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Algunos aportes para poner la noción de agronegocio en discusión

Rolando García Bernado

Resumen

Desde que fue acuñado por Davis y Goldberg en 1957, el concepto de agronegocio ha penetrado profundamente en nuestra manera de comprender una etapa determinada del desarrollo agropecuario, cuyo alcance es global. La noción de agribusiness hace aparición dentro de la literatura especializada para dar cuenta de una serie de cambios que sucedían en la agricultura estadounidense, y que serían conceptualizados como parte fundamental –aunque no excluyente– de la Revolución Verde. Nos referimos al gran salto tecnológico y de gestión de la producción, iniciado por la mecanización de ciertos procesos de trabajo, que reemplazaron la fuerza de trabajo y potenciaron los rendimientos por hectárea de los cultivos tradicionales.

Ahora bien, nuestra aceptación de la noción de agronegocio ha sido, en cierto aspecto, acrítica, incluso cuando nos valemos de ella a manera de marco de referencia para describir los impactos negativos en términos laborales, ambientales y de sustentabilidad económica y social, las consecuencias destructivas que tiene para la ruralidad o el daño a la sanidad humana y animal.

En el siguiente texto, proponemos recuperar el sentido original –su intencionalidad– de la versión de Davis y Goldberg y poner en discusión algunas apropiaciones posteriores.

Palabras clave

Agronegocios; significado; marxismo.

Introducción

Desde que fue acuñado por Davis y Goldberg en 1957, el concepto de agronegocio ha penetrado profundamente en nuestra manera de comprender la etapa actual del desarrollo agrario a nivel global.

La noción de agronegocio hace aparición dentro de la literatura especializada para dar cuenta de una serie de cambios que sucedían en la agricultura estadounidense, y que serían conceptualizados como parte fundamental –aunque no excluyente– de la Revolución Verde. Nos referimos al gran salto tecnológico, los cambios en la base técnica de la producción y de gestión, iniciado por la mecanización de ciertos procesos de trabajo, que reemplazaron la fuerza de trabajo y potenciaron los rendimientos por hectárea de los cultivos tradicionales.

Entre los aportes históricamente más próximos al nacimiento del concepto, Cook y Chaddad (2000) identifican dos ramificaciones: los estudios de coordinación vertical y horizontal dentro de la cadena alimentaria, y los estudios de toma de decisión al interior de los agentes de la cadena:

[A]gribusiness research evolved along two parallel levels of analysis: the study of coordination between vertical and horizontal participants within the food chain, known as agribusiness economics, and the study of decision-making within the alternative food chain governance structures, known as agribusiness management (Cook y Chaddad, 2000: 209).

Ahora bien, cierta utilización y apropiación de la noción de agronegocio ha sido en algún aspecto acrítica, incluso cuando nos hemos valido de ella a manera de marco de referencia para describir los impactos negativos en términos laborales, ambientales y de sustentabilidad económica, ambiental y social, o al mencionar también las consecuencias destructivas que los cambios económicos recientes tienen para la ruralidad, o el daño a la sanidad humana y animal. En ciertos ámbitos, se ha logrado revertir el sentido “apologético” original de la noción de agronegocio para denotar los aspectos más dañinos de la creciente mercantilización de la producción agraria. Muchas críticas se han enfocado en poner en evidencia que detrás de la noción “amigable” de agronegocio, se esconde el avance de relaciones sociales capitalistas de producción que trasformar radicalmente la ruralidad y destruyen el mundo rural tal como lo conocíamos.

Ahora bien, algunas veces estas críticas se han detenido en señalar la contradicción entre lo que el avance de esta mercantilización dice generar y lo que “realmente” genera: denuncian las consecuencias del “modelo de agronegocios”. Y, en algunos casos, lo contraponen a otros modelos, particularmente el “agroecológico” y la “soberanía alimentaria”.

En el siguiente trabajo, recuperaremos algunas de las discusiones originarias en torno al término agronegocio y postularemos la siguiente pregunta sencilla, pero seguramente de difícil resolución: ¿hasta qué punto esta noción nos permite entender bien algunos cambios generales en la producción agraria (y generar herramientas para combatir los efectos negativos de la misma)?

