La incursión del Shintō en el mercado global
Ana Jasid López Arroyo
Introducción
El Shintō ha estado presente en Japón en diferentes periodos de tiempo; sin embargo, en cada uno de ellos surgieron diversos paradigmas respecto a su definición y función dentro de la sociedad. Por ejemplo, desde el siglo VI hasta mediados del siglo XIX, estuvo tan estrechamente aliado con el budismo que casi desaparece. No obstante, a finales del año 1800 se convirtió en una práctica religiosa separada y surgió el Shintō de Estado (国家神道 Kokka Shintō) bajo las órdenes del emperador Meiji, cuyo objetivo era promover el patriotismo y el reconocimiento de la familia real como descendientes y representantes de los dioses.
Hoy en día se puede apreciar el Shintō como un símbolo característico de la identidad japonesa. Su conjunto de creencias religiosas de carácter animista se encuentra en diversas mercancías de consumo que actualmente se difunden masivamente en la industria del entretenimiento del mercado global. Entre estos productos se encuentran las series y películas de animación japonesa, que además de haber adquirido gran popularidad en otros países, permiten difundir la identidad japonesa al exterior, lo que convierte posiblemente el impulso animista de la práctica religiosa del Shintō en la industria cultural en Japón en uno de los elementos clave del éxito del soft power[1] emprendido por el gobierno para lograr un mayor posicionamiento en el mercado de consumo internacional en la actualidad.
En este sentido, el objeto de estudio de este capítulo corresponde al análisis del Shintō (a través de la animación japonesa) como un producto cultural que, además de generar beneficios económicos al país, exalta el papel de la cultura como un elemento atractivo que permite ejercer el poder de un país sin ser coercitivo (soft power). Para ello, el capítulo se ha dividido en tres partes.
La primera parte aborda la dualidad existente entre la religiosidad y la cultura, que se presenta como una unidad en la imaginación, prácticas y celebraciones religiosas a lo largo de la historia de las sociedades; y por supuesto, la japonesa no es la excepción.
Es por ello que en la segunda parte del capítulo, se analiza la estructura y contenidos involucrados en el Shintō dentro de la industria del entretenimiento que permiten dar cuenta del lugar que ocupa la religiosidad en la industria cultural de consumo, así como los rasgos dominantes de la animación en Japón. Asimismo, esta segunda parte se divide en un subapartado en donde se analizan con mayor detalle las representaciones del Shintō en la identidad nacional japonesa, que hará encontrar respuesta a la interrogante: ¿qué es ser japonés?
Finalmente, el tercer apartado examina el Shintō en el mercado global de la industria cultural japonesa a través de las ganancias que generó la industria de la animación en 2020, y da cuenta del impacto de la cultura japonesa (y, por ende, su identidad) a nivel mundial.
Vinculación entre religión y cultura en la sociedad japonesa
Para comprender el Shintō como uno de los elementos clave en el comercio cultural de la animación japonesa, es preciso, en primer lugar, reconocer la vinculación existente entre la religión y cultura que, a lo largo de la historia de las sociedades orientales, se han conjugado en un gran mosaico de costumbres, creencias y diferentes expresiones. En segundo lugar, hay que ponderar que la expansión del consumo cultural ha venido a configurar nuevos espacios para la innovación sociocultural entre las nuevas generaciones, debido a que sus productos culturales desbordan el campo religioso en forma y contenido diferente a lo conocido.
No solo se trata de la aparición de nuevos productos de consumo masivo para el mercado global, sino que algo que subyace en casi todas las series y películas animadas asiáticas es que para cualquier espectador occidental se convierte en una ventana abierta que dota de nuevos sentidos a su mundo vital, y que dispone de una manera diferente lo sagrado, lo espiritual, lo cultural y lo social que, sin duda, van más allá de lo establecido por sus sociedades. Como bien afirma Rudolf Otto[2], si existe un lugar en el que con mayor intensidad se pueden mostrar las diferencias radicales y los aspectos más incomunicables entre Oriente y Occidente es precisamente en el ámbito de la religión y la cultura.
De acuerdo con el planteamiento de las distintas teorías culturales, la religión como parte de la cultura es reveladora de las condiciones en que las personas expresan su existencia, su historia y los pensamientos que le dan origen, mismos que reproducen sus grupos, individuos y sociedad[3]. Así, es posible establecer que la religiosidad es un elemento clave en la conformación de la identidad, al brindar los medios necesarios para realizar su integración y proyección sistemática en su identidad individual y social. De tal modo que, en este proceso de integración de una identidad, emplee distintas formas de aceptación, rechazo, crítica o constatación de otras formas de pensamiento que buscan, en mayor o menor medida, dar un sentido a la vida o, por otro lado, explicar el mundo que le rodea.
Por lo tanto, cualquier análisis de la vinculación entre estos dos ámbitos en la sociedad japonesa tiene como base común que lo religioso es tanto impulso como también consecuencia de sus transformaciones culturales y sociales. El horizonte de prácticas y de ideas vinculadas a la religiosidad en Japón es amplio, ya que este sistema de creencias es “la viva fuente de la que se alimenta”[4] su identidad nacional. Es decir, la religiosidad en la sociedad japonesa juega un rol importante en la creación y sustento de sus esquemas de percepción cultural, y es uno de los principales elementos que determinan la forma en que sus integrantes llevan a cabo sus interacciones sociales.
