Regina Gibaja (Argentina, 1927 – 1997), egresó de la carrera de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Socióloga por FLACSO en Santiago de Chile. Investigadora del Departamento de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras, donde, entre otros trabajos, dirigió en el proyecto Internacional Aspectos Sociales de la Modernización. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), se desempeñó en diversas universidades: UBA, Universidad de Río Cuarto (Argentina), Universidad de los Andes (Venezuela) y Universidad Autónoma de Oaxaca (México).
En sus comienzos, como estudiante participó del consejo de redacción de la revista Centro del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, allí publicó algunos artículos vinculados con la temática de las mujeres, el primero de ellos “fue un comentario del libro Le deuxieme sexe de Simone de Beauvoir, que evidencia el temprano conocimiento de la obra publicada en Francia en 1949, cuya primera traducción al español se produjo en Argentina en 1954” (Carli, 2018, p. 71). También fue colaboradora de la revista Contorno, donde continuó escribiendo temas relacionados con las mujeres, por ejemplo en el artículo “La mujer: un mito porteño” (septiembre, 1954) cuestiona y critica los mitos en torno a la mujer: “se trata del mito de la mujer, en todas las formas que, desde la mentalidad primitiva en adelante, han servido al hombre para justificar el papel que a aquella le ocupó en las distintas sociedades: la mujer símbolo de la maternidad, la mujer símbolo de la castidad, la mujer símbolo de la tentación y la lujuria, la mujer esclava al servicio del placer del hombre, la mujer dominadora del hombre y causa de su caída, etc.” (p. 10).
En 1961 inicia la investigación sobre los públicos que concurren al Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Los resultados de la investigación los publica EUDEBA en 1964 y es reconocido como uno de los primeros antecedentes en Argentina en trabajos que exploran la relación de los públicos con los medios masivos de comunicación, a partir de una encuesta cuantitativa, más cercana a la tradición del funcionalismo estadounidense. Gibaja realizó el trabajo en el marco del Departamento de Sociología de la UBA que tenía como director a Gino Germani, a quien agradece por “el estímulo y las posibilidades que el profesor Gino Germani, director del Instituto de Sociología, creó para la tarea sociológica en nuestro país” (1964, p. 10).
Mabel Grillo recuerda que fue Regina Gibaja quien la acercó a la lectura de Geertz: “¿Leyó Geertz?, me preguntó al poco tiempo de haber comenzado a trabajar con ella. Ante mi negativa, tomó La interpretación de las culturas en una versión en inglés –todavía no había traducción al español– y me la dio diciendo que sospechaba que me iba a interesar” (2002: s/p). En 1978 la Universidad Nacional Autónoma de México publica “El mundo símbolo de la escuela”, allí Gibaja “recuperaba de manera rigurosa y clara la propuesta de Geertz y sugería su utilización en el campo de la educación a partir del relato de una investigación que, siguiendo esos lineamientos, había realizado la autora en México” (Grillo, 2002: s/p).
En este capítulo nos ocuparemos específicamente de El público de arte, ya que resulta valioso por ser uno de los primeros libros en Argentina que se acerca a la problemática de los medios masivos y sus públicos. Si bien la trayectoria intelectual de Gibaja continúo por otras disciplinas –habiendo publicado numerosos libros vinculados con el campo de la educación[1]–, esta investigación pionera en los estudios en recepción permite comprender las lecturas y supuestos de la época.
Indagar en los públicos
En El público de arte (1964), se exponen los resultados de una encuesta realizada en agosto de 1961 que tiene por objetivo la descripción y análisis del público asistente a la exposición de pintura moderna en el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires, realizada por el Instituto de Arte Torcuato Di Tella. La investigación parte del interés del propio Instituto por conocer al público que se acerca a la exposición, sus motivaciones, sus características personales y la composición social, entre otros aspectos. Para ello se contacta con el Departamento de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ofreciendo su apoyo y colaboración económica para llevar adelante la encuesta. A la propuesta inicial, el Departamento de Sociología ofrece un plan de trabajo que excede a los intereses del Instituto Di Tella, amplía la indagación hacia los medios masivos de comunicación y las actitudes frente a estos, es decir: “una exploración en el campo de las comunicaciones de masas y de su impacto en los sectores cultos de la población de Buenos Aires” (1964, p. 7). Se quiere indagar, entre otras cuestiones, acerca de la posesión del televisor, sobre el interés que éste representa y por el tipo de uso (por ejemplo, si se apaga el televisor cuando llegan amigos/as, si los visitan a éstos para ver televisión, etc.).
