Bruno Aiani y Mercedes Ejarque
Resumen
Diversas investigaciones desarrolladas en América Latina durante las últimas décadas han evidenciado las transformaciones de las actividades agrarias, a través de cambios técnicos y organizacionales, lo que generó que se establecieran nuevos vínculos que cuestionan las definiciones tradicionales de la teoría social y la demografía de lo “rural” y lo “urbano”. Este trabajo se propone proveer una serie de apuntes a fin de reconstruir la historia de la producción de fruta fina en la Comarca Andina del Paralelo 42, una región que comprende las áreas circundantes a las localidades de El Bolsón, Lago Puelo, El Hoyo y Epuyén, en la Patagonia argentina. Estas localidades, a pesar de pertenecer a jurisdicciones diferentes, cuentan con fuertes vínculos sociales y económicos generados a partir de esta producción. Para ello, se buscará conocer los cambios que se han producido en los actores sociales y la estructura productiva, a partir de transformaciones en los mercados internacionales de frutas, las demandas de consumo del producto y cambios en las políticas macroeconómicas nacionales.
Este trabajo es parte de un proyecto más amplio (PRI R15-0022), de carácter exploratorio, que busca evidenciar las transformaciones territoriales y ambientales y sus impactos socioproductivos y laborales en la producción de fruta fina.
Para llevar adelante los objetivos propuestos, en esta investigación se trabajará por un lado con fuentes secundarias: estadísticas (censos de población y vivienda, censos nacionales agropecuarios y estadísticas elaboradas por organismos técnicos vinculados al sector); documentos (proyectos, planes, programas, informes oficiales y sitios web de organismos y asociaciones civiles) y legislación. Con las primeras, se buscará desarrollar el análisis de las características agroproductivas y sus transformaciones recientes, mientras que los segundos también contribuirán para (re)construir discursos y prácticas en distintos momentos históricos. Por otro lado, se analizarán entrevistas semiestructuradas realizadas a productores, trabajadores y técnicos entre 2014 y 2016. En ellas, se relevaron dimensiones referidas a las características del trabajo y la producción y sus agentes, por ejemplo, historia de la participación en dicho trabajo o producción, tareas que realiza, momentos y formas; trayectorias productivas individuales, grupales y formas de asociación. En conjunto, estas fuentes de información permitirán describir y comprender la situación actual de la actividad y los agentes sociales vinculados, considerando, al mismo tiempo, los antecedentes históricos que influyeron en su evolución.
Palabras clave
Transformaciones territoriales; estructura productiva; agentes sociales agrarios.
Introducción
En el contexto latinoamericano, en las últimas décadas han acontecido procesos que modificaron las visiones históricas respecto de las actividades agrarias, como consecuencia de modificaciones técnicas y tecnológicas, y que plantean cuestionamientos a las definiciones tradicionales de la teoría social y la demografía de lo “rural” y lo “urbano” (Crovetto, 2010; Castro y Reboratti, 2008). En este marco, este trabajo se propone reconstruir la historia de la producción de fruta fina en la Comarca Andina del Paralelo 42 (en adelante, la Comarca), una región comprendida entre los paralelos 41º30′ y 44º55′ latitud sur, y 71º20′ y 71º42′ longitud oeste (mapa 1)[1]. Incluye las áreas circundantes a las localidades de El Bolsón (Río Negro), Lago Puelo, El Hoyo y Epuyén (Chubut), en la Patagonia argentina. Esta delimitación responde a la propuesta de Bondel (2008), basada en las formas y presencias de movilidades cotidianas, pese a que el tratado parcial interprovincial de 1998 creó la microrregión con una mayor cobertura geográfica[2]. Actualmente, residen alrededor de 30 000 habitantes (INDEC, 2010).[3]
Mapa 1. Ubicación de la Comarca Andina del Paralelo 42
Fuente: Elaborado por Marisa González en base a datos del IGN y Google Maps en QGIS.
Geográficamente, la Comarca está emplazada en un valle rodeado de montañas, especialmente la cordillera de los Andes. Por su ubicación, cuenta con un clima frío y niveles importantes de lluvias (900 milímetros anuales en promedio, concentrados entre el otoño y el invierno), que generan una vegetación propia de los bosques andinos patagónicos. Estas características hacen que sea un lugar propicio para la producción de frutas finas[4]. Según los últimos datos y estimaciones, se cultivan alrededor de 200 hectáreas, de las cuales un 27% se realiza de forma orgánica certificada (Mariño, 2008). Álvarez Buquet, Arévalo, Prego y Walpert (2016) estiman 3000 toneladas obtenidas, de las cuales un 40% corresponde a frambuesas; 23%, a frutillas; 18%, a cerezas; 8%, a moras y el resto a otros berries. Este trabajo busca realizar una primera aproximación a los cambios históricos que se han producido en los actores sociales que desarrollan esta actividad y la estructura productiva, en su relación con las transformaciones en los mercados internacionales de frutas, las demandas de consumo del producto y las políticas macroeconómicas nacionales.
