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4 El detective, el asesino, la venganza, el amor y la política

México: Élmer Mendoza y Guillermo Arriaga

Élmer Mendoza publica El asesino solitario en 1999. Es una novela sobre el detective, el asesino y la política[1]. La trama de la novela se desarrolla al inverso de las novelas de detective: el asesinato será al final. Todo el relato es la preparación del acto contra el candidato del PRI a la presidencia, en Culiacán, por la mañana, el mismo día de su real asesinato en Tijuana, el 23 de marzo de 1994, a la tarde. Pero el crimen no alcanza a consumarse: se espera que pase algo que nunca ocurre. La política es el trasfondo de la novela.

En el mismo año, ocurrió el levantamiento zapatista en Chiapas: “Estaban dispuestos a morir luchando porque de todas maneras se morían de hambre” (2014 [1999], p. 47). Entonces el jefe H. lo dice: “Chiapas es tu destino, dijo, y tu misión eliminar a tres dirigentes zapatistas” (p. 85). Antes, ya se había encargado de ataques a estudiantes.

La tensión narrativa es la conspiración, el escenario del crimen, aunque no acontezca. El clima se establece desde el cotidiano. En verdad, Macías va a percibir al final que él sería también víctima del dispositivo.

Los personajes también vienen de la política, aunque como alias: Abrahan Malinovski, periodista; el líder zapatista Subcomandante Lucas; el Comisionado por la paz en Chiapas, Samuel Machado; el candidato presidencial del PRD Cardona; el candidato conservador del PAN, Max, y Luis Eduardo Barrientos Ureta, el asesinado.

Los protagonistas son: Jorge Macías, el narrador, el sicario de rasgos indígenas, solitario, con amantes ocasionales, apegado a su pistola (1999, p. 87): de joven fue porro, gatillero del gobierno y otros ambientes criminales. Unos son politizados; otros, no, quieren una lana. Es un sicario receloso, traicionado por su amante y su mejor amigo. Fue del grupo de seguridad de la presidencia. El Veintiuno, que lo contrata, relacionado con los guardaespaldas de la presidencia de México: Harry Sucio, Kalimán, Roldán. A todos, Macías los va a matar; “el Willy”, su amigo de infancia, que lo traiciona y al que mata.

Otra protagonista es Charis, la amante de Macías, casada con un intelectual ligado a los zapatistas, el Fito, “[…] se sentía desalentado de la vida, que no entendía nada, no se explicaba qué había ocurrido: cayó el socialismo […]” (1999, p. 23). Y al final el Fito dice: “Me parece que el intento que fue la guerrilla en México fue un fracaso brutal, tiempo perdido vilmente, romanticismo de baja estofa, totalmente embalado” (1999, p. 26).

Por fin, están presentes los narcotraficantes, pero el narrador dice: “Te recuerdo que con narcos no me meto” (Mendoza, 2014 [1999], p. 14), los policías judiciales y el Vikingo, “el consentido de los narcos” (Mendoza, 2014 [1999], p. 122), que a Macías persigue y casi lo mata.

La novela se escribe en lenguaje sinaloense, un modismo regional, lleno de términos que vienen del inglés: wachar, estánbai, guiskis. El multiculturalismo también está entramado en el relato, pues está tanto la cultura popular mexicana –“Todo normal: gente matándose en todo el mundo” (1999, p. 182)– como la norteamericana y los Beatles.

El espacio narrativo es el contexto de una mentalidad criminal. Pero el relato pasa la idea de la muerte, con la idea de que alguien que detenta el poder tiene que morir, pues “ahora la gente se muere muy sana” (1999, p. 185). Todavía, la tensión narrativa suspende el desenlace del enigma (1999, p. 228).

La novela Balas de plata (2008) tiene su narrativa en torno al enigma del asesinato de Bruno Canizales, hijo de un exministro de Agricultura, un prestigioso abogado con doble vida, al que encuentran muerto por una bala de plata. Ubicada en Sinaloa, en las ciudades de Culiacán y Mazatlán: “La modernidad de una ciudad se mide por las armas que truenan en sus calles” (2008, p. 11).

El narrador, y principal personaje, es el detective Edgar Mendieta, “el Zurdo”, que, abandonado por su mujer, está en vueltas con el psicoanalista, y ocurren sucesivas apariciones de cadáveres en pocos días, los “encobijados”. Hay varios personajes policías, “pero cada quien eligió un territorio”: unos sometidos a los narcos –el comandante Pineda–, otros honestos. Los narcos están representados por Marcelo Valdés, con sus relaciones de negocios y sus artimañas políticas. Abelardo Rodríguez es el padre de Paola y Beatriz; Hildegardo Canizales, padre del muerto, “compartía con amigos del gobierno y del mundo empresarial”, va a buscar el apoyo del capo para su campaña política.

Muchas son las mujeres en la narrativa, sean policías, sean damas del narco –la capista Samantha Valdés–, sean simplemente mujeres bonitas o mujeres en amores lesbianos y con hombres (2008, p. 144). Hombres con amores femeninos y homosexuales, toda una polisemia pasional se inunda en el libro, incluso de los recuerdos de seminario del detective Zurdo.

La investigación recorre los barrios y las mansiones de políticos y capos del narco, reporteros y bares de mala muerte. Las calles están sembradas por camionetas Lobo y Hummers negras, de guaruras y sicarios.