No obstante, el argumento expresado por Durkheim sobre el fuerte vínculo existente entre religión y cultura ha sido negado en gran parte por las escuelas de pensamiento sociológico, que instalaron en sus discursos la existencia de una paradoja entre las visiones científico-naturalistas para desvincular las expresiones religiosas en la vida cotidiana.
La mirada desde esta vertiente de la secularización asigna a las prácticas religiosas una función moral, que parte de lo que una colectividad o persona va a determinar moralmente entre lo que es bueno y lo que es malo[5]. En todas las intervenciones, cuando las personas comenzaron a practicar su religiosidad, no estaban solo buscando una explicación literal de los fenómenos naturales, sino que también era un intento de buscar la respuesta a las grandes interrogantes planteadas en la construcción de la identidad: “¿quién soy y qué soy?”, “¿de dónde vengo?”, “¿por qué y para qué existo?”.
Continuando con este doble sentido se encuentran los postulados sociológicos de la diferenciación, que atribuyen a la religión una función que desborda lo meramente moral; y que, a diferencia de la vertiente de la secularización, legitima su función en la cultura como un tipo de comunicación que no es tratado por ningún otro sistema social, ya sea político, económico o científico[6]. Por lo tanto, a la religión y a la cultura, por tener ámbitos diferentes, les corresponderá una forma de racionalidad propia y exclusiva que, para el caso de la religión, se traduce como una cualidad subjetiva humana, innata y universal, que comprende sentimientos y actitudes de sobrecogimiento, inquietud y anhelo ante el misterio de la vida[7].
Lejos de confrontar esta paradoja dada a la religión y a la cultura por parte de la teoría social, el punto que se busca resaltar es que la religión es un elemento sustancial en la configuración de la cultura. Y aun cuando no sea posible hallar por parte de algunas escuelas sociológicas una racionalidad unificadora entre estos ámbitos, la mayoría de los discursos teóricos contemporáneos convergen en que la religiosidad y sus creencias terminan casi siempre siendo reveladas en las prácticas culturales que configuran la identidad de una sociedad.
Es precisamente la visión crítica de Durkheim la que permite superar esta paradoja entre religión y cultura establecida por las escuelas sociológicas modernas; ya que a decir de Luhmann, la explicación y clarificación de esta paradoja se resuelve en tanto se comprenda que una distinción siempre señala una parte de la forma[8]. Así, con los argumentos establecidos en su obra Las formas elementales de la vida religiosa, Durkheim da cuenta de la estrecha relación con la cultura, donde la religión es “todo aquello que se identifica con las cosas dejadas a un lado y prohibidas —creencias y prácticas— que dan unidad a una comunidad moral concreta”[9]. Y que, como afirma Luhmann, “sea lo que sea la religión, siempre está destinada a construir formas en el medio del sentido” humano[10].
Al respecto, el horizonte de prácticas y la producción de sentido en que se articulen ambas dimensiones es lo que al final caracterizará la dinámica social en que se desenvuelve cualquier sociedad. De esta manera, la vinculación que se busca resaltar entre la cultura y la religión es que cualquier componente presente en estos ámbitos deja huella en la representación de las diferentes prácticas culturales. Resulta evidente, a la luz de todo lo anteriormente expuesto, el potencial que tiene la religiosidad en la comprensión del marco cultural y social en el que una sociedad tiene su lugar y su razón de ser.
Pese a que algunos teóricos sociales consideran que, con el auge de la globalización y mercantilización de la cultura masiva, las expresiones de religiosidad tenderán a desaparecer en las sociedades futuras, lo que puede percibirse con la creciente industria cultural japonesa es que esta ha contribuido en ampliar masivamente las reservas de religiosidad, culturales y simbólicas en el presente siglo.
En la medida que avanza la difusión de los elementos culturales de la sociedad japonesa, se impone a los espectadores occidentales un nuevo horizonte de prácticas y de ideas vinculadas a la religiosidad japonesa, que van desde diferentes expresiones del budismo, Shintō y de otras espiritualidades, como taoísmo o confusionismo, vertidas en los contenidos de las películas y series que han impactado en gran parte el consumo global. De hecho, las significaciones de lo sagrado, lo profano, la fe, los símbolos, los mitos, los ritos, los tabúes, la magia y otras expresiones de la cultura japonesa vertidas en los productos culturales japoneses están dando paso a una reterritorialización cultural, identitaria y simbólica de sus consumidores.
Con una aparición creciente de películas y series animadas japonesas, la industria del entretenimiento se ha convertido en mayor medida en la principal fuente de acceso a otros referentes culturales. Y cuanto más amplio y variado sea el marco interpretativo cultural proyectado en la industria cultural de consumo masivo, y mayor sea la fluidez relativa al derecho otorgado a cada persona sobre la realización de su propia subjetividad, serán cada vez más elaboradas las direcciones de cambio en lo que concierne a la construcción de nuevas identidades.