Como se ha mencionado en la introducción, en los inicios del campo comunicacional las investigaciones en torno a los medios masivos de comunicación indagaban aspectos vinculados a sus discursos y sus estructuras económicas, la preocupación por conocer a sus públicos no era tema prioritario. Eliseo Verón en una entrevista a mediados de los 90 realizaba un repaso por los inicios del campo, mencionando que “la recepción no se estudiaba porque costaba caro […] la cuestión del trabajo de campo siempre me había parecido esencial” (1995, p. 17). No casualmente esta pionera investigación en torno a conocer los públicos se pudo realizar por el aporte de dos Instituciones –Departamento de Sociología y el Instituto de Arte Torcuato Di Tella– y la colaboración de una tercera: el Museo Nacional de Bellas Artes[2]. Es decir, se requirió de una serie de instituciones y financiamiento para poder abordar un trabajo de esta magnitud. En la investigación colaboraron más de diez personas entre encuestadores/as, equipo de codificación y tabulación, etc. También es de destacar que el Museo de Bellas Artes dispuso de un lugar, cerca de la entrada, donde realizar la encuesta. Se optó por un muestreo sistemático con intervalo fijo según orden de entrada, lo cual requirió de la presencia permanente de encuestadores/as en el museo. A la exposición concurrieron 15.000 personas y la muestra está conformada por 256 casos.
El cuestionario está compuesto en su mayoría por preguntas que fueron precodificadas, quedando sólo unas pocas preguntas abiertas, conformado por 71 ítems divididos en seis campos que pretendían indagar:
a) datos personales (edad, sexo, nacionalidad, lugar de residencia, estado civil, estudios realizados, ideología e identificación de clase, ocupación y status socioeconómico); b) actitudes y valoraciones de la muestra del Instituto Di Tella (años 1960 y 1961); c) conducta cultural y pautas de comunicación de masas; d) actitudes frente a la cultura, el arte, las comunicaciones masivas; e) pautas de ocio y actividades de tiempo libre; f) efecto de la publicidad (p. 19).
En esta temprana investigación Gibaja advierte que “el interés sociológico se ha desplazado últimamente al estudio de la cultura de masas, ubicando a ésta en su contexto histórico: el proceso de masificación de la sociedad” (p. 8). También menciona las dificultades de adentrarse en un área de investigación que carece:
de un marco teórico bien definido en el campo de las comunicaciones. Las ideas e hipótesis elaboradas por los sociólogos interesados en el problema de la cultura de masas no han sido confirmadas empíricamente en la mayoría de los casos” (p. 9).
A lo largo del libro se reitera en varias ocasiones sobre el estado provisional del informe, lo ubica como una investigación exploratoria que espera sirva para análisis posteriores que indaguen en otros sectores sociales, “la ausencia de datos en nuestro país sobre conducta cultural y de comunicaciones, era un argumento más a favor de la necesidad de planear un trabajo sin aspiraciones explicativas pero que dejará algunos resultados, aun cuando sólo fuera para un sector limitado” (p. 17). Advierte sobre las dificultades por la falta de marcos teóricos, no obstante, reconoce las investigaciones sobre comunicación de masas realizadas en Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Sólo menciona explícitamente los aportes de “las jornadas sobre problemas de la cultura de masas y los medios de comunicación de masas realizadas en 1960, cuyo relator fue Paul Lazarsfeld” (p. 9). La mención a Lazarsfeld (sólo y en co-autoría con Merton) –uno de los referentes de la corrientes funcionalista estadounidense quien llevó adelante investigaciones cuantitativas mediante la utilización de encuestas– se reitera en algunos apartados del libro, también menciona otros autores de distintas procedencias teóricas Morin, Jacobs, Hauser, Lowenthal, aunque por las características del informe y como ella misma lo observa en el libro, se centra en la descripción de los resultado de la encuesta.
Tanto el trabajo de Gibaja, como el de Michèle Mattelart y Mabel Piccini que abordaremos en los siguientes capítulos –“La televisión y los sectores populares” (1974)–, pueden ser considerados antecedentes en los estudios en recepción, no obstante, interesa mencionar algunas diferencias que permiten ilustrar las condiciones de producción de cada uno. “La televisión y los sectores populares” se inscribe en una discusión al interior de la izquierda, en especial de la Unidad Popular, en cuanto a sus políticas culturales difusionistas. El trabajo de Gibaja se inscribe en el interés del Instituto Di Tella en conocer al público que concurre al Museo. Es decir, uno se coloca en un contexto más politizado y el otro más institucionalizado. Uno indaga en los sectores populares y el otro en las capas altas. Sin embargo, ambas investigaciones tienen puntos de contacto, en tanto, el querer conocer a los públicos, su vínculo con la cultura masiva, e indagar en los tipos de consumo que predominan. Siendo consciente de las limitaciones de su estudio Gijaba afirma: “es indispensable para una consideración de la pregunta el análisis histórico del problema, tanto en lo que concierne al desarrollo de la cultura de la época moderna, como específicamente, al desarrollo cultural en nuestro país. Por otra parte, también es indispensable un análisis del producto cultural mismo, de su alcance a sectores diversos de la población, de las formas en que es integrado en el contexto cultural y social total” (p. 104).