El marco conceptual: primeros pasos de la noción

Casi la totalidad de la literatura sobre el tema agribusiness o agronegocio deposita en el texto de John Davis y Ray Goldberg el origen de la noción. Aunque algunos autores han reconstruido líneas asociadas al marketing o a la administración agraria previas a que se acuñara el término per se (King, Boehlje, Cook y Sonka, 2010), en general hay coincidencias sobre el carácter de “parteaguas” que supone el nacimiento de la noción. Agronegocio como concepto, en su origen, buscó redefinir la perspectiva desde la cual se miraba a la agricultura al expandir la mirada hacia las “operaciones”, tanto en los lotes como en el procesamiento y distribución de los productos agrarios: “(T)he sum total of all operations involved in the manufacture and distribution of farm supplies; production operations on the farm; and the storage, processing, and distribution of farm commodities and items made from them” (Davis y Goldberg, 1957).

El texto de Davis y Goldberg es de finales de los años cincuenta –aunque el término había sido utilizado por el mismo Davis en 1955–. Al día de hoy, han trascurrido ya sesenta años desde su emergencia. Amerita la reflexión pensar que no sería extraño, entonces, que la noción hubiese pasado a la historia y entrado en cierto desuso. No obstante, el término agronegocios no solo se mantuvo vigente, sino que se expandió, se popularizó, inundó la literatura científica y especializada y fue adoptado por organismos relevantes para el mundo agrario a escala global –como la FAO, asociaciones de empresarios agrarios e instituciones en todo el globo y los medios de comunicación especializados en el sector–. En definitiva, se volvió un lugar común de la agricultura a nivel mundial. Y todo esto, sin dejar del todo claras las fronteras que envuelven el concepto ni precisar demasiado sus contornos.

¿Qué es lo que diferencia el agronegocio de la agricultura? Intuitivamente, aceptamos que existe una diferencia grande entre una cosa y otra. Y sin embargo, queremos reafirmar que la noción es de carácter algo ambigua.

En efecto, el carácter esquivo de la noción de agronegocio ya ha sido señalado, en algunos casos, muy tempranamente. La intención original de Davis y Goldberg era elaborar algunas recomendaciones concretas para subsanar el estrangulamiento de costo-precio presente en la producción de baja escala en Estados Unidos (Milliman, 1958). Es lógico que, por lo tanto, agronegocio fuera mucho más una incitación a la adaptación tecnológica dirigida a los farmers que un concepto que buscaba delimitar un fenómeno concreto de la evolución económica agraria. La noción estaba atravesada por un debate de época y un cambio en el clima político estadounidense. Tal como lo plantea Fusonie (1995), Davis apoyó la política de restructuración conservadora de Einsenhoward, de cuyo gobierno fue funcionario, aunque con diferencias en la forma de aplicarla, la profundidad de las medidas y la animadversión con los subsidios a la producción (Fusonie, 1995: 17). De acuerdo a dicho autor, Davis estaba más preocupado por salvar unidades productivas en un contexto recesivo que en aplicar el programa liberalizador de los republicanos y, por lo tanto, mantenía diferencias con la gestión del ministro ultraconservador Benson[1]. Vinculado a las cooperativas, su enfoque ponía el énfasis en la necesidad de adaptación tecnológica (Hamilton, 2014) para generar mejores condiciones de competitividad en el Corn Belt.

Por lo tanto, afirmaban que “transformarse” de la agricultura al agronegocio no era una “opción” real para los empresarios agrícolas capitalizados y con trabajo familiar (farmers). Ellos debían adaptarse a las nuevas tecnologías, por ser este el único camino viable para evitar la liquidación de la producción (Hamilton, 2014).

Lo que parte de la literatura norteamericana, incluyendo a uno de los autores de la noción de agronegocio, entendió es que la liberalización y el agronegocio no son exactamente lo mismo. No tenía que ver con que el sector agrario quede desregulado, sino con que empiece a ser regulado por las grandes compañías internacionales. De hecho, fue Goldberg de los primeros en señalar que el desarrollo del agronegocio implica “conectar” a miles de productores a escala global con los sistemas de commodities integrados (Goldberg, 1968).

Definiciones posteriores, como la de Sonka y Hudson (1989), se basan en esta idea “original” de Goldberg: agronegocio es visto como un enfoque teórico-metodológico que busca develar la identidad común de los sectores participantes de la producción de alimentos y fibras, para poder operar sobre el sistema y mejorar las interacciones entre los agentes.