Con producciones masivas de la industria cultural de entretenimiento en Japón, se impulsan no solo procesos de mercantilización económica, sino también de promoción y afirmación de su identidad cultural. En ese contexto, los elementos Shintō presentes en gran número de las películas animadas japonesas de Studio Ghibli, como El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o La princesa Mononoke, por mencionar algunas de ellas, promueven el universo simbólico y la religiosidad Shintō con atractivas imágenes y diálogos de su presencia en la vida cotidiana de la sociedad japonesa. Y quizás la mejor clave para entender el éxito obtenido por el gobierno japonés en la promoción y mercantilización de su cultura en productos de consumo masivo sea la gran apropiación cultural que las nuevas generaciones están haciendo de estas películas.
El Shintō, al igual que cualquier otra expresión religiosa y cultural contenida en la organización social de Japón, es una creación concebible gracias a la espiritualidad en múltiples hechos históricos, creencias, tradiciones, leyendas y mitos que anteriormente fueron transmitidos de manera oral y posteriormente compilados y plasmados en los textos más antiguos del país: el Kojiki (Registro de cuestiones antiguas) y el Nihon Shoki (Crónicas del Japón), completados en el año 712 y 720 respectivamente[11].
Como cualquier religión, el Shintō posee un código de valores prácticos que han moldeado el comportamiento y la forma de pensar de la sociedad japonesa, cuya religiosidad se manifiesta en sus prácticas culturales, como puede advertirse en la edificación de sus santuarios (como el de Ise, Izumo e Inari), templos, jardines y, sobre todo, en el disfrute de los diversos festivales a los que acuden miles de personas en las fechas establecidas para cada celebración.
Aunque el Shintō en su práctica religiosa no posee una deidad única ni predominante, o reglas establecidas para la oración, cuenta con una diversidad de mitos o leyendas que explican el origen del mundo y de la humanidad. Además, tanto el Kojiki como el Nihon Shoki fueron creados a raíz de la preocupación del emperador Tenmu (cuyo reinado abarcó desde 672 hasta 686) de que las antiguas historias de los orígenes celestiales de la línea imperial y del pueblo japonés fueran olvidadas, por lo que ambos textos son muy venerados dado que contienen la base de todas las creencias y costumbres Shintō[12].
Es así como todas las cuestiones que se refieren al pensamiento religioso Shintō vertidas en las películas y series de animación japonesa no son otra cosa que la síntesis de los valores y de los indicadores de comportamientos transmitidos por las industrias culturales de la sociedad a la que pertenece o de la que quiere representar su identidad. Por lo que cada animación que salga al mercado de consumo, es común que refleje dentro de su trama y ficción al Shintō, como una unidad cultural que converge en casi cualquier representación de las diversas prácticas y celebraciones religiosas de la sociedad japonesa.
El Shintō en la identidad nacional de Japón
La forma en que se presenta y organiza la religión al interior de los grupos humanos depende en gran parte de la acción moral y las prácticas culturales establecidas para que el intercambio social se haga presente. Es así como la religión va a determinar la forma de pensar y las identidades de las personas modificando el contexto cultural y social en que se propicia.
En otras palabras, las identidades se construyen a partir de la articulación de diferentes materiales simbólicos que brinda el contexto cultural en que se vive, con el propósito de dar sentido a la vida cotidiana, ya que estas son las organizadoras del sentido y, además, se constituyen en “la fuente de la experiencia de la gente”[13]. Desde esa perspectiva, la diversidad en las prácticas religiosas de la sociedad japonesa no se puede homogeneizar en un único sistema de creencias como en el caso de las sociedades occidentales.
Como da cuenta la historia de Japón, la armonía expresada en las prácticas religiosas de su cultura se encuentra presente en varias dimensiones, como las artes, la literatura, la arquitectura, la gastronomía y en sus celebraciones. En la tradición religiosa del Shintō, “el hombre, los dioses y la naturaleza forman un triángulo de interrelaciones armoniosas”[14]; al respecto, Earhart Byron considera que en la religión japonesa, los tres están en una situación de igualdad, esto debido a que
[…] no enfatiza ni un dios soberano ni hace una distinción clara entre los diversos dioses y el hombre. El hombre y los dioses comparten de igual modo la belleza de la naturaleza. La tendencia teológica de los judío-cristianos es pensar en una jerarquía con Dios primero, el hombre segundo y la naturaleza un pobre tercero. En la religión japonesa, los tres están en una situación más igualada[15].
Dicho de otra forma, subyacente a la identidad nacional japonesa, se observa una visión e interpretación del mundo a partir de las prácticas religiosas. Actualmente en los estudios académicos de la cultura japonesa, existe una tendencia generalizada de que esta visión del Shintō sobre la existencia humana es la que influye en las actitudes que tiene un japonés sobre lo que es él mismo (Yamato damashii o espíritu del ser japonés), y su armonía con el mundo.
Cabe resaltar que en Japón la religión significó un proceso de apropiación de elementos de otras religiones, en el que las creencias filosófico-religiosas de países como China, Corea, India y Portugal contribuyeron con el desarrollo religioso de Japón. Este sincretismo religioso se convirtió en una de las características más representativas de la religión japonesa, pues a pesar de las diferencias ideológicas que las rodean, ha podido crear una cultura aglutinante que ha resultado ser inclusiva y tolerante con las diversas religiones en el país.
