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5 La contracara de Sarmiento

Juan Bautista Alberdi: la inmigración como un elemento clave del progreso de la nación

Es por no haber seguido estas voces, que nuestra patria ha perdido más sangre en sus ensayos constitucionales, que en toda la lucha de su emancipación. Si cuando esta gloriosa empresa hubo sido terminada, en vez de ir en busca de formas sociales, a las naciones que ninguna analogía tenían con la nuestra, hubiésemos abrazado con libertad, las que nuestra condición especial nos demandaba, hoy nos viera el mundo andar ufanos, una carrera tan dichosa como la de nuestros hermanos del Norte. No por otra razón son ellos felices, que por haber adoptado desde el principio instituciones propias a las circunstancias normales de un ser nacional. Al paso que nuestra historia constitucional, no es más que una continua serie de imitaciones forzadas, y nuestras instituciones, una eterna y violenta amalgama de cosas heterogéneas. El orden no ha podido ser estable, porque nada es estable, sino lo que descansa sobre fundamentos verdaderos y naturales. La guerra y la desolación han debido ser las consecuencias de una semejante lucha contra el imperio invencible del espacio y del tiempo.

     

J. B. Alberdi, Fragmentos preliminares al estudio del Derecho

El hecho de dedicar un capítulo de este libro al estudio del pensamiento de Juan Bautista Alberdi respecto de la situación del extranjero en la sociedad argentina tiene por objeto establecer un contrapunto con las ideas de Sarmiento y poner de manifiesto cómo, frente a una misma problemática, se vislumbraban diferentes vías de construcción de la relación ciudadano-extranjero. Desde luego que, en el análisis, la entidad otorgada a Sarmiento –como interlocutor principal– es significativamente mayor. No obstante, la inclusión del pensamiento alberdiano es necesaria para tener una visión más amplia y abarcadora acerca de cuáles eran las distintas posturas en la época y para así intentar comprender cómo se fue forjando en el campo intelectual y político la concepción de la relación ciudadanía-extranjeridad.

Alberdi es una figura cuya trayectoria intelectual y política se forjó principalmente desde el exilio. Su temprano y prolongado alejamiento del país llevó a que sus ideas se hiciesen conocidas a través de sus escritos y de los textos publicados en diversos periódicos. Su educación y su formación, así como su experiencia de vida, se vieron reflejadas en sus obras y en sus intervenciones públicas, donde dejaba en claro su postura liberal y democrática. Reconocido por su lucha contra las tiranías y sus constantes aportes a la confección de una carta constitucional capaz de consolidar la unión y la organización nacional, se ganó el respeto y el odio de varios de sus compatriotas –entre ellos Sarmiento–, con quienes en muchas oportunidades confrontó abierta y públicamente.

Como contemporáneo de Sarmiento, dedicó gran parte de su vida a buscar la manera de alcanzar un sistema de gobierno democrático y republicano. Ambos mantuvieron interesantes intercambios de opiniones con respecto al tema de la nacionalización de los inmigrantes que optaban por residir en el país. A pesar de que los dos impulsaban el desarrollo y el progreso de la nación a partir del aporte que podían brindar en este aspecto los inmigrantes, tenían significativas diferencias en torno a la manera de lograrlo. En este capítulo se plantea la postura de Alberdi sobre la nacionalización de los inmigrantes a partir del análisis de sus escritos a lo largo de su amplia trayectoria como uno de los intelectuales más reconocidos del período.

Durante los años de exilio en Montevideo, Alberdi comenzó a forjar la idea de que, para alcanzar el progreso y el orden político de la nación, era indispensable implementar un profundo cambio en la composición poblacional del país. En su posterior exilio en Chile, observó por vez primera los frutos del progreso (aguas corrientes, ferrocarriles, telégrafos, iluminación a gas, etc.) y percibió los beneficios de la explotación de las riquezas –aún vírgenes– de su patria. Durante esos años, a través de su propia experiencia y de la influencia de otros emigrados célebres (tal es el caso de Francisco Agustín Wright, quien desde 1833 destacaba las ventajas que los extranjeros podían brindar a todo el territorio rioplatense),[1] así como también a raíz de su primer viaje a Europa en 1843 y 1844,[2] Alberdi –quien fuera un integrante activo de la llamada “Generación del 37”– consolidó en su pensamiento la importancia de la inmigración en el proceso de construcción de la nación.