Las referencias culturales son múltiples: Shakespeare, Capote, Munch, Jacques Kerouac, Erich Fromm, a la música norteamericana y a los Rolling Stones, a la cultura mexicana –Frida Khalo, Pedro Páramo, Fernando del Paso, Carlos Fuentes, Eduardo Antonio Parra, Jesús González Dávila, Los Tigres del Norte y la televisión del reportero Daniel Quiroz–, y también El amor en tiempos de cólera.

Estamos en un intrincado nudo de distintos intereses, pasionales y criminales, o los dos a la vez. La bala de plata tanto era “indicador del nivel social del asesino” (2008, p. 51) o de los narcos (“solo los narcos podrían usar balas de plata”), como símbolo de sexualidad exacerbada, de los “apetitos sexuales” (2008, p. 204). El enigma permanece, al igual que el suicidio de Abelardo Rodríguez. Así, el asesinato se queda sin elucidación: la vida continuaba a morir (2008, p. 253). Al igual que si el “[…] recuerdo de su amor imposible le remojaba el corazón, sólo las cosas insolubles valen la pena” (2008, p. 99), “el Zurdo” buscaba hacer justicia, quizás una tarea imposible en aquel mundo de plata y plomo.

La novela de Élmer Mendoza Besar al detective (2015) revela las complejas relaciones entre los agentes de la ley y los narcotraficantes, demostrando las nuevas configuraciones de la novela de la violencia como género distinto de la novela policial.

Los personajes son múltiplos, ubicados en distintas posiciones del espacio social. El principal personaje es el detective “el Zurdo” Mendieta, de Culiacán (Sinaloa). Su asistente es Gris Toledo, el forense Montaño. Los otros policías son el capitán Bonilla, el comandante Pineda, el comandante Briseño y Trocas Obregón. En las sombras, está un alto funcionario del gobierno: el señor secretario, exembajador.

Luego se señala la violencia policial: “Lo deben estar interrogando y a lo mejor hasta torturando. ¿Han oído hablar del Campo Militar número uno?”. Así cómo va a mencionar los casos de la policía americana: O. J. Jackson, Rodney King (2015, p. 187) y Ferguson (2015, p. 208).

De los narcos, la presencia fuerte es la de Samantha Valdés, la capisa del cartel del Pacífico, guapísima. Los sicarios del Cártel del Golfo y otros. En otras palabras, estamos en un mundo de “narcos, polis y sardos” (2015, p. 103).

La novela se desarrolla en las ciudades de Culiacán, Tijuana, Los Ángeles, Tecate, San Diego y Ciudad de México. Inicia la novela con una balacera que interrumpe el viaje de Samantha Valdés a Tijuana para una reunión con varios carteles. La llevan a la clínica Virgen Purísima.

La trama es demarcada por los muertos: el adivino, la balacera del Puente, el muerto de Cinépolis, tres acribillados, el acribillado en el DF, Zurdo acertó a Wence con tres plomazos, catorce muertos en la salida del Hospital, el Ratón Loco, el secretario y sus guardaespaldas; la balacera que mata a los agentes del FBI. Serían “suficientes cadáveres como para abrir un cementerio” (2015, p. 161). Ayotzinapa figura.

La novela inicia con un enigma clásico: “el Zurdo” Mendieta y Gris Toledo observan brevemente el cuerpo desmadejado de un hombre joven. Leopoldo Gámez, adivino, fue víctima de un narquillo que apodan el Gavilán: “[…] por la forma, tantos balazos y eso, estoy entre que fue Al Capone o Escobar Gaviria” (2015, p. 16). Pero en el desarrollo de la novela, otro acontecimiento se perfila: el secuestro del hijo de “el Zurdo”, Jason, en Los Ángeles. En este momento, “el Zurdo” “sintió la boca seca, agria: el sabor del miedo” (2015, p. 150). Una voz lo llamó: “Vas a pagar todas las que debes, viejo cabrón” (2015, p. 166). Y pide ayuda a Samantha Valdés.

Sigue “el Zurdo” hasta el hotel Sunset Marquis, en West Hollywood, “reservado por el cártel” (2015, p. 154). Hotel favorito de los rockeros. Se amplía el espacio romanesco: de Sinaloa a Estados Unidos, de Los Ángeles a Tecate, y la vuelta a Los Ángeles, después Sinaloa: fronteras porosas en un internacionalismo de la trama.

Reencuentra la madre de su hijo, Susana, que lo lleva a Chuck Beck, amigo de su hijo. Este le dice: “la última vez que vi a su hijo […] lo esperaba una chica preciosa, de pelo rojo, rizado y largo; se besaron y se fueron juntos” (2015, p. 174). Más tarde, va a recibir un “trozo de dedo” (2015, p. 193).

Entonces aparecen los policías americanos: Wolverine, exdetective del Departamento de Policía de Los Ángeles; los hombres de gris, el agente Jeter y otros más, y Win Morrison, “agente del FBI con quien coincidió en un caso en Culiacán” (2015, p. 176), que le propone encontrar a su hijo: “Pondré todo a su servicio si me ayuda a detener a Samantha Valdés” (2015, p. 178).