Figura 1. Cronología de las religiones en Japón (300 a. C.-1947 d. C.)
Fuente: elaboración propia con base en Ministry of Foreign Affairs of Japan, Japan Fact Sheet, Web Japan, 2019.
Aun cuando la gama de prácticas religiosas es diversa en Japón, existe una notable diferencia entre el número de creyentes del Shintō y el de otras religiones. De acuerdo con la Agencia de Asuntos Culturales, en 2019 se registraron 88,95 millones de creyentes del Shintō, 84,83 millones de budistas, 1,91 millones de cristianos y 7,40 millones de adeptos a otras religiones[16].
Figura 2. Número de creyentes en Japón (2019)
Fuente: elaboración propia con base en datos obtenidos de la encuesta realizada por la Agencia de Asuntos Culturales de Japón (2015-2019). Statistics Japan. “Religious Organizations, Clergymen and Adherents (2015 to 2019)”, en Chapter 26 Culture, Religion, Statistic Bureau, Ministry of Internal Affairs and Communications.
Hasta ahora el análisis se ha centrado en dar cuenta de la diversidad existente en el pensamiento religioso en Japón; sin embargo, es preciso analizar con mayor detalle las representaciones del Shintō en la identidad nacional japonesa, que hará encontrar respuesta a la interrogante: ¿qué es ser japonés?
“Lo japonés” desde el Shintō
El origen del Shintō, como se indicó anteriormente, se encuentra principalmente en el seno de una primitiva cultura agrícola con los primeros intentos de los pobladores de cultivar la tierra. Durante el período Yayoi (300 a. C.-300 d. C.)[17], la dependencia hacia el medioambiente, los cambios de clima, la fertilidad del suelo, el aislamiento geográfico y el espíritu de sobrevivencia propiciaron el surgimiento de un sustento espiritual que aseguró la vida del pueblo japonés.
Aunque el éxito de las cosechas se debía en mayor parte al trabajo grupal y a la formación de sociedades agrícolas que buscaban el bienestar colectivo, se tenía la creencia de que la misma naturaleza o algún ente superior que habitaba en ella era la que bendecía a los agricultores con una tierra fértil y apta para el cultivo. Por tanto, fue así, y por todos los regalos que proveía, como surgió el respeto y veneración hacia los seres de la naturaleza. De ahí que el naturalismo y el animismo sean algunas de sus características principales[18].
Cabe aclarar que el Shintō no obtuvo un nombre formal hasta que se introdujo el budismo en el territorio, pues era necesario hacer una distinción entre ambas religiones. El elemento característico que resalta dentro de esta práctica religiosa son sus deidades, a las que se conoce como Kami, las cuales se encuentran en la mayoría de los elementos que conforman la naturaleza (cielo, océanos, árboles, montañas, el sol, entre otros) y en continua convivencia con los seres humanos.
Kami es probablemente uno de los términos más difíciles de definir, ya que no existe traducción literal en inglés ni en español que se asemeje al sentido que tiene para los japoneses. Ninguna de las ideas que representa la palabra espíritu, divinidad, demonio o ser humano refleja con exactitud lo que un Kami significa; sin embargo, la mayoría de los mitos, leyendas y creencias se relacionan con su presencia.
Entre los mitos Shintō más populares, se encuentra el del origen del universo y la creación del archipiélago japonés, que comenzó con el surgimiento de los tres Kami fundadores e impulsores del mundo y las cosas: el Señor Eterno Ordenador (Kunitokotachi), el Kami productor de lo Alto, y la Kami productora de lo divino. De ellos nacieron miles de espíritus que fueron habitando el universo, entre los cuales destacan los dos principales Kami que comenzaron la vida en la tierra: Izanami (“la hembra que invita”) e Izanagi (“el macho que invita”)[19].
Es a partir de Izanami e Izanagi que nacieron otros de los Kami más representativos del Shintō, como se puede advertir en la Figura 3, como el dios de la Luna (Tsukiyomi), el dios de las tormentas y la destrucción Susanō, y la diosa del Sol y la vida Amaterasu (Ō-Mikami). Estos últimos fueron los que determinaron los sucesos posteriores en la historia de Japón. De hecho, en el sistema complejo de creencias japonesas se cree que uno de los descendientes de Amaterasu fue Jinmu Tennō, quien fuera el primer emperador de Japón[20].
Figura 3. Mito de la creación de Japón (principales Kami)
Fuente: elaboración propia con base en Paula Hartz. World Religions: Shintō, Chelsea House Publishers, New York, 2009, pp. 18-24.
De hecho, de esta mitología nace la idea de un carácter divino otorgado a la familia real por su supuesta relación con la diosa Amaterasu, lo que dio origen a escuelas de estudios nacionales o nativos en el periodo Edo denominados Kokugaku[21], que ayudaron a forjar la identidad japonesa a partir de su interpretación de la superioridad de Japón frente a otros países, debido a que es el lugar de nacimiento de la diosa del sol y donde gobiernan sus sucesores, es decir, una supuesta “tierra de los dioses”.