A partir de 1837, desde las páginas del periódico semanal literario La Moday bajo el seudónimo de Figarillo–, se dedicó a publicar una serie de artículos donde dejaba entrever su postura contra el españolismo. Allí señalaba que las costumbres, las ideas, las creencias y los hábitos heredados de los españoles nos ligaban con todo aquello que era “retrógrado”. Para él, la Constitución de un pueblo no consistía más que en poner por escrito lo que el pueblo vivía y lo que estaba en juego en una sociedad. En este sentido, consideraba:

El primer paso pues a la organización de un orden constitucional cualquiera, es la armonía, la uniformidad, la comunidad de costumbres. Y para que esta armonía, esta uniformidad de costumbres exista, es menester designar el principio y fin político de la asociación. El principio y el fin de nuestra sociedad es la democracia, la igualdad de clases. […]. Todos los días nos quejamos de que no tenemos costumbres, de que nuestra sociedad no tiene carácter, de que es un caos, una anarquía, una Babilonia, un laberinto […]. Todo eso viene de que el fin de nuestra sociedad no ha sido perfectamente determinado: de que se ha consignado únicamente en los escritos, pero no se ha procurado superarle en todas las fases de nuestra vida social.[3]

Esta cita pone de manifiesto la estrategia de Alberdi de adecuar la carta magna de cada país a sus propias creencias, costumbres, valores, etc., y no intentar imponer –a través de esta– creencias, ideas, costumbres o habitudes características de otras sociedades. Acusaba a los publicistas nacionales encargados de elaborar las constituciones de no haber reparado en las particularidades del pueblo nacional, en sus singularidades. Señala en el mismo artículo: “… el verdadero modo de cambiar la Constitución de un pueblo es cambiar sus costumbres: el modo de cambiarlo es darle costumbres”.[4]

El 12 de noviembre de 1844, en su escrito “Memorias sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano”, Alberdi hace un llamado a todos los congresistas americanos para lograr escapar a la soledad que aquejaba a la América por medio de una política poblacional: propone que cada país recibiera en su territorio a ciudadanos europeos –inmigrantes que traerían consigo la civilización y el progreso necesarios para el desarrollo y la consolidación de las nacientes naciones–. Al respecto, argumenta:

El mundo social necesita espacio: nosotros le tenemos de sobra […]. Aquí la obra española permanece inacabada, y la barbarie se mantiene dueña del espacio que podría utilizar la civilización: es, pues, necesario completar su conquista, pero por medios dignos de ella. El Congreso General podría ocuparse de este asunto, que importa a la suerte de toda América.[5]

Desde Valparaíso, publicó diversos artículos donde promovía e inclusive reivindicaba la figura del europeo, tan cuestionada a partir de 1810 en el país y en gran parte de la región. Ponía de manifiesto la necesidad que tenían los pueblos americanos de poblar los desiertos y así alcanzar la prosperidad y el progreso. Es desde el continente europeo desde donde provendrían estos “nuevos maestros” que traerían consigo “su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las poblaciones, en las emigraciones” que les enviasen.[6] Exigía a los gobernantes la firma de tratados con el extranjero, en los que se otorgasen garantías de sus derechos naturales de propiedad, libertad, seguridad, adquisición y tránsito, para atraer así “la planta de la civilización”, que, como señalaba, al igual que la viña prende y cunde de gajo.