En este esquema, el papel de las empresas multinacionales es fundamental porque son los agentes con mayor capacidad de “alcanzar” y conectar a los productores con la cadena global (Goldberg, 1968), y de esta manera, obtener mejores réditos (Zylbersztajn, 2017).

Los trabajos posteriores de Goldberg detectaron la ambigüedad original del concepto y buscaron operativizar la noción, y por lo tanto, precisarla. Estos trabajos llevaron el enfoque hacia una visión sistémica asociada a la cadena de producción de los commodities.

Esta misma evolución ha sido señalada en varias oportunidades y conforma el desplazamiento desde las “operaciones” hacia los “agentes”, y desde la contraposición entre agricultura (como producción orientada al consumo de alimentos) y agroindustria (como producción orientada a insumos industriales) hacia una teoría de los sistemas agroalimentarios (Graziano da Silva, 1994).

En este punto, la noción de agronegocio se trastoca hacia la de complejos agroindustriales. Opera, en este movimiento, la idea de que los productores independientes y con una producción de subsistencia pueden encontrar viabilidad económica al producir “enganchados” con el sistema agroalimentario mundial. El sustento de esta idea es la hipótesis según la cual a mayor desarrollo de los más grandes, mayor concentración y riqueza, y produce también el mismo efecto en los más pequeños. Esto hace parte a la metodología y teoría de los agronegocios, parte del planteo teórico de los neoclásicos: “How to reach these subsistent producers and enable them to become part of a commercial food system is an important factor in our discussion of the role of the multinational firm in international agricultural trade and economic development” (Goldberg, 1981: 3).

La agricultura, entonces, no debía ser analizada como un sector aislado, sino como parte de un sistema interdependiente y especializado de agentes que operan en industrias interconectadas (Zylbersztajn, 2015), y retomando la visión de Goldberg, es esta la forma de agregar mayor valor a la producción agraria, ya que el valor de los productos intermedios tiende a crecer al acercarse al eslabón final de la cadena. De esta manera, lo que se propone es superar la idea de agronegocio como simplemente un cambio de perspectiva con énfasis en la capacidad de los “productores” de adaptarse al cambio tecnológico, y adoptar la visión del agronegocio como enfoque teórico y metodológico para describir los sistemas agroalimentarios.

De agronegocio a complejo agroindustrial

Como mencionamos, la definición original de Davis (1955) y de Davis y Goldberg (1957) era algo ambigua y general y, por lo tanto, limitada. Denominaban agronegocio a las operaciones concernientes a la producción, procesamiento, empaquetamiento y distribución de alimentos y fibras, lo cual se parece mucho a la noción de “sector” agroindustrial o de “filière” o cadena (Graziano da Silva, 1994). Esto condujo a que al momento de llevar a la práctica el concepto, el output investigativo fuera una teoría de los sistemas aplicado a distintas cadenas de agroinsumos industriales.

Una importante reconstrucción de algunas interacciones entre la noción de agronegocios y otros conceptos afines ha sido realizada por Graziano da Silva (1994). De acuerdo al autor,

La noción de “complejo” sólo expresa la agregación, según un criterio determinado, de un conjunto de actividades afines. Las nociones de Agribusiness, agroindustria, complejo agroindustrial y filière, por ejemplo, fueron utilizadas en este sentido por Davis y Goldberg al final de los años 50 en Estados Unidos de América, y más tarde por Malassis en Francia (Graziano da Silva, 1994: 2).

La teoría del agronegocio, entonces, no tiene que ver con la teoría del desarrollo o la idea dinámica de crecimiento. Se usó originalmente solo para ampliar el concepto de agricultura, por considerar que ya no podía ser tratada como un “sector primario”, en el sentido del sector que produce sus propios insumos, ni dejar de lado el creciente vínculo con otros sectores industriales y el capital financiero (Graziano da Silva, 1994: 5).

También Muller (1982) y Delgado (1985) usaron el concepto de complejo agroindustrial, sin verlo como algo negativo, sino como una aceleración del avance del capitalismo en la producción agraria (citados en Graziano da Silva, 1994). Graziano da Silva señala los límites formulando dos críticas a esa noción. La primera estriba en su nivel de agregación: las actividades interrelacionadas engloban la agricultura y las industrias vinculadas a ella. En otras palabras, solo se ha cambiado la vieja noción de sector (alimenticio, celuloso, textil) por la de complejo agroindustrial. Además, pensar en un gran complejo agroindustrial que involucre toda la actividad agropecuaria implicaría desconocer las realidades particulares de los distintos sectores que no cuentan con igual agregación.

