Beatriz Sarlo (Argentina, 1942), se graduó de la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su amplia trayectoria intelectual la ubica como una de las escritoras y ensayistas más prolíferas de la Argentina, sin desconocer su amplio itinerario aquí nos ocuparemos de los escritos vinculados específicamente con el campo comunicacional.
En sus comienzos trabajó en el Centro Editor de América Latina, allí junto con Carlos Altamirano dirigieron la colección Biblioteca Total, poniendo en circulación “a muchos de los autores que sirvieron para la construcción metodológica del estudio e investigación de los signos en el entorno social latinoamericano. Algunos de los best-sellers de la colección fueron Saussure y los fundamentos de la lingüística, El análisis estructural, Literatura y sociedad yLéxico de lingüística y semiología” (Colón Zayas, 2015, p. 87). También formó parte del Consejo de redacción de la revista Los Libros entre 1971 y 1976. Durante la última dictadura militar en Argentina formó grupos de estudios y en 1978 fundó y fue directora de una de las revistas culturales más reconocidas y que más ha perdurado en el tiempo, hacemos referencia a Punto de Vista (1978 – 2008). Post dictadura militar dictó clases en la materia “Literatura argentina II” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y en diferentes universidades extranjeras tales como la de Columbia, Berkeley, Maryland, Chicago y Minnesota, entre otras. También realiza diferentes intervenciones en los medios de comunicación, ya sea desde entrevistas a columnas en medios gráficos, audiovisuales y radiales. Ha publicado numerosos artículos y libros, sus temas más recurrentes abarcan una serie diversa de tópicos desde la literatura argentina, la crítica literaria, la historia cultural, pasando por temas de vanguardia, análisis políticos, cultura urbana y cultura popular, entre otros.
En los años 70 se acerca a las problemáticas del campo comunicacional. Ubicamos dos tempranos artículos publicados en Los Libros–una de las revistas también emblemáticas, junto con Crisis, Comunicación y Cultura, LENGUAjes, de las tendencias y novedades del incipiente campo, si bien las últimas dos son específicas del área–. En Los Libros publica “Los canales de GAN. Diez días de televisión” (1972) y “Elecciones: cuando la televisión es el escenario” (1973), allí cruza el análisis del audiovisual con la política.
En Punto de Vista Sarlo entrevista a Raymond Williams y Richard Hoggart (1979) y publica traducciones de Pierre Bourdieu (1980, 1982), autores que son las lecturas y marcos teóricos del campo comunicacional en los 80[1]. En ese sentido la revista jugó un rol clave en la circulación temprana de estos intelectuales en Argentina. Si bien como la propia Sarlo ha expresado su acercamiento a Williams y Hoggart no estaba en la misma línea de intereses que posteriormente se haría desde el campo comunicacional, ello, sin embargo, no invalida que la temprana circulación de estos autores fuese un componente clave en los nuevos marcos teórico que se desplazaban en el período que se conoce como de institucionalización del campo comunicacional en los 80. En una entrevista, Sarlo menciona que “después del golpe nosotros buscamos un oficio que verdaderamente antes no teníamos, el de historiador y crítico de la literatura. Y a ese oficio entramos vía Williams y vía Hoggart, a partir de Culture and Society, The Long Revolution y The uses of Literacy” (AA.VV., 1997, p. 19). En cuanto a Bourdieu, Sarlo menciona: “lo que nos interesó de Bourdieu fue su crítica a la práctica intelectual: el requisito de que el investigador se ponga en primer lugar como objeto y vea cuáles son las condiciones de su práctica” (AA.VV., 1997, p. 20). Por otra parte, también cabe mencionar el interés de Sarlo por autores como Roland Barthes y Walter Benjamin que serán lecturas retomadas por el propio campo comunicacional.
Podríamos trazar un arco de sus preocupaciones sobre el audiovisual y la cultura mediática que se inicia en la revista Los Libros, continúa en Punto de Vista y permanece hasta la actualidad con una serie de libros. En Punto de Vista escribe “Políticas culturales: democracia e innovación” (1988), “Una legislación para los massmedia” (1988), “Basuras culturales, simulacros y políticos” (1990), “La guerra del golfo: representaciones pospolíticas y análisis cultural” (1991), “El audiovisual político” (1991), “La teoría como chatarra. Tesis de Oscar Landi sobre la Televisión” (1992) y “La democracia mediática y sus límites” (1995). Si bien, la revista se ocupó de un amplio abanico de temas vinculados con la crítica cultural no es un dato menor que Sarlo continuara escribiendo sobre temas de la cultura massmediática, así también en sus libros Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (1994), Instantáneas. Medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo (1996), La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2020 (2011) y La intimidad pública (2018).