Hacia fines de la década del 40, sus escritos giraban en torno a la necesidad de otorgarle a la República Argentina una ley suprema escrita, una constitución, que le diera al territorio la paz y el orden internos para alcanzar así la felicidad tan deseada. Reconocía: “… la República Argentina es la primera en glorias, la primera en celebridad, la primera en poder, la primera en cultura, la primera en medios de ser feliz, y la más desgraciada de todas, a pesar de ello”.[7] En esta tarea destacaba la participación de toda la clase gobernante y del pueblo argentino, y reconocía a la vez la importancia que tenían en esta labor los emigrados, quienes para él eran la escuela más rica de la enseñanza, y los presentaba como el instrumento preparado para servir a la organización nacional. Ya se ve en este período su interés en la producción de una constitución nacional que fuera capaz de otorgarle al país la libertad y el orden tantas veces anhelados por los patriotas que durante casi medio siglo lucharon –con las armas y con las ideas– por alcanzar la independencia y la libertad del país.

Sarmiento se hizo eco de la experiencia de Alberdi y así lo manifestaba en una carta enviada a Mitre:

Ha visto [Alberdi], desde su bufete en Valparaíso, pasar buques por centenares cargados de hombres, a formar la nueva República, y ese puñado de hombres libres ha palpado cómo todas esas viejas sociedades se ponían en movimiento. En Chile se siembra trigo para que coman los de California, y vienen millones en cambio. El Pacífico se ha cubierto de vapores, de naves, de telégrafos las costas, de caminos de hierro, el Perú y Chile, sólo porque medio millón de emigrados se han juntado en ese extremo apartado de la América a dar vida y movimiento a medio mundo.[8]

Tanto Sarmiento como Alberdi se encontraban en el exilio cuando este último publicó su obra Bases en 1852. Este texto tuvo una gran influencia sobre los constituyentes de 1853, quienes tomaron el proyecto de Constitución de Alberdi como modelo para redactar el texto de la que finalmente fue la Constitución de la Confederación Argentina. Poco tiempo tardó Sarmiento en expresar su opinión sobre los distintos artículos que conformaban la Carta Magna argentina. Su ataque estaba dirigido principalmente a las ideas expresadas por Alberdi en su obra.

A pesar de que Alberdi fue una gran ausencia entre los constituyentes encargados de redactar la Constitución de 1853, su obra Bases… se transformó en un libro clave para ellos. En 1852, Juan María Gutiérrez –amigo personal de Alberdi– le sugirió que escribiese un volumen en el cual plasmase su postura intelectual, ya que había llegado el momento de que la Confederación tuviese una constitución. Desde el exilio en Chile, Alberdi rápidamente escribió el texto e incluyó en él un proyecto de constitución, el cual –como se señaló recién– fue utilizado por los constituyentes reunidos en la provincia de Santa Fe en 1852.

El siguiente párrafo plasma de manera contundente el objetivo y propósito con que Alberdi redactó su renombrada obra:

He aquí el fin de las Constituciones de hoy día: ellas deben propender a organizar y construir los grandes medios prácticos de sacar a la América emancipada del estado oscuro y subalterno en que se encuentra. Esos medios deben figurar hoy a la cabeza de nuestras Constituciones. Así como antes colocábamos la independencia, la libertad, el culto, hoy debemos poner la inmigración libre, la libertad de comercio, los caminos de hierro, la industria sin trabas, no en lugar de aquellos principios, sino como medios esenciales de conseguir que dejen ellos de ser palabras y se vuelvan realidades. Hoy debemos constituirnos […] para tener población, para tener caminos de fierro, para ver navegados nuestros ríos, para ver opulentos y ricos nuestros Estados.[9]

El hilo conductor de la constitución propuesta por Alberdi era la relación del país con el extranjero. En primer lugar, consideraba a la inmigración como la principal fuente de progreso –tanto económico como cultural– del país. Creía que un territorio tan fértil pero a la vez tan despoblado debía atraer del exterior “elementos ya preparados”. Argumentaba que eran estos individuos quienes traerían el orden y la educación popular, tan necesaria para alcanzar el progreso. Consideraba que este era imposible de lograr “sin el influjo de masas introducidas con hábitos arraigados de ese orden y buena educación”.[10]