Más adelante, en la era Meiji (1868-1912), se promulgó la Constitución de 1889, que declaraba la figura del emperador como “sagrada” e “inviolable” y determinaba que el Imperio de Japón reinaría y gobernaría por línea ininterrumpida de emperadores por periodo eterno, y que los ciudadanos, de acuerdo con el artículo 28, “gozarán de libertad de creencias religiosas, dentro de los límites que no perjudiquen el orden y no sean contrarios a sus obligaciones”[22].
En esta misma era surge el Shintō de Estado, cuyo objetivo era promover el patriotismo y el reconocimiento de la familia real como descendientes y representantes de los dioses. Cabe resaltar que este tipo de Shintō no era considerado como una religión en estricto sentido, sino más bien un sistema de creencias ligado al gobierno, pues el emperador alentaba la adoración Shintō y utilizaba el apoyo del gobierno para la subsistencia de los santuarios y sus sacerdotes. Destaca también en este periodo la enseñanza del Shūshin (formación del comportamiento) desde 1872 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, formación que instruía las virtudes clásicas que deben adornar la conducta de todo buen ciudadano en sus relaciones de familia, de la sociedad y del Estado.
Ahora bien, pese al proceso de modernización de Japón a causa de la apertura comercial hacia Occidente durante la era Meiji, la identidad japonesa siguió conservando su admiración y respeto a las tradiciones de sus antepasados, así como también prevaleció el carácter divino del territorio japonés a través del respeto a la familia imperial y a los espíritus o divinidades que habitan en la naturaleza. Pero ¿cómo entender este escenario de pluralidad religiosa japonesa frente a la consolidación de la globalización y ante el triunfo del poder económico del libre mercado? Japón, en pleno siglo XXI, no es el país de las divinidades, pero sí ofrece una riqueza de matices arraigada en su vínculo con la naturaleza que, probablemente, es única en el mundo.
Es este componente animista el que da cuenta de la identidad japonesa, y permite dar respuesta a qué es ser japonés, esencia de armonía, respeto y tranquilidad con la naturaleza que ha logrado difundirse a través de los medios de comunicación, y en las múltiples películas de animación que exporta el país al mundo. Mercancías que no solo han resultado atractivas para el consumo de las nuevas generaciones, sino que también se han convertido en una forma de identificar lo que significa ser japonés en la actualidad.
La naturaleza es para el japonés su auténtica madre, con toda su hermosura, vitalidad y potencia; y esta espiritualidad, como se aborda en la última parte del capítulo, es la que da cuenta del éxito que tienen los elementos culturales japoneses para acoplarse en una variedad de productos de consumo en las sociedades occidentales. Independientemente de que puedan ser compatibles o no entre sí, el arquetipo de valores religiosos y culturales que representa Japón genera una multiplicidad de posibilidades de producir efectos de simpatía o interés que son aprovechados por el mercado económico[23].
Así, el Shintō, como elemento comercial de consumo de la animación japonesa que se difunde desde la década de los años 90, es parte de la esfera que puede explicar de manera más clara la importancia que tiene para las relaciones internacionales la incorporación de conceptos como el soft power para una nueva forma de diplomacia basada en un intercambio cultural, lo cual es un proceso mucho más amplio que la mera promoción de mercancías que colocar en el mercado global por parte de los países.
En relación con este punto de vista, Gramsci señala la religión y la cultura como los instrumentos privilegiados de la hegemonía para lograr el reconocimiento de su concepción del mundo y de su supremacía ante y sobre los demás[24]. En este caso, de favorecer su introducción en otros sistemas culturales que, si bien parten de una identidad particular japonesa, se acoplan de manera estructural a otras identidades, pues “sea lo que sea la religión, siempre está destinada a construir formas en el medio del sentido”[25]. Es por lo anterior que en el gran mercado de consumo actual el patrimonio cultural japonés es, por parte de la industria cultural del Estado, una pieza clave para administrar y organizar los sentidos de carácter económico, político y geográfico a su favor, en el actual mercado global.
El Shintō en el mercado global de la industria cultural japonesa
La novedad en la sociedad global es que el mundo se encuentra representado por el sistema de la gran corporación privada organizada en redes de distintos tamaños y en naturalezas diversas que atraviesan las barreras culturales, religiosas, territoriales y políticas. Así, más allá de iniciar un ávido debate, se puede decir que cuando las empresas toman decisiones orientadas únicamente por las capacidades de producción disponibles, y no sometidas a control político, los efectos a mediano y largo plazo en uno u otro modo al final terminan alterando la forma de vida del ser humano.
La única solución disponible para enfrentar el reto de la despolitización de la economía nacional que enfrentaron países como Japón fue desde el siglo pasado llevar a cabo la socialización directa de su cultura para el consumo internacional, lo que representó para los consumidores otra forma de vida alternativa a la occidental, como sucedió con el Shintō vertido en la animación japonesa que refleja armonía, tranquilidad y comunión con la naturaleza.
