Un pueblo museo: activación patrimonial en Moisés Ville (1980-2012)
En la plaza está parado un hombre, un criollo seguramente. Con anchas bombachas y alpargatas en los pies. Por entre los bigotitos silba una canción española. Usted puede estar seguro, ese criollo es un judío.
Moisés Ville, mi pequeño pueblito Moisés Ville. Allí donde pasé mis años juveniles ¡Eres un estado judío, eres un orgullo en la Argentina, Moisés Ville!Jevel Katz[1]
Las conmemoraciones que tuvieron lugar en varias de las ex colonias judías a partir del centenario de 1989 estimularon la puesta en valor del patrimonio vernáculo. Desde entonces, nóveles emprendedores de memoria activaron la conservación de sinagogas, cementerios y edificios emblemáticos, organizaron archivos que contienen documentos sobre el pasado local, crearon museos históricos y fomentaron el turismo cultural. Esos trabajos de la memoria hallaron eco en un público heterogéneo, que visita las ex colonias con diferentes propósitos. Algunos llegan en forma particular, sea para satisfacer una serie de curiosidades e inquietudes personales, para realizar una investigación periodística o académica, para filmar documentales o para conectarse con el entono de vida de sus propios antepasados. Otros lo hacen de modo colectivo, tanto en el marco de los viajes que organizan periódicamente algunas instituciones comunitarias judías, como clubes y escuelas secundarias, como en el de los tours que ofrecen agencias privadas, o bien como una salida didáctica que permite a escuelas y colegios de pueblos y ciudades cercanos aprovechar la existencia de museos judíos para trabajar temas del curriculum oficial, como la inmigración, la diversidad cultural, el atentado a la AMIA y el Holocausto.
Aunque existen ciertas generalidades que se repiten de una colonia a otra, expresando los aspectos más visibles de un proceso histórico bastante homogéneo, cada cual promociona sus propias singularidades. Carlos Casares, una ciudad nutrida por numerosas familias de la Colonia Mauricio, se presenta como el primer asentamiento creado por la JCA, y exhibe la casa donde vivió Marcos Alpesohn, el escritor idishista más importante del país y de Latinoamérica. Las colonias del centro de Entre Ríos proponen un recorrido por siete pueblos rurales dispersos en un circuito que une, de sur a norte, a las ciudades de Basavilbaso y Villaguay, y que incluye la posibilidad de alojarse en la estancia del líder cooperativista Miguel Sajaroff (devenida un hostel), la de ingresar en una “sinagoga rancho” y la de visitar la chacra donde se crió la célebre productora televisiva y cantante Paloma Efron (1912-1977), más conocida como Blackie. En un alarde de ingenio, la Colonia Rusa, ubicada en la provincia de Río Negro, se promociona como “el asentamiento agrícola judío más austral de mundo” (Kaspin, 2006).
En este capítulo nos concentraremos en la activación patrimonial que tuvo lugar en Moisés Ville, donde desde los años ochenta algunos vecinos se transformaron en verdaderos emprendedores de memoria al crear un museo y un archivo histórico, gestionando declaratorias patrimoniales, inventando una fiesta epónima y auto-organizándose para alojar y guiar a los turistas en sus recorridos por los distintos sitios de interés. En el marco de la 36ª sesión del Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO, de 2012, el Centro Simón Wiesenthal se hizo eco de ese ímpetu emprendedor y propuso que Moisés Ville sea declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, en consideración de que la localidad constituye un “paradigma de la contribución de refugiados al entramado de una nación que abrió generosamente sus puertas a los inmigrantes judíos”.[2] Como expresó el delegado moisesvillense Abraham Kanzepolsky en la reunión anual de la Federación de Comunidades Judías de la Argentina, celebrada en AMIA en 2011, oportunidad en la que lo acompañé, Moisés Ville se está transformando en un “pueblo museo”.
Una “activación patrimonial” consiste en la puesta en valor organizada de determinado bien cultural, e implica una conjunción de elementos discursivos, políticos y económicos que aportan a la legitimación de identidades, empresas e ideologías (Llorenç Prats, 2005). Según Elizabeth Jelin y Victoria Langland, la activación de la memoria en el ámbito público lleva implícita una intencionalidad narrativa que puede abrir arenas de confrontación y debate con otras interpretaciones y otros sentidos acerca del pasado (2003: 4-5). Concretamente: “los procesos de marcación pública de espacios territoriales han sido escenarios donde se han desplegado, a lo largo de la historia, las más diversas demandas y conflictos” (2003: 1). En la misma línea, Néstor García Canclini plantea una mirada de los procesos de patrimonialización enfocada en la dinámica política y apoyada en el concepto de capital cultural.[3] Según ha expresado,
la reformulación del patrimonio en términos de capital cultural tiene la ventaja de no presentarlo como un conjunto de bienes estables neutros, con valores y sentidos fijos, sino como un proceso social que, como el otro capital, se acumula, se renueva, produce rendimientos que los diversos sectores se apropian en forma desigual (1999: 18).
Y agrega que “si bien el patrimonio sirve para unificar a una nación, las desigualdades en su formación y apropiación exigen estudiarlo también como espacio de lucha material y simbólica entre las clases, las etnias y los grupos” (1999: 18).
Desde un punto de vista antropológico, la activación patrimonial en Moisés Ville permite observar las relaciones entre memoria, identidad y política en una sociedad de pequeña escala, conformada por una población heterogénea en cuanto a lo étnico, lo religioso y lo socioeconómico. En el transcurso de las tres últimas décadas, el pueblo ha experimentado un recambio demográfico producto de dos fenómenos paralelos: la emigración de jóvenes de clase media, en general provenientes de familias dedicadas a la producción agropecuaria, y el ingreso de migrantes internos llegados mayoritariamente del norte del país, atraídos por el bajo costo de vida, ya que el precio de la propiedad y los montos de los alquileres son bastante menores en Moisés Ville que en las localidades vecinas de Sunchales y Humberto Primo, donde algunos de esos nuevos vecinos tienen sus lugares de trabajo. Aunque en las últimas décadas las colectividades conformadas por descendientes de europeos (judíos, italianos, españoles, eslavos) se redujeron considerablemente, la sociedad local sigue mostrando su faz multicultural debido al creciente número de católicos, protestantes y testigos de Jehová que trajo la nueva ola migratoria. Como muchos otros enclaves de la Argentina en la pos-crisis de 2001, en el pueblo existe una polarización social que tiene en uno de sus extremos a un núcleo próspero, conformado por chacareros, comerciantes, profesionales y empresarios agro-ganaderos generalmente de origen “gringo” y, en el otro, a una población compuesta por asalariados y subsidiados, a veces incluso en situación de vulnerabilidad social.[4] Según pude observar en mis registros de campo, la demarcación residencial y el uso diferencial de espacios de sociabilidad tales como la plaza San Martín o las instalaciones del club Tiro Federal ponen de manifiesto esa polarización en el escenario de la vida cotidiana.
En consecuencia, a pesar de que la colonia fue fundada por inmigrantes judíos, y de que hasta pasada la primera mitad del siglo XX el pueblo haya sido un verdadero enclave étnico judaico, los emprendedores de memoria consustanciados con la preservación del patrimonio representan, a comienzos del siglo XXI, a una minoría demográficamente declinante, obligada a legar, en un futuro cercano, su capital cultural a nuevas generaciones de moisesvillenses no judíos. Esa situación ha originado algunos desencuentros y tensiones entre el grupo de emprendedores, los funcionarios de la comuna y los líderes de la kehilá.
