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6 La especificidad de la acumulación de capital en la Argentina[1]

1. Introducción

En la primera parte de esta investigación hemos alcanzado a presentar las determinaciones generales de los sujetos sociales dominantes en la producción agraria en la sociedad capitalista. Allí hemos visto que la clave de la llamada estructura social característica de esta rama de la producción está dada por la colonización de la misma por parte del pequeño capital y que, por consiguiente, la superación de la especificidad que caracteriza al tipo de sujetos sociales imperantes en esta rama pasa por el reemplazo del pequeño capital por el capital normal. En contraposición al camino adoptado masivamente por la literatura especializada en esta problemática, para arribar a esta conclusión, hemos partido de los fundamentos de la crítica de la economía política y hemos procurado profundizar en ellos, esto es, hemos desarrollado los mismos hasta dar con sus formas concretas necesarias de realizarse. De este modo, la heterogeneidad característica de la llamada estructura social de la producción agraria, en vez de ser imputaba abstractamente a la presencia de sujetos sociales extraños a las relaciones sociales básicas de la sociedad capitalista, quedaba explicada como forma necesaria de desarrollarse la unidad de la relación social general que rige la vida social en esta forma de sociedad. Quedaba explicada, pues, de manera consistente con la relación social básica que enfrenta a los individuos como personificaciones de mercancías.

La pregunta que motiva esta investigación, sin embargo, no es qué tipo de sujetos sociales están presentes en la producción agraria en general sino en la producción agraria argentina y característica de la región pampeana en particular. Como es sabido, las formas generales que toman las relaciones sociales en la sociedad capitalista no se realizan de manera inmediata y automática en cada ámbito nacional. En consecuencia, existe la posibilidad de que el tipo de sujetos sociales dominante en la producción agraria pampeana difiera sustancialmente del que caracteriza a la sociedad capitalista en general. Más aún, una mirada superficial de los debates locales en torno a la llamada estructura social de la producción agraria pampeana muestra, en abierto contraste con la literatura especializada analizada previamente, que la concepción dominante dentro de las corrientes más críticas es que en la producción agraria pampeana predominan los “grandes” capitalistas y terratenientes agrarios. Por consiguiente, para respondernos por la realidad de los sujetos sociales presentes en la producción agraria pampeana se impone avanzar más allá de los resultados alcanzados hasta aquí.

Dado el enfoque general que guía esta investigación, el conocimiento de estas formas concretas no puede abstraer de las determinaciones generales encontradas previamente ni limitarse a establecer un vínculo exterior entre unas y otras. Al contrario, así como en la primera parte de esta investigación se avanzó en el conocimiento de la especificidad de la organización capitalista de la producción agraria sobre la base y el desarrollo de la forma general que toman las relaciones sociales en la sociedad capitalista, del mismo modo aquí se impone avanzar en el conocimiento de la especificidad de la organización social de la producción agraria pampeana sobre la base y el desarrollo tanto de la forma general que toman las relaciones sociales en la sociedad capitalistas como de la forma particular que adoptan las mismas en la producción agraria. En este sentido, el punto de partida de esta nueva etapa de la investigación no puede ser otro que la dilucidación de la especificidad que adopta la forma nacional del proceso general de acumulación de capital en la Argentina y cómo afecta esta especificidad a la producción agraria pampeana. Tal es el contenido del presente capítulo.

Como es evidente, para avanzar en este sentido debemos trascender el punto al que llegó la exposición marxiana de la crítica de la economía política. En este sentido, se podría decir que, así como cuando investigamos la diferenciación del capital tuvimos que adentrarnos en el “libro sobre la competencia” que la crítica marxiana había dejado pendiente, ahora debemos adentrarnos en el libro sobre el “mercado mundial” que también quedó pendiente de realización. Bajo esta perspectiva, la primera cuestión a dilucidar es cuál es la naturaleza de la forma nacional que toma la acumulación de capital. En el análisis de esta cuestión veremos que, en abierta contraposición a las concepciones dominantes dentro de la teoría marxista, la especificidad de cada ámbito particular de acumulación de capital se explica exclusivamente por su papel en la unidad mundial de la sociedad capitalista. Bajo esta perspectiva, la segunda cuestión a analizar que se nos presenta es cuál es el papel que le corresponde al ámbito nacional argentino en dicha unidad. En este análisis veremos que, en cuanto dicho papel está dado por su condición de proveedor de materias primas, su realización efectiva implica para el capital social global una contradicción entre el ahorro de plusvalor que le permite la provisión de materias primas baratas y la cesión de plusvalor que implica que éstas sean portadoras de renta diferencial de la tierra. A su vez, este resultado nos conducirá directamente al análisis de cómo se resuelve esta contradicción al interior del proceso nacional argentino de acumulación de capital. En este punto, veremos que el eje en torno al cual se estructura este proceso es precisamente la recuperación del plusvalor existente bajo la forma de renta de la tierra a manos del capital industrial extranjero.

La dilucidación de la forma específica que toma el proceso nacional argentino de acumulación de capital conduce, por esta vía, a la cuarta y más importante cuestión a tratar en este capítulo, esto es, cómo afecta esta forma particular en que se estructura la economía argentina a la producción agraria pampeana. Allí veremos que existe toda una serie de determinaciones que hacen de dicha producción agraria una producción particularmente receptiva al pequeño capital y que, en consecuencia, la llamada “cuestión agraria” adopta en este caso formas particulares. En otras palabras, veremos que la mediación de la forma nacional en la realización de las relaciones sociales a través de las cuales se organiza la producción agraria pampeana no contradice las determinaciones más generales de estas relaciones sino que, al contrario, las agudiza.

2. El contenido mundial y la forma nacional de la acumulación de capital

La planificación que Marx había realizado para la exposición de la crítica de la economía política culminaba, al menos en sus versiones más ambiciosas, con un libro sobre el “Mercado mundial” (Marx 1857-58a, 29-30, 1845-95, 89, 1859, 3, 1894a, 136). Ocurre que, desde muy temprano, Marx consideraba al capitalismo como un modo de producción universal y, en consecuencia, de carácter necesariamente mundial (Marx 1844, 130, Marx y Engels 1845, 36 y ss.). De este modo, el “mercado mundial” resultaba para Marx ser el único lugar en donde “la producción está puesta como totalidad al igual que cada uno de sus momentos” (Marx 1857-58a, 136), esto es, el lugar donde el capital social global se afirma plenamente como el sujeto enajenado de la producción social. Bajo este punto de vista, “los diversos países” que “integran” el “mercado mundial” (Marx 1867a, 684) no pueden ser sino partes alícuotas del capital social global o, mejor dicho, formas particulares suyas. De ahí que, para Marx, la constitución de los estados nacionales en su carácter específicamente capitalista presuponga la “instauración del mercado mundial” (Marx y Engels 1848, 43), es decir, presuponga ya desplegada la esencia mundial del modo de producción capitalista. Así considerado, por tanto, el proceso de acumulación de capital que rige la vida social en la actualidad puede ser definido, parafraseando a Marx, como un proceso mundial por su contenido y nacional por su forma (Marx y Engels 1848, 56).

Aunque así sintetizado pueda parecer una verdad de Perogrullo para cualquier marxista, no obstante, como lo han hecho notar algunos autores (Iñigo Carrera 2000, 59-60, 2003, 168 y ss., Grinberg 2007, 4-7, 2011, 19 y ss., 2013, 176 y ss., Guevara 2011a, 36 y ss., 2011b, Grinberg y Starosta 2009, 774, 2015), precisamente la concepción contraria es la que fundamenta la gran mayoría de las explicaciones marxistas sobre las características particulares que tienen de los distintos países. En efecto, toda vez que se explica el curso particular que adopta un espacio nacional por el resultado de la lucha de clases local, se está suponiendo que cada país se constituye autónomamente y que, en consecuencia, la relación entre los mismos se establece sobre la base de esta constitución autónoma previa. De este modo, el proceso mundial de acumulación de capital y su correspondiente diferenciación nacional no se presenta como una necesidad inmanente al movimiento del capital social global sino, por el contrario, como el producto del encuentro entre procesos nacionales de acumulación de capital abstractamente autónomos. Como lo señalan Fröbel, Jürgen y Otto:

La economía mundial no es el resultado de la suma de unas economías nacionales que funciona esencialmente de acuerdo con sus propias leyes y sólo entran en relación de forma marginal, por ejemplo a través del comercio exterior. Mucho más cierto es que estas economías nacionales son parte integrante de un único sistema global, es decir, de una economía–mundo capitalista que constituye un único sistema capitalista. (Fröbel, Jürgen y Otto 1977, 12).