En este punto prevalece la ironía de la sociedad occidental respecto al mercado global, y es que a pesar de que esta fuera el artífice del sistema económico capitalista, en las últimas cinco décadas, los países asiáticos han demostrado ser los primeros en aprender que el poder en el mundo actual se despliega a través de las grandes empresas, que se convierten en los nodos dentro de una red global de flujos financieros, cuyo eje de relevancia no está en la productividad sino en el beneficio económico y político a obtener en el mercado internacional.|
De ahí que sea un error interpretar el soft power impulsado en la actualidad por los países asiáticos como una expresión de la decadencia y desilusión con el capitalismo, sino que se trata más bien de la representación de la hegemonía en el núcleo mismo de la globalización. Precisamente por esto, la industria cultural japonesa ha conquistado una posición de liderazgo en el creciente mercado de consumo nacional e internacional para reclamar un papel hegemónico en la industria cultural mundial.
A partir de los datos brindados por la Asociación Japonesa de Animación (AJA) se puede observar el aumento de las ganancias que ha tenido el mercado de la animación japonesa a nivel mundial, el cual duplicó su ganancia de 1,096.8 billones de yenes en 2002, a 2,426.1 billones de yenes en 2020[26], como se puede observar en la Figura 4.
Figura 4. Ganancias del mercado de animación japonesa (2002-2020)
Fuente: the Association of Japanese Animators, Anime Industry Report 2021 Summary, Tokyo, Japón, 2021, p. 2.
Otro dato significativo es que aun con la pandemia, la industria de la animación japonesa no se vio afectada por los cierres de las salas de cine y límites de admisión restringidos, pues debido al éxito sin precedentes de la película Demon Slayer: Mugen Train, la industria de películas de anime pudo obtener una ganancia mayor al 10.8% con respecto al año anterior.
Asimismo, el reporte muestra la cantidad de contratos activos para la trasmisión de anime en los principales países que lo consumen. En la Figura 5 se puede observar que Estados Unidos, Canadá y Corea del Sur, se encuentran entre los tres países que más consumen este producto, mientras que México se encuentra en 29° lugar con 206 contratos activos. Con estos datos se da cuenta del fuerte impacto que tiene la animación japonesa en el consumo a nivel internacional[27].
Figura 5. Gráfico de contratos activos para la trasmisión de anime en los principales países que lo consumen
Fuente: the Association of Japanese Animators, Anime Industry Report 2021 Summary, Tokyo, Japón, 2021, p. 6.
No es ninguna sorpresa que, con los enormes ingresos generados, la industria cultural japonesa actualmente influya significativamente en la construcción del imaginario social y en la toma de decisiones gubernamentales. Susan Napier ha escrito al respecto que las películas de anime “ofrecen mundos que existen como advertencias o alternativas a la conformidad de la sociedad contemporánea”, que lejos de formar sistemas culturales coherentes, delimitados y permanentes, son configuraciones híbridas de un continuo e inacabado proceso de búsqueda.
Así, con la apertura del mercado económico, la centralización global del poder y los medios masivos de comunicación, aparecen también nuevos mitos, cultos y creencias relacionadas con las divinidades del Shintō que se incorporan en los procesos de significación de las nuevas generaciones. Esto debido a que, en la interrelación con los productos culturales existentes del mercado de consumo, cualquier persona a su placer o gusto puede elegir el culto y la divinidad que le parezca más atractiva, ejerciendo su derecho de consumidor global.
De ahí que sea un error en relaciones internacionales pensar que la animación japonesa solo concierne a la economía o la sociología, ya que, según Weber, el grado en que una mercancía cualquiera debiera ser expuesta debe depender de todo un conjunto de criterios, en los que va a destacar por encima de los demás la cultura.
Es precisamente en el arte y en el fuerte vínculo religioso del Shintō contenido en la industria cultural de Japón donde puede advertirse este estrecho marco de cooperación entre la diplomacia, la política y la economía. Películas como El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke y Mi vecino Totoro reproducen artísticamente las estructuras culturales, religiosas y simbólicas que naturalizan el Shintō en la identidad japonesa; y al mismo tiempo promueven el aumento en los procesos de consumo internacional de su animación con importantes ingresos económicos.
Por lo tanto, se puede considerar que la industria cultural japonesa es en muchos aspectos no solo nueva, sino innovadora por el gran impacto alcanzado en el orden económico actual, debido a que
Si un estado puede hacer que su poder parezca legítimo a los ojos de los demás, encontrará menos resistencia a sus objetivos. Si su cultura e ideología son atractivos, otros estarán más dispuestos a seguirlo. Si puede establecer normas internacionales consistentes con su sociedad, será menos propenso a tener que cambiar[28].
Conclusiones
El presente capítulo mostró que el Shintō, además de ser la práctica religiosa con mayor número de creyentes en Japón, es una parte fundamental en la formación de la identidad del pueblo japonés. Este elemento cultural, que en los últimos años se ha dado a conocer ampliamente por el mercado global a través de las series y películas animadas, puede considerarse como uno de los mejores ejemplos de la eficacia de la estrategia de soft power implementada por la diplomacia cultural de Japón desde mediados del siglo pasado.
Una gran parte de la identidad y cultura japonesa ha sido expuesta gracias a la industria cultural de la animación, la cual, debido a su diverso despliegue de elementos fantásticos y religiosidades, ha adquirido gran popularidad en varios países al promover una imagen de originalidad y modernidad de la sociedad japonesa frente a otros países.