1. La Jerusalem argentina
El nombre “Moisés Ville” designa a tres entidades geográfico-políticas distintas, a saber: un pueblo surgido a fines de 1889 en la zona centro-oeste de la provincia de Santa Fe, un distrito de 29.100 ha perteneciente al departamento provincial de San Cristóbal que incluye al pueblo, y una colonia agrícola de 118.262 ha que incluía a ambos y que ya no existe como tal. En la actualidad, para llegar al pueblo por una ruta asfaltada, la única opción es ingresar desde el este, tomado un tramo de quince kilómetros que lo conecta con la ruta provincial nº 13, a la altura de Virginia. Aunque también se puede acceder desde otras localidades cercanas, como Palacios o Sunchales, por caminos de tierra. Moisés Ville también supo tener su propia estación de tren: un ramal local lo unía con el Ferrocarril General Belgrano a la altura de Virginia, pero el tramo fue levantado en la década del noventa.
Dentro del pueblo, donde todas las calles del centro han sido asfaltadas, reina la tranquilidad propia de aquellos lugares en los que el tránsito vehicular es mínimo, ya que las distancias de los recorridos cotidianos son cortas, por lo que la mayoría de la gente circula a pie o en bicicleta, inmersa en una fisonomía arquitectónica plana, que encuentra su construcción más alta en el teatro de la Sociedad Kadima, ubicado frente a la plaza San Martín, en una zona que concentra los comercios y los espacios destinados a la vida social. Las actividades económicas más extendidas son la ganadería de invernada, la lechería y la cosecha de leguminosas, forrajes y cereales. En la actualidad también existe una fábrica de mayonesa de la cooperativa SanCor y algunas pymes prestadoras de servicios, como un proveedor de TV por cable y de internet que cuenta con un canal local y con una radio FM. El organismo político de nivel municipal es la comuna (antiguamente denominada sociedad de fomento), cuyo cargo máximo, la jefatura, se extiende por un plazo de dos años y es reelegible indefinidamente. Además de dos escuelas primarias y dos secundarias, el pueblo cuenta con una biblioteca popular, un club deportivo, un museo, tres sinagogas, una iglesia católica, un templo evangelista, otro de Testigos de Jehová, dos cementerios y un hospital. Hacia el este, se extiende La Salamanca, el barrio precario, de calles de tierra, que alberga al sector más vulnerable de la población.
En las últimas décadas, la población del distrito ha decrecido respecto de sus máximos históricos, pasando de albergar aproximadamente a 3.500 habitantes a unos 2.500. Este hecho se relaciona tanto con el proceso de urbanización general experimentado por la Argentina desde los años treinta en adelante como con el crecimiento económico y demográfico reciente de las localidades vecinas de Sunchales, Humberto Primo y Rafaela.
Evolución demográfica del distrito Moisés Ville.[5]
Hasta la década del cuarenta, la mayoría poblacional en toda el área de la colonia era de origen judío ashkenazí, y convivía con criollos e inmigrantes italianos, españoles, polacos y ucranianos.[6] A pesar de la existencia de datos censales, tanto estatales como generados por la JCA, resulta complejo precisar la evolución demográfica de los distintos colectivos que integran la sociedad moisesvillense. En el caso judío, esto es problemático no sólo en virtud de los distintos criterios existentes acerca de la identidad judía de personas concretas, sino también porque las cifras no siempre aluden a la misma entidad territorial: los informes de la JCA registran la población de la colonia; los censos nacionales, la del distrito. Por ejemplo, en 1947, la compañía contabilizó en la colonia 5000 “almas israelitas”, mientras que la cifra del censo nacional para el distrito fue de 3166 individuos, sin desagregar por religión.[7] La siguiente curva demográfica compara la población judía con la población total dentro del distrito Moisés Ville a lo largo de los últimos setenta años:
Evolución de la población en el distrito Moisés Ville, 1940-2010.[8]
El gráfico muestra la retracción demográfica de la población judía, que se da tanto en términos absolutos como relativos, y que forma parte de un fenómeno extensible a la mayoría de las colectividades judías del interior del país, cuyas problemáticas son similares: jóvenes que emigran, aumento del promedio de edad, escasez de líderes, cierre de escuelas, abandono de sinagogas y deterioro de los cementerios y del patrimonio edilicio.[9] Uno de los aspectos derivados del proceso de reducción demográfica judía en Moisés Ville es el incremento de la tasa de matrimonios exogámicos, hecho que trajo aparejados algunos conflictos. El más importante se relaciona con el deseo de los cónyuges de ser enterrados en el cementerio judío junto con sus parejas, cosa inadmisible según el estatuto de la kehilá, que adscribe a los preceptos religiosos de la ortodoxia. La única forma que tiene una pareja no judía de ser admitida en el cementerio israelita es realizar una conversión ortodoxa, un proceso complejo, que demanda años de estudio y preparación y cuyo tramo final sólo se realiza en Israel y los Estados Unidos.
De acuerdo con las cifras generadas por la kehilá local al momento de finalizar esta investigación (2013), existen en el pueblo 164 hogares judíos que albergan a 258 personas e incluyen a 35 familias conformadas por matrimonios “mixtos” o exogámicos. Es decir que la colectividad judía representa aproximadamente un diez por ciento de la población total. Unas 120 familias se encuentran asociadas a la kehilá, que con los aportes de la cuota societaria hace equilibrio financiero para sostener el funcionamiento de las instituciones.[10] Además de la cuota, otros aportes provienen de un pequeño subsidio que otorga la AMIA de Buenos Aires, del cobro de los servicios funerarios y de la renta que deja un campo de 300 ha que ha sido donado por una de las socias.[11] Pese a la retracción demográfica, la colectividad judía continúa ocupando un lugar de peso en la estructura decisoria de la política local. Esto ocurre tanto en virtud de su capital simbólico, cultural y patrimonial, como de su capital económico, ya que el sesenta por ciento de los campos que tributan en el distrito Moisés Ville aún pertenecen a propietarios judíos, cuyos aportes impositivos son determinantes dentro del apretado presupuesto anual de la comuna.[12]
Las prácticas y representaciones relacionadas con la identidad judía en Moisés Ville muestran parámetros cercanos a los de la población judía urbana de la Argentina, aunque con un índice mayor de adhesión a las instituciones. En el plano religioso, se trata de una colectividad de orientación conservadora, de la que aproximadamente una cuarta parte acude a los Kabalat Shabat de la sinagoga Barón Hirsch, la única que aún se encuentra activa los viernes y durante las festividades religiosas más importantes. Aunque en el pueblo no hay rabino, existe un oficiante que lleva adelante las ceremonias en el templo y en el cementerio, y que ocupa el rol de representante del judaísmo local en diversos actos públicos. Muy pocos observan los preceptos cotidianos básicos, como el descanso sabático y el consumo de alimentos avalados por el kashrut, y, aun así, deben transgredirlos ocasionalmente debido a la inexistencia de productos frescos bendecidos o a la eventual necesidad de acudir a reuniones laborales y sociales en el transcurso de los días y horarios prohibidos.
Buena parte de los líderes comunitarios y activistas de la memoria judía se formaron en una escuela hebrea llamada Iahaduth (“judaísmo”), que abrió sus puertas en 1929 y que catorce años más tarde amplió sus instalaciones para dar vida al Seminario de Maestros de Hebreo Yosef Draznin, bautizado así en homenaje a su emblemático fundador (Literat Golombek, 1982: 35-40). El seminario funcionaba por la tarde con programas de estudio consensuados con la AMIA, y llegó a titular a más de 500 maestros de hebreo que ejercieron en distintos destinos latinoamericanos e, incluso, en Israel. En la década del cincuenta, el seminario incorporó la Casa del Estudiante, una residencia estudiantil que atrajo a cientos de jóvenes provenientes no sólo del área de la colonia, sino también de otras provincias y hasta del exterior del país. La mayoría de los emprendedores de memoria locales han compartido distintas instancias de sus vidas en la escuela Iahaduth y en el Seminario Draznin, adonde concurrieron inicialmente como estudiantes y, en muchos casos, como docentes o directivos. El seminario cesó sus actividades durante los años noventa, mientras que la escuela cerró definitivamente en 2012, aunque actualmente existe un ámbito de educación judía no formal vinculado con el movimiento sionista Hejalutz Lamerjav y con el proyecto internacional Lomdim (“aprendemos”), que se sostiene con aportes norteamericanos.[13] Estos emprendimientos educativos no sólo enseñaban el hebreo moderno, sino que además se identificaban con los valores y con la cultura del Estado de Israel.
