la tierra es incompatible con la acumulación del capital normal. En suma, puede decirse que en la presentación kautskiana convive esta contradicción: por un lado se afirma que el latifundio –esto es, la unidad del capital y la gran propiedad de la tierra– es la forma más potente de producción y, en consecuencia, la que expresa el pleno desarrollo del capitalismo en la agricultura, mientras que por otro lado se sostiene que es el sistema de arriendo –esto es, la separación del capital de la propiedad de la tierra– el que cumple con esta condición.

En la versión de Lenin el análisis de la tendencia general del vínculo entre el capital y la propiedad de la tierra, y en consecuencia de los sujetos sociales que personifican estas relaciones, es más pobre aún. En El desarrollo del capitalismo en Rusia la llamada estructura social agraria característica del modo de producción capitalista no parece incluir a los terratenientes. En efecto, estos aparecen siempre asociados a los “resabios de modos de producción precapitalistas”. De ello se deduce que la propiedad de la tierra y el capital están unidos bajo la representación de un mismo sujeto social. Sin embargo, en escritos posteriores se sostiene, aunque sin fundamentación, que la tendencia de la propiedad de la tierra es a fragmentarse a un mínimo, quedando en manos de pequeños terratenientes. Se trata, de acuerdo con Lenin, de la evolución histórica de la figura del pequeño campesino que “por su situación de clase, […] se trasforma inevitablemente, a medida que se desarrolla la producción mercantil, en pequeño terrateniente” (Lenin 1915, 230).

En síntesis, la explicación kautskiana-leninista de la persistencia del campesinado se basa en la presentación de una serie de límites económicos particulares, circunstanciales y de carácter transitorio que encuentra el capital a su entrada en la producción agraria. Por su parte, el vínculo entre la propiedad de la tierra y el capital agrario recibe un tratamiento marginal y confuso, sino sencillamente contradictorio. Con todo, prima sobre esta explicación la idea de que la persistencia del campesinado y, en consecuencia, de la “estructura social” particular que adopta la producción agraria, no se puede extender por mucho tiempo una vez que el capitalismo rige el conjunto de la producción social. Contra esta tesis fundamental es que se desarrolla y cobra fuerza la otra gran explicación clásica sobre la persistencia del campesinado que prevalece dentro de la teoría marxista. Detengámonos brevemente en ella.

2.2. La explicación chayanovista

La explicación que ofrece Chayanov sobre la persistencia del campesinado no pertenece a la tradición marxista. Incluso, en cierto sentido, hasta sería correcto afirmar que sus obras fueron escritas en abierta polémica con dicha tradición, en especial en su versión leninista (Djurfeldt 1981, 184, Bernstein 2009a). Sin embargo, a partir del “redescubrimiento” de la obra de Chayanov en la década de 1960, la explicación chayanovista se convirtió en el punto de referencia principal de la otra línea interpretativa sobre la cuestión agraria dentro de la teoría marxista.

Al igual que para los clásicos marxistas, para Chayanov, el problema central que enfrenta el estudio de la forma social que adopta la producción agraria es el de la existencia masiva del campesinado. La originalidad de su enfoque reside en explicar dicha existencia, en vez de por las trabas al desarrollo del capital normal o el capitalismo, por medio de la reproducción de lo que llama “la organización de la unidad económica campesina” (Chayanov 1925). Esta unidad económica queda definida, en sus términos, como “una familia que no contrata fuerza de trabajo exterior, que tiene una cierta extensión de tierra disponible, [y] sus propios medios de producción” (Chayanov 1925, 44).[5] Pero en vez de reconocer inmediatamente en ella al pequeño capital agrario más degradado, producto directo del proceso general de acumulación de capital, la identifica como una “unidad económica no capitalista” (Chayanov 1924). Así, todo el análisis de Chayanov se centra en desarrollar la especificidad de la “unidad económica campesina” en contraste con la “unidad económica capitalista”.

Vayamos al punto. La diferencia entre estas dos unidades económicas, que según el mismo autor anota, constituye “toda la originalidad de [… su] teoría” (Chayanov 1925, 34), reside en las categorías económicas que explican su funcionamiento. Según Chayanov, al no existir la categoría de salario en la unidad económica campesina “es imposible […] imponer a ésta […] el beneficio neto, la renta y el interés del capital como categorías económicas reales” (Chayanov 1924, 53). La consecuencia fundamental de esto es que “la motivación de la actividad económica del campesino” no pasa por la obtención de un beneficio neto o una ganancia, sino por la de una especie “de salario a destajo que le permite determinar por sí mismo el tiempo y la intensidad de su trabajo.” (Chayanov 1925, 33). De este modo, según Chayanov, la determinación del tiempo y la intensidad del trabajo campesino se establece en el “punto natural de equilibrio” que se sitúa “entre la medida de la satisfacción de necesidades y la de las fatigas propias del trabajo”, un punto que “no puede determinarse objetivamente a priori desde afuera” (Chayanov 1925, 85 y 92), sino que se “realiza mediante la confrontación económica interna de evaluaciones subjetivas.” (Chayanov 1924, 55).[6]

