Coro
El adivino, príncipe, se ha marchado pronunciando terribles predicciones, y nos consta (desde nuestra juventud hasta ahora en que la edad ha blanqueado nuestros cabellos), que jamás han desmentido los hechos sus oráculos.
Creonte
También yo lo reconozco… Mi espíritu se turba… Me es ingrato ceder… Pero, si resisto, veré también ingratamente castigada mi resistencia con la desgracia.
Coro
La prudencia es necesaria, hijo de Meneceo.
Creonte
¿Y qué es lo que debo hacer? Habla, estoy dispuesto a obedecer.
Coro
Marcha, pues, y saca a esa joven de su prisión subterránea, y después eleva una tumba al que tienes privado de ella.
Creonte
¿Opinas de ese modo? ¿Crees que debo ceder?
Coro
Ciertamente, príncipe, y sin perder un solo momento: que los castigos del cielo contra los culpables vienen con rapidez y por el más corto camino.
Creonte
¡Ay! Con cuánto pesar desisto de mi intención; pero no se puede luchar contra la fatalidad (ἀνάγκη)…
Coro
Apresúrate a ejecutar eso por ti mismo: no comisiones para ello a nadie.
Creonte
Parto sin dilación. ¡Vosotros, siervos que estáis presentes y los que están ausentes, todos, coged vuestras hachas y corred a lo alto de la montaña (donde yace Polinices)! En cuanto a mí, puesto que he cambiado de resolución, puesto que yo la aprisioné, yo mismo voy a ponerla en libertad… Me temo que no sea el partido más prudente el aferrarme a la ley establecida.
(Se marcha con sus criados).