Contrapone un uso de la noción de complejo agroindustrial (CAI) que

enfatiza la relación entre los sectores de demanda final y los productores de insumos y medios de producción específicos para un determinado producto de origen agropecuario, lo que permite reconocer la existencia de una pluralidad de CAI (El CAI-carne, el CAI-zumo alcoholero, el CAI-Naranja, etc.) (Graziano da Silva, 1994: 20).

Es decir, no se trata de un “macro CAI”, sino de una suerte de CAI sectorial.

El aporte de estos autores que recorre el texto, y del propio Graziano da Silva, consiste en señalar la presencia de un conjunto de agentes socioeconómicos, que comprenden desde el productor directo (y sus proveedores de insumos) hasta el consumidor final, que se articulan a lo largo de una cadena (el sistema agroalimentario), cuyo conocimiento es indispensable para desenvolverse en el mundo de los negocios (Martínez de Ibarreta y Pucciarelli, 1996, citados en Vértiz, 2015).

Es importante notar que, en su origen, el concepto agronegocio y sus nociones asociadas, como la de complejo agroindustrial y filière, no describen conflictos entre grandes empresas y otros actores de la cadena, como los que emergieron en gran parte de Latinoamérica.

Dentro de las “apropiaciones” latinoamericanas, encontraremos acérrimos defensores de la noción, detractores absolutos y quienes han decidido redefinir el concepto buscando potenciar su capacidad analítica, quienes también han querido ver en la “maleabilidad” del concepto su potencial para “crear realidad”.

Apropiaciones latinoamericanas

Como describen Carla Gras y Valeria Hernández, los padres del concepto agribusiness postularon un desafío para las perspectivas vigentes en la época: el sector agrario debía superar la dicotomía agricultura-industria, y buscar su integración vertical y horizontal como “cadena de valor”, dando prioridad a la tarea de coordinación de los diferentes eslabones de la misma y tomando como punto de partida al consumidor (Gras y Hernández, 2016).

No fue, sin embargo, hasta la década del ochenta que la noción de agronegocio explotó en la literatura en español. Tomando como estimación los gráficos 1 y 2, observamos que pasaron casi tres décadas desde su elaboración hasta la emergencia de literatura especializada que se valiera del concepto. La literatura en español, no obstante, no subsana la ambigüedad de origen de la noción, sino que avanza por distintas vertientes, recuperándola, criticándola y transformándola.

Gráfico 1. Menciones de agribusiness en NGRAM (Google Books)
en libros en Inglés

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Fuente: Hamilton (2014).

Gráfico 2. Menciones de agronegocio en NGRAM (Google Books)
en libros en español

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Elaboración propia.

El cambio tecnológico en el agro, la aparición de la biotecnología agroalimentaria, la mayor industrialización de procesos, la extensión de lógicas de racionalidad capitalista, el “emprendedurismo” agrario –muy de moda en Argentina por estos días–, la extensión de los instrumentos de medición y del uso general de la ciencia, la emergencia de los consultores técnicos y científicos, la mayor difusión del contratismo, hasta la concentración de grupos industriales vinculados al agro y la alegada “reprimarización” de las economías de la periferia; todo esto y mucho más entra en la esfera de los agronegocios y pretende ser explicado por su avance.

En el término agronegocio, fueron depositándose toda una serie de transformaciones y fenómenos seguramente algo generales y diversos, con múltiples determinantes y complejidades específicas. Esto ha sido señalado en un trabajo reciente de Craviotti (2014), pero también dicha observación ha sido discutida desde la antropología rural, al manifestar que es en la ambigüedad donde se encuentra la clave para entender la potencialidad del concepto de agronegocio para ser apropiado por los agentes de la cadena (Gras y Hernández, 2009b).