La televisión y la política
Dos artículos de Sarlo publicados en la revista Los Libros analizan el vínculo entre la televisión y la política. La televisión, en ese entonces, es uno de los medios de comunicación que más preocupa al incipiente campo comunicacional, por su amplia llegada y lenguaje. El contexto en el que escribe “Los canales del GAN. Diez días de televisión” (1972), se caracteriza por el agotamiento de lo que se autodenominó la “Revolución Argentina”, dictadura militar que derrocó a Illía mediante un golpe de Estado. Lanusse, ante tal agotamiento, llama al Gran Acuerdo Nacional (GAN) que tenía por objetivo un acuerdo, precisamente, entre las diferentes fuerzas políticas para que se restablezcan las elecciones. Sarlo se propone desnaturalizar el discurso del Gran Acuerdo Nacional que circuló por los canales de televisión, analiza un corpus de diez días –entre el martes 30 de mayo y jueves 8 de junio de 1972– de programas de contenido manifiesto de los canales privados, dejando afuera por obvias razones a Canal 7 (de gestión estatal). Parte de entender que: “los medios son transmisores de cierto tipo de discurso narrativo que informa estructuras ideológicas míticas y, en muchos casos, inconscientes de su funcionamiento e incidencia” (p. 4).
Se propone desnaturalizar la manera en que los canales de televisión privada reproducen el discurso del GAN como salida negociada y conciliación de clases. La autora da cuenta de cómo estos discursos del GAN son funcionales a los intereses de clases, para ello explicita las operaciones discursivas utilizadas: reiteración semántica (redundancia de información), reiteración actancial (redundancia de los sujetos y de los objetos), reiteración funcional (discursos narrativos idénticos u homólogos). También desnaturaliza la propuesta de politización-despolitización que promueven los programas y rescata como caso ilustrativo de despolitización a la telenovela de Alberto Migré Rolando Rivas taxista.
Los diálogos, especialmente los parlamentos de Rolando Rivas, reiteran con asombrosa fidelidad dos temas de la propaganda política del gobierno: 1. “Hoy me di cuenta por primera vez que mi hermano era otro país”: segunda lectura posible: la guerrilla sirve una bandera y una ideología extranjera, superpuesta a la primera lectura ingenua: “mi hermano era diferente”; 2. “Cómo pudieron arrastrarlo a esto…Tuvieron que venir cuatro locos para meterle en la cabeza en cuatro días lo que yo no supe enseñarle en 24 años”: toda oposición violenta al orden constituido puede provenir de deficiencias en la formación ´moral´ del individuo, educación familiar, etc., que son suplidas por una supuesta influencia perniciosa, anómala (recuérdese al respecto los afiches de los servicios “Qué está haciendo mi hijo en este momento”) (p. 6).
Entre las lecturas a las que hace referencia como marco de análisis de los programas de televisión cita a Julia Kristeva “son los elementos de esa semantización, los ideologemas como función intertextual materializada en los diferentes niveles de la estructura de cada texto (Julia Kristeva, Reserches pour une sémanatyse) los que operan según algunos tipos de integración” (p. 4) y a Roland Barthes “el discurso de la televisión, que es tematizado por el GAN reproduce una cadena mítica del tipo que Roland Barthes establece en Le mythe, aujourd´hui” (p. 4). Ya hemos mencionado en capítulos anteriores que las referencias a Barthes y su libro Mitologías (1957) es una de las características de los análisis textuales que se realizaron durante el período[2]. En una entrevista Sarlo hace referencia a que “Barthes tiene para mí su punto de inicio en las Mitologías, que leí en el año en que apareció, en la primera edición de Seuil. Lo leí con la sensación de asistir a algo nuevo y absolutamente inteligente, pero no podía darme cuenta que podía marcar un itinerario, de manera más o menos secreta o evidente”. A partir, entonces, de un análisis textual por los programas de televisión, Sarlo concluye:
Politizar y despolitizar, empirismo y metáfora son, con probabilidad, las tácticas más evidentes y exitosas con que el GAN accede a la televisión, en este momento. La atracción cómplice mediante la cual la pantalla somete a su audiencia, y el prestigio de los sujetos transmisores, configuran un cuadro importante en cuanto a la incidencia ideológica del mensaje, sobre todo en lo que se refiere a la confirmación de su sistema de normas y pautas estrechamente relacionado con la práctica política, o su versión mítica de las mismas, de la pequeña y mediana burguesía (p. 6).