Por tanto, si se es consecuente con el punto de vista según el cual la acumulación de capital es un proceso mundial por su contenido y nacional por su forma, el curso seguido por cada espacio nacional de acumulación de capital y, en consecuencia, por la lucha de clases local, tiene que explicarse por el papel que juega dicho espacio nacional en la unidad mundial de la acumulación de capital, cuya síntesis es el mercado mundial. Como lo presentan Grinberg y Starosta, de esta concepción se sigue que,

[…] ni el antagonismo de clase ni su expresión en las formas concretas de las políticas estatales determinan la modalidad y el curso de la acumulación de cada espacio de valorización nacional. Por el contrario, las formas políticas diferenciadas nacionalmente median el despliegue del establecimiento de la unidad formal y material subyacente de las dinámicas globales inherentemente contradictorias de la acumulación del capital social global. (Grinberg y Starosta 2015).

Según Wallerstein, en una “lectura cuidadosa” de los textos marxianos donde se analiza la lucha de clases a nivel nacional puede verse que “Marx repetidamente explica las diferentes acciones políticas concretas de las burguesías inglesa y francesa por el hecho de que éstas juegan diferentes roles en el mercado mundial” (Wallerstein 1991, 590).[2] Y aunque puede ser discutible el grado en que Marx alcanzó a desplegar una explicación sistemáticamente fundada de la lucha de clases en un espacio nacional particular (véase al respecto, Engels, 1895b, 406), ciertamente es posible leer en sus textos, sino “repetidamente” una “explicación” como sugiere Wallerstein, sí “repetidamente” la observación sobre el precepto metodológico en cuestión: explicar la lucha de clases nacional por el papel que ocupa el espacio nacional correspondiente en el mercado mundial. Así, por ejemplo, en La lucha de clases en Francia, precisamente discutiendo con los enfoques que abstraen de la determinación mundial de la lucha de clases nacional, Marx sostiene:

Pero las relaciones de producción francesas están determinadas [bedingt] por el mercado exterior de Francia, por la posición que Francia ocupa en el mercado mundial y por las leyes de éste. (Marx 1850, 323; traducción modificada.).

Bajo este punto de vista, por tanto, la lucha de clases local y las políticas económicas correspondientes a esta lucha no son sino las formas concretas que median la unidad del movimiento del proceso mundial de acumulación de capital. Ahora bien, como es reconocido por buena parte del marxismo contemporáneo, en el modo de producción capitalista el Estado no es el instrumento de dominación de la clase capitalista –como sostuvo históricamente el marxismo ortodoxo– sino el representante político del capital social (Holloway y Picciotto 1978, Clarke 1991).[3] Pero si la acumulación de capital es un proceso mundial por su contenido y nacional por su forma, los Estados nacionales sólo pueden representar al capital social global a través de representar a sus fragmentos nacionales, esto es, a los capitales sociales nacionales. En este sentido, la determinación de los Estados nacionales como representantes políticos de sus respectivos capitales sociales no es más, pues, que la determinación mediada de dichos Estados como expresiones del proceso mundial de acumulación de capital. Dentro de la literatura marxista sobre el Estado este punto de vista, en esencia, es presentado por Clarke del siguiente modo:

Si bien el Estado-nación moderno está constituido políticamente sobre bases nacionales, su determinación de clase no está definida en términos nacionales […] la subordinación del Estado al reino del dinero y a la ley, que es la base de la forma constitucional del Estado capitalista, restringe al Estado dentro sus límites impuestos por la forma contradictoria de la acumulación de capital a escala global. Consecuentemente la forma nacional del Estado capitalista puede ser definida solamente como una condensación, o punto nodal, de un sistema estatal internacional. (Clarke 2001, 79).

En consecuencia, del mismo modo en que no se puede explicar el curso de un ámbito nacional de acumulación de capital por las relaciones políticas locales, tampoco puede explicárselo por las relaciones políticas internacionales, esto es, por las relaciones directas que establecen entre sí los distintos Estados nacionales. Como todas las relaciones directas del modo de producción capitalista, las relaciones políticas internacionales no pueden ser sino la forma concreta en que se realizan las relaciones indirectas, en este caso, las relaciones económicas internacionales, esto es, las relaciones de competencia que establecen los capitales en el mercado mundial. Por lo tanto, al igual que las relaciones políticas que se establecen al interior de un ámbito nacional, las relaciones políticas internacionales son formas mediadoras a través de las cuales se realiza la unidad mundial de la acumulación de capital (Iñigo Carrera 2003, 145). En consecuencia, tampoco pueden ser el fundamento de la explicación del curso que adopte un proceso nacional de acumulación de capital. Al contrario, es precisamente este curso, determinado por el movimiento del capital social global, el que explica la relación política que establece el Estado nacional en cuestión con otros estados. Otra vez, es el lugar que ocupa un país en el mercado mundial lo que explica sus características.

En suma, como se advertirá, este punto de vista contrasta fuertemente tanto con las interpretaciones que explican la forma y el curso particulares adoptados por la sociedad argentina por las relaciones políticas nacionales (Portantiero 1978, Basualdo 2006, por ejemplo) como aquellas que lo explican por las relaciones políticas internacionales (Braun 1973, Ciafardini, y otros 1973, por ejemplo), o más aún, por una determinación simultánea de ambos tipos de relaciones (Peralta Ramos 1973, por ejemplo). En rigor, se puede decir que la explicación de la lucha de clases nacional y de las relaciones políticas internacionales por el lugar que ocupa el ámbito nacional en cuestión en la unidad mundial de la acumulación de capital, no se basa simplemente en el hecho de reconocer al capitalismo como un modo de producción mundial por su contenido y nacional tan sólo por su forma. Se basa, más fundamentalmente, en reconocer al capital como la relación social dominante y, en consecuencia, a toda relación social como una forma desarrollada suya. Como lo ponía Marx en sus borradores, podemos decir que esta explicación se basa en última instancia en el reconocimiento del capital como “la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa”, su “punto de partida y el punto de llegada” En otras palabras, se basa en reconocer al capital como el sujeto concreto de la organización del proceso de vida social, ya que, como hemos visto, es sólo bajo este punto de vista que las relaciones políticas se presentan como lo que son, vale decir, como formas concretas de realizarse las relaciones económicas (Iñigo Carrera 2003, 95 y ss., 2012a y 2012b). En este sentido, el punto de vista según el cual el curso de un ámbito nacional de acumulación de capital debe explicarse por la unidad mundial de la acumulación de capital no es más que el punto de vista que es consecuente con la explicación de las relaciones políticas por las relaciones económicas que las constituyen. Por eso, en definitiva, la diferencia esencial entre las distintas explicaciones existentes sobre la especificidad de la acumulación en la Argentina y la que aquí vamos a presentar se basa en la diferente forma en que se reconoce al capital como la relación social general (Iñigo Carrera 2004b, 77).

Por tanto, de acuerdo con este enfoque, para dar cuenta del carácter particular de un ámbito nacional de acumulación de capital es necesario partir de la necesidad inmanente del proceso mundial de acumulación de capital de diferenciarse en ámbitos nacionales diferentes. Y esta necesidad sólo puede brotar del movimiento del capital social global en cuanto sujeto concreto de la organización de la producción social. Como es sabido, el primus motor de este movimiento es la producción de plusvalor relativo. En consecuencia, es esta producción la que debe constituir el punto de partida específico de la explicación del papel que juega cada ámbito nacional en la unidad mundial de la acumulación de capital. Más precisamente, se trata de desarrollar la división internacional del trabajo que surge de la materialidad del proceso de trabajo propio de la producción de plusvalor relativo (Starosta y Caligaris 2017, capítulo 7). Como hemos visto, Marx no alcanzó a presentar las formas concretas en que se establece dicha unidad mundial a través del mercado mundial. Sin embargo, sí alcanzó a presentar cómo esta unidad mundial y su correspondiente diferenciación nacional surge como una necesidad propia del proceso de producción de plusvalor relativo:[4]

[N]o bien el régimen fabril ha conquistado cierta amplitud de existencia y determinado grado de madurez; no bien, ante todo, su propio fundamento técnico, la maquinaria misma, es a su vez producido por máquinas; no bien se revolucionan la extracción del carbón y el hierro así como la metalurgia y el trasporte y, en suma, se establecen las condiciones generales de producción correspondientes a la gran industria, este modo de producción adquiere una elasticidad, una capacidad de expansión súbita y a saltos que sólo encuentra barreras en la materia prima y en el mercado donde coloca sus propios productos. […] Se crea así una nueva división internacional del trabajo, adecuada a las principales sedes de la industria maquinizada, una división que convierte a una parte del globo terrestre en campo de producción agrícola por excelencia para la otra parte, convertida en campo de producción industrial por excelencia. (Marx 1867a, 549-550)