Reconocimiento
En la actualidad no es frecuente encontrar investigaciones que se acerquen al análisis de los medios de comunicación y sus públicos a partir de lecturas dicotómicas, las preguntas y/o afirmaciones no giran en torno a si la televisión es “buena o mala”. Quizá por ello resulta indispensable recordar el contexto histórico en el que Gibaja realizó la investigación. En los años 60 se produce el segundo proceso de urbanización y crecimiento de las clases medias urbanas, que deriva en un cambio cualitativo del público. La presencia de la cultura adquiere un carácter distinto: “los nuevos semanarios de los años 60 saturan sus secciones fijas con un nuevo recorte que tiende a priorizar estéticas, autores, movimientos, líneas u obras más características del impulso renovador y modernizador de la época” (Rivera, 1995, pp. 97-98). Proliferan las revistas culturales, como una de las características reconocidas del funcionamiento del campo intelectual y cultural. La televisión era el “nuevo medio”, en 1960 existían 800.000 receptores y comienzan a transmitir las televisoras privadas en Capital Federal, Córdoba, Mar del Plata y Mendoza. A la televisión se le demanda exigencias estéticas vinculadas con los valores artísticos desde la tradición del cine, la literatura y el teatro (Varela, 2005). Las revistas Confirmado, Primera Plana, y Análisis son ilustrativas de la tensión entre la atracción por el medio y la perspectiva estética vinculada a la cultura de elite que le imposibilitaba legitimarlo como espectáculo de masas. Esta tensión aparece reiteradamente en la investigación de Gibaja:
También en los sectores artísticos se presta atención a los medios de difusión y no sólo, por ejemplo, al periodismo “serio”, sino aún a la televisión, el más nuevo y aparentemente, menos prestigioso de ellos (pp. 8-9).
Los optimistas ven en el desarrollo de la educación y la difusión, los modos de acceso a la cultura de los sectores antes inhibidos; los pesimistas advierten sobre la amenaza que significa para la cultura la tentación constante del mercado del entretenimiento y el despojo de la obra de arte cuando se difunde en el contexto de lo consumible (p. 14).
Poseer un televisor no va asociado a ser adicto a la televisión. Indudablemente dado el bajo prestigio que la televisión tiene en los ambientes cultos, algunas respuestas pueden ser sospechadas de faltas de veracidad (p. 62).
El supuesto detrás de esta pregunta residía en la idea, generalizada a través de algunos trabajos teóricos especialmente, de que la televisión es el medio de comunicación de masas que más contribuye a anular la capacidad crítica y selectiva del televidente y, por otra parte, disminuye la comunicación familiar (p. 70).
Tanto las posiciones optimistas como las pesimistas, pueden encontrar apoyo en los datos que se han analizado para sostener sus respectivos puntos de vista, lo cual indica que estos datos no son suficientes para responder al problema (p. 104).
De las diversas perspectivas de investigación del campo comunicacional, una de las que tuvo mayor continuidad y desarrollo ha sido los estudios en recepción. Lo que en la década de 1960 / 1970 aparece como un antecedente no dominante en la constitución del campo, ya en las décadas posteriores devienen en tema de preocupación y ocupación por parte del campo académico. En los 80 comienza a desplazarse la preocupación hacia la instancia de recepción y en la década de 1990 el consumo y la recepción se convierte en uno de las preocupaciones dominantes del campo académico comunicacional (García Canlini, 1994; Piccini, 1993, Landi, Quevedo y Vacchieri, 1992; Terrero, 1997; Mata, 1997; Grimson y Varela, 1999, entre otros). Actualmente existe un amplio abanico de trabajos que se ocupan de reflexionar en torno a los conceptos y definiciones (Jacks, 2011, Saintout y Ferrante: 2006, Grillo, Papalini y Benítez Largui, 2016, entre otros). Diversos autores/as plantean la polisemia de sentido en torno al consumo y a la recepción, lo que acarrea que en muchas ocasiones se los use indistintamente (Jacks, 2011; Grillo, Papalini y Benítez Largui, 2016). Así también en la actualidad los análisis sobre consumos indagan en nuevos soportes y formatos vinculados con los dispositivos electrónicos y las redes sociales digitales.