Marco conceptual
En los últimos años, desde enfoques y perspectivas que provienen de varias disciplinas de las ciencias sociales, se han problematizado las definiciones de “rural” y “urbano” y se ha cuestionado su capacidad para explicar la compleja realidad de algunos espacios y agentes sociales. La literatura muestra procesos y relaciones sociales que exceden la dicotomía: por ejemplo, trabajadores agropecuarios que residen en las zonas urbanas (Aparicio et al., 2013; Benencia y Quaranta, 2006). En el mismo sentido, Llambí (1989) mencionaba que el origen de las pequeñas explotaciones capitalistas en América Latina podía ser campesino o terrateniente, o provenir inclusive del ámbito urbano. Este tipo de producción surge ante oportunidades de pequeñas inversiones en áreas o producciones en las que el capital no se encuentra interesado por su baja tasa de ganancia. Su emergencia estuvo muy ligada a las estrategias de industrialización, a la modernización del agro y, en muchos casos, producto de esfuerzos combinados entre el Estado[5] y los agrobusiness.
Con respecto a los productores de tipo empresario, es posible estratificarlos según la propiedad de la tierra, la inversión de capital (dentro y fuera del sector), el volumen y calificación de la mano de obra asalariada contratada. Se diferencian de la “cúpula” compuesta por los grandes grupos económicos que conjugan concentración de capital, diversificación de las inversiones y concentración de tierras (Aparicio, Giarraca y Teubal, 1992), por su distinto nivel de capitalización, tamaño de los predios de tierras e integración agroindustrial.
En las últimas décadas, se analizaron las tendencias hacia la integración de las partes de la cadena productiva, a veces ligadas a la globalización del capital. El grueso de los productores se vio en la necesidad de disponer de un alto nivel de capital para mantenerse en la producción (Aparicio, Giarraca, y Teubal, 1992; Murmis, 1998). Siguiendo a Llambí (1993), esta reestructuración tiene impactos diferenciales entre los sectores económicos, y modifica la configuración de las relaciones productivas, financieras y mercantiles y contribuye a revalorizaciones desiguales de los espacios y sistemas agrícolas subnacionales en función de sus ventajas comparativas en el marco de una mayor apertura al mercado externo. En esta transformación, las empresas trasnacionales y las tecnologías que controlan se vuelven centrales y dominantes (Giarraca y Teubal, 2005). Inclusive, son parte activa de esta dinámica fracciones del capital no típicamente agrarias, como los supermercados en la distribución final de los alimentos, la gran industria alimentaria, el capital financiero concentrado y la industria semillera y de agroquímicos (Giarraca y Teubal, 2005; Llambí, 1993). Giarraca y Teubal (2005) muestran que muchos productores pequeños lucharon para mantenerse incluidos en los circuitos productivos dinámicos, se endeudaron para adaptarse a las nuevas situaciones o financiaron el negocio agrario con actividades paralelas, bajo estrategias de multiocupación y pluriactividad.
En este proceso, también interviene y se modifica la regulación de las actividades agrarias. En la actualidad, la seguridad alimentaria y las cuestiones ambientales son parte de la agenda del sistema agrolimentario (Llambí, 1993). Así, cobra importancia la orientación a mercados “exigentes”, que imponen sus propios estándares de calidad, de organización de la producción y mecanismos de control y las estrategias y proyectos de sustentabilidad ambiental (Aparicio, 2005). Para los productores, la calidad es una ventaja competitiva y una forma de satisfacción de los consumidores (Tadeo, 2008), pero también puede ser considerada como la única alternativa para vender sus cultivos.
A partir de estas transformaciones, surge una hipótesis (que guía el proyecto de investigación marco de este trabajo) que sostiene que en función de las mismas, son diversos los factores que explican las tendencias a la construcción de una variedad compleja de relaciones sociales y de movilidades territoriales. Desde una mirada basada en la teoría de la estructuración de Giddens, que enfatiza en las relaciones y en los procesos sociales a través de la observación de las dinámicas e interacciones cotidianas, considerando los distintos momentos y espacios, se podrán comprender los modos de organización de sistemas sociales complejos como los de este estudio (Ejarque y Crovetto, 2017).
Metodología
Para este trabajo, se han utilizado diversas fuentes de datos, tanto primarias como secundarias. La caracterización de la región se realizó con estadísticas públicas elaboradas por diversos organismos del Estado e investigaciones precedentes publicadas en revistas y libros. También se han utilizado recortes periodísticos e informes elaborados por distintos organismos y asociaciones civiles y legislación que, a través de un análisis documental y de contenido, permitió presentar evidencias sobre discursos y prácticas de distintos momentos históricos.