Lo que Marx llama en este texto “una nueva división internacional del trabajo” parece contrastar con lo que actualmente se conoce también como la “nueva división internacional del trabajo” que se desarrolla a partir de las décadas de 1960 y 1970 del siglo XX y cuya base es la “reorganización transnacional de la producción […] mediante el desplazamiento de la producción hacia […] las zonas de una mano de obra más barata y disciplinada” (Fröbel, Jürgen y Otto 1977, 19). De acuerdo con sus intérpretes originales, en esta nueva división internacional del trabajo los viejos países productores de materias primas para el mercado mundial se han convertido en productores de mercancías industriales cuya producción está vinculada a un proceso de trabajo simple, de modo que aquella vieja división internacional del trabajo identificada por Marx habría dejado de existir. Sin embargo, como lo han hecho notar Grinberg y Starosta, el curso del desarrollo histórico mostró que la referida “nueva división internacional del trabajo” no resultó en la simple negación de la división internacional del trabajo descrita por Marx, sino que más bien la incluyó como una parte sustantiva suya (Grinberg y Starosta 2015, 241). En otras palabras, lo que puede encontrarse en la actualidad es que en esta nueva división internacional del trabajo subsisten varios países que mantienen su papel tradicional de productores de materias primas para el mercado mundial (Iñigo Carrera 2003, 65; 144 y ss.).[5] Y tal es el caso precisamente del ámbito nacional al que corresponde nuestro objeto concreto de investigación. En tal sentido, el citado texto de Marx conserva plena vigencia para nuestros fines inmediatos. En consecuencia, avanzaremos sin más sobre esta base para desarrollar el carácter específico que tiene el proceso de acumulación de capital en la Argentina y, a su turno, las determinaciones que el mismo le agrega a la llamada estructura social de la producción agraria pampeana.

3. La especificidad de la acumulación de capital en la Argentina

3.1. La pérdida de plusvalor bajo la forma de renta de la tierra en la Argentina

Como es evidente, la constitución y reproducción de un ámbito nacional centrado en la producción de materias primas para el mercado mundial, como lo es Argentina, sólo tiene sentido en la medida en que dichas materias primas resulten más baratas que de producirse directamente en los ámbitos nacionales cuya producción principal las demanda. A su vez, en la medida en que estas materias primas son mercancías de origen agrario o minero, esta baratura relativa no puede sino surgir de la existencia de condiciones naturales relativamente favorables en el país que las produce. En suma, desde el punto de vista de la unidad mundial de la acumulación de capital, la constitución y reproducción de un ámbito nacional como Argentina sólo tiene sentido si el abaratamiento de las mercancías que provee, merced a las mejores condiciones naturales en las que las produce, redunda en un menor valor de la fuerza de trabajo que explota el conjunto del capital social global.

Sin embargo, como lo explican Grinberg y Starosta (2015), la forma particular en que se determina el precio de las mercancías cuya producción está sujeta a condicionamientos naturales no controlables por el capital, hace que esta diferenciación nacional implique una contradicción insalvable para el capital social global:

[S]i, de una parte, el capital social global potencia su valorización a través de la reducción del valor de la fuerza de trabajo, por la otra, esta potenciación está contrarestada por el drenaje de plusvalor […] que fluye hacia los bolsillos de los terratenientes locales en forma renta de la tierra. (Grinberg y Starosta 2015).

En efecto, como vimos más arriba, el plusvalor que apropian los terratenientes bajo la forma de renta de la tierra, con excepción del correspondiente a la renta absoluta, es plusvalor producido por el obrero industrial que consume directa o indirectamente las mercancías portadoras de renta de la tierra y que se le escapa al capital industrial que los explota; es ese “valor social falso [que] surge de la ley del valor […] a la cual se someten los productos del suelo” (Marx 1894c). Y esta determinación evidentemente no cambia por el hecho de que entre el terrateniente y el capital industrial en cuestión medie una frontera nacional. Por tanto, la renta de la tierra que está portada en las mercancías agrarias que se exportan desde Argentina, con excepción de la parte correspondiente a la renta absoluta, está constituida por el plusvalor producido por los trabajadores extranjeros. Tal como lo expresaba Laclau “es plusvalía producida por el trabajador extranjero e introducida en el país” (Laclau 1969, 294). Esto significa que la constitución de un ámbito nacional como la Argentina no sólo implica el abaratamiento de la fuerza de trabajo que consume el capital industrial en general, sino también que fluya hacia dicho ámbito de manera permanente una masa de plusvalor no generado originalmente en él. Tal es la conclusión que se sigue del desarrollo de la “ley del valor” a nivel mundial, o sea, del desarrollo sistemático del movimiento del capital social global como el sujeto concreto de la organización de la vida social. En consecuencia, es ésta la conclusión que debe constituir el punto de partida de toda explicación sobre la especificidad del proceso nacional argentino de acumulación de capital.

Como es evidente, esta conclusión contradice abiertamente con todas las explicaciones sobre la especificidad de la acumulación de capital en la Argentina que se basan en enfoques que plantean la existencia de un flujo de plusvalor en sentido inverso, esto es, en la existencia de una masa de plusvalor producida por los trabajadores locales que fluye hacia otros países, más específicamente, hacia los países mal llamados “desarrollados”, “centrales” o “imperialistas” (Emmanuel 1969, Marini 1973, por ejemplo).[6] Y, en consecuencia, así como más arriba descartamos aquellas explicaciones que se fundaban en el curso de la lucha de clases nacional o en el de las relaciones políticas internacionales, aquí debemos hacer lo mismo con este tipo de explicaciones que, si no se fundan directamente en el curso de la relaciones políticas internacionales, ahora vemos que lo hacen en la existencia de relaciones económicas que contradicen las determinaciones de la renta de la tierra y, por tanto, de la ley del valor.

Concluir que hacia la Argentina fluye de manera permanente una masa de plusvalor producido por trabajadores extranjeros parece chocar con todas las apariencias que presenta el proceso de acumulación de capital nacional en cuestión. En efecto, lo que debería esperarse de un país hacia donde afluye permanentemente desde el exterior una masa de riqueza social no producida por sus propios trabajadores es que tenga potenciado su proceso nacional de acumulación de capital. Y, a la inversa, lo que presenta la Argentina es una situación de crisis recurrentes, una permanente menor productividad del trabajo del capital industrial, bajos salarios, una masa de población superflua numerosa e históricamente creciente, etc.; en suma, presenta un proceso nacional de acumulación de capital impotente por donde se lo mire para desarrollar las fuerzas productivas del trabajo social (Iñigo Carrera 2002).

Desde mi punto de vista, la única explicación de las particularidades que presenta la acumulación de capital en la Argentina que es consistente con la diferenciación nacional de la unidad mundial del capital social global, las determinaciones de la renta de la tierra y la realización de la ley del valor en el mercado mundial, tal como lo hemos venido presentando hasta aquí, es la que ha desarrollado Iñigo Carrera (1999a, 2000, 2002, 2004, 2006, 2007b, 2008a, 2011). Teniendo en cuenta, por un lado, la amplia difusión que tiene en nuestro medio los trabajos de este autor sobre la especificidad de la acumulación de capital en la Argentina y, por otro, que esta cuestión no es el objeto inmediato de la presente investigación, en lo que sigue me limitaré a presentar este enfoque de manera sintética y esquemática, deteniéndome únicamente en aquellas determinaciones que hacen más directamente al objeto de esta investigación.

3.2. La recuperación del plusvalor perdido como renta de la tierra en la Argentina

De acuerdo con este enfoque, la contradicción que implica para el capital social global reproducir un ámbito nacional de acumulación de capital que capta plusvalor producido fuera de sus fronteras bajo la forma de renta de la tierra se resuelve, o mejor dicho, se desarrolla, mediante la recuperación de una porción significativa de dicha renta de la tierra por parte del capital social global (Iñigo Carrera 2007b, 80). Antes de ver la forma concreta en que lo hace, examinemos primero los términos en que se presenta dicha recuperación desde el punto de vista del capital social global. En este punto, aún debemos volver sobre el legado de la exposición marxiana de la crítica de la economía política.