2. El museo
A medida que la población judía iba mermando, las instituciones no sólo quedaron vacantes de actividades y de concurrentes, sino también de los fondos necesarios para mantener sus instalaciones. Esa situación llegó a un punto extremo a mediados de la década de 1980, cuando los miembros de la congregación lituana decidieron demoler la sinagoga ashkenazí, un templo construido en 1915 por sus propios antepasados. Los socios alegaron que el edificio, que ya no se usaba, se encontraba muy deteriorado por efecto de las filtraciones pluviales, y que su demolición pondría freno a las actividades non sanctas que realizaban clandestinamente algunas parejas de jóvenes en su interior. En esos años, también fue derribado otro edificio emblemático del patrimonio judío: la casona en la que había funcionado la oficina local de la JCA, que servía a la vez como vivienda para el administrador de turno y para su familia. En este caso, la decisión corrió por cuenta de un particular que compró el terreno y actuó sin dar aviso a la kehilá ni a la comuna. Un ex residente de Moisés Ville que asistió a los festejos por el centenario de 1989, aludía al estado abandónico del patrimonio judío en estos términos:
Por la noche se realizó un gran baile y al otro día recorrimos lo que fue nuestro pueblo, la plaza San Martín, el salón Kadima, las bibliotecas, las escuelas, el museo y todos los rincones llenos de recuerdos. Hermosas edificaciones. Recuerdos de una vida intensa, pero ahora vacíos. Sinagogas cerradas y a punto de derrumbarse, bibliotecas atestadas de libros sin desempolvar. Viviendas ahora deshabitadas. Los que fueron bulliciosos negocios, cerrados o venidos a menos.[14]
Quizá los líderes y dirigentes de la comunidad judía local también hayan percibido ese estado de deterioro, ya que desde 1980 asumieron una responsabilidad creciente respecto del patrimonio, implementando distintas soluciones para responder a una variada gama de problemas. La más inmediata fue el traspaso de los inmuebles institucionales en desuso a la órbita de la kehilá, vía donación escritural, así fuera que éstos pertenecieran a particulares o a asociaciones con personería jurídica. Fue el caso, por ejemplo, del edificio insigne del pueblo: el teatro de la Sociedad Kadima, cuyos asociados donaron las instalaciones a la kehilá en 1982. Más tarde ocurrió lo mismo con las sinagogas “de Brener”, donada en 1986, la Arbeter u “obrera”, en 1998, y la Barón Hirsch, en 2001. La misma suerte corrieron la escuela Iahaduth y el centro de Jubilados y Pensionados Bet-Am Weisburd (Collado, Del Barco, Guelbert: 2004). En 2009, parte del patrimonio fue puesto en resguardo por iniciativa de los empleados del antiguo Banco Israelita de Rosario, quienes evitaron que las estrellas de David que adornan la fachada y los vidrios del hall interno fueran eliminadas cuando el Grupo Macro absorbió al Grupo Bisel, ya que sus planes de refacción no contemplaban mantener los símbolos judíos.[15] En cambio, el también emblemático edificio de la cooperativa La Mutua Agrícola, que ocupa un cuarto de manzana, fue adquirido por un consorcio de vecinos que instalaron allí locales comerciales, modificando sustancialmente la fachada histórica.
Además de preservar los sitios en peligro, era menester salvaguardar el patrimonio mueble atesorado por los vecinos particulares, que guardaban miles de fotos, documentos y objetos en sus propias casas, así como registrar muestras del patrimonio intangible colectando testimonios orales entre los más ancianos. La iniciativa de salvaguardar los repositorios materiales surgió durante la gestión del interventor comunal Oscar Epstein, quien entre los años 1981 y 1982 pidió a la comisión de cultura, que había sido creada en 1973, que se ocupara de organizar un museo bajo la denominación de “Museo Histórico Comunal y de la Colonización”. De acuerdo con los testimonios que recogí, el principal emprendedor durante aquella etapa embrionaria del museo fue Isaac Yacob Salimson, conocido por todos como “el Mago”, apodo que hacía los honores a su ingenio para inventar artefactos. Salimson había nacido en Moisés Ville en 1927, pero se autodefinía como un ferviente ateo, antisionista y militante comunista, por lo que era reticente a autoidentificarse como judío. Sin embargo, cuando se enteró de los planes de demolición de la sinagoga lituana –el templo en el que había rezado su devoto padre toda la vida– organizó a un grupo de vecinos “resistentes” que propusieron a la comuna destinar el edificio para fines sociales, como por ejemplo albergar el futuro museo. Aunque la iniciativa no prosperó, Salimson y sus colegas continuaron activando en la subcomisión de cultura, desde donde lograron recolectar varias reliquias patrimoniales entre los vecinos. Curiosamente, aquel grupo inicial de activistas se nutrió de varios integrantes católicos, liderados por un descendiente de judíos alejado de la grey.[16]
Hacia 1985, el grupo había conseguido suficientes objetos como para que la comuna decidiera instalarlos en un espacio físico concreto. El lugar elegido fue la vieja usina de agua y energía, cuyo amplio edificio se encontraba en desuso desde 1970.[17] Unos meses antes de la apertura, alumnos y docentes del Seminario Draznin organizaron la muestra “Rumbo al Centenario”, que exhibió esos materiales en la sinagoga de Brener, conformando el germen de la muestra museológica visible en la actualidad. Pero la usina estaba ubicada lejos del centro y el museo era demasiado improvisado, sin personal rentado ni horarios de atención fijos, por lo que, llegado el año de la conmemoración del centenario, la comisión de cultura decidió darle más entidad y lo trasladó al edificio del antiguo correo, ubicado sobre una de las esquinas de la plaza San Martín. Por iniciativa del grupo de emprendedores, y en virtud de las características de la muestra, también se determinó que la institución extendiera su nombre a Museo Comunal y de la Colonización Judía Rabino Aarón Halevi Goldman, en honor al rabino llegado con el grupo de Podolia en 1889.[18]
La casa del correo había dejado de usarse en 1983, y su traspaso a la comuna en calidad de donación fue gestionada por Naúm Guelbert, el antiguo Jefe de Correos y Telégrafos, quien había vivido allí durante treinta y dos años con su familia.[19] Su hija, Eva Guelbert, nombrada desde ese momento directora del museo, ha sido hasta la fecha la líder más activa dentro del grupo de emprendedores de memoria moisesvillenses. Eva se formó en el seminario Draznin, donde luego ejerció como profesora y más tarde como directora. En esos años, contrajo matrimonio con un inmigrante alemán llegado al pueblo de niño, a fines de los años treinta, cuando la JCA logró salvar a numerosas familias del Holocausto trayéndolas a sus colonias argentinas. Con el tiempo, el marido de Eva se convertiría en uno de los ganaderos más importantes del pueblo, al punto de que sus amigos solían compararlo en broma con Felipe II, en cuyo imperio “nunca se ponía el sol”. Entusiasmada con la activación patrimonial en ciernes, Eva decidió profesionalizarse, para lo cual obtuvo una Licenciatura en Museología en la Universidad del Museo Social Argentino. Luego se incorporó a la Asociación de Directores de Museos de la República Argentina (ADIMRA), a la Asociación de Museos de la Provincia de Santa Fe y al International Council of Museums (ICOFOM), instituciones que le permitieron participar de la vida académica y tender redes internacionales.