Respecto a las fuentes primarias, se cuenta con tres entrevistas grupales realizadas en 2014 a pequeños productores y ocho entrevistas individuales realizadas en 2016 a técnicos, productores y trabajadores de frutas finas. En ellas, se relevó una serie de dimensiones, entre ellas, las que se analizaron en este trabajo: las características del trabajo y la producción y sus agentes (historia personal de su participación, tareas que realiza, momentos y formas); los modos de comercialización y los cambios y transformaciones recientes que han atravesado. Estas fuentes de información permiten describir y comprender la situación actual de la actividad y los agentes sociales vinculados, considerando, al mismo tiempo, los antecedentes históricos que influyeron en su evolución.
Análisis y discusión de datos
El análisis del caso de estudio se plantea en dos momentos. En el primero, se realizará una reconstrucción de la historia de la actividad, identificando las características de ese momento fundacional y algunos procesos que fueron modificándola. En el segundo momento, se analizan algunas de las particularidades de la estructura en la actualidad.
Apuntes históricos sobre la conformación de la estructura de la producción de fruta fina
En la Comarca Andina, las frutas finas comenzaron a producirse comercialmente a mediados del siglo XX. La introducción estuvo ligada, en lo que respecta a cereza, guinda, rosa mosqueta y mora, al trabajo de los pobladores “criollos”; y en cuanto al cassis y el corinto, a la llegadas de migrantes de distintos países de Europa desde 1930 (Cobelo y Echagüe, 2007). Algunas variedades de estas frutas crecían de forma silvestre en la zona, pero con la explotación comercial, fueron reemplazadas por tipos provenientes de otras latitudes. En estas épocas, se asume que las producciones eran de carácter familiar, con una fuerte importancia para el autoconsumo y para la comercialización en la misma región.
Las condiciones de aislamiento de mediados del siglo XX hacían que la producción agrícola en general, y de este tipo de frutas en particular, tuviera dificultades para desarrollarse: falta de conocimiento técnico sobre variedades y técnicas de manejo acordes a las características biofísicas (Esquel, 28 de abril de 1950: 1) y reducidas posibilidades de acceso a financiamiento (Esquel, 22 de enero de 1950: 1).
El crecimiento de la actividad se vio favorecido con la llegada de la oleada migratoria en las décadas del setenta y, principalmente, ochenta. También fueron importantes el desarrollo del sector dulcero, el crecimiento turístico de Bariloche, las mejoras en los caminos (Ejarque y Di Paolo, en prensa) y la caída de la rentabilidad de cultivos “pesados” –como la papa– precedentes (Cobelo y Echagüe, 2007). En muchos casos, la incorporación a la actividad se presentó con ayuda estatal, pero no fue igualmente acompañada durante el desarrollo y para actividades posteriores a la plantación, como los mecanismos de control de heladas o los sistemas de riegos. Esta ausencia ha hecho que, en algunos casos, se detecten montes abandonados y que no se aproveche al máximo las potencialidades agroecológicas de la producción (Barría, 2000).
En la década del noventa, la competencia por la entrada de productos de Chile y el tipo de cambio fueron motivos para reducir la expansión productiva. Según Tsakoumagkos (1993), comparando fuentes de datos de entre fines de los ochenta e inicios de los noventa, se notaba una reducción de la cantidad de productores en la zona. La estructura productiva en ese momento se caracterizaba “por la presencia de un pequeño número de explotaciones capitalizadas y de buen nivel tecnológico y un número mayor de explotaciones con deficiencias en su dotación de capital y con manejo atenido a criterios principalmente empíricos” (Tsakoumagkos, 1993: 6).
Pese a esta situación, según Barría (2000), algunos cambios tecnológicos que sucedieron en esa época permitieron el acceso a mercados distantes, lo que les brindó mayores posibilidades comerciales a las producciones de frutas finas latinoamericanas. Asimismo, también fue el momento de la instalación de los dos viveros locales, lo cual permitió la llegada y difusión de variedades que se adaptaban a las características biofísicas de la zona. En términos de infraestructura para el congelado (fundamental para la comercialización de este tipo de productos), los inicios del siglo XXI presentaron la difusión de las cámaras de frío (reefers) y la llegada del túnel de congelado en la Cooperativa Agrícola del Paralelo 42 (Cluster Norpatagónico de Frutas Finas, 2013).
Los cambios macroeconómicos y en el mercado internacional de frutas finas
El mercado internacional de frutas finas mostró una tendencia creciente prácticamente ininterrumpida desde la última década del siglo XX, en función de los datos presentados en el informe del Cluster Norpatagónico de Frutas Finas (2013) y los recolectados por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (procesamiento propio realizado con FAOSTAT). Barría (2000) identificaba una demanda mundial de estas frutas insatisfecha, principalmente en la época del año de contraestación del hemisferio norte[6].