Sobre esta base, el destino de la unidad económica campesina queda dado, no por el desarrollo del modo de producción capitalista en la agricultura, sino por la evolución del trabajo y el consumo de los campesinos dado el tamaño de la familia y la tierra disponible. En concreto, esto significa que con el crecimiento demográfico natural de la familia campesina y, por ende, de la cantidad de trabajo y consumo de que ésta dispone, el mantenimiento de la satisfacción de sus necesidades sólo se podrá llevar a cabo mediante la ampliación de la tierra en producción. Pero dado que la cantidad de tierra es restringida y, en consecuencia, las más de las veces “la unidad económica campesina se encuentra limitada por su área de tierra” esto exige que “el equilibrio de la unidad de explotación se establezca a un nivel más bajo de bienestar” (Chayanov 1925, 185). En este contexto, la presencia masiva del campesinado en la producción agraria, en contraposición a la empresa capitalista, se puede explicar debido a que la intensidad y duración del trabajo que corresponde a este punto de equilibrio “es inaceptable para la unidad de explotación capitalista.” (Chayanov 1925, 185). De ahí, que lo que “habría que esperar” no es que el capital industrial se haga cargo de la producción agraria sino que “el capitalismo comercial y financiero establezca una dictadura económica sobre considerables sectores de la agricultura, la cual permanecería […] compuesta de empresas familiares de explotación agrícola en pequeña escala, sujetas en su organización interna a las leyes del balance entre trabajo y consumo.” (Chayanov 1925, 42). Esto es, la “empresa capitalista” no entraría inevitablemente en la producción agraria, como pensaban los clásicos marxistas, sino que se vería siempre excluida de ésta debido a los bajos precios a los que producen los campesinos, de modo tal que al capital sólo le queda vincularse con los campesinos a través de la circulación, sea comprándoles, vendiéndoles o prestándoles. De hecho, esto es lo que ocurre según Chayanov ya para esa época “en los países capitalistas más desarrollados como Estados Unidos” donde la presencia del capital industrial en la producción agraria no se desarrolla porque “evidentemente la explotación capitalista con la concentración vertical [esto es, el vínculo entre el capitalista comercial y financiero con el campesino] arroja un porcentaje más alto que con la horizontal [esto es, la unificación de varias explotaciones en una sola empresa capitalista].” (Chayanov 1925, 312).

En suma, para Chayanov la persistencia del campesinado se explica, en primer lugar, porque éste no reclama para sí una ganancia sino simplemente el salario correspondiente a la fuerza de trabajo que ocupa y, en segundo lugar, porque la intensidad y la duración del trabajo que realiza dicha fuerza de trabajo es, debido a la limitación de la tierra disponible, mucho mayor que la que realiza la que es explotada por la “empresa capitalista”. Dicho en los términos en que venimos desarrollando nuestra investigación, el pequeño capital agrario puede ser competitivo frente al capital normal, incluso al punto de evitar su entrada en la producción agraria de manera permanente, sobre la base de la auto-sobre-explotación a la que se ve sometida la familia campesina que lo personifica, situación forzada precisamente por la restricción de la escala de producción de dicho capital.

La existencia masiva o, mejor dicho, absoluta del campesinado determina, para Chayanov, un movimiento peculiar de la propiedad sobre la tierra. Ocurre, ante todo, que el precio de la tierra no queda determinado de manera “típicamente capitalista” como la capitalización de la renta futura a la tasa de interés vigente sino que depende “de la situación dada en el mercado de la tierra, o sea de la cuantía y la urgencia de la demanda de tierra entre los campesinos con poca tierra y del número de ofertas de tierra disponible por una u otra razón.” (Chayanov 1924, 58). De este modo, el crecimiento natural de la población campesina lleva a que se pague “por la tierra precios que exceden sustancialmente a la renta capitalizada” (Chayanov 1924, 58), o bien, sencillamente, a que se pague más renta por el uso de la tierra. Bajo estas condiciones, la unidad económica campesina desplaza a la “empresa capitalista” del mercado de tierras, ya que esta última no puede pagar una tierra o una renta sobrevalorada sin afectar su tasa normal de ganancia; se produce así, concluye Chayanov, “una visible transferencia de tierras de la explotación capitalista a la doméstica” (Chayanov 1925, 281). En suma, si bien para Chayanov no se puede definir una tendencia a la unidad de la propiedad de la tierra con el pequeño capital, ya que los campesinos pueden tanto comprar como alquilar la tierra, sí se puede definir una tendencia a la exclusión del capital normal del mercado de tierras y, a través del mismo, de la producción agraria.