Hay toda una polifonía cultural en la novela. Por un lado, los rockeros son la presencia constante: cerca de veinticuatro rockeros. Por otro lado, está la música mexicana. No falta el cine. Algunas referencias demarcan gustos romanescos: Daniel Sada, Una de dos y quizás por elipse: un bar llamado Philip Marlowe, o el restaurante Qiu Xiaolong. Así es que el leguaje incorpora la frontera porosa: “Hace más de un año que no lo wacho” (2015, p. 19). Por eso, se bebe whisky y tequila.

El epílogo de la novela es sorprendente por causa de los blancos, los norteamericanos: “En ese momento se desató la balacera” (2015, p. 249). Así es que “nunca pensé que tuviera tanta fuerza el Cártel del Pacífico” (2015, p. 253). Pero “ni tu vida ni la mía son lineales” (2015, p. 107).

Después de ayudar a la fuga de Samantha Valdés del hospital, el comandante Briseño le informa que la Policía Federal lo buscaba. Configúrase el dilema de “el Zurdo”: “Era un policía con cierto grado de corrupción, cierto, pero no chivato” (2015, p. 215).

En verdad, el enigma es faustiano:

¿Estoy a punto de vender mi alma al diablo? (2015, p. 216).

¿Pero, a cuál diablo uno vende su alma para continuar su vida? Estamos no en el campo de la ley sino en el campo de la venganza: “[…] la venganza es un plato que se come frío” (2015, p. 248).

Recordemos: en el romance del enigma, el detective era el héroe; en el roman noir, el antihéroe; ahora, en la novela de la violencia emerge el contrahéroe. En esta novela, no hay tragedia ni destino, sino que el contrahéroe va por un itinerario de dinero y poder marcado por la sangre, con algunos momentos de un amor vulnerable.

La novela Asesinato en el parque Sinaloa, de 2017, es un relato en el que la violencia, el narcotráfico, la corrupción y el amor se entretejen en un retrato del presente de México.

El personaje principal, el detective Edgar “el Zurdo” Mendieta, ha decidido retirarse de las fuerzas policiales.
Desencantado y hastiado por la violencia, parece sucumbir ante el consumo del whisky Macallan: “Se encontraba en la sala de su casa, despeinado y rozo, ojos apagados, rostro de perdición. Olía mal. Si interés por la vida era leve, incluso estaba muy delgado” (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 19).

Pero Abel Sánchez, viejo amigo y mentor, hace que vuelva como detective por un favor al que “el Zurdo” no puede negarse: hallar al asesino de su hijo, el abogado Pedro Sánchez Morán, quien fue encontrado muerto en el Parque Sinaloa, en Los Mochis. Su novia, Larissa, estaba a su lado, un aparente suicidio. Comenta el policía “el Pargo”: “Nunca he sabido de un suicida que se dispare en un ojo, generalmente lo hacen en la sien o en la boca” (p. 51). Los asesinos se desvelan de pronto, invirtiendo el enigma: los sicarios Minero y Valente están en el primer capítulo del libro.

La policía de Los Mochis cerró el caso sin investigación alguna, pues dan por hecho que Pedro fue asesinado por su novia, la también abogada Larissa Carlón, cuya muerte reciente fue asumida como suicidio. El problema es que Larissa era amante del narcotraficante Grano Biz. Decía la vecina: “agregó que durante un mes vieron llegar a un hombre que podría ser narco, siempre lo esperaban afuera dos guardaespaldas, pero que había dos semanas que no se paraba por ahí” (p. 54).

Un amigo lo comenta: “Un día Larissa comentó que se había involucrado con un hombre poderoso y que Pedro no lo estaba tomando bien (p. 75). Y los detectives encontrarán en la casa de Pedro Sánchez un mensaje: “Vas a morir, decía una tarjeta media carta partida en dos” (p. 80).

Los otros policías son: la asistente Gris Toledo, que pide que su jefe vuelva, que comenta varias veces: “La violencia es un horror, todos los días escucho balaceras y ya no quiero saber nada de eso” (p. 20). Y el comandante Briseño, con varias faces: “Sacó de su escritorio un sobre manila con dinero y se lo pasó, era una paga sin origen que recibían por no ver, lo oír y no hablar” (p. 31). O sea, la corrupción está presente. Dice el jefe narco:

Minero, los marinos andan rondando y necesitamos tener despejado el lado de la policía, el Ostión ya está con Platino y Rendón es gente del Grano Biz, busca a ese poli y ofrécele alfo además de tu amistad; si se pone charrascaloso le regalamos un carro o le pegamos un tiro (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 96).

Aparecen aun Ortega, el forense Montaño, el comandante Rendón, el Pargo Fierro, Robles, Mendívil y el policía federal Ostión, que sirve a los narcos también: “Policía y narco se escudriñaron brevemente. Ambos sabían sus historias y conocían sus límites” (p. 120). Así como “hay miradas que matan, pero esta era sentencia de muerte” (p. 121).

Ahí está la Marina: los retenes, los elementos de la Marina patrullan Los Mochis: “Las camionetas de la Marina avanzaban lentamente por el bulevar mal iluminado, pudo ver a los soldados escudriñando sin objetivo fijo, algunos distraídos” (p. 70).

Las mujeres de “el Zurdo” son: Susana, la madre de su hijo Jeanson; la doctora Janeth Fierro, con quien va a tener noches calientes y breves.