En Argentina, la salida de la convertibilidad (equiparación entre el peso argentino y el dólar) en 2001 también motivó la tendencia creciente en la producción. Esta fue acompañada por el freno a la importación chilena de frutas para la industria, lo cual incrementó las posibilidades de colocación de la producción comarcal. Asimismo, se desarrollaba el segmento orgánico, que obtenía importantes sobreprecios en su comercialización[7]. Por último, internamente, había un creciente interés por estos productos, con la paulatina incorporación a la dieta habitual, principalmente a través de dulces, gelatinas y helados (Barría, 2000).
Con los años, esos beneficios comerciales fueron perdiéndose. En 2008, productores elaboradores de dulces mencionaban en una reunión las pérdidas de rentabilidad debido a las restricciones de precios impuestas por el gobierno, el aumento de costos de insumos y mano de obra y la caída del consumo como consecuencia de la recesión mundial. La reducción de la competitividad motivó nuevamente el ingreso de frutas provenientes de Chile y la baja en las exportaciones –según el Cluster Norpatagónico de Frutas Finas (2013), en 2007 se presentó el valor máximo–.
En contraposición a estos cambios que tuvieron un impacto negativo, los inicios de los dos mil también fueron un momento de implementación de una serie de políticas destinadas a mejorar la productividad de la zona y sus posibilidades comerciales, como capacitaciones sobre buenas prácticas agrícolas, subsidios para insumos y créditos para cámaras de frío, conformación y apoyo a la formación de asociaciones y grupos de productores (Cluster Norpatagónico de Frutas Finas, 2013).
Para mediados de los dos mil, a nivel internacional, las altas expectativas de años precedentes se fueron desvaneciendo. Según lo registrado en el Foro de la Fruta Fina en 2010, la oferta supera la demanda y la expansión de los cultivos orgánicos hizo que se redujeran los sobreprecios pagados por este tipo de productos. El acceso a los mercados internacionales es difícil desde la Comarca porque los tiempos de traslado y la cantidad de trasbordos atentan contra la calidad. El mayor potencial para la expansión de la venta estaría en la fruta congelada[8].
Lo anterior introduce las diferenciales según el tipo de comercialización de la fruta y el potencial valor agregado a la misma. En primer lugar, como esta es la de menor valor agregado, se encuentra la venta de la fruta “en caliente”. Este tipo de comercialización se realiza casi inmediatamente luego de su cosecha, por lo cual su destino principal es la elaboración (casera o industrial) de dulces en la zona, como también la venta al público en la puerta de la chacra de la fruta en sí. Especialmente, entre los pequeños productores, estas modalidades se combinan para obtener los mayores ingresos posibles.
Entrevistado 1: Hay otro muchacho que es produce… hortícola, ¿no? productor hortícola y tiene un local en el centro de El Bolsón. O sea que él canaliza todo lo que produce, un local importante. Hay otro muchacho en el caso de Juan que también es productor hortícola y vende en… en la feria. Eh… después tenemos el qué sé yo Pedro por ejemplo que él se dedica a producir básicamente fruta fina y que tiene un puestito donde vende regionales…
Entrevistado 2: A la vera de la ruta 16.
Entrevistado 1: Claro, en la calle.
(Entrevista a productores, Lago Puelo, marzo de 2014).
Sin embargo, la elaboración casera de dulces tiene un circuito reducido de comercialización, dado que la misma, muchas veces, no cuenta con los controles bromatológicos exigidos.
Entrevistado: La fruta también se vende, no, la fruta fina se vende, en general, la fruta… la mayoría se vende, salvo algunos, salvo algunos que hacen toda la cadena, de frutas a dulces. Pero es medio raro porque los dulces están hechos en las casas, tienen, qué sé yo, lo pueden vender acá en Epuyén, con una autorización municipal y demás, pero no lo pueden sacar.
Entrevistadora: Afuera; bromatología no tienen.
Entrevistado: No.
Entrevistadora: O en la casa.
Entrevistado: Claro, lo venden en la casa, a la gente que pasa, ¿viste?, digamos, tratando de buscarle valor. Hay chacras que hacen frutas para la venta, Juan hace algo, yo hago algo, María hace algo, están planteadas para la venta, no para la casa.
(Entrevista a productores, Las Golondrinas, febrero de 2014)[9].
Otro tipo de comercialización es el de la fruta fina “en bloque”; en este caso, la fruta se congela en bloque por medio de equipos de frío propios o alquilados, y de esta manera se puede elegir el mejor momento de la venta de la fruta producida en función del precio de la misma. El destino de dicha producción es la elaboración de dulces y licores.
Finalmente, la fruta puede comercializarse congelada individualmente. El destino principal de dicha producción es la llamada “red HORECA”, que incluye hoteles, restaurantes y caterings. En los últimos años, también se vende de esta manera a los principales centros urbanos del país para su venta en supermercados o almacenes especializados.