En continuidad con el artículo de 1972 publica también en Los Libros en 1973 “Elecciones: cuando la televisión es el escenario”, cuyo contexto de análisis se enmarca en las elecciones a presidente y legisladores que pone el fin a la dictadura militar autodenominada “Revolución Argentina”. Sarlo analiza el discurso electoral que se transmite por televisión, parte de entender que “no es neutro, sino que objetivamente es aliado y confirmador del proceso electoral. La televisión opera, para decirlo de algún modo, de gran aparato de seducción puesto al servicio de los partidos burgueses” (p. 5). En sintonía y continuidad con el artículo anterior plantea algunas tensiones entre la política y el discurso político electoral televisado, así observa:
Dos ejes formales sobre los cuales gira la organización del discurso, en función de dos oposiciones: sujetos ordenadores/sujetos cándidos (ignorantes); predicados autoritarios/predicados confirmatorios. De ello puede concluirse, por un lado, que la intencionalidad política del mensaje reside en la relación simpática con los sujetos (autoridad periodística o personal que se les adjudique): es decir, política mediatizada no sólo por los mecanismos de censura del medio, no sólo por la presencia única de los partidos burgueses –la televisión es sin duda el medio más censurado y autocensurado, ya que algún semanario, como Panorama, llegó a registrar posiciones de la izquierda revolucionaria–, sino también por el filtro difusor de las ´figuras´ de mediana o alta popularidad entre la audiencia, por tanto figuras que presentan ante ella la apariencia de confiables y su palabra, por lo tanto es creíble (p. 8).
Desde un análisis crítico del discurso televisivo pone al descubierto los intereses de clases y la política burguesa. Aunque también se pregunta por la instancia de recepción: “al respecto se abre un interrogante acerca de cómo son procesados este tipo de mensajes por la audiencia” (p. 9).
Estos dos artículos proponen desnaturalizar la manera en que se construye el discurso político en la televisión. En ese sentido, se inscriben en una de las corrientes dominantes en la etapa fundacional del campo: la crítica ideológica. En perspectiva, sin embargo, algunas consideraciones de la autora pueden leerse como antecedente de los estudios del discurso político y, sobre todo, de la circulación del discurso político en los medios. Tempranamente, Sarlo advierte que “la campaña se desplazó entonces del escenario real a la escenografía que marca la semificción de los medios” (1973, p. 10). Es decir, identifica una tendencia que, hacia los noventa, formará parte de las investigaciones sobre la videopolítica, el desplazamiento del discurso político de los foros y plazas al escenario mediático. Un conjunto de temas y problemas que, como apuntaremos en los próximos apartados, será recurrente en las indagaciones de la autora.
Cultura massmediática y un debate pedagógico
Desde fines de los 80 hasta mediados de los 90 encontramos una serie de escritos que giran en torno a la política y el audiovisual publicados por Sarlo en la revista Punto de Vista[3]. Cabe recordar que en ese período el auge de la videopolítica ocupa el debate entre los académicos, la tesis compartida –aunque con diferentes valoraciones– es que la cultura mediática reorganiza las demás esferas de la vida, y la política no queda excluida de ello[4]. En líneas generales Sarlo se interroga por el lugar central que tiene la cultura audiovisual en un contexto de debilitamiento progresivo del sistema educativo que posibilitó la alfabetización de las clases populares.