La misión del museo consiste en “promover la conservación, protección, utilización y puesta en valor del patrimonio”, así como en “desarrollar docencia, investigación y ayudar a armar proyectos de difusión y concientización” tendientes a su conservación y protección (Guelbert, 2008: 44). Desde la dirección, Eva logró canalizar sucesivas reformas edilicias, entre las que sobresale la construcción de un amplio salón de usos múltiples construido sobre el antiguo patio de la casona del correo, costeado por el gobierno de la provincia de Santa Fe durante la gestión del peronista Jorge Obeid. También organizó un archivo histórico que cuenta con valiosos materiales relacionados con distintos aspectos de la historia local, como informes de la JCA, fotografías, afiches, periódicos, planos, correspondencia y libros de actas de las instituciones judías. Además, organizó un banco de datos genealógicos digitalizado que se encuentra a disposición de los visitantes, que en 2013 sumaban unos cinco mil por año. Aunque el museo es una institución comunal, el municipio sólo se ocupa de realizar tareas de mantenimiento y de abonar el salario de la única empleada rentada. El resto del presupuesto se sustenta con las cuotas abonadas por unos sesenta socios, más las donaciones de visitantes particulares y los ingresos por la venta de algunos libros y souvenirs.[20]
La muestra permanente refleja “el proceso inmigratorio, la historia socio-cultural-educativa de nuestra localidad y de su colonia, los cambios poblacionales y su incidencia en la evolución del pueblo” (Guelbert 2008: 44). Ocupa las cinco salas de la casona, mientras que en el salón de usos múltiples se suelen montar exhibiciones temporarias. La primera sala, Orígenes, está dedicada a las distintas oleadas migratorias que conformaron la colonia. Allí, los visitantes son informados acerca de las circunstancias que impulsaron a los podolier y demás grupos a emigrar, mientras observan pasaportes, mapas de la JCA, un cuadro con la nómina de los viajeros del Weser, recortes de periódicos europeos y diversos utensilios de uso cotidiano exhibidos en estantes y vitrinas. El objeto más notorio es la imagen gigantográfica del rabino Aarón Halevi Goldman, el pionero que en 1889 bautizó al pueblo como Kiriat Moshé. El guión del museo que estudian los guías indica que:
Si bien al principio la inmigración fue netamente judía, se sumaron a ellos otras familias de inmigrantes italianos que se asentaron en la zona y posteriormente en las décadas del 30 y el 40 hubo también inmigración no judía de Polonia y Ucrania como así también la inmigración golondrina que provenía del norte del país y que parte de ella se asentó aquí. Todos ellos ayudaron a conformar lo que fue y es Moisés Ville.
En la segunda sala, Moisés Ville y sus colonias, se exhibe el objeto más preciado: un gran cuaderno traído de Podolia en el que el colono Pinjas Glasberg registraba nacimientos, defunciones y casamientos en hebreo, antes de que hubiera en la zona un juez de paz. Simbólicamente, este hecho refuerza la idea de que la colonia fue administrada por los inmigrantes judíos antes incluso que por el propio estado argentino. Sobre todo porque, a posteriori, el gobierno provincial dio al libro de Glasberg el estatus de un documento público legítimo. El guión relata la aventura de los pioneros, desde el inicio de sus gestiones para emigrar hasta el momento de su instalación en las chacras, incluyendo varios de los aspectos que forman parte de los textos conmemorativos que analizamos en el Capítulo Tres, como la muerte de los sesenta y un niños en Palacios y la dispersión de varias familias por pueblos y ciudades. Según el texto, si bien no existe un acta de fundación de Moisés Ville, el asentamiento se habría realizado en octubre de 1889, luego de la festividad de Sucot.
Sigue la sala Instituciones, que contiene mobiliario procedente de la cooperativa La Mutua Agrícola, de la Sociedad Kadima, de las escuelas y de las sinagogas. Además de algunos objetos religiosos, como un traje de cantor litúrgico y los tabernáculos de dos sinagogas que ya no existen (la lituana y otra del pueblo Monigotes), se exhiben instrumentos de los músicos de la colonia y una colección completa de El Alba que puede ser consultada por el público.[21] Las guías describen los años de la belle époque en estos términos, tomados textualmente del guión impreso:
La Kadima desarrolló una descollante vida socio-cultural (…) En la década de 1930, para que un espectáculo teatral tuviera éxito en Buenos Aires, debía presentarse previamente ante el culto público de Moisés Ville y recibir su aprobación.
Finalmente, la sala de Los artesanos narra la historia de los trabajadores urbanos que no recibieron tierras o que no pudieron sostenerse como colonos. Hay objetos pertenecientes a sastres, panaderos, fabricantes de ladrillos, horticultores, hojalateros, herreros, talabarteros, fabricantes de soda y comerciantes. Sobre la quinta y última sala, denominada Evolución tecnológica, donde pueden apreciarse objetos tales como las primeras lamparitas eléctricas, heladeras y máquinas de escribir, dice el guión que “en ella hemos querido reflejar la evolución tecnológica y los cambios que se han producido en el mundo pero también en nuestra localidad”.
3. El patrimonio arquitectónico
Los mecanismos ideados para evitar el deterioro del patrimonio edilicio que puso en práctica la kehilá a comienzos de los años ochenta fueron sólo la primera de una serie de etapas en la activación patrimonial. Para conseguir subsidios y destinarlos a la conservación duradera de esta clase de inmuebles, es necesario obtener declaratorias patrimoniales que implican la realización de complejas gestiones, en las que deben articularse instancias decisorias de nivel local, provincial y estatal. La encargada de llevar adelante esas gestiones fue la directora del museo, Eva Guelbert. En 1995, Eva consiguió que la comuna aprobara una ordenanza que facultaba al municipio a declarar “de interés” los edificios históricos que se encontraran en riesgo de deterioro, así como a resarcir impositivamente a sus propietarios que se ocuparan de mantenerlos. En 1998, sus esfuerzos hallaron eco en la delegada regional de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, la arquitecta Adriana Collado. Luego de su primera visita, Collado quedó positivamente impresionada con el patrimonio local, y determinó que Moisés Ville tenía argumentos de sobra para transformarse en Pueblo Histórico Nacional. Aun así, obtener una declaratoria semejante no era sencillo. Para poner un ejemplo cercano, sólo el centro urbano de la famosa colonia santafecina Esperanza fue declarado Sitio Histórico Nacional. Los aspectos más relevantes de la fundamentación que redactaron Guelbert y Collado para que Moisés Ville fuera declarado Pueblo Histórico fueron el tipo de asentamiento y de traza urbanística, de estilo europeo oriental, la existencia del primer cementerio judío del país, el estatus de primera colonia judía organizada e independiente de la Argentina y la presencia del primer rabino, matarife y circuncidador. Collado también propuso gestionar una declaratoria para la sinagoga de Brener, la única de las tres que, como no había sufrido refacciones, reunía los requisitos necesarios para ser nombrada Monumento Histórico Nacional.[22]
Una vez que las declaratorias fueron aprobadas, en 1999, el paso siguiente consistió en efectuar un relevo edilicio, condición necesaria para solicitar los fondos destinados a restauración y mantenimiento de los inmuebles patrimoniales. Un estudio de esta naturaleza implicaba conseguir los planos originales y reseñar la historia de cada edificio basándose en documentos legítimos. Luego de varios desencuentros con funcionarios de la comuna, que no estaban dispuestos a costear el relevamiento, y con integrantes de la kehilá, que se negaron a entregar los planos de la escuela Iahaduth y de la Sociedad Kadima, en 2001 Collado consiguió que un grupo de profesores y alumnos de la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Litoral confeccionara los planos en forma gratuita, mientras Eva y sus colegas se ocupaban de hacer el relevo documental. Los motivos de las desavenencias entre el museo, la comuna y la kehilá no me fueron develados, pero podrían obedecer a rivalidades políticas. Concretamente, los integrantes de la kehilá, y, por extensión, la mayor parte de la colectividad judía local, se identifican con el radicalismo, mientras que Eva trabó buenas relaciones con el gobernador justicialista Jorge Obeid y con el jefe comunal Osvaldo Angeletti, electo desde 2007 en adelante en representación del Frente Para la Victoria, un partido de orientación justicialista.[23] Según me contó Eva, su acercamiento a los peronistas Obeid y Angeletti no fue ideológico sino estratégico: su propio padre, Naúm, el Jefe de Correos y Telégrafos, había sido castigado por el peronismo por no haberse afiliado al partido justicialista. Al poner de lado la ideología política, Eva logró que un gobernador y un jefe comunal peronistas colaboraran en distintas instancias con el museo. Otros desencuentros ocurrieron cuando Collado sugirió derivar el proyecto a la ONG internacional World Monuments Fund (WMF), para lo que debió solicitar las firmas de funcionarios de la comuna y de la kehilá (esta última en calidad de propietaria de los inmuebles). También, cuando Eva propuso que la kehilá, que cuenta con personería jurídica desde 1923, constituyera una ONG, lo que le habría permitido gestionar fondos prescindiendo de la anuencia de la comuna.