Estudios precedentes (Cluster Norpatagónico de Frutas Finas, 2013; Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, 2013) indican que el acceso a los distintos canales de comercialización se encuentra segmentado en función al tamaño de las explotaciones. Los dos primeros tipos de comercialización (fresco y bloque) se asocian con las explotaciones de menor tamaño (cuando se vende “en caliente” es para la industria o para la comercialización en los propios establecimientos para el turismo o en las verdulerías de la zona), mientras que el congelamiento individual tiene más desarrollo en los grandes establecimientos.
Algunas explotaciones también elaboran dulce, para lo cual incorporan dentro de su establecimiento instalaciones para realizar dicha producción. Principalmente, en el caso de las explotaciones de mayor tamaño, para la elaboración de los mismos no solo utilizan la fruta propia, sino que también les compran a terceros.
De acuerdo al Plan de Mejora Competitiva elaborado por el Cluster Norpatagónico de Frutas Finas (2013), el 50% de la demanda de fruta fina en Argentina está destinada a la elaboración de dulces y un 5%, a la industria láctea. En ambos casos, la materia prima proviene, principalmente, del exterior. El 45% restante se reparte entre el canal HORECA, la elaboración de helados y el consumo minorista, abastecido por el mercado interno de frutas finas.
Finalmente, cabe mencionar que el crecimiento del turismo en la zona, sumado a la expansión de la urbanización de antiguas chacras (producto del incremento demográfico, pero también de la búsqueda de una residencia que promueva una “mejor calidad de vida”), generan una persistente presión sobre los productores para la venta de las tierras.[10] En palabras de un productor de Epuyén:
Hay una situación, que nosotros estamos en un lugar donde el precio de la tierra es terriblemente alto, no hay ninguna actividad agrícola que puedas hacer que se compare con la montaña de oro sobre la que estás sentado. Y hay una división de la tierra muy importante. Todo está en venta, viene gente de otros lados, compra, algunos quieren producir, otros no, pero en realidad toda la producción en esta zona viene para atrás, no solamente en Epuyén, toda la Comarca. La gente nueva que viene por ahí produce, compra, algunos hacen algo productivo, pero es como un jueguito, vienen de la ciudad, vienen con un ideal; pero la gente de acá, de acá, de toda su vida de acá, vende, vende una esquina, vende la otra, cada vez quedamos más chicos, si mirás por ese lado, decís, bueno, esto es medio al cohete. Productiva no es la tendencia de la zona.
(Entrevista a productor, Epuyén, febrero de 2014).
Esta situación motiva, en algunos casos, el abandono de la producción, compromete nuevas inversiones e impacta en el perfil de productores, lo que desmotiva la incorporación de nuevos y que se queden quienes tienen una afinidad con la producción, más allá de las necesidades económicas (Easdale, 2007: 29)
En función de las situaciones analizadas en lo comercial, económico y el uso del espacio, resulta difícil avizorar, más allá de las potencialidades ecológicas que tiene la región, una nueva fase expansiva. Álvarez Buquet et al. (2016) lo vinculan también al alto costo de inversión en el momento de la plantación, el costo y disponibilidad de la mano de obra y la disponibilidad de tecnologías de frío para la etapa posterior a la cosecha.
La estructura productiva en la actualidad
Como se adelantó en el apartado precedente, si bien la producción con fines comerciales de fruta fina tuvo sus comienzos en la década del cincuenta, será en los años ochenta cuando se consolida. Muchos de los productores se asentaron en la Comarca por esos años, inclusive, manifiestan haber tenido de jóvenes trabajos manuales o profesiones que les permitieron capitalizarse y con ello, solventar el traslado de la familia y la compra de los campos (Peri y Fiorentino, 2000). De acuerdo con el informe llevado a cabo por el ingeniero agrónomo Melzner en el año 2003, el 55% de los productores tiene la propiedad de la tierra hace menos de treinta años. De la misma manera, señala el informe citado que el 66% de los productores encuestados se iniciaron en la actividad hace quince años o menos.
En la actualidad, es difícil determinar de forma precisa la cantidad de hectáreas de fruta fina y de productores en la región debido a la ausencia de datos actualizados. Sin embargo, estimaciones e información presentada en estudios antecedentes coinciden en que serían entre 190 y 200 hectáreas, llevadas a cabo por unos 200 productores, lo cual lleva a suponer que la superficie media no alcance la hectárea (valor que sería aún menor al que manejaba Tsakoumagkos a inicios de los noventa). Según el “Diagnóstico Productivo Sector Fruta Fina Comarca Andina Paralelo 42º” realizado por el ingeniero Melzner en el año 2003, la superficie promedio cultivada de fruta fina era de ½ hectárea, y el área máxima registrada por un productor era de 8 hectáreas. En el mismo sentido, el informe realizado por el Cluster Norpatagonico del año 2013 refiere que más del 80% de los productores de fruta fina lo realiza en superficies menores a 1 hectárea. Según un informante clave, existe un vasto segmento de productores pequeños (con menos de 1 hectárea); 20% tienen entre 1 y 5; y cuatro empresas más de 20 hectáreas (Entrevista a técnico, El Hoyo, febrero de 2016). Así, en la estructura productiva predomina aún hoy la producción familiar, sin grandes variaciones en la última década.