Los narcotraficantes son varios. Primero, Perro Laveaga, el jefe de los jefes –“si ya saben cómo soy para que me atrapan” (p. 33)–, cabecilla del cártel del Pacífico, que se ha fugado de la prisión de máxima seguridad de Barranca Plana, y todo parece indicar que está escondido en alguna parte de la ciudad. El poderoso narcotraficante está actuando con imprudente descuido; confía demasiado en el Grano Biz, su lugarteniente en la zona, y, además, su obsesión por una mujer lo tiene trastornado. El Grano Biz, que bebe Buchanan’s, cerveza, escucha corridos, los sicarios Minero y Valente. Y los colombianos aparecen (p. 57). Los narcos se quieren relacionar con los marinos:

Quiero saber quién está de mando de los marinos por si debemos negociar; lo encuentras, le doras la píldora y le preguntas cuánto quiere, ¿entiendes? Todos tenemos un precio… gracias a nosotros la policía mexicana está menos pobre, aunque algunos se vuelven millonarios (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 107).

La presencia que retorna es la de Samantha Valdés, la capisa del cartel del Pacífico, guapísima, nombrada “Titanio”. Llama a “el Zurdo” repetidas veces: “De nada y cualquier cosa que se te ofrezca, ya sabes que jamás abandono a mis amigos, y no te quedes en Los Mochis más de la cuenta” (p. 61).

En ambiente se esclarece, quizás una Hummer: “Una camioneta negra con los vidrios polarizados y un hombre armado en la caja circulaba despacio” (p. 68). Resalta con fuerza los conflictos entre los diversos policías, llegando a enfrentamientos armados, y a recuerdos dramáticos, como el de Ostión sobre “el Zurdo”: “¿No me digas, el corrupto que desgració a mi compa Trokas? El mismo. Por qué te entrometiste, eh, ¿pinche Pargo? Obregón era mi compa; maldita plaga de Egipto, entre más pronto la erradique mejor” (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 144).

La situación límite fue el secuestro de “el Zurdo” por Ostión:

Lo llevaran a una sala de interrogatorios de la Policía Federal, un tétrico cuarto de tortura utilizado por última vez en el movimiento estudiantil Yo Soy 132 y que estaban rehabilitando para los maestros que exigían una revisión de la Reforma Educativa, que el gobierno se empeñaba en imponer a punta de huevo gordo (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 191).

Llegan los marinos y le proponen un acuerdo:

Edgar Mendieta, violaste once leyes y todos los códigos de honor de la Policía mexicana, además de faltar al respeto al Ejército, […]; estás acusado de colaborar en la fuga de Samantha Valdés y te señalan en Estados Unidos como el asesino de la agente especial de FBI Win Morrison, estás enterado? […]. Además, cae sobre tus espaldas haber provocado la muerte del teniente de la Policía Federal César Obregón, conocido como el Trokas. […]. Si colaboras con nosotros te dejaremos libres al terminar el operativo” (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 202).

Ya viene la figuración del narco. El deseo más grande de “el Perro” es reencontrarse con Daniela Katz, locutora de gran audiencia, quien ha prometido hacer una radionovela sobre la vida del capo. El Jefe contesta a una pregunta de Grano por Daniela Katz:

Pasó a la historia, quería hacer una telenovela de mi vida que yo la financiara y eso esta de la chingada; les paga a los de los corridos, a los de los cines, ¿a los políticos y también pagar por una telenovela? No se me hizo onda” (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 69).

Hay toda una polifonía cultural en la novela, nacional y universal. Resuenan las palabras del inglés del norte de México: whiskies. El gusto cultural gotea. Por un lado, los músicos son la presencia constante: Elton John, Gary Moore, Europe, Marvin Gaye, Wham, los Tigres del Norte (“La Reina del Sur”), Armando Manzanero, Juan Gabriel, Billy Joel, Los Cadetes de Linares, Chalino Sánchez, Gipsy Kings, Dustin Springfield, The Cranberries, Los Broncos de Reynosa, Marafona, Bryan Ferry, Frankie Valli, Elvis Presley, Lalo Schifrin, Johnny Cash, Paul McCartney, Bread, Alison Krauss y Amii Stewart.

Menciona cuadros de los pintores Ricardo Corral, Alejandro Álvarez y Efraín Meléndrez. Continuando, algunas referencias demarcan libros: de poetas, Jaime Labastida, Mario Bojórquez, Alfonso Orejel, León Cartagena, Juan José Tablada, Gilberto Owen; novelas, Rosa Beltrán, Mónica Lavin, Ana Clavel, Ernest Hemingway, Proust, Ferrus, Aldous Huxley, Oscar Wilde, Don Winslow; el recuerdo de un “Maldito Werther mexicano perdido en su propia habitación” (p. 160) y el libro donde Sérgio González Rodríguez nos cuenta de las muertas de Juárez” (p. 220).

Y al teatro: Ben Brown, 3 días en mayo. Esto significa que hay todo un mapa de referencias literarias, con el cual se nos revela la arquitectura novelesca del autor. Los grandes whiskies resuenan a lo largo de las páginas: Macallan, Buchanan’s, Glenfiddich, Johnnie Walker Gold.