3. Los debates posteriores a los autores clásicos

Luego de los oscuros años stalinistas, donde los manuales soviéticos repetían acríticamente una adaptada versión leninista de la cuestión agraria, los debates marxistas en torno a la persistencia del campesinado volvieron a cobrar el vigor de principios de siglo recién a partir de la década de 1970, esta vez motorizados por los movimientos políticos campesinos en el llamado Tercer Mundo. No obstante, las interpretaciones desarrolladas en estos debates, en especial las que se produjeron en los prolíficos años setentas y principios de los ochenta, no lograron avanzar sustancialmente más allá de los términos de referencia planteados por los autores clásicos recién reseñados: la problemática de la especificidad de la “estructura social” de la producción agraria continuó siendo reducida al problema de la persistencia del “campesinado”. A su vez, este problema continuó girando en torno a la razón de existir de un espacio económico –economía, modos de producción, etc.– sustancialmente diferente al que rige en el conjunto de la sociedad, o sea, a la acumulación de capital. Por último, la cuestión del vínculo entre la propiedad de la tierra y el capital también continúo relegado a un lugar marginal. Veamos muy sintéticamente el caso de algunos de los autores más referidos por la literatura especializada.

Del lado de los que siguieron sosteniendo la tesis de la “descampenización” inevitable de la agricultura la persistencia del campesinado adopta diversas explicaciones. Bajo el enfoque althusseriano, de notable influencia en la década de 1970, la persistencia del campesinado se explica porque, en el proceso de “transición al capitalismo”, el “modo de producción feudal” imperante en la agricultura consigue “articularse” con el “modo de producción capitalista” en vez de ser simplemente aniquilado por éste (Rey 1973, 57 y ss.).[7] Se trata, al decir de R. Bartra, de una “acumulación primitiva permanente” (R. Bartra 1974, 102), donde el campesino es explotado mediante la “relación estructural” que establece con la economía capitalista, cuya base es el “intercambio desigual” y la “intermediación” del “capital comercial y usurario” (R. Bartra 1974, 79-84).[8] Bajo un enfoque similar, de Janvry ofrece una explicación específica para los “países periféricos”, en los que la persistencia del campesinado se explica por la existencia de un “dualismo funcional” entre la “agricultura campesina” y el “capitalismo”, donde la primera se encarga de proveer de alimentos y fuerza de trabajo baratos al segundo, de modo de sostener el nivel general de salarios por debajo de lo normal (de Janvry 1981, 36). Así se “extiende” el “período de la acumulación originaria” retrasando el desarrollo del capitalismo (de Janvry 1981, 37).[9]

En sintonía con este tipo de explicaciones, varios marxistas recuperaron de modo explícito o implícito el enfoque de Chayanov para sostener la existencia de una “economía” o un “modo de producción” campesino que, vinculado “funcionalmente” con el “capitalismo”, podía reproducirse sin un límite particular.[10] De este modo, se abandonó la idea de “retraso” de la “descampenización” para pasar a la de “reproducción de la unidad económica campesina”. Así, por ejemplo, para Servolin, los campesinos “representan un modo de producción” particular (Servolin 1972, 163) que “coexiste” con “el modo de producción capitalista y bajo su dominación” (Servolin 1972, 165), lo cual ocurre porque los precios a los que producen los campesinos “son menos elevados que si la producción se hiciera en las condiciones del capitalismo” (Servolin 1972, 167). Del mismo modo, para Amin en la agricultura hay un “modo de producción campesino” que se reproduce dentro de la “formación social” dominada por el “modo de producción capitalista” sobre la base de liberar a éste del pago de renta de la tierra en virtud de los bajos precios a los que producen los campesinos (Amin 1974, 36-42). “La propiedad campesina”, sintetiza el autor, “es vaciada de su contenido, pues ella no ocasiona ya realización de una renta y reduce la remuneración campesina a la de su fuerza de trabajo” (Amin 1974, 43). Bajo otra terminología, exactamente la misma explicación es repetida por Vergopoulos. “Si la gran propiedad bloquea”, a través del cobro de la renta de la tierra, “la tasa industrial de ganancia”, dice este autor, “la pequeña permite al maximización de dicha tasa” (Vergopoulos 1974, 165). Es que el campesino “se contenta con el equivalente de un salario, sin plantear ni problemas de renta ni siquiera problemas de ganancia” (Vergopoulos 1974, 165).[11] Otra expresión característica de este tipo de enfoques puede encontrarse en el trabajo ya clásico de Friedmann (1978). Esta autora habla de “formas de producción” en vez de “modos de producción” para referirse a los distintos tipos de “unidades productivas” (Friedmann 1978, 552-554) y caracteriza a estas “unidades” en la agricultura como “formas de producción mercantil simples” en contraposición a las “formas capitalistas de producción” que rigen en la industria en general (Friedmann 1978, 556-560). Luego, fundándose en el análisis de Chayanov, encuentra que las “condiciones de reproducción” de cada una de estas “formas de producción” permite a la simplemente mercantil derrotar en la competencia a la capitalista (Friedmann 1978, 560-564).