En la introducción del libro la autora menciona que “los resultados deberán considerarse más como un aporte para análisis ulteriores sobre este proceso en nuestra sociedad que como datos de interés en sí mismos” (p. 8). Da cuenta del carácter exploratorio del trabajo. Efectivamente, a partir de dicha encuesta es que se han replicado otras investigaciones de este tipo a lo largo de los años.
En este artículo se aplicó una encuesta al público de arte con el objetivo de describir sus características personales, económicas, sociales y culturales, las motivaciones que determinan su concurrencia y sus relaciones con los artistas. Los resultados fueron comparados con los datos elaborados por Marta Slemenson y Germán Kratochwill (1967) sobre el público de arte del Di Tella en base al modelo que Regina Gibaja (1964) aplicó al estudio de los visitantes del Museo Nacional de Bellas Artes (Krochmalny, 2017, p. 1).
Repetimos en esa ocasión un cuestionario similar al empleado por Gibaja, con un mayor énfasis en conocer la posición socioeconómica de los asistentes al Museo mediante indicadores tales como ocupación, propiedad de la vivienda, barrio de residencia, lugar de nacimiento, posesión de automóvil, etc. (Lorenzano, 1998, p. 2).
Así también el libro ha tenido reconocimiento, por parte del campo académico de la comunicación por ser es pionero de los estudios de los públicos y los medios masivos. En el artículo “Culturas populares, recepción y política. Genealogías de los estudios de comunicación y cultura en la Argentina”, Grimson y Varela destacan el trabajo de Gibaja y mencionan que la investigación: “deja un triple testimonio de época: contrastes culturales históricos (sólo un 22% decía observar televisión todos los días); crítica del sentido común (“aun en el público de la cultura de élite la cultura de masas tiene una fuerte impacto”); la recepción de la televisión y los medios masivos en los ambientes de la nueva ´sociología científica´” (p. 155).
También en el libro Estudios sobre consumos culturales en la Argentina Contemporánea (2016), coordinado por Grillo, Papalini y Benítez Largui –cuyo objetivo es indagar en las producciones académicas sobre Consumos Culturales en la Argentina en el período 2000-2012–, en la reconstrucción de los antecedentes en los estudios en recepción y consumo destacan los aportes de Gibaja en tanto:
el desarrollo de los estudios de público de museos en la Argentina en general se basó en metodologías cuantitativas, casi siempre a partir de encuestas a los visitantes, siguiendo la línea marcada por el trabajo de Regina Gibaja, aunque en general sin su alcance y ambición teórica. Sin embargo, a partir de fines de la década de 1990 aparecieron algunas iniciativas novedosas que incorporaban nuevas perspectivas teóricas y metodológicas (Papalini y Moguillansky, 2016, p. 95).
También destacan como antecedente de otras encuestas sobre consumos culturales el trabajo de Gibaja “en cuanto a los estudios cuantitativos sobre la lectura, el antecedente destacado es la encuesta coordinada y analizada por Regina Gibaja (1964), presentada en el libro El público de arte, que encuentra actualización y continuidad en “Públicos y consumos culturales de Buenos Aires” de Oscar Landi, Ariana Vacchieri y Luis Alberto Quevedo (1990: 42-61) (Papalini y Rovetto, 2016, p. 148).
A sesenta años de la investigación sobre los públicos y a cincuenta y siete años de la publicación del libro el trabajo de Gibaja resulta un antecedente pionero en un tema inexplorado en aquel entonces.
El público de arte (1964)
Reproducimos fragmentos del libro.
Una de las tesis generales que ha encontrado apoyo en numerosas investigaciones, en los Estados Unidos[3] sostiene que la conducta cultural es coherente, entendiendo por esto una tendencia a que la gente prefiera, en los distintos sectores de la comunicación, manifestaciones del mismo “nivel”. Según este supuesto, las actitudes y opiniones frente a las comunicaciones deberían alinearse a lo largo de los distintos niveles de expresión cultural, de modo tal que las preferencias por ciertas manifestaciones de la cultura superior se correlacionan con determinadas actitudes críticas frente a la cultura popular. A su vez, dentro de ésta, las alineaciones deberían producirse diferenciando distintos niveles de excelencia.