Ante todo, la posibilidad de esta recuperación del plusvalor cedido inicialmente a los terratenientes está dada por la naturaleza particular del rédito que constituye la renta de la tierra. Como hemos visto, esta forma de rédito reproduce a un sujeto social que no juega ningún papel en el proceso inmediato de producción, de modo que la apropiación de parte de su rédito por terceros no afecta en absoluto dicho proceso ni, por lo tanto, el proceso de producción en su conjunto. Como lo pone Marx:

El capitalista es el explotador directo del obrero, no sólo el apropiador directo, sino también él creador directo del surplus labour. Y, como quiera que éste […] sólo puede realizarse en el proceso de producción y mediante él, el capitalista es, a la vez, funcionario de esta producción, su director. El terrateniente, en cambio, posee con la propiedad sobre la tierra (para la renta absoluta) y en la diferencia natural entre las distintas clases de tierra (renta diferencial) un título que le permite embolsarse una parte de este surplus labour o del surplus value sin haber contribuido en nada a la dirección ni a la creación. De ahí que, en casos de conflicto, el capitalista considere al terrateniente como una mera superfetación, como una excrecencia sibarítica o un brote parasitario de la producción capitalista, una especie de pulgón que se le mete en la piel. (Marx 1861-63b, 297)

En efecto, si el capital ve afectada su ganancia normal, se atrofia su reproducción y con ella el proceso de producción que pone en marcha. Del mismo modo, si el obrero ve afectado su salario normal va a atrofiarse su capacidad para trabajar, y por tanto su capacidad para producir plusvalor, obligando al capital a interrumpir el proceso de producción. En cambio, si el terrateniente ve afectada su renta de la tierra normal, nada sucede. Desde este punto de vista, pareciera que al capital social global no le queda más camino que deshacerse de la clase terrateniente, tomando directamente en sus manos el ejercicio del monopolio sobre la tierra, o sea, convirtiendo a la propiedad privada sobre la tierra en una propiedad estatal, de manera de no tener que ceder a esta clase parasitaria parte del plusvalor generado por sus propios obreros. Precisamente, tal como lo presenta Marx:

La abolición de la propiedad de la tierra en sentido ricardiano, es decir, su conversión en propiedad del Estado, para que la renta sea pagada a éste, y no al terrateniente, es un ideal, un anhelo del corazón, que brota de la entraña más íntima del capital. (Marx 1861-63c, 419).

Sin embargo, la abolición de la propiedad privada sobre un medio de producción tan relevante como lo es la tierra no puede realizarse sin poner en cuestión la propiedad privada sobre el resto de los medios de producción y, en definitiva, la propiedad privada en general. Así considerado, pues, pareciera que al capital social global no le queda más que convivir con la clase terrateniente y, por tanto, cederle todo el plusvalor correspondiente bajo la forma de renta de la tierra. Marx también destaca este punto:

De ahí que el burgués radical […] avance teóricamente hasta la negación de la propiedad privada sobre el suelo, que desearía, bajo la forma de propiedad del Estado, ver convertida en common property de la clase burguesa, del capital. Sin embargo, en la práctica [de las cosas], se echa para atrás, ya que el ataque contra una forma de propiedad –una forma de propiedad sobre las condiciones del trabajo– resultaría peligroso para la otra forma. (Marx 1861-63b, 33).

La recuperación por parte del capital social global del plusvalor producido por sus obreros que fue a parar a manos de los terratenientes bajo la forma de renta de la tierra encierra, pues, una contradicción. Si, por un lado, se muestra susceptible de reabsorción en cuanto los terratenientes son meros parásitos sociales y, por tanto, inservibles para todo proceso de acumulación de capital, por otro lado, se muestra enteramente inasible en cuanto implica poner en jaque a la propiedad privada sobre la tierra y, con ella, al proceso de acumulación de capital mismo. Marx presenta el desarrollo de esta contradicción de la siguiente manera: “El capital no puede abolir la propiedad sobre la tierra. Pero, convirtiéndola en una renta [abonada al Estado], se apropiaría de ella como clase para hacer frente a los gastos del Estado, se la apropiaría, por tanto, dando un rodeo, ya que no puede hacerlo directamente.” (Marx 1861-63c, 419). En efecto, en cuanto la renta de la tierra es una masa de valor que apropia el terrateniente únicamente en virtud de la relación económica que personifica, el capital social global puede apropiarse de ella mediante el poder del Estado, o sea, imponiéndose sobre el curso de realización de dicha relación económica. Sin embargo, precisamente por ser la renta de la tierra el rédito correspondiente a la propiedad privada sobre la tierra, esta apropiación está limitada cuantitativamente por el cuestionamiento de la propiedad privada que implica esta apropiación. En conclusión, en tanto representante político del capital social el Estado puede avanzar en la recuperación de la renta de la tierra, pero con un límite específico. Como vimos más arriba, la representación del capital social global por parte de un Estado nacional está mediada por la forma nacional de la acumulación de capital, o sea, por la existencia del capital social nacional como parte alícuota del capital social global. Por tanto, se trata aquí de la apropiación de la renta de la tierra argentina, ante todo, por el capital social global nacional argentino.

3.3. Las formas concretas a través de las cuales se le sustrae renta de la tierra a la clase terrateniente argentina

Una primera forma de sustraerle renta de la tierra al terrateniente es a través de un impuesto directo sobre ella, esto es, una vez que ya se encuentre en los bolsillos del terrateniente. Esta forma se intentó en la Argentina bajo el “impuesto a la renta potencial de la tierra”, pero nunca llegó a aplicarse efectivamente (Nuñez Miñana 1985). La razón de la imposibilidad de su aplicación no se encuentra en la abstracta fuerza política de la clase terrateniente (Basualdo y Khavisse 1993, 216), ni mucho menos en su condición de “oligarquía diversificada” (Basualdo 2006, 82), sino en el carácter “confiscatorio”, o cuando menos violatorio del principio de la equidad fiscal, que acabaría presentando este impuesto dada la magnitud de la masa de valor en juego (Iñigo Carrera 2007b, 120). En particular, dadas las diferencias naturales entre las tierras, dicho carácter confiscatorio y de inequidad fiscal se presentaría, ante todo, de modo violento al interior mismo de la clase terrateniente. Pero además, y fundamentalmente, se presentaría respecto del conjunto del capital.[7] Por eso, como diría Marx, este impuesto nunca pudo ni pasará de ser un anhelo del corazón de la clase capitalista argentina y extranjera.

Una segunda forma de sustraerle renta de la tierra al terrateniente es a través de un impuesto general, no ya sobre el valor captado por cada terrateniente particular, sino sobre las mercancías que son portadoras renta de la tierra. El hecho de que este impuesto se aplique, en última instancia, a la porción del precio de la mercancía que corresponde a la renta de la tierra y no al capital constante, al capital variable o a la ganancia, se explica por la referida la naturaleza del rédito que constituye la renta de la tierra. En efecto, si el impuesto se aplicase sobre el capital, cualquiera sea su parte, se vería directamente afectada la producción material de las mercancías en cuestión y, a la postre, la propia recaudación impositiva. En cambio, si se afecta la renta de la tierra, la producción material sigue su curso normal. Este impuesto ha aparecido una y otra vez en la historia argentina para el caso de las mercancías agrarias destinadas a la exportación. Son las llamadas “retenciones a la exportación”, fundamentadas precisamente en la ganancia extraordinaria que portan dichas exportaciones merced a las condiciones naturales diferenciales en que han sido producidas. Sin embargo, el monto de este impuesto siempre ha sido reducido respecto de la masa de renta de la tierra en juego (Iñigo Carrera 2007b, 88-90). De manera general, el hecho de que este tipo de impuesto siempre haya sido acotado se explica porque, pasada cierta magnitud, también aparece teniendo un carácter confiscatorio y/o violatorio del principio de equidad fiscal. El llamado “conflicto con el campo” de 2008 es quizás el ejemplo más contundente de los límites que tiene un impuesto de esta naturaleza sobre la renta de la tierra (Iñigo Carrera 2008a, Perez Trento 2017a). Con todo, a diferencia del impuesto sobre la renta potencial de la tierra, este tipo de impuesto constituye una forma real de apropiación de la renta de la tierra.

El alcance de las retenciones a las exportaciones no se detiene, sin embargo, en las mercancías sobre las que se aplica directamente. Por mediación de la competencia, los impuestos a las mercancías destinadas al mercado mundial recortan el precio del mismo tipo de mercancías destinadas al mercado interno. Quienes compran internamente estas mercancías abaratadas, por tanto, se están apropiando de una masa de renta de la tierra del mismo modo en que lo hace el Estado cuando recauda el impuesto (Iñigo Carrera 2007b, 20). Veremos más adelante quiénes son los beneficiarios últimos de esta apropiación que, como es evidente, no son ni la clase obrera que consume dichas mercancías ni el Estado en sí mismo.

Una tercera forma de sustraerle renta de la tierra al terrateniente es regular de modo directo los precios internos de las mercancías agrarias. Aquí se opera el mismo mecanismo que con la aplicación de las retenciones a las exportaciones. Los consumidores pagan las mercancías agrarias a un precio de mercado que es menor al precio de producción quedándose en primera instancia con una parte de la renta de la tierra. Las formas a través de las cuales el Estado puede llevar adelante esta regulación de precios internos son varias: puede fijar precios máximos para determinadas mercancías, puede poner cupos de exportación o puede operar sobre las condiciones de circulación de mercancías producidas sobre la base de mercancías portadoras de renta de la tierra, por ejemplo (Iñigo Carrera 2007b, 21). La forma más potente de esta regulación por parte del Estado es la compra directa de las mercancías agrarias a precios de mercado más bajos que los precios de producción, para luego venderlas al nivel de éstos últimos. En este caso se trata de una apropiación directa de la renta de la tierra, esto es, sin la mediación del consumo individual o productivo bajo la que se realiza el otro tipo de regulación de los precios internos (Iñigo Carrera 2007b, 21). El ejemplo por excelencia de esta forma de intervención en la Argentina es el eufemísticamente llamado Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) que funcionó durante el primer gobierno peronista (Iñigo Carrera 1999a, 7). Como es evidente, esta forma de apropiación de renta de la tierra conlleva los mismos límites que tiene un impuesto sobre las mercancías agrarias que se exportan. No bien se avanza en la magnitud de renta de la tierra apropiada por esta vía salta a la vista su carácter confiscatorio o violatorio del principio de equidad fiscal. Por eso, al igual que las retenciones a las exportaciones, la apropiación de la renta de la tierra a través de la regulación de los precios internos de las mercancías agrarias ha sido pequeña en relación a la masa total de renta de la tierra disponible y comúnmente se ha alternado con la aplicación de retenciones (Iñigo Carrera 2007b, 88-90).