Llevando la argumentación de “la explotación del campesino por el capital” a un extremo, algunos autores pretendieron salirse de los lugares comunes del debate presentando a los campesinos como trabajadores asalariados. Así, por ejemplo, para Banaji la persistencia del campesino se explica porque el “capital” logra “subsumirlo formalmente” como un “trabajador asalariado” (Banaji 1977, 36). O bien, en la versión de Bernstein, porque el “capital y el estado […] ponen al campesino como un equivalente al trabajador asalariado” (Bernstein 1977, 73), relacionándose con ellos como con “simples productores mercantiles” (Bernstein 1977, 62).

Otra interpretación de amplia difusión que buscó salirse de los lugares comunes de los debates fue la hoy conocida como “Tesis Mann-Dickinson” (Mann y Dickinson 1978).[12] Según estos autores, la persistencia del campesinado no se explica por sus condiciones de producción específicas sino por determinados “obstáculos” que encuentra el capital a su inversión en la agricultura. Estos obstáculos surgen específicamente de “la diferencia entre el tiempo de trabajo y el tiempo de producción” que caracteriza al proceso de producción en dicha rama (Mann y Dickinson 1978, 473). En concreto, se trata de obstáculos tales como “ineficiencia en el uso del capital constante, problemas en el reclutamiento de trabajo, una baja tasa de ganancia, y complicaciones en la homogénea [smooth] realización del valor en la esfera de la circulación” (Mann y Dickinson 1978, 478).

En las últimas décadas ha cobrado fuerza una interpretación que se presenta como superadora de los enfoques tradicionales y que, como veremos más adelante, es la única que ha dado un verdadero paso en la superación de los mismos. Su referencia principal son los trabajos de Henry Bernstein (1986, 1988, 1994).[13] El punto de partida de esta interpretación es el rechazo a la concepción dominante de la “cuestión agraria” según la cual, como acabamos de ver, el campesino es considerado como un sujeto social ajeno al modo de producción capitalista y, en consecuencia, como un sujeto social transitorio o bien como vinculado o articulado funcionalmente con el capital, sea en su simple condición de campesino o como si fuera un obrero asalariado (Bernstein 1986, 11, 1988, 259). En contraposición, esta interpretación explica al campesino como un sujeto social “constituido exclusivamente (así como destruido y recreado) a través de las relaciones sociales y dinámicas básicas del modo de producción capitalista” (Bernstein 1988, 259) y que, como tal, debe ser tratado bajo la categoría específicamente capitalista de “pequeño productor mercantil” (Bernstein 1991a, 417). Según este enfoque, los campesinos devienen históricamente pequeños productores mercantiles cuando, no pudiéndose reproducir por fuera de las “relaciones y procesos de la producción mercantil capitalista”, se ven forzados a “internalizarlas en su organización y actividad” (Bernstein 1994, 55). De este modo, se convierten en una “unidad contradictoria” que alberga en una misma persona las figuras del capitalista y el obrero (Bernstein 1991a, 418, 1994, 54).

Según esta interpretación, el “lugar y el espacio” para la pequeña producción mercantil “dentro de la división social del trabajo es continuamente creado como un efecto de la ley del valor en la competencia, la acumulación y la concentración capitalistas” (Bernstein 1986, 18-19) y, en consecuencia, la “pequeña producción mercantil existirá mientras exista el capitalismo” (Bernstein 1986, 25). Sin embargo, en vez de presentar las determinaciones concretas de la competencia, la acumulación y la concentración del capital que crean e impiden la posibilidad de que se reproduzca la pequeña producción mercantil, se presenta una serie de condiciones “circunstanciales”, tales como:

1. condiciones de acceso a recursos clave (tierra, crédito) y a mercados, y relaciones con grupos poderosos e individuos (terratenientes, comerciantes, capitalistas agrarios e industriales, políticos); 2. naturaleza (incertidumbre climática, degradación ecológica por un lado; la disponibilidad de tierras y tecnologías potenciadoras del trabajo por otro); 3. mercados (los precios relativos, o términos del intercambio, de lo que necesitan comprar y de lo que necesitan vender para satisfacer sus necesidades); 4. políticas gubernamentales (que afectan su condición económica, tal como de (1) a (3), y acceso a bienes públicos tales como salud, agua potable, y educación, que afectan la reproducción del trabajo). (Bernstein 1994, 56)

Esto es, según esta interpretación los límites y las potencialidades de la pequeña producción mercantil no pueden presentarse en sus determinaciones generales de manera sistemática, esto es, como surgiendo directamente del movimiento básico del capital social global, sino que sólo pueden presentarse en un nivel muy concreto de análisis, ya que se trata de procesos “que son siempre efecto de particulares condiciones de competencia y lucha de clases, los cuales requieren una investigación concreta” (Bernstein 1988, 264).