Aun cuando en nuestra muestra, las preferencias están fuertemente uniformadas, dado que se trata de un público de una expresión cultural superior, se puede esperar encontrar apoyo para la tesis enunciada. En primer lugar, las personas que han sido diferenciadas por su “interés” en la exposición, deberían mostrar coherentemente un mayor interés en las restantes manifestaciones culturales superiores y menos en las manifestaciones culturales transmitidas masivamente, que el resto del público.
En segundo lugar, puede esperarse que exista correlación interna entre la frecuencia con que se asiste a las manifestaciones culturales superiores, por una parte, y entre la atención y el interés por los medios de comunicación de masas, por la otra. En tercer lugar, es probable que exista una correlación negativa, entre el interés por las manifestaciones culturales superiores y la atención a las comunicaciones masivas (Pp. 89-90) […]
Los datos analizados confirman la hipótesis general según la cual la conducta cultural tiende a ser coherente[4].
El interés en una exposición de arte vanguardista se correlaciona con la mayor atención a expresiones culturales de nivel superior. Si bien en algunos casos las diferencias son pequeñas, debe observarse que aquellos que no han sido categorizados como “interesados”, de todos modos, no pueden considerarse como totalmente opuestos en sus características culturales al grupo “interesados”. Que, no obstante, existan diferencias, apoya aún más la tesis.
Las correlaciones con los medios de comunicación de masas obligan a hacer diferencias de nivel entre éstos. Por un lado, se ha considerado la lectura de diarios como un indicador de alto nivel de cultura y por el otro, la atención a la TV, como indicador de preferencias por la cultura masiva. El cine es un caso especial cuya consideración adecuada requeriría un análisis por el tipo de cine preferido. El cine nacional también presenta problemas especiales. Mientras la atención al cine en general, no diferencia entre los subgrupos considerados, es evidente que las actitudes frente al cine nacional son más favorables entre los “interesados”. Se trata aquí, indudablemente, del interés por una expresión nueva del cine nacional, la cual, aunque merece críticas de la mayoría de la muestra, suscita el interés y la concurrencia de aquellos grupos que tienen comportamientos culturales de standard más alto.
La coherencia en la conducta es igualmente clara, cuando se correlaciona la frecuencia en la asistencia a las manifestaciones culturales superiores o cuando éstas se cruzan con manifestaciones típicas de la cultura de masas. (P. 90). […]
En tercer lugar, y pese a la coherencia en el comportamiento cultural que hemos señalado, es indudable que los medios de comunicación de masas y sus contenidos, penetran al público de la cultura superior. Aquí deben hacerse dos distinciones. Cuando la educación o el compromiso con lo artístico es mayor esta penetración disminuye. También disminuye cuando se pasa de la adolescencia a los grupos adultos. Además, la penetración tiene dos niveles distintos: este público selecciona, de entre los medios de comunicación, aquellos cuyos standares son más altos y hace una nueva selección dentro de los contenidos de cada medio, de tal modo que, aun cuando presta una atención relativamente alta a los medios de comunicación de masas, trata de adecuar lo que recibe de éstos a su restante conducta cultural. De este modo elige de los diarios los más serios, de las revistas las políticas y las artísticas; de la radio la música, y de la TV las audiciones informativas. Sin embargo, descontando las observaciones señaladas antes, subsiste el hecho de que, sobre las 256 personas que compusieron esta muestra, 64 mencionan revistas femeninas y fotonovelas entre las revistas que prefieren; 16 mencionan la sección policial y 14 la deportiva, como una de las dos secciones del diario que leen con más interés, 84 personas dicen observar la televisión una hora, dos, tres o más por día; 57 prefieren los “shows” y las variedades en general, entre las audiciones de televisión; 52 sobre 232 dicen que la televisión en nuestro país es buena o está progresando. Estos datos, seleccionados un poco arbitrariamente, parecerían indicar que aun en el público de la cultura de élite, la cultura de masas tiene un fuerte impacto. (Pp. 103-104).
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- La cultura en la escuela. Creencias pedagógicas y estilo de enseñanza (1996), El tiempo instructivo (1993), La educación en la Argentina (1994), entre otros.↵
- También cabe mencionar como uno de los primeros antecedentes el libro Sociología del público argentino (1956) de Adolfo Prieto. Si bien el foco de dicha investigación son los y las lectores/as de literatura argentina; se introduce un capítulo dedicado a los medios de comunicación.↵
- Ver, por ejemplo, LAZARFELD y KENDALL, Radio listening in America. New York, Prentice Hall, 1948.↵
- No se ha mostrado la correlación entre todas las pautas de conducta cultural y la atención a los medios masivos, por razones de espacio y por no hacer más penosa la lectura de este informe. Debe señalarse, sin embargo, que las tendencias observadas se mantienen en general, para las restantes variables. ↵