(La escena representa el exterior del palacio real de Tebas, con tres puertas, de las cuales la central es mayor que las otras dos: la de la derecha marca el camino de la ciudad; la de la izquierda, el de las afueras. En cada lado una decoración. Las dos princesas, Antígona e Ismene, salen por la puerta de la derecha, que conduce al departamento de las mujeres. Antígona lleva en la mano una gran copa de metal para las libaciones).
Antígona
¡Ismene, hermana mía! ¿Hay uno solo de los males reservados a la raza de Edipo con el que no nos haya afligido el cielo a nosotras, míseras que aún vivimos? No, no hay dolor, ni humillación, ni oprobio que no hayamos probado (¡y sin culpa!) en la serie de nuestras desgracias. Y ahora, ¿qué edicto es ese que acaba de hacer publicar el rey en toda la ciudad? ¿No lo sabes? ¿No ha llegado a tus oídos? ¿O las nuevas desgracias que amenazan a nuestros amigos se te ocultan?
Ismene
Ninguna nueva noticia, Antígona, agradable ni funesta concerniente a nuestros amigos ha llegado hasta mí, después que nuestros dos hermanos perecieron, dándose en un día muerte el uno al otro; el ejército de los argivos ha desaparecido en esta misma noche[1]. No sé que haya más, ni por fortuna ni por desgracia.
Antígona
Pues bien, precisamente te he hecho salir de las puertas del vestíbulo para que tú sola me oigas.
Ismene
¿Qué ocurre, Antígona? Tus palabras revelan una gran agitación.
Antígona
¡Pues qué! ¿No acaba Creonte de conceder preferentemente a uno de nuestros dos hermanos el honor de la sepultura, privando de él al otro indignamente? A Etéocles, por un decreto equitativo y justo, le ha hecho sepultar, dicen, con los honores debidos a los manes; y, por lo que hace al cadáver del desgraciado Polinices, se ha pregonado una orden que prohíbe a los ciudadanos que le sepulten ni le lloren, para que, abandonado, sin honras fúnebres ni duelo, sirva de preciado pasta a las aves carniceras[2]. Ya sabes, hermana, lo que el generoso Creonte ha querido ordenarte a ti y a mí —¡sí, a mí, a mí también!— y le verás venir aquí a proclamar muy clara su voluntad a todos cuantos pudieran ignorarla; y, para que esta prescripción sea severamente cumplida, conmina al que intente desobedecer su mandato, con la pena de morir en la ciudad apedreado a manos del pueblo. Ya sabes lo que ansiaba comunicarte… Ahora tú demostrarás si eres mujer ilustre o una vil que desmiente su noble sangre.
Ismene
¡Ah, infortunada de mí! Y en tal estado las cosas, ¿qué puedo yo hacer o deshacer que sea ya provechoso?
Antígona
Ve si quieres cooperar conmigo y ayudarme en mi propósito.
Ismene
¿A qué peligro quieres lanzarte? ¿Qué es lo que intentas?
Antígona
¿Tus manos, dime, ayudarán a estas manos mías a levantar el cadáver?
Ismene
¡Qué! A pesar de la prohibición impuesta a la ciudad, ¿te atreverás a dar sepultura…?
Antígona
A mi hermano, sí; y, aunque tú no lo quieras, el tuyo. Jamás será acusada Antígona de haber cometido una traición.
Ismene
¡Desdichada! ¿Y la prohibición del tirano…?
Antígona
No hay en él ningún derecho para apartarme de los míos.
Ismene
¡Ay! Acuérdate, hermana, que nuestro padre se nos murió aborrecido y cargado de oprobio después de haberse arrancado con su propia airada mano los ojos, en castigo de los crímenes horrendos por él mismo sorprendidos; que después su madre, a la par madre y esposa, acabó afrentosamente su vida con un nudo fatal; y, por último, que nuestros dos hermanos, en un solo día —¡desdichados!—, cumplieron su común destino, dándose recíproca muerte con sus propias manos. Reflexiona, pues, con cuánta ignominia pereceríamos las dos, hoy abandonadas y solas, si, rebeldes a la ley, osáramos quebrantar ese decreto y desafiar el poder de los príncipes; es preciso tener en cuenta que hemos nacido débiles mujeres, incapaces de luchar contra los hombres; que, gobernadas por los que son más fuertes que nosotras, tenemos que rendirles obediencia, así en esta como en otras cosas más crueles aún y dolorosas. Por mi parte, después de pedir a los difuntos que me perdonen, si cedo a la violencia, me someteré a la autoridad de los magistrados constituidos en poder, pues sería insensatez pretender ejecutar lo que excede de nuestras fuerzas.
Antígona
No pienso rogarte más… y, aunque tú accedieras a hacer algo por complacerme, rehusaré tu concurso. Ve tú allá lo que te parezca bien. Por mí le he de dar sepultura, y me será glorioso morir después de haberlo realizado. Como buena hermana iré a reposar con mi hermano amado por haber sido santamente criminal. Pero, ¡ah!, por más tiempo he de hacerme grata a los muertos que a los vivos, pues con ellos he de reposar eternamente. Desprecia tú, en buena hora, si lo juzgas conveniente, las sacrosantas leyes de los dioses.
Ismene
No es que las desprecie, Antígona mía, pero me considero impotente para obrar contra la voluntad de una ciudad entera.
Antígona
Eso pretextarás tú en buena hora… Yo me marcho a erigir a mi hermano amadísimo su sepulcro.
Ismene
¡Ay, tiemblo! ¡Tiemblo por ti, desventurada!
Antígona
No te inquietes por mí. Cuídate solo de enderezar tu suerte.
Ismene
Pero al menos no descubras a nadie tus proyectos: ocúltalos con la mayor reserva… Por mi parte, encerrado quedará en mi pecho.
Antígona
¡Ira del cielo! Ya puedes apresurarte a vociferarlos. Te harás todavía más aborrecible si los callas, si no corres a divulgarlos por todo el mundo.
Ismene
Tienes el corazón ardiente en cosas que lo hielan de espanto.
Antígona
En cambio, sé que satisfago a aquellos a quienes tengo el deber de hacerme grata.
Ismene
¡Y si te fuera siquiera posible! Empero, intentas lo que es superior a tus fuerzas.
Antígona
¡Bien! Desistiré solo cuando esas fuerzas me faltaren.
Ismene
Desde el principio debemos renunciar a aquello que supera nuestro poder.
Antígona
Si continúas en ese lenguaje, obtendrás mi aborrecimiento por un lado, y por otro… algún día yacerás junto al muerto odiada con justicia. Déjame con mi funesta temeridad sufrir los males que me aguarden, pues no habría para mí nada tan afrentoso como el no morir honrosamente.
Ismene
Puesto que tú lo quieres… parte, hermana imprudente; pero, en realidad, amiga de tus amigos.
(Se van ambas, por diferente lado. Sube el coro compuesto de los ancianos o senadores de Tebas).
- La pieza comienza al amanecer del día siguiente a aquel en el que tuvo lugar el combate fratricida de Etéocles y de Polinices. Durante la noche, el ejército argivo, sitiador en Tebas, ha levantado el campo. Por esta razón en el primer coro se canta la salida del sol y la liberación de Tebas.↵
- La privación de sepultura era considerada en la Antigüedad como el más horrendo castigo, dado el concepto que se tenía de la vida de ultratumba. A los que no habían recibido los honores fúnebres los creían eternamente condenados a andar errantes por las márgenes de la Éstige. Con gran propiedad pone nuestro poeta en los labios del patriota griego: ¡Antes el cielo mis yertos miembros insepultos cubra…!, etc.↵