Con todo, se sostiene que el destino inevitable del pequeño productor mercantil es “dividirse sistemáticamente en capitalistas y obreros” (Bernstein 1986, 20) y que este proceso se realiza a través de un proceso más general de diferenciación entre distintos tipos de pequeños productores mercantiles. Así, se sostiene que en la agricultura hay campesinos pobres, medios y ricos. Los campesinos pobres son aquellos que están “sujetos a una reproducción simple que reduce [squeeze] su capital o [la representación en valor de] su trabajo” (Bernstein 1994, 56) y que eventualmente los puede llevar a convertirse en obreros. Por su parte, los campesinos medios son aquellos que alcanzan a realizar una “reproducción simple” que los reproduce como tales. Por último, los campesinos ricos son aquellos que alcanzan a realizar un proceso de “reproducción ampliada” que eventualmente los puede llevar a convertirse en capitalistas (Bernstein 1994, 57). Como se ve, para esta interpretación, la diferencia cualitativa central en el análisis de la “estructura social” de la producción agraria sigue siendo, al igual que en los autores clásicos y sus continuadores, la diferencia entre el “campesino” y el “capitalista”. En efecto, la otra parte del argumento sobre la “persistencia del campesinado” es que “el capital […] está inhibido para invertir directamente en la agricultura por varias razones” (Bernstein 1994, 51), entre las cuales destaca el riesgo que genera la incertidumbre respecto de las condiciones naturales, la no identidad entre el tiempo de trabajo y de producción, los costos de supervisión y control de los trabajadores (Bernstein 1994, 51-52), la mayor renta de la tierra que pagan los campesinos y menor costo de reproducción de su fuerza de trabajo (Bernstein 2009b, 28).

Como hemos anticipado al inicio de este apartado, la cuestión del vínculo entre la propiedad de la tierra y el capital, y en especial respecto del pequeño capital, ha recibido un tratamiento completamente marginal, sino nulo, en los debates posteriores a los autores clásicos. La mayoría de los autores, cuando dedican algunos párrafos a la cuestión, se limitan a volver a presentar las concepciones que ya analizamos en los clásicos. En los casos más sofisticados, siguiendo la exposición de la crítica marxiana se alcanza a presentar el vínculo entre la propiedad de la tierra y el capital a un nivel general (Djurfeldt 1981, Neocosmos 1986). Se sostiene así que “existe una relación antagónica entre la propiedad de la tierra y el capital”, que “la propiedad de la tierra existe independientemente del capital” (Neocosmos 1986, 25) y que, en consecuencia, los terratenientes constituyen una clase social distintiva, junto a la clase capitalista y la clase obrera (Neocosmos 1986, 26). Sin embargo, a continuación, se sostiene que esta separación entre capitalistas y terratenientes, producto de la separación entre la propiedad de la tierra y el capital, no es de carácter necesario, o más bien, depende del “resultado” de la lucha de clases en el caso histórico particular de que se trate (Neocosmos 1986, 27 y ss.). Siguiendo la misma línea de razonamiento, en otros casos se concluye directamente que la explicación general presentada por Marx “no es aplicable a la agricultura occidental contemporánea” (Djurfeldt 1981, 174). En síntesis, en los casos en que se trata el vínculo entre la propiedad de la tierra y el capital, se concluye que no es posible encontrar una determinación general –desarrollada a partir de la explicación marxiana del capital y la propiedad de la tierra– que rija su movimiento concreto.

4. Un balance crítico de las explicaciones marxistas sobre la persistencia del pequeño capital y el vínculo entre el capital y la propiedad de la tierra

Un primer punto que ha signado los debates sobre la “cuestión agraria” desde sus comienzos es el carácter no capitalista de la producción agraria, sea bajo la forma kautskyana-leninista de “resabios de un modo de producción anterior”, sea bajo la forma chayanovista de un “modo de producción campesino”. Ciertamente, a esta altura del desarrollo del capitalismo, hablar de un “modo de producción no capitalista” puede sonar un desatino o, cuanto menos, una forma terminológicamente apócrifa de referirse a las particularidades de la llamada estructura social agraria. Desde mi punto de vista, no obstante, el problema no es tanto la falta de perspectiva histórica o de un lenguaje científico pasado de moda, como el de la forma de encarar el conocimiento respecto de la especificidad del tipo de sujetos sociales imperantes en la producción agraria que esta concepción implica. En efecto, bajo esta concepción “dualista”, por un lado se considera la producción no-capitalista, por el otro la capitalista, y la unidad entre ambas, esto es, la unidad del conjunto de las relaciones sociales, aparece como algo exterior a cada una de las unidades analizadas por separado; es el carácter “articulado”, “funcional”, “de explotación”, “de subsunción”, etc. Y ni siquiera este vínculo se concibe como una relación social en sí misma. Es que, como lo ha notado lúcidamente Clarke, en este tipo de enfoques “[l]as relaciones sociales están reducidas a las formas de trabajo en el seno de la empresa[14] (Clarke 1979, 140), de modo que no cabe más relación social general que la que allí se establece entre los sujetos del proceso inmediato de producción. Por este mismo motivo, la unidad de las relaciones sociales sólo puede presentarse bajo la forma de un vínculo completamente exterior a ellas, esto es, como una unidad puesta desde fuera de las relaciones sociales en juego y no como brotando de ellas. Así, se desdibuja la determinación específica de las relaciones sociales analizadas en un abstracto vínculo formal con “otras” relaciones sociales. Al contrario, como hemos visto, desde el punto de vista que se funda en la crítica de la economía política, el punto de partida de la explicación tiene que ser la unidad general de las relaciones sociales: la relación social general o dominante (Marx 1867a, 74).