En “Políticas culturales: democracia e innovación” (1988) debate con Oscar Landi, José Joaquín Brunner y Néstor García Canclini. Sarlo sostiene que las políticas culturales democráticas deben tener como tema de ocupación a los medios de comunicación, para evitar así que queden liberados a las determinaciones económicas. En el artículo “Una legislación para los mass media” (1988) observa cómo la posible privatización de los canales de televisión es motivo de diferentes tipos de presiones, en ese sentido se pregunta: “¿Para quién y para qué hay que legislar sobre comunicación en la Argentina?, ¿cómo garantizar la igualdad de oportunidades y la libertad de elección en situaciones donde el acceso a la producción y distribución de los bienes materiales y simbólicos es profundamente desigual?” (1988, p. 18). En los artículos “Basura culturales, simulacros políticos” (1990), “La guerra del golfo: representaciones pospolíticas y análisis cultural” (1991), “El audiovisual político” (1991) y “La democracia mediática y sus límites” (1995), observa cómo la estética televisiva se impone en otras esferas e instituciones, como la política. Es así que el look político, lo dramático no conflictivo, el clip y la falta de argumentación son parte de las tensiones que atraviesa la esfera pública y la televisión. El conjunto de estos escritos –que desde una mirada neofrakfurtiana y de análisis crítico del discurso analiza las características de la televisión– ubican a Sarlo en una línea opuesta a las perspectivas que prevalecen en el campo comunicacional en los años 90.
Mención aparte merece la crítica que publica en Punto de Vista al libro Devórame otra vez. Qué hizo la televisión con la gente. Qué hace la gente con la televisión (1992), de Oscar Landi. Si la polémica fue una de las características en las que se sostuvo la producción científica en los inicios del campo[5], paulatinamente ésta fue diluyéndose, es por ello que la crítica de Sarlo resuena a un intento de debate con fines pedagógico y argumentativo que permita cuestionar las características del sistema audiovisual. El diagnóstico del que parten Landi y Sarlo es coincidente: la televisión y el audiovisual han reorganizado la cultura contemporánea, en lo que difieren es en la valoración que realizan. Los ejes centrales de la crítica de Sarlo se sostienen en cinco puntos. El primer punto cuestiona la postura de Landi de concebir a la televisión como “situación de hecho” (p. 11), es decir, como algo dado que debe aceptarse, es así que plantea: “debo suponer que se refiere a un tipo de acontecimiento cuya existencia es independiente de la voluntad […] una situación frente a la cual no se ejerce la crítica, una situación que se acepta porque allí está” (p. 13).
El segundo eje de discusión gira en torno a los intelectuales, con respecto al lugar del videogame expresa Landi: “si la persona que lo está observando es uno de los habituales críticos de los efectos que produce la televisión en la audiencia (alienación, dependencia o escapismo) tendrá entonces la posibilidad de encontrar con facilidad la metáfora casi perfecta a sus críticas” (p. 9). Las críticas de Sarlo se centran en el doble juego de Landi en torno al saber académico, por un lado, cuestiona a los intelectuales que analizan el audiovisual desde la cultura culta y, por el otro lado y al mismo tiempo, recurre a la historia y a los académicos para legitimar sus argumentos.
El tercer punto de su crítica es la homologación de las características democratizadoras que tuvo la imprenta con la televisión, para Sarlo
todavía queda por demostrar si ha sido capaz [la televisión] de impulsar cambios cuyos efectos democratizadores sean tan profundos como los que introdujo la revolución de la imprenta. Que la cultura electrónica sea transclasista (y esto también hay que demostrarlo) no significa que sea democrática (p 14).
El cuarto eje de discusión es por la celebración hacia Olmedo que realiza Landi. Las críticas giran en torno a la falta de distancia crítica con la que se refiere al comediante, “a Olmedo lo trata como a un amigo, alguien del círculo más inmediato y con el que se comparten actitudes e ideas” (p. 17), pone en cuestionamiento aquello que sería un rasgo de lo olmédico –los elementos repentistas y la improvisación–, y también observa con asombro cómo en un libro que analiza a la televisión están ausentes las condiciones de producción de la misma.
Por último, critica a Landi por la comparación estética entre las vanguardias y el videoclip (las vanguardias fragmentan y yuxtaponen, lo mismo se observa en el videoclip), Sarlo contraargumenta que “pasa por alto los conflictos estéticos de las vanguardias y también pasa por alto las diferencias entre operaciones que sólo parecen afines si se las mira desde lejos” (p. 14).
En continuidad con los artículos en Punto de Vista publica en 1994 Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina y en 1996 Instantáneas. Medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo. Un tema recurrente que le inquieta a Sarlo es el lugar hegemónico de los medios en la integración de las culturas populares y lo vincula con la precaria situación del sistema educativo como posible contrapeso. El escenario que observa es, por un lado, la decadencia del sistema educativo como vehículo modernizador y por el otro la hegemonía del mercado audiovisual. Es por ello que plantea la recuperación del rol del Estado, de la televisión en tanto servicio público y el sistema educativo como posibilidad de integración de las culturas populares. Sarlo apunta su crítica hacia dos tendencias que predominan en los análisis sobre el tema: los neoliberales y los neopopulistas.
