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El coro y Creonte

Coro

¡Oh, rey! Se ha marchado transportado de cólera. De un corazón como el suyo hay que temer algo grave en la vehemencia de su dolor.

Creonte

Que se vaya en buena hora y que obre y piense de modo superior al de todos, el hombre; pero a estas dos mujeres no las librará de la muerte.

Coro

¿A las dos? ¿A las dos las vas a hacer perecer?

Creonte

A la que no ha tocado, no: tienes razón.

Coro

¿Y qué suplicio le tienes preparado a la otra?

Creonte

Conducida a un lugar desierto, donde no se encuentre huella humana, la haré encerrar viva en la profundidad subterránea de una roca, con el alimento preciso[1] que exige la expiación, y para evitar a la ciudad entera el crimen de su muerte. Una vez allí, que implore a Plutón, único de los dioses a quien ella venera, y tal vez obtenga el no morir; pero se convencerá, probablemente, que es trabajo inútil rendir culto a los manes.

   

(Se mete en palacio).


  1. Al que se condeba a morir de hambre se le dejaba (para preservarse de la expiación) con que alimentarse durante un día. Los romanos observaban las mismas precauciones para el suplicio de las vestales.


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