Este problema es superado inicialmente por las interpretaciones modernas que presentan a las relaciones sociales que rigen la producción agraria como un “efecto” de las relaciones sociales capitalistas (Bernstein 1988), o de manera bastante más precisa, como “formas específicas […] a través de las cuales” las relaciones capitalistas “adquiere[n] concreción”, y donde, por tanto, se pretende no presentar “discontinuidad teórica” entre unas y otras (A. Bartra 1979, 31). Al concebir a las relaciones sociales que rigen la producción agraria de este modo, este tipo de interpretaciones tienen además la virtud de ir más allá de la apariencia inmediata que presentan los sujetos sociales involucrados en dicha producción, para concebirlos en su condición de “simples productores mercantiles”. No obstante, como hemos visto, este punto de vista no les alcanza para desarrollar de manera sistemática los límites y las potencialidades de tales sujetos sociales. Dicho de otro modo, no les alcanza para desarrollar las determinaciones concretas de los sujetos sociales presentes en la producción agraria partiendo del movimiento del capital social global y sin desprenderse del mismo. Así, la explicación por la determinación general descubierta inicialmente queda reducida a una formalidad para dejar su paso a una explicación por las determinaciones “circunstanciales” (Bernstein 1994, 54), producto de la “historia particular” del caso analizado, de la “lucha de clases” y la “naturaleza del Estado” (Byres 1986, 58), en investigaciones que finalmente no difieren del empirismo imperante en la ciencia social mainstream.

El otro punto distintivo de todas las interpretaciones vistas es la reducción del problema de la especificidad de la llamada estructura social agraria al de la persistencia del “campesinado” o del “pequeño productor mercantil”. Esta reducción conlleva dos problemas. El primero es que con dicha reducción se pierde de vista la diferencia cualitativa esencial respecto del conjunto de la producción social que implica para la producción agraria la ausencia del capital normal en ella. Como vimos, el capital normal es la expresión más acabada de las potencias del capital social global en cuanto sujeto concreto de la vida social. Su ausencia en una rama de la producción social significa la existencia de un límite específico al desarrollo de las fuerzas productivas presentes en ella y, por lo tanto, a la realización de la misión histórica del capitalismo en el desarrollo de la vida humana. Si la “cuestión agraria” es finalmente concebida como “la existencia de […] obstáculos substantivos a un desenvolvimiento de las fuerzas capaces de generar desarrollo económico” (Byres 1991a, 9), entonces es esta ausencia del capital normal la que debiera constituir la verdadera y definitiva “cuestión agraria”. Para las interpretaciones analizadas, en cambio, la “cuestión agraria”, y la “estructura social” que le corresponde, es rebajada a la presencia del “campesino” o “el pequeño productor mercantil” en vez del “capitalista” en la producción agraria; o sea, es rebajada a la ausencia en esta rama del capital en general, sea éste pequeño o normal. Pero se trata de un capitalista y un capital completamente abstracto, porque en la realidad el capital existe siempre, como vimos más arriba, de forma diferenciada; no existe un capital sans prhase. Por ello, no basta con que aparezca el “capital”, o el “farmer capitalista” como lo presenta la literatura referida, para que se supere toda limitación al desarrollo de las fuerzas productivas dentro de los límites del capitalismo. La presencia del pequeño capital continúa expresando la misma limitación al desarrollo de las potencias transformadoras del capital social global que expresaba el “campesino” o “el pequeño productor mercantil”. Al contrario, la diferencia cualitativa sólo puede llegar con la aparición del capital normal. Por eso, la caracterización precisa del sujeto social que aparece bajo la figura aparencial del campesino no es la de pequeño productor mercantil sino la de pequeño capitalista, esto es, la de aquel sujeto social que tiene a su cargo la personificación del movimiento del capital que es impotente para desarrollar plenamente las fuerzas productivas del trabajo social. Esta indistinción respecto del tipo de capital que se acumula en la producción agraria que hace literatura referida proviene, ante todo, de no haber desarrollado de manera sistemática las “formas concretas”, al decir de Marx (1894a, 29), en que se resuelve el movimiento del capital social global.