Hasta aquí parecería que, dada la contradicción entre la sustracción de la renta de la tierra al terrateniente y el derecho a la propiedad privada, la recuperación del plusvalor cedido por el capital social global en la compra de materias primas no puede más que avanzar sobre una porción muy limitada del mismo. Sin embargo, existe un mecanismo de sustracción de la renta de la tierra que, por su carácter velado y a la vez indirecto, logra escapar a esta contradicción esencial. Se trata de la sobrevaluación de la moneda nacional en relación a la moneda que funciona como dinero mundial (Iñigo Carrera 2007b, 19). Por su potencialidad, este mecanismo ha sido una constante en la historia del proceso argentino de acumulación de capital y, como veremos, es el que en definitiva explica la especificidad que caracteriza a éste. Antes de analizarlo, y para dar una idea más clara de su importancia, notemos mediante el siguiente gráfico la magnitud y la recurrencia con que aparece en el curso del desarrollo histórico del proceso nacional argentino de acumulación de capital:

Fuente: elaboración propia sobre la base de Iñigo Carrera (2007b)

La sobrevaluación de la moneda nacional significa que por cada unidad de dicha moneda que se intercambia por la que funciona como dinero mundial se recibe una mayor cantidad de esta última que la correspondiente a la capacidad real para representar valor de la primera. Dicho de otro modo, quien cambia moneda extranjera por moneda nacional recibe una menor cantidad de riqueza social que la que debería recibir si el tipo de cambio estuviese en su paridad.[8] En la medida en que la moneda extranjera ingresa al país por medio de las exportaciones, la existencia de una sobrevaluación de la moneda local significa que los capitales que exportan deben contar con una ganancia extraordinaria que pueden perder en la mediación cambiaria sin afectar su reproducción normal. En la Argentina dicha ganancia extraordinaria no puede ser sino la renta de la tierra portada en las mercancías agrarias que se exportan.

Los destinos de la renta de la tierra retenida en la mediación cambiaria son varios. Señalemos, por ahora, dos que se presentan de manera inmediata. En primer lugar, dicha renta de la tierra puede ir a parar a los bolsillos de los importadores que, debido a la misma sobrevaluación de la moneda, necesitan desembolsar una menor cantidad de riqueza social para adquirir la moneda extranjera con la que compran las mercancías importadas. En segundo lugar, puede ir a parar al Estado a través de impuestos extraordinarios a la importación, esto es, de impuestos que lleven el precio abaratado de las mercancías importadas por la sobrevaluación de la moneda nacional a su precio normal.

Del mismo modo que en el caso de las retenciones a las exportaciones, el efecto sobre los precios de las mercancías agrarias que se exportan provocado por la sobrevaluación de la moneda se traslada manera automática a los precios de las mercancías agrarias que se consumen internamente, de modo que de modo indirecto la sobrevaluación también abre otra vía de sustracción de renta de la tierra. Esta vez, sus apropiadores inmediatos, aunque evidentemente no sus beneficiarios últimos, son los consumidores de dichas mercancías.

Aún hay otra forma de sustraerles renta a los terratenientes que, aunque es marginal respecto de las formas recién vistas, debemos desarrollar por la influencia que ha tenido sobre la evolución de la llamada estructura social agraria nacional, tal como lo analizaremos a su turno. Se trata de la sustracción de la renta de la tierra a través de su colocación como capital prestado a interés una tasa real negativa. La necesidad de convertir la renta de la tierra en capital prestado a interés surge, ante todo, de su naturaleza como fuente de rédito. Como vimos más arriba, la masa de renta que recibe el terrateniente no está vinculada a su papel en el proceso productivo, ya que carece de todo papel en él. Por otra parte, en la medida en que la renta de la tierra supera el monto necesario para cubrir el consumo individual del terrateniente, es decir, sus gastos de personificación, se transforma automáticamente, como lo hace todo monto de dinero en esa condición, en un capital latente y, por tanto, en un capital necesitado de colocarse a interés. Por último, la renta de la tierra también adquiere esta condición por la disparidad existente entre el momento estacional de su recepción, determinado por el ciclo de rotación particularmente lento del capital agrario, y el carácter permanente del consumo individual del terrateniente (Iñigo Carrera 2007b, 59). El sostenimiento en el tiempo de una tasa de interés real negativa no es, sin embargo, algo normal del modo de producción capitalista. Su existencia sólo puede deberse a la necesidad de transferir riqueza social de una parte a otra de la sociedad. A su vez, para sostener en el tiempo esta transferencia hace falta, además de suscitar un proceso inflacionario sistemático, toda una serie de políticas puntuales que conduzcan a la masa de riqueza social en juego al lugar donde sólo puede colocarse a una tasa de interés real negativa, por ejemplo, impidiendo la remisión de utilidades al exterior, congelando los alquileres o impidiendo indexaciones. Tal fue el caso en Argentina entre mediados de la década de 1940 y mediados de la década de 1980, donde se registran sistemáticamente una tasa de interés real negativa (Iñigo Carrera 2007b, 273-274), y las políticas económicas correspondientes a ella.

3.4. La apropiación de la renta de la tierra por el capital social global y los límites del proceso nacional argentino de acumulación de capital

Hasta aquí hemos considerado los mecanismos históricamente más relevantes que, mediados por la acción política del Estado nacional en cuanto representante indirecto del capital social global, se han desarrollado para sustraerles renta de la tierra a los terratenientes argentinos. La pregunta que ha quedado pendiente es cómo ha hecho este capital para apropiarse finalmente de ella. Antes de contestarla, o más bien, como primer paso de la respuesta, consideraremos cómo actúa en la actualidad el capital social global en el proceso nacional argentino, esto es, cómo actúa el conjunto del capital que se acumula en la Argentina como parte alícuota del capital social global.

A primera vista, parecería que el capital social global actúa en la Argentina tal como lo hace en cualquier otra forma nacional suya. Esta apariencia surge, ante todo, de que buena parte del capital en cuestión es de origen extranjero, es decir, es el mismo que actúa normalmente en otras formas nacionales. Sin embargo, lo que caracteriza al capital extranjero que se acumula en el país respecto de sus contrapartes en el resto del planeta es que produce en una escala restringida al mercado interno. Y, efectivamente, si tenemos en cuenta el grado y la recurrencia histórica de la sobrevaluación de la moneda nacional, esta característica no llama la atención: en la medida en que las mercancías producidas por estos capitales no portan de manera permanente una ganancia extraordinaria, la existencia de una moneda sobrevaluada impide que se exporten sin afectar la reproducción normal del capital. Lo que sí llama la atención, en cambio, es cómo se pueden reproducir estos capitales normales en un mercado interno tan pequeño como lo es el de la Argentina. Iñigo Carrera lo plantea de manera clara para el caso de la industria automotriz:

¿Cómo pueden [estos capitales] encajar en un mercado de sólo 36 millones de habitantes, la mitad de los cuales viven hoy bajo la línea de pobreza y cuyo salario promedio es sólo una décima parte del salario norteamericano? Por ejemplo, seis de las principales automotrices del mundo aún tiene plantas de producción en la Argentina. Cada exportación que realizan a la zona del Mercosur está compensada con una importación, balanceando así cualquier expansión de la escala de la producción más allá de la del mercado interno. A la inversa, en Italia, cuya población es dos tercios más grande y el salario promedio se acerca al norteamericano, hay sólo una automotriz que es, además, incapaz de sostenerse como propiedad de un capital individual. (Iñigo Carrera 2006, 193)

En efecto, producir exclusivamente para un mercado interno como el de la Argentina significa producir en una pequeña escala y, en consecuencia, producir con mayores costos. En este contexto, para sostener la apropiación de una tasa de ganancia normal es necesario contar con una fuente alternativa de plusvalor que compense esos mayores costos. Por supuesto, en la actualidad una fuente de este plusvalor es la compra de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, algo que caracteriza a la acumulación de capital nacional desde hace ya varias décadas. También una fuente siempre presente es el plusvalor liberado por los pequeños capitales que se vinculan con estos capitales en la circulación, tal como lo hemos visto en nuestro análisis de la diferenciación del capital. Pero ni esta baratura relativa de la fuerza de trabajo local ni la apropiación de plusvalor liberado por los pequeños capitales puede ser la base de la acumulación del capital normal en la Argentina. De ser el caso, antes que limitarse a producir para el mercado interno, los capitales producirían básicamente para el mercado mundial (Iñigo Carrera 2004b, 67). Como se desprende de nuestro desarrollo, la fuente esencial del plusvalor que compensa los mayores costos en los que incurren estos capitales normales no es otra que la renta de la tierra que se les sustrae a los terratenientes argentinos a través de los mecanismos recién analizados.