Para Alberdi era claro que, si la Argentina quería alcanzar el nivel de progreso de las naciones europeas, debía dar por tierra con el desierto, el atraso material y las malas costumbres socioculturales, herencia del pasado colonial. La transformación demográfica era –para él– el camino del progreso:

La forma más fecunda y útil en que la riqueza extranjera puede introducirse y aclimatarse en un país nuevo es la de una inmigración de población inteligente y trabajadora, sin la cual los metales ricos se quedarán siglos y siglos en las entrañas de la tierra; la tierra, con todas sus ventajas de clima, irrigación, temperatura, ríos, montañas, llanuras, plantas y animales útiles, se quedará siglos y siglos, tan pobre como en el Chaco […] como en la Patagonia.[11]

Alberdi –lector de Montesquieu, Lerminier, Jouffroy y Saint-Simon, entre otros– creía que las costumbres eran soberanas y difíciles de derribar; por lo tanto, si aquellas arraigadas en los pueblos de Hispanoamérica eran las que legitimaban gobiernos tiranos y sin representación, la inmigración europea debía actuar como un trasplante que reemplazase por completo esos hábitos viciados por nuevos hábitos sociales que dieran legitimidad al naciente orden político; un orden sustentado por los principios republicanos y democráticos. Al respecto decía: “La vida exterior nos debe absorber en el futuro. En ella somos inexpertos, porque hemos sido educados en la domesticidad colonial y para la vida privada y de familia. Dejemos que nuestros pueblos empiecen su gran aprendizaje”.[12]

Tenía notoriamente una visión más sociológica que la de Sarmiento; creía que quienes llegaban venían con un bagaje propio que no era posible erradicar y, por ende, era muy difícil de modificar. Estas intimidades propias de cada pueblo estaban muy arraigadas en la esencia de las personas, y difícilmente el Estado podría modificarlas a través de la legislación. Sarmiento, como se vio en el capítulo anterior, consideraba que dicha subjetividad era maleable; sostenía que el Estado podía lograrlo a través de la implementación de estrategias adecuadas. El rol que ambos le otorgaban al Estado en esta tarea era diferente. Para Alberdi, este debía generar las condiciones propicias para que los extranjeros pudiesen instalarse en el territorio y así transmitir sus valores y costumbres a la población local. Sarmiento, por el contrario, consideraba que el Estado debía no solo generar las condiciones propicias para atraerlos, sino que era el responsable de moldear a los extranjeros para hacer de ellos verdaderos ciudadanos cívicos y patrióticos, comprometidos con los valores republicanos y con el país que tan afablemente los había recibido.

A pesar de las diferencias, ambos creían que la inmigración europea que servía era la de origen sajón, ya que tenía arraigado el concepto de “libertad”, y era capaz de alcanzar –a través de este– el progreso y el desarrollo tan anhelados. Alberdi consideraba que la libertad era una conducta, una educación, una dirección, una costumbre de vivir que estaba enraizada en el hombre:

La libertad vive, viaja y se propaga con el hombre libre, que al presente, es el hombre del Norte, frío como su temperamento, que es el de la libertad misma. […]. Si la América antes española prefiere la América de la poesía, a ser la América de la libertad, puéblese entonces con la inmigración de la Europa latina.[13]

Alberdi percibía un conflicto entre dos tipos históricos: la Europa colonial, humanista y letrada y la Europa moderna, comercial e industrial. Consideraba a la primera incapaz de crear, y, por ende, debía generar un espacio receptor de hábitos ya constituidos y de usos arraigados en el seno de la Europa moderna. El trasplante consistía en insertar de un golpe una civilización ya formada; era básicamente una manera de instalar en América del Sur una promesa cumplida.[14] En la inmigración europea, quedaba resumido –como bien señala Botana– el sueño alberdiano:

Cada europeo que viene, nos trae más civilización en sus hábitos, que luego comunica en estos países, que el mejor libro de filosofía. Se comprende mal la perfección que no se ve, toca y palpa. El más instructivo catecismo es un hombre laborioso.
¿Queremos plantar en América la libertad inglesa, la cultura francesa? Traigamos pedazos vivos de ellas en los hábitos de sus habitantes, y radiquémoslos aquí.
¿Queremos que los hábitos de orden y de industria prevalezcan en nuestra América? Llenémosla de gente que posea hondamente esos hábitos. Ellos son pegajosos: al lado del industrial europeo, pronto se forma el industrial americano. La planta de la civilización, difícilmente se propaga por semillas.
Es como la viña, que prende y cunde de gajo.
La actual población es una rama trasplantada de la Península española. Para que el huerto sea completo, plantemos a su lado árboles de otros países, que den frutos más sabrosos y variados.
He aquí el modo de cómo la América, hoy desierta, debe ser un mundo opulento alguna vez.
Esta verdad es experimental, sale de lo que se observa en Norte América. La reproducción natural es un medio imperfecto y lento.
¿Queremos grandes Estados en poco tiempo? Traigamos sus elementos ya preparados y listos de afuera.[15]

En la visión de Tocqueville, el origen explicaba la legitimidad republicana de los Estados Unidos; de manera opuesta, en la visión alberdiana,[16] el origen explicaba la ilegitimidad que la revolución de independencia había instalado en América, por lo tanto, era necesario crear un segundo origen y cambiar la sociedad por trasplante. Esta transformación se debía dar en el seno de la sociedad y era considerada previa al cambio en el plano político. Alberdi aseveraba que los gobiernos debían callar mientras que el individuo hacía su obra.[17] El silencio del gobierno es una metáfora utilizada para sostener que este debía librar de trabas e impedimentos a los inmigrantes para que estos pudiesen depositar en las nuevas tierras sus buenos hábitos y conocimientos. Al respecto, sostenía: “Las Constituciones de países despoblados no pueden tener otro fin serio, y nacional, por ahora y por muchos años, que dar al solitario y abandonado territorio la población que necesita como instrumento fundamental de su desarrollo y progreso”.[18]

Alberdi se encolumna detrás de lo que se puede definir como voluntarismo moderno, superando así el romanísimo historicista que confiaba en la capacidad intrínseca de los propios nacionales para generar una comunidad civilizada, y, por el contrario, destacando que era necesario inducir la construcción de un ethos mediante la importación de un modo de vida, de manera de producir así una reforma radical de la población argentina a través del aporte inmigratorio. Serían entonces los nuevos habitantes los encargados de mejorar al pueblo hispanoamericano para

cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para ella, sin abdicar del tipo de nuestra raza original, y mucho menos el señorío del país, suplantar nuestra actual familia argentina por una igualmente argentina, pero más capaz de libertades, de riqueza y de progreso.[19]

Para Alberdi, el verdadero reformador poco tenía que ver con un gobernante preocupado por dictar leyes particulares, establecer monopolios e implementar políticas con el fin de satisfacer los intereses de unos pocos, sino más bien con aquel legislador capaz de organizar la libertad. Libertad a partir de la cual se realizaría el trasplante de costumbres y hábitos de progreso y desarrollo. El siguiente párrafo extraído de Sistema ejemplifica lo anteriormente dicho:

No participo del fanatismo inexperimentado, cuando no hipócrita, que pide libertades políticas a manos llenas para pueblos que sólo saben emplearlas en crear sus propios tiranos. Pero deseo ilimitadas y abundantísimas para nuestros pueblos las libertades civiles, a cuyo número pertenecen las libertades económicas de adquirir, enajenar trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria. Estas libertades, comunes a ciudadanos y extranjeros (por los Art. 14 y 20 de la Constitución), son las llamadas a poblar, enriquecer y civilizar estos países, no las libertades políticas, instrumentos de inquietud y de ambición de nuestras manos, nunca apetecibles y útiles al extranjero, que viene entre nosotros buscando bienestar, familia, dignidad y paz. Es felicidad que las libertades más fecundadas sean las más practicables, sobre todo por ser las accesibles al extranjero que ya viene educado en su ejercicio.[20]