Así y todo, la presencia del capital normal no alcanza para superar la especificidad de la llamada estructura social de la producción agraria. Todavía resta considerar cuál es la tendencia del movimiento de la propiedad de la tierra que, como vimos, contrasta con el movimiento del capital. Y este es el segundo problema que conlleva la reducción de la especificidad de la “estructura social” agraria a la cuestión de la persistencia del “campesinado” o “el pequeño productor mercantil”, porque tal reducción empieza por sacar de la vista el papel que juega la propiedad de la tierra y, con ella, la figura del terrateniente. Es que, como se considera que el problema es la existencia del “campesino” o el “pequeño productor mercantil”, se presume que la escisión de éste en capitalista y obrero acabará por homogeneizar a los sujetos sociales de la producción agraria con los imperantes en el conjunto de la producción social. Así, en los análisis específicos de las clases sociales en la producción agraria, es un lugar común considerar que “la cuestión de la tierra [ya] fue resuelta […] por la transformación interna de la propiedad feudal en la agricultura capitalista” (Bernstein 1991b, 487). De este modo, la propiedad de la tierra aparece ahora sin más como propiedad del capitalista, lo mismo que ocurre en cualquier otra rama de la producción social. Esta indistinción entre el capitalista y el terrateniente surge, lo mismo que la que se hace respecto de los tipos de capital, de no haber desarrollado sistemáticamente el movimiento del capital y de la propiedad de la tierra como formas concretas de realizarse el movimiento del capital social global.

5. Conclusiones

En este capítulo hemos realizado una revisión crítica de las principales explicaciones sobre la llamada estructura social de la producción agraria que se presentan dentro de la literatura marxista o crítica de la sociedad capitalista. En primer lugar, hemos visto que las primeras explicaciones ofrecidas por este tipo de literatura comportan varias debilidades explicativas, fundamentalmente vinculadas, por un lado, a la reducción de la especificidad de la “estructura social” de la producción agraria a la presencia del campesino y, por otro, a la concepción de la constitución de este sujeto social por medio de relaciones sociales ajenas a la relación social general. En segundo lugar, hemos visto que el grueso de las explicaciones ulteriores no pasa de los límites que presentan estas explicaciones fundantes y las que logran hacerlo aún resultan manifiestamente insuficientes. Por último, hemos visto que en todos los casos el vínculo entre el capital y la propiedad de la tierra recibe un tratamiento marginal y contradictorio.

Con todo, muchas de estas interpretaciones han logrado captar la esencia de algunos fenómenos que caracterizan particularmente a la producción agraria y al tipo de sujetos sociales imperantes en ella. Por ejemplo, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo agraria, el menor precio de mercado al que produce el pequeño capital, el mayor canon de renta de la tierra que paga, y la incompatibilidad de la compra de tierra con el movimiento del capital normal, entre otros. No obstante, el principal problema de estas explicaciones particulares es, otra vez, que no alcanzan a presentarse brotando sin solución de continuidad del análisis de las formas concretas en que se reproduce y establece su unidad el capital social global. Al contrario, se presentan de manera aislada y como el resultado de un análisis del caso particular, lo cual se expresa en la utilización de categorías propias de la conciencia vulgar, esto es, propias de las apariencias inmediatas que presentan los fenómenos analizados, dentro de las cuales la utilización de la categoría de “campesino” en vez de “pequeño capital” es quizás la expresión más acabada de este tipo de inversiones. Por este motivo, desde mi punto de vista, todas estas explicaciones quedan siempre huérfanas de determinación y, como tales, impotentes para poder evaluar la potencialidad histórica de los fenómenos analizados; esto es, impotentes para regir una acción consciente sobre éstos. En consecuencia, dedicaremos el próximo capítulo a desarrollar precisamente la unidad de las determinaciones que explican la peculiaridad de la producción agraria en la sociedad capitalista basándonos en el desarrollo que se ha realizado en los capítulos previos.