También, reconstruyendo parte del derrotero de la noción de agronegocio, Vértiz (2015) concluye que el concepto es esencialmente una forma de denominar la intensificación del dominio del capital sobre el agro, ya que “todos los cambios sufridos por el agro tienen en común la generalización y la ampliación del papel del capital en la producción agropecuaria” (Vértiz, 2015: 4; siguiendo a Murmis y Murmis, 2012). Esta visión tiene fuertes ecos en la idea de la subordinación del agro al capital, tal como está expresada en las tesis clásicas del marxismo (Kautsky, 1974)[2], que también es desarrollada en un texto de Murmis, crítico de la visión sobre los complejos agroindustriales, donde afirma que existe una asimetría de poder frecuente entre el eslabón agropecuario de la cadena y el resto (Murmis, 1994: 30), y cuestiona el enfoque por su generalidad, que implicaría abarcar todas las ramas productivas, salvo aquellas que se produjeran en el marco del autoconsumo (Murmis, 1994: 32).

No hay dudas de que, en términos generales, el avance del agronegocio no es otra cosa que la expansión de las relaciones sociales de producción propiamente capitalistas por sobre los remanentes agrarios, no meramente clave de “extensión” –apropiación de nuevas tierras, desforestación de bosques naturales, expulsión de poblaciones originarias y “acumulación por desposesión”–, sino por intensificación del uso de la tecnología para la obtención de mayores rentas. Sin embargo, estas afirmaciones siguen siendo muy generales. Necesitamos profundizar un poco más para tener mejores herramientas de análisis.

Dentro de las apropiaciones vernáculas y embellecedoras del cambio agrario, han existido aquellas que buscaron adoptar la noción para acompañar el desarrollo de estas relaciones sociales de producción y “potenciarlo” a nivel local. Esto es destacado por Héctor Ordóñez (2000), quien pone el acento en el agronegocio como el desarrollo de especialidades como alternativa a las producciones tradicionales.

Esta visión ha sido rechazada con el argumento de que el modelo de agronegocios tiene en su centro no la producción de specialties, sino la producción de commodities (Bisang, Anlló y Campi, 2010; Craviotti, 2014; Gras y Hernández, 2009a; Reboratti, 2010). Lo que busca es aprovechar oportunidades comerciales vinculadas a la exportación en el marco de una creciente inserción en circuitos globalizados, y esto puede implicar una simplificación en la matriz productiva en términos de cantidad de productos elaborados, en lugar de su complejización.

Profundizando en la dirección de Ordóñez, y en clave ya más típicamente académica, algunos neoschumpeterianos afirman que dicha revolución es de carácter cognitiva, innovativa y de gestión de procesos. Esta es la fuente del desarrollo de las empresas agropecuarias especializadas de los agronegocios (Bisang, Anlló y Campi, 2013), que han sido los actores fundamentales del proceso de destrucción creadora. Para estos autores, el cambio de paradigma en el agro es el traspaso de la integración vertical a la “producción en red”, que quita al viejo “productor agropecuario” del centro de las decisiones y da paso a las empresas innovativas especializadas.

Estos enfoques más autorreferenciales, centrados en la idea de la red, han sido criticados también por esconder la asimetría estructural entre los actores de la cadena (Vértiz, 2015), una crítica que también aparecía en el texto de Graziano da Silva (1994), cuando trata el análisis de complejos agroindustriales.

Otro error en el que se incurre ha sido el de construir una contraposición ficticia entre “agricultura familiar” y agronegocio, ya que la apropiación y el desarrollo de prácticas propias del agronegocio no necesariamente colisionan con el modelo de empresa familiar (Craviotti, 2014). Esto también ha sido señalado para el caso estadounidense. Según Hamilton (2014), es un concepto que emerge en un contexto histórico que es factible de ser explicado a través del análisis de las políticas agrarias domésticas estadounidenses, pero que a su vez tiene “vida propia” y se constituye como el justificador del avance de la industria capitalista en la producción agraria (una profecía autocumplida), producto y a la vez productor del cambio histórico (Hamilton, 2014: 2).