Un claro ejemplo de la introducción de los referentes culturales y religiosos vinculados con el Shintō son las películas de Studio Ghibli, las cuales han llamado la atención del público a nivel internacional por la presencia de mensajes, personajes y elementos culturales que pocas veces se habían podido observar en otras producciones. De hecho, a pesar de que los espectadores no estén familiarizados con las ideas fundacionales del Shintō, el impulso animista y su vinculación con la naturaleza son los elementos claves que brindan su atractivo e innovación en la oferta de este estudio de animación en el mercado actual.
Es así como el Shintō, a través de la animación, se ha introducido en los engranajes de la industria cultural japonesa como un elemento atractivo para otros países. Misma que gracias al despliegue del soft power japonés ha traído ganancias significantes para la economía del país, pues tan solo en 2020, el mercado de la industria del anime recaudó 2,426.1 billones de yenes.
Asimismo, cabe resaltar que esta proyección alcanzada por la cultura japonesa en el extranjero no hubiera sido posible sin la revolución tecnológica de la comunicación y el consumo masivo proporcionado por la globalización. Es así como la industria cultural de la animación japonesa tuvo un marco propicio para su despliegue y predominio a nivel internacional, y así generó cada vez en mayor medida múltiples fanáticos y consumidores en países como Estados Unidos, Canadá, Corea del Sur, Taiwán, China, México y muchos otros más.
Preguntas guía
1. ¿Por qué el Shintō es una parte significativa dentro de la identidad japonesa?
2. ¿Cómo surgió el Shintō?
3. ¿Qué es el soft power y cómo surgió?
4. ¿Qué relación tiene el Shintō con la animación japonesa?
5. ¿Cuáles son los elementos Shintō que se pueden encontrar en las películas y series animadas japonesas?
Fuentes
Álvarez Gandolfi, Federico. La industria está llena de otakus: cultura de masas japonesas y economía política de la comunicación, Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina, 2021, pp. 345-361.
Byron, Earhart. Japanese Religion: Unity and Diversity, Dickenson Publishing Company, Inc., 2nd edition, California, 1974, 148 pp.
Durkheim, Émile. Las formas elementales de la vida religiosa, Alianza Editorial, Madrid, 1993, pp. 664-672.
Hartz, Paula. World Religions: Shintō, Chelsea House Publishers, New York, 2009, 144 pp.
Ian, Reader. Religion in Contemporary Japan, Macmillan Press LDT, London, 1991, 277 pp.
Joseph S. Nye. Prefacio y Capítulo 5 “El poder blando y la política exterior americana” en Soft Power, Public Affairs, New Hampshire, 2004, pp. IX-XIII y 127-147”, en Relaciones Internacionales, núm. 14, junio de 2010, pp. 117-140.
Luhmann, Niklas. Introducción a la teoría de sistemas, Editorial Universidad Iberoamericana, México, 2007, 131 pp.
Luhmann, Niklas. La religión en la sociedad, Editorial Trotta, Madrid, 2007, pp. 49-84.
Luhmann, Niklas. Sociología de la religión, Herder, México, 2009, 296 pp.
Ministry of Foreign Affairs of Japan. Japan Fact Sheet, Web Japan, 2019. Consultado en https://web-japan.org/factsheet/en/pdf/e20_religion.pdf.
Ministry of Foreign Affairs of Japan. “Soft Power”, en Foreign Policy, s/vol., núm. 80, Estados Unidos, 1990, 167 pp.
Otto, Rudolf. Mística de Oriente y Occidente. Sankara y Eckhart. Editorial Trotta, España, 2014, 360 pp.
Pedriza, Luis. “La Libertad de creencias en la Constitución japonesa”, en Revista de Derecho Político, núm. 89, 2013, pp. 271-297.
Ratzinger, Joseph y Habermas, Jürgen. Entre razón y religión: dialéctica de la secularización, Fondo de Cultura Económica, México, 2008, 55 pp.
Statistics Japan. “Religious Organizations, Clergymen and Adherents (2015 to 2019)”, en Chapter 26, Culture, Religion, Statistic Bureau, Ministry of Internal Affairs and Communications. Consultado en https://www.stat.go.jp/english/data/nenkan/71nenkan/1431-26.html.
Stanford Encyclopedia of Philosophy. “The Kokugaku (Native Japan Studies) School”, en Stanford Encyclopedia of Philosophy, 2018. Consultado en https://plato.stanford.edu/entries/kokugaku-school/#MattDefi.
The Association of Japanese Animators. “Anime Industry Report 2021 Summary”, en AJA, Tokyo, Japón, 2021, pp. 1-8. Consultado en https://aja.gr.jp/english/japan-anime-data?https://aja.gr.jp/english/japan-anime-data.
Velas, Oliva. Apolinar y Isunza Bizuet, Alma E. “La hegemonía en el poder y desarrollo territorial”, en Revista Pueblos y Fronteras Digital, vol. 3, núm. 6, 2008, pp. 1-36.
Weber, Max. Ensayos sobre sociología de la religión, Tomo 1, Taurus, Madrid, 1998, 592 pp.