  1. Traducido al español como “El problema campesino en Francia y Alemania” (Engels 1895a). El término “cuestión” (en el original “Bauernfrage”) en vez de “problema” lo liga directamente con el texto de Kautsky Die Agrarfrage cuyo título etiquetó hasta nuestros días la polémica en torno al tipo de sujetos sociales dominantes en la producción agraria.
  2. Sobre los debates al interior de la socialdemocracia alemana y rusa respecto de la “cuestión campesina” véase los dos volúmenes de Hussain y Tribe (1981a, 1981b). En un libro posterior estos autores han compilado varios de los artículos de la célebre Neue Zeit que iniciaron la polémica sobre la “cuestión agraria” al interior de la socialdemocracia alemana (Hussain y Tribe 1984). Estos artículos constituyen un antecedente crucial del libro de Kautsky.
  3. Varios de los argumentos de Kautsky fueron originalmente desarrollados por los autores participantes del debate al interior de la socialdemocracia alemana que se inicia en 1891, en especial por Eduard David. En contraposición a los desarrollos presentados en su libro, en ese debate Kautsky había tomado inicialmente una posición crítica de todo obstáculo a la entrada del capital en la producción agraria. Como se señaló, este debate está disponible en Hussain y Tribe (1984).
  4. Sobre el trabajo infantil y el anciano como expresión de la compra-venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, véase Marx (1867a, 277 y ss., 1867b, 480 y ss.). Sobre el vínculo específico entre el pequeño capital y la contratación de este tipo de fuerza de trabajo véase Iñigo Carrera (2004a).
  5. Según Thorner la definición en cuestión no es un abstracto “tipo ideal”: el “90% y más de las granjas rusas durante el primer cuarto del siglo XX no contrataban trabajadores […] su modelo [el de Chayanov] estaba lejos de ser “ideal”; muy por el contrario, representaba la granja más típica de un país que, en la época, era el mayor país agrícola del mundo.” (Thorner 1981, 141)
  6. Según Shanin es un error rotular a Chayanov de subjetivista ya que “los determinantes materiales y estructurales de las relaciones de producción e intercambio dan forma y limitan las opciones” (Shanin 1988, 147). En cambio, según la lectura que hace Banaji, más en sintonía con la que aquí se ofrece, el punto de equilibrio que determina la cantidad de trabajo que va a gastar el campesino “es una función del proceso de evaluación enteramente subjetivo, y se llega al equilibrio no por algún criterio objetivista tal como el que conlleva una forma más desarrollada de la producción, sino por una mezcla de intuición y experiencia a través de varios años.” (Banaji 1976, 1595).
  7. Los fundamentos teóricos de esta tesis fueron presentados y discutidos en el capítulo anterior.
  8. Algunos autores suelen citar a R. Bartra como un exponente de la visión “chayanovista” según la cual habría un “modo de producción campesino” que “funciona con sus propias leyes” (de Janvry 1981, 37, por ejemplo). Aunque ciertamente R. Bartra considera que la agricultura está regida por un “modo de producción mercantil simple” que se “articula” con el “modo de producción capitalista”, no obstante es bastante explícito respecto de la perspectiva de dicho modo de producción, precisamente fundándose en las leyes que rigen su reproducción. “Esta lógica del modo de producción dominante”, sostiene este autor, “se expresa en el tipo de explotación a que es sometido el campesino: a diferencia de la explotación del obrero, la explotación al campesino no tiende a reproducir las condiciones de la extracción de plustrabajo. Por el contrario tiende a hacerlas desaparecer, a transformarlas en una auténtica extracción de plusvalía; es decir, tiende a proletarizar al campesino.” (R. Bartra 1974, 84). Por lo demás, su principal crítica a Chayanov reside precisamente en que éste no alcanza a comprender “la incompatibilidad entre la economía campesina y la sociedad moderna” (R. Bartra 1976, 68).
  9. Según algunos autores (Byres 1991a, 10, Bernstein 1994, 43-44), este tipo de enfoques centrados en la “transferencia de valor” entre la “agricultura campesina” y la “industria capitalista” como forma de la “acumulación originaria” en “países atrasados”, encuentra su origen, no en los autores clásicos recién analizados, sino en Preobrazhensky (1926), específicamente en su concepto de “acumulación originaria socialista”, a partir del cual este autor pretende dar cuenta del “saqueo” de los recursos de la “economía campesina” para “industrializar” el conjunto de la economía en “países atrasados” (Preobrazhenski 1926, 105 y ss.).
  10. Lehman caracteriza a esta vertiente teórica “marxismo chayanovista” (Lehmann 1986).
  11. Una buena síntesis del enfoque de Vergopoulos puede verse en su artículo en respuesta a la crítica que Mouzelis realizó de su obra aquí citada (Mouzelis 1976, Vergopoulos 1978). Véase, además, la respuesta de Mouzelis (1979).
  12. La contribución de Mann y Dickinson generó un importante debate inicial (Perelman 1979, Mooney 1982, Singer, Green y Gilles 1983). En un libro posterior una de sus autores (Mann 1990, 32), reconoció que su tesis había sido desarrollada con anterioridad por Contreras (1977). En rigor, puede encontrarse un claro antecedente en el original y sugerente artículo de Eduard David (1894-95, 9) que origina la polémica sobre la “cuestión agraria” dentro de la socialdemocracia alemana a la que se ha hecho referencia más arriba.
  13. Según el propio Bernstein (1986) este enfoque es desarrollado originalmente por Friedmann (1980) y de modo mucho más preciso por Gibbon y Neocosmos (1985). Por su parte, Byres (1991b) encuentra un antecedente histórico en la clásica obra de L. N. Kritsman. Desafortunadamente, ambos autores no consideran el excelente trabajo de A. Bartra (1979) que ofrece un desarrollo sistemático de este enfoque, en ocasiones bastante más agudo que en las versiones de los autores citados.
  14. Con “empresa” (en el original, “enterprise”) Clarke se refiere a la unidad productiva en que se realiza el “proceso inmediato de producción”, sea en el modo de producción capitalista o en el pre-capitalista.


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