Por su parte, Gras y Hernández han profundizado en una apropiación del concepto de agronegocio. Para estas autoras, centrales para analizar las transformaciones agrarias recientes, el agronegocio es un “modelo” que tiene “protagonistas” y “pilares” (Gras y Hernández, 2013). Contraponen el modelo agroindustrial al modelo de agronegocios:

Estos cambios alumbran una dinámica productiva cualitativamente diferente respecto de la agroindustrial de la etapa anterior. Ambos períodos se caracterizan por los modos de penetración que el capital logró en la agricultura, esto es, una mayor articulación a las industrias procesadoras, de insumos y comercializadoras. Sin embargo, en el MA se actualizan y complejizan cuestiones seculares: el proceso de expansión capitalista no sólo no se produjo expulsando únicamente a la pequeña unidad familiar de tipo campesino. Por el contrario, el escenario actual muestra mayor complejidad en la composición de la estructura agraria, tanto en su cúpula como en la base. Asimismo, luego de que los grandes gurúes locales del MA sostuvieron que la propiedad de la tierra ya no era determinante para participar del negocio agrario, aquel factor clásico vuelve a ponerse en el tapete y revelar su importancia política, económica y teórica, con el proceso de acaparamiento verificado a partir de los años 2000 (Gras y Hernández, 2013).

De acuerdo con las autoras, el modelo de agronegocio se basa en pilares bien distintos a los del modelo agroindustrial. De forma muy resumida: 1) lo sostiene otra lógica de concentración empresarial, definida por las nuevas formas de gestión; 2) potencia la subordinación de la agricultura al capital industrial, y el papel jugado por el capital privado en los paisajes institucionales; 3) es menos diversificado que el modelo agroindustrial y tiende hacia el monocultivo; 4) plantea una forma novedosa de concentración de la tierra y la producción para cubrir mayores escalas productivas; 5) se expulsa la pequeña producción, no se la integra: no se trata de reconvertir al sector “atrasado y “tradicional”; 6) ocurren fuertes desplazamientos de capitales, incluyendo empresas capitalizadas, ya que el modelo de agronegocio impulsa nuevas relaciones de poder; el grupo de poder se heterogeiniza; 7) los actores articulan formas específicas de los componentes del modelo y se lo apropian (Gras y Hernández, 2013).

[Agronegocio y agroindustria] ilustran la tendencia globalizadora del capitalismo moderno. Sin embargo, cada una encarna una concepción del orden mundial distinta: mientras la primera estuvo inserta en la competencia de los Estados nación, la segunda se desenvuelve en un escenario caracterizado por la institucionalización de formas de gobernanza globales y por un nuevo balance entre mercados nacionales e internacionales, elementos que consolidan el poder de las corporaciones globales (Gras y Hernández, 2013).

Frente a la observación mencionada –la de Craviotti respecto de la amplitud y ambigüedad de la noción–, las autoras responden que en “la diversidad de modos de apropiación de los componentes” (Gras y Hernández, 2009b: 22) se encuentra la característica distintiva del modelo de agronegocios. En esta definición, agronegocio también es transectorialidad, priorización del consumidor global, mayor intensidad de inversiones de capital, estandarización de uso de tecnologías basadas en la transgénesis y acaparamiento de tierras a gran escala.

Creemos que estas discusiones y elaboraciones teóricas, muchas de ellas apoyadas en la mirada antropológica, permiten reelaborar, repensar, algunos de los límites de la misma noción de agronegocios.

Este enfoque sostiene que es desde la mirada de los cambios en el papel que juega el conocimiento en los procesos de producción de valor que deben entenderse las transformaciones agropecuarias a escala global, que puede ser entendido como un nuevo paradigma tecnológico, o una tercera revolución agrícola (Gras y Hernández, 2016). El capital fundamental de estas empresas son las tecnologías de comunicación y la información. La tesis del capitalismo cognitivo viene a ilustrar el modo en que las empresas del sector se hacen dominantes (Gras y Hernández, 2013: 26).

Las empresas trasnacionales también implementan “tecnologías del consumo”. Reúnen un conjunto de elementos implementados por estas empresas (facturación directa, puesta en red de los comercios locales, sistema de gestión informática de los clientes, etcétera), de modo de organizar el consumo de los agroinsumos siguiendo los objetivos y las modalidades por ellas fijados. El conocimiento deviene entonces en un “factor productivo central”, cuya posesión diferencia las posibilidades de incorporación de las nuevas tecnologías, desigualdades que se superponen a las resultantes de los niveles de capital detentados en cada caso.

Ahora bien, ¿a qué responde este nuevo papel jugado por el conocimiento y en qué medida diferencia esto al desarrollo tecnológico agrario de otros desarrollos tecnológicos? Retomaremos esta pregunta en la parte final del texto.