Por lo tanto, la propuesta de Alberdi para lograr atraer a esta masa de inmigrantes formados y preparados era la firma de tratados extranjeros, a través de los cuales se otorgarían garantías de derechos naturales de propiedad, de libertades civiles, de seguridad, de adquisición y de tránsito. Consideraba que cuanto mayor fuera la cantidad de garantías concedidas, mayores serían los derechos asegurados en el país. A su vez, creía que era necesario brindar las mismas garantías a todas las naciones para evitar de esta manera que alguna pudiera imponerse sobre el resto –y principalmente sobre los nativos–.

En sus argumentaciones dejaba bien en claro que la inmigración debía ser espontánea, y no provocada por el Gobierno como un emprendimiento empresario, sino con un espíritu desinteresado: “Poblar es parte de la economía política y el Gobierno tiene un poder eficaz de selección en materia de población, no con reglamentos y prohibiciones sino por incentivos naturales y sin hacer violencia”.[21]

En Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853, también destaca la importancia de garantizar la seguridad a través de la legislación, tanto de las personas como de la propiedad: para él, esto suponía un principio clave en la generación de población espontánea. Señalaba, en este sentido, que los dos grandes enemigos de la seguridad suelen ser el despotismo y la anarquía, y que, a partir de 1853, la Constitución Argentina se consagró a favor del orden y la paz, limitando el accionar de tiranos y demagogos que hicieran peligrar al país y lo devolvieran a la inseguridad y anarquía que habían reinado durante los anteriores 20 años.[22]

En el capítulo 16 de la introducción de Bases…, Alberdi puso el acento en la necesidad de que la legislación –tanto civil como comercial– fuese compatible con los derechos otorgados por la Constitución a los inmigrantes. Para el fin de este trabajo de tesis, son las leyes civiles las que interesan, y la propuesta de Alberdi al respecto era la siguiente:

1. Remover las trabas e impedimentos de tiempo atrasado que hacen imposible o difícil los matrimonios mixtos;

2. Simplificar las condiciones civiles para la adquisición del domicilio;

3. Conceder al extranjero el goce de los derechos civiles, sin la condición de una reciprocidad irrisoria;

4. Concluir con el derecho de albinagio, dándole los mismos derechos civiles que al ciudadano para disponer de sus bienes póstumos por testamento o de otro modo.

En su propuesta, Alberdi les otorgaba a los extranjeros todos los derechos y las garantías de los que gozaban los nacionales, y los exceptuaba de las obligaciones, pues los primeros –a diferencia de los segundos– no tenían deberes fiscales, ni aquellos inherentes al ciudadano nativo, como ser la defensa de la patria y el derecho al sufragio. La distinción que hacían entre libertad política y libertad civil pensadores como Guizot o Pellegrino Rossi fue adoptada por Alberdi. Dicha separación en dos planos le permitió contar con un concepto jurídico que le brindaba la posibilidad de concebir la fórmula más efectiva para resolver el problema del establecimiento de las libertades políticas en el país. Para él –como se señaló en párrafos anteriores–, la libertad política era una cuestión de capacidad; por lo tanto, consideraba necesario “capturarla […] y limitarla férreamente”.[23] Por el contrario, creía que la libertad civil era la libertad por excelencia, una promesa universal que debían tener todos, tanto criollos como extranjeros. La libertad política servía como el medio para ordenar el fin.