Los capitales normales que se acumulan en la Argentina se hacen de esta renta de la tierra de diversas formas. Las más significativas son las siguientes. En la medida en que dicha renta cae directamente en manos del Estado nacional vía impuestos a la exportación, control directo del comercio exterior o impuestos sobre la importación que compensan la sobrevaluación de la moneda local, fluye hacia los capitales en cuestión a través de subsidios, exenciones impositivas, compras de sus mercancías, etc. En la medida en que la renta de la tierra cae en manos de la clase obrera mediante la compra de mercancías agrarias abaratadas por efecto de los impuestos a la exportación o la sobrevaluación de la moneda local, automáticamente se transfiere al capital bajo la forma de un abaratamiento de la fuerza de trabajo. En la medida en que la renta de la tierra queda retenida en la mediación cambiaria por la sobrevaluación de la moneda local es apropiada por el capital a través de la compra de medios de producción importados o de la remisión de sus ganancias al exterior. Por último, en la medida en que los capitales acceden como deudores a una tasa de interés real negativa se apropian de la renta de la tierra que sostiene a la misma.

Pero, además, esta forma de apropiación de la renta de la tierra que limita la producción industrial al mercado interno, y con ello la escala de producción de los capitales, les permite a los capitales extranjeros acceder a otra ventaja particular: pueden convertir su maquinaria que ya ha devenido técnicamente obsoleta desde el punto de vista de las condiciones normales de producción en el mercado mundial en maquinaria aún con vida útil en las condiciones que imperan en el mercado interno (Iñigo Carrera (1999a, 12); véase en particular Fitzsimons y Guevara (2016, 200), para el caso de la industria automotriz). En lo que respecta a esta parte del capital, esto significa lisa y llanamente la obtención de una tasa de ganancia infinita en la medida en que se trata de la valorización de un capital cuyo valor es prácticamente nulo (Iñigo Carrera, 2007b, 66).

Esta apropiación de renta de la tierra por los capitales normales que actúan en la Argentina es, pues, la forma básica en que el capital social global recupera el plusvalor que originalmente se le escapó de sus manos. A esta forma se suma la que surge del capital prestado a interés que constituye la siempre renovada “deuda externa”, aquella que unos gobiernos se encargan de contratar y despilfarrar y otros de pagar religiosamente (Iñigo Carrera 2011, 56).[9]

Si miramos el proceso en su unidad encontramos, sin embargo, que esta apropiación de la renta de la tierra por parte del capital social global, comporta una contradicción insalvable. Por un lado, tenemos que la sobrevaluación de la moneda local, dado su carácter indirecto y velado, es la única forma en que se puede apropiar una cantidad sustantiva de renta de la tierra. A su vez, esta misma forma de apropiación limita la producción industrial al mercado interno permitiéndole al capital extranjero valorizar medios de producción ya obsoletos. Sin embargo, por otro lado, tenemos que precisamente esta restricción al mercado interno implica una barrera al desarrollo de la acumulación de capital en su conjunto. Por lo tanto, el resultado es un proceso de acumulación de capital que permite la recuperación de la renta de la tierra por parte del capital social global, pero que lo hace al mismo tiempo a costa de limitarse como proceso de acumulación. Así, los capitales más concentrados se acumulan siempre con el límite que les impone la cantidad de renta de la tierra disponible que hay para compensar la diferencia en sus escalas de producción respecto de las que rigen en el mundo, que cada vez es mayor. Mientras tanto, la población obrera sigue creciendo y engrosando las filas de la población superflua.

Hasta aquí hemos consideramos, de manera general y estilizada, la forma específica que adopta el proceso nacional argentino de acumulación de capital. Veamos ahora cuáles son los efectos que tiene esta especificidad nacional sobre la producción agraria que se desarrolla en ella.

4. Las determinaciones de la llamada estructura social agraria que surgen de la especificidad de la acumulación de capital en la Argentina

Desarrollada la especificidad de la acumulación de capital en la Argentina, no cabe duda de la importancia que juega en ella la producción agraria. No obstante, si bien las características particulares de la producción agraria argentina determinan la especificidad de esta forma nacional, una vez puesto en marcha el proceso nacional de acumulación de capital, la producción agraria se convierte en una forma concreta suya. Por tanto, debemos ahora examinar cuáles son las particularidades que adopta la producción agraria nacional dada la especificidad del proceso nacional en el que se desarrolla y, en particular, cómo estas particularidades afectan a su llamada estructura social. Dada la continuidad con el desarrollo anterior aquí también me baso fundamentalmente en los trabajos originales de Iñigo Carrera sobre la cuestión (2007b, 1999b).

4.1. Límites a la aplicación extensiva e intensiva del capital producto de las formas de apropiación de la renta de la tierra por el capital social global y de la ubicación respecto del mercado mundial

Como hemos visto en el análisis de la renta de la tierra, si el crecimiento de la demanda de mercancías agrarias por sobre la oferta disponible hace subir sus precios de mercado, la frontera agrícola se va a extender hacia tierras menos fértiles y se van a poder aplicar nuevas inversiones de capital que porten una productividad de trabajo aún menor a la que hasta entonces era la última inversión de capital que se aplicaba sobre la tierra. A la inversa, si la demanda se contrae por debajo de la oferta disponible, el precio de mercado va a descender y las tierras menos fértiles, así como las inversiones de capital portadoras de la hasta entonces peor productividad del trabajo, serán retiradas de la producción. En síntesis, dada la especificidad de la determinación del precio de las mercancías agrarias, todo movimiento en la oferta y la demanda por ellas va a afectar directamente la aplicación extensiva e intensiva del capital agrario y, con ello, el tamaño determinado que corresponda a su condición de capital normal o pequeño.

En la Argentina, como acabamos de ver, los precios que determinan la reproducción del capital agrario no se determinan de manera simple por la oferta y la demanda. Dada la forma específica que adopta el proceso nacional de acumulación de capital, dichos precios están afectados, además, por la forma en que el capital social global se apropia de la renta de la tierra, en particular por la existencia de los impuestos a las exportaciones, el control de precios internos y la sobrevaluación de la moneda local. Para el capital agrario que se acumula en la Argentina, pues, los precios de las mercancías agrarias son siempre más bajos que el precio normal que impera en el mercado mundial. En consecuencia, la extensión y la intensidad con que se aplica el capital agrario en las tierras argentinas es menor que en cualquier otra forma nacional donde su especificidad se base en la estructuración de su economía en torno a la apropiación de la renta de la tierra. En concreto, esto significa que pese a tener en la Argentina una cantidad de tierras materialmente aptas para ponerse en producción dados los precios del mercado mundial, éstas deben permanecer fuera de la frontera agrícola debido a las formas concretas que adopta la apropiación de la renta de la tierra. Y, del mismo modo, pese a poder materialmente soportar lo que en el mundo es la mayor intensidad de aplicación de capital y, por tanto, la técnica más avanzada, en la Argentina hay que aplicar una menor masa de capital y, por tanto, una técnica más atrasada que en el resto del mundo (Iñigo Carrera 1999b, 5-7, 2007b, 108-110).[10]

A la determinación de los precios de producción del capital agrario nacional se suma aún otra determinación que es propia de la Argentina, aunque no de su especificidad concreta como ámbito de recuperación de renta de la tierra. Se trata de la distancia geográfica en que se encuentran las tierras argentinas respecto del mercado mundial. Como señalaba Marx, la fertilidad y la ubicación de la tierra son dos factores contrapuestos en la determinación del aptitud de una tierra para entrar en producción (Marx 1894c, 977-978), de modo que una tierra muy fértil puede quedar afuera de producción si está ubicada muy lejos del mercado y, a la inversa, una tierra poco fértil puede entrar en producción si tiene una ubicación privilegiada. En este sentido, es evidente que, en la medida en que las tierras argentinas se encuentran más lejos del mercado mundial que las tierras de otras nacionalidades, tierras que tienen una fertilidad apta para entrar en producción no lo van a hacer. El capital agrario que se acumula en la Argentina, pues, conlleva por este lado un límite a su aplicación extensiva. Pero dado que la peor ubicación geográfica de una tierra se expresa como un mayor costo y, por tanto, como un precio de producción individual más alto por cada unidad de producto, la existencia de esta ubicación redunda también en un límite a la aplicación intensiva del capital agrario. Veámoslo con un ejemplo sencillo. Si el precio de mercado es $ 110, en una tierra con una ubicación inmediata al mercado, y por tanto sin gastos de transporte, se van a aplicar todas las inversiones de capital que quepan hasta que la última obtenga simplemente la ganancia normal; supongamos que, siendo la tasa normal de ganancia del 10%, las inversiones en cuestión sean de $ 80, $ 90 y $ 100. En cambio, en una tierra ubicada lejos del mercado y que por tanto implique gastos de transporte, aunque el precio de mercado siga siendo $ 110, las mismas inversiones de capital serán ya de por sí más altas, precisamente debido a dichos gastos de transporte; supongamos que sean de $ 85, $ 95 y $ 105. En consecuencia, en esta tierra la última inversión de capital no va a poder aplicarse por no alcanzar a apropiar la tasa normal de ganancia. El resultado, pues, es que los mayores costos de transporten limitan la intensidad con la que se aplica el capital. En conclusión, la lejanía relativa de las tierras argentinas respecto del mercado mundial también determina una aplicación menos extensiva e intensiva del capital agrario en ellas (Iñigo Carrera 2007b, 104-106).