Dos caminos para explorar

Es evidente que se han hecho esfuerzos, ya sea por precisar la noción como por desenmascarar su ambigüedad, a su vez que se ha intentado desde la literatura crítica emparentar el desarrollo del “agronegocio” a la consolidación de un sistema económico social insustentable, extractivista y reprimarizador. Finalmente, también se ha buscado “extender” el concepto hacia los distintos “pilares” que lo convierten en un modelo, como forma particular de combinar elementos que vinculan agricultura e industria.

Todos estos esfuerzos son valiosos en la medida en que nos han permitido entender la complejidad de las transformaciones agrarias. Pero es inevitable preguntarse hasta qué punto no han entorpecido también parte de nuestra comprensión de estos fenómenos. Proponemos dos líneas para repensar la noción de agronegocio y su utilidad explicativa.

En primer lugar, ¿qué tipo de capital es el que define al capital del agronegocio? La literatura neoschumpeteriana lo calificaría de “empresa de producción agropecuaria o EPA”; son los capitales “directamente involucrados en la producción” (Anlló, Bisang y Katz, 2015: 20). Para nosotros, se trata, en realidad, de distintos capitales que comparten la simple característica común de ser capitales productivos aplicados al agro. No es un capital financiero (definido por su capacidad de generar “dinero de dinero”), sino un capital que toma forma productiva primero, y luego, forma circulante, que por lo tanto está determinado en sus rasgos generales de la misma forma que el resto de los capitales industriales, incluyendo todos aquellos que operan en otras ramas de la producción. Al ser capitales industriales, están determinados por las exigencias de escala propias de todos los capitales y sujetos a procesos de concentración y centralización. Estos procesos no son exactamente iguales a los de todo el resto de los capitales, ya que, en principio, encuentran condicionantes naturales presentes únicamente en la producción agraria.

No obstante, que sean capitales industriales implica que podemos entender su evolución rescatando en los estadios económicos que transitan los distintos sectores. Aquí queremos recuperar el planteo original de Marx (1975). Son los cambios en el papel jugado por la maquinaria los que determinan el traspaso desde una producción simple manufacturera hacia la gran industria. Este proceso implica un cambio en las potencias intelectuales del proceso material de producción. El papel de la ciencia cambia, entonces, pasando de tener una influencia auxiliar en el desarrollo de las máquinas a tener una influencia sistemática en las funciones del capital. La conciencia científica adquiere una forma objetivada en la máquina, y la ciencia juega su papel potenciador de la producción (Marx, 1975: 440).

Es normal que las transformaciones que suceden a lo largo y ancho de las ramas productivas, que implica este cambio en la relación que la ciencia juega en el proceso de trabajo, impacten con fuerza en la producción agraria. Si, por un lado, es cierto que el capital industrial dedicado a la producción agraria se topa con límites naturales, también lo que es que la producción agraria es afectada por procesos similares a los que afectan la producción fabril. No hay especificidad en la idea de “fábrica a cielo abierto”.

Por otra parte, es lógico que en este proceso, el conocimiento científico como tal no puede ser ya personificado por “el productor agropecuario”. En otras palabras, que el capitalista al frente de la producción “salga del centro de la escena” y deba recostarse en el conocimiento técnico de un ingeniero agrónomo, por ejemplo, o una empresa gestora de cultivos tiene que ver con transformaciones técnicas propias de la acumulación de capital en el sector, pero no cambia el carácter de la acumulación de capital en el mismo.

En segundo lugar, los capitales más dinámicos del sector, los que articulan y controlan parcialmente la cadena productiva, se distinguen no tanto por sus tecnologías de consumo, sino por su capacidad de producir innovaciones de manera permanente. Su valorización proviene centralmente de la capacidad que tienen de elaborar tecnología y absorber una plusganancia vinculada al monopolio temporal de la misma.

La particularidad de estos capitales en la producción agraria fue identificada por Caligaris (2017), quien sostiene que su especificidad viene señalada por la diferenciación cualitativa de los distintos capitales que colaboran en formar un tasa de ganancia, y además demuestra los determinantes detrás de que la rama de producción agraria esté dominada por el pequeño capital. Tal como se menciona en el citado texto, este tipo de capital ha sido denominado como capital productor de innovación y funciona con el mecanismo general descrito por Marx: “permitiendo a los innovadores vender a precios individuales por debajo de los precios generales (‘precios de producción’) hasta que las innovaciones se vuelven universales y la plusganancia es erosionada” (Starosta, 2010: 13). En la cadena productiva de los cultivos extensivos, este papel lo juegan las empresas desarrolladoras de semillas y agroinsumos.