Es frecuente que los productores tengan mayores superficies de tierras que las que están abocadas al cultivo de fruta fina, ya que muchos las combinan con otras producciones, con el fin de evitar que algún fenómeno climatológico eche a perder la totalidad de lo cultivado; como así también participen de actividades relacionadas con el turismo, y de este modo reparten no solo los riesgos y potenciales pérdidas, sino también las posibles ganancias. En esta línea, de acuerdo a las entrevistas realizadas, los productores pequeños desarrollan actividades extraprediales, tanto dentro del sector público como en otras áreas profesionales, mientras que eso no se observa tan claramente en los demás productores.
Entrevistada: Entonces mucha gente como que con lo primero con lo que arranca es con la frutilla, o tienen frutilla y frambuesa, entonces arman como un pack y venden un poco, o sea, como que a los mismos clientes, digamos, les presentan las dos cosas…
Entrevistadora: ¿Y en general eran productores que vivían de su actividad agropecuaria, o tienen algunas otras actividades?
Entrevistada: No, no… Estos todos tienen otra fuente de ingreso. Todos, todos, todos (risas). Estoy pensando, a ver si hay alguno…
(Entrevista a técnica, El Bolsón, marzo de 2016).
Ejarque y Di Paolo (en prensa) relacionan esta pluralidad de actividades con la negativa de las nuevas generaciones, hijos de los pequeños productores, a involucrarse con la fruticultura, por lo cual son estos jóvenes los que en el mismo predio o en los poblados realizan actividades complementarias, como la venta de productos elaborados o el agroturismo.
Entrevistada: Hay chacras que antes eran producciones de fruta fina y se están loteando… Muchos. Es más, toda esta zona de Villa Turismo había muchas chacras antes de frutas finas que hoy por hoy son casas con cabañas. Casas, más cabaña, más cabaña.
Entrevistadora: Es la misma gente, ¿no?
Entrevistada: Y, son los hijos o son las mismas familias.
(Entrevista a técnica, El Bolsón, marzo de 2016).
Otra estrategia que los diferencia a los productores pequeños de los medianos y grandes es el tipo de relación que encaran con los diferentes organismos del Estado. En este segmento, se destaca en los últimos años la formación de distintas asociaciones o cooperativas de productores, con el objeto de –según lo mencionado en entrevistas– posibilitar el acceso a distintas líneas de créditos o subsidios, representar a los mismos productores frente a las diferentes instituciones estatales y brindar servicios técnicos o financieros para otros –generados con recursos públicos–, como el alquiler de herramientas, maquinarias o microcréditos. Muchas de estas asociaciones incluyen también a quienes tienen otras producciones, pero comparten, como característica común, la reducida extensión de sus explotaciones.
Entrevistadora: ¿Todos producen fruta fina? ¿Hay una diversidad?
Entrevistada 1: Ese es el problema que tenemos acá, es que hay mucha diversidad.
Entrevistada 2: Somos todos distintos, pero somos todos básicamente agrícolas, invitamos a los chancheros, pero no vienen.
Entrevistadora: ¿En término de tamaños son parecidos?
Entrevistada 1: Somos todos chicos.
(Entrevista a productores, Epuyén, marzo de 2014).
En el caso de los productores medianos y grandes, surge de las entrevistas que, si bien también participan de algunas asociaciones, como la Cooperativa del Paralelo 42º o el Cluster, no lo hacen en las asociaciones de productores zonales, dado que, según comenta un gran productor, poseen objetivos diferentes.
Con respecto al capital fijo que poseen, según las entrevistas, aquí también puede observarse un diferencial en función del tamaño de las explotaciones, especialmente entre los pequeños productores y los demás. Recuérdese que, como se mencionó más arriba, la forma de comercialización de la fruta fina dependerá en parte de la posibilidad de contar con equipos de frío o acceder a ellos. Los de menor tamaño pueden tener algún equipo familiar o comercial, pero no específico para esta actividad, o en todo caso alquilar un espacio en las cámaras de la cooperativa o de las asociaciones de productores. Esta falta de equipamiento y/o su poca disponibilidad condiciona las posibilidades de venta y por eso, muchos optan por la venta “en caliente”. En cambio, los productores medianos y grandes entrevistados coincidieron en que poseen equipos de frío propios que les permite realizar la venta de la fruta congelada y/o luego elaborar derivados, principalmente dulces y mermeladas, e inclusive, pueden llegar a comprar fruta a otros productores. Su comercialización se realiza bajo marca propia, aunque también puede ser que elaboren “a fason” para terceros. Las mejores condiciones para esta elaboración por parte de los establecimientos de mayor tamaño les permite contar con las habilitaciones necesarias para que sus productos no solo se comercialicen localmente, sino que se introduzcan en canales masivos de venta (supermercados) y/o especializados (almacenes gourmet), en la región y en el resto del país. Respecto a estos últimos, son estos productores los que pueden aprovechar la tendencia internacional de valorizar estos cultivos por sus cualidades naturales y nutritivas. También son estos mismos los que pueden acceder a nichos del mercado que pueden pagar mayores precios por productos certificados como orgánicos[11].