Una vez obtenidas las firmas de dirigentes y funcionarios locales, Eva Guelbert y Adriana Collado enviaron el proyecto a la WMF, que colocó a la sinagoga de Brener dentro de la lista de los cien edificios patrimoniales en situación de peligro a nivel mundial.[24] Paralelamente, iniciaron gestiones para obtener un subsidio de 150.000 pesos, aportado en 2009 por la secretaría de cultura de la provincia, que fue destinado a una obra de aislación de la humedad de cimientos en el templo.[25] Más tarde, el Poder Ejecutivo Nacional otorgó 950.000 pesos para completar la restauración definitiva. La obra fue inaugurada el 6 de septiembre de 2012, en un acto celebrado en las instalaciones del teatro Kadima que fue transmitido para todo el país por cadena nacional. La presidenta de la nación, Cristina Fernández, participó del acto por video-conferencia, e incluso mantuvo un breve diálogo público con Eva y con el jefe comunal peronista, Osvaldo Angeletti.
La sinagoga de Brener, antes y después de la restauración.
4. Rencillas interculturales
Más allá del deterioro del patrimonio edilicio, durante los años previos a la conmemoración del centenario, los líderes comunitarios advirtieron otra sombra cerniéndose sobre la memoria de la Jerusalem argentina: buena parte de los nuevos vecinos arribados al pueblo durante las últimas décadas desconocían por completo la historia vernácula. Las primeras alertas provinieron de las escuelas primarias, donde docentes llegadas desde localidades cercanas enseñaban que Moisés Ville había sido fundado por un tal barón Hirsch.[26] Si bien el error seguramente obedecía a la omnipresencia iconográfica del barón, sustentada por un busto, una avenida, una sinagoga, un hospital, una biblioteca y varios retratos suyos decorando las instituciones, el grupo de emprendedores comprendió que debía impartir algunas nociones básicas a la vecindad, y, especialmente, a los jóvenes, futuros encargados naturales de velar por la conservación del patrimonio. Como señala Marc Augé: “Cuando las aplanadoras borran el terruño, cuando los jóvenes parten a la ciudad o cuando se instalan ‘alóctonos’, en el sentido más concreto, más espacial, se borran, con las señales del territorio, las de la identidad” (1992: 54).
En los dos planos que siguen, correspondientes a 1935 y 2012, se aprecia la expansión del tejido urbano sobre una antigua zona de chacras ubicada al sur y al oeste. Como la población del distrito se mantuvo prácticamente constante entre ambos períodos, incluso mostrando un leve decrecimiento, se deduce que desde que el pueblo comenzó a ofrecer mayores comodidades, tales como tendido eléctrico, asfalto, servicios sociales y una red más amplia de comercios, recibió a varias familias que antes vivían en las chacras. Además, en el segundo plano se puede ver el barrio La Salamanca, un asentamiento poblado por migrantes internos llegados en general del norte del país.
Plano de 1935. El rectángulo horizontal vacío que se ve abajo a la derecha es la plaza San Martín.[27]
Plano correspondiente a 2012. La plaza San Martín aparece casi en el centro, en un rectángulo cruzado por una equis. A la derecha, debajo del viejo tendido ferroviario, se ve la cuadrícula de 8 x 4 manzanas rectangulares del barrio La Salamanca.[28]
La institución que asumió la tarea de difundir conocimientos acerca del pasado local fue el museo, que desde entonces dispuso la organización de distintas muestras y actividades que apuntan sobre todo a los alumnos y docentes de las escuelas, a quienes se invita a realizar los trabajos prácticos de materias tales como historia, instrucción cívica, literatura, plástica y comunicación social, lo que les permite consultar materiales en el archivo, la hemeroteca, la biblioteca y la filmoteca. Entre 2004 y 2007, el museo lanzó el proyecto “Al rescate de nuestra identidad”, en el que los alumnos de ocho escuelas primarias y secundarias de la zona realizaron trabajos de investigación focalizados en la recolección de “dichos, anécdotas, juegos, danzas, música, costumbres y tradiciones” moisesvillenses, y cuyos resultados luego fueron exhibidos en una muestra colectiva abierta a la comunidad (Guelbert, 2008: 57). De acuerdo con su fundamentación, el proyecto buscaba favorecer la integración intergeneracional con vistas a “fortalecer y preservar la identidad local”, a la luz de los fuertes cambios poblacionales experimentados a partir de la última década del siglo XX (2008: 14 y 57).[29]
Los planes para que la población actual de Moisés Ville, que es mayoritariamente católica, “recupere” una identidad histórica ligada a lo judío, ocasionaron diversos desencuentros entre la comuna, la kehilá y los emprendedores de memoria. En mis registros de campo, realizados a lo largo de cuatro años, varios integrantes de la colectividad judía me manifestaron sus preocupaciones respecto del futuro identitario del pueblo. Un episodio en el que afloraron las rencillas interculturales tuvo lugar cuando, por sugerencia de la Dirección de Turismo de la Provincia de Santa Fe, a mediados de la primera década del siglo XXI la comuna se propuso crear una fiesta tradicional anual cuyo sentido fuera más allá de los meros aniversarios de la creación de la colonia. Para entonces, los vecinos de San Cristóbal, Ceres y Humberto Primo ya celebraban anualmente las fiestas del Caballo, el Zapallo y la Bagna Cauda.[30] En ese espíritu, la comuna invitó a los vecinos a reunirse periódicamente en el marco de un comité de voluntarios que debía organizar todos los detalles de la nueva fiesta epónima. Más allá de determinar la dinámica propiamente dicha, consistente en el típico paquete de música, gastronomía, espectáculos humorísticos, concursos de belleza y discursos, lo que debía decidir el comité era el título y el significado de la fiesta, es decir, un símbolo que representara a Moisés Ville y lo proyectara hacia el futuro. Durante las primeras reuniones, algunos de los participantes sugirieron que, en vista de la particularidad histórica local, el título debía ser “Fiesta de la Colonización Judía”. Como la idea no obtuvo el quórum necesario, el ala “pro identidad judaica” del comité volvió a la carga con títulos alusivos a las delicias de la repostería ashkenazí que se consumen en el pueblo, y que elaboran incluso algunos vecinos no judíos. No obstante, ni la Fiesta del Kamishbroit, ni la del Strudel, lograron el voto mayoritario.[31]
Así las cosas, una de las integrantes expuso una idea más ecuménica: había que celebrar la Fiesta de Integración Cultural, lema que interpelaba a todos los sectores del pueblo, conformado, de hecho, por sucesivas generaciones de judíos, italianos, españoles, alemanes, eslavos, criollos, aborígenes, católicos, testigos de Jehová y evangelistas. La idea tomó cuerpo, y los presentes se abocaron a esgrimir argumentos de índole histórico y folklórico que la justificaran ex post. En primer lugar, adujeron que los pioneros del Weser habían sido auxiliados por dos familias de colonos italianos que los ayudaron a llegar desde Palacios hasta Moisés Ville, en aquélla suerte de peregrinación fundacional. En segundo término, los inmigrantes judíos habían dejado sus ropajes europeos muy pronto, para adoptar el atuendo rural de los criollos. Tercero: las recetas de la gastronomía ashkenazí que habían fracasado a la hora de denominar a la fiesta, ahora fueron incorporadas como otra evidencia de que los usos gastronómicos locales eran un subproducto de la integración cultural. Esos platos no sólo se seguían consumiendo, sino que también mantuvieron sus denominaciones originales en ídish. Estos argumentos llevaron al comité a proclamar a Moisés Ville como “Cuna de Integración Cultural”: la tradición había sido inventada una vez más.
