Antígona (estrofa 1.ª)
¡Ciudadanos de Tebas, mi patria! Miradme colocada en el sendero fatal y por última vez contemplando la claridad del sol: ¡ya nunca más lo veré! El dios del Hades, que todo lo aletarga, me conduce viva a las márgenes del Aqueronte, sin haber gozado del tálamo nupcial, antes de haber resonado para mí los cantos del himeneo; mi esposo será el Aqueronte.
Coreutas
Pero de cuánta fama y de cuán inmensa gloria acompañada vas a ingresar en ese sombrío asilo de la muerte. Sin haber sido consumida por lenta enfermedad, sin haberte visto reducida a la servidumbre como botín de guerra, tú sola entre los mortales vas a descender libre, y aun viva, en el imperio de Plutón.
Antígona (antístrofa 1.ª)
Yo sé de qué muerte deplorable pereció, en la cumbre del Sípilo, la figia hija de Tántalo[1], a la cual se adhirió como la hiedra la roca que germinó en torno de ella para envolverla. Desde entonces, según cuentan los hombres, se halla eternamente cubierta de nieve y azotada por la lluvia, cayendo de sus párpados sin cesar las lágrimas que inundan su seno[2]. Semejante a la de ella me tiene preparado mi suerte el destino.
Coreutas
Empero ella era una deidad y de dioses descendiente; nosotros somos humanos y nacidos de mortales. Así, pues, será más gloriosa tu muerte, puesto que tu destino es semejante al de los dioses.
Antígona (estrofa 2.ª)
¡Ay! Se mofan de mí… En nombre del cielo, ¿por qué me insultáis? ¿Por qué me ultrajáis antes de morir, cuando todavía no he desaparecido de la tierra? Patria mía, opulentos hijos de esta ciudad, fuentes dirceas, bosques sagrados de la belicosa Tebas, vosotros sois testigos del abandono en que me veo, y del cruel decreto por el que me llevan a ser encerrada en una prisión para que me sirva de sepultura. ¡Mísera de mí! No voy a habitar ni con los vivos ni con los muertos.
Coreutas
Elevada, por un extremo de temeridad, al alto solio de la Justicia, has caído nuevamente. Sin duda, hija mía, tú expías algún crimen de tus antepasados.
Antígona (antístrofa 2.ª)
Me has despertado el recuerdo de nuestras dolorosas desgracias, la desdicha de un padre que afectó a tres generaciones, y la triste fatalidad que pesa sobre nosotros, los ínclitos labdácidas. Fatal himeneo de mi madre, enlace incestuoso, que unió a una madre y a un hijo infortunados, y del cual nací yo, para mi desgracia. Cargada de imprecaciones y privada de la dicha del himeneo voy a reunirme con los autores de mis días. ¡Oh, hermano mío! ¡Qué funesta unión has llevado a cabo…! Sucumbiste, y a mí, viva, me has asociado a tu muerte.
Coreutas
Honrar a los difuntos es ciertamente un acto de piedad; pero la autoridad de los que mandan debe también ser acatada. La fiereza de tu carácter te ha perdido.
Antígona (epodo)
Sin amigos, sin esposo, sin ser llorada por nadie, voy a emprender mi último camino. Ya no volveré a ver jamás, ¡infortunada!, el ojo sagrado del día. Mi desgracia por nadie será llorada. Ni un solo amigo derramará por mí una lágrima…