En relación al uso de la mano de obra, como se mencionó en el primer apartado, la fruta fina es intensiva en su demanda de mano de obra en el momento de la cosecha (verano), y decae en las demás labores culturales (desmalezado, poda, fertilización, mantenimiento del riego, atado de las plantas). Los asalariados, como en la mayoría de las cosechas de Argentina, cobran a destajo (según la cantidad de producto obtenido) o por día, cuando realizan labores culturales. Existen distintas variables que condicionan la organización del mercado de trabajo; entre estas, las variedades producidas y el destino comercial de la fruta (Cobelo y Echagüe, 2007). Por ejemplo, puede mencionarse que el cultivo de especies con doble floración (y consecuentemente, doble cosecha), así como la presencia en un establecimiento de diferentes frutas, permite un escalonamiento del trabajo con la consecuente extensión de la temporada de trabajo. Como también a medida que la calidad demandada aumenta, en función del destino comercial (especialmente, si es orgánico), se reduce la productividad del trabajo y se incrementa la necesidad de trabajadores.
Investigaciones precedentes afirman que ocupa entre 100 y 130 trabajadores permanentes y más de 43 000 jornales anuales en trabajadores transitorios (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, 2013). Para la cosecha, según datos relevados por el INTA en 2008 (Mariño, 2008), se necesitan en promedio 406 cosecheros por quincena.
Según el estrato de productor, estas tareas pueden ser realizadas por los productores y sus familias o contratando mano de obra asalariada. En el caso de que las ocupaciones extraprediales sean prioritarias, en estos establecimientos, por más que sean pequeños en cuanto al volumen productivo, suelen contratar mano de obra permanente (Peri y Fiorentino, 2000).
Existen dificultades significativas para conseguir mano de obra, especialmente calificada, para el momento de la cosecha[12]. En 2008, esta situación se volvió tan relevante para los productores de la zona que se conformó, a través del Foro de la Fruta Fina, un equipo de trabajo para evaluar el estado de situación. Ante estas dificultades, los productores desarrollan diferentes estrategias.
En los últimos años, los productores “grandes” han recurrido a dos estrategias para la reducción de estas dificultades para proveerse de mano de obra. En primer lugar, la ocupación de trabajadores migrantes. Según Mariño (2008), el 14% de los establecimientos de la región traen trabajadores y esta ocupación varía durante la temporada, y en el momento de mayor demanda (primera quincena de enero), se registra un 30% de la mano de obra que es de afuera de la zona. En segundo lugar, aunque todavía están en etapas de pruebas, es el reemplazo por maquinarias, presentes en algunos de los principales competidores de Argentina, como Chile y Polonia. Sin embargo, su implementación está restringida por el tamaño de los predios y la necesidad de realizar cambios en las estructuras de las plantaciones (Cluster Norpatagónico de Frutas Finas, 2013) y según algunos entrevistados, al tipo de mercado de destino de la fruta.
Por su parte, los productores de menor tamaño que no pueden recurrir a trabajadores migrantes (por los costos de transacción y las dificultades para alojarlos en los predios) tratan de asegurarse a los trabajadores locales “buenos” que necesitan para la cosecha yendo a buscarlos para que vayan a las chacras y dándoles otras tareas para desarrollar durante el año[13]. Para muchas tareas, como la cosecha y las labores culturales de la poda, el atado y la fertilización, también recurren al autoempleo personal y familiar, salvo que por la multiocupación, tengan que contratar mano de obra externa a la familia (Peri y Fiorentino, 2000).
Consideraciones finales
Si bien la producción de frutas finas lleva más de medio siglo de presencia en la zona de la Comarca Andina del paralelo 42, la investigación realizada permitió reconstruir distintos momentos históricos. Estos conforman apuntes para identificar continuidades y cambios en las formas de organizar la producción y en los agentes sociales que la conforman y que aportan al objetivo general del proyecto en que se insertó en el análisis de las dinámicas y movilidades territoriales en zonas vinculadas a actividades agropecuarias.
Asimismo, este trabajo pone en evidencia que las tendencias de transformaciones recientes del agro latinoamericano no se expresan de forma homogénea en todos los rincones del continente. Esto aplica especialmente en zonas marginales, cuyas economías y dinámicas sociales estuvieron durante gran parte de su historia desligadas de los mercados nacionales e internacionales y por lo tanto, las transformaciones llegan tardíamente, de forma parcial y/o modificadas como consecuencia de procesos de cambios previos.
En el caso de la producción de frutas finas en la Comarca Andina del Paralelo 42, procesos como el avance de las empresas transnacionales y/o su control por medio de tecnologías desarrolladas por ellos no se presenta.