Para Eric Hobsbawm, el concepto de “tradición inventada” remite a
un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad respecto al pasado. De hecho, cuando es posible, normalmente intentan conectarse con un pasado histórico que les sea adecuado.
Este proceso se hace visible a los ojos del analista a partir del “contraste entre el cambio constante y la innovación del mundo moderno y el intento de estructurar como mínimo algunas partes de la vida social de éste como invariables e inalterables” (2002: 8). La mujer que inventó la fiesta tradicional de Moisés Ville se llama Lilí González de Trumper. Entrerriana y católica, González llegó al pueblo en 1957, recién recibida de docente, para dictar materias del área de lengua y literatura. Allí conoció a Nosen Trumper, miembro de uno de los clanes familiares más importantes de la colonia, vinculado históricamente a la política municipal y comunitaria.[32] Consumado el casamiento, Lilí debió adecuarse a un entorno sociocultural que le resultaba completamente desconocido. Según me contó, “Moisés Ville era todo judío. Una vez me invitaron a un bris [circuncisión] y dije no, gracias, yo no juego a las cartas”. Si bien fue aceptada e incluida por su familia política y por la sociedad judía local, jamás consideró la posibilidad de convertirse al judaísmo; tampoco quiso unirse a las instituciones judaicas que la invitaban a sumarse a sus filas, ya que consideraba que no la representaban. Aunque hoy en día se hace llamar Trumper, Lilí no reniega de su parte González. En su opinión, las negativas del comité de vecinos a dar a la fiesta un sentido estrictamente judaico se debieron a que “el Moisés Ville de hoy es una sociedad híbrida; ahora hay un espíritu católico”.[33]
Pese a las inteligentes mediaciones de Lilí, las rencillas interculturales prosiguieron. En 2009, algunos vecinos judíos me manifestaron su desazón ante la ausencia del jefe comunal en la celebración de Iom Haatzmaut (el día nacional israelí), ausencia que fue leída como un hecho inédito en la historia local. El jefe comunal que rompió la costumbre de asistir al acto judío secular más importante del año es un católico descendiente de italianos, casado con una mujer judía. Ese mismo año también pude observar otro conflicto, relacionado en este caso con los festejos por el ciento veinte aniversario del pueblo. Hasta entonces, como había sucedido desde el cincuentenario, los aniversarios locales conmemoraban los inicios de la Colonización Judía en la Argentina. Sin embargo, en esa ocasión se celebró la Fundación de Moisés Ville. La decisión produjo tensiones dentro del comité de festejos, un espacio pluralista que suele incluir a vecinos de distintas religiones y orígenes étnicos, donde, nuevamente, se generó una interna conformada por dos bandos. Uno tenía por lema “Moisés Ville por los moisesvillenses”, y estaba claramente interesado en comenzar a despegarse del pasado judaico para mostrar la actualidad del pueblo. Una de las primeras decisiones que impulsó fue bastante desafortunada: había que suprimir la tradicional ejecución del himno del Estado de Israel durante el acto oficial de la plaza San Martín.[34] Irritado, el bando “pro conservación de la identidad judía” decidió retirarse y organizar unilateralmente un evento paralelo, por lo que ambos grupos terminaron disputándose al público: mientras en el teatro Kadima actuaba un conjunto rosarino de música klezmer contratado por la kehilá, en la plaza San Martín tuvo lugar un espectáculo de fuegos artificiales programado por la comuna, exactamente para el mismo horario. De todos modos, los organizadores judíos lograron captar a buena parte del público extra-comunitario, ya que habían solicitado al grupo rosarino que incluyera en su repertorio covers de Serrat, Sabina, Mercedes Sosa, Baglietto y Soledad Pastorutti.[35]
Según me contó en una entrevista la presidenta del conflictivo comité de festejos de 2009, María Rosa Udrisar, el propósito del bando anti judaico no era silenciar la memoria de la colonización judía, sino atraer a la “gente nueva, llegada del norte de la provincia, que no se acerca a las instituciones, ni siquiera a las deportivas”. Con ese fin, el comité diseñó actividades inclusivas, tales como una exposición de colecciones de objetos particulares de los pobladores: corbatas, etiquetas de ropa, biromes, armas, aperos, etc. También convocó a los vecinos que alguna vez hubieran formado bandas musicales a desempolvar los instrumentos para reunirse nuevamente en un concierto colectivo. Udrizar me relató que algunos integrantes judíos del comité ya habían manifestado reticencias a distintas actividades integradoras que ella había propuesto antes, desde su cargo en la comisión de cultura de la comuna. Por ejemplo, varios criticaron que el coro femenino de Moisés Ville, que reúne a mujeres de distintos credos, cantara villancicos navideños en la plaza central frente a un pesebre viviente. Tampoco vieron con buenos ojos que la comisión ofreciera un taller de rikudim (la danza nacional israelí) abierto a toda la comunidad. Es una cuestión de reciprocidad, me dijo Udrizar: “si querés que el Día del Holocausto o el de Iom Hatzmaut toda la gente vaya, tenés que corresponder”. María Rosa Udrisar, más conocida como “la Cuca Mularz”, por su apellido de casada, es una de las emprendedoras culturales locales más activas del pueblo. Nacida y criada en la ciudad de Rafaela, pero radicada en Moisés Ville desde 1974, proviene de una familia conformada por un padre católico, de origen alemán, y una madre vasco-francesa protestante. Sus primeras nociones acerca del judaísmo llegaron en los años de estudiante en el Colegio Nuestra Señora de la Misericordia, donde la enseñanza era claramente antisemita: “el diccionario decía judío: avaro; en la sinagoga se adoraba la cabeza de cerdo”, me relató Cuca, que al finalizar el colegio hizo caso omiso de esas representaciones y se casó con un judío, Bernardo Mularz, comerciante minorista moisesvillense. Hoy, Cuca se autodefine como una persona “de espíritu pluralista y hippista: profe de bellas artes, ojotas y pelo largo”.[36]
La primera edición de la fiesta, celebrada en 2005, logró una convocatoria de público superior a los mil invitados que dejó conformes a los organizadores, aunque excluyó a los sectores populares, en tanto se trató de un evento cerrado, cuyo costo por cubierto era demasiado oneroso para las familias más humildes.[37] Más tarde, en la edición de 2009, los organizadores decidieron que la clase baja igualmente pudiera ingresar a ver los espectáculos en forma gratuita, y que, si así lo deseaban, las familias se llevaran su propia vianda. Particularmente, esa opción me pareció estigmatizante, sobre todo tratándose de una sociedad de pequeña escala, en la que el anonimato es casi inexistente. A partir de la edición de 2013, los organizadores dispusieron otro formato mucho más popular e inclusivo: la fiesta se celebró en la calle, a cielo abierto, sin mesas, y cada cual consumió lo que quiso en los stands de comidas montados por los distintos grupos culturales y sociales.