Otro elemento clave para lograr un importante flujo inmigratorio era la tolerancia religiosa, ya que garantizaba pobladores con sólidos valores morales y religiosos. El hecho de no permitir a cada hombre el libre ejercicio de su culto se le aparecía como una clara hipocresía del liberalismo. Alberdi destacaba la existencia de libertad de culto en Buenos Aires desde 1825, pero resaltaba la importancia de ampliar dicha concesión al ámbito provincial por medio de la Constitución de la República para extender de esa manera el establecimiento de inmigrantes europeos en todo el territorio, y no solo en Buenos Aires.[24]

Alberdi le otorgaba a la religión el mismo papel que le habían dado Montesquieu y Tocqueville; la percibía “como un resorte de orden social, como medio de organización política”.[25] Era una vía para transmitir los buenos hábitos y las costumbres. La función pedagógica de la práctica religiosa era para Alberdi más importante que aquella ejercida por el colegio y la universidad establecidos en la América colonial, instituciones que –en su opinión– habían engendrado “democracias corruptas, pueblos rebeldes incitados por la palabra escrita de demagogos que se hundían, muchas veces sin saber por qué, en una cultura viciada por burócratas y letrados”.[26]

En pos del progreso y el desarrollo del país, Alberdi reclamaba la creación de una mayor cantidad de casas de estudios de ciencias exactas y de artes aplicadas a la industria que de colegios de ciencias morales. Tomando la idea de Rousseau de “éducation des choses, Alberdi sostenía que eran los inmigrantes europeos los nuevos maestros de nuestros pueblos, que eran ellos los encargados de educar con el ejemplo de una vida más civilizada y sofisticada que la nuestra. Al respecto, argumentaba en Bases…:

No es el alfabeto, es el martillo, es la barreta, es el arado, lo que debe poseer el hombre del desierto, es decir, el hombre del pueblo sud-americano. ¿Creéis que un araucano sea incapaz de aprender a leer y escribir castellano? ¿Y pensáis que con sólo eso deje de ser salvaje?[27]

El crecimiento demográfico como consecuencia de la llegada de inmigrantes no era para Alberdi el principal aporte. Consideraba que la contribución más importante que los extranjeros traerían a nuestra tierra era su influencia civilizadora. Imaginaba al inmigrante europeo como un instrumento transformador:

… nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos, su industria, sus prácticas de civilización, en la población, en la inmigración que nos envía […]. Facilitando los medios para vivir, prevenir el delito, hijos más de las veces de la miseria y el ocio […] la industria es el calmante por excelencia. Ella conduce por el bienestar y por la riqueza al orden, por el orden a la libertad. Los hechos prueban que se llega a la moral más pronto por el camino de los hábitos laboriosos y productivos.[28]

En mayor o menor medida, las propuestas de Alberdi en materia de inmigración fueron tomadas en consideración por los constituyentes de 1853, quienes aplicaron las recomendaciones pertinentes al inmigrante casi al pie de la letra. El hecho de que la Constitución de 1853 prodigase la ciudadanía al extranjero sin imponérsela y de que a la vez asimilara los derechos civiles del inmigrante con los del nacional[29] hizo de ella una de las constituciones más generosas del mundo en relación con los inmigrantes –y fue este también uno de los temas centrales[30] de la polémica que se desató entre Sarmiento y Alberdi–.