Hasta aquí tenemos que el capital agrario que se acumula en la Argentina tiene un límite específico a su aplicación extensiva e intensiva, lo cual repercute en el tamaño mínimo que necesita el capital para sostenerse en producción, sea como capital normal o como pequeño capital. Pero el contraste con el capital agrario que se acumula en países que no tienen la misma especificidad que el proceso nacional argentino de acumulación de capital aún es mayor. Ocurre que, así como en Argentina los precios de las mercancías agrarias son más bajos que los que rigen en el mercado mundial, en otros países son, a la inversa, más altos. La razón de esta diferencia es precisamente la necesidad que tienen estos países de alentar el desarrollo técnico que avance sobre los condicionamientos naturales de modo de abaratar las mercancías que consume su fuerza de trabajo; necesidad que el proceso nacional argentino tiene vedada por el hecho poner un límite a la aplicación intensiva del capital agrario, cuya frontera técnica está normalmente en la última inversión. En efecto, cuanto más alto es el precio de producción de referencia para el capital, más intensivamente se puede aplicar sobre la tierra y más puede avanzar sobre los condicionamientos naturales que rigen en la producción en cuestión. Así, en abierto contraste con la situación argentina donde, por las formas que toma la apropiación de la renta de la tierra, el capital agrario siempre está a la cola del desarrollo de las fuerzas productivas, normalmente adaptando una tecnología ya desarrollada en otro lugar, los capitales de estos países se encuentran siempre en la vanguardia, y no sólo porque no tienen ninguna limitación específica, sino porque son permanentemente alentados por las políticas agrarias de sus propios Estados nacionales. Y, por supuesto, como no se trata de forzar un mayor precio en el mercado mundial, lo cual significaría ceder todavía más plusvalor bajo la renta de la tierra, cuando no prohíben directamente las importaciones estos países aplican fuertes impuestos a la importación de mercancías agrarias. La Política Agrícola Común de la Unión Europea es quizás el caso más paradigmático en ese sentido (Iñigo Carrera 2007b, 117-119).

4.2. La determinación de la subsistencia del capital agrario y de la unidad del capital y la propiedad de la tierra por la existencia de una tasa de interés real negativa

Como hemos visto, la tasa de interés constituye, en primer lugar, la tasa de ganancia de referencia más inmediata del pequeño capital. Por tanto, cuanto más baja sea la tasa de interés, mayor será la subsistencia del pequeño capital en producción. Si, como sucedió durante varios momentos en la Argentina, la tasa de interés resulta negativa, directamente desaparece esta tasa alternativa como referencia para la subsistencia en producción; sólo queda la tasa de ganancia que se pueda obtener en otras ramas de la producción. En consecuencia, la forma que adopta el proceso nacional de acumulación de capital, cuyo resultado es la existencia recurrente de una tasa de interés real negativa, le agrega una determinación más a la subsistencia del capital agrario.

Por otra parte, como también ya hemos visto, la tasa de interés juega un papel en la determinación del precio de la tierra. Por tanto, en la medida en que dicha tasa se torna negativa, ante todo, se pierde toda referencia para la fijación del precio de la tierra. De todos modos, en sí mismo, ello no impediría que la tierra se compre y se venda a un precio determinado por el mercado de tierras y, en última instancia, por lo que sería una tasa de interés normal. Pero como de lo que se trata es de direccionar toda inversión que no alcance para funcionar como un capital normal hacia una tasa de interés real negativa, el precio de la tierra deja de corresponderse con la capitalización de la renta de la tierra futura a una tasa de interés normal. Esto se logra a través del congelamiento de los arrendamientos en un contexto de inflación, o sea, tornando a la tasa real de interés que se obtiene mediante la compra de la tierra, sino en una tasa de interés muy pequeña, en una directamente negativa. Como consecuencia, se deprime el precio de la tierra. El resultado es que los pequeños capitales que están en el estrato más bajo, o sea, los pequeños capitales que tienen una tasa de ganancia muy baja, comienzan a poder tener acceso a la compra de tierras que antes estaban vedadas por su precio.[11] Otra vez, pues, la forma específica que adopta el proceso nacional de acumulación de capital afecta directamente la forma que adopta la “estructura social” de la producción agraria. Esta vez, multiplicando la pequeña propiedad de la tierra personificada por el mismo individuo que personifica al capital.

4.3. La determinación de la subsistencia del capital agrario por la venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor

Como hemos visto, cuanto más bajo es el salario paga el pequeño capital más lejos se sitúa el límite a su subsistencia en producción. En primer lugar, porque cuánto más sobre explote al trabajador más plusvalor extra tiene para compensar los mayores costos de su menor escala. En segundo lugar, porque si se trata de un pequeño capital donde el límite ya no queda dado por la tasa de interés sino por el equivalente al salario que obtiene el capitalista en cuando trabajador, cuanto más bajo sea este salario, más bajo será dicho equivalente. En consecuencia, por donde se lo mire, un menor salario significa siempre una mayor resistencia del pequeño capital para mantenerse en producción.

Por otra parte, como acabamos de ver, la forma específica que toma la acumulación de capital en la Argentina implica la existencia de un límite a la escala de acumulación de los capitales industriales que operan en ella y, en consecuencia, un límite al tamaño del proceso general de acumulación de capital. Como resultado de este límite la sociedad argentina se encuentra con que una parte de ella se constituye de manera creciente como población superflua para las necesidades del capital. En las últimas décadas el crecimiento de la población superflua ha repercutido decisivamente sobre el nivel de los salarios del conjunto de la población obrera. El siguiente gráfico presenta la evolución del salario real desde el año 1960 hasta el 2013.

Fuente: Iñigo Carrera (2014)

Como se puede ver, a partir de mediados de la década de 1970 el salario real empieza a contraerse fuertemente. Hacia el año 1984, cuando parece que va recuperar el nivel anterior y retomar la senda de crecimiento, sin embargo, vuelve a producirse otra fuerte contracción que lleva aún más abajo el piso salarial. Desde entonces, con “salariazo” y “década ganada” mediante, el nivel salarial se mantiene en el nivel alcanzado en el año 1991. En suma, se puede decir, que la especificidad de la acumulación de capital en la Argentina determina la existencia de un salario particularmente bajo. Como hemos visto, el salario del trabajador agrario es siempre menor al salario del trabajador industrial. A su vez, es esperable que los cambios en el nivel del primero acompañen de manera general los cambios en el nivel del segundo. El caso del salario de los trabajadores agrarios nacionales, tal como lo muestra el siguiente gráfico, no es una excepción a esta regla general.

Fuente: Elaboración propia sobre la base de Iñigo Carrera (2007b, 204-207)

En consecuencia, la caída del salario real correspondiente a las últimas décadas expresa una caída igualmente profunda del salario del trabajador agrario. Por tanto, así como el salario industrial en general resulta particularmente barato debido a la forma específica que toma la acumulación de capital en la Argentina, otro tanto ocurre con el salario del trabajador agrario. Si ahora volvemos sobre la determinación del nivel de salario en la subsistencia del pequeño capital en la producción tenemos, en conclusión, que la especificidad de la acumulación de capital en la Argentina determina la existencia de un límite más bajo para la expulsión del pequeño capital de la producción, esto es, estira la vida del pequeño capital. Y en la medida en que lo hace para el pequeño capital en general también lo hace para el pequeño capital agrario en particular. Por tanto, el carácter específico que adopta el proceso nacional de acumulación de capital agrega un determinante más a la colonización de la producción agraria por parte del pequeño capital.