- De acuerdo con el politólogo Joseph Nye, el soft power es la habilidad de manejar las preferencias de otros y obtener lo que se desea a través de la atracción y persuasión en lugar de la coerción o el pago. Además, el soft power de un país se basa principalmente en tres recursos: el atractivo cultural para los demás, los valores políticos y las políticas exteriores vistas como legítimas y con autoridad moral. En Joseph S. Nye Jr. Soft Power: The Means to Success in World Politics, Public Affairs Books, Nueva York, 2004, pp. 1-191.↵
- Rudolf Otto. Mística de Oriente y Occidente. Sankara y Eckhart, Editorial Trotta, España, 2014.↵
- Weber enunció varios de los conceptos que regirán el estudio de las religiones, como lo son: los mitos, los ritos, la magia y la simbología que se genera, pero lo que más ha hecho eco de las aportaciones weberianas al estudio de las religiones es la idea de que estas son una forma constitutiva de un ethos o identidad colectiva. Véase en Max Weber. Ensayos sobre sociología de la religión, Tomo 1, Taurus, Madrid, 1998.↵
- Emilie Durkheim. Las formas elementales de la vida religiosa, Alianza Editorial, Madrid, 1993, p. 664.↵
- Joseph Ratzinger y Jürgen Habermas. Entre razón y religión: dialéctica de la secularización, Fondo de Cultura Económica, México, 2008.↵
- Niklas Luhmann. La religión en la sociedad, Editorial Trotta, Madrid, 2007, p. 74.↵
- Ibid., p. 75.↵
- Ibid., p. 84.↵
- Émile Durkheim. Las formas elementales de la vida religiosa, Alianza Editorial, Madrid, 1993, p. 663.↵
- Niklas Luhmann, op. cit., p. 49.↵
- Un elemento particular en la religiosidad del Shintō es que no contiene la visión naturalista de un solo Dios, como en las religiones occidentales, ni tampoco posee textos sagrados, sino que se expresa primeramente con el lenguaje ordinario del culto a la naturaleza o el simbolismo de lo cotidiano que está sobre todas las cosas de la vida. ↵
- Paula Hartz. World Religions: Shintō, op. cit., p. 16.↵
- Manuel Castells. La era de la información, vol. 2, Alianza Editorial, Madrid, 1996, p. 28.↵
- Byron Earhart, Japanese Religion: Unity and Diversity, Dickenson Publishing Company, Inc., 2nd edition, California, 1974, p. 6.↵
- Idem.↵
- Statistics Japan. “Religious Organizations, Clergymen and Adherents (2015 to 2019)”, en Chapter 26 Culture, Religion, Statistic Bureau, Ministry of Internal Affairs and Communications. Consultado en https://www.stat.go.jp/english/data/nenkan/71nenkan/1431-26.html.↵
- Ministry of Foreign Affairs of Japan. Japan Fact Sheet, Web Japan, 2019. Consultado en https://web-japan.org/factsheet/en/pdf/e20_religion.pdf.↵
- Ian Reader. Religion in Contemporary Japan, Macmillan Press LDT, London, 1991, p. 24.↵
- Paula Hartz. World Religions: Shintō, op. cit., p. 18.↵
- Idem.↵
- Stanford Encyclopedia of Philosophy. “The Kokugaku (Native Japan Studies) School”, en Stanford Encyclopedia of Philosophy, 2018. Consultado en https://plato.stanford.edu/entries/kokugaku-school/#MattDefi.↵
- Luis Pedriza. “La Libertad de creencias en la Constitución japonesa”, en Revista de Derecho Político, núm. 89, 2013, p. 272.↵
- Niklas Luhmann. Introducción a la teoría de sistemas, Editorial Universidad Iberoamericana, México, 2007, p. 131.↵
- Apolinar Oliva Velas y Alma E. Isunza Bizuet. “La hegemonía en el poder y desarrollo territorial”, en Revista Pueblos y Fronteras Digital, vol. 3, núm. 6, 2008, p. 6.↵
- Niklas Luhmann. La religión en la sociedad, op. cit., p. 49.↵
- The Association of Japanese Animators. “Anime Industry Report 2021. Summary”, en AJA, Tokyo, Japón, 2021, p. 2. Consultado en https://aja.gr.jp/english/japan-anime-data?https://aja.gr.jp/english/japan-anime-data.↵
- A finales del siglo XX el gobierno japonés comenzó a estimular el consumo de la animación japonesa gracias al éxito comercial que tuvo la serie de Astro Boy, y las películas de animación japonesa como Gundam, AKIRA y Ghost in the Shell, que capturaron la imaginación y significación de lo que es Japón en los niños de todo el mundo a partir de la década de 1980, en Estados Unidos, Europa, América Latina y otros países asiáticos (Federico Álvarez Gandolfi. La industria está llena de otakus: cultura de masas japonesas y economía política de la comunicación, Universidad de Argentina (UBA), Argentina, 2021, p. 353).↵
- Joseph S. Nye. “Soft Power”, en Foreign Policy, núm. 80, Estados Unidos, Carniage Endowment for International Peace, 1990, p. 167. ↵