En esta novela hay un destino secular, pues el contrahéroe va por un itinerario de dinero y poder marcado por la sangre, con algunos momentos de un amor vulnerable y tenue. “El Zurdo” se encuentra con Janeth, que “lo estaba atrapando con sus miradas de gata adormilada, su cabellera dorada y la complicidad del cuerpo) (p. 116). Después,

Entraron. Luz tenue. Ojos que ven corazón que siente. Es increíble la velocidad con la que los besos consiguen que la ropa estorbe. Janeth, cuerpo delgado, firme y cálido. Mendieta, lamiendo, chupando, mordiendo suave, contribuyendo a definir los tiempos de Proust, Ferrus y Aldous Huxley (Élmer Mendoza, Asesinato en el parque Sinaloa, p. 117).

Después de una balacera en el restaurante de la playa, todos se van, menos dos: “Solo la pareja que se besaba continuó en lo suyo, susurrando al mundo que el amor y los balazos son incompatibles” (p. 94). Esta novela es una reflexión sobre nuestro tiempo.

Convergen la pasión y el crimen: una novela que recuerda que la pregunta fundamental de la literatura policial: ¿quién diablos es el culpable? Pero ahora hay tantos muertos que los culpables son varios, algunos que no son identificados. Y el desenlace es por lo menos inusual, porque de los narcos que son apresados por “el Zurdo”, esfúmase el asesino, que era un policía.

Recordemos: en el romance del enigma, el detective era el héroe; en el roman noir, el antihéroe; ahora, en la novela de la violencia, emerge el contrahéroe, en un mondo de vínculos entre lo ilícito y el lícito, un entrelazamiento del orden y del desorden.

La novela publicada en 2021, Ella entró por la ventana del baño, trae el personaje Sebastián Salcido, alias “el Siciliano”, libre después de pasar más de dos décadas en prisión. Es el líder de un grupo de exmilitares dedicados al narcotráfico. Lejos de suavizarse en la cárcel, ahora busca con ferocidad vengarse del excomandante de la policía que consiguió arrestarlo.

“Quizá deba considerar la duda de Hamlet: ser o no ser, es la bronca”. Reafírmase la polifonía de la publicación, trayendo referencias a grandes escritores, así como a músicos (los Beatles y tantos otros).

“El Zurdo” Mendieta deberá atraparlo, pero muy pronto descubrirá que se trata probablemente de uno de los rivales más poderosos y desalmados, corruptor de políticos y de militares, que ha enfrentado en su carrera de detective.

Por si las cosas no fueran lo suficientemente difíciles, “el Zurdo” tiene una misión paralela: encontrar al antiguo amor de un empresario moribundo. Ricardo Favela, de 86 años, está en el hospital, y los médicos le dan una semana de vida. Su último deseo es volver a ver a la mujer con quien vivió una intensa pasión hace 22 años. Pero ni siquiera sabe su nombre. Reanudan páginas de elegante erotismo, recorriendo el cuerpo femenino. Asimismo, múltiples roturas de civilidad tejen la vida cotidiana en la trama de la novela.

Samantha Valdés, jefa del cartel del Pacífico y amiga de “el Zurdo”, decide ayudarlo, porque sabe de quién se trata. El Siciliano se ha convertido en una amenaza implacable.

¿Qué resultará de esta alianza contra un enemigo común? “El Zurdo” Mendieta está en una carrera contra la muerte, a la que ahora verá de frente. ¿Al cabo de la investigación detectivesca hallará al viejo amorío de Favela? Más una vez, el policía recure a la capisa. La política se hace presente, estas alianzas tan peculiares de la sociedad mexicana de hoy día.

Guillermo Arriaga[2] escribe sobre violencia, la venganza y el amor, desde su primera novela, Un dulce olor a muerte (1994), que tiene una trama sencilla: la narración de los acontecimientos que se precipitan en un apartado pueblo mexicano, Loma Grande, después de que una mañana aparezca en un cañaveral el cuerpo desnudo de una joven, Adela, asesinada. Una novela rural de amores, códigos de honor, rumores y venganza.

Ramón Castaños, un adolescente que vive en un pequeño poblado en Tamaulipas, descubre en un sembradío el cadáver desnudo y apuñalado de Adela, una muchacha a quien apenas conocía. Cuando el resto de los pobladores llega a la escena del crimen, corre el rumor de que quien ha muerto era la novia de Ramón: “Ramón trató de alcanzarlo, de poner en claro que Adela no había sido nunca su novia y que le era tan ajena como a todos los demás. El gentío se lo impidió” (Guillermo Arriaga, Un dulce olor a muerte, p. 17).

La novela presenta dos casos amorosos: el imaginado entre Ramón y Adela,

Bien sabía Ramón que la noche apenas comenzaba. Entrampado como estaba en un amorío invisible no tenía modo de echarse para atrás y negar su romance sin antes pasar por cobarde o poco hombre. En adelante tendría que vivir como real ese pasado imaginario (Guillermo Arriaga, Un dulce olor a muerte, p. 45).

y el enamoramiento escondido de José Echeverri-Berriozabal, “el Gitano”, contrabandista, y Gabriela Bautista, mujer casada con Pedro Salgado.