Creemos que es en entender dónde está la fuente de su acumulación de estos grandes actores que puede explicarse su papel central en la transformación de la agricultura al “agronegocio”. Tal como lo visualizaron los defensores del concepto, en un momento muy próximo a su elaboración, las grandes cadenas que “conectan” a los productores con los mercados globales de commodities son en gran parte capitales que dependen de que se utilicen sus productos para valorizarse, y el uso de sus productos está atado al desarrollo tecnológico que permite potenciar la productividad del trabajo. Lejos de ser monopolios absolutos o meros “proveedores de insumos”, son capitales que compiten entre sí por obtener una plusganancia que es vital a su reproducción como tales.

Consideraciones finales

Aspectos específicos y relevantes del proceso de transformaciones agrarias han sido visibilizados por la noción de agronegocios, que evolucionó desde su formulación original como un mero agregado de actividades afines o conectadas hacia la teoría de los sistemas agroalimentarios, y finalmente, fue “apropiada” y revertida en sus implicancias por la literatura crítica latinoamericana.

Este proceso nos permitió entender algunos de los factores fundamentales de esas transformaciones: la adopción de nuevas racionalidades y las transformaciones de los sujetos sociales, los cambios a nivel del modelo productivo y de gestión, los impactos negativos en términos sociales, ambientales y sanitarios del avance de la profundización de las relaciones sociales de producción capitalistas en la producción agropecuaria.

No obstante, en este camino, hemos descuidado elementos teóricos importantes para dar cuenta con mayor efectividad de dicha transformación, muchas veces asumiendo paradigmas que confunden relaciones asimétricas con simétricas (la producción en red), o dándoles una centralidad a aspectos que son algo secundarios para explicar dónde está la producción de valor (en las tecnologías de consumo o en la capacidad de producir innovaciones productivas), o incluso cómo entender el desplazamiento en el uso de la ciencia (si como un “quitar al productor del centro de la escena”, como la llegada de management y la tecnología de procesos a la producción agraria, o –en nuestra propuesta– como el avance de un estadio de la producción a otro, tal como sucede en otras ramas de la economía).

En estas líneas, abogamos por revisar el uso de algunas de estas nociones para poder complementarlas con una mirada desde el marxismo, que busque explicar, además de describir, las características fundamentales del proceso de cambio que suele resumirse como el paso de la agricultura al agronegocio.

Bibliografía

Anlló, G.; Bisang, R. y Katz, J. (2015). Aprendiendo con el agro argentino. Santiago de Chile: FCE-UBA/Universidad de Chile.

Bisang, R.; Anlló, G. y Campi, M. (2010). “Organizacion del agro. La transición de un modelo de integracion vertical a las redes de produccion agricolas”, en L. Reca, D. Lema y C. Flood (eds.). El crecimiento de la agricultura argentina. Medio siglo de logros y desafíos. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, pp. 231-255.

Bisang, R.; Anlló, G. y Campi, M. (eds.) (2013). “Introducción”, en Claves para repensar el agro argentino. Buenos Aires: Eudeba.

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  1. Explica Hamilton que, para Davis, “(…) Conservatives’ concerns about ‘creeping socialism’ should not be used to justify dismantling New Deal–era farm policies, Davis and Goldberg argued, for the trend toward governmental assistance to agriculture is the result of inherent weaknesses in the food and fiber economy, rather than merely the consequence of the efforts of socialistic promoters (…). Although Benson never succeeded in entirely demolishing New Deal–era price supports for farmers, his administration was remarkably successful in directing federal dollars toward scientific and technological research that directly benefited agricultural chemical producers, food processors and distributors, agricultural-implement manufacturers, and other agribusiness corporations” (Hamilton, 2014: 566).
  2. También Graciano da Silva señala que, en su emergencia, el concepto de agronegocios no solo enfatiza los vínculos intersectoriales, sino que además ubicaba a la producción agropecuaria como parte de un “sistema de mercancías” de mayor amplitud, remarcando sus relaciones con el mundo de los grandes negocios (Graciano da Silva, 1994).


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