Ya en el siglo XXI encontramos dos libros que continúan estos ejes de indagación: La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010 (2011) y La intimidad pública (2018), este último, en un tono cercano a Escena de la vida posmoderna, se ocupa de analizar a los famosos fugaces, los personajes del escándalo mediático, las maternidades mediatizadas y su intimidad publicada tanto en redes sociales, portales de noticias como en la televisión. Su mirada crítica y aguda pone al descubierto la cultura mediática contemporánea. Por otra parte, resulta elocuente, en un contexto del campo académico que se ve permanentemente tensionado por la producción de artículos como cuestión numérica que define su/nuestra continuidad laboral, una nota de edición publicada en la última hoja: “este libro no contiene materiales anteriormente publicados, salvo dos notas a pie de página. Fue escrito, de principio a fin, sin inclusiones de fragmentos propios. Lo aclaro para quedar libre, frente a quien elija tal hipótesis, de la actual tradición del ´corta y pega´” (2018, p. 181).
En La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010 se ocupa de analizar cuestiones vinculadas con la mediatización de la política, las celebrities, las redes sociales y el rol de los medios públicos, haciendo foco en los programas metatelevisivo como 678 y TV registrada. Retoma su preocupación por los medios audiovisuales en contrapeso al sistema educativo:
La televisión es el medio que exige menos credenciales educativas. El uso más elemental de internet requiere, en casi todos los casos, saber leer y estar en condiciones de tipear algunas palabras. Contra lo que se cree, internet todavía hoy es mucho texto, organizado en modo caótico pese a los buscadores y a los push technologies que sugieren los resultados de una búsqueda sobre la base de preferencias anteriores. A ver televisión se aprende viendo televisión, casi sin saber nada antes, lo que se necesita está en la pantalla, repetido en continuado (p. 12).
Bajo un registro de escritura más coloquial persiste en su mirada crítica en torno al audiovisual. Lo que en los 70 era una característica del campo, en el que las lecturas críticas sobre el poder de los medios era una preocupación compartida, aparece ahora como una persistencia en tanto intervención intelectual que ofrece una mirada a contrapelo de las tendencias de la época.
Elecciones: cuando la televisión es escenario (1973)
Reproducimos un fragmento del artículo.
La pregunta siguiente apunta a subrayar una cuestión de fondo sobre los contenidos recurrentes en los programas periodísticos analizados. Lo primero que se registra es un desplazamiento hacia el olvido o la ausencia de planteos programáticos. En este sentido, se acentúa una tendencia que aparece también en los jingles y cortos publicitarios de las campañas: la política burguesa rehúsa explicarse –habría que mencionar como excepción las características publicitarias de la campaña de la UCR, que hacen centro en la plataforma partidaria, como una forma de reforzar la imagen de ´conducta y seriedad´ elegida para promocionar a sus candidatos–; es más, se reemplaza el discurso de la ´razón política´, en el caso electoral de lo programático desplazándolo o hacia los medios periodísticos escritos, o hacia un espacio donde se lo sustituye, por lo general, por fórmulas adheridas a las diferentes metáforas que los slogans publicitarios intentan imponer. El periodismo televisivo se hace cómplice de esta maniobra por varios motivos: uno de ellos, el explicitado por Urtizberea ante una de las revistas especializadas: lo programático no interesa. Otro nace de la situación política concreta de estas elecciones: la pregunta fundamental no apunta a después de las elecciones sino a un antes. Es decir que el eje periodístico y político más importante giró cerca del centro de interés de los partidos políticos burgueses: se llega o no se llega, se proscribe o no se proscribe, habrá golpe antes o después. Tales son los condicionamientos impuestos a las elecciones por la dictadura y tal es su registro en el periodismo de los medios.
A ello debe agregarse que la política burguesa, en condiciones electorales, es cada vez más impotente para explicar los fenómenos que ella misma genera –y mucho menos lo que generan las luchas populares- salvo a través de fórmulas elaboradas para tapar el debate sobre cuestiones de fondo (pp. 5-6).