El deseo, el amor, la pasión, el placer, la culpa se fusionaron en un sentimiento dominante: el horror. Horror a las circunstancias absurdas, a una venganza torpe y siniestra tramada sobre la base de una confusión. Horror a su clandestinidad de amante, a su reiterada condición de esposa. […]. Callar para sobrevivir, pero sobrevivir a medias, corroída por su blandura y su mediocre indecisión)” (Guillermo Arriaga, Un dulce olor a muerte, p. 99).

Hay varios personajes: Justino Téllez, delegado ejidal de Loma Grande; Jacinto Cruz, enterrador; Juan Carrera; la madre de Ramón, la viuda Castaños; Carmelo Lozano, jefe de la policía rural de Ciudad Mante, inclinado a la extorsión; Natalio Figueroa y Clotilde Aranda, los padres de Adela; Rutilio Buenaventura, el ciego amigo de “el Gitano”, que escucha Los Tigres del Norte, y Ranulfo Quirarte, el mentiroso incriminador.

Tras el hallazgo, una serie de equívocos, confusiones y mentiras conformarán el paisaje de una rara venganza: todos darán por sentado que el adolescente Ramón Castaños era el novio de la chica y que solo el itinerante “el Gitano” puede ser el culpable: lo mismo da que ambos sean ajenos a las identidades y hechos que se les imputan. Así, el protagonista se verá obligado a vengar el asesinato de la mujer que supuestamente amaba para defender su honor y su hombría.

La narrativa se nutre de la acción, del duro paisaje, del habla coloquial de una comunidad. Es la historia de un rumor creciente que revoluciona a un pueblo, una consciencia colectiva que juzga, de una culpa ficticia que solo puede repararse mediante la venganza de un crimen y desembocar en la tragedia.

Un mural de personajes marcados por la dureza de sus vidas, por la pobreza en la que viven, con dudas y temores que se ocultan detrás del silencio y la rudeza. Un entramado de falsedades y mentiras conducen la historia de amoríos hacia un desenlace trágico y fatal de venganza.

El búfalo de la noche (1999), la siguiente novela de Guillermo Arriaga, es la historia de un triángulo pasional al borde de la locura, de la muerte, de la destrucción. Gregorio Valdés y Manuel son mejores amigos hasta que el primero comienza a despeñarse hacia la locura.

El búfalo de la noche va a sonar contigo – dijo. Trotará junto a ti, oirás sus pisadas y su aliento. Olerás su sudor y se te acertará tanto que casi podrás tocarlo. Y cuando el búfalo decida atacarte, te despertarás en la pradera de la muerte (Arriaga, 1999, p. 55).

Mientras Gregorio entra y sale de hospitales psiquiátricos, Tania –su novia– y Manuel comienzan una relación amorosa a sus espaldas, en un vetusto motel: “Tania había sido la única mujer que Gregorio había amado. Tania era ahora la mujer que yo amaba” (Arriaga, 1999, p. 38).

Gregorio, un adolescente en extremo sensible, para quien la realidad resulta insoportable, decide acabar con su vida. Manuel también tiene relaciones efímeras con Margarita, hermana de Gregorio, y con Rebeca.

Herido por la traición y acosado por los celos, el caos mental de Gregorio lo orilla al suicidio, dejando a cuestas una caja con misteriosas cartas y mensajes que atormentarán a Manuel y a Tania, y con ello desencadena la desesperación y la angustia, pues entrarán en una espiral de celos, culpas y traición. Y Manuel dispara balazos a un jaguar en el zoológico.

Al final, él es detenido por una denuncia de Tania, y relajado por la intervención de algunos poderosos y un oscuro personaje, Jacinto Anaya, también paciente del hospital psiquiátrico.

La ciudad de México es el escenario donde estos personajes que buscan sobrevivir el nihilismo que los invade. Sin embargo, la literatura se hace presente: Kerouac, Ginsberg, Faulkner, Rulfo, Joyce, Guzmán.

El fantasma de Gregorio los empuja al abismo. Manuel relata:

Varias veces despierto sintiendo sobre mi nuca el azul aliento del búfalo de la noche. Es la muerte que me roza. Es la tentación de dispararme un balazo en la frente, de concluirlo todo: es el fuego que me quema por dentro. Es la muerte, lo sé (Arriaga, 1999, p. 245).

Figura el vacío, la locura, la muerte y la traición, ese enmarañado donde se define el destino de sus vidas de adolescentes mexicanos.

El salvaje (2016), obra magna, es una novela de aprendizaje e introducción en el mundo del sexo, el amor y la violencia; de vida suburbial de las colonias –donde la policía siempre viene a bastonazos– y clases sociales acaudaladas; de herencias familiares y de muertes. Los políticos corruptos van y vienen. La estructura de la trama convive con una historia de formación veladamente autobiográfica, una vendetta criminal y el relato de un cazador de lobos inuit. Un libro marcado por la muerte:

Memento mori decían los antiguos romanos. Recuerdas que morirás. Cualquiera que haya visto morir a un ser sabe que la muerte no llega de manera definitiva y total. La muerte es una oleada de pequeñas muertes. No somos individuos, sino la suma de células que se agrupan para dar forma a lo que creemos es un individuo. La muerte no es sino la muerte de un conjunto de múltiples seres vivos. Los tejidos no fenecen de golpe, sino que van extinguiéndose uno detrás de otro (Arriaga, 2017, p. 86).