5. Conclusiones

La conclusión principal a la que arribamos en primera parte de esta investigación fue que las características distintivas de la organización de la producción agraria en el capitalismo se explicaban por la colonización de dicha producción por parte del pequeño capital, colonización que se explicaba, a su vez, por las características materiales particulares que tenía el proceso de trabajo agrario. Dado el enfoque general en que se basa esta investigación, la primera pregunta que nos abría esta conclusión era si en la mediación de la forma nacional de realizarse la acumulación de capital no se operaba una transformación sustancial en las determinaciones generales antes descubiertas. Para respondernos esta cuestión, en este capítulo hemos avanzado de manera sistemática sobre la forma específica que adopta el proceso nacional argentino de acumulación de capital y sobre cómo afecta esta forma específica a su propia producción agraria y su llamada estructura social.

Ante todo, hemos encontrado que el proceso nacional argentino de acumulación de capital se caracteriza por estructurarse en torno a la apropiación de la renta de la tierra a manos del capital extranjero. En este punto, hemos visto que las formas particulares que adopta esta apropiación de la renta de la tierra implica toda una serie de consecuencias concretas para la acumulación del capital industrial, la más relevante de las cuales es que lo limita en su desarrollo normal. En consecuencia, encontramos que esta forma específica que adopta el proceso nacional argentino de acumulación de capital modifica las formas normales que corresponden al proceso capitalista de producción considerado en su forma más simple y general. De este modo, quedó directamente abierta la cuestión sobre las modificaciones que introducía dicha especificidad de la acumulación de capital local a la llamada estructura social agraria argentina y, por ende, la imperante en la región pampeana.

Por esta vía, encontramos que la mediación de la forma específica que adopta la acumulación de capital en la Argentina implica una profundización de las características particulares que adopta la organización de la producción agraria en la sociedad capitalista, precisamente, porque implica condiciones más aptas aún para el desarrollo del pequeño capital y su unidad con la propiedad de la tierra. Al respecto, en primer lugar, hemos encontrado que la forma que toma la apropiación de la renta de la tierra implica un límite a la extensión e intensidad con la que se aplica el capital agrario y, en consecuencia, implica un límite para su tamaño. En segundo lugar, hemos encontrado que la existencia de una tasa de interés real negativa sostenida en el tiempo –determinada como tal precisamente por constituir una forma de apropiación de la renta de la tierra– implica, ante todo, un alejamiento del límite que enfrenta el pequeño capital agrario a su salida de producción. Pero, además, dada la modificación de la determinación del precio de la tierra que introduce este mecanismo de apropiación de renta de la tierra, la existencia de una tasa de interés real negativa acaba por implicar una agudización de la tendencia a que la propiedad de la tierra y el capital estén representados por un mismo individuo. En tercer lugar, hemos encontrado que los bajos salarios industriales que caracterizan a la forma específica que adopta el proceso nacional argentino de acumulación de capital implican asimismo un alejamiento del límite que enfrenta el pequeño capital a su salida de la producción y, en la medida en que los salarios de los trabajadores agrarios acompañan a los de los industriales, implica definitivamente un mayor espacio de reproducción para el capital agrario. En suma, hemos encontrado que, lejos de modificar las bases en que se desarrolla la llamada estructura social de la producción agraria en la sociedad capitalista, la mediación de la especificidad que toma la acumulación de capital en la Argentina las agudiza.

En vistas de este resultado nuestro próximo paso no puede ser otro que encarar directamente las manifestaciones concretas de la producción agraria pampeana y del tipo de sujetos sociales que le corresponde. No obstante, antes de ello, haremos una revisión crítica de las principales interpretaciones sobre la llamada estructura social de la producción agraria pampeana. Tal será el contenido del próximo capítulo.


  1. Una versión reelaborada de los apartados 2 y 3 de este capítulo fueron publicadas en Caligaris (2016b y 2017a)
  2. Aunque Wallerstein centra su enfoque en la determinación mundial de la acumulación de capital y se opone explícitamente a quienes restringen su visión al ámbito nacional, no obstante, no alcanza a presentar la vinculación entre lo mundial y lo nacional en términos de forma y contenido ni, por tanto, a presentar la especificidad de un proceso nacional de acumulación de capital bajo un desarrollo sistemático como el que aquí se propone. Además, como sostiene Herrera, la lectura que hace de Marx “es tan herética que parece dejar [el marxismo] atrás” (Herrera 2001, 210). Por su parte, la llamada teoría del sistema-mundo a la que pertenece este autor, incluso en sus representantes más cercanos al marxismo, recae en las mismas insuficiencias, cuando no acaba por retroceder fundando sus explicaciones en última instancia en características abstractamente nacionales de los casos investigados. Para una buena síntesis de los autores pertenecientes a esta teoría más cercanos al marxismo véase Herrera (2001).
  3. Tal como lo presentan estos autores, la génesis de esta concepción del Estado se encuentra en lo que se llamó el “debate alemán sobre la derivación del Estado”; véase la reciente compilación de las principales contribuciones en Bonnet y Piva (2017). Y en rigor, tal como se señala allí, la fuente última de esta concepción es la obra de Pashukanis (1924). Para una presentación más precisa sobre el Estado como representante del capital social, así como sus diferencias con las distintas concepciones marxistas, incluyendo la llamada “escuela de la derivación”, véase Iñigo Carrera (2003, capítulo 3), Caligaris (2012), y Starosta y Caligaris (2017, capítulo 5).
  4. Consecuente con su presentación sistemática de las determinaciones del capital como relación social dominante, Marx era consciente que esta explicación de la unidad mundial de la acumulación de capital no correspondía al libro sobre “el proceso de producción del capital” sino, como vimos, al libro sobre “el mercado mundial”. Por este motivo, Marx antecede este desarrollo aclarando que va a referirse “a relaciones puramente de hecho, a las que aún no ha conducido nuestra exposición teórica misma.” (Marx 1867a, 549-548).
  5. Para una crítica más sustantiva del enfoque de Fröbel, Jürgen y Otto véase en particular Grinberg y Starosta (2015) y Starosta y Caligaris (2017, capítulo 7).
  6. Se advierte ahora que la negación del verdadero origen del plusvalor que constituye la renta de la tierra que se identificó en los debates en torno a la renta no es arbitraria. El caso más expresivo quizás sea el de Salvatore, cuyo argumento central para criticar la explicación marxiana esgrimida por Laclau respecto del origen último de la renta diferencial de la tierra es que resulta “un contrasentido histórico y una tergiversación de la historia de las relaciones internacionales y de clase en la Argentina” (Salvatore 1997, 27).
  7. Basualdo que, como veremos en el próximo capítulo, no distingue entre la clase capitalista y la clase terrateniente, ni toma en cuenta la cuestión de la apropiación de la renta de la tierra por parte del capital social global, cree ingenuamente que este impuesto “era motorizad[o] por el capital extranjero […] para subordinar a la propia oligarquía diversificada” (Basualdo 2006, 82), como si no hubiese contradicción alguna entre dicho impuesto y la acumulación de capital en general.
  8. La cuestión de la determinación del tipo de cambio y, en consecuencia, de la sobre o subvaluación de la moneda nacional, no ha carecido ni carece en la actualidad de polémicas. Para la posición adoptada en esta investigación respecto a estas polémicas véase Iñigo Carrera (2008b).
  9. Durante la primera mitad del siglo XX el pago de la deuda externa constituyó la forma principal en que el capital social global recuperó el plusvalor cedido inicialmente bajo la forma de renta de la tierra (Iñigo Carrera 1999a, 2-9).
  10. La cuestión de la intensidad con la que se aplica el capital agrario ha sido objeto de un extenso debate tanto dentro de la literatura especializada en la producción agraria pampeana (Barsky 1988a, 2003) como dentro de la especializada en la acumulación de capital en la Argentina (Vitelli 1999), en particular para el período histórico de la llamada segunda sustitución de importaciones. Para unos autores la baja inversión de capital en la producción agraria respondía al carácter feudal que tenían de los grandes terratenientes pampeanos (Giberti 1962, Ferrer 1963). Para otros, en cambio, obedecía a razones puramente capitalistas pero, al mismo tiempo, propias las conciencias de los agentes de la producción, como era el caso de la “especulación” (Flichman 1971) o la “aversión al riesgo” (Sábato 1988). Por último, también hubo autores que directamente negaron la existencia de un proceso de baja inversión del capital agrario (Barsky 1988b). Desde mi punto de vista, la verdadera solución al “problema del estancamiento” es la que ofrece Iñigo Carrera (1999b) sobre la base del desarrollo recién presentado.
  11. La existencia de una tasa de interés real negativa como vehículo de apropiación de renta de la tierra tiene su epicentro entre las décadas de 1940 y 1970. Para un análisis detallado de las políticas que llevaron a la adquisición de tierras por parte de los pequeños capitales de los estratos más bajos del sector, véase el trabajo de Balsa (2006, 96 y ss.).


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