  1. Baque, Santiago, Influencia de Alberdi en la organización política del estado argentino, tesis doctoral, FDyCS, UBA, Buenos Aires, 1915, pp. 68-69.
  2. En dicho viaje, a pesar de verse deslumbrado por el progreso y el desarrollo industrial del viejo continente, Alberdi sufrió ciertas decepciones ligadas más a cuestiones morales. La siguiente cita pone de manifiesto dicho desencanto: “¿Cuánto suspiro por verme en aquellos países! ¿Qué bella es la América! ¿qué consoladora! ¿qué dulce! Ahora la conozco: ahora que he conocido estos países de infierno, estos pueblos de egoísmo, de insensibilidad, de vicio dorado y prostitución titulada. Valemos mucho y no lo conocemos: damos más valor a Europa que el que se merece” (Juan B. Alberdi, Obras selectas, tomo 3, Impresiones y recuerdos, Buenos Aires, La Facultad, 1920, p. 278).
  3. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 1, Sociabilidad, Buenos Aires, Imp. Lit. y Enc. de “La Tribuna Nacional”, 1886, p. 394.
  4. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 1…, ob. cit., p. 394.
  5. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 2, Memoria sobre la conveniencia y objetivos de un Congreso General Americano, Buenos Aires, Imp. Lit. y Enc. de “La Tribuna Nacional”, 1886, p. 405.
  6. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 2, Acción de la Europa en América. Notas de un Español Americano. Apropósito de la intervención Anglo-Francesa en el Plata, Buenos Aires, Imp. Lit. y Enc. de “La Tribuna Nacional”, 1886, p. 81.
  7. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 3, La república Argentina, 37 años después de su revolución de mayo. 1847, Buenos Aires, Imp. Lit. y Enc. de “La Tribuna Nacional”, 1886, p. 221.
  8. M. Mannequin cit. por Baque, ob. cit., p. 73.
  9. Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob cit., pp. 62-63.
  10. Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 43.
  11. Alberdi, Juan Bautista, Obras selectas, tomo 18, Pensamiento político, ob. cit., p. 72.
  12. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 2, Memorias sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General americano, 1844, p. 406.
  13. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 7, Peregrinación de Luz del Día o Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo, p. 361.
  14. Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 306.
  15. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 3, Acción de la Europa en América. Notas de un español americano a propósito de la intervención anglo-francesa en el Plata (publicadas en El Mercurio de Valparaíso, 10 y 11 de agosto de 1845), p. 88.
  16. Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 307.
  17. Alberdi toma esta idea de Benjamin Constant, el célebre escritor y político de origen suizo-francés autor de obras tales como De la force du gouvernement actuel et De la Necessite de s’y rallier (1796), Des reactions politiques (1797), Des effets de la terreur (1797), Fragments d’un ouvrage abandonné sur la possibilité d’une constitution républicaine dans un grand pays (1803-1810), Principes de Politique Applicables a Tous les Gouvernements (1806-1810) y De l’esprit de conquête et d’usurpation dans leurs rapports avec la civilisation actuelle (1815), entre otras.
  18. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 3, Acción de la Europa en América, Buenos Aires, “La Tribuna Nacional”, 1886-1887, p. 88.
  19. Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 77.
  20. Alberdi, Juan Bautista, Sistema…, ob. cit., p. 188.
  21. Alberdi, Juan Bautista, Obras selectas. ob. cit., Tomo II, Páginas Literarias, Peregrinación de Luz de Día o Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo, pp. 32 y 33.
  22. Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, Tomo IV, Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853. Capítulo V. Disposiciones de la Constitución Argentina que se refieren a la población, ob. cit., pp. 291-293.
  23. Botana, Natalio, La tradición, ob. cit., p. 345.
  24. Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 46.
  25. Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., pp. 311-312.
  26. Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 313.
  27. Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., pp. 417-418.
  28. Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 75.
  29. Alberdi tomó de la Constitución del Estado de California la idea de darles a los inmigrantes los mismos derechos civiles que a los nativos, otorgándoles la opción de naturalizarse sin imponérselo. Para ampliar este tema, ver Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 45.
  30. Otro tema que fue epicentro en los enfrentamientos públicos entre Alberdi y Sarmiento giró en torno a la figura del Gral. Urquiza. El primero lo consideraba el responsable de poner fin a la tiranía de Rosas, mientras que Sarmiento cuestionaba la figura de Urquiza y enarbolaba otras cuestiones y otros actores como los responsables de vencer al rosismo. Para profundizar en este tema, se puede recurrir a las obras completas de ambos, ya que allí hay un sinfín de artículos y textos que ponen de manifiesto este enfrentamiento.


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