Por un lado, la historia de Juan Guillermo, hermano de delincuente, hijo de padres sacrificados, huérfano de todos, pronto a sentirse culpable, desear el ajuste de cuentas, sentirse salvaje. Por otro, un hombre y un lobo viviendo una aventura en el bosque. Amaruq (“lobo” en una de las lenguas inuit), un hombre que en los helados bosques del Yukón se obsesiona con perseguir a un lobo, Nujuaqtutuq, el salvaje: esa travesía lo conduce hacia las profundidades de la locura y la muerte.

A finales de los años sesenta, en la colonia Unidad Modelo de Ciudad de México, Juan Guillermo narra su historia: tiene 17 años, y estudia en una escuela privada pagada con dificultades por su padre, donde se lo obliga a hablar en inglés.

A su hermano mayor, traficante internacional, prototipo de delincuente, lo han asesinado los “buenos muchachos”, una pandilla de jóvenes católicos aliados con la corrupta policía. Son los Jóvenes Católicos en Distrito Federal: Humberto es su líder, y ellos atacan violentamente a judíos y a otros.

Es una generación amenazada y castigada, hasta la Noche de Tlatelolco:

Una generación buscaba desmarcarse de la anterior y al hacerlo retó al rígido statu quo, el cual sólo supo responder con violencia y autoritarismo. No bastaron los asesinatos en masa, los encarcelamientos, la feroz persecución política. No. El régimen buscó controlar cada aspecto de la vida social de los individuos. La represión, y eso lo entendió el sistema, funciona mejor en el nivel micro, cuando logra que un ciudadano salga a la calle temeroso de ser apresado, incluso por su aspecto físico (Arriaga, 2017, p. 108).

El problema es que los jóvenes religiosos están muy bien organizados, gozan del respaldo de gente poderosa, portan armas, han se han entrenado en artes marciales y, para colmo, están coludidos con Zurita, un comandante de la policía judicial corrupto y brutal.

Sus padres también mueren unos meses después en un accidente de tráfico. Juan Guillermo decide vengarse de los “buenos muchachos”. Mientras tanto convive con Chelo, Consuelo, un amor erótico, tierno, lleno de gozos pero huidizo. También cría a un lobo llamado Colmillo, con quien se identifica. Hay un viaje al Canadá para que los lobos se reencuentren.

Los alucinógenos están siendo usados por la juventud mexicana: LSD, morfina, marihuana. La novela está llena de referencias a mitologías, desde los antiguos nórdicos, los vikingos y los inuit. También son recurrentes los músicos: los Beatles, Jimmy Hendrix, Mozart, Serge Gainsbourg, Charles Aznavour, Yves Montand, Édith Piafa, Jacques Brel y los mexicanos (Pedro Vargas, María Victoria, César Costa).

Y las bibliotecas desbordan las páginas. Sean los filósofos (Confucio, Aristóteles, Kant, Nietzsche, Marx) y Freud; sean los escritores (Blake, Dostoievski, Faulkner; Martín Luis Guzmán, escritor de la Revolución mexicana; Pio Baroja, Richard Burton; Rulfo; Shakespeare; Stendhal; Zolá) o los científicos (Newton, Einstein), así como el cine: Antonioni, Truffaut, Godard, Buñuel, De Sica, Indio Fernández y los pintores (Diego Rivera, José María Velasco). Los capítulos son entrecortados por poemas concretistas, tales como: “Benghansa. Bengansa. Vengansa. Venganza. “Venganza, venganza, venganza, venganza” (Arriaga, 2017, p. 149).

Aparece el mundo de las desigualdades sociales, el patriarcado, el fanatismo, la injusticia y la corrupción. Esta permanente orientación a la muerte y a la venganza convive con una historia de amor. A final, homo homini lupus. O al inverso, el salvaje humano.

En la novela Salvar el fuego (2020), el personaje Marina es una mujer casada, con tres hijos y una vida familiar resuelta, coreógrafa de prestigio, dueña de un taller de danza, casada con un rico financiero, Claudio. Marina:

Yo pretendía una danza lo más cercana a lo humano. Una obra que representara las paradojas de la vida: amor-odio, crueldad-belleza, nacimiento-muerte. Los expertos resaltaban el rigor y la solidez de mis coreografías. Ninguno ponderaba lo que para mí era lo más importante: la emoción (Arriaga, 2020, p. 25).

Marina se ve involucrada en un amorío improbable con un hombre impensable: José Cuauhhtémoc Huiztlic, “JC”, que cumple una pena de 50 años de cárcel en el Reclusorio Oriente por haber quemado vivo a su padre y por otros asesinatos.

La inquieta Marina participa en un taller literario que dos amigos homosexuales, Héctor y Pedro, financian en la prisión y Angélica Liddell, la coreografía, denominó el nacimiento de los muertos. Marina y el parricida se conocen e inician una relación que se desarrolla en una historia amorosa desenfrenada.

Importancia capital tiene la venganza salvaje contra JC de un narco, su íntimo “el Máquinas”, por haber chingado con su novia. Como historia independiente se cuenta la del intransigente padre de JC.