Se establecen, en general, dos ejes formales sobre los cuales gira la organización del discurso, en función de dos posiciones: sujetos ordenadores/sujetos cándidos (ignorantes); predicados autoritarios/predicados confirmatorios. De ello puede concluirse, por un lado, que la intencionalidad política del mensaje reside en la relación simpática de los sujetos (autoridad periodística o personal que se les adjudique): es decir, la política mediatizada no sólo por los mecanismos de censura del medio, no sólo por la presencia única de los partidos burgueses –la televisión es sin duda el medio más censurado y autocensurado, ya que algún semanario, como Panorama, llegó a registrar posiciones de la izquierda revolucionaria–, sino también por el filtro difusor de las ´figuras´ de mediana o alta popularidad entre la audiencia, por tanto figuras que presentan ante ella la apariencia de confiables y su palabra, por lo tanto, es creíble.
El procesamiento de lo político que se da a través de esta red de recaudos –de censuras– degrada lo político que no puede aspirar a un nivel de autonomía respecto de otros productos del discurso televisivo (tal degradación culmina, para poner un ejemplo, en la pregunta de Lucho Avilés, antes especialistas en chismes del ambiente artístico, a Vicente Solano Lima, sobre si fue realmente muy, muy amigo de Gloria Guzman (pp. 8).
La necesidad de la calle en una campaña electoral, el espacio del cual se apropiaría temporalmente y en el cual funcionaría con naturalidad, ´espontáneamente´ la política, se convierte en una tensión y en el peligro de alterar, transgrediéndolas, las pautas impuestos por la dictadura. Hay razones poderosas, entonces, para que el peronismo abandone viejas prácticas que contribuyeron a su triunfo en 1946, o por lo menos las circunscribía a iniciativas fuertemente acotadas. Movilizar la calle no se hace impunemente hoy en la Argentina. La consigna que la televisión puede cristalizar inocuamente, en la calle puede sufrir todas las variantes de un procesamiento masivo. Eso ya se ha visto. La movilización electoral es la gran contradicción en la campaña de los partidos burgueses: no es solamente una cuestión de caudal. Allí donde existe objetivamente capital político, existe también el problema de su control: hoy ya problemático.
La calle instala así un centro de amenaza en el medio de unas elecciones donde, por razones fundadas, los medios de comunicación masiva juegan un papel de importancia. En un país convulsionado por las luchas sociales no hay seguridad sobre los mecanismos para evitar los estallidos. La campaña se desplazó entonces del escenario real a la escenografía que enmarca la semificción de los medios: de la historia que viven las masas populares al relato cada vez más convencional, crecientemente estereotipado de los medios; de lo real a un verosímil político donde, en forma creciente, se acentúa la irracionalidad de la política burguesa que, acosada, se refugia en el set de televisión donde espera copar a esa otra razón que se juega en la Argentina: las luchas sociales que no se conjugan con slogans y cuya perspectiva es signo de peligro para las clases dominantes más allá de los resultados de un proceso electoral (p. 10).
Referencias bibliográficas
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Schmucler, H. y Mata, M. C. (1992) (Eds). Política y Comunicación ¿Hay un lugar para la política en la cultura mediática? Buenos Aires: Catálogos.
- Uno de los libros emblemáticos de campo en ese período es De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía (1987) de Jesús Martín Barbero, allí el autor reconstruye una serie de conceptos y marcos teóricos para analizar los procesos comunicacionales, rescatando precisamente a estos autores, entre otros.↵
- Ver los capítulos sobre Michèle Mattelart y Mabel Piccini.↵
- No desconocemos otros escritos de la autora sobre los medios de comunicación en la misma línea de lo mencionado, por sólo nombrar algunos de ellos “Políticas culturales. Hoy: los medios audiovisuales” (1994) en la revista La Ciudad Futura y “Modernidad y después: la cultura en situación de hegemonía massmediática” (1993) en Alteridades. ↵
- Entre tantos otros ejemplos nombramos al seminario sobre televisión y política que se realiza en Córdoba en 1991 (y el libro se publica en 1992). Participan entre otros, María Cristina Mata, Christian Ferrer, Héctor Schmucler, Ricardo Foster, Nicolás Casullo, Luis Alberto Quevedo, Oscar Landi y Beatriz Sarlo. La preocupación se relaciona con la “cuestión de la sustancia política” y se preguntaban si la característica principal e histórica de la lógica argumentativa de lo político ha sido reemplazada por nuevas retóricas publicitarias cortoplacistas y de fuerte impacto, de la mano de la primacía mercantil.↵
- Ver capítulo de Paula Wajsman.↵