Como era previsible, la Fiesta de Integración Cultural, que al principio se realizaba en mayo, terminó fundiéndose con los tradicionales festejos de octubre por los aniversarios del pueblo que analizamos en el Capítulo Cuatro. La convergencia se dio recién en el ciento veinticinco aniversario, celebrado en 2014. Para el espectador común, la idea de la “integración” se advierte en la coexistencia escénica de elencos folclóricos que bailan malambo seguidos por grupos de rikudim, en la presencia de la bandera israelí junto con la argentina y en la del himno hebreo junto al nacional. Sobre la historia de la colonización queda poco y nada: apenas algunas referencias difusas en los discursos, que señalan que el pueblo fue fundado por inmigrantes judíos llegados de la Rusia zarista. Por eso, algunos vecinos siguen lamentando que el título de la nueva fiesta epónima no aluda a la identidad judía y colona de Moisés Ville, hecho que, según sostienen, podría redundar en una mejor forma de divulgar la historia local y de promocionar el turismo cultural. Desde mi punto de vista, quizás un título judaico hubiera tenido más sentido, sobre todo considerando que las dos declaratorias patrimoniales nacionales obtenidas se relacionan con el pasado judío, que el principal atractivo del Museo Comunal y de la Colonización Judía Rabino Aarón Halevi Goldman radica justamente en el relato acerca de los orígenes de la colonización, y de que la propia comuna promociona el turismo con lemas tales como: “En la tierra de los Gauchos Judíos disfrute de su historia, cultura y gastronomía”.[38]
Balance del capítulo
Varios son los factores que hicieron posible que la activación patrimonial moisesvillense se pusiera en marcha. En primer lugar, resultó determinante la existencia del grupo de emprendedores de memoria comandado por Eva Guelbert, una líder que logró profesionalizarse y tender fructíferas redes extramuros. El éxito de sus gestiones se debe no sólo a la pericia política, el empuje personal y a su formación como museóloga, sino también a que supo conformar un canal de participación ciudadana alternativo a la dirección de cultura comunal, desde donde fue capaz de dialogar con la kehilá y con la comuna en forma independiente. En segundo término, también fue clave la coparticipación instrumental y presupuestaria de distintas agencias estatales y transnacionales, que coadyuvaron en las gestiones para obtener declaratorias y subsidios económicos. También resultó funcional el bajo valor de mercado de los edificios históricos, producto de la retracción demográfica general del pueblo, que permitió que la kehilá recibiera los inmuebles mediante donaciones sin mayores inconvenientes. En varias ciudades y pueblos que experimentaron procesos de patrimonialización similares ha ocurrido lo contrario: la gentrificación de los barrios históricos derivó en una suba de los valores de la propiedad (Barretto, 2007). Otro aspecto destacable del caso moisesvillense es que la escasez de la renta turística permitió a los emprendedores ejercer cierto control ideológico sobre el patrimonio. Éste a veces puede resultar banalizado, hasta convertirse incluso en un espectáculo al estilo de los parques temáticos (Fortuna, 1998). A diferencia del caso que comentan Johan Van Rekom y Frank Go sobre los indígenas ecuatorianos que “no tenían alfombras ‘tradicionales’ hasta que vinieron los turistas” (citado por Barretto, 2007: 99), el aporte monetario del turismo en Moisés Ville apenas cubre una parte mínima de los gastos de mantenimiento, por lo que el género posmoderno denominado Distory (Disney + History) hoy no parece cernirse sobre la Jerusalem argentina, ni como una posibilidad de crecimiento ni como una amenaza para el patrimonio. No obstante, no hay garantías de que el sentido dado al pasado por los emprendedores se mantenga inalterado con el paso del tiempo. De hecho, el proceso de activación patrimonial en Moisés Ville aun no ha concluido. Si la UNESCO resuelve declarar al pueblo Patrimonio Cultural de la Humanidad, es de esperar que, junto con la declaratoria, lleguen nuevos subsidios, oportunidades y tensiones.
De acuerdo con mis observaciones, la patrimonialización del pasado judío pone en juego intereses divergentes. A la colectividad judía vernácula le interesa que el pueblo mantenga su identificación originaria con la colonización, y que acreciente el lugar de prestigio ganado dentro de la memoria colectiva argentina, donde se la considera una suerte de Plymouth Rock de la inmigración judía. Para la comuna, la identificación judaica implica tanto beneficios como perjuicios. Los beneficios se asocian con la posibilidad de gestionar fondos para obras de restauración que le aportan prestigio personal y capital político a las dirigencias de turno. En el actual contexto de revalorización del pluralismo, de musealización del pasado y de difusión de la cultura de la memoria, el patrimonio judío conecta a la pequeña comuna de Moisés Ville con instituciones provinciales, nacionales e internacionales. Sin embargo, acrecentar el capital simbólico judío también podría perjudicar a los dirigentes comunales, que verían amenazada su identificación con el electorado local de la clase baja, conformado por nuevos vecinos a quienes el relato judaico no los interpela. Como ha escrito Prats,
la puesta en valor y la activación de los referentes patrimoniales no corresponde a la población, sino a los poderes locales, pero estos poderes se ven forzados a reflejar las sensibilidades mayoritarias de la población al respecto y darle curso, so pena de perder apoyos políticos (2005: 26-27).
En este sentido, cuando indagué acerca de la conformación de los dos bandos contendientes, uno pro identidad judía y otro pro reactualización identitaria, noté que la distancia social entre ambos es prácticamente inexistente, y que sus integrantes, mayoritariamente descendientes de italianos, judíos y españoles, comparten intereses de clase, relaciones de parentesco y valores culturales. Algunos incluso son socios en emprendimientos económicos. Finalmente, no es un dato menor el hecho de que las dos activistas que oficiaron de “mediadoras interculturales” en las rencillas por la identidad y la memoria sean mujeres católicas casadas con maridos judíos.