Entre ambos se desarrolla una relación improbable. Poco a poco, ella entra en un mundo desconocido y brutal hasta que desciende a las entrañas del fuego. Los cuerpos se encuentran con lentitud y excitación y sudoroso placer. Y llegan a la melancolía del erotismo imposible en suites carcelarias pagadas a alto precio.

Además, hay muchos otros personajes: su padre Ceferino; los policías, brutales y corruptos, el comandante Galicia; los narcos Otros-otros, los Aquellos y sus negocios; el director del reclusorio, Francisco Morales; los políticos; Esmeralda, mujer de “el Máquina”, que fue amante de JC y provocó la venganza del nuevo Otelo del desierto.

Además, se añaden testimonios sobre la cárcel, los distintos tipos de reclusos, sus jerarquías, de las atrocidades del narcotráfico y de la corrupción política mexicana, y también de la revuelta de los encarcelados.

Eso de expulsarlo a uno de la vida es lo más cruel del mundo. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa y eso del exilio tras los barrotes es de las cosas más cosificantes que hay entre las cosas y que terminan por hacerlo a uno algo menos que una cosa. […]. Y uno puede salir de la cárcel, pero la cárcel no se sale nunca de dentro de uno y lo peor es que tampoco se les sale a los demás, a los de afuera (Arriaga, 2020, p. 257).

La narrativa tiene una estructura tripartita: los relatos de la trama; los textos de los reclusos, en la mayoría asesinos; y una autobiografía de José Cuauhhtémoc Huiztlic, como si fuera un guion de cine. Los textos de los reclusos así empiezan, con un manifiesto de JC:

Este país se divide en dos: en los que tienen miedo y en los que tienen rabia. Ustedes, burgueses, son los que tienen miedo. […]. Nosotros vivimos con rabia. Siempre con rabia. Nada poseemos. […]. Nascemos sin vida, sin futuro, sin nada. Pero somos libres porque no tenemos miedo (Arriaga, 2020, p. 25).

Asimismo, la polifonía trae, por un lado, el multilinguismo del español/ingles –el boss o capo, el patrón; Live fast, die fast, el lema narco juvenil–. Por otro, adiciona las referencias a las piezas de danza –William Forsythe, Mats Ek, Pina Bausch, Maurice Béjart, John Neumier, Lucien Remeau–; a la música –Dvorak, los Tigres del Norte–; al cine –Orson Welles– y la cinematografía carcelaria y a la literatura. Esta registra los nombres de muchos autores: los clásicos griegos, Shakespeare, Cervantes, Kant, Edmund Duvignac, Marx, Voltaire, Nietzsche, Freud, Fernando Pessoa, Husserl, Borges, Rulfo, Genet y el alias Julián Soto; la poesía de Netzahualcóyotl y de H. G. Santos Martínez. No por menos sobresalen las palabras por composición, y los cuadros de Edward Hopper.

Culmina con la rebelión carcelaria en varios reclusorios, pugna de poder entre los carteles y los políticos, la huida de José Cuauhhtémoc Huiztlic con Marina con la ayuda del hermano Francisco Cuauhhtémoc, ahora empresario. Marina y José terminan encerrados, aquel a largo periodo, esta a una pena de siete años. La violencia y la pasión en un enmarañado romanesco del amor recluso, enmarañado de literatura y danza, rebeldías.

Salvar el fuego retrata dos versiones de México completamente escindidas una de la otra, donde Marina, que pertenece a la clase social más alta, se vincula con un hombre al extremo de la sociedad. Relata las paradojas de un “país hiperrealista con propensión a los extremos” (p. 483) y las oscilaciones del amor y de la esperanza: la escisión entre clases sociales, la desigualdad y la violencia.

La novela relata una historia de violencia en el México contemporáneo donde el amor todavía parece posible. Vimos la capacidad de los seres humanos para cruzar las fronteras del deseo y de la venganza.


  1. El autor y dramaturgo mexicano Élmer Mendoza (Culiacán, México, 1949) estudió Ingeniería Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional y Literatura Española en la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, del Sistema Nacional de Profesores de Arte y del Colegio de Sinaloa. Ganó el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares y el III Premio Tusquets Editores de Novela. Publicó las siguientes novelas: Un solitario asesino (1999); El amante de Janis Joplin (2001); Efecto tequila (2004); Cóbraselo caro (2005); Balas de plata (2008); El problema del ácido (2010); Nombre de perro (2012); El misterio de la orquídea de Calavera (2014); Besar al detective (2015); Asesinato en el Parque Sinaloa (2017); Ella entró por la ventana del baño (2021, México, Penguin Random House).
  2. Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 13 de marzo de 1958), es escritor, guionista y cineasta. Trabajó en múltiples oficios: boxeador, futbolista y jugador de baloncesto. Completó el B. A. en Comunicaciones y Magíster en Psicología en la Universidad Iberoamericana de México. Películas: 2008 – The Burning Plain (guion y dirección); 2007 – El búfalo de la noche (guion y producción); 2006 – Babel (guion); 2005 – Los tres entierros de Melquíades Estrada (guion); 2003 – 21 gramos (guion y productor); Amores perros (guion y productor). Novelas: Un dulce olor a muerte (México: Penguin House Debolsillo, 1994); El búfalo de la noche (México, Penguin House Debolsillo, 2017); El salvaje (México, Alfaguara, 2017); Salvar el fuego (México: Alfaguara, 2020).


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