Asimismo, se observa una integración vertical, pero no solo en grandes empresas, sino también como una estrategia comercial de los pequeños y medianos productores para mantenerse en la actividad y en algunos casos, expandirse.
Si bien los cambios en los patrones de consumo motivaron el crecimiento de la actividad, estos actúan como una orientación o referencia, pero no llegan a consolidarse como un determinante para producir bajo certificaciones o estándares de calidad.
Sobre este punto, puede mencionarse, también, la relación que se estableció entre la producción de fruta fina y el turismo, que si bien, por un lado, es uno de los destinos de la misma producción y de sus derivados –mermeladas, licores, etcétera–, por otro, el aumento del turismo ha abierto otras posibilidades para el aprovechamiento de la tierra. Esto generó un achicamiento de las superficies de explotación, especialmente en los productores más pequeños, así como también un aumento de las dificultades para ampliar la superficie de explotación.
Más allá de ello, se observa, en los últimos años, un fuerte apoyo del Estado para el desarrollo de la producción y la superación de las dificultades de tecnologización del sector. El alto nivel de capitalización que se requiere para producir otros cultivos en el contexto agropecuario actual no se observa en este caso, aunque esto no quita que la implantación del monte frutal sea una inversión inicial importante para la cual el Estado también ha colaborado en muchos casos.
En relación al asentamiento, en el caso de la mano de obra, se observa una tendencia a la urbanización de la misma, lo que no ocurre en el caso de los productores, en los que predomina su origen urbano, pero conservan su residencia rural.
Para finalizar, se puede concluir que en la estructura productiva actual de esta región se observa una clara estratificación de los productores en función de la cantidad de hectáreas de producción, el capital, la tecnología disponible y la cantidad, origen y otras características de la mano de obra empleada. Estas características también configuran escenarios diferentes según el estrato de productor respecto a la comercialización de los productos y a sus formas de organización.
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- Este trabajo se realizó en el marco de la beca posdoctoral de una de las autoras, Mercedes Ejarque, y del proyecto “Estudio exploratorio sobre las transformaciones territoriales y ambientales y sus impactos socioproductivos y laborales en torno a la producción de frutas finas en la Comarca Andina del Paralelo 42” del Programa de Reconocimiento Institucional de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, dirigido por María Marcela Crovetto y Mercedes Ejarque.↵
- La Comarca se conforma por los municipios de El Bolsón, El Hoyo, Epuyén, Cholila, Lago Puelo y El Maitén y la Comisión de Fomento de El Manso (art. 5).↵
- Indicador que probablemente esté subestimando la población actual, ya que según informantes clave, la zona continúa recibiendo nuevos habitantes. ↵
- En esta región, se incluye la producción de frambuesas, frutillas, corintos, cerezas, arándanos, guindas, saucos, grosellas y boysenberries.↵
- Principalmente, se destaca su intervención a través de políticas de subsidios, la protección del mercado interno y las regulaciones indirectas del mercado. ↵
- En Estados Unidos, se consume fruta fina durante todo el año y por eso, generan demanda en su contraestación hacia los países del sur. El acceso a estos mercados mejoró con la autorización del ingreso de los arándanos en 1994 y la declaración de Área Libre de Moscas de los Frutos en 1999 (Kramer, s.f.).↵
- En un estudio sobre la frambuesa, Kramer sostiene que “el consumidor final, al momento de decidir la primera compra, demanda calidad en términos externos, apariencia, frescura y presentación entre otras” (Kramer, s. f.: 24).↵
- Algunos agentes sociales sostienen que una nueva modificación del tipo de cambio puede dar un nuevo puntapié para la comercialización en el exterior de los productos. ↵
- Los nombres fueron modificados para conservar el anonimato de los entrevistados. ↵
- El turismo y las frutas finas se vinculan por lo económico (Madariaga, 2009), pero también por actividades que buscaron promover la identidad comarcal, como la creación de la Fiesta de la Fruta fina en 1986 (Crespo y Tozzini, 2009).↵
- A diferencia del pasado, la mayoría de los productores grandes ya no estarían destinando sus conservas para el exterior, inclusive entre los orgánicos, por los altos costos de transporte y la pérdida de competitividad internacional.↵
- Por competencia con otras actividades, como el turismo y la construcción, y porque el trabajo de cosechero tiende a ser percibido como poco gratificante y de bajo rendimiento (Cobelo y Echagüe, 2007).↵
- Los cosecheros que residen en la zona completan su ciclo ocupacional con otras changas en el agro, como la recolección de mosqueta, nueces y hongos, o en tareas “urbanas” de la construcción o contrataciones temporarias para el Estado. Como muchos cosecheros son jóvenes o mujeres, también hay casos en los que durante el año no tienen otros trabajos remunerados, sino que se dedican al estudio o a las tareas del hogar y el cuidado de los niños.↵