- El original, en ídish, dice así: “Oif der plase, shteit a mentsh, a pundik gevis. Mit breite bombaches, un pargatns oif di fis. Durj di bigotites faift er ois a shpanish lid. Ir megt zain zijer az der pundik iz a id. Mozesvil, main Klein shteitale, Mozesvil. Dortn vi ij hob maine iunge iorn farbrajt. Bist a idishe medine, bist a shtoltz in Argentine, Mozesvil!” La versión en castellano de este fragmento de la canción “Mozesvil” corresponde a F. Fistemberg Adler (2005).↵
- “Moisés Ville, candidata a Patrimonio de la Humanidad”, Tiempo Argentino, 13/7/2012.↵
- El concepto fue acuñado por Pierre Bourdieu; véase La distinción (1979) y El sentido práctico (1980).↵
- Diversas entrevistas a Luis Strass (jefe comunal entre 1987 y 1995), Carlos Solís (pastor de la congregación local de Testigos de Jehová) y Abraham Kanzepolsky (ex directivo de la cooperativa La Mutua, ex vicepresidente comunal e integrante del grupo de emprendedores de memoria).↵
- Los datos fueron tomados de los censos nacionales (nota: en 1895, Moisés Ville pertenecía al distrito Palacios); 1895: 849, 1914: 3837, 1947: 3166, 1960: 3543, 1970: 3663, 1980: 3091, 1991: 2719, 2001: 2620, 2010: 2557.↵
- Sobre la presencia de numerosos inmigrantes españoles y eslavos cristianos en Moisés Ville (y sobre su presunto silenciamiento por parte de los emprendedores de memoria judíos), véanse las siguientes notas de la profesora Sofía Chomiak, ella misma de origen eslavo: “El rescate de una herencia”, revista Qué lindo país, amigos, enero de 2000, página 11; “Con sabor a girasol”, Castellanos, 5/7/2004; ”Memoria de castañuelas”, Castellanos, 3/6/2005.↵
- Sólo los censos de 1895, 1947 y 1960 incluyeron la pregunta sobre religión. En 1895, tal como han señalado entre otros Yaacov Rubel (2012) y Francis Korn (2004), y como figura explícitamente en el texto del censo de 1947 (página LXXXIII), la pregunta sobre religión no era indicativa de las cifras demográficas reales, en tanto el censista sólo interrogaba a aquéllas personas que no tuvieran aspecto de católicas. Si bien en 1947 la pregunta se hizo a todos los censados, los 4288 israelitas contabilizados corresponden a todo el Departamento de San Cristóbal. Es decir que el dato del distrito Moisés Ville no fue desagregado.↵
- Los datos que utilicé para confeccionar el gráfico son aproximados; fueron tomados de informes de la JCA, de informes comunitarios, de los censos nacionales y de fuentes periodísticas.↵
- Entrevista a Gabriel Salamon, vicepresidente del Vaad Hakehilot (diciembre de 2009). Existen 54 comunidades que cuentan con personería jurídica y están afiliadas al Vaad Hakeilot. Un programa de AMIA que apunta a capacitar y formar nuevos líderes brinda algunos recursos mínimos, como enviar oficiantes en las altas fiestas religiosas. Se trabaja sobre tres ejes centrales: educación, culto y solidaridad. También hay problemas financieros (muchos de estos proyectos dependen de aportes filantrópicos) e intergeneracionales: los mayores no aceptan las nuevas formas de expresar la identidad judía (rabinas mujeres, líderes jóvenes, etc.). Sintomáticamente, la emigración subsidiada conforme con la Ley del Retorno del Estado de Israel, conocida como aliá, es mucho mayor en las comunidades del interior del país (donde viven algo más del 10% de los casi 300.000 argentinos judíos) que en el área metropolitana. Sobre la población judía de la Argentina, ver Adrián Jmelnizky y Ezequiel Erdei, La Población Judía de Buenos Aires: estudio sociodemográfico, AMIA 2005. ↵
- El dato de las 120 familias asociadas corresponde a 2007.↵
- Las autoridades son elegidas por voto de los socios con cuota al día mayores de veintidós años que tengan una antigüedad mayor a un año. El mandato dura dos años y los cargos incluyen a un presidente, dos vicepresidentes, secretario, tesorero y doce vocales. Fuente: Estatutos de la Comunidad Mutual Israelita de Moisés Ville, 1970.↵
- Se trata de la tasa anual por hectárea, impuesto equivalente al valor de una cantidad fija de litros de gasoil. Entrevistas a Osvaldo Angeletti, jefe comunal, y a Marcelo Jarovsky, vicejefe comunal (febrero de 2012).↵
- Varias entrevistas a Ester Gabriel de Falcov, docente de Iahaduth, tesorera del museo comunal y guía turística.↵
- Fistemberg (2004: 68). Felipe Fistemberg nació en Moisés Ville en 1936 y emigró durante su adolescencia. Sus memorias fueron publicadas en 2004.↵
- El líder del grupo fue Mauricio Falcov, a la sazón gerente de la sucursal. Entrevistas a Falcov y a su esposa, Ester Gabriel de Falcov.↵
- Los principales activistas de aquel grupo iniciático fueron Enrique Kulemeyer y su esposa (de apellido Alexenicer), Ángela Ibáñez, Maris Quejena, Faustino Scarafía y Alondra Ambach. Entrevista a María Beatriz Muñoz (viuda de Salimson) y a Eva Guelbert (marzo de 2012).↵
- Véase la revista del centenario de Moisés Ville: 32. También, el texto de la disposición en la ordenanza comunal nº 254.↵
- Ordenanza comunal nº 334, del año 1989. Véanse los textos de Guelbert en la folletería impresa por el museo. Parte de estos datos corresponden a entrevistas realizadas a la ex tesorera Ester Gabriel de Falcov (diciembre de 2009).↵
- Revista del centenario de Moisés Ville: 32.↵
- Los libros que vende el museo son Génesis de Moisés Ville (Noé Cociovich, 1987), Memoria oral de Moisés Ville (Eva Guelbert, 2008), Patrimonio urbano y arquitectónico de Moisés Ville (Collado, Del Barco, Guelbert, 2004) y Aromas y sabores de las bobes de Moisés Ville (Ester Gabriel y Lilí González de Trumper, 2006).↵
- El tabernáculo es el cofre que guarda los Rollos de la Ley o Torá.↵
- Inaugurada en 1909, su nombre legal es Sinagoga de la Sociedad Unión Israelita Beith Hamidrash Hagadol, pero se la conoce popularmente como la sinagoga de Brener por el apellido del vicepresidente de la sociedad que llevó adelante la edificación; también se la conoce como la poilishe shul, o sinagoga de los polacos. Cada una de las cuatro sinagogas de Moisés Ville reunía públicos diferentes: la Barón de Hirsch era la de la gente “acomodada”, la Arbeter, la de los trabajadores, la poilishe era la de los inmigrantes polacos y la litvishe o ashkenazí, la de los lituanos (Collado, Del Barco, Guelbert, 2004).↵
- Obeid fue gobernador en los períodos 1995-1999 y 2003-2007, alternándose con Carlos Reutemann.↵
- “El caso de la sinagoga”, Página 12, 16/6/2007.↵
- La gestión fue llevada adelante por María de los Ángeles González, quien trabajó en la secretaría de cultura de Rosario y asumió luego en la provincia (durante las gestiones de Hermes Binner como intendente, primero, y como gobernador, después).↵
- Entrevista a Eva Guelbert (marzo de 2009).↵
- Museo Comunal y de la Colonización Judía Rabino Aarón Halevi Goldman.↵
- Fuente: trabajo realizado en 2012 para la fundación Jewish Heritage por Mijal Doukarsky, Nadav Madanes e Iván Cherjovsky.↵
- Este proyecto integrador contrasta con otros casos mencionados en la bibliografía. Al investigar qué grupos fueron convocados para contar la historia en el museo local y en los festejos del centenario de Villa Clara, Freidenberg (2009) encuentra un predominio del componente judío y europeo (suizo-franceses y alemanes del Volga). En segundo lugar, parecían los gauchos y criollos, mientras que los migrantes internos recientes, pobres y racializados, fueron ciertamente discriminados.↵
- Entrevista a Beatriz Ferrero de Smulovitz (mayo de 2009).↵
- Entrevista a Golde Gerson (mayo de 2009).↵
- Su suegro, Boris (Bernardo) Trumper, llegado en 1904 como colono, ejerció las funciones de juez de paz y de comisario. En sociedad con un hermano farmacéutico, compró campos a crédito y llegó a tener una explotación ganadera de más de 3.000 ha en San Cristóbal. Su marido se mantuvo siempre involucrado en la vida política: fue dos veces jefe comunal y también presidente de La Mutua Agrícola. Entrevista a Lilí González de Trumper (mayo de 2009).↵
- Entrevista a Lilí González de Trumper (mayo de 2009).↵
- En realidad, diez años antes había tenido lugar un episodio similar, pero por un descuido, ya que la orquesta no tenía a mano la partitura del himno, aunque en esa oportunidad el embajador isarelí subsanó la omisión entonando el Hatikva a capela.↵
- Entre los integrantes judíos se encontraban importantes personalidades locales, como la directora del museo Eva Guelbert, el entonces presidente de la kehilá Sergio Mitnik y los ex jefes comunales radicales y judíos Arminio Seiferheld (1983-1987) y Luis Strass (1987-1995).↵
- Entrevista a María Rosa Udrisar (marzo de 2010).↵
- El costo era de 60 pesos por persona.↵
- Folleto impreso por la Subcomisión de